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CAPITULO 1

Me levanté temprano, para ser uno de los primeros en conseguir los productos que recibe la bodega de suministros por la mañana del primer día de cada vez. Mi mamá es la que iba por ellos, pero desde que la condición de mi hermana empezó a empeorar, decidí ayudar a mi madre en todo lo que pudiera para seguir adelante sin descuidar a mi pequeña hermana ni un segundo.

Me puse una sudadera gris encima de mi camisa negra de manga corta, luego unos vaqueros azules que estaban un poco descoloridos; y por último, unas zapatillas tenis converse que me había regalado nuestra vecina de cumpleaños. Luego crucé la ventana que daba a la puerta de incendios para poder bajar por ahí, ya que por las horas mas tempranas del día, siempre por las escaleras del edificio en el que vivíamos había un hombre degenerado que veía a los niños que bajaban y subían las escaleras, y esa... no es la sensación más agradable, digo yo.

Después de bajar por las escaleras, fui al patio de atrás del edificio, y saqué de entre varias lonas viejas y ladrillos partidos un pequeño carrito de supermercado. Ese carrito lo manteníamos escondido porque la gente más "humilde" no dudaba en robarse cualquier cosa que le sirviera para juntar más suministros, ya que si uno no tomaba los suministros en sus primeras horas de llegada, todos debían ir a obtenerlos en los mal llamados "Centros de Cambio". Siendo honesto, cualquiera incluyéndome a mí preferiría perder algún riñón al intentar tomar los suministros en las primeras horas desde que llegaron de la superficie a tener que ir a un Centro de Cambio.

Salí del patio arrastrando mi carrito con las fuerzas que tenía, pero me era difícil caminar por las calles sin sentir el deseo de cerrar los ojos y tirarme en el suelo para poder dormir un ratito más. A pesar de mi poca resistencia al sueño, seguí caminando hasta llegar a la gran bodega donde se almacenaban todos los recursos que provenían de la superficie.

Mientras iba a la bodega, pasé por el centro de la ciudad, donde había una gran cantidad de bazares y pequeños mercados. El centro era el lugar perfecto para cualquiera que quisiera obtener algún artículo sumamente barato y accesible, pero era un gran riesgo porque la mayoría de los productos que de venden se encuentran casi siempre por sus últimos días antes de su vencimiento; pero con la necesidad, a nadie le importaba eso si es que el producto servía y se conseguía en el momento más oportuno.

Pasé entre varios puestos en donde la gente transitaba sin cesar. Era la hora pico del tránsito de peatones, por lo que era muy difícil moverse entre tanta gente. Saludaba a cada vendedor que conocía, no recordaba sus nombres, pero era muy bueno para reconocerlos de rostro. Mientras caminaba, pasé por el gran y gigantesco edificio CASSS, que en realidad nadie sabía por qué se llamaba «CASSS», pero eso era lo único que decía una placa junto a la puerta de entrada. Era de 30 pisos, es decir, era de más de 90 metros de alto; además, se contaban los casi 40 metros que había de la azotea a la superficie, la que en ese entonces creí que nunca podría ver.

Ese edificio, su larga antena y una larga cuerda era lo único que se interponía centre cualquiera que tratara de subir a la superficie. Según han contado nadie ha podido llegar a la sima, o al menos eso es lo que han visto.

El cómo terminó ese edificio y por qué estaba ahí se fue olvidando lentamente de la memoria de los pobladores, pero mi madre me había contado que ese edificio significa todo el coraje, fuerza, valor, y todo lo que debe tener cualquier persona que en serio quiera volver a la superficie. Pues, según se ha rumoreado que la superficie es un cielo, donde cualquier persona tiene dinero, terrenos, y cualquier cosa vana que se le ocurriera a uno. Era el paraíso para nosotros, pero nadie lo sabía con certeza al no saber siquiera si uno ha podido subir y vivir para contarlo en algún futuro.

