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15 Mel: Breve, pero brutal

Llegó el viernes sin saber del músico y sentí que mi vida volvía a su monótona realidad. No supe si fue a tocar a Las Brujas y no me llamó para invitarme. Imaginé que lo habían metido a la cárcel o peor. Laila decía que si era así, lo tenía merecido. Lo había visto en el bar fajando con alguien, pero vaya, no era mi problema. No era mi novio. Él podía andar con quien quisiera y si andaba con la de la licra u otra... ¡Qué bien! Me sentí tan perra maldita por dejarlo a merced del guardia sin aclarar el asunto, que no lograba concentrarme en mis bocetos. Me decidí en ir a la tienda de chocolates el sábado por la mañana para ver en qué había terminado el problema.

La locura de las compras del fin de semana hacían imposible hallar a alguien entre tanta gente. La tienda era tan grande que ocupaba casi una cuadra y no tenía idea de por dónde empezar a buscar cuando vi a la edecán, una de sus tantas novias. Me ajusté el bolso bajo el brazo. Ella debía saber qué pasó, así que me acerqué para tocarle el hombro por la espalda. Hizo volar su cabello a un lado y me golpeó el rostro con las puntas. Me miró desde arriba de la nariz, como si nunca hubiera visto algo más insignificante.

Aaah, hola. Oye, soy amiga de Tyler. E-el otro día tuve un... quiero decir, él tuvo un problema aquí en la tienda. ¿Sabes dónde puedo encontrar al guardia?

Entrecerró la mirada de pestañas apelmazadas con rímel, estudiándome. Frunció los labios bañados en brillo antes de decir–. ¿Eres fan de Demencia Total?

–Ah, no. Solo soy amiga de Tyler.

–Oye, ¿no eres tú la de la blusa rota?

Asentí, aunque ella ya se enfocaba en otra cosa detrás de mí. Alzó la mano para saludar con una sonrisa bien abierta a un chico moreno de voz altisonante que le gritó «¡Girlfriend!», y se olvidó completamente de que había estado hablando conmigo. Entonces el chorro de la fuente de chocolate en una mesa surgió con la fuerza de un géiser y la dejó chillando como rata enlodada. Bueno, no, eso pasó solo en mi mente, pero hubiera sido tan genial que sucediera en la vida real. Mis hombros cayeron ante el gentío. Exploré el lugar en busca del señor con pocos ánimos. Fui a la cafetería, a los baños y nada. Me di por vencida y mejor tomé una tableta del chocolate más amargo de la tienda. La serotonina me haría sentir mejor. Esperaba mi lugar en la fila para pagar y buscaba mi cartera en mi bolso cuando escuché la voz del guardia.

–Anótalo como cortesía, Maggie.

–Oh. No es necesario, señor –respondí. La cajera sonrió y ató un moño rojo a mi compra. No aceptó mi pago.

–Disculpe, el otro día atrapó a un chico muy alto que se mueve mucho. Uno de pelo largo. Él... bueno, lo conozco y ese día todo fue un mal entendido, porque no se robó nada. Creo que no estaba haciendo eso.

–Llámame Jimmy, por favor –sonrió el señor con brillo en uno de sus ojos. El otro estaba velado por una película delgada y blancuzca. Se veía muy mayor, pero debía estar fuerte y entrenado para someter a Tyler como lo hizo–. Sabes, el cacao es en verdad mucho más amargo de lo que llevas ahí. Le llamaban el alimento de los dioses. Guerreros y nobles mayas lo consumían como una bebida solemne. También se utilizaba en rituales mágicos. Se sigue utilizando, a decir verdad.

Aaah, ¿en serio?

–Atrae el amor. –Me guiñó el ojo y tomó una de mis manos que se electrificó. Los ojos cansados se cerraron y Jimmy inspiró alzando el rostro en concentración–. El dolor sana si lo dejas fluir. –Sacudió los dedos torcidos y sonrió–. Artritis.

Caray, lo que dijo me hizo pensar en lo del embrujo y por un momento creí que iba a leerme la mano o que se refería a mí cuando habló de dolor. Me encaminó a la salida de la tienda, mientras que yo le hacía una descripción completa de Tyler para que supiera a quién me refería. Me abrió la puerta y señaló afuera.

–A tu derecha encontrarás lo que buscas.

–¿A mi dere...?

Ahí, junto a la acera Tyler se recargaba sobre su motocicleta, abstraído en una pequeña tarjeta de presentación.

–¿Cómo supo que lo busc...?

–Ya no puedo ver algunas cosas, pero lo invisible está ahí –dijo antes de hacerme una señal con los dedos para que lo esperara. Volvió con una cajita rosa de moño plateado–. Tyler olvidó esto y este otro es para Pilar. Dile que pase a verme cuando venga.

¿El señor conoce a mi mamá?

Me acerqué a Tyler que ya me había visto. Se llevó la mano con la tarjeta a algún bolsillo dentro de su chamarra, pero torpemente la tiró. Vociferó una maldición antes de recogerla y alzó una mano para despedirse del guardia y gritarle–: ¡Gracias, Jimmy!

