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Nadie puede saber esto.

Ya eran las siete, ya había oscurecido por completo y parecía que mientras más tarde se hacía más nevaba. En el patio delantero descansaban dos vehículos, ambos de marca distinta, pero sin perder el modelo moderno; el más bonito que resaltaba muy bien de ellos era un BMW negro, el dueño era un chico de cabello morado y tatuajes en los brazos llamado Clein.

Hasta ahora habían llegado seis invitados y esperábamos dos autos más, ya que los del grupo habían decidido invitar a más personas para que hubiera mayor cantidad de cosas, y al Leyla contarles la mentira sobre que yo era la niñera del chico cada uno había traído una bebida, golosinas y hasta el equipo de sonido; incluso, ya había música en el ambiente que resonaba por toda la mansión.

Todos los invitados que me había presentado Leyla me recordaban a las amistades con la que antes se juntaba la antigua yo. Todos eran de un estilo de espíritu salvaje, los únicos que podría decir que se salvaban de ese aspecto eran: Harper, una chica rubia de rasgos europeos, Zoé, una chica de pelo castaño y ojos del mismo tono, con rasgos asiáticos, y George, un pelirrojo flacuchento que usaba gafas, tenía ojos verdes y era algo tímido, apenas había ladeado su mano para saludarme.

—¿Aún no han llegado?—una chica abrió la puerta para juntarse por un rato con nosotras que teníamos la cabeza apoyada en la misma, su nombre era Brooke, era alta, pelinegra y con las puntas del cabello pintadas de un tinte rojo, haciendo una perfecta combinación con su vestido negro con escote en forma de v. Ella esperaba a su novio que venía en uno de los vehículos, todos ellos eran un grupo de amigos, y se conocían—. Me molesta que tarden demasiado. Yo volveré a entrar chicas, me avisan cuando llegue Noah—así se llamaba su novio. Nos miró y antes de entrar me sonrió con unas palabras que solo me hicieron sonreír avergonzada: —. Oye, no te lo he dicho, pero te ves increíble con ese vestido. Me encanta.

—Gracias—asentí sin perder la sonrisa y ella desapareció por la puerta aún con la sonrisa en sus labios.

Leyla se frotó los brazos por el clima y me sonrió.

—Quiero ver la cara de Ice cuando te vea—su ebriedad se había calmado un poco.

Esta vez no lo había olvidado, él se encontraba dentro de la cocina donde nadie podía entrar hasta que yo lo sacara de allí. Lo había dejado en el comedor pero al llegar los invitados Leyla se había hecho responsable de esconderlo allí. Le había mentido a Leyla indicándole que Ice (Cass) no podía salir porque si no me vería a mí y mi vestido era una sorpresa, y le había indicado a todos los invitados que no podían entrar a ese lugar; aunque luego de pensarlo tanto, en realidad no sabía por qué este plan, ¿por qué escondía a Cass en la cocina si no tenía las esposas puestas? ¿Era por mi sentido de alerta?

Empujé a Leyla.

—Cállate.

—Cállate tú—me devolvió el empujón—. Ese chico se va a enamorar.

—Ya, ya. No estoy interesada en eso—reí y la volví a empujar.

—¿Segura?—me miró, sus ojos funcionaban como unos detectives en los míos.

—Segurísima.

Una iluminación nos llegó a la vista, encandilándonos y sin dejarnos ver nada por un momento, solo la luz amarilla de unos faros de auto. Leyla reaccionó rápidamente al saber que se trataba del coche del novio de su amiga y entró corriendo a la mansión para buscarla.

Otro coche iba detrás del que ya había aparcado cerca de otro vehículo. Tres personas bajaron de uno y dos de otro, eran tres chicas y dos chicos, vestían looks como la imagen del modelo que Leyla había mandado, parecía que iban a un baile de graduación.

—Tú debes ser la niñera—uno de los chicos se acercó y me ofreció su mano, era rubio con ojos de un color verde aceituna.

—Sí, Alex.

—Un gusto, yo soy Noah—sonrió y señaló a los demás que se habían encaminado detrás de él—. Ellos son Wallker, Nancy, Loren y Penny—los chicos saludaron con un "hola" y "un gusto", sin moverse detrás de él.

—Pueden pasar—dije volteándome para abrir la puerta, pero en eso, alguien la abrió tan fuerte del otro lado, que la madera logró impactar contra mi nariz.

Brooke era la responsable, pero sabía que había sido sin querer, igual se giró antes de ir a saludar a su novio.

—¡Dios! Lo siento mucho, —no recordaba mi nombre.

—Alex—le indique sosteniéndome la nariz y sobándola con mi dedo pulgar, aún sentía la sensación de la puerta en la punta de mi nariz. Por la temperatura se había mantenido fría, pero ahora se tornaba cálida.

—Alex, eso. Lo siento muchísimo, Alex—acarició mi hombro y frunció las cejas en una expresión de lamento.

—Tranquila, me encuentro bien—traté de sonreír, pero el dolor no me dejaba, y luego la sangre comenzó a salir de mi nariz.

—¡Apártense!—exigió Leyla mientras me sostenía el codo que pertenecía a la mano que usaba en ese minuto para sostenerme la nariz y tapar mis fosas nasales, impidiendo que escapara más sangre.

Leyla me llevaba hasta el comedor, y los chicos iban detrás de nosotras como si fuésemos un espectáculo; otro grupo que estaba en el pasillo del centro de la mansión nos siguió.

Yo solo pensé en el estado en que me vería Cass, y que aquellas personas conocerían al tal Ice que suponía que Leyla les había contado a algunas de las chicas.

—Leyla, no es para tanto—me apreté más la nariz. Dolía.

—¿Cómo que no es para tanto? Mírate, parece que hubieras cometido un crimen—ella parecía una mamá.

