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Un día nuevo parte III.

Ojos azules, labios rosados, piel blanca, cabello negro. Esos minutos en los que mis ojos observaron fijamente a los ojos de Cass, los sentí eternos.

Bajé otra vez mi mirada, dejé el plato en el suelo, y me levanté con rapidez. Observé otra vez los ojos de Cass. Eran como hipnóticos, seguía con la sonrisa en su rostro.

Salí rápidamente de la habitación, cerré la puerta,  pegué mi espalda de golpe en ella, y solté el aire que contenía en los pulmones, antes de que Cass dijera algo más. Percibía los pasos adentro de la habitación, como se aproximaban lentamente hacia la puerta. Tal vez buscando el plato que había dejado en el suelo.

Observé la pequeña ventana circular que se situaba en el medio de la puerta. La curiosidad tuvo dominio sobre mí, no sabía si era buena idea, pero quería ver que pasaba adentro de la habitación en ese momento. Así que lo hice, deslicé lentamente la tapa gris que cubría la ventanita y entonces lo volví a ver.

Estaba en la misma posición que antes. Sentado en la cómoda, con las piernas cruzadas, y con el plato metido en el espacio que quedaba entre ellas. Mis ojos siguieron su mano, y el movimiento que hacían las cadenas de sus esposas. Él agarró uno de los panes  y lo subió lentamente hasta sus labios, seguí el movimiento de su mano, sin pestañear. Y entonces cuando eso pasó, cuando su mano llevó sigilosamente el pan hasta sus labios; esos peculiares ojos me observaron otra vez.

Dejé de respirar, lo hice, y aún no sabía el por qué.

Me miraba fijamente, cual depredador analizando a su presa para cazarla. Sus labios se movieron lentamente, como si estuviera diciendo algo, pero no escuchaba nada. Así que procedí a leer sus labios rápidamente, para entender lo que quería decirme.

Lo entendí y quedé pasmada cuando los leí, pues él intentaba decirme "pequeña".

Tras esa acción, sus labios fueron curvados hacia arriba, creando una sonrisa torcida de boca cerrada. Sus sonrisas me hacían sentir muy nerviosa, me quedé viéndola por un instante. Un frio entró por mis pies, y como una electricidad, se desprendió por todo mi cuerpo.

Te sientes en peligro, y a la vez, te sientes segura.

Esa vocecita volvió a hacer presencia en el lado oscuro de mi cerebro. La decidí callar por unos segundos, pero había algo que me atemorizaba y era que lo que me decía, era verdad.

Aún no conocía bien a ese chico . No sabía ni qué había hecho para estar solo en ese cuarto encerrado. Pero sus ojos y su sonrisa—aunque era peculiar y tenebrosa—, me hacían sentir segura. Con mucho esfuerzo despegué mis ojos, de los ojos azules de Cass, cerré la ventana con la tapa que era del mismo tamaño, y empecé el camino de ida, dirigiéndome a las escaleras, para ir a la cocina.

El olor a tocino se acumulaba en los pasillos que daban al gran comedor, pasé por el gran comedor, y luego cuando llegué a la cocina me encontré con un señor Faddei sonriente.

—¡Señorita Alex!, ya la echaba de menos ¿Cómo le fue?—se quitó los guantes de cocina y se dirigió a la nevera para abrirla.

—Muy bien, creo—observé como sus manos sacaban una caja de cartón, con un diseño de naranjas en lo que parecía ser un césped.

—¿Cómo qué cree?—hundió sus cejas pero no apartó la vista de la caja de jugo que sostenía en la mano—acaso pasó algo—decidió finalmente darme una leve mirada desafiante.

—No, ¿Cómo cree?, fue un muy buen trabajo. Cass me cayó muy bien—me esforcé en elevar las comisuras de mis labios.

—¿Ah, si?—caminó hasta la estufa y alzó su brazo libre para abrir uno de los cajones que se encontraban arriba, y sacar dos vasos de cristal.

—Si es muy,—traté de buscar una palabra agradable por unos segundos, sin mover los labios—amable.

Él sonrió y colocó los dos pequeños vasos sobre la mesa—Me alegro que le haya caído muy bien, señorita Alex—agarró un vaso. El liquido anaranjado llenó el vaso en cuestión de segundos hasta un poco más abajo del borde de cristal. Me ofreció el vaso, yo lo acepté creía que era para mí, pero entonces cuando lo llevé directamente a mi boca me detuvo—. No, señorita Alex. Ahorita le serviré a usted. Este es de Cass.

¿Qué? ¿Qué había dicho? ¿Eso significaba que tenía que volver a ir a la habitación de Cass?, lógicamente si, no era una especie de hechicera para trasladar el vaso, desde la cocina, hasta su habitación. Pero la idea de subir otra vez a la habitación de Cass, no me agradaba tanto.

—¿Qué?, ¿Pero ya no había subido a su habitación para llevarle el desayuno?—sostuve el vaso en mi mano.

—Si, pero, ¿Le dio algo de beber?

—N...—traté de hablar pero no me dio tiempo ni de decir la primera bocal de la palabra.

—Por eso, señorita Alex. Cass también en un ser humano. Y como todos tiene que tomar algo, cuando desayune, almuerce, meriende o cene—me interrumpió—Ahora llévele eso a Cass, y baje a desayunar.

Asentí sin hablar y subí otra vez a la habitación de Cass. No podía decirle nada al señor Faddei, y  mucho menos negarme en seguir sus ordenes. Él era mi jefe y si yo quería una buena ganancia, tenía que hacer un trabajo perfecto como cuidadora de Cass.

Respiré mientras volvía a caminar en el extraño pasillo de ambiente diferente. Parecía el escenario perfecto para una película basada en un hospital de terror. Las lamparas que colgaban de la pared, y desprendían por el largo pasillo, una luz tenue amarilla; algunas lamparas estaban averiadas y no podían alumbrar bien el camino, eso hacía ver al lugar más terrorífico.

—Tranquila, Alex. Solamente es un chico de fascinantes ojo azules y comportamiento tétrico. Algo normal que ves todos los días—hablé con un tono de sarcasmo para mi misma; era algo que hacía cuando estaba nerviosa o asustada. Pues ese método que solía usar, me hacía pensar que había alguien más acompañándome, y eso lograba darme un poco de tranquilidad.

Seguí caminando, hasta por fin estar al lado de la puerta de la habitación del extraño chico de ojos azules. Supuse que tenía que hacer lo mismo de antes, esta vez lo había hecho muy bien, siguiendo todas las reglas que había dicho el señor Faddei.

