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Capítulo 11

Una molestia en su cuello lo hizo removerse en su lugar, al abrir los ojos una luz blanca lo cegó por un momento hasta que se acostumbró. Lo primero que vio fue a esa mujer sentada a un lado de la cama pues se encontraba en una habitación desconocida.

—Genial... l-los dos t-terminamos en el in-fierno... —se lamentó, entonces soltó un quejido cuando ella comenzó a quitar los vendajes de su cuello.

—Ni para suicidarte eres bueno —comentó en un tono serio, estaba cambiando los vendajes para mantener la herida desinfectada—. Te dije que no morirías.

—Ay, d-duele... ¿Q-Qué pasó?

—No hables —le ordenó. Luego levantó su cabeza para vendar su cuello nuevamente con cuidado, esa zona de su cuerpo ardía y dolía levemente—. Cuando te desmayaste el viento nos llevó a la ciudad, la burbuja se rompió y un paramédico te ayudó. Ese tipo era estúpido pero muy hábil, tenía el poder de control de sangre y detuvo la hemorragia —le explicó. Agregando que, si se hubiera apuñalado un poco más a la derecha, hubiera muerto inmediatamente.

—C-Carajo... —suspiró el rubio al recostar su cabeza por la almohada. Se sintió patético porque tuvo que reunir el coraje que no tenía para destrozar su garganta, sin embargo fue inútil, ella misma lo dijo... ni siquiera es bueno para suicidarse.

—Me sorprendiste, hacer lo que hiciste se requiere de mucha valentía —le dijo ella, sorprendiendo al muchacho.

—¿De v-verdad?

—Ya me habían hablado del poder de la amistad, te hace hacer estupideces —comentó mientras peinaba su cabello con los dedos.

—Lady... ¿T-Tienes ami-gos? —preguntó. Pero la mujer se puso de pie para dejar la habitación en silencio—. Supongo que... e-es un n-no —susurró para sí mismo.

Al quedarse solo, Castel miró con más atención a su alrededor, notando que nuevamente estaba en la habitación de una mansión debido a lo espaciosa que es. Los grandes ventanales estaban abiertos y la cálida luz del sol alcanzaba la cama.

Al girar la cabeza vio unas vías conectadas a su brazo, antes no la había sentido porque su cuerpo se encontraba un poco adormecido. Intentó mover su otro brazo, sin embargo su cuerpo no respondía.

Mierda, ella seguramente me sedó. Eso explicaría porqué no estoy atado, se dijo a sí mismo mientras llevaba su vista hacia el techo.

Los minutos pasaron y sin darse cuenta se había quedado dormido. Pero la voz de la mercenaria lo despertó, viendo que traía una bandeja en sus manos. Él la veía extraña y no sabía lo que era, hasta que finalmente se dio cuenta que ella no estaba usando su traje de combate. Sino que usaba ropa más casual, unos pantalones negros sueltos y una musculosa gris, la cual dejaba al descubierto el brazo metálico en su totalidad.

Castel guardó silencio mientras miraba la prótesis. Ahora sabía que había cortado también parte del antebrazo.

—Hora del almuerzo.

—No p-puedo comer... Estoy m-muy drogado —dijo sin siquiera atreverse a mirar la comida. Estaba muriendo por dentro porque el delicioso aroma llegó hasta su nariz y su estómago rugió. ¿Cuánto más seguirá torturándome?, se preguntó con lágrimas en sus ojos.

—No exageres, son analgésicos para calmar el dolor —respondió luego de rodar los ojos.

—¿Entonces por qué no puedo moverme? —cuestionó mientras ella se sentó al borde de la cama luego de sentarlo y acomodar las almohadas detrás de él.

—Seguro es porque ya eres un buen niño —soltó al sonreír, era la primera vez que Castel veía a la mercenaria sin su mirada seria o enojada—. Tenerte así tiene sus desventajas, debo darte de comer —agregó al acercar el tenedor con un trozo de carne jugosa.

