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Capítulo 16

Él no podía despertarse porque estaba sumergido en un profundo sueño debido a la comodidad de la cama. Al girarse para cambiar de posición, su rostro queda contra la suave almohada, sólo le bastó unos segundos para sentir el perfume familiar de las telas. Inmediatamente se levantó, descubriendo que se encontraba en su antigua habitación.

—No, no... —dijo al comenzar a sentir el pánico creciendo—. ¡Estoy soñando, esto es una pesadilla!

—¡Matías! —Sus padres escucharon los gritos, por lo que entraron a la habitación rápidamente. Ambos se abalanzaron hacia él para abrazarlo, dejando al muchacho paralizado. Ellos le decían lo mucho que lo extrañaron en todos esos años, pero en cambio, él se separó de manera brusca.

Todavía no entendía si eso era real o no, no sabía si todavía estaba soñando.

—Cuánto has crecido —dijo su madre mientras le sostenía el rostro—. Tienes un poco de barba.

—¿Cómo llegué aquí?

—El hijo de la familia Barrios te trajo, él nos dijo que te rescató de un incendio. Debimos inventar una mentira para explicar cómo terminaste en ese lugar —contestó la mujer mientras acomodaba su cabello—. Ya estás a salvo, estabas muy lastimado.

—No lo abraces tanto, él dejó la casa y no quiso regresar —comentó su padre. El hombre, que tenía también una cabellera dorada, lo miró con severidad—. Nos obligaste a tomar acciones extremas —murmuró para luego señalar el collar que llevaba puesto.

—¿Y esto? ¡¿No puedo quitármelo?! —exclamó mientras forcejeaba con el mismo. Al tacto parecía ser de metal.

—El collar anula tus poderes, no queríamos llegar a esto pero es la única forma. Esperamos que lo entiendas. —Matías no escuchó las palabras y les ordenó salir de su habitación a todo pulmón, una vez sólo sintió una fuerte presión sobre su pecho.

Todo era real, sin embargo comenzó a dar profundas respiraciones y minutos después logró calmarse. En otro sitio de la casa, la familia Burjas agradecía a Simón por haber traído a su hijo de regreso. Él estaba muy avergonzado, en especial porque su padre estaba presente.

—No tiene que agradecernos, mis hijos son héroes poderosos y ayudan a los demás —comentó el señor Barrios.

—No sabía que tenía otros hijos.

—Yo tampoco lo sabía —habló Simón, mirando a su padre con el ceño fruncido. Luego del comentario la sala se sumerge en un incómodo silencio, los Burjas se miraron entre sí, entonces ven al muchacho ponerse de pie.

—Fue una visita agradable pero debo ir a trabajar —dijo Simón para luego ser escoltado junto a su padre hacia la salida. En todo el camino los Burjas intentaron convencerlo de aceptar la recompensa que ellos le ofrecían, aunque Simón no cambió de opinión.

Ya en camino a casa, padre e hijo tienen una charla en el auto. Debido a su trabajo como bombero rescatista, Simón ha pasado mucho tiempo fuera de casa, por lo que ambos tienen mucho en que ponerse al corriente.

El mayor le pregunta cómo ha estado, qué ha hecho todo ese tiempo, aunque el castaño estaba un poco cansado de sus preguntas. Hasta que le preguntó acerca de su novia.

—¿Cuándo podré darles mi bendición para su casamiento?

—Como si necesitara tu permiso —respondió para luego darle una sonrisa—. Tal vez a fin de año, en su cumpleaños.

De repente el auto se detuvo de golpe, haciendo que ambos casi se golpearan con los asientos delanteros. Antes de que pudieran preguntarle al chofer lo que estaba pasando, notaron que el hombre tenía un hierro atravesando su pecho.

El responsable se encontraba a unos metros del auto, por su figura ellos supieron que era una mujer, sin embargo la máscara que estaba usando ocultaba su identidad. Ella mantenía los brazos levantados para luego bajarlos de golpe, haciendo que una lluvia de hierros caigan sobre el auto, destrozándolo y abriéndose paso entre el metal.

Ella creyó que ese movimiento sería más que suficiente para acabar una familia de aristócratas ricos. Aunque sólo estaba detrás del hijo mayor de los Barrios por haberse entrometido en sus negocios.

Del auto destrozado ella vio témpanos de hielo destrozar el techo, un viento gélido la golpeó mientras que padre e hijo salían del auto junto al cuerpo del chofer. La mujer reconoció su objetivo inmediatamente, un muchacho castaño y de ojos azules así que sacó su arma y disparó repetidas veces hacia él. Pero un hielo mucho más resistente se levantó y los protegió de las balas.

—Será más difícil de lo que pensé —se dijo a sí misma.

Por su parte Simón movió su brazo, creando grandes picos de hielo que se dirigieron hacia la mujer, aunque no alcanzó a tocarla porque esquivó el ataque con agilidad.

—¿Quién es la loca? —se preguntó con los dientes apretados.

—Mujer, ropa negra y roja, poderes de control de metal... Es Iron Hell —murmuró su padre pensativo—. Cuidado, es muy peligrosa.

—¿Qué quiere de nosotros? La maldita mató a Marcos —dijo mientras recostaba el cuerpo del chofer sobre el asfalto—. Papá, quédate atrás. Yo me encargo de-

—¡Abajo! —exclamó el hombre al saltar sobre él, ya que una granada rodó hacia ellos. Evitaron que la explosión lastimara a ambos con el hielo resistente como el diamante, aunque esta vez fue creado por el hombre.