Primero toqué la puerta tres veces, controlando mi nerviosismo, y cuando no escuché nada en respuesta, procedí con el otro paso. Encaje la llave en la puerta, pero cuando la traté de abrir me sorprendí por completo.

Cuando tomé la manilla de la puerta y la empuje con ayuda de la misma, para entrar a la habitación, una mano salió por el espacio que había entre la puerta y el marco de la misma. Pude detallar el metal que la tenía atrapada; mi instinto fue cerrarla de golpe, pero aguarde cuando los dedos de la mano se empezaron a mover de arriba hacia abajo, abriéndola pausadamente como si estuviera señalando o pidiendo algo.

Entonces un recuerdo viajó por mi mente.

Una pequeña Alex, levantando su cabeza para observar a su padre que estaba al frente de la pequeña cocina, moviendo la paleta de madera una y otra vez sobre la sartén, revolviendo lo que sea que cocinaba. Los oídos de su padre sostenían con fuerza dos pequeños auriculares blancos, ella le hablaba para pedir un vaso de agua, pero él no la escuchaba. Entonces ella miró fijamente sus manos, miró la pierna de su padre que estaban justo al lado de ella, y una pequeña idea alumbró su mente.

Pellizcó la pierna del señor, este frunció el ceño y miró a la pequeña para luego abrir su boca, tal vez dejando escapar un regaño; aunque no lo hizo. Ya que antes de que dijera algo, la niña le mostró su mano, y la empezó a abrir y a cerrar lentamente en señal de pedir algo, él alivió el rostro, observó la jarra que estaba en la isla, y mirándola fijamente a los ojos, le preguntó:

—¿Quieres agua?

Ella asintió, y él sonrió.

Así que eso era lo que Cass quería, solamente quería el vaso de jugo que yo tenía en la mano. Miré sus manos fijamente y me atreví a hablarle detrás de la puerta.

—¿Quieres el vaso?—tragué grueso.

Sabía que hablarle no estaba bien, o al menos eso me demostraba el señor Faddei, pero tenía la necesidad de hacerlo; además aunque seguramente solo era una idea tonta y estúpida que recorría mi mente, quería conocerlo mejor, para saber si realmente era peligroso o no. Él solamente volvió a mover la mano, pero esta vez más rápida, como un niño lo haría. Eso logró hacer que me quedara sin paciencia.

—Bien. Toma—llevé el vaso hasta su mano, él lo tomó; su mano desapareció por el espacio en el que había aparecido.

Procedí a cerrar la puerta, pero entonces escuché su voz.

—Gracias, Alex.

Solté la manilla, me había dicho "gracias", y no sabía si era buena idea responder. Aunque tenía unas extrañas ganas de hacerlo, y volver a mirar fijamente a esos ojos azules. Respiré un poco y sin pensarlo abrí la puerta, encontrándome nuevamente con aquel chico.

Sus ojos azules sostuvieron los míos por un segundo. Algo apareció en mí. No era gusto. Mucho menos miedo. Era interés, estaba interesada en conocer más a ese chico.

El chico me dio una sonrisa, que solo duró un par de segundos dibujada en sus labios. Se volvió y se dirigió nuevamente al puesto que había hecho con las sábanas encima de la cómoda, aún tenía el vaso en la mano. Se sentó otra vez con las piernas cruzadas, mordió otro pedazo de pan y bebió un trajo de jugo, sus mejillas se agrandaban un poco cada vez que mordía otro trozo de pan; se veía tan adorable, como un niño pequeño sentado en el patio en la hora de receso. Su cabello liso cubría un poco su frente.

Yo seguía parada en el pasillo, solo me faltaba un paso para entrar en la habitación de Cass. Él no le tomaba mucha importancia, seguía mordiendo el pan, y bebiendo el jugo de naranja, por cada mordisco que daba.

En ese momento me vi como estúpida, ¿Qué pretendía hacer ahí parada?, había pasado un buen tiempo desde que me había dicho "gracias", así que no valía la pena responderle con un "de nada"

Pero entonces subió su mirada, sus ojos azules observaron los míos otra vez con determinación; ese azul era tan profundo, llamativo, intenso. Mis labios se despegaron y deje que escapara la palabra de mi boca.

—De nada, Cass.

Una línea dibujó en sus labios una sencilla y firme sonrisa, sin mostrar los dientes. Mi corazón dejó de palpitar, sentí como el borde de mis labios se curvaron hacia arriba, imitándolo. Movió su mano, me percaté del metal que la tenía atrapada junto a la otra, y reaccioné.

Respiré y volví a la realidad. Las esposas en sus manos, la habitación que estaba cerrada con llave, la pequeña ventana en la puerta, el material con que estaba fabricada la puerta, las reglas. Todo eso giraba alrededor de él, dándome a entender que era realmente peligroso.

Di un paso para atrás, sus ojos tomaban nota de cada movimiento que hacía, hasta que desaparecieron cuando tomé el valor de cerrar la puerta.

Sus ojos eran como un pedazo de queso, para un ratón. Como una luz amarilla proveniente de un faro, para una polilla, o como un hilo de sangre que se expande por el mar, para un tiburón. Eran jodidamente atrayentes.

Bajé otra vez por las escaleras, mis hombros, mis piernas y todo mi cuerpo estaba relajado, no tenso, como la vez anterior. Esta vez estaba mucho más tranquila, pero el interés de conocer a ese chico aún seguía.

Entré por la cocina, ahora me encontraba con el señor Faddei sentado en la silla que estaba delante de la estufa. Tenía un brazo sobre la pequeña mesa circular y sostenía en su mano un elegante celular que se veía mucho más costoso que el simple auto de mi padre; al frente de él un plato que contenía dos panes, un huevo frito y varías piezas de tocino, descansaba sobre el mantel que reposaba en la mesa; también había un vaso de jugo de naranja, un tenedor y un cuchillo a cada lado del plato. A su izquierda de lado diagonal, frente a la silla se encontraba otro plato, con dos huevos, un poco más de tocino y dos panes cuadrados, otro vaso le hacía compañía junto a los utensilios; y en el centro de la mesa había un juego de salero y pimentero muy llamativo.

