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Llámalo como quieras.

Salimos de la mansión y para sorpresa de ninguno las escaleras permanecían cubiertas de nieve, el coche de Stephan también estaba oculto bajo un edredón blanco, obra del clima gélido de Hillton, y maldijo cuando lo vio.

—Odio este clima—le dio un golpe a la puerta del vehículo y un corrimiento de nieve cayó en sus pies.

Aguanté la risa mordiéndome la lengua y me acerqué a la puerta del copiloto, la nieve parecía que resguardaba algo apreciado para ella dentro del coche y lo protegía a toda costa.

Stephan ya había abierto la puerta de su lado, sin embargo, cuando se dio cuenta que yo estaba por abrir la de mi lado, dio la vuelta por la trompa del auto para ayudarme a abrirla. La nieve se vengó cayendo en sus hombros, por suerte, la tela de su abrigo era impermeable, aunque de igual manera sacudí un poco de ella con mi mano.

El viaje de vuelta a mi pueblo natal duró cuatro horas y era primera vez que permanecía con los ojos por un buen tiempo abiertos en todo el recorrido, ya que por unos treinta minutos los cerré permitiéndome disfrutar por un instante de la comodidad que me ofrecía el asiento, y cuando los abrí ya habíamos llegado.

El gran cartel con las letras transcritas me abarcó la vista y me hizo sonreír.

<<¡Bienvenidos a Great Foster!>>.

Tan solo habían sido unas semanas, pero se sentían como un año. En el pueblo no nevaba, pero se notaba un gran clima gélido que se recargaba en la atmósfera.

Le indiqué a Stephan que me dejara en el callejón de mi casa y eso hizo. Una extraña sensación me sacudió por dentro del pecho cuando vi aquella casa con balcón al frente. La casa de Franck... de Ellen... mi casa... mi hogar. Los recuerdos también emplearon su papel en ese momento y trabajaron acosando mis pensamientos, el entorno en mi mente estaba sobrecargado de reminiscencia.

Recordé mi cumpleaños y los días después de eso. La familia que Franck había mantenido en secreto, aquel chico llamado Dexter—que ahora era mi nuevo hermanastro—, aunque no sabía con veracidad si debía llamarlo así. Y por supuesto, también recordé los buenos momentos plasmados en el centro de mi memoria, como ese beso que Connor me había robado con la espalda pegada a la puerta, y cómo sus manos recorrían obscenamente mi abdomen hasta mis pechos por encima de mi camisa.

Se me revolvió el estómago porque al mismo tiempo que sus besos asediaban mis pensamientos, la chica que lo besaba en su historia de Instagram contraatacaba sin límite alguno.

Dejé de pensar en ello, me atosigaba.

Una corriente de aire se encargó de acoplarse en mis piernas y levantarme el vestido cuando me bajé del coche con la bolsa colgando del brazo—había traído una para guardar el celular, el cargador y algunas que otras tonterías que traía—, afortunadamente, el vestido camisero que me había puesto me llegaba hasta más debajo de las rodillas, respetando un espacio entre las botas.

Había llegado y ya no había vuelta atrás, caminé por detrás del maletero y yo misma me sorprendí cuando mis piernas tomaron la valentía de seguir recto hasta la casa de Connor.

Y cuando Stephan observó que me dirigía a la casa que estaba en frente de la mía, apagó el vehículo y bajó el cristal reposando el brazo en el marco de la puerta. Me volví para verlo, no sé qué hacía pero lucía como un hermano mayor que cuida a su hermana y la vigila cuando la deja en la casa de algún <<desconocido>>, él solo sonrió un poco.

Quise abrir la boca para preguntarle qué hacía aparcado ahí, pero al mismo tiempo que formulaba la pregunta en mi mente, algo me decía que era mala idea, quizás se podía sentir mal por mi mención y él había sido lo suficiente bueno en traerme hasta aquí, por lo que solo lo ignoré y continué el camino hasta la puerta de la casa de Connor.

Cada paso me daba un vuelco en el corazón y en la boca del estómago, y cuando notaba que estaba cada vez más cerca del pomo de la puerta, la respiración se me volvía acelerada y hasta tenía que recoger aire por la boca para lograr respirar.

Por fortuna, cinco minutos antes de cerrar los ojos en el camino, le había decidido enviar un mensaje a Connor respondiéndole el suyo. Y aunque solo decía: <<De acuerdo, estoy yendo a tu casa.>>, la punta de los dedos me titiritaron en la pantalla cuando lo escribía; así que él estaba esperando por mí.

Tragué saliva, carraspeé y me aclaré la garganta antes de gritar su nombre a dirección de la puerta.

—¡Connor!—el nombre en mis labios me hacía flaquear las piernas y me daban un mal sabor en la punta de la lengua que bajaba hasta mi esófago y luego me volvía a subir hasta el extremo de mi cabeza.

No ocurrió nada a salvo del trinar de dos aves que aleteaban sus alas en la esfera grisácea. Pensé que Connor saldría rápido de su casa, aunque nunca me había llegado una respuesta después del mensaje que le había enviado.

Tragando grueso otra vez, volví a gritar:

—¡Connor, soy, Alex! ¡Ya estoy a... —cerré la boca en un segundo porque un sonido captó mi atención.

El sonido de la puerta liberándose del seguro me ajetreó el oído, al mismo tiempo que tuve la sensación de que mi corazón paró de latir y mis huesos se sacudieron.

Y finalmente él la abrió.

Toda mi anatomía estaba entumecida, la única parte que contestaba eran mis iris y solo se desplazaban siguiendo sus manos rápidas y ascendiendo a sus ojos, que sonrieron cuando tropezaron con los míos.

—Alex... —cerró la puerta detrás de él y tomó un respiro. Lo único que me tranquilizó en ese momento fue notar que a él también le costaba hablar.

Abrió un poco la boca y mi mirada cayó en sus labios, me sentí culpable y volví a ver a sus ojos que no se despegaban de mi vista; al parecer, sí tenían una textura melosa aparte de poseer el color.