La atención que le presté fue momentánea, pues ya casi no podía salir al tener que cuidar a mi hermana. Tenía que cuidarla, darle sus medicamentos y ayudarla en todo lo necesario en casa, y mi madre salía a trabajar en una pequeña sastrería para reparar prendas desgastadas, rotas, e incluso hacían donaciones de ropas para los niños y recién nacidos de toda la ciudad.

Caminé unos minutos más por las calles, hasta que llegué a la Gran Bodega. No había nadie cerca o nadie formado, eso fue algo inquietante como bueno. Me dirigí a la ventanilla del guardia que protegía la entrada a la Gran Bodega.

—¡Hola Pequeño! ¡Qué se te ofrece! —me preguntó el guardia.

—Vine por mis provisiones quincenales, y si no fuera una molestia pedir que me las entregaran...

—¡Claro! ¿A nombre dé?

—Cooper, Kendall Cooper —respondí.

El guardia sacó un sujetapapeles, en el cual habían muchas hojas con todos los nombres de las personas que fueron registradas para recibir provisiones. Antes yo no tenía mis provisiones personales, pero al haber cumplido 14 años y ser ya un adolescente, según las normas de la ciudad ya podía recibir mis propias provisiones.

Pude haber pedido las de mi madre, pero esas se podían tomar hasta el penúltimo día del mes para poder pedirlas, porque después de eso, todo suministro que no haya sido recogido se mezclará con otros para hacer más paquetes de suministros. Tanto triste como favorecedor.

El guardia tenía mis provisiones en la mano, y para dármelas simplemente debía confirmar que era yo quien pedía las provisiones. Puse mi dedo índice hacia abajo sobre una placa rectangular de metal, de la cual salió una pequeña aguja que me pinchó el dedo. Luego, una cubierta de metal se puso encima de la placa para analizar la gota de sangre, arrojando si era o no era el dueño de las provisiones.

En mi caso arrojó positivo. De inmediato me entregaron mis provisiones poniéndolas en mi carrito. Me despedí del guardia y me fui lo más discreto que me fue posible, pero antes de marcharme, le pedí al policía que apuntara las provisiones de mi madre en la lista de fecha abierta, para poder ir por ellos en cualquier día del mes antes de la próxima entrega de provisiones. Todas las que sen encontraban en la lista de fecha abierta, eran separadas de todas las demás colocándolas en contenedores grandes en el fondo de la bodega.

Pasé por todo el camino de regreso, pero mientras iba hacia el departamento, algo muy inusual me pasó. Mientras iba por las calles, me encontré con varios guardias armados por las calles, y estaban por todas partes. Estaban junto a los puestos, por las calles sumamente transitadas, e incluso por el edificio CASSS. Cada guardia miraba de una manera amenazadora a cada poblador, como si quisieran sembrar el miedo en nosotros.

Estaba llegando al edificio. En vez de entrar por la puerta principal, fui a la parte de atrás del edificio. Escondí el carrito de nuevo tras los contenedores y bolsas de basura, sacando los paquetes y cajas antes de esconderlo. Luego, con un pequeño elevador de servicio que había instalado afuera fui subiendo cada cosa hasta el piso en donde estaba nuestro departamento. Después, subí la escalera de incendios y metí todos los paquetes adentro.

Originalmente iba a subir por la entrada principal, pero vi que alrededor de la entrada estaba el sujeto acosador de niños, así como varios vagos sin hogar que solo se dedican a molestar y a robarle a los que tienen recursos pero no tienen seguridad. Y para evitar volverme la primera víctima de la mañana, le di la vuelta al edificio.

Mi madre ya estaba despierta preparando algo de desayunar con lo último que quedaban de las provisiones anteriores, y mi hermana estaba acostada soportando la incesante tos que tenía. Saludé a mi hermanita dándole un beso en la frente, luego saludé a mi mamá dándole un beso en la mejilla.

Le comenté que fui por mis suministros dejando los suyos en fecha abierta para recogerlos luego. Esa noticia tanto le agradó como la incomodó, pues no confiaba en seguir guardando los suministros en fecha abierta por temor a que se pierdan y no se puedan recuperar.