Llegamos al comedor y respiré por la boca cuando nos encontramos en frente de la puerta de la cocina. No podía permitir que lo primero que Cass viera entrar por esa puerta fuera a mí con la nariz y las manos ensangrentadas, pero tampoco podía salir corriendo o negar entrar porque Leyla iba a empezar a sospechar. Ella ya tenía la mano en la manilla para abrir y entrar.

En ese mini segundo, antes de que Leyla abriese la puerta se me ocurrió mover la cabeza hacia arriba, viendo al techo.

—Buena idea—oí a Leyla sonreír y luego abrió la puerta. La verdad si era buena idea, esa posición lograba mantener la sangre allí, sin bajar más—Hola, Ice—Leyla cerró la puerta impidiendo que más personas entraran en la cocina.

—Hola, bonita—respondió él en un tono común.

¿Se había acostumbrado a llamarla así?

Leyla me llevó hasta la mesa, yo continué el camino tanteando como una persona ciega hasta llegar a la silla con su ayuda, sin bajar la cabeza ni por un segundo, y logré sentarme.

Sentía la mirada de Cass recargándose en mis hombros y tratando de atraer la mía. Pero no mostré importancia, lo único que vi fue el techo de la cocina mientras escuchaba a Leyla buscar el hielo en la nevera.

Hasta que habló :

—Hola, pequeña—dijo en una voz un poco pícara.

Inconscientemente bajé la cabeza. Maldición, estaba sentado al frente mí, con los codos sobre la mesa.

Leyla reaccionó a cómo me había llamado, se volteó con las manos entrelazadas debajo de la barbilla:

—Awww, que hermoso tratas a tu novia.

Cass se giró en su asiento, la miró y luego retomó su postura observándome.

—Ella no es mi novia—tenía una expresión de desconcierto.

La última vez que había mantenido una conversación con Cass lo había interrumpido y me había marchado de la habitación dejándolo con la palabra en la boca, ya que no me sentía cómoda en ese momento al llamarme su novia.

Sabía que no era cierto cuando se refería a mí con ese sobrenombre que acostumbra a usar una pareja, pero igual era embarazoso. Y ahora entendía su comentario, y aunque no liderábamos un noviazgo, lo había sentido personal, como si, sí estuviésemos plantando algo para que floreciera y él lo hubiera negado.

—¿Qué?—Leyla reaccionó casi en un grito—. Pero, Alex—puntualizó su vista en mí—, cuando le dije a Ice que tenía que retirarse porque era malo ver a la novia probándose el vestido, en referencia a una boda. Tú dijiste algo que creí que lo habías confirmado.

Ella pensaba lo mismo que Cass. Pero luego quedó paralizada al descubrir que se había equivocado y actuaba erróneamente.

—No —disentí. Despegué los dedos de las aletas de la nariz y vi mis manos manchadas de rojo, el olor metálico se resguardaba en mí—. No—repetí y tragué grueso—. No somos novios, Leyla, solo cuido de él. Es mi trabajo.

Al terminar de hablar Cass me veía fijamente, sin siquiera pestañear. No entendía por qué, pero sentía algo que iba desde mi estómago a mi pecho y se desviaba a la aorta del corazón, mis latidos actuaban como golpes en una puerta.

Es solo alguien a quien cuidas, no sientas esto, hay más que buscar. Me repetí varias veces mientras la mirada de aquel chico penetraba mis ojos.

Leyla se había volteado, quizás estaba lo suficiente avergonzada para seguir hablando, así que solo siguió buscando lo que sea que buscaba en las gavetas, hasta que lo encontró: un pequeño paño.

El pelinegro y yo habíamos quedado otra vez en un silencio intenso, el uno frente al otro. Hasta que habló otra vez, sin dejar de mirarme:

—¿Qué te pasó en la nariz?

—Me golpeé—bajé la cabeza, se me había olvidado mantenerla alzada, no quería que Cass viera mi nariz hecha un desastre.

Percibí algo que bajaba rápido desde mi orificio nasal comenzando un viaje, pasaba por el surco nasolabial, seguía su camino atravesando parte del arco de cupido, mojando las comisuras y terminaba como una pequeña gota en la punta de mi lengua: sangre. Detestaba ese sabor.

Cass flexionó los codos y movió su pecho hacia adelante, luego bajó un poco su cabeza y lo confirmó:

—Tienes una gota de sangre saliendo de la nariz.

—Mierda—me llevé la mano a la nariz, volví a ver hacia el techo e hice presión con el dorso del dedo pulgar y el índice volviendo a cubrir los orificios nasales.

Leyla trabajaba con tranquilidad envolviendo unos cubos de hielo en el paño, pero al ver que sangre volvía a bajar de mi nariz—aunque no tanta—, se apresuró en el asunto.

—Tranquila, Alex, mamá Leyla, va al rescate—sus palabras me hicieron recordar a Ellen y sonreí un poco. Llegó hasta mí, con el trapo que cubría los cubitos de hielo—. Aparta tu mano—me pidió, y apenas las quité, reposó la tela en donde antes estaban; no me dolió, sin embargo, di un pequeño brinco cuando sentí el tacto y ella rió—. No lo sueltes y no pienses bajar la cabeza—ordenó ella y se sentó en una de las sillas de la mesa.

Pasaron los minutos, el color del paño que era azul ahora tenía muchos puntos rojos, el lugar se sentía tenso. La mirada de Cass se recargaba en mí, y Leyla solo respiraba sin decir nada más. En los minutos que pasaron dos chicas diferentes habían tocado la puerta preguntándole desde el otro lado a Leyla si ya podía salir. Seguro querían pasar tiempo con ella.

Pero mi mejor amiga no se movía y solo decía que en un momento salía, mientras seguía allí sentada esperando a que yo ya no sintiera dolor; pues, la sangre se había calmado, pero aún tenía una punzada en el borde de los orificios de mi nariz.

Y entonces por tercera vez tocaron la puerta:

—¿Ya puedes salir?—escuché la voz de una chica diferente.