Por un rato se quedó sólido delante de la puerta, como una estatua, hasta que levantó su mano y la movió en un gesto liviano de saludo.

—Hola, Alex... —mostró una ligera sonrisa de boca cerrada y caminó hasta a mí, estábamos a poco pasos porque podía notar hasta los delgados mechones rubios que caían sobre su frente, distinguir el lunar cerca de la manzana de adán que le bajaba y le subía cuando tragaba, y la perforación que le ornaba el labio superior.

—Ho... hola—comencé a balbucear y el miedo de que él lo notara me consumió, respiré y rectifiqué levantando la barbilla y sin bajar la mirada: —. Hola, Connor.

Debía simular que no me importaba su presencia, que no me dolía el pecho cuando sus ojos me observaban, que el estremecimiento no gobernaba mis rodillas cuando pronunciaba mi nombre en sus labios.

—Lo siento, acababa de ver tu mensaje. Pero que bueno que estés aquí—no respondí, solo lo miré de hito en hito sin perder detalle del cautivador color miel en sus iris mientras aferraba mis manos en la bolsa, y cuando se dio cuenta que yo no diría nada más, prosiguió: —. Bueno... emm. ¿Quieres pasar?

Vamos. Tú puedes. Habla ahora como si nada y deja de fijarte en sus jodidos labios.

Y aunque me costó ordenar las palabras en mi mente para decir algo, finalmente logré soltar:

—Aguarda, debo despedirme de mi amigo—asintió y yo me dirigí otra vez hasta el coche.

Una vez que estaba allí le pedí a Stephan que abriera la puerta para darle un abrazo y despedirme bien, consciente de que Connor nos veía perplejo.

—Te voy a extrañar—dije despegándome de sus brazos.

—Y yo a ti—me ocultó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Pero no olvides lo que te dije, sal de la mansión cuando estés libre y disfruta de esa libertad, mientras más mejor. Y si necesitas a alguien con quien hablar y no encuentras a nadie, recuerda que aquí estoy yo, y para eso tienen el número de mi móvil. Solo, llámame cuando quieras.

Correspondí otra vez a sus brazos, porque al fin y al cabo lo extrañaría. Era lo más cercano a un mejor amigo, Stephan también se despidió de Connor alzando la mano y volví mi mirada un instante para saber si Connor había correspondido a su saludo, y sí, lo hizo del mismo modo que Stephan. Finalmente encendió el vehículo y me guiñó el ojo antes de subir el cristal y acelerar.

Caminé otra vez hacia Connor y él me espero hasta volverse y encaminarse a la puerta. En ese tiempo que él caminaba dándome la espalda, lo detallé mejor: traía una camiseta deportiva gris, de manga corta, hasta el bronceado de los hombros y se le ajustaba perfecta a su cuerpo hercúleo, dando a detallar su musculatura, de conjunto tenía unos pantalones corto oscuros y unas zapatillas negras.

Me quedé mirando por un instante la forma de la camiseta y cuando distinguí en ella que el cuello resaltaba en su espalda, casi se me escapa una risotada. Se había colocado la camiseta al revés.

Aunque la melancolía ya estaba adueñada de la corteza de mi corazón, como la apropiación de un empresario en su oficina, sus tonterías todavía continuaban provocándome risas.

Se volvió hacia un lado para que pasara a su casa y tuve que ahogar otra carcajada mordiéndome el labio inferior, cuando vi la etiqueta de la camiseta un poco más arriba de su cuello.

En cualquier momento le avisaría que tenía la camiseta mal colocada.

Y finalmente estaba aquí. En la casa de Connor. En la casa de la persona que había llamado "crush". En la casa de la persona que había roto mi corazón. Y era tan inimaginable, porque realmente nunca había pensado que conocería su casa por dentro.

La casa era común y corriente, la verdad no sé qué creía que me iba a encontrar. En primer lugar, había un enorme pasillo, al lado derecho unas escaleras que daban para el segundo piso, del lado izquierdo una pared con varios cuadros colgados donde aparecían: un Connor menor junto a un árbol de navidad. Un Connor un poco más grande con una medalla y un trofeo en sus manos, y la sonrisa de la imagen era tan contagiosa, el cabello rubio estaba alborotado y achinaba los ojos; quizás porque hacía mucho sol en aquel momento. En otra, un Connor graduándose y muchas más fotografías.

La pared era responsable de dividir la parte izquierda del pasillo y crear otro hasta el fondo que se extendía de ancho hasta la escalera; aunque, dejaba un espacio lateral donde podías caminar y por atrás me imaginaba que hacía la misma función. Noté que eso que separaba era una sala de estar.

Seguí a Connor por donde se encaminaba. En el otro lado cerca de la escalera había otra sala, pero más pequeña, con sillones cerca de la ventana y otros cuadros en la pared, pero estos no eran de fotografías, solo tenían paisajes o imágenes de decoración. Pasamos por el otro lado de las escaleras, recto hasta dar con otro pasillo lateral que abría paso a la cocina.

La cocina tenía una isla extensa y el mármol de color negro brillaba ante las lámparas ovaladas que se elevaban sobre ella, tenía varios taburetes y la misma estaba rodeada por el lado izquierdo de: un refrigerador, el lavabo de la cocina, el lavavajillas, el armario y la estufa eléctrica que tenía un mueble lleno de bebidas a su lado.

Connor tomó asiento en una silla de la isla, específicamente del lado izquierdo, yo tomé asiento en una del lado contrario, frente a él.

Mi cuerpo estaba tenso e impacientemente, me removía en la silla y evitaba el contacto visual. Me abracé descansando mi barbilla en el dorso de mi mano y sin mover mis iris de la superficie de la isla.

Él habló:

—¿Quieres agua?

Cerré los ojos, no pensaba observarlo, ¿pero en serio había dicho eso?  La impaciencia colonizó en mí y las palabras vinieron a mi mente como marea, alcanzaron como corrientes salvajes hasta la punta de mi lengua y salieron de mi boca como una tormenta:

—Primero que nada. Tienes la camiseta al revés—bajó la vista hacia su pecho y resopló, aún no me dedicaba a hacer contacto visual—. Y segundo, ¿para qué querías verme hoy? ¿Para ofrecerme agua o para hablar de lo que montaste en tus historias de Instagram?—lo observé sin distraer mi vista.