¿Sonreía?

–Oye, perdón por lo de tu blusa –me dijo.

–Estamos a mano. Ten. El guardia te manda esto.

Se enderezó para recibir la caja como si se cuadrara ante un general.

–Y supongo que te hiciste amigo del guardia.

Tyler resopló con los labios–. ¡Nooo!

–¿No? Pero te regala chocolates. ¿Lo conoce tu hermana?

–No, mi hermana no lo conoce y la verdad no sé cómo supo de los chocolates para Fany.

–¿De los chocolates para Fany?

–Fany me pide un chocolate por cada leperada que digo y justo le debo cuatro.

–¡Guau! ¿No se le han picado los dientes todavía?

Tyler alzó una ceja enchuecando la boca para contenerse de reír. Uy, sexy.

–¡No lo sé! –respondió él–. Oye, qué mordaz estás hoy. ¿Era tu blusa favorita?

Sobé el listón rojo que supuestamente me protegía contra esta sensación en mi vientre. La verdad ya nada más lo cargaba porque se veía lindo, las mariposas borrachas seguían allí. ¿Será que solo funciona si creo que funciona? ¡Uta!, estoy perdida.

–Llamaré al guardia –dije en broma.

Tyler explotó en una carcajada–. ¡Nooo! No, por favor. –Y reía tan increíble. Tenía la risa perfecta: musical, viril.

–Ese guardia no es un guardia en realidad –aclaró.

–¿No?

Deja de sonreír Tyler Vane, dame otro punto para poner los ojos lejos de tus labios.

–Naaa. ¿Has escuchado de Jimmy de la T?

–¿Jimmy de la T? ¿El que cantaba "El camino perdido"?

El que ahora Tyler alzara ambas cejas era bueno porque evitaba que le siguiera mirando la boca. ¿Estaba sorprendido? Mi mamá adoraba esa canción. Papá la ponía cada que lavaba el carro o cada que arreglaba algo en la casa solo para darle gusto a ella. Jazz y yo nos la sabíamos de memoria.

–Sí, y no puedo creer que de verdad conozcas esa rola.

Alcé los hombros llena de orgullo por mi extenso conocimiento del músico, que se limitaba a esa única canción. Maldición, lo hice sonreír de nuevo.

Tyler señaló la tienda con el brazo–. El guardia «es» Jimmy de la T.

–¡No! ¡En serio!

–¡Sí! Y tiene un pequeño estudio de grabación ahí adentro. ¡Es Jimmy de la T, guardia y el maldito dueño de Cocoa y Ritmo!

Eso explicaba que el señor conociera a mi mamá. El violín de esa canción era de ella. ¿Se lo presumiré a Tyler? Mejor no.

–¿Entonces lo adulaste con tus conocimientos musicales para que te dejara ir? ¡Oye, eso está muy mal!

–Para nada –meneó la cabeza y todo el cabello–. Lo insulte de mil formas. Hoy empecé a hacer servicio comunitario en la cuadra para caer en su gracia.

–Pues yo diría que ya lo lograste, ya que te regala chocolates.

–No –rió–. De verdad que no y no tengo la más remota puta idea de qué mosco le picó, porque es un cabrón.

Me ajusté el bolso y giré para volver al interior, pero Tyler me detuvo agarrando mi muñeca. Cuerpo mío, no hiervas.

–¡Qué!, ¿ya te vas?

–Te hacen falta dos chocolates para tu sobrina.

Me seguía tocando y di gracias a la gruesa sudadera que impedía que me tocara con los dedos, porque si con la protección de la tela sentía que el brazo se me calentaba, sin ésta me dejaría una de esas marcas que resplandecen a la luz negra. Este hechizo estuvo mal elaborado. A mi parecer estaba invertido y yo era la que no podía dejar de querer besarlo, a pesar de todo lo que le sabía.

–¿Siempre tocas con tanta confianza a la gente? –pregunté.

–Solo a las chicas.

–¿Perdón?

–Digo aah... bueno en verdad sí, pero... –musitó otra leperada–. No quise decir eso.

–Apuesto que no. ¿A tu novia no le importa?

–No, porque no tengo novia.

–La chica de las muestras piensa que sí.

–Aah. –Tyler bajó la mirada–. Ella de verdad no es mi novia.

Solo este hombre podría verse atractivo estando nervioso. Esa manzana de Adán saltando en su garganta era una verdadera belleza.

–¿Me sueltas?

–Claro, claro.

El color verde agua en su mirada me empapaba y engullía de múltiples formas. Ahora sí debía irme–. Bueno, te veo luego.

¡Zas! Volvió a pescarme–. Oye, quédate otro rato.

Aaay, cómo me daban ganas de decirle que sí, pero– ¿Para qué?

Se encogió de hombros–. Quiero saber más de ti.

–¿Para?

