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Juego 1: Dominó.

Maldije el embaldosado rociado de nieve cuando coloqué mi pie para bajarme del coche. Casi caía de boca, lo bueno es, que si hubiera ocurrido eso no estaría a la vista de un público y lo único que me vería serían las sombrías ramas de los árboles que se avecinaban en todo el sendero que daba a la mansión.

Alcé la vista. El cielo retornaba un pigmento gris, pese a que fueran casi las siete de la noche. Las nubes estaban a nada de derramar el agua por sus ojos y la niebla le haría compañía ataviando el espacio boscoso. Se acercaba una tormenta y con una alta probabilidad, otra nevada.

Entré a la mansión con los sacos de compras en la mano y las guardé en el armario de la cocina. El ambiente se sentía espeso y el silencio bullicioso, como si las paredes hablasen entre sí lanzándose críticas de mí; un escalofrío se mudó en la punta de mi columna vertebral y descendió por mi espalda hasta colocar en duda a mis rodillas.

Saqué otro cigarrillo y lo encendí en mis labios para amenizar mi conducta, mientras repasaba en todos los alimentos que subsistían en las repisas y en los cajones. Rebosaban demasiados ingredientes, pero en mi cabeza no se originaba alguna idea para prepararlos en una rica cena; por ello, recurrí a la opción más confiable.

En cuarenta minutos el repartidor del delivery tocó en la puerta y salí a por las cuatro hamburguesas, las dos raciones de patatas fritas largas y los dos vasos grandes de refresco. Todo venía en una linda bolsa de papel marrón con un ilustrado de comida chatarra.

Me senté en la mesa larga del comedor y liberé el alimento de la bolsa, el aroma a frituras y una mezcla de salsas despegó a mis fosas nasales, y lo absorbí chupándome los labios y sonriendo. No era idólatra de esta clase de comida, pero, a veces no era mala idea obsequiarme un gusto con algo de sapidez grasosa.

Suspiré porque tenía que hacer el siguiente paso, que, si antes no era de mi agrado, ahora con lo que ocurría sería más difícil. Recordé una frase que se extrajo de la negrura en mi mente: sé el amigo de tus propios enemigos. Y quizás, no era una mala idea.

Si Cass mentía sobre los dos tipos y realmente era él quien tenía a mi hermana, debía ser lo más estratégica posible para encontrarla, debía hacerle creer que me caía bien o incluso que me gustaba, cuando en realidad quería perforarle la tráquea con un cuchillo.

Es por ello por lo que, entre una decisiva batalla de llevarle la comida o invitarlo a cenar, opté por lo segundo; de cualquier forma, gracias a su propia orden tenía que bajar, su juego comenzaba dentro de seis horas.

Terminé con el cigarrillo hasta decaer en el filtro y me encaminé al segundo piso.

Erguí una simpática actitud y antes de entrar a su habitación plasmé una sonrisa afable en mis labios.

Laboraba su papel sentado en el colchón con la mirada hincada en las baldosas y con el tronco desnudo, solo traía puesto el pantalón negro.

—¡Dios!, al fin. Muero de hambre—se levantó apenas el ruido estridente de la puerta topó contra sus oídos, me observó y casi ahogo un grito cuando no me sonrió a mí, ¿era ciego o no había visto mi nuevo corte de cabello? Y... ¿Eso tenía que interesarme? Aterrizó sus ojos en mis brazos y la sonrisa en sus labios inmediatamente se desvaneció.

Estaba siendo extraño. Sim embargo, eso no me hizo apartar mi comportamiento amistoso.

—Buenas noches, Cass—puntualicé, debía actuar lo mejor posible y no podía exhibirle miedo o desconfianza. Tenía que hacerlo mi amigo—. Cenaremos juntos—abrí más la puerta—, adelante.

No abrió la boca para soltar otra palabra, solo arrugó un poco la frente y luego siguió el recorrido hacia la mesa del comedor, yo seguí detrás de él.

Gemí como él lo hizo cuando le di el primer mordisco a mi hamburguesa, estaba increíblemente deliciosa, se lamió los labios llenos de mostaza y kétchup y yo hundí dos patatas fritas dentro del mordisco. Volviendo a morder su hamburguesa de pollo parecía que no era capaz de haber matado a una chica—o quién sabe cuántas personas más—y, muy posiblemente, raptado a una inocente.

Quise intentar una manera de abrir una conversación y lo primero que se me vino a la mente fue hacer un cumplido sobre lo que cenábamos.

—Por Dios, estas hamburguesas son deliciosas—estaba a nada de ir por la segunda, que sería la de pollo. Había pedido cuatro hamburguesas, dos de pollo y dos de carne, dado que no sabía cuáles eran sus favoritas, así que, mientras yo comía una de carne, él engullía una de pollo.

Y por suerte, y milagro, respondió:

—La verdad, es que sí—se lamió el dedo pulgar lleno de salsa y las cadenas de las esposas resonaron—. ¿Dónde las compraste?