Quizás haber venido había sido una mala idea.

Cerró los ojos, y mi atención se concentró en sus largas pestañas rubias. Suspiró y deslizó la palma de su mano sobre su frente, luego se levantó y yo lo seguí con la mirada, aunque él no me miraba,

Sus grandes manos patentizaban su masculinidad, al igual que las venas en su brazo que, aunque eran pocas, se hacían visibles con facilidad y lo hacía ver muy sexi. También la tinta en su brazo, que de un estilo tan sosegado revelaba una perfecta calavera junto a la rosa; lo recalcaba tan intimidante y curioso a la vez, siempre me fijaba en aquel detalle de su antebrazo.

De pronto, las manos bajaron hasta el borde de la camisa y seguidamente esta desapareció por encima de su cabeza.

En seguida desvié la mirada.

Jodido idiota. Y jodido cuerpo.

Su tórax entrenado que resaltaba con la tonalidad de un cuerpo fornido, las líneas en el centro del abdomen, el vientre plano y definido, y las rectas que descendían desde el músculo oblicuo hasta la pelvis, y después de allí se perdían bajo la tela del pantalón corto.

Empecé a sentir un calor amenazante en mis orejas.

—Me la había puesto rápido—dobló la camiseta y luego que estuviera en el estado correcto, la volvió a encajar en su tronco, ya con el cuello de la camisa donde debía estar—, no me di cuenta que me la había colocado al revés—suspiró pasándose la mano en los mechones de cabello y volvió a tomar asiento.

Me miró y al leer mi mirada y entender que yo no diría nada más, bajó la cabeza y empezó a soltar algo parecido a una justificación en medio de otro suspiro agotador:

—Has de odiarme.

Aunque quería soltarle unos cuántos gritos, odiar, era una palabra muy fuerte, solo estaba decepcionada. Pero no dije nada y él continuó:

—Alex, soy un idiota, pero por más idiota que sea, quiero explicarte todo. Y quiero que me veas. —Y eso hice, mantuve mi vista fija en él, con seguridad—. Soy muy consciente de haber subido esa historia—la sinceridad me golpeó el pecho, como si fuera una persona de carne y hueso—. Pero en ese momento no lo era—resollé y por un momento solo quise fotografiar con mi memoria este momento, su mirada estaba seria y tensaba la mandíbula para no mostrar su vulnerabilidad—. Ni siquiera recuerdo su nombre. Y no creas que te quiero echar la culpa con lo que diré, cuando el culpable de todo soy yo; pero si tan solo hubieras estado acá, nada de este mal entendido hubiera pasado

Sé que ya me había advertido que no me quería echar la culpa, pero eso había sonado como todo lo contrario. <<Pero si tan solo hubieras estado acá, nada de este mal entendido hubiera pasado>>, ¿en serio había dicho eso? ¿Que prácticamente besó a esa chica porque yo no estaba acá? ¿Era en serio? Y aparte, ¿por qué lo llamaba mal entendido? Si claramente él la besó porque quería y se veía en ese pequeño vídeo que disfrutaba lo que hacía.

Apreté los nudillos aferrándome al cinturón de mi bolsa y me mordí la lengua por dentro con tanta fuerza, que creí que en cualquier momento el sabor a hierro me inundaría la boca. Traté de mantener las palabras, pero estas se liberaron como una presa escapando de un arpón:

—¿O sea que si estaba aquí ese beso no hubiera sucedido? ¿¡Lo dices en serio, Connor!?—el tono de mi voz se profundizó en un gesto de molestia y sentí la sangre hervir en mis mejillas—. No estaba aquí por mi trabajo. Lo sabes. Y ahora vivo en esa mansión por ese trabajo. Y

—Alex—me interrumpió, supe que no había tenido un control, cuando la respiración agitada me acurrucó el sistema; aunque, un par de segundos fueron los suficientes para aliviarla y esta vez sí controlarme—. Déjame terminar de hablar por favor. No te estoy echando la culpa, dije lo que dije sin esa intención, sé que toda la culpa es mía, solo fue una suposición—habló rápido y yo solo lo miré mientras soltaba palabra por palabra—. ¿Ahora puedo terminar de contar lo que pasó?—, asentí y el prosiguió luego de inspirar y tragar saliva. La nuez le subió y le bajó y traté de poner mi mente en blanco, antes de que el gusto le ganara a mi orgullo en esta batalla—. Bien, Alex, te extrañaba. Quiero que sepas eso primero—me empezaba a sentir como una pieza de metal y Connor a carta cabal era un imán, y con cada gesto me atraía más y más—. Y ahora continúo. Ese día me sentía un poco mal, recibí una noticia que no me gustó para nada, y quería despegarme de mis pensamientos — Quise preguntarle qué noticia había recibido, hasta intenté separar mis labios para escupir la pregunta, pero no fui capaz—. Mis amigos me invitaron a un bar y aproveché la oportunidad para olvidarme de todo. Y sí te lo preguntas, antes de aceptar salir a ese bar pensé varías veces en llamarte para irte a buscar a dondequiera que estabas, pero si rechazabas la respuesta me iba a poner peor, así que, no lo hice. Les comenté a mis amigos que así saliéramos esa noche, yo no quería nada con nadie, porque había conocido a una chica y me gustaba mucho—y ahí las comisuras de sus labios se movieron un poco hacia arriba: —. Tú. — Odiaba la reacción de mi anatomía a raíz de los intensos ojos de color miel. Un ardor se desplazó por mi semblante y permaneció por debajo de mis pómulos, ya sabía lo que significaba, hasta creí que las comisuras de mis labios me habían traicionado y se intentaban alzar sin prisa—. Pero igual llevaron a tres chicas. Tomamos tanto que sentía que en cualquier momento iba a vomitar—juntó sus manos sobre la isla y no despegó la vista de sus dedos—. De la embriaguez pasé a otro nivel, y uno de mis amigos—exhaló y entonces las comisuras de mis labios volvieron a estar de mi lado, no pasó ni un segundo para que recuperaran su estado natural—, me ofreció una pastilla

Claro que no era tan idiota, sabía a qué clase de pastilla se refería, pero de todos modos lo interrumpí para poder comprobarlo con sus propias palabras, porque quizás, me equivocaba. Quizás.