Se trataba de dos conejos que se sostenían con las patas traseras en una canasta, y mostraban las patas delanteras de frente, un poco más abajo de sus pechos; como lo harían esos animales al pedir comida u olfatear algo; debajo de cada canasta habían unas pequeñas caja de cristal, y dentro de estas se podían ver la sal y la pimienta en gran cantidad. Lo que separaba a los conejos era una rama negra como arrancada de un árbol, que nacía de la parte inferior de ambas canastas; supuse que con eso se agarraba el juego del salero y el pimentero. Quede sorprendida cuando detallé las figuras con la vista, parecía que el pelaje de los animales eran verdaderos, eran muy realistas.

—Tome asiento, señorita Alex—apartó un rato la mirada del móvil para mirarme, y luego volvió a mirarlo.

Me senté en la silla que estaba en compañía con el plato del apetecible desayuno. El señor Faddei colocó el celular a un lado de su plato, tomó un poco de pan, y lo untó en la yema del huevo, cubriendo el mismo del liquido amarillento. Después de morder el trozo de pan volvió a hablar.

—¿Va a desempacarlas?—miró las maletas que estaban en el suelo por un momento.

—Si, en un rato—agarré un pedazo de pan y procedí a untarlo en la yema también.

—Bien, ¿Y luego?

—No sé, creo que saldré a caminar en el jardín para conocer mejor el lugar,—agarré el tenedor y con el mismo, cogí dos pedazos de tocino—al menos que usted tenga otros planes para mí.

—Ah. Bueno, si los tengo—él también tomó su tenedor—. Quería enseñarle una habitación muy importante de la mansión, las otras ya las conoce—llevó a su boca una pieza de tocino—. Lo único que falta por mostrarle es la White room. Lo demás son solo habitaciones para huéspedes, el salón de los ventanales, y el salón de copas. Y después de eso quería mostrarle como darle las pastillas a Cass.

¿White room?, qué era la White room. Tenía un extraño presentimiento acerca del nombre, ya que en español se traducía como "Habitación blanca", por las pastillas también lo veía como extraño, pero ya no me daba tanto miedo, solo curiosidad.

—Bueno, entonces estaré con usted para que me muestre todo eso—bebí un poco de jugo.

Él sonrió, asintió, y continuamos desayunando.

Me acordé que tenía la llave de la habitación de Cass, dejé el pedazo de pan que estaba mordiendo, en el plato y luego lo miré.

—Ah, señor Faddei, tenga—dejé la llave que abría la habitación de Cass, en la mesa.

—Oh, señorita Alex, muchas gracias—colocó tres dedos en la llave, las arrastró un poco hacía él, pero luego pausó y la acerco hasta mí—. Pero estas llaves ahora quedan bajo su responsabilidad.

—¿Qué?, ¿Por qué?—lo miré fijamente, sabía lo que significaba, pero aún no sabía el por qué.

—Señorita Alex, ahora usted es la cuidadora de Cass, es por eso que esta llave, le pertenece a usted.

La agarré y la guarde en el bolsillo de mi pantalón.

—¿Está seguro de esto?, ¿Y si la pierdo?, mire que soy un desastre—lo interrogué.

—Eso no pasará, se lo aseguro. Solo llévela siempre con usted—siguió insistiendo con una agradable sonrisa.

—Bien—sonreí, y continuamos desayunando.

Ahora estaba a cargo de una llave y no podía perderla por nada del mundo.

Agarré otro perchero y acomodé una camisa gris en el mismo, luego lo ubiqué detrás de otros percheros que estaban adentro del armario.

—Perfecto—sonreí con el gran trabajo que había hecho con mi ropa. Cada prenda estaba arreglada en cada percha, en un buen orden.

Siempre me gustaba mantener mis cosas en un buen orden, si no estaba nada arreglado en su lugar, me frustraba, y me rendía tirando todo al suelo.

Observé las maletas que descasaban ya descubiertas en el suelo; una estaba libre sin ninguna prenda o alguna cosa perteneciente mía en ella, la otra estaba casi libre, solo faltaba sacar un pequeño cuadro, el despertador, y los libros que me había obsequiado el señor Magnus. Me acerqué y saqué el despertador para posicionarlo en la pequeña mesita de noche que estaba justo al lado de la cama, al lado de este coloqué el cuadro. Me senté en la orilla del colchón, miré por un segundo la foto que estaba encajada en el pequeño cuadro; era la última foto que me había sacado junto a mi hermana. Una sonrisa se dibujó sin previo aviso en mis labios y al mismo tiempo, la tristeza tuvo alcance para apoderarse de mí.

En la foto aparecíamos mi padre, Ellen y yo. Las sonrisas que salían en la imagen, eran contagiosas. Recordé aquel día. Fue un día de campo, de esos que solíamos hacer para distraernos de la vida común y corriente de cada uno. En los rostros se notaba la felicidad, las sonrisas espontáneas, y lo alegres que estábamos en ese instante.

Mis piernas desnudas permanecían en los brazos de Ellen, sus manos se sostenían en mi blanca piel. Ella traía una franela blanca, con rayitas verticales de color azul y amarillo; arriba de este, un overol azul la cubría. Yo traía un vestido corto blanco, que se ajustaba a mis hombros y pechos, creando un encaje perfecto; también lo hacía con mis caderas, logrando hacer que se presenciaran unas sencillas curvas, mis pies estaban protegidos por unas zapatillas plateadas, mis ojos también eran cubiertos por unas gafas de sol negras.

Mi mano agarraba el brazo de Ellen por detrás de su espalda, y mis pies se dirigían arriba, haciendo ver los brazos de Ellen como columpio. Nuestro padre aparecía atrás de nosotras, en una pose loca; mostraba tres dedos y los otros dos los escondía, como un aficionado en un concierto rock. Sus cejas se hundían, achinaba los ojos, también arrugaba la nariz, y sacaba la lengua.

Volví a sonreír, extrañaba esos momentos.

La perilla de la puerta se empezó a mover y a hacer ruido, como si la estuvieran abriendo, enseguida dejé de mirar el cuadro y ubiqué mi mirada en la puerta. La perilla siguió moviéndose y por un momento sentí miedo; pero enseguida se fue cuando la puerta fue abierta revelando al señor Faddei detrás de ella.

—Señor Faddei, es usted. Que susto me dio—respiré con una sonrisa, mientras tenía la mano en el pecho.

Me miró y alzó una ceja—Claro, ¿Quién más podía ser?, ¿Cass?—caminó un poco para estar adentro de la habitación.

Sonreí, lo miré fijamente, pero por un segundo mi mirada se desvió hacia sus manos. Me sorprendí un poco por lo que vi, detallé el metal, pensé que solo eran cadenas; pero luego noté como tres esposas colgaban de sus manos. Él bajó su mirada encontrando la mía.