Tardó un segundo en el que mi cerebro procesara que me había respondido. Sí, me había dejado sorprendida.

En mi intento de respuesta tartamudeé y por ello tragué grueso antes de volver a hablar. Comer con un tipo sin camiseta, solo mostrando su abdomen de atleta resultaba incómodo.

—Creo que se llamaba, Friends Hamburguer's—espeté con la pajilla entre los labios y volví a sorber otro poco de Coca-Cola tratando de desviar mi vista de las montañas que creaba su abdomen. Si mi cerebro no fallaba con la información que me acababa de mandar había dicho el nombre correcto del establecimiento.

—Ah, sí. Es un buen lugar—sus labios se extendieron con la comida al costado dentro de su boca y con sus increíbles ojos azules posados en mí, no podía negar el poder que tenían para hacerme debilitar las piernas aún estando sentada. Luego tragó con un poco de su Sprite—. Courtney Adams siempre compraba allí—masticó tres patatas en su boca.

Me dio curiosidad saber quién era la chica. Tenía un lindo nombre y él agregó algo más a lo que decía:

—Era muy hermosa—la mezcla de salsas había ensuciado bajo su carnoso labio inferior y se lo indiqué palpando la punta de mi dedo índice en mi cara, en la misma zona donde se regaba la combinación de salsas.

—¿Era tu novia o algún amorío?—fue lo único coherente que pude soltar en relación a sus palabras. Quizás, había terminado su relación de meses o años y por eso incluía el "era" en la oración.

Negó con la cabeza sin dejar de sonreír, absorbió más refresco a través de su pajilla y volvió a meterse otra patata frita en la boca.

—Fue una de mis víctimas—acabó con la hamburguesa de pollo tras un último mordisco, mi apetito había decidido hacer maletas y desaparecer, así que, solo lo volví a observar mientras desenvolvía la otra hamburguesa de carne. Él volvió a abrir la boca, no para tragar otro pedazo del bocadillo que sostenía en sus manos, si no para decir algo más a raíz de su umbría confesión: —. Courtney Adams, era una hermosa rubia con unas increíbles caderas—sentí otra vez la maldita emoción embocarse en la pared de mi estómago—. Aunque, en mi opinión, después de haberla asesinado lucía mucho más hermosa.

Realmente quería hacerme creer a mí misma que estaba tomándome el pelo, aunque, por la severidad en su voz y en sí, lo que él era, sin problemas podía ser verdad.

La conversación hubiera muerto en ese instante si no hubiera vuelto a beber otro poco de su refresco para soltar un alago sobre mi cabello.

—Me gusta tu nuevo corte de cabello—hundió tres patatas fritas en la kétchup—. Te ves más grande y menos perdida.

Y ahí si murió la conversación.

Media hora después caminé hacia el lavavajillas y como una niña de seis años que  no sabe manejar un cuchillo me corté al sacar el utensilio; el que le había dado a Cass para que pudiera desayunar... Y yo no lo había bajado, ni siquiera le había dado importancia al plato roto y a la comida regada en su habitación.

Lo escondí arriba de la alacena, era tan afilado que había provocado una drástica escena de crimen en mi dedo índice y decidí ir a mi habitación por una curita.

Me detuve al lado de la mesa como si hubiera visto un espectro, Cass ya no estaba sentado, y joder, no era un fantasma condenado a asustar a las personas que se quedasen en la mansión lo que había visto, sino la silla donde debería estar sentado vacía. Y sinceramente, eso me traspasaba más temor.

La sangre en la cortada de mi dedo actuaba desesperante y como un río enfurecido empezó a correr por mi piel hasta la palma de mi mano. Dolía mucho más que la herida en mi pómulo. Me vi en la obligación de buscar la venda y la piel se me encrespó cuando corrí sobre la alfombra negra a través del pasillo que parecía no tener fin, pero con suerte llegué a la habitación.

Desinfecté la cortada con alcohol y luego de que estuviera protegida por la venda volví a bajar, ahora para buscar al maldito demente que quizás pretendía jugar a las escondidas en algún rincón de la mansión, pero me detuve en seco en la puerta de la pieza antes de dar otro paso.

No era un espíritu en busca de poseerme lo que había visto o alguna clase de ente maligno con la única misión de espantarme... era Cass.

Lucía demasiado atractivo y exponía que podía romperte el cuello con sus propias manos sin cargar con ninguna lastima, transmitía un aura peligrosa que lo único que advertía era que, la mejor idea que se te podía venir a la cabeza sería mantenerte alejado de él, incluso de su propia sombra.

El cabello azabache caía sobre su frente como un arma mortal, el contraste de las luces tenues en su cara lo hacían ver escalofriante; un escalofrío que me hacía acelerar la respiración y desear peticiones ilícitas en medio de mis piernas. Maldición, ¿pero qué diablos me pasaba? Tildé la aspersión... roja, en sus increíbles facciones y más abajo de su letal pecho desnudo; solté un aliento que se condensó por la baja temperatura cuando descubrí que era sangre.