—¿Qué clase de pastilla?

Suspiró agobiado y se restregó los ojos.

—Drogas, Lex.

No me equivocaba.

Sentí un amargo sabor que contraatacaba mi paladar y un relámpago de tensión se elevó adueñándose desde la parte baja de mi vientre hasta mi pecho. Sólo cerré los ojos para intentar meditar un momento y seguir lidiando con el control en mis palabras.

Luego de unos segundos me di cuenta que me había llamado "Lex" y a duras penas me gustaba cómo sonaba ese apodo en sus labios.

Por mi parte no continué hablando, pero él si prosiguió explicando:

—Yo Mierda, Alex, yo no debí hacer eso. Fue un error—tragó saliva y deslizó los dedos entre las hebras rubias, por cada segundo que pasaba se revolvía el cabello más rápido—. Al día siguiente desperté en la casa de mi mejor amigo, me dijo que revisara mis historias de Instagram y te juro que grité cuando vi la misma imagen que tú viste—volvió a bajar la cabeza—. Lo siento por eso, fui un maldito idiota. No sé si has visto que hasta coloqué mi cuenta privada y no he subido más nada desde ese día—No. Desde esa vez que lo había pillado en su historia con aquella chica, no volví a entrar más en la aplicación. Sin embargo, asentí por la aflicción que hacía énfasis en su voz—. No la recuerdo, ni siquiera sé su nombre y mucho menos me importa —bajó la mirada, luego la subió y ese paso lo repitió una vez más, hasta inmovilizar los ojos melados sobre los míos, el corazón me dio otro vuelco al captar ese color característico de sus iris, y la sensación que se aferraba a mi estómago me hizo saber que la batalla entre mis sentimientos y mi razonamiento daba paso nuevamente—. Me importas tú y me gustas tú—y eso era lo que faltaba para estar otra vez dócil a sus pies.

Tragué grueso. Me había dejado con la palabra en medio de mis labios entreabiertos.

Si comparara el escenario con una tabla de ajedrez había deducido que estaba tan segura de mí misma, que había movido los trebejos con tanta seguridad, sin espera de que él realizara un hábil movimiento a origen de mi estabilidad. Ganando la partida.

—Eh —intenté hablar, pero me interrumpió y agradecí al cielo a que lo hiciera porque en mi mente no hallaba respuesta para lo que él había dicho.

—En serio me gustas tanto y por eso te insistí en vernos—se levantó del taburete y mientras caminaba por al lado de la isla de la cocina hasta llegar a mi asiento, los latidos se me aceleraron tanto que parecía que había hecho un trote interminable. Desprendí un hilo de aire por mis fosas nasales con mucho sigilo y volví a deglutir otro poco de saliva, me apreté las manos y me moví en el asiento bajando la mirada hacia Connor, que ahora permanecía de cuclillas al lado derecho de mi taburete. Reparé más detalladamente los músculos que se dejaban ver por la posición en la que estaba y eso me colocaba tensa. Muy tensa. Connor se lamió los labios y cerró los ojos para volver a abrirlos y clavarlos en mí, en mi mirada, que por dentro de mí aseguraba que era de absoluto desconcierto, y volvió a separar sus labios, tan despacio que mi atención bajó a ellos: —. Alex, no sé qué somos. —Pestañeé. ¿Somos? Sí, joder, había dicho somos; aún con la boca casi abierta lo seguí escuchando—. Pero. Maldición —exasperó—. Quiero que las personas nos sigan conociendo como esto. Como un somos y no como un éramos.

¿Qué podía hacer en ese instante? Había creído que de alguna manera existía una oportunidad para que mi orgullo ganara. Me equivocaba.

—Dame una oportunidad para demostrarte lo mucho que me gustas y lo mucho que te puedo hacer feliz—colocó una mano en mi regazo; yo estaba atónita, a secas percibiendo cómo los latidos de mi corazón me taladraban el pecho.

Aparté la vista, miré el armario de la cocina, aunque sentía aún su mirada cernirse sobre mis ojos, y solo respiré. Lo quería decir, quería decirle que sí estaba dispuesta a darle otra oportunidad, porque mitad de mis sentimientos y sobre todo mi anatomía lo extrañaban, y ahí sentada incluso me estaba resistiendo las ganas de lanzarme hacia sus labios.

Algo sabía, y era que en ese punto el orgullo no era un buen contrincante; si seguía colocándolo de frente, jamás íbamos o iba a encontrar una solución al somos que él planteaba. Así que cuanto antes tomé una decisión.

Exhalé y lo miré.

—Solo tienes una oportunidad—eso había sonado en mi boca como algo de vida o muerte. Una sonrisa se delineó en mis labios cuando las comisuras de los suyos se elevaron.

—Gracias... —se levantó y seguí su mirada, me sonreía con los ojos—. ¿Te puedo besar?

Sí.

No.

Sí.

¡NO!

¡SÍ!

Forcejeé otra vez contra mis sentimientos y mi razón. No se lo iba a dejar tan fácil.

Apenas abrí la boca él se lanzó a mí con un movimiento demasiado rápido; un poco más y su respiración logra tocar mi arco de cupido. Pero se detuvo cuando escuchó mi respuesta:

—No.

—Ahhh Ammm. Vale—retrocedió.

—Gánatelo.

Negó con la cabeza con una pequeña sonrisa que pronunciaba en sus labios y se llevó una mano a la nuca.

—Lo haré. Pero te aseguro que la próxima vez me lo darás tú.

Solté una risita

—¿Qué te hace creer que te besaré sin siquiera habértelo ganado?

—Nunca dije que no lo ganaré. Claro que lo haré, pero antes tú me lo regalarás.