—Tranquila, no son para usted, señorita Alex. Son para Cass—dijo en un tono burlón, acercándose  hasta la cómoda.

Solté una pequeña risita fingida y bajita, tan bajita, que pensaba que solo la podía escuchar yo; al mismo tiempo me levante y me dirigí a la maleta en busca de los libros. El señor Faddei se me quedó mirando por un rato, tal vez pensando que me había levantado para alejarme de él, porque el comentario que había hecho, no me había causado gracia, y estaba molesta.

Así que hablé antes de que pensara eso.

—Me levanté para buscar los libros y ordenarlos. No crea que fue que me alejé de usted por su comentario, señor Faddei—me bajé para agarrar dos libros en la maleta. Iba poco a poco, no pensaba llevarme todo al mismo tiempo.

—No se preocupe, señorita Alex, no pensé eso—lo oí sonreír.

Yo seguía sin mirarlo, solo iba a la maleta buscaba dos libros y los dejaba en el suelo, a un lado de las patitas de la mesita de noche. Pero él continuaba hablando.

—Quedó muy linda la habitación,—agarrando otros dos libros de la tela gris en que descansaban, giré un poco mi cabeza para observarlo—más de lo que estaba—rectificó.

—Pues, gracias, señor Faddei—llevé los libros en mi mano, hasta donde se encontraban los otros libros.

Volví a buscar otros dos libros, eran los últimos, ya había concluido con ese trabajo que me había puesto yo misma. Me agaché y dejé que descansaran en el suelo, luego miré al señor Faddei, quien miraba fijamente a la pared, como si estuviera pensando algo.

El señor Faddei se levanto de la cómoda, y deslizo el dedo índice por el tapiz azulado de la pared; como lo habría hecho un chef profesional, al probar el pastel que le había dejado encargado de hacer al asistente, aunque claramente no se chupó el dedo—De verdad es un excelente trabajo lo que acaba de hacer—dijo. Su dedo aún seguía pegado de la pared, pero al quitarlo, un trozo del tapiz se despegó en una línea vertical—. Aunque, aún le sigue faltando un poco de mantenimiento a este lugar.

—Sí, mucho—solté en una mínima risa—. También hay telarañas por doquier—me levanté, y en poco tiempo estaba a su lado. Observé por un rato el tapiz despegado, y el color gris un poco oscuro que dejaba ver ese pequeño espacio.

—¿No hay presencia de las fabricadoras?—habló refiriéndose a las arañas, las responsables de las telarañas.

—Ninguna pista, señor—hablé en un tono bajo, como si fuera una agente en cubierto.

Y eso fue suficiente para que apareciera una sonrisa en sus labios, y se abrieran un poco para dejar escapar unas cuantas carcajadas. Coloco una mano en mi hombro y mientras soltaba otra risa, dijo:

—Señorita Alex, cada vez me cae mejor—lo oí reír. No me volteé, solo lo miré de reojo, aunque después de lo que dijo, me atreví a mirarlo. Él solo miraba la pared mientras pensaba—. Me hace recordar a mi hija.

Mi corazón dio un pequeño salto. Por un momento las palabras desaparecieron de mi boca. El señor Faddei se veía como un buen hombre, y hasta los momentos me caía muy bien. Tal vez él sería el nuevo señor Magnus.

—Que lindo eso, señor Faddei,—sonreí—y por qué dice eso, ¿No está con usted?, ¿Universidad?, ¿Lejanía?

¡BUM!, eso fue el ingrediente secreto para que la cara seria del señor Faddei regresara con su equipaje, y se quedara por otro buen tiempo.

—Ella—se le dificultaba hablar—. Ella... falleció—soltó en un delgado hilo de voz.

Bajé mi mirada, el ambiente se tornó un tanto pesado y deprimente, él enfocaba su mirada en el suelo; sus labios se fruncieron y su frente se arrugó. Ahora las palabras si eran difíciles que salieran de mi boca; aunque con mucho esfuerzo lograron salir.

—Lo siento mucho, señor Faddei.

—No, no se preocupe, señorita Alex—restableció su mirada, y me miró fijamente, con las comisuras de sus labios elevándose temblorosamente. Obviamente mostraba una sonrisa muy bien actuada.

—No. En verdad lo lamento tanto, por mi culpa le hice seguramente recordar algo que no quería.

—Basta—agarró un poco de aire, miró el techo y luego volvió a fijar su mirada en mí—. Usted solo hizo una pregunta. Eso fue todo. Ahora, dejemos el drama, y olvidémonos de lo ocurrido. Aún tengo cosas por darle, y un recorrido que mostrarle.

Asentí. No me atreví a decir algo más. Él también asintió y se dirigió a la cama, para tomar las esposas que había dejado arriba de la sábana, luego se acercó otra vez a mí.

—Señorita Alex—extendió sus manos, mostrándome las esposas que colgaban de ellas—. Siempre es bueno mantenerse segura. Es por esa razón que le doy estas esposas para Cass. Si en algún momento, él llegara a quitarse las esposas, siendo más astuto que usted.... o escondiéndola,—acercó una de sus manos para tomar mi mano derecha—usted tendrá estas otras esposas, para volverlo a encerrar—finalmente me entregó las esposas—. Unas son más largas y otras más cortas.

—Bien, entendido—sostuve las esposas en mis manos, pero cuando las sentí pesadas, las dejé encima del colchón.

Me pareció muy raro que en tan poco tiempo cambiaran sus emociones y sentimientos. Como una actitud bipolar.

—Es mejor que las oculte en otro sitio—sugirió.

Volví a asentir, ni siquiera me había tomado el tiempo de ocultarlas, pero luego lo hice; agarré las esposas, miré hacia el closet, las maletas, buscando un lugar donde ocultarlas. Me volví, miré la mesita de noche atrás de mi, y luego volví a mirar al señor Faddei, en busca de un "si" o un "no". Él asintió, asumí el "si", de su parte y las guarde en la primera gaveta de la mesita de noche.

—Bien, ahora tenga—volvió a hablar.

Me dí vuelta, sus manos estaban otra vez extendidas hacia mí, esta vez tenía llaves en ellas, fruncí un poco el ceño.

—Son las llaves que abren cada puerta de la mansión.

—Bien démelas—uní ambas manos y las extendí para que me las entregara, pero él se negó.