–Paraaa... averiguar cómo llevarte a mi departamento y meterte mi gran... –Tyler se llevó las manos a la boca–. ¡Puta madre! –Se sonrojó tanto que el contraste de su piel y sus ojos hicieron una mezcla fascinante de colores complementarios, rojo y verde. No me dio tiempo ni de ofenderme, ya que sabía perfectamente cómo terminaría esa oración. En lugar de eso, me carcajeé. Estaba bromeando, ¿verdad?

¿Será que me contestó así por el hechizo? Si era así ¿qué me estaba diciendo? ¿Que se quería acostar conmigo? No sonrías, Mel idiota. Si ya sabes que se quiere acostar con todas. Según esto iba a volverse sincero y sería incapaz de mentirme. Bueno, solo había una forma de comprobar el supuesto «poder» que se me había dado sobre él... Me mordí los labios antes de llevar a cabo un experimento y...

–¿A qué edad dejaste de orinarte en la cama? ¿Ves caricaturas? ¿Tienes alguna fobia? ¿Juguetes? ¿Cuál es tu favorito? ¿Cuándo dejaste de dormir con tus papás? ¿Te sacaron de su cama dándote un osito o qué?

–Dejé de orinarme a los 7 años.

Tyler agrandó los ojos y apretó los labios con tanta fuerza que pareció que la arracada saldría disparada de su boca. Siete años era una edad un poco tardía ¿no? Contuvo la respiración y la cara se le puso como globo a punto de reventar. Se veía que luchaba contra sí mismo, pero inevitablemente exhaló, tomó aire y comenzó a contestar.

–Me gusta Dexter, Dragon Ball y Evangelion. Soy aracnofóbico. Tengo a He-man y a Pantro, y acabo de conseguir el EVA 01 de Shinji con un cuate chino, ese es mi favorito. Dejé de dormir con mis papás a los 6 años. Y no me sacaron de su cama dándome un osito. Se murieron.

¡Plaf! Se llevó la mano a la boca con tanta fuerza que sonó como un bofetón.

Toda la piel se me erizó con la última respuesta y hasta parpadeé varias veces. Fue como un manotazo en defensa propia a mi agresiva curiosidad. ¿Lo que dijo fue en serio? De repente tuve que mirarlo de pies a cabeza para asimilar su frágil confesión. Tyler carraspeó como si se atragantara y se giró hacia su moto. Maldijo tanto entre dientes que la cajita rosa no sería suficiente para cubrir su cuota de majaderías.

–Ya tengo que irme –tosió. Tomó el casco que se le resbaló de las manos y rebotó en el pavimento haciendo la situación aún más incómoda. Fue como si de pronto la arracada en el labio, la ropa negra, el anillo de calavera: todo era un disfraz que le servía de armadura. Y yo la había traspasado. Su mirada se endureció. Me echó un vistazo rápido como si pudiera asesinarme con los ojos y me dio la espalda. Todo el coqueteo se esfumó. Yo había cometido un atraco a su historia, una violación.

Su actitud cambió a la de un animal herido que te teme y muestra los colmillos para alejarte. Ahora sí estaba segura de que el hechizo de la bruja podía volverse peligroso. No estaba segura de poder (o querer) lastimar a alguien así. Y no pude parar de poner el dedo en la llaga.

–¿Cómo los perdiste?

Tyler apretó la mandíbula y alzó el mentón.

–No he perdido nada –dijo montándose a la moto–. Ya me voy.

Pero el vehículo expulsó una nube corrupta y se apagó.

–¿Cómo perdiste a tus padres?

Tyler exhaló con hartazgo, pero respondió.

–Fue un accidente. Un briago se pasó un alto en una intersección. Ya tiene mucho tiempo de eso. Oye, de verdad tengo que irme. Voy tarde a un ensayo y Ric me mata si no me presento. Es peor que una novia.

Yo había perdido a mi papá hacia pocos años y aún me dolía su ausencia. En mi mente se desplegó la imagen de un niño durmiendo entre sus padres, abrazado por su madre. Qué vacía y fría debieron dejar esa cama para él, sin ellos. Era demasiado espacio que llenar...

Retrocedí y apreté los labios para evitar hacerle más preguntas.

–Claro, sí. Yo también debo irme.

No tenía ningún derecho a inmiscuirme en su vida. No éramos amigos y de seguro encontraba extraño tener que responder a mis preguntas. Iba a darse cuenta de que algo no estaba bien. Me volteé para dejarlo al fin, pero en un último remordimiento de consciencia giré hacia él de nuevo. No sé qué demonio, espíritu o cosa del mal me impulsó a cometer un primer error. Culpo a ese breve, pero brutal vistazo que tuve a su intimidad.

–Oye –dije–, tiempo fuera, ¿va? –Saqué mi diario de mi bolso y se lo extendí–. Te debo un vistazo, ¿no?

Se volvió hacia mí y entrecerró los ojos como si se hallara ante la boca abierta de un cocodrilo que lo invitaba a explorarle los dientes. Sonreí con sinceridad para que aceptara mi ofrenda de paz. Yo también tengo mi armadura y este diario tal vez tendría pistas de lo que me guardo, pero no exhibía mi verdad como yo lo acababa de exponer a él. 

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