Leyla despegó la vista del teléfono, me miró frunciendo los labios y luego respondió:

—No, aú—pero la interrumpí.

La notaba cansada y movía las piernas al ritmo de las canciones que sonaban fuera de cocina, tecleando la pantalla táctil, y sin ningún tipo de expresión en su semblante; quizá estaba fatigada y no quería ser una carga para ella. Además, como había mencionado, mi nariz ya no sangraba solo permanecía la pequeña pinzada de dolor en la punta.

—Si quieres sal—aparté el paño—. Ya no sangro.

—¿En serio?—apagó la pantalla de su celular.

—Sí. Yo saldré en un momento—apreté el tejido, ya los cubos estaban por terminar de derretirse.

—Gracias, Alex—se levantó y me dio un pequeño abrazo—. Te espero afuera entonces.

Por un momento pensé algo muy idiota: quería que se marchara y saliera a disfrutar con sus amigas, pero no aspiraba que fuera tan fácil; en realidad, ansiaba que luego de que yo le dijera que podía salir, ella se negara diciendo que se quedaría conmigo hasta que ya me sintiera bien. Pero no lo hizo y comprendí que si era una carga para ella, al menos en ese momento.

—Yo—Cass se levantó antes de que Leyla saliera—. Yo también quiero salir a conocer a los invitados—tenía el comportamiento de un niño pequeño, con la timidez y el tono de voz lento. Muy bueno para fingir.

—Muy bien acompáñame—le sonrió a Leyla, él solo la siguió y antes de cruzar la puerta me miró.

Aunque ya no tenía esposas, no me importaba en los más mínimo, no era quién para detenerlo, aún así, era inevitable que una parte de mí no tuviera pavor de que hiciera algo rotundamente malo.

También tenía un sentimiento en mí de levantarme para vigilarlo. No para saber si haría algo malicioso y poder estar allí para detenerlo sin saber cómo, sino, para observar con quién hablaba o si se atrevía a probar los labios de alguna chica.

Los minutos pasaron y me obligué a quedarme sentada, compartiendo mis pensamientos con el paño azul en mi nariz.

Revisé la nevera y, ¡enhorabuena! Había conseguido una botella de licor. Seguramente el estrés había alentado al Sr Faddei a bebérsela, de igual manera quedaba en la botella y había ingerido menos de la mitad.

Me volví a sentar llevándome el pico de la botella a la boca y empinándola para coger un buen recorrido ardientemente alcoholizado en mi garganta. Cuando pasaron un par de minutos, tuve la necesidad de querer más y bebí otro poco, luego otro trago y así por un lapso de minutos volvía a beber, hasta llegar a no tan debajo de la etiqueta de la botella.

Éramos el paño, la botella y yo. Si fueran personas tal vez ya me la hubieran quitado de la mano, estaba por el camino de la ebriedad.

—¿Dónde estará mi hermana?—le hablé a la botella que sostenía en la mano—. A veces pienso que no le pasó nada malo. Y que solo escapó del comportamiento de Frank—tomé un poco de aire. Sabía que no estaba bien lo que hacía, debía controlar mis impulsos, aunque el estado de ánimo en que estaba no funcionaba para detenerme, es más, no tenía ánimos; así que decidí darle otro sorbo a la botella—. Y de mí. Siempre he sido una carga—sentía un mínimo ardor en los ojos pero me mordía el labio por dentro para no hacer que las lágrimas me regaran el rímel en las mejillas—. Soy una carga para todos, mi mejor amiga, el chico que me gusta, Cass. Para todo so...

Y entonces alguien abrió la puerta haciéndome cerrar la boca de golpe y dejando la botella en el borde de la mesa.

—Hola—el chico pelirrojo estaba asomado en el marco de la puerta—. Alex, ¿te encuentras bien? Leyla se preocupó y me mandó a buscarte.

Lo escaneé por un momento y mi memoria me ayudó a recordar, era George, el flacuchento pelirrojo de gafas de empresario.

—Ah, sí, sí—me levanté de la silla apoyando mi codo en la mesa que había golpeado a la botella, y que en ese instante no había tomado en cuenta—, estoy bien.

—¡Oh, cuidado!—avanzó unos pasos y el sonido a cristal quebrandose llegó a mis oídos.

Él había dicho eso antes de que yo torpemente, y sin querer, tumbara la botella con el mismo codo que me había apoyado; se acercó y me tomó la mano, aunque antes, al verla que estaba ensangrentada lo había pensado un poco.

—Ven—me dijo sin soltarme la mano. Él estaba a unos pasos de mí, y yo estaba al lado de la silla, rodeada de la botella hecha pedazos. Bajó la vista hacia mis pies cuando comencé a caminar para dejar de estar rodeada por los trozos de vidrio—. Cuidado. Puedes cortarte—exageraba un poco.

—Gracias, cabello rojizo—forcé la sonrisa más falsa de mi vida en mis labios. Sabía que estaba ebria, no sabía cuánto en realidad, solo me di cuenta que mi lengua estaba rara, y cuando hablaba era como si se doblara.

Giré un poco mi cabeza y ahora podía apreciar mejor la separación de la botella en pedazos distintos, unos más grandes, otros más pequeños y unos más filosos. Y el alcohol que también se había desperdiciado en el suelo.

—No tienes que agradecer. Ahora, ¿vamos a donde Leyla? Luego recogeré eso—observó las partes rotas de la botella.

Asentí alegre y casi balanceándome, sentí que me iba a caer, pero mis tacones fueron resistentes en el sedimento y terminé apoyando mi mano en su hombro. Estábamos frente a frente, aunque yo mirando hacia el piso.

—¿Quieres que te lleve con tu brazo en mi hombro?

Volví a afirmar sin verlo a los ojos, aunque estaba un poco ebria eso parecía un plan muy cómodo. Nunca esperé a que fuese real, porque, aunque ya nos habíamos presentado, solo éramos dos desconocidos.