Tanta seguridad me colocaba el fémur rígido. Reí otra vez, en un tono bajo, él también lo hizo y luego un silencio se encargó de acoplarnos a los dos; aunque, volví a agradecer en silencio al cielo cuando él rompió aquel mutismo.

—¿Desayunaste antes de venir?

—No—musité.

—Perfecto, te llevaré a desayunar.

Bajé la cabeza apreciando el vestido camisero, debajo del abrigo que no estaba del todo cerrado, y luego lo volví a ver.

—¿Llevarme a desayunar?—asintió.

—Quiero que tu día sea bonito.

<<Ya lo es>>. Me Por primera vez en mucho tiempo no me molesté con el bullicio en mi cabeza, tenía razón, hasta ahora el día había comenzado increíble, y sobre todo muy bonito.

Sonreí y fui sensata de la sangre que escalaba hasta mis mejillas.

—¿A dónde me llevarás?

—A Coffe Pepers, no sé si has escuchado hablar de esa cafetería, es un lindo lugar para una cita.

Me ericé cuando escuché la palabra. Una cita, ¿a eso íbamos? Pero ignoré su comentario y luego de aclararme la garganta, cambié de tema.

—Sí, he escuchado un poco, ¿con esto que tengo estoy bien?—halé el centro del vestido con el dedo índice y el dedo pulgar, sin quitarle los ojos de encima a Connor.

—Alex—me escaneó—. Te ves perfecta. Jodidamente perfecta.

No sabía qué hacer, solo sonreí y dirigí la mirada hacia mis piernas pálidas. Otra vez esperé a que él volviera a decir algo, y cuando me avisó que se iba a arreglar para salir, yo respiré y asentí.

Pasaron 15 minutos, yo sacaba el móvil de mi bolsa y observaba la hora por rato, pronto sería la hora del almuerzo. En lo que no hacía nada, más que ver el armario negro de la cocina y la luz que brillaba con fuerza en el mármol negro de la isla, algo rozó mis botas y la piel expuesta de mi pierna.

Di un pequeño brinquito, era peludo. ¡Y se movía!

Pegué mis manos en el borde de la isla y me arrimé hacia atrás apoyando mi espalda en el respaldo del taburete, para dejar un espacio y ver qué me había tocado la pierna. Y entonces, una sensación resbalosa y húmeda que se asentó debajo de mi rodilla me hizo saltar y levantarme del asiento.

Observé las patas blancas, la cola era negra por arriba y por abajo el pelaje era del mismo color de las patas, que se sacudía de izquierda a derecha, y de pronto un pequeño Husky asomó su cabeza.

Franck nunca me había concebido el deseo de tener una mascota y mucho menos si se trataba de un perro. Él los detestaba, aunque yo los amaba, cualquier canino que se me cruzaba por el camino me detenía a acariciarlo, y ya me había acostumbrado a que el dueño o la persona que estaba en ese momento con el peludo me dijera: <<¡wow!, creo que le caes muy bien>>, porque sacaban la lengua para darme una lamida y no paraban de mover la cola.

Me agaché y él vino hasta a mí, era aún cachorro y eso me dio ternura. Los ojos eran muy azules y aunque su mirada transmitía miedo, supe que era inofensivo cuando intentó lamerme la cara.

—¡Quieto!—reí acariciándole la cabeza—. Tengo una cita ahorita y no puedo ir oliendo a perro. No digo que tú huelas mal, eres un chico hermoso y hueles muy rico, pero tú me entiendes—me lamió la mano—o al parecer no.

—Es cierto, tenemos una cita—oí a Connor sonreír detrás de mí y me ruboricé por completo, no quería voltearme—, así que déjala tranquila, Blackie—dijo y el pequeño Husky fue corriendo hasta sus pies. Así que así se llamaba, era un lindo nombre para un cachorro como él.

Me volví y tragué saliva antes de volver a hablar.

Era Connor, pero ahora con una camisa de oficina blanca, que se le pegaba al pecho y resaltaba con facilidad su corpulencia, también las piernas entrenadas bajo el pantalón negro de pinza y por último unos náuticos de piel de cerraje; también me percaté del reloj de pulsera que traía en la muñeca.

Caminó hasta donde yo estaba y mi corazón dio un salto que se repitió por cada pequeña parte de mi cuerpo, estaba inmóvil y solo observaba lo perfecto que lucía.

—¿La ayudo, linda señorita?—iba a parame por mi propia cuenta, pero mi instinto de actuar fue demasiado tarde, ya que cuando él dijo eso ya estaba en frente de mí y me extendía la mano para ayudarme a levantarme.

Reí bajo y solo miré al suelo, hasta un tiempo indeterminado donde creí que se cansaría y apartaría la mano, pero no lo hizo y permaneció allí hasta que yo acepté su ayuda.

—Gracias—sonreí y me aparté unos mechones de cabello que me cayeron en la frente. Un segundo después me sentí muy tonta por solo decirle ‶gracias″ y en un tono tan inútilmente bajo; pero la sensación que sentía en mi garganta era como la que siente una persona de pie en un escenario frente a un público de unas cien personas desconocidas.

—Es mi deber tratarte como lo que eres—sentí que el corazón se me volvió a sacudir hasta rozar mi pecho—. Una bella chica a punto de tener una cita con este mortal.

Tuve un pequeño hormigueo en mis labios y quise calmarlo besándolo, pero me resistí por más que su fragancia de salida nocturna, bar y coche lujoso me atrajera.

Antes de que saliéramos de su casa Connor se colocó unas gafas de lentes oscuros, y los hombros se me pusieron extremadamente rígidos cuando sus dedos se entrelazaron con los míos. El sudor empezó a empañar la palma de mi mano mientras caminábamos hasta la cochera e incluso intenté rezar en silencio para que no sintiera la humedad que se interfería en nuestras palmas.

Oprimió un botón gris en un pequeño aparato y la puerta del garaje se elevó mostrando un sofisticado coche de color negro, algo moderno. Luego descubrí que era un auto deportivo, más específico un Dodge Challenger 2018.