—No, permítame—movió su cabeza hacia un lado, dos veces, como señalándome que me moviera. así que me aparté hacia un lado.

Flexionó la rodilla y posó la otra pierna en el suelo, cuando estaba en frente de la mesita. Dejó las llaves en la superficie de madera, abrió el segundo cajón y las guardo allí.

Se volvió a levantar, metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó otras cuatro llaves—Tenga, son la de las esposas—estas si me las dio en las manos. Las agarré y las guardé junto a la gaveta de las esposas.

—¿Ahora si está lista para el último recorrido en la mansión?

—Claro—sonreí, algo que adoraba era que me mostraba cada parte de la mansión.

—Muy bien, pero antes, ¿Qué hora es?    

Saqué el celular del bolsillo de mi pantalón, deslicé mi dedo en la pantalla táctil y observé la hora en la parte superior, <<6:45>>, vaya, la hora había pasado muy rápido, desde el desayuno, hasta el almuerzo, la hora había sido lenta. Pero luego cuando decidí subir para ordenar mi nueva habitación y desempacar las maletas, la hora había sido veloz; como si el tiempo nos hubiera jugado una broma.

—Seis y cuarenta y cinco—guardé el celular otra vez en mi pantalón.

—Vaya, la hora pasó muy rápido.

—Si, demasiado.

—Me temo, que solo le mostraré la White room, es una habitación que debe conocer—se pasó la mano por el cabello, y pude notar su desesperación—. Ya las otras, solo son la habitación de huéspedes, el salón de copas, la habitación de ventanales esas no son tan importantes. No como esta—jugaba con sus dedos—. Además tengo que mostrarle como darle las pastillas a Cass. Así que andando—caminó directo a la puerta para salir del cuarto, y cuando vio que no iba detrás de él, se desesperó aún más—Señorita Alex, muévase, se me hace tarde—soltó en un tono de autoridad.

No entendía por qué su desesperación, ni por qué estaba tan apurado en mostrarme la White room, y como darle las pastillas a Cass, que me imaginaba que eran para dormir, pero debía seguir sus ordenes. Así que con prisa me levante del suelo y lo seguí.

Pasamos por las grandes puertas de cristal que estaban a mí izquierda, siempre que pasaba delante de ellas llamaban mi atención; los pequeños detalles dorados eran increíblemente llamativos.

Luego pasamos por el pasillo de las pinturas, aunque no nos metimos en él, sino que seguimos de largo hasta llegar a otras puertas que se encontraban a mi derecha. Eran muy similares a las que habíamos visto la vez anterior. Estaba repleta de dorado, como si fuera una pieza de oro, lo único que no era dorado, eran algunos detalles plateados y carmesí; sin olvidar el medio de la puerta que era de cristal, y era idéntico a un espejo, ya que se podía ver tu reflejo.

Me percaté por el cristal que el señor Faddei me miraba, aunque hice como si no hubiera visto nada, solo seguí caminando. Y aunque escuché su voz, pero aún así seguí caminando.

—Ese era el salón de copas—se detuvo por un momento, pero luego siguió caminando—. Cuando tenga oportunidad, entre, es un lindo lugar.

—Ok, lo tomaré en cuenta—le mostré una sonrisa complaciente.

Seguimos caminando, pasamos por el pasillo que daba a la habitación de Cass, pero tampoco entramos; solo seguía sus pasos. Nos topamos con otra gran puerta negra, esta vez se encontraba del lado izquierdo.

—Esa es la habitación de los huéspedes, solo úsela por si viene alguien a visitarla—se detuvo por un momento para observar la puerta. La miraba fijamente.

—¿En serio?

—Si, pero hay algo que no puede hacer,—giró su cabeza para ahora fijar la mirada en mí—y es que no puede dejar que nadie duerma en la casa. Y mucho menos que vean a Cass—se volvió completamente hacia mí—. Enserio, señorita Alex, eso sería muy arriesgado.

Coloqué mi mano en su hombro, él la miró por un momento—Señor Faddei, puede confiar en mí, no pasará nada. Aparte—pensé por un momento en Leyla, era la única amiga que tenía, mi mejor amiga. Y por una estúpida pelea la había perdido. No me quedaba nadie, ya que Stephan, el nuevo amigo que había hecho; también se había ido, así que ni pretendía usar esa habitación, no tenía con quien—. No tengo a nadie, así que no la usaré.

—Oh, emm,—pensó—pues si alguien viene a visitarla, solo es con esa condición. Ahora sigamos.

Asentí una vez más y lo volví a seguir, después de ese pasillo había otro que estaba al dar la vuelta, hacia la derecha. Era como el del pasillo de artes o como el pasillo que parecía sacado de un hospital de terror; solo que este era más allegado al estilo principal de la mansión, una alfombra negra se extendía por lo largo del corredor, la iluminación que se desprendía de las lámparas que estaban encajadas en la pared, y un poco más abajo del techo, eran perfectas iluminando el camino.

Lo seguí por el pasillo, no había ningún cuadro colgado. Sólo éramos la alfombra negra, las paredes grises, la iluminación ferozmente amarilla, el señor Faddei y yo.

Al final del corredor pude notar que se encontraba una escalera, con los escalones dirigiéndose hacia arriba, supuse que conduciendo hacia otra parte. Y cuando lo descifré, quedé atónita, eso quería decir que había una segunda parte arriba, un tercer piso. Algo que jamás esperé, pues desde afuera se veía una mansión grande, pero solamente de dos pisos.

Miré al señor Faddei con asombro. Él me miró con una sonrisa marcada en sus labios.

—¿Son tres pisos? —mi pregunta fue tan estúpida, pero ya la había soltado. Aunque después quedé confusa por su respuesta.

—No.

Notó mi mirada de estupefacción, y entonces agregó:

—Es decir, si, pero es un piso muy pequeño, casi imposible de ver desde afuera. Como la chimenea.

—¡¿Tenemos chimenea?!—abrí los ojos en sorpresa.

—Si, en la pequeña sala de estar, cerca del sillón y del televisor—soltó una risita.

—Pero no se ve desde afuera—afirmé.

—No. Le dije. Es como la White room.

—¿Así le dice al tercer piso?

—No, señorita Alex,—dejó de caminar por un momento—ahora entenderá, sigamos—siguió caminando, yo dejé de hacer preguntas y lo seguí hasta la escalera.

