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Mi madre...

Muchas cosas raras habían pasado ante mis ojos ese día, como Lilian Potter con el cabello morado, Filch con una peluca llena de trenzas escuchando a Bob Marley junto a su condenada gata, y aún así se me hacía rara la escena ante mi.

—Bebote de mamá, cosita bella, ¿Quién es mi amorcito? Tú lo eres, bebé, tú lo eres.

Adela hablaba en tono meloso al enorme perro llamado Frodo mientras ambos se revolcaban en el pasto. Hagrid estaba a un lado sonriendo. Yo estaba un poco lejos con cara de traumada.

Como ella no me hablaba, decidí por hacer de que eso no sucedía e iba junto a ella a todas partes, fingiendo que no la seguía cual acosadora en realidad. No hice eso con Albus o Scorpius porque... Um, bueno... Digamos que con ellos la cosa está peor.

Llevé mi batido de frutilla a mi boca y bebí lentamente mientras seguía viendo cómo ese enorme perro llenaba de pelos y baba a mi prima.

—Malfoy —llamó alguien y lo miré de reojo.

Era un Slytherin que... que no es relevante y eso explica por qué no sé su nombre.

— ¿Ajá?

—Hay una carta para ti en la sala común.

Alcé una ceja—. Eso no...

—Ya lo se, pero tiene tu nombre y el de tu hermano.

Dejé de prestarle atención al pajarito que pasaba casualmente ante mi.

— ¿Quién la manda?

—Bueno, pues creo que es tu padre...

Le dejé mi vaso de batido medio lleno y salí disparada hacia las mazmorras.

Papá no manda cartas así, tal vez Scorpius, como el idiota que es, la dejó olvidada ahí. Zopenco, ¿Y si decía algo importante? La dejó a la vista de todos.

Una vez en la sala común, todos me abrieron paso, y yo fui hacia el escritorio en una esquina, ahí reposaba una carta con lentras elegantes que reconocería en cualquier lugar.

Fruncí el ceño mientras la abría.

Mis ojos volaron rápidamente por ella, abriéndose cada vez más, luego me volteé bruscamente y corrí a mi habitación.

Debo leer esto a solas.

— ¡Fuera! —demandé a las chicas y ellas obedecieron sin rechistar.

Eché el cerrojo y me lancé a mi cama respirando hondo.

Volví a subir la carta a la altura de mis ojos.

Hijos.

Lo más probable es que lean esto juntos, por más que el plan era que la carta vaya en exclusiva para Scorpius.

No encuentro otra forma decirlo, niños, hay que ser directos.

Su madre no se encuentra bien. Ha vuelto a recaer. Últimamente ha estado muy débil y cada vez parece ponerse más pálida.

Tuvimos que volver al tratamiento.

Dejé de leer para respirar hondo nuevamente, con los ojos cerrados. Un peso apareció en mi pecho.

Una vez me sentí preparada, seguí leyendo.

Y aunque todos los doctores aseguren que esto le ayuda, no puedo verla así, postrada en la cama, sonriendo aún como si todo estuviese bien. Me pone de los nervios.

No veo lo bueno al ocultárselo, por ello decido informárselos. Que ella no está bien y que espera impaciente a las fiestas para poder verlos, además asegura que estará en excelentes condiciones para cuando eso llegue.

Y en fin, con deseos que su madre se recupere, y esperando no haber sido tan... Bueno, ya saben, no puedo evitarlo.

Éxitos, hijos, hasta las fiestas.

La torpe despedida de papá me hizo reír.

Me ardía la nariz mientras mis propias lágrimas mojaban mi cabello y se colaban a mis orejas.

Mamá tenía leucemia. Se la diagnosticaron hace seis años, recuerdo que fue dos días después de que yo ingresara a Hogwarts. Nos aseguramos de que nadie se enterara de ello, a mi me permitieron ir a verla un fin de semana.

Desde entonces sólo había tenido dos caídas preocupantes, y ella había jurado que no volvería a suceder, pero ahí estaba, otra vez...