Abrió la puerta del copiloto para que yo entrara y el olor a nuevo, cerezas y la fragancia que emanaba de su cuerpo me acarició las fosas nasales, era una mezcla tan exquisita y adictiva; por dentro, era casi igual de moderno que el vehículo del señor Faddei, los asientos suaves de piel y el negro que resaltaba en todas partes lo dejaba apreciar elegante, junto a los ventanales que se notaban oscuros por fuera.

Encendió el vehículo y salió de la cochera, luego oprimió otro botón que estaba más abajo del que había presionado antes y cogimos vía a Coffe Pepers.

Me parecía tan irreal aquellos segundos, cada minuto que pasaba y las horas que hasta este momento habíamos pasado.

¿Este era Connor? Aquel chico que no se cansaba de mandar mensajes diciéndome ‶princesa″ cual baboso en un club nocturno y el que me trataba hace unos días como si todo estaba bien. ¿En qué momento pasé de detestarlo a querer besarlo y que me siguiera tomando de la mano?

Y como si hubiese tenido la habilidad de leerme la mente, me agarró la mano izquierda, me miró y las comisuras de sus labios subieron al besarme el dorso de la misma. La sangre se desordenó en mi sistema y otra vez fui cómplice de que se revelara en mis mejillas y de que mi corazón latiera cada vez un poco más potente.

De camino al lugar respondí a todo lo que él decía, casi logrando en un ingenuo intento apartar la vista de su mano en el volante, las venas que resaltaban en su mano derecha cuando movía la palanca, la posición de sus brazos al manejar, cómo movía el cuello hacia un lado y tronaba, y cuando apoyaba el codo en el marco de la puerta con el cristal bajo y la otra mano reposando cerca de su pelvis, mientras esperaba a que el semáforo cambiase de color; era tan adictivo como la mezcla de olores en el coche.

Supe que habíamos llegado a la cafetería cuando aparcó en el parqueo de un establecimiento con el nombre <<Coffe Pepers>> que sobresalía en un letrero de luz amarilla fluorescente. No había sido el lugar que pensaba en mente, ni siquiera había venido a esta cafetería, pero por fuera era muy linda, con una escala de colores marrones en la puerta y en varios rincones, y a través de los ventanales se podía ver que era más apolínea por dentro.

Cuando bajamos del coche y le dejó las llaves a un muchacho con el logo de Coffe Pepers en el lado izquierdo de la camisa, que se acercó al vehículo, prosiguió a volver a entrecruzar nuestros dedos mientras nos dirigíamos a la puerta automática de la cafetería, y en todos esos minutos una corriente se encargó de removerme la sangre en mi sistema.

—Antes de salir de casa hice una reservación rápida—me miró sin soltarme la mano.

Perdí la cuenta de cuántas veces tragué saliva. Se dio cuenta de que no podía soltar si quiera una vocal y volvió a hablar:

—Ven, acompáñame—seguí sus pasos sin soltarme de su mano. Era consciente de las personas que se encontraban en la cafetería, familias, amigos, parejas Pero yo solo lo veía a él.

Subimos unas escaleras y luego de pasar por varias mesas donde seguían habiendo personas, caminamos por un pasillo y llegamos a unas mesas que se discernían de las otras por las fachadas que lucían.

Seguimos el camino a una de ellas. No tan extensa, con una decoración de ensueño, pero tampoco tan dramática. Un mantel beige, copas de Brandy, dos platos pequeños con sus respectivos manteles individuales y girasoles metidos en un envase de cristal con forma cilíndrica.

—Bienvenida a nuestra primera cita—se había posicionado detrás de mí y como si mi cintura fuese de cristal, la agarró con minuciosidad, y le permití que lo hiciera.

Estaba feliz.

—Buen día, ¿usted es el señor Beaumont?—un chico de rasgos asiáticos con el mismo atuendo de los meseros apareció por detrás de nosotros.

—Sí, el mismo—Connor le dio la mano que no sostenía la mía.

—Buenos días, señor Beaumont, bienvenido. Excelente, este es la mesa que reservaron, en seguida les traerán el menú del almuerzo. Pueden sentarse—le estrechó la mano con una sonrisa.

Apenas nos sentamos, una rubia también vestida con el uniforme de los meseros nos dejó dos cartas electrónicas y me sorprendí por el diseño. No tenía ni la menor idea de cuánto había gastado Connor, pero por el diseño de la carta tenía que haber sido mucho dinero.

Connor movió los dedos sin dificultad en la carta, supe que había terminado de pedir cuando me miró y sonrió. Otra vez.

—¿Ya pediste?—aún así le pregunté para terminar de comprobar.

Asintió.

—¿Tú?

Negué con la cabeza.

—¿Te ayudo a ordenar?

—No, tranquilo.

Algo que solía decirme Franck (mi padre), es que yo era una chica que le gustaba hacer todo por sí sola, desde pequeña. Empezando por tener la valentía y sin necesidad de que alguien me ayudase a bajarme de un tobogán.

Deslicé el dedo índice en la pantalla táctil y entré en la sección del menú, quedando boquiabierta por cada platillo que veía, con los nombres tan exóticos que parecían musitar el gran valor que poseían para adquirirlos.

Lo más económico que me pareció y que pedí fue: tostadas doradas cubiertas en una crema de queso camembert y jalea de fresa y frambuesa, acompañadas de una ración de uvas frescas. De Almuerzo, paseando la vista entre langostines, camarones bañados en salsa blanca, en medio de espaguetis y acompañados de una ensalada exóticamente cara y hasta un pedazo de filete bañado en oro, me terminé decidiendo por una hamburguesa de 8$ y una ración de papas a la francesa de 5$, eran los precios menos exagerados.

Y en pocos minutos nos trajeron las entradas que habíamos pedido. Los camarones cubiertos en una salsa amarilla que se veía muy tentativa para mi paladar, parecían burlarse de mis pequeñas uvas junto a las tostadas, sin embargo, no me quejé del sabor que estas me entregaban.

Comí todo con cuidado y me relamí los labios. Mis labios eran como una Nikon y lo que degustaba—entre esos los camarones que me dio a probar Connor— era como el paisaje que esta fotografiaba, quería recordar aquel sabor en mi papila gustativa.