La escalera, era blanca y ancha, perfecta para que más de dos personas caminaran libremente sin recostarse. Los barandales eran de cristal y seguían en fila como ventanales. Ascendimos por los escalones, a eso que él lo llamaba la "White room", que por lo que imaginaba era una habitación como la de Cass. Aunque creía que así era como se refería a ese diminuto piso.

Cuando por fin estaba en el tercer piso, estaba totalmente sorprendida. Si pensaba que el pasillo sacado de un hospital embrujado, era el lugar más extraño de la mansión, estaba muy equivocada, y lo supe al conocer esa parte de la mansión.

Era muy distinto, como si fuera otro lugar. Era un poco pequeño, no tenía más espacio para pasillos, ni más habitaciones. Era como la estructura de una sala de espera para los pacientes antes de entrar a un consultorio, y claro también estaba el consultorio; el cual era una contextura ancha y recta, no estorbaba ninguna parte del centro del piso. Pero había algo extraño, la forma era como hecha con espejos, y te podías reflejar en ella. Lo único que no era de ese material, era la puerta que estaba en el medio, era plateada, alta, ancha, como si hiciera el papel de protectora ocultando y resguardando algo muy especial. En ella, debajo de una manilla grande, había una pequeña figura cuadrada con pantalla, pegada, como un móvil

El pasamanos de la escalera continuaba por el suelo del tercer piso, en dirección a la escalera, como si diera la vuelta; los barandales eran como un fuerte de protección para que nadie tuviera un accidente, y cayera del tercer piso hacia la escalera.

El suelo estaba cubierto por otra gran alfombra negra, en el medio había una mesita de cristal, a su alrededor varios sillones blancos con cojines amarillos, cada uno tenía un cojín. Eso completaba la decoración de sala de espera, solo faltaba la música relajante o el televisor en la pared.

—Lindo piso, ¿Cierto? —apreció el lugar.

—Si, ¿Esta es la White room? —inquirí.

—No, sígame—caminó hacia la puerta de la estructura de cristal, lo seguí. Miró la puerta de arriba hacia abajo—. Esta es la White room—con su dedo índice hizo todo el trabajo para abrir la puerta, presionó su dedo pulgar en el medio de la pantalla del aparato, y automáticamente la pequeña pantalla se encendió. Empezó a mover su dedo índice sobre la pantalla, como si estuviera tecleando algo. Y entonces la puerta se abrió.

Supe que se abrió cuando hizo ese peculiar sonido, como si estuvieran destapando algo, como si fuera la puerta de un laboratorio donde esconden algo muy peligroso para la sociedad. Esperé a que saliera un humo, pero nada.

El señor Faddei tomó la manilla y empujó suavemente. Parecía que pesaba un poco.

El lugar era aún más extraño por dentro. La White room, era una estructura un poco amplia, como un salón o un cuarto de laboratorio. Habían tres puertas no tan anchas, a unos ocho pasos delante de mí, cada una tenía un pequeño aparatito pegado debajo de la manilla, como la puerta principal; a excepción de la ultima puerta que se encontraba en la esquina de la izquierda, y en cambio de tener otro aparatito, tenía solo una manilla.

Al lado de la primera puerta, se encontraba una repisa blanca de tres estantes, pegada a la pared; me recordó a la de las farmacias por lo que contenía. Habían varios frascos de remedio, tabletas y unos tubitos no tan delgados que estaban en unas cajas, y se ordenaban en fila. Eran idénticos a los que usan para realizar un experimento, solo que estos tenían unas tapas negras que los cubrían y parecían contener pastillas azules.

Lo otro extraño que pude percatar eran los cristales. Desde afuera era como un espejo, se podía ver tu reflejo. Pero adentro era muy diferente, era como un  simple cristal, podías ver a través de él, los sillones, el principio de la escalera y la pequeña mesa de cristal.

Solté lo primero que se me ocurrió al ver aquel lugar—¿El señor Malcolm era científico?

—No. Esto era como un almacén para esconder cosas importantes—dejó escapar una pequeña risa.

—¿Dinero y esas cosas?

—Correcto.

—Ah, entiendo, —clavé mi mirada en la caja de tubos con pastillas, supuse que eran las que le daban a Cass para hacerlo dormir—¿Y las pastillas?, ¿También se las daban a Cass cuando estaba pequeño?

—No. Él las empezó a tomar desde que fue encerrado en la mansión—también miró las pastillas.

Su respuesta logró hacer que una inquietud con desesperación e inseguridad, empezara a escalar mi cuerpo, queriendo conseguir respuestas sobre ese chico, queriendo saber por qué estaba encerrado. Sabía que era peligroso, pero necesitaba saber qué tan peligroso, y qué había hecho para terminar encerrado y con reglas.  Así que enfrente al señor Faddei con preguntas, parándome enfrente de él.

—Ok señor Faddei, esto me está volviendo loca—respiré, miré el suelo por un segundo y luego me volví a enfocar en sus ojos, los cuales me miraban perplejamente—¿Qué sucede con ese chico?, ¿Qué hizo?, ¿Por qué está encerrado en esta casa?, ¿Es peligroso?, y si es así ¿Por qué no lo encierran en una prisión? —lo ataqué con mis preguntas.

—Lo sabía—suspiró y se pasó la mano por la cara en un gesto de frustración—. Sabía que en cualquier momento pasaría.

—¿El qué?

—Esto, señorita Alex. Sus preguntas—bajó la mirada—. La desesperación por preguntas que no puedo contestar con exactitud.

—¿Cómo que no puede contestar?, yo soy la cuidadora de Cass. Merezco saber todo de él. Y usted me tiene que dar respuestas— contraataqué

—Bien, —caminó hacía la caja de pastillas, en la repisa—quiere saber de Cass, yo no le puedo explicar bien pe

Lo interrumpí:

—¡¿Por qué no?! —solté casi en un grito.

—¡Porque yo también soy el cuidador de Cass! —se volvió hacia mí.

Quedé pasmada, pero dejé que siguiera hablando.

—Mi trabajo es cuidar a Cass, pero también tengo otros trabajos con los que debo cumplir, y es por ello que busco a otras personas para que cuiden a Cass—se dio vuelta otra vez hacia los estantes de la repisa, y agarró uno de los tubos que estaban en la caja—. Les pago lo mismo que me pagan a mí, y hasta más.

—¿Qué? ¿Y quién le colocó el trabajo de cuidar a Cass?