—Es peligroso, vete. Tú no peleas.

—¿Por qué crees que no tengo guardaespaldas? No es la primera vez que me atacan así.

Iron Hell se ocultó detrás de los témpanos de hielo mientras recargaba su arma, debía terminar con ellos rápido antes de que la policía llegara. Incluso cualquier persona chismosa que decidiera ayudarlos con sus poderes era peligrosa.

Ella contó hasta tres antes de volver a atacar, sin embargo, cuando la cuenta regresiva llegó a su fin vio como un gran muro de hielo la rodeó. Rápidamente el cielo se cubrió al momento que las paredes se unieron, creando un gran domo, el hielo era tan grueso que apenas había claridad en el interior.

—¡Carajo! Sabía que tenían poderes pero no a este nivel —maldijo por lo bajo. La temperatura se desplomó dentro del domo, haciendo que ella vea su propio aliento, su traje era cálido pero si la temperatura seguía descendiendo moriría congelada.

Por otro lado, padre e hijo regresaron al auto destrozado, Simón cubrió a su padre con un abrigo mientras él solo tenía una camiseta de mangas cortas. No era necesario que se abrigara ya que tenía invulnerabilidad al frío extremo.

Debido a que lo ayudó a formar el gran domo, las manos de su padre quedaron moradas a causa del frío, aunque luego de abrigarlo el calor regresó nuevamente a sus extremidades.

—No aguantas nada, viejo.

—¡¿Qué cosa?! Aquí hace menos 20 grados aproximadamente —le dijo molesto, entonces escucharon unos disparos cerca de ellos.

Iron Hell vaciaba sus cargadores contra el domo de hielo, pero las balas apenas lo agrietaban. Al quedarse sin balas usó sus explosivos para hacer volar la calle, si no podría destrozar el hielo, ella escaparía por debajo. Sus manos temblaban mientras colocaba las granadas en posición. Sin embargo, luego de la fuerte explosión, al acercarse vio que el hielo rápidamente cubrió la única salida que había hecho.

Cayó de rodillas mientras se abrazaba, el frío calaba hasta sus huesos. Su brazo izquierdo comenzó a endurecerse, ya no podía mover la prótesis al encontrarse congelada. Entonces escuchó los pasos de una persona acercarse.

—Iron Hell, ¿así te haces llamar? —lo escuchó hablar al muchacho, quien se detuvo frente a ella—. ¿Por qué intentas matarnos? —la interrogó al cruzarse de brazos.

—Sólo acábame y ya —ordenó mientras mantenía la cabeza agachada.

—Hay muchas preguntas que debes responder —contestó Simón al colocarle unas esposas, más bien eran precintos de plástico para sujetar las muñecas de la mujer. Él también le quitó la máscara para ver su rostro y luego la subió sobre su espalda. Iron Hell ya no era una amenaza, además estaba sufriendo de una leve hipotermia, debido al frío ella perdió la conciencia pero para entonces Simón comenzó a deshacer el domo de hielo, haciendo que los rayos de sol los bañaran con su calidez.

Tiempo después, Iron Hell despertó dentro una habitación que, para su sorpresa, estaba condicionada para anular sus poderes pues no había nada de metal a su alcance, ni siquiera había electricidad. El techo tenía secciones de vidrio que dejaba entrar la luz natural.

Lentamente se sentó en la cama, notando que ya no tenía su prótesis, además lo que quedaba de su brazo izquierdo estaba vendado. Tocó sus heridas, deduciendo que debieron quitarle otra parte debido a que la carne se congeló junto a la prótesis.

En todos esos años nunca había sido atrapada, se sentía patética, y culpó a Castel por su suerte. Si no hubiera escapado de la casa donde lo tenía sedado, nada de eso hubiera pasado. Aunque también era su culpa, se había descuidado mucho, no pensó en las consecuencias luego de atacar a los Barrios. Se dejó llevar por su enojo y ahora lo estaba pagando.

Unos golpes en la puerta hicieron que levantara la mirada, entonces escuchó como los cerrojos eran abiertos, dejando pasar a Darío junto a su botiquín.

—Hola, ¿cómo te sientes?

—¿Dónde estoy? ¿Qué haces aquí? —demandó a saber mientras él tomaba el asiento al lado de la cama.

—Estás en la prisión de máxima seguridad para mujeres y pensé que te alegrarías de verme —respondió para luego ser derribado por ella, ya en el suelo intentaba ahorcarlo pero era muy difícil hacerlo con una sola mano.

—¡¿Alegrarme?! Te apuñalaste y me hiciste creer que morirías cuando todo el tiempo también podías controlar tu sangre. ¡Imbécil!

—F-Fue lo... primero q-que se... me oc-currió, sino t-te hubieras lle-vado al.. al chico —habló a penas debido a la presión sobre su garganta. Un momento después ella lo soltó y terminó tendida a su lado.

Ya más tranquilos, Darío comenzó a quitar las vendas de su brazo para cambiarlas por otras limpias. Mientras hacía su trabajo ella pensaba en lo que haría a partir de ahora, pensó que su trabajo sólo traía problemas y que ahora podría dormir todo lo que quisiera sin preocuparse que sus enemigos la atacaran. También tendrían tres comidas al día y una excelente atención médica, ¿realmente había perdido algo?.

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