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Capítulo 8

Ángelo lo llevó hacia su improvisado campamento, todo el camino lo arrastró y, al llegar, lo liberó de sus telas lentamente. Castel se levantó y rápidamente fue por un cambio de ropa, al regresar de los pastizales vio que el morocho estaba mirando cada cosa que tomó de las quintas.

—Te escucho —comentó girando hacia él. Ángelo sólo parecía ser dos o tres años mayor que él, pero era realmente intimidante, sin mencionar lo que le había hecho a su pulgar. Bajo la uña la sangre comenzaba a tomar un color morado.

—No tengo familia, ganaba dinero haciendo espectáculos en la calle pero me metí con la gente equivocada. La mujer de la que te hablé... Ella me está cazando, la contrataron para matarme —le explicó de manera calmada, la mirada fija de Vega provocaba sus nervios, pero hizo un esfuerzo para controlarlos.

—Mi superior debe saber algo sobre esa mujer, vámonos. Luego devolverás todo lo que tomaste.

—¿Devolver? —preguntó mirando a su alrededor, había tomado muchas cosas. Hasta una hielera donde tenía el resto de carne de ternera.

—Mi auto está a 2 kilómetros de aquí. Te quedarás en la Casa Septimus mientras solucionamos tu problema.

Mierda, si revisan mis datos puede que descubran quién soy. Pero no puedo resistirme y no tengo oportunidad contra un Vega... volveré a mojar mis pantalones, pensó el rubio. Suspiró ya que no se le ocurrió nada para librarse, así que acompañó a Ángelo en silencio.

Luego de juntar todas las cosas que había tomado, incluso la tienda de campamento, él encerró todas las cosas dentro de una burbuja de un tamaño considerable para luego levantarla, dejando una marca circular en la tierra.

—Puedo llevarnos volando —propuso, así le demostraría a Ángelo que no era débil, aunque recibió una negativa por parte del morocho.

—Prefiero caminar.

—Son 2 kilómetros...

—Eso no es nada para mí, hago 10 kilómetros diarios —comentó con una sonrisa.

Debido a eso él se propuso empezar con la caminata. Sin embargo, en el trayecto, sus pies terminaron llenos de espinas y muy adoloridos. Caminar descalzo por el campo no fue una buena idea.

—¿Quieres descansar? —le preguntó Vega al detenerse—. Estamos a mitad del camino.

—¡¿La mitad?! —exclamó para tambalearse. Él estaba acostumbrado a volar, por lo que subió sobre la burbuja que contenía las cosas que robó. Con su orgullo lastimado, al igual que sus pies, siguió el resto del camino tendido sobre la burbuja hasta el auto.

—Tu poder es muy útil —comentó Ángelo mientras revisaba la guantera. De la misma tomó unas vendas para dárselas al rubio.

—Gracias... —murmuró al bajar la mirada. No se había dado cuenta que, debido a las espinas, sus pies estaban sangrando.

—Sígueme, te llevaré a Septimus —indicó Vega al poner en marcha el auto. Él asintió rápidamente, y utilizando la burbuja, voló a la altura del auto. A unos minutos de viaje logró divisar unos grandes muros delante.

Su curiosidad lo llevó a volar un poco más alto para ver el lugar mejor, sin embargo un extremo de la tela de Vega se envolvió por su tobillo y lo jaló de regreso a la tierra.

—No intentaba escapar, lo juro —dijo rápidamente mientras se sacudía el polvo de su ropa.

—Más te vale, Castel —respondió en un tono serio—. Esta es la casa Septimus, vivo y entreno en este lugar. Ah, espera.

Si, Castel, me llamó por mi nombre artístico, pensó Matías. Entonces quedó paralizado cuando Ángelo se quitó su chaleco rojo para colocarlo sobre su cabeza.

—Usa esto, no mires a nadie a los ojos y sígueme —le ordenó mientras entraron junto al auto. Las grandes puertas de hierro se abrieron ante sus ojos y vio un gran campo con árboles frutales.

—Son manzanos —murmuró, un momento después estacionaron el auto frente a la casa y bajaron. Por su parte Matías bajó las cosas y rompió la burbuja. Luego debería devolver todo lo que tomó.