—Ya q-que —él abrió la boca pues estaba muy hambriento, pero rápidamente soltó un grito al quemarse la lengua—. Ah, es-tá c-caliente.

—Debí enfriar el bocado primero.

—Claro... e-eso es o-obvio. Nunca l-le diste de... comer a n-nadie, s-significa... que n-no tienes hijos-

Ella lo calla llenando su boca con un trozo de papa asada y otro de carne. Ja, ya sé algo de ella, se dijo el rubio mientras masticaba.

—Te dije que no hablaras —le recordó, llenando las mejillas del muchacho nuevamente luego de que tragara.

—P-Pero... ¡Agr! ¡Ah! —él comenzó a atragantarse porque la mujer no era para nada cuidadosa. Tal vez era la primera vez en su vida que cuidaba de alguien más.

—Que inútil —lo regañó—. Toma un poco de agua —comentó al dejar el plato de lado y acercó un vaso de agua a su boca.

Luego de beber lentamente, pudo recuperarse y vio a la mujer con el ceño fruncido. Ella simplemente subió y bajó los hombros para darle de comer nuevamente.

Con el paso de los días se estableció una extraña rutina, la mercenaria siempre venía a cambiar sus vendajes y a darle de comer. Para suerte del rubio, ya era más cuidadosa y no volvió a quemarse o atragantarse. Sin embargo Castel estaba muy aburrido, intentaba entablar una conversación con ella pero no respondía sus preguntas o simplemente evadía el tema.

—Y... ¿la chica que me ayuda con mis necesidades está cerca? Quiero hacer del uno.

—Es su día libre.

—Eso explica el pañal... Que humillante —comentó mientras rodaba los ojos. Ella iba a burlarse, aunque fue la que debió colocarle ese pañal para adulto y debió cuidarlo todo ese tiempo. Era igual de humillante para ambos—. Mi voz está mejor y la herida seguramente ya no duele, ¿podrías dejar de sedarme? Lo suficiente como para ir al baño solo.

—No —respondió simplemente, haciendo bufar al rubio.

—Carajo, estoy cansado de estar en esta cam-

—Come y deja de quejarte —le ordenó al acercar la cuchara repleta de yogur y cereal.

—Mmm, esstas m-muy enojada tam temprano —dijo con la boca llena pues apenas eran las 8 de la mañana.

Ella no respondió, como era de costumbre, y salió de la habitación luego de que el muchacho acabara con su desayuno. Luego de cerrar la puerta con llave, un mal movimiento de su prótesis hizo que arrojara el tazón de porcelana. Le pareció muy extraño hasta que notó su piel enrojecida alrededor del metal, había ignorado el dolor los últimos días hasta ese momento.

—Debería ver un médico —murmuró mientras caminaba por los pasillos con los trozos de porcelana en sus manos—. Hola, necesito una cita —le dijo a la mujer que atendió su llamada, era el consultorio del doctor que le colocó la prótesis.

Lo lamento, no podemos dar citas porque el doctor está de vacaciones —la escuchó decir, entonces cortó la llamada inmediatamente.

—Es una jodida broma... Ni los calmantes que tomé funcionan —maldijo para luego destrozar la mesada de la cocina con un golpe de la prótesis. En ese momento un papelito voló frente a ella, el cual debió caer del refrigerador donde coloca las cosas que debe recordar.

"Llámame si necesitas algo" decía la pequeña nota con un número celular debajo. Ella inmediatamente recordó de quien se trataba, era el hombre que ayudó al muchacho para que no se desangre. Sin pensarlo mucho, marcó al número y escuchó una voz grave del otro lado de la línea.

—Necesito de tus servicios ahora, te enviaré la dirección, ven solo. Sin preguntas. A cambio te pagaré muy bien —le dijo, escuchando balbuceos incomprensibles del otro lado. Sin esperar alguna respuesta cortó la llamada y envió al dirección. Estaba consciente de que era muy arriesgado llamar a un desconocido a ese lugar, pero los dolores eran cada vez más intensos.

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