Miro a la profundidad del oscuro cielo
en que sólo se ven brillar las estrellas
desde la cima del monte a donde veníamos
a caminar en el silencio de los lapiceros
emborronando las tantas libretas
que siempre comprábamos impulsivamente.

Te imagino observando las mismas estrellas,
Cassiopeia, recordándome con los ojos henchidos
de tristeza, y temblándote el labio superior
de esa forma tan tierna como te ocurre
siempre que no logras encerrar la tristeza
de la que siempre has querido huir.

Yo estoy llorando sin intentarlo disimular
en medio de esta fría soledad nocturna
que me atrapa la sombra de los ojos
desde que te fuiste flotando
en el mar de lágrimas que nos dedicamos.
¿Volverás algún día a nuestros abrazos?