Pasaron las primeras horas de la mañana, y la gente que transitaba por las calles para ir por sus suministros aumentaba cada vez más. Me sentí muy afortunado al ser el primero en tomar sus recursos, pero sentía mucha lástima oír todos aquellos que seguramente necesitaban más esas provisiones y que, seguramente no iban a poder reclamarlas a estas horas.

La gente que simplemente no consiguió sus provisiones, ya iba con cajas, carrito como el mío, o incluso en carretillas con las cosas bien amarradas directo a los Centros de Cambio. Su nombre ya lo dice todo, en mi opinión.

Nosotros no hemos tenido que recurrir a ir a un Centro de Cambio para conseguir comida, agua, dinero, las medicinas para mi hermana, o vales para obtener otros recursos, pero nunca hemos dejado de estar preparados para conseguir siquiera algo necesario en algún Centro de Cambio.

Mientras todos los demás se dirigían a la Gran Bodega o a los Centros de Cambio, nosotros permanecíamos adentro de nuestro departamento esperando, pues casi no salía al tener que cuidar a mi hermanita y ayudar a mi mamá. Para no aburrirme, me sentaba a la orilla del respaldo de mi cama y leía algunos de los libros que hace casi 50 años fueron los que a la gente (los adolescentes, más bien) les gustaba: La saga de los Juegos del Hambre,  La saga de Divergente, Los primeros dos libros de la saga de Percy Jackson, etc.

Aunque, sólo había una cosa que me distraía de todo el mundo exterior, y era pasar el tiempo con mi mejor amiga, de hecho mi única amiga. Su nombre es Jessie Milton, o al menos eso fue lo que decía la nota que iba con ella la vez que mi mamá la encontró en la calle.

Yo soy dos años mayor que ella, pero parecía muy grande para su edad. Cuando mi mamá la encontró, la cuido hasta que cumplió los 6 años, pues según la nota ya era una bebé de dos años. Jessie escapó de la casa y se crió en las calles, pero siempre venía a la casa para estar con nosotros. Se subía por la escalera de incendios y se quedaba afuera a platicar conmigo y con mi hermanita. A veces, cuando mi mamá se sentía mal por el hecho de que me quedara ahí a cuidar a Molly, salía con Jessie para pasear por la ciudad, mirar todo desde los puentes peatonales más altos que se hubieran construido, ir por los barrios no tan destruidos para gozar de tranquilidad, e incluso a un edificio abandonado al oeste del edificio CASSS en donde se hacían fiestas nocturnas, pero fue clausurado, y ahora, es una montaña aplicada de ladrillos en donde la gente descarga su frustración, ira o diversión destrozando más el lugar.

Jessie y yo siempre gozábamos de la compañía del otro, como si fuéramos hermanos, pero nunca la dejé de considerar una amiga. Siempre tenía ese lado osado, carismático, comprensivo, simplemente era la chica que tenía todo lo necesario para dar la chica perfecta. Ella me recordaba mucho a Annabeth de Percy Jackson. Seguramente dirían que la sobrestimaba, pero era la verdad.

Esa mañana, Jessie volvió a aparecer por la escalera de incendios como acostumbraba. Primero, saludó a mi hermana acercándose a su cama dándole un breve abrazo, luego fue con mi mamá a saludarla con un abrazo. Luego fue conmigo y me estrechó su mano.

Después de que llegó, se quedó con nosotros casi una hora comentando que intentó pedir unas provisiones, pero que de nuevo los guardias le habían dicho que hasta cumpliera los 14. Yo ya iba por los 15, y ella aún tenía 13, y las leyes de la Gran Bodega son, que para poder tener derecho a un paquete de suministros mensual se debían cumplir mínimo los 14 años. El no tener recursos propios era algo que frustraba mucho a Jessie, pero siempre los vecinos y los dueños de los del centro de la ciudad le regalaban algo, ya fuera por compasión o porque simplemente les agradaba.

Después de haber pasado un rato, mi madre nos dijo que saliéramos afuera a pasear y a disfrutar de las pocas cosas que habían en la ciudad. Quisimos resistir, pero para no hacerla sentir mal aceptamos. Luego, salimos por la escalera de incendios y nos marchamos.

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