Mi madre ya no tenía cabello, su largo cabello cuyo color... a decir verdad admito que es, tan sólo un poco, pelirrojo, se había perdido gracias a fuertes sesiones de quimio, y ella ahora usaba una peluca, porque recuerdo que había llorado toda la noche al perder su cabello, que papá no soportó verla así y fue a comprarle la mejor peluca que había.

Sollocé tapándome la boca.

Lo que más me dolería en esta vida, es que una maldita enfermedad me arrebatara a mi mamá, y que yo no pueda hacer algo al respecto.

Tal vez por eso experimentaba en pociones. Por eso me empeñaba en leer cada uno de los libros, buscando una cura que ni los magos ni los muggles habían conseguido aún.

Me la imaginé postrada en la cama, delgada y pálida, sonriéndome, diciéndome que estaba bien, cuando obviamente no era así. Y yo me sentí enferma.

Ahogué un lamento contra mi almohada, de más estaba enterada de que algunas chismosas intentaban escucharme a través de la puerta.

Me quedé dormida en esa posición, y cuando desperté, alguien aporreaba la puerta.

Froté mis ojos y la puerta de repente se abrió.

—Te dije que un alohomora bastaba...

— ¡No me interesa! —Adela bramó—. ¡Fuera!

— ¡Pero también es nuestra...!

La puerta volvió a cerrarse.

Adela me miró, titubeo y comenzó a maldecir en todos los idiomas.

— ¡Jodido Scorpius! ¡Jodida Cassiopeia! ¡Jodida leucemia! —avanzó hacia mi—. Nuevamente, sin necesidad de disculpas, me obligas a estar contigo.

Mis labios temblaron en una pequeña sonrisa.

—Es el efecto Malfoy.

—Dios, Cass, estás del asco cariño —tomó una caja de pañuelos de su baúl  y me los tendió.

Tomé uno y limpié mi nariz sonoramente.

Me quedé mirando el pañuelo sucio un minuto, luego dije en voz baja.

—Ella está mal...

—Ya lo se —admitio—. Scorpius me lo dijo.

— ¿Va a morir? —no se si se lo preguntaba a ella, si me lo preguntaba a mí misma o lo afirmaba.

— ¡Merlín! ¡No digas eso! —se abalanzó para abrazarme—. No Cassiopeia, no va a morir.

—Pero puede pasar —volví a sentir las lágrimas en mis ojos—. Es posible, siempre es posible.

—Maldita sea, no sabes lo extraño que es verte así —me aplastó contra su pecho—. No se qué hacer, no todos los días debes consolar a Cassiopeia Malfoy.

Reí —. Incluso suena extraño.

—Lo se. No se si lo notas, pero estoy un tanto desesperada...

La rodee con los brazos —. Vas bien, Ady, supongo.

—Oh Satanás, me has dicho Ady, esto va mal... Necesitas carbohidratos.

—No puedo, Madame Pomfrey dijo... —se apartó y me miró con una ceja en alto—. Uh, cierto, yo la odio y no cumplo sus reglas... ¿Un poco?

—Y, por favor, deja de llorar.

—Eso es también lo que quiero —sonreí tomando otro pañuelo —. Pero no puedo evitarlo.

—Entonces sigue hasta que ya no quieras hacerlo, no importa que sea raro... Lo necesitas, Cassie.

Ella se levantó, yo tomé su brazo.

— ¿Me perdonas, Ady?

Hizo una mueca—. Nunca tengo opción, siempre te perdono... Y no es a mi a quien debes pedirle perdón.

Asentí soltándola.

—Y ya deja de llamarme Ady, es tétrico y cursi.

—Oh Ady —exclamé mostrando todos los dientes en una sonrisa.

—He aquí, nuevamente a la Cassiopeia cara de psicópata —dijo satisfecha—. Por ello se gana chocolates.

Mientras comía lo que no debía, pensé en mi madre, y en que lo que menos debía pensar ahora es en cosas negativas. También recordé que tengo sentimientos, y que ellos son más cuando se trata de mi mamá.

Ah, como hora y media después, recordé que eran las doce de la noche, que mañana era lunes y algunas compañeras de cuarto esperaban afuerta, en el frío... A veces hay que apiadarse de esas pobres almas.

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