—El oficial Beckett. Era amigo de la familia Malcolm, y al saber lo que había hecho Cass, no dejó que lo encerraran una prisión, porque podía enloquecer y herir a los que estaban allí. Así que junto a unos policías lo ocultaron en secreto en la mansión de sus padres. Por eso no le puede decir a nadie de Cass—me miró fijamente—¿Entiende?

Asentí, y siguió hablando.

—Las reglas, todas las reglas las puso el oficial Beckett. Yo no tuve nada que ver en eso, él solo me buscó, me dijo que quería que trabajara para él. No me explicó por qué lo iban a encerrar. No me explicó por qué tenía reglas. No me explicó nada—empezó a jugar con el tubo, moviéndolo de una mano a otra—. Yo tampoco le puedo explicar a usted, como le dije. No lo sé, no sé qué hizo, ni por qué está encerrado aquí. Lo único que sé es que ese chico, es muy peligroso, por eso está esposado—abrió la tapa del pequeño tubo, sin quitarme la mirada de encima.

La impresión se podía ver con total claridad en mi rostro, estaba casi boquiabierta, tratando de apilar y ordenar toda la información que acababa de recibir. No entendía nada de lo que pasaba. Estaba como caminando o corriendo sin fin en un laberinto, con muchos caminos mezclados. Quería encontrar una salida, una respuesta, pero no podía, era muy difícil de hallar.

Lo miré unas tres veces de arriba hacia abajo. Todo giraba en riesgo y peligro. Sea lo que sea que había hecho ese chico, no había sido nada inocente y mucho menos algo pequeño. Ya que para terminar encerrado allí, era porque había cometido un crimen extremadamente grande, ¿Cierto?

Intenté hablar pero sus palabras me volvieron a interrumpir.

—Señorita Alex, entenderé si no quiere seguir cuidando a Cass—cerró el pequeño tubo otra vez—. Es un trabajo para valientes. Para personas con suficiente valentía. Para cuidar a Cass se necesita eso, valentía—caminó hacia la puerta que estaba del lado derecho de la pequeña repisa—. Pero créame, este trabajo tiene una buena recompensa, porque es muy difícil. Seguir las reglas. Recordar las reglas. Cumplir perfectamente todas las órdenes. Todo es muy complicado—deslizó el dedo por la pantalla del pequeño aparatito, haciendo que luego de ese paso, esta se abriera como la puerta principal. Luego de eso volteó otra vez la cabeza en un movimiento leve, como una señal para que lo siguiera.

Lo hice, caminé, y mientras caminaba reaccioné a sus palabras. Me había dicho que no era valiente, que no podía con el trabajo de cuidar a ese chico. Entonces esos mini recuerdos invadieron mi mente, como pequeñas partes de películas.

Los gritos de los niños en la escuela. Cada grito era otro tormento. Y cada uno venía con una nueva palabra; solo por no haber podido cruzar la meta en la competencia de carrera.

Luego las manos de mi padre tomando mi barbilla, acariciando mis pómulos y limpiando los gruesos hilos de lágrimas que se deslizaban en ellos. Sus labios plantando un beso en mi frente, y abriéndolos para dejar escapar:"cariño, jamás te rindas. Se ríen porque saben que eres más fuertes que ellos, porque saben que puedes lograr grandes cosas. Toma esas risas como llantos"

Después una pelea. Los mismos niños me empujaban contra la obstruida pared blanca, mi uniforme colegial se arruinaba por lo sucia que estaba la pared, y los insultos que salían de sus bocas cuando la abrían, atacaban con furia mis oídos. Como el sonido que produce la bocina de un auto. Pero esta vez no hui, tampoco lloré. Fui valiente, me paré al frente del líder entre los tres niños y lo reté a una competencia de carrera entre él y yo. Los tres niños rieron diciendo que todo eso era una estupidez. Recordé las palabras de mi padre, y entonces reconocí que esas risas, eran simples llantos disfrazados, tenían miedo.

A las seis de la tarde, a unos pocos minutos para que el sol se escondiera en el gran pasto verde. A la hora en la que todos los niños agarraban sus mochilas para ir a casa. Yo me escabullí por una puerta que conducía directo a la cancha de futbol, junto al grupito de los tres niños. Me encontraba en el patio del colegio, al frente del niño líder. Podía contemplar el miedo a través de sus ojos castaños. Los otros dos niños se posicionaron delante de nosotros; ambos extendieron los brazos y los movieron de arriba hacia abajo, como una claqueta de cine, para avisarnos que teníamos que avanzar.

Corrí. Corrí tan fuerte, y sonreí cuando dejé al competente atrás, colmado del polvo de mis zapatos, aunque sonreí aún más cuando las suelas de mis tenis blancos, pisaron esa línea recta, larga y perfectamente pintada de blanco. Había ganado la carrera, había demostrado mi valentía y que si podía.

Volví a la realidad. El señor Faddei seguía parado delante de la puerta, viéndome con el ceño fruncido y sosteniendo a la puerta con la manilla. Entonces me di cuenta que había dejado de caminar y me encontraba a unos pasos de él.

—Señorita Alex—sus palabras fueron como un llamado de atención.

—¿Si, diga? —parpadeé.

—Le iba a mostrar uno de los almacenes,—mantuvo su mirada un momento pegada a la puerta, pero en segundos la desvió hacia mí—aunque creo que usted va a renunciar.

—No—hablé firme y sin quitar la mirada de sus ojos—. No voy a renunciar, señor Faddei. Trabajaré, seguiré las órdenes. Yo cuidaré a Cass. Tengo suficientemente valentía para eso.

Hubo silencio por un momento, y luego en segundos su rostro tomó una expresión de perplejidad, que en segundos fue cambiada por una sonrisa complaciente, sin despegar los labios.

—¿En serio cuidará a Cass?, señorita Alex, eso Es muy peligroso—arrugó la frente y esta vez mostró una cara de suma preocupación.

—Si, lo haré—solté rápidamente.

Él volvió a mostrar su sonrisa de boca cerrada.

—Me sorprende mucho, señorita Alex. Pero si es así, sígame—se dio vuelta hacia la puerta—. Tengo algo que mostrarle. Algo muy importante.

Asentí y obedecí. Me había parecido muy raro su cambio de humor, primero estaba nervioso, molesto, luego un poco deprimido y preocupado, y ahora estaba feliz. Desde que le había dicho que aceptaba cuidar a Cass, una línea dibujaba en sus labios, una simple y servicial sonrisa.

Caminé hacia él, y cuando supo que estaba a su lado, procedió a abrir la puerta. Quedé casi boquiabierta con lo que había revelado. Primero pensé que era una habitación común, antes de que estuviera totalmente abierta. Pero nunca imaginé ver eso cuando la abrió.