Y entonces el chico hizo algo inesperado: posó la palma de su mano sobre mi mano, la sujetó y con alguna clase de maniobra—que quizás no noté por mi embriaguez—, terminé con mi brazo sobre y alrededor de su cuello.

Caminó hasta donde Leyla nos esperaba, por suerte mis pies no me fallaron y pude arrastrarlos con tranquilidad. Algo me alegró y es que Leyla si había obedecido a lo que habíamos hablado y la pequeña fiesta era en el salón de baile, además, todos estaban reunidos en el lugar, incluso Cass.

Entramos por los portones de cristal que estaban completamente abiertos, el lugar no tenía ningún tipo de decoración, solo era el mismo salón con aspecto arcaico, regio y moderno. Las cortinas no estaban corridas, seguían cubriendo los ventanales, arriba del techo los candelabros alumbraban fuerte dándole luz al lugar, y la cortina de hilos de cristal que caía de ellos resplandecía sin dificultad.

En las sillas grises, que por supuesto hacían un perfecto conjunto con la vestimenta de los invitados, se encontraban sentados ellos, con vasos de fiestas y seguro la bebida alcohólica en estos. Leyla, había acertado con la temática, los vestidos y los trajes hacían una intachable unión con el salón y hasta con el piano.

Avisté a dos chicas que charlaban con Cass, ya me las había presentado Leyla, eran Zoé y Harper, reían y parecían divertirse con él. Estaban al fondo de la habitación, pero lograba verlo desde donde me encontraba y él tenía una maldita sonrisa en sus labios.

Pasé de agarrar a George por el hombro a entrelazar mi brazo con el suyo.

—¿Qué haces?—me miró el chico, pude ver la estampación en sus ojos mientras caminábamos hacia Leyla, que estaba de espalda casi cerca de Cass, hablando con Clein, el chico de cabello morado y Walker, el chico que el novio de Brooke me había presentado.

—Así es menos probable que me caiga—sonreí con la duda de que quizás eso lo había incomodado.

Él no dijo nada y seguimos nuestro camino sin soltarle el brazo, parecíamos pareja de baile caminando hacia la pista; pues, él también tenía un smoking negro y una camisa blanca; lo único que lo diferenciaba era la corbata de moño y la manera en cómo se le veía a Cass.

Nos acercábamos a Leyla y también íbamos a estar cerca del pelinegro. Yo solo quería que me viera con George, así que disimuladamente mientras nos acercábamos enfoqué mi mirada en su rostro que permanecía sonriente por lo que sea que decían esas chicas; al sonreír se le marcaba los hoyuelos en la piel pálida y hacía gran pareja con su mentón cuadrado.

Hasta que nuestras miradas coincidieron, y me enseñó una estúpida sonrisa de boca cerrada volviendo a dirigir sus ojos en las chicas. Sentía un remordimiento que me gobernaba por dentro en ese momento, y solté al chico encaminándome hasta donde Leyla.

Ella me miró intranquilamente cuando estaba en frente de mí, los dos chicos me saludaron por detrás de ella preguntando si mi nariz estaba bien, yo solo asentí en respuesta.

—¿Por qué tardaste tanto en salir de la cocina?

Arrugué la frente, según yo, solo había estado unos treinta minutos, pero me equivocaba, había pasado mucho más tiempo allí, solo que el alcohol en mi sistema no me dejaba analizar la hora y se acortaba rápidamente.

—Solo me tardé unos minutos—me traté de defender de su comentario que consideraba inexacto.

—¿Treinta minutos?—le dio el vaso al moreno—. Alex, ya van a ser las diez, cuando estábamos en la cocina iban a ser las siete y media.

Definitivamente las bebidas alcohólicas si hacían efecto en mí y tenía tiempo sin probarlas. Ella prosiguió:

—Brooke, su novio y otra chica se van. Y no compartiste nada con ellos. ¿Qué hacías?—noté su voz alterada, aun así la controlaba.

En mi mente pegué un pequeño grito y luego respiré las veces que fueran necesarias. No quería discutir. No ahora. Y mucho menos así, influenciada bajo los efectos del alcohol.

Además, ya había arreglado la amistad con Leyla, no podíamos volver a pelear. Decidí hablarle lento, sin gritar, sin alterarme y sin llorar.

—Me tomaba una botella de lo que sea que era esa bebida alcohólica, sola, mientras recordaba a mi hermana y a mi papá e intentaba no llorar—respiré profundamente—. Eso hacía.

Leyla solo me observó, supongo que analizando mi comentario y lo que me había dicho, y quizás con el cargo de conciencia ya invadiendo en su cerebro. No había sido la manera correcta de actuar. Pero no la odiaba por eso.

Sí, lo que había dicho había dolido, incluso más que un raspón contra la pared o una pequeña cortada en el dedo. Este sentimiento era más fuerte e intenso. Las palabras se estampaban contra mí, convirtiéndose en una sensación que se enfrascaba justo en el pecho, y me hacía sentir incómoda y abatida. Me sentía inestable.

—Lo lo siento mucho, Alex—espetó luego de unos segundos de pensar—. Creo que estoy muy estresada. Discutí con Brooke, y ahora ella se va—bajó la cabeza—. No justifica nada en cómo te traté, pero eso me molestó un poco—movió su cabeza como un ventilador y luego volvió a centrar la mirada en mí—. Incluso, creo que ya agarraron sus cosas y se fueron.

—¿Por qué discutieron?

—Le dio celos verme bailar con su novio—me miró otra vez—. Te prometo que solo bailamos.

—No prometas nada, yo te creo.

Sonreí, fue increíble, pero lo hice al verme junto a ella, pensé que nos volveríamos a pelear y que ya no iba a haber vuelta atrás.