Unos minutos más tarde la misma chica nos llevó nuestros almuerzos. Los platos parecían competir y el de Connor parecía estar ganando.

No digo que mi hamburguesa grande de queso americano y las gruesas papas a la francesa se veían mal, porque en realidad ya la boca se me había hecho agua, pero, la cola de langosta encima de la ensalada de vegetales me tentaba por segundos.

Di el primer mordisco y fue amor a primera mordida, estaba muy buena, y luego probé un poco de langosta que Connor me ofreció. Era el paraíso en sabores.

Sentía la mirada reclinarse sobre mi vista que se mantenía en el pedazo de hamburguesa que me llevaba a la boca y actué como si no me hubiese sentido acosada, y cuando pude lo enfrenté con la mirada, casi como un reto:

—¿Qué?—sonreí con la hamburguesa en mis manos.

Frunció el ceño.

—¿Qué?

—¿Por qué me miras tanto?—bebí un poco de Coca-Cola y él un corto trago de su vino.

—¿Que no es obvio?

Ahora yo fruncí el ceño sin perder la sonrisa.

—Me gustas. Siempre lo harás—por dentro el corazón se me sacudió tanto, que creí que se me podía salir por la boca y sorbí otro poco de gaseosa—. Y siempre estás hermosa, pero hoy reluces.

Quise ser invisible para que no volviera a ser testigo del carmesí debajo de mis pómulos, pero era imposible y lo que hice fue sonreír y después de que me copiara, terminamos nuestro almuerzo. Quería besarlo, tanto, hasta detenernos por el riesgo de los lugares a los que se podían llegar a dirigir nuestras manos.

Salimos de la cafetería a las 2:30.

Me subí al auto cuando Connor me abrió la puerta y esperé sentada mientras observaba por el cristal de la ventana, cómo le daba propina al muchacho que le había cuidado el coche, luego él se montó y después de encender el motor y arreglarse el cabello mientras se miraba en el retrovisor, me miró con una sonrisa en la línea de sus labios.

Me cuestioné sobre la textura de ellos, ya la conocía, ¿pero el sabor del vino continuaría estando allí? ¿Y cómo iba a reaccionar? ¿Me besaría más fuertes? ¿Me apretaría contra su pecho? ¿Colocaría sus manos en mi cintura? ¿Seguiría los besos hasta mi cuello? ¿Me lastimaría la perforación en su labio inferior?

Quise descubrirlo y solo me bastó cinco segundos para pensarlo, después ya estaba sosteniendo su mentón en las palmas de mis manos y mis labios ya estaban acurrucándose en la carnosidad de los suyos.

Aunque si logré sentir el dulce gusto del vino en su lengua, el beso no cruzó un límite de siete segundos, y por más que quise que sus manos pasaran de estar en mi barbilla a mi cintura, me separé y rogué en silencio no volver a buscar sus labios.

Miré hacia el frente, sosegando mi respiración y perdí la mirada a través de la ventana; observé en silencio unos coches que aparcaban y unas personas que entraban por la puerta de la cafetería, como si la mirada de Connor no se estuviera recostando en mi perfil, empujando mi cabeza con sus ojos para conseguir que lo volviese a mirar.

—Alex.

Lo ignoré.

—Alex. Gracias por regalarme el beso, te dije que lo harías—me coloré como una manzana, y más por la pizca de sonrisa en el tono de su voz. Había olvidado eso y no se sentía divertido ese momento, quería hasta salirme del auto o trasladarme a otro lugar, sin él, hasta que —. Extrañaba tus labios.

<<Y yo extrañaba los tuyos>>.

Por más que pensé en decírselo no lo hice, pero todo el camino estuve con una sonrisa en mis labios, y su mano descansaba encima de la mía, en mi rodilla.

Pensé que iríamos de vuelta a su casa, pero tomó un atajo en la carretera y terminamos en un bar.

Vasto, con iluminación roja, mesas, una sinfonola, barra extensa y taburetes modernos.

Bailamos cada canción que resonó en el espacio, ya teníamos varios tragos que se desplazaban por nuestros sistemas. La gota de sudor que se deslizaba sobre mi frente me hizo quitarme el abrigo y quedarme solamente con el vestido.

Nos miramos y no perdí detalle en sus iris, era tan dulce y fugaz al mismo tiempo, que fácilmente podía ser como algodones de azúcar estallando un 4 de julio.

Su mano comprimió mi cintura mientras Total Ecplise of the Heart de Bonnie Tyler resonaba en la pista. Una tenue separación en medio de nuestros pechos, un suspiro que se me escapaba cuando nos movíamos de un lado al otro; sus labios actuaban como semáforo en luz verde para los míos, y las piernas se me tesaron cuando sus dedos intentaron apretar un poco más abajo.

Dejé mi mano sobre su clavícula y miré a la pareja que bailaba al lado de nosotros; era un chico moreno y una chica rubia y estaban en la misma posición que Connor y yo. La rubia me miró y sonrió, tenía los ojos azules y los labios pintados de rojo, luego vio al chico que deduje que era su novio y simplemente lo besó.

Quise remedarlos, como si fuésemos su reflejo, por dentro quise abalanzarme hacia él, hacia sus labios, que mi mentón fuera envuelto por sus manos y que sus dientes fueran dignos de reclamar los míos, pero por más que lo sentía como una necesidad, ignoré ese sentimiento que se prolongaba en mi anatomía y solo lo abracé sintiendo mis latidos rebotar por encima de mi vestido.

• • • •

Más tarde, otra vez en el vehículo, aparcó delante de su casa, era ineludible que lo dejase de mirar.

La razón era porque se le había quedado el cargador del celular dentro de su casa, la batería ya se le estaba agotando y ya que me llevaría a la mansión, necesitaba cargar el celular en la estación de carga del vehículo.

—Vuelvo enseguida, cariño.

Sentí que una sensación exploró por dentro de mi pecho y con intensidad vibró en mis huesos, cuando escuché la palabra en sus labios.

