Capítulo 3
Los días fueron pasando, la libertad que tanto había deseado ahora parecía nuevamente un sueño ya que la mujer lo encontraba donde sea que esté.
Él apenas logró pagar una habitación en un motel de quinta para descansar. Estaba realmente agotado debido a que no consiguió dormir desde hace un par de noches, todo a causa de la mercenaria. Ella por el contrario parecía imparable.
—Muy... cómodo... —susurró al arrojarse sobre el colchón. Sus ojos se cerraron en segundos debido al cansancio.
—No eres muy bueno escondiéndote —le dijo ella a unos centímetros de su oído. Él abrió los ojos de repente, encontrándose con el rostro de la mercenaria muy cerca del suyo—. ¿Vas a correr de nuevo con tu esfera, pequeño hámster?
No pudo responder o siquiera hacer algo al respecto porque ella inyectó algo en su cuello, debió cerrar los ojos debido a la gran aguja que causó un fuerte dolor y ardor en la zona. La mercenaria seguía sobre él, esperando un poco a que el sedante hiciera efecto mientras el rubio se veía muy agitado.
El pecho del muchacho subía y bajaba, tal vez por el susto. Pero ella, lejos de sentir culpa, la situación le parecía divertida. Estando sentada sobre él, revisó sus bolsillos para sacar un lápiz labial de tono rojo y comenzó a pintar sus labios. En pocos minutos notablemente vio cómo el cuerpo del muchacho se soltaba y sus ojos se cerraron sin más.
—Ya eres mío —dijo con una media sonrisa para luego sacar dos pares de esposas de los bolsillos de su cinturón. Colocó una en las muñecas y otra en los tobillos para asegurarse que el transporte sea rápido y seguro.
A unas calles del motel se encontraba la camioneta roja de la mercenaria, ella estacionó en un callejón para no llamar la atención de la policía y de los posibles héroes que hacían sus rondas de vigilancia.
—Buenas noticias señor Burjas —Castel escuchó la voz de la mujer como un susurro lejano. Con esfuerzo abrió los ojos, sus párpados estaban muy pesados pero pudo notar que estaba en el asiento trasero de un auto. La mercenaria estaba al volante, hablando por celular—. Su hijo está perfectamente... Lo sé, les prometo que se los devolveré sin un solo rasguño.
Ella corta la llamada para luego mirar el espejo retrovisor, haciendo contacto con ojos azules del muchacho.
—Tranquilo, descansa, te llevaré a casa en primera clase —comentó al regresar la mirada al frente—. No intentes moverte, aunque estés despierto el sedante mantiene relajados los músculos de todo tu cuerpo.
—N-No quiero... ir —respondió apenas.
—Ya quisiera yo tener una familia, padres que se preocupan y me esperan en una mansión —habló en un tono serio—. Valora lo que tienes.
—E-Ese lugar... es una prisión... aunque s-sea de oro —contestó, desesperado por no poder mover siquiera un músculo. ¡Muévete, muévete, muévete!, se ordena a sí mismo pero toda esa voluntad era inútil.
Cerró sus ojos con fuerza, el cansancio y la frustración formaron un nudo en su garganta. Estaba decidido a pelear, por lo que dejó de lamentarse para mirar a su alrededor. Estaba atado de pies y manos con unas cómodas pero muy aseguradas esposas, además estaba rodeado por los cinturones de seguridad de la camioneta.
—No puedo moverme, ¿cómo puedo liberarme? —se preguntó, buscando con la vista algo que pueda usar para ellos. Sin embargo el vehículo era espacioso y olía muy bien—. Los asientos son muy cómodos —susurró, siendo tentado por la extrema comodidad.
Él reunió toda su fuerza de voluntad para superar el cansancio y utilizar su poder. Pensó crear burbujas para cortar sus esposas, sin embargo era mucho más difícil hacerlo sin usar las manos. Empezó a sentir unos extraños cosquilleos a pesar de lo que ella dijo, entonces vio una gran burbuja rodearlo.
¡Si, corta, corta! La burbuja cubrió el asiento, comenzando a cortar el cuero y relleno. El muchacho hizo otro esfuerzo y luego oyó un grito agudo.
—¡Mi auto! —exclamó la mujer y la estructura se sacudió, pues la burbuja ya había cortado también el metal y hierro de la camioneta sin que él pudiera controlarla. De repente el vehículo se separó, fuego y chispas envolvió el lugar. La mercenaria se vio obligada a saltar del auto ya que había perdido el control—. Ese chico —ella debió cubrirse de la explosión de la camioneta y, para el momento de que las llamas retrocedieron, ya no había rastro del muchacho rubio.
La mujer deja el lugar antes de que alguien la vea, al principio creyó que el trabajo sería sencillo, sin embargo, ahora en lugar de estar molesta, se encontraba ansiosa y en espera del siguiente encuentro con su presa.
—Tendré que darle la mala noticia al señor Burjas —suspiró al tomar su celular—. Con o sin el pequeño hámster me siguen pagando así que no tengo ningún apuro en atraparlo.
Por su parte, aún amarrado y adormecido, Matías intenta quitarse el cinturón de seguridad. Luego de escapar volando con parte del asiento trasero, se dejó caer sobre la terraza de un edificio al quedarse sin aire y, para su suerte, los asientos amortiguaron su caída.
—Mierda... ¿Quién e-es ella? —se dijo al sentirse mareado, su visión comenzó a hacerse borrosa mientras que su estómago no paraba de gruñir. Había llegado a su límite y sin más se desmayó.
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