Supongo que así son las verdaderas amistades cuando se pelean, como soldados en una guerra que logran todo lo imposible para llegar sanos a casa. Y lo hacen, con mucho sudor en la frente y cicatrices o golpes en la cara o cualquier parte del cuerpo, ignoran el dolor y a secas se aferran a regresar.

Luego de una invitación a envolverme en sus brazos, que entendí como otra manera de disculparse porque no encontraba la forma de cómo hacerlo, me acompañó al baño más cercano para limpiarme las manos manchadas con un poco de mi sangre.

En el lavabo el agua se resbaló por el dorso y las palmas de mi mano, cayendo al desagüe ahora de un tono rojizo, Leyla me ayudaba a restregar la pasta de jabón en la misma, pues por mis condiciones de embriaguez yo no podía sola. Necesitaba un poco de apoyo, y ella era la indicada.

Cuando salimos ya Brooke se había ido con su novio y la otra chica; de igual manera la música continuaba, y los que quedaban no le habían tomado tanta importancia, únicamente se habían despedido de la rubia. Solo Leyla seguía un poco fatigada y bebía, y bebía, una y otra vez de su vaso, también me ofreció un poco.

El tiempo me transcurrió rápido, y ya no eran las diez, ahora era la una. Habíamos pasado de medianoche.

Blinding Lights de The Weeknd, resonaba en las cuatro paredes del salón, y ya que habían decidido apagar las luces todo estaba a oscura allí, solo la luz del pasillo dejaba apreciar un poco el rostro de los demás.

Dejé de pensar en Cass y no impulse más interés cuando noté que las conversaciones con Zoé se extendían. Y cuando bailaban, el ritmo de ambos era perfecto. Entrelazaban sus dedos, y la mano del pelinegro se posaba en la cintura de aquella chica.

Sus largos, pero dedicados dedos sostenían esa parte de su cuerpo, sin moverse como lidiando con algo frágil, y su mano, grande, varonil, que definía perfectamente las venas en su piel, me hacían querer sentirlas, experimentar lo que eso le transmitía a ella. Por un momento, solo quise ser Zoé, hablar con él de esa manera, que sus ojos apreciaran mis labios justo como lo hacía con ella, que se perdiera sus manos y mi cintura en una balada y que me hiciera reír con sus chistes malos.

Per eso jamás pasaría y de eso estaba muy segura.

Noté una sombra de dos personas que caminaba entre más siluetas y al llegar a los portones, la iluminación del pasillo me reveló a quienes ya suponía que eran: Cass y Zoé.

Cass seguía con sus manos en la cintura y ella sonreía sin parar, hasta que ella lo acercó para decirle algo en el oído, que quise saber qué era, él solo asintió y siguieron el camino a la sala principal, no sabía si ya era parte de mi imaginación pero lograba escuchar sus risas.

Después de cinco minutos de estar con la vista fija en los portones, sin darle un poco de importancia a lo que hablaba Leyla con Clein y Harper, decidí seguir a Cass y a Zoé, y descubrir qué harían en la mansión, ¿por qué se escondían de todos? Acaso iban a tener...

No. Imposible, no quería pensar en eso, pero era muy difícil lidiar con mis pensamientos, y lo primero que imaginé fue a Cass desnudándose para ella.

Recordé su abdomen, los brazos flexionados y su espalda marcada, y me mordí el labio por pensar en algo indebido.

—Chicos—interrumpí la conversación—. Subiré un momento.

—¿Para qué? ¿Te acompaño?—insistió Leyla.

Pensé en una manera de mentir o decir algo posible, y el cielo por fin me escuchó: capté el móvil de Clein en su mano y supe que había encontrado la excusa perfecta.

—Iré a buscar mi celular. Enseguida bajo, y tranquila, quédate con ellos—por suerte si lo había dejado en la mesita de noche.

—Bueno, está bien, te esperamos—sonrió y continuó hablando con los chicos.

No tenía celos, solo era por seguridad a que no ocurriera nada malo. No sabía qué podía intentar Cass, aunque no me gustaba verlo desde ese ángulo.

Caminé hacia la cocina, no me preocupé por las puertas, estaban cerradas porque las llaves permanecían guardadas en la gaveta de la mesita de noche. Y cuando no los encontré allí decidí tomar una acción que debí elegir mucho antes de haber seguido el camino directo hasta el comedor.

Subí al segundo piso, apresuré mis pasos por el pasillo del hospital del terror y sentí el miedo sostener mis muñecas y a la vez cernirse alrededor de mí. La habitación de Cass seguía cerrada, y mientras más caminaba más oscuro se hacía el recorrido, no había ni una gota de iluminación tenue.

Deseé en ese momento tener mi móvil para alumbrar el recorrido, y en ese instante algo me dejó como lo haría el clima en ese momento. Un grito heló mi piel, me hizo brincar y caminar más rápido, era el de una chica.

El grito había venido de una distancia no tan lejos de mí, tuve la impresión de que había provenido del pasillo donde estaba ubicado el salón de copas, así que sin pensarlo mucho corrí hasta allí, y lo hice más rápido cuando escuché otro grito; este acompañado de la misma voz desesperada.

—¡AYUDA!—era un grito desgarrador, un grito que me hizo saber que Zoé no estaba nada bien, y debía socorrerla—. Por favor—sentí la voz acortarse y luego una tos.

Cuando estaba ya en aquel pasillo, donde las luces si resaltaban lo suficiente la alfombra negra, deslicé mi mirada y los pude ver, eran ellos. La imagen me había dejado sesgada y pasmada.

Caminé sigilosamente hasta estar más cerca y detallar la escena, a la vez procuraba no hacer ruido con los tacones. Y ahora sí los había visto detalladamente: Zoé estaba estampada contra los portones y la mano izquierda del pelinegro descansaban alrededor de su cuello, mientras otra solo la mantenía empuñada, ayudando a que sus venas resaltasen en la piel clara.