Supe que eran las 7:30 cuando observé la hora en el coche, luego miré la puerta de la casa y luego, lo volví a ver a él. El hormigueo en mis labios volvió a manifestarse, al igual que la vibración en medio de mis muslos, la cantidad de saliva en mi zona bucal y el calor por debajo de mi barbilla.

Había pasado poco tiempo con él y aún así lo deseaba. Sabía que en su papila gustativa estaría marcado el sabor a alcohol y quería confirmarlo, como lo había hecho hace unas horas con el vino.

Mi subconsciente me retó y yo acepté el juego: besarlo. Y quería hacerlo lo antes posible. Mientras lo llamaba, la vibración en mis muslos y en medio de ellos aumentaba cada vez más fuerte.

—Connor—me tembló la voz cuando se volvió a verme. Percibí todo en cámara lenta, el piercing que se ajustaba a su labio inferior, el tono de un verde casi claro unido con el castaño también claro, y la mezcla intensa de miel en sus ojos. Tragó grueso y el movimiento de su manzana de adán también lo noté lento y adictivo, quería que volviera a tragar saliva.

—Dime—la palma de su mano posaba sobre la palanca del coche, las venas se volvían a hacer visibles en la piel y unos segundos más tardes me di cuenta del atrevimiento de mi dedo índice subiendo por su antebrazo, hasta saltar a su barbilla. Miré el supuesto camino que mi dedo trazaba y él me advirtió: —. No hagas eso.

—¿Qué no haga qué cosa?—observé mi dedo en su barbilla, luego a él y sin ponerle pausa a la osadía de mi cuerpo, aparté mi mano y me acerqué más.

Suspiró.

—Eso—la luz de la vía se acentuaba en su rostro.

—¿Qué?

—Joder, mirarme así, Alex—volvió a suspirar y a tragar saliva—. Estás muy cerca.

—¿Y eso es malo?—el corazón me latía fuerte y sentía que en algún momento no iba a poder controlar más la respiración o que él iba a ser capaz de oír cómo mi palpitación intentaba salirse de mi pecho.

—Es tentador.

Me acerqué más y sentí que crucé una barrera, dejando el autocontrol detrás. La delgada fibra de aire se desprendió por encima de mi labio superior y el penetrante color miel me acorraló; sentí que el espacio entre nosotros se encogía y por ímpetu nos acercábamos más.

—Sé lo tentador que está siendo esto—nuestras frentes se besaron y presentí que ya estábamos hablando, con mi labio inferior bajo su labio superior y nuestros alientos de testigos, en el espacio que formaba nuestro pequeño distanciamiento.

—No te besaré. —Me paralicé y exhalé, descendí mi vista hacia sus labios con la intención de tomar la iniciativa de yo misma besarlo.

—¿Por qué?—él también reposó la mirada a mis labios.

—Me apartaste cuando yo seguí tu beso y creo que te incomodó. Y no lo haré otra vez—negó y su frente se movió sobre la mía con drama.

Sonreí por su preocupación. Me daba gracia que pensara que lo había apartado porque me sentía incómoda.

—Lo hice porque no sabía qué podía pasar si continuabas besándome. En serio no tenía idea de si íbamos a poder a tener un autocontrol entre nosotros antes y por eso me separé—yací mis dedos en su quijada y no aparté la mirada. Nunca lo hice—. Pero, ahora, en realidad no me importa si me besas y no hay un autocontrol alguno—desconocí ese tono en mi voz, y la avilantez de mi organismo. No debí de mirarlo de arriba abajo, ni mucho menos morderme el labio; pero su casa estaba al lado.

—Alex—volvió a suspirar—. He estado como un jodido demente, controlando las ganas de besarte—ahora fue él quien tomó mi mandíbula con su mano izquierda, con fuerza y con la respiración acelerada—, y de ir por más—se acercó tanto, que ese espacio diminuto que quedaba había desaparecido, y si yo movía un poco mi cabeza hacia su dirección, nuestros labios se iban a reencontrar—. Ya no hay excusas. Y ya no hay barreras para no hacer esto.

Unos segundos en los que solo protagonizaban nuestras respiraciones, en los que no alejó sus ojos de los míos, como intentando descifrar lo que pensaba y en los que tuvo oportunidad para actuar con sonrisa de ángel y terminar de besarme.

Sus labios se movieron sobre los míos, la desesperación hacía que mis mejillas ardiesen y dolía que sus manos estrecharan donde ardía. Yo también cení mis dedos en su barbilla e hice que el beso se convirtiese en algo más profundo.

El gusto del alcohol se sentía en el vértice lingual y mis labios temblaron cuando deslizó su lengua sobre ellos y luego mordió lentamente, tenía todo el tiempo del mundo en su boca.

Continué el beso y se me escapó un gemido cuando su mano bajó a mi cuello y se prensó allí, tragué grueso y sentí que el movimiento resaltó en su palma. Y aunque fue muy extraño, tuve la acción de tomar su mano y colocarla unos centímetros más abajo de donde mi corazón martillaba debajo del vestido exasperadamente.

—¿Estás segura?—no se apartó para hablar, continuó besándome y musitó encima de mis labios, provocando que sus palabras se cubrieran con mi aliento.

Asentí.

—No pares de besarme así. Te lo suplico—rocé otra vez la carnosidad de su labio inferior.

—Cariño,—repasó mi labio con la yema del dedo pulgar—seguiré besándote, hasta que ames cada fragmento de mis labios.

Eso fue lo último que él dijo y finalmente, la carnosidad de nuestros labios colisionaron, y nuestras manos viajaron a lugares de nuestros cuerpos, que hirvieron en deseo y vibraron en efervescencia.



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Nota de autor: Hola!, disculpa por estar tan desaparecido. Ya tendrán pronto otra nueva actualización muy ardiente... Y espero que disfruten y se emocionen de este capítulo leyéndolo, tanto como yo lo hice escribiéndolo.

¿Team Connor? ¿O Team Cass?

Aunque bueno, aún no pasa nada entre esos... A-Ú-N.

Y nada, pronto más actualizaciones, bye. Gracias por leer.

Los tqm!

𝑍𝐴𝑉𝐼𝐷13z✍︎.

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