Mis ojos estaban perplejos, iluminados completamente por ese papel verde.

La habitación era blanca, parecida a un almacén con estantes pegados a la pared, y en cada repisa de los estantes habían muchos paquetes marrones. Acostumbraba a ver películas de policías y mafia, así que lo primero que se me vino a la mente fue: drogas. Pero luego aparté esa idea cuando vi los papeles que eran de mucho valor, salir de los paquetes.

Dinero. Eso era lo que ocultaba la habitación, Había mucho dinero de una gran cantidad, con eso alguien podía vivir feliz por toda su vida, y sobraría para las próximas generaciones. Hasta en el suelo del lugar habían papeles verdes de gran valor tirados.

—Wow, eso, es mucho dinero—lo miré por un segundo—¿De qué trabajaba el señor Malcolm?

—No lo sé, señorita Alex—dio un paso hacia un estante—. Nunca supe de qué trabajó el señor Malcolm, solo sé que era algo de empresa, y también medicina. Fue la única información que me hizo saber, el oficial Beckett—agarró un paquete marrón pequeño que estaba sellado, era como la envoltura de los pastelitos de las cafeterías—. Pero sí sé que esto es mucho dinero, y con esto—acercó el paquete a mis manos, luego lo alejó, lo sostuvo con una mano y con la otra abrió la parte sellada de arriba, mostrando muchas hojas verdes de papel con el número 100 calcado en ellas—, le pagaré a usted. Un sobre de estos mismos por cada semana que trabaje aquí.

Abrí mis ojos un poco, eso era mucho dinero para lo que solía ganar en mi antiguo trabajo, como bibliotecaria. Esa cantidad dinero no la podía ganar jamás en ese trabajo, y estaba también sorprendida por ganar eso, solo por cuidar a un chico.

Iba a tratar de decir algo, pero entonces me interrumpió con una pregunta:

—¿Qué le parece?

—Grandioso—dije sin dudar—. Aunque hay algo que aún no logro entender, ¿Por qué tanto dinero si solo debo cuidar a un chico?

Él sonrió de una manera un poco extraña, y nuevamente con los labios pegados—No cualquier chico, señorita Alex.

Yo solamente sonreí. Sabía que Cass no era cualquier chico, y que de alguna forma eso encendía una parte de interés en mí. Quería saber qué había hecho, porque tal vez de esa manera podía encontrar una respuesta para ayudarlo. Así que sí, esa estúpida idea de conocer más a ese chico, seguía en un lado oscuro de mi cabeza.

El señor Faddei volvió a dejar el paquetito marrón en la repisa del estante y procedió a salir y cerrar la puerta, sacó un lapicero del pequeño bolsillo que se encontraba cocido en la parte izquierda de su camisa, y me sorprendí, ¿Cómo podía caber un lapicero de ese tamaño en ese pequeño bolsillito?

El lapicero era grande, de un estilo moderno pero a la vez clásico, tenía bordes dorados en el medio y al termino de la zona de agarre; en la parte de arriba había un pequeño pulsador, que era para sacar la punta del lapicero. Me recordaba a los bolígrafos de un empresario importante.

Me pidió la mano y se la di, entonces sosteniendo el bolígrafo con su mano, presionó el pulsador con el dedo pulgar, produciendo un click, para luego escribir varios números en la palma de mi mano.

—Esa es la calve de acceso que le pide la puerta para entrar—guardó el lapicero en el bolsillo, otra vez—. Le doy la clave por si necesita dinero para hacer un mercado u otra cosa. Confío en usted, espero que no robe nada.

Sonreí, pero en realidad quería sacarle el dedo del medio. Jamás me había gustado esa idea de robar, por más dinero que fuera; para eso trabajaba para conseguir dinero por mi misma, mediante una buena acción.

—No robaré nada, señor Faddei—noté que mi voz se había tornado un poco seria, y lo que hice fue sonreír—. No tengo necesidad de eso, puede confiar en mí—cada vez que hacía esas sonrisas falsas me dolían las comisuras.

—Bueno, confiaré en usted—dijo para finalmente salir de la habitación.

Antes de salir de la White room, me explicó que la segunda puerta estaba cerrada, jamás había podido entrar ahí, y que la otra solo era la puerta del baño; también volvió a tomar el pequeño tubo de pastillas azules y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

Nos dirigimos nuevamente al piso de abajo, ya no tenía más nada que mostrarme, ya había conocido toda la mansión o aunque sea, una gran parte de ella. Pero entonces las palabras que salieron de su boca me dieron una punzada de preocupación.

—Bueno, señorita Alex, espero que haya entendido todo, por favor tenga cuidado con el código que anoté en su mano. No lo puede perder—escuché los pasos detrás de mí —. Y si lo hace no dude en escribirme, o llamarme, instalé un teléfono de casa en la sala. Ahora,—adelantó unos pasos para estar a la misma distancia en la que yo estaba—sígame, tengo que enseñarle como darle las pastillas para dormir a Cass.

Me detuve en medio escalón de la escalera. No había recordado eso.

Cuando se dio cuenta que no seguía caminando se giró un poco—¿Sucede algo, señorita Alex?—indagó.

—N-noo . No sucede nada, señor Faddei—hablé rápidamente—. Solo pensaba.

—Mmm, bueno, entonces sígame por favor.

—Claro—asentí y fui detrás de él, siguiéndolo hasta llegar a la puerta de la habitación de Cass.

Me sentía insegura, nerviosa. No lo comprendía bien, ese sentimiento de nervios e inseguridad seguía estando presente, pero esa pizca de interés también.

Mis nervios se empezaron a subir un poco más cuando me dejó sola en la puerta, porque tenía que buscar un vaso de agua para que Cass pudiera tomar la pastilla. Jugué con mis dedos, los troné un par de veces y caminé de un lado a otro constantemente mientras esperaba a que el señor Faddei subiera.

Pero entonces un frio me recorrió la espina dorsal cuando oí aquellas palabras.

—Sé que estas afuera, pequeña.

★✰★✰★✰

Nota de autor: Holaaaa, solo puedo decir que perdón, la universidad me ha hecho desaparecer un poco.

Espero les haya gustado el capítulo, ¡Vayan al otro!

Perdón si encuentran algún error ortográfico, a veces la laptop me desordena todo.

𝑍𝐴𝑉𝐼𝐷13✍︎.

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