La chica tenía el rostro arrugado, y con sus débiles manos intentaba despegar la mano de Cass de su cuello, pero inútilmente fallaba. Los pies de Zoé estaban a un ingrávido espacio del suelo. Me preguntaba cómo aún no la había asfixiado.

Recordé a Frank, las peleas que provocaba en el bar con Ellen y yo presentes, y cuando intentaba inmutarla. Insufrible reminiscencia que me producía un tenue temblor en las manos.

Y tenía que hacer algo.

—¡CASS!—no lo podía llamar así delante de ella, pero eso no era lo importante y esperé a que sus ojos descubrieran mi mirada.

Me miró, sentí miedo, aquella mirada era intimidante, ahogada de odio y malicia.

—Déjala—insistí sin percatarme que la voz me temblaba en ese instante.

Pero no se detuvo, sus manos siguieron aferradas a su cuello, la chica trataba de gritar, pero era inútil y cuando intentaba hacerlo solo se ahogaba por la presión que ejercía su mano.

Así que, tomé un impulso de valentía y me acerqué hasta ellos posicionándome detrás de su espalda y golpeé la misma con la mano empuñada; sabía que no le dolería, mis brazos eran flacuchentos y no tenía algún tipo de práctica para desempeñar una gran fuerza. Lo que hacía era infructuoso, pero seguí pensando que serviría de algo.

—¿¡Qué mierda te sucede!?—giró un poco su cabeza dejándome ver una parte de su perfil.

Era gracioso lo que preguntaba, ¿acaso pensaba que estaba haciendo algo muy humano?

—¿¡Qué mierda te sucede a ti!?—rebatí—¿¡Por qué haces eso!?—refunfuñé aún golpeando su espalda—. ¡SUÉLTALA!

—¡ALEX!, ¡déjame quieto no lo entenderías!

—¿Entender qué?—grité, tan alto que hasta creí que alguien de abajo que podía tener la capacidad de un buen oído, lograría escuchar y subiría. Aunque no era una buena idea que subiera porque todo mi plan estratégico se iría al demonio y estaría en intensos problemas. Así que seguí golpeando, ahora sus hombros, y él seguía con la cabeza doblada, sin quitarme la vista desde su perfil.

Zoé seguía intentando de separar la mano de Cass con sus endebles manos o eso creía, hasta que lo escuché quejarse y lo vi voltearse llevándose ambas manos a la cara, mientras la chica había caído arrodillada al suelo.

Ella no paraba de toser, ni de pasarse las manos por el cuello y él seguía lamentándose con la mano en la mejilla. No entendía qué había pasado, una bofetada no podía ser, no había oído el golpe de piel contra piel.

—Te mataré. Lo juro—él gimió. Sus ojos azules no eran fríos, ahora eran sombríos, dignos de helarte la sangre.

—Muérete, maldito infeliz—bramó levantándose, la forma de odio en la mirada de Zoé también resplandecía y me provocaba escalofríos. Ella me miró, pero no hizo nada más que obligar su cuerpo a caminar hasta el pasillo oscuro.

Pero le costaba caminar, por cada paso tosía más y más.

Me di cuenta que donde ella estaba había un objeto, y cuando me agaché detallé que junto a él había una mancha roja: sangre, y el objeto era una navaja.

Me levanté y posé mis manos en las suyas que cubrían parte de su mejilla, intentado de parar el sangrado; apenas sintió mi tacto abrió sus ojos, contemplé sus iris azules como anteriormente estaban, sumergidos en odio y rencor.

—No dejes que escape—me agarró las manos y como su rostro ahora estaba libre pude presenciar la cortada, era una delgada línea desde un poco más abajo del pómulo hasta pasar su mejilla y de una manera sosegada restituía el rojo con pequeñas líneas que emergían de la herida.

—Cass—traté de ser paciente en la conversación—. Lo que acabas de hacer no está bien, la podías haber matado y

Me interrumpió.

—Alex, cállate. Cállate—me pidió sosteniéndome ambas manos, sí que tenía fuerza por menos que pareciera no tener en los brazos. Y lo siguiente en decir me hizo cerrar la boca e hizo que cuestionara y estuviera atónita por un minuto: —. Ella intentó matarme. Fue mandada por alguien para acabar con mi vida—luego de eso me las soltó, con una expresión de rendirse.

—¿Qué? ¿Qué?—tartamudeé y me helé por unos segundos. Lo que Cass decía no tenía sentido ¿O sí?

No veía a Zoé de esa manera pero a Cass sí; además, de ser así era mucha casualidad de que justo cuando lo trajera solas lo intentara matar.

Mi perspectiva de Cass cambiaba.

—Alex, confía en mí.

¿Eso era buena idea? ¿Confiar en él? ¿En un chico que necesita reglas para ser cuidado y está bajo un castigo? ¿Y que fingía muy bien?, ¿en serio era de confiar?

Podía darle una oportunidad, aunque todo lo que había dicho parecía ser una mendacidad. Y entonces volvió a hablar:

—Tengo pruebas—me analizó con su mirada por un mínimo segundo, era lo que necesitaba—, esto—me enseñó la palma de su mano había otra línea que yacía roja y abierta en su piel—. Me lo hizo ella, con esto—metió la otra mano que no estaba lastimada en el bolsillo del pantalón y sacó otra navaja, idéntica a la que descansaba en la alfombra—. Con esta intentó atacarme y tuve que cubrirme con la mano donde si me cortó. Y con la otra si pudo hacerlo—unas líneas delgadas se deslizaban hasta su mentón.

Yo solo vi el objeto en su mano. Si en realidad era de ella y todo lo que él decía era real, ¿por qué lo había querido lastimar y quién la había mandado? Eran muchas respuestas, que necesitaba saber y estaba dispuesta a descubrirlas.

—Alex—él hizo que volviera a captar mi mirada en él—. Debes detenerla—llevó sus manos a mi barbilla, sentí una parte líquida en mi cara y luego supe que su mano había manchado parte de mi mentón de sangre. Su respiración era desesperada al igual que su voz y el movimiento de sus iris—. Si no lo haces ella bajará y dirá muchas mentiras. Se victimizará, le creerán y estaremos en muchos problemas. Grandes problemas, Alex. Debes impedir que baje.