—¡Al volvió! —escucharon el grito de un niño, entonces los habitantes de la casa se apresuraron para darle la bienvenida. Aunque la presencia del rubio no pasó desapercibida.

—¿Quién es él? —cuestionó otro hombre de la misma edad que Ángelo. Éste tenía el cabello castaño y anteojos—. ¿Un recién llegado? ¡Un nuevo hermano!

—¡No, Benja! —exclamó Vega, pero ya era muy tarde. Cuando un nuevo integrante llegaba a la casa era un motivo para celebrar.

—¿A dónde me llevan? —se preguntó el rubio, quien era empujado por los niños hacia una especie de corral en el jardín trasero de la casa.

—Para pertenecer a esta casa debes encontrar tu lugar en la manada —le dijo el castaño mientras se quitaba los anteojos para dárselos a uno de los niños—. Me llamo Benjamín, tu nombre —demandó saber.

—Castel —contestó mientras se aferraba al chaleco rojo. Algo le daba muy mal presentimiento, los niños observaban mientras él y el otro muchacho estaban dentro del corral.

—Veamos que tienes —murmuró Benjamín al crujir sus nudillos. El castaño se lanzó hacia Matías luego de tomar carrera, el rubio intentó defenderse con una de sus burbujas pero su estómago rugió. Ya había alcanzado su límite.

Antes de que pueda reaccionar, Benjamín ya estaba frente a él con su puño en alto. Sólo alcanzó a protegerse con sus brazos pero el otro lo lanzó unos metros atrás. La tierra y polvo se levantó mientras el dolor se extendía por todo su cuerpo.

—T-Tiene una f-fuerza brutal... —se dijo al levantarse lentamente—. ¿Me rompió l-los brazos?

—¿Eso te dolió? Pero apenas te toqué —comentó Benjamín dando unos pasos hacia él—. Parece que eres más débil que los niños —agregó. Al oír esto los pequeños rodearon a Matías en un segundo y se arrojaron sobre él para golpearlo y morderlo.

—¿Qué está pasando? —escucharon una voz grave y autoritaria. Los niños rápidamente se formaron en una fila al igual que Benjamín. El rubio finalmente pudo levantarse y sacudirse la tierra, debido al ataque terminó con golpes, rasguños y parte de su ropa desgarrada, aunque el chaleco rojo seguía intacto.

—Y yo pensé que eran salvajes —murmuró en un tono burlesco y un segundo después tosió un poco de sangre.

—Es un malentendido señor. Él no es un séptimo hijo —se apresuró a decir Ángelo. Matías dirigió su mirada hacia el hombre que estaba junto a Vega, se trataba de un soldado con una presencia atemorizante y mucho carácter. Debía ser así por la manera en la que los niños se comportan ante su presencia.

—¿Entonces quién es él? —cuestionó al cruzarse de brazos.

—M-Me llamo Castel —respondió el rubio, un poco intimidado por el hombre.

—Es el responsable de los extraños saqueos de las quintas, lo capturé y me dijo que devolvería todo. No tiene familia ni un hogar —le explicó el morocho a su superior.

—Bien. Estará bajo tu cuidado y asegúrate que se disculpe con esas personas —ordenó mientras veía cómo el muchacho rubio limpiaba la sangre de las comisuras de sus labios—. Benjamín y los niños fueron muy rudos con él, debe tener hemorragias internas.

—Lo llevaré a la enfermería —asintió Vega para luego acercarse a Matías y ayudarlo a mantenerse de pie. Él tampoco esperaba que lo dejaran tan mal, mientras el hombre hace que los demás se dispersen.

—Que bienvenida, eh —comentó el muchacho, al ser llevado hacia la gran casa a unos metros de ellos.

—Lo lamento, Castel. Cada vez que alguien nuevo llega a la casa debe participar en una pelea contra los más fuertes, así se determina su lugar en la manada —le explicó Ángelo, aunque la mirada del otro le daba a entender que estaba muy confundido—. Mi unidad se dedica a capturar a séptimos hijos y los traemos aquí para que no dañen a los demás o se lastimen a sí mismos.

—¿Qué son los séptimos hijos? —preguntó, ladeando la cabeza y haciendo suspirar a Ángelo.

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