Deseé que todo fuera una broma de muy mal gusto en cualquier momento. Tenía miedo de que todo fuera real, aunque sabía que lo era porque no sentía algún tipo de alucinación en el ambiente, pero solo quería ser una cobarde y ocultarme de cualquier problema.

—No podré.

Sentí su aliento rozarme el labio superior.

—Si puedes, Alex—apretó mi mano con la suya, mientras la otra seguía descansando en el costado de mi barbilla—. Confío en ti, pequeña.

Eso se había escuchado tan bien, que asentí sin abrir mi boca para soltar algo más y fui tras ella. El "confío" en sus labios actuaba como una medicina y como un CD que no quería para de escuchar, y el "pequeña" como una droga que me hacía delirar. Y había producido cualquier valentía desconocida en mi sistema.

También tenía mis razones de buscarla y detenerla. No podía permitir que ella bajara porque todo se descubriría en un abrir y cerrar de ojos, y realmente estaría en grandes problemas, que aunque no sabía cuáles podían ser, sé que me iban a costar muy caro.

Llegué hasta un poco más atrás del pasillo donde estaba la habitación de Cass, me encontraba al lado de las puertas para entrar al balcón delantero, pero ahí no estaba. Ella ya había caminado lo suficiente y temí que estuviese bajando los escalones porque me sería difícil detenerla; pues, podía gritar lo suficiente estando allí para que alguien la ayudara, y Cass y yo éramos los desconocidos entre ese grupo de personas para que nos creyeran, la única que me conocía era Leyla.

Al llegar al pasillo que me daba escalofríos por fin pude divisar la silueta de Zoé en la penumbra, iba a una distancia de la habitación de Cass, caminaba lento, mientras se agarraba de las paredes y tosía fuertemente, quizás aún sentía la presión en torno a su cuello.

Avancé con sigilo en mis movimientos, pero al estar más cerca noté cómo volteó para comprobar si alguien la seguía y al verme a unos pasos detrás de ella, comenzó a correr y a gritar sin importar que eso le costara toser más fuerte.

Yo también corrí sintiendo la adrenalina circulando mis venas y agradecí en ese momento que esa chica dependiera de un cabello largo, le llegaba hasta la cintura y antes de cometer mi acción solo me mantuve en mis pensamientos, las cortadas que le había provocado a Cass, y en que había sido una sicaria, ya que si alguien la había mandado a liquidarlo era porque ya tenía experiencia en eso.

Ella estaba a unos pasos de llegar a la escalera y yo estaba lo suficientemente cerca de ella, así que, levanté mi mano y cuando comprobé que si lograba alcanzar su espalda razoné en empujarla, claro que toda esa idea cambió luego de tener unas hebras de cabello tocando mis dedos y deslizándose en mi mano. Y sin más, solo presioné las puntas de los dedos contra mi palma, sin soltar los mechones, y empleé una fuerza tirando de los mismos.

La detuve.

Cayó sentada al suelo y gimoteó sin dejar de tocarse constantemente el cabello, ni de toser. Yo, ineficazmente, también caí cerca de ella por la fuerza que había hecho, aunque no me dolió e intenté levantarme rápido.

No vi venir sus nudillos que se estamparon dos veces contra mi labio inferior y parte de mi mejilla por la fuerza ejercida en sus piernas que obtuvo para lanzarse encima de mí.

Dejé mi cabeza descansar en el suave tacto de la alfombra.

—¿Qué mierda sucede contigo?—se quejó pasando sus manos de arriba abajo por ambos lados de su cabeza y levantándose con dificultad de mi cintura.

La sangré me invadió las papilas gustativas y una aflicción gobernó la parte debajo de la comisura del labio inferior.

—Lo intestaste matar—afinqué las manos en el suelo y tomé un respiro.

Deslicé la punta de mi lengua por dentro de mi labio inferior, la sangre salía más y más, y vi cómo Zoé caminaba débilmente con los tacones hasta el comienzo de las escaleras; donde quedé confundida porque ella se había quedado quieta, como si hubiera visto un fantasma y retrocedió con unos pasos tan lentos, que no tuve que preguntarme qué había visto porque supe la respuesta en ese mismo instante.

Ella se detuvo y gritó pidiendo ayuda, pero el volumen de los altavoces era tan alto que hasta donde estábamos se escuchaban nada lejanos; luego se volvió hacia el pasillo donde yo la observaba a una distancia no tan distante, vio al lado contrario del pasillo pero solo había pared y después se volvió, y al ser consciente de que detrás había un corredor lo siguió sin pensar tanto.

Yo seguí reposando mi cuerpo con las piernas cruzadas y las manos apoyadas a mis costados controlando mi respiración y fue cuando lo vi:

Cass había aparecido por las escaleras e iba directo tras Zoé, ni siquiera se había dado cuenta que estaba a un trecho no tan estricto de él. Tenía el traje impecable, una navaja en la mano, la mirada arriba con el ceño levemente fruncido y el cabello desordenado; parecía el típico psicópata en el baile de graduación de una película de horror.

Intenté levantarme, rogándole a mis piernas que no fueran tan débiles y no me hicieran fracasar en ese momento. Cass tenía una navaja y cuando rebobiné eso, me di una bofetada en la mente a mí misma.

¿Qué demonios me pasaba? Eso no era bueno. Cualquier escena de Cass con un arma en la mano terminaba muy mal en mi cabeza y me hacía contemplar su cruel faceta de asesino.

Entré en el pasillo casi desconocido para mí y deslicé mi mano por las dos paredes, y al encontrar el interruptor lo presioné. Las luces parpadearon dos veces y luego, finalmente encendieron todo el corredor, el cual era un poco estrecho, el pasillo doblaba al final y seguía un poco recto hasta volver a doblar, como una "U".

Cuando llegué al final una reja de puerta descansaba abierta ante mis ojos, pasé el umbral de la misma y noté del lado izquierdo una imagen más fantasiosa que el salón de copas y el salón de baile. Para el lado derecho seguía una pared recta, pero para el izquierdo un gran portón de cristal abierto también para mis ojos, y ante un gran balcón donde podías apreciar el jardín.

Aunque lo que había para contemplar en ese lugar no era tan lindo.

Reaccioné aproximándome a los portones, Cass seguía con la daga empuñada en la mano y Zoé con las manos en las barandillas del balcón, yo estaba inmóvil observando la escena.

Zoé trataba de escapar, moviéndose inquietamente de un lado al otro, con una pierna, luego con la otra, como una presa acorralada por un depredador o como si su vejiga estuviera a punto de reventar, Cass solo avanzaba hasta ella, que le dio la espalda y comenzó a gritar.

—¡Alguien que me ayude por favor!—suplicó y lo primero que pensé fue en su garganta desgarrada por el grito. No dejaba de sostener la baranda, mostrando su cuerpo fuera del balcón, quizás, estampando su abdomen contra el cemento, y gritó más.

Tuve miedo de que alguien escuchara, pero tampoco quería que nada malo pasara con ella, aunque yo seguí solamente estupefacta, con los ojos puestos en las acciones de Cass.

Él se movió con calma detrás de ella, pegado a su espalda. Observé el filo brillante de la hoja de aquella navaja que él condujo hasta el redondo menor—vestía un vestido que era abierto, luciendo su espalda desnuda hasta su cintura—, y bajó la punta por toda la piel hasta estar en el medio de la espalda.

Ella seguía gritando, así que él no tuvo otra alternativa que alzar la otra mano, pasó el brazo por detrás de su cabeza y lo dejó inmóvil a una altura más arriba de sus hombros. Sus gritos habían disminuido y fue cuando supe que la palma de la mano de Cass cubría los labios de Zoé, ocupándose de ahogar los quejidos.

Las suplicas ahora eran simple balbuceos sentí un "shhh" en los labios de Cass y a continuación el brazo del pelinegro se movió hacia atrás, dejando una suficiente distancia entre la navaja y la piel, y luego de unos segundos lo volvió a mover hacia adelante.

Un grito más fuerte fue nuevamente ahogado por las palmas de la mano, y el brazo se movió tres veces más de adelante hacia atrás, sucesivamente. Una delgada línea roja salió de la piel hasta recorrer más debajo de su cintura. Ella se lamentaba y pedía perdón, pero Cass no accedía a sus lloriqueos y simplemente seguía con su crimen, que, al verlo actuar así, ante sus ojos podía resultar divertido.

Estaba horrorizada ante ellos, en el medio de los portones de cristal, contemplando a Cass cometiendo un asesinato. Sin duda alguna me di cuenta de por qué era el castigo que cumplía en la mansión.

Cass bajó la cabeza de la chica que ahora lucía muy débil, y con dificultad agarraba la baranda, y llevó el lomo afilado de la navaja que antes estaba clavado en su espalda a la nuca.

Separé mis labios y sentí un ardor cubrir mis ojos cuando la punta de esta la enterró en su nuca, cual niño enterrando la punta filosa de un cuchillo en un pastel.

Las manos que antes se posaban en la baranda se resbalaron y cayeron, los gritos se extinguieron, pero la respiración aún seguía, era desesperada con un tenue quejido entre dientes.

Me limpié una lágrima que bajó por mi mejilla en aquel momento, estaba impresionada y no podía hablar, me sentía extraña por no haber hecho nada; los vellos de mi piel se levantaron y la temperatura en mis orejas se volvió cálida, al igual que en mi pecho y mis manos.

Él se volvió para verme y lo siguiente no lo esperé: Cass reposó el cuerpo en su hombro, lo cogió como un costal de papas, sostuvo el cuerpo por un momento en sus manos fuera del balcón y simplemente lo lanzó.

—¡NO!—corrí hasta donde él cuando vi el cuerpo caer de su brazos.

Coloqué los brazos en la baranda y envié mi mirada hacia abajo. El cuerpo había caído junto al césped, pero la cabeza había golpeado contra un escalón haciendo que una línea de sangre manchase el lugar, posiblemente convirtiéndose después en un charco rojo. Desde donde estaba podía ver sus ojos abiertos, al igual que su boca expuesta por la sangre.

—La... —tragué grueso, me costaba hablar y hasta respirar, sentía que el lugar se encogía—. La mataste.

Él negó con la cabeza y al parecer quiso corregir lo que yo había dicho:

—No. La matamos.



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Nota de autor: Me tardé, lo sé, ya no les prometo más nada, solo que el otro capítulo está muy cerca.

Ahora bien. ¡Feliz año! (Atrasado). Así recibimos el año, con este capítulo que espero que les guste porque la verdad seguía el 31 a las 11:55 escribiendo el capítulo y mi familia viéndome y diciéndome que dejara un rato de escribir y compartiera más en la mesa, que luego de pensarlo bien, lo hice y a la mañana siguiente seguí escribiendo mientras desayunaba un sándwich con mi tacita de café.

Pero bueno, ahora sí debo advertir que a partir de este capítulo comienza la verdadera escena de este libro, está cena es 0 de 10 comparada a las próximas que pueden ser más explícitas, no hablo específicamente de sangre ni de sexo. Esta historia cuenta con muchas cosas más tétricas, que espero les guste en el camino.

Y apóyenme si les gusta, comenten, compartan y voten. Los quiero mucho.

(Si hay algún error no se preocupen, es la laptop, ya que escribí en otro lado que no es Wattpad y luego lo pego aquí)

Besos.🫶🏻

𝑍𝐴𝑉𝐼𝐷13✍︎.

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