Reparé mis ojos en su mirada incrustada en el suelo y ahogué un grito cuando tuve en cuenta que no veía al suelo exactamente, disponía su mirada en un cuerpo, concretamente, el de una chica, lo notaba por su largo cabello que se extendía como un abanico abierto en la cerámica.

Mierda Cass... ¿Qué has hecho?

El pelo se me puso de punta cuando me fijé en que no estaba solo y, no lo acompañaba aquel cadáver nada más, había otra figura; por el cuerpo reducido, las hebras de cabello delicadas y las facciones frágiles en su cara sabía que era una chica. También tenía salpicaduras de sangre en la cara y cuando posé en su mano izquierda, noté que ella tenía el arma letal: recordaba el maldito cuchillo donde fuera.

Y entonces me observó con unos ojos tan claros, tan distinguidos y dominantes. De esos ojos con los que quedas maravillado, pero al mismo tiempo temes porque parecen acechar como los de una bestia... color ámbar, ese color poseían. El corazón casi se salió de mi boca entreabierta cuando fui consciente de lo que ocurría.

Esa chica no era otra más que yo, parecía ser mi reflejo y tuve que bajar la vista a mi ropa para comprobar si en realidad lo era, pero la blusa negra que traía puesta me hizo comprender que no; ella traía un vestido negro muy elegante, con mallas y botas que le llegaban un poco más arriba de las rodillas y Cass traía un elegante saco negro, no solamente un pantalón. Aterricé con cautela en la chica exánime debajo de la otra yo y de Cass, y no era nada más y nada menos, que mi antigua yo.

Se me estremecieron las piernas, y ya no era solo por el clima.

Cuando ascendí la mirada los dos me observaban con una sonrisa que solo podía existir en lo más profundo de mis miedos. Las comisuras se habían alargado lo suficiente para decir que las sonrisas eran todo, menos amigables. Y cuando ella separó sus coquetos labios adornados de un rojo sangre escuché un: ¡despierta!, tan fuerte que lo percibí en la punta de mi oído.

Abrí los ojos despegando a la vez mi cabeza del cuerpo de la mesa. Estaba intentando controlar mi respiración que parecía ser la de una persona que trotó en un maratón de carreras.

—Hasta que despiertas—él seguía en frente de mí, sin ningún indicio de sangre en su cara y ningún saco que lo cubriera, solo viéndome con una mirada de cansancio y quizás, decepción. La mitad de mi hamburguesa mordida descansaba bajo su papel de envoltura chorreada de salsas y unas ocho patatas también seguían en sus cajas, a poca distancia de mi cara; del lado de Cass solo quedaban migajas.

Todo permanecía en su lugar y suspiré cuando recapacité que había sido solo un mal sueño... pero esa chica... esa chica era yo.

Sentí humedad en mi barbilla y me pasé el dorso de la mano para limpiarme, sabía que era saliva, Cass mantuvo una expresión de desagrado, pero le resté importancia, era un ser humano, no la princesita salida de un cuento de hadas.

Exhalé dejando caer el peso en mis hombros, tenía sed, no de agua, ni de jugo y mucho menos de refresco.

—¿Bebes algo de alcohol?—cuando oí las palabras salir de mi boca aterricé mis pies sobre la tierra. Le había preguntado al imbécil del demente que probablemente era quien tenía raptada a mi hermana, si consumía bebidas alcohólicas, insinuando que compartiéramos unas copas de vodka. Parecía una adicta que perdió el rumbo de la vida. Por suerte, negó con la cabeza.

Pero yo si tenía la necesidad de que ese sabor amargo se esparciera en mi garganta y me hiciera desconcentrar un poco de la asfixiante mansión, por ello, me levanté ignorando su cara de desacertado y continué el camino hacia la cocina.

Vacié el vodka en el jugo de cereza hasta que el líquido rebosara en la boca de la copa y di el primer trago. Una completa delicia.

Cass me miró con una cara como si realmente estuviese drogada cuando salí de la cocina y eso me hizo sentir una sensación desagradable en mi pecho.

Llevé otro trago a mi boca antes de sentarme y mirarlo por una última vez. Profundizaba su mirada en mí, podía sentirlo, como retándome a que volviera a observarlo. Y lo hice.

—¿Qué?—aquellos ojos azules me congelaron, el frío que disponían era jodidamente alarmante, me encrespaban la piel y deseé tener la fuerza para arrancarlos de sus órbitas. Eran como un mar violento golpeando contra una muralla cristalina de hielo.

—¿De verdad estás dispuesta a conseguir a tu hermana?

Arrugué las cejas y solté tras sujetar mi labio inferior con los dientes por dentro.

—¿Por qué haces esa pregunta?

—¿Por qué lo hago?—temí por lo rápido en que floreció una sonrisa en sus labios y luego la opacó equilibrando sus comisuras con seriedad rápidamente—. ¿En serio me preguntas eso?—volvió a soltar aire por la nariz con la sonrisita para nuevamente recuperar  un rostro circunspecto.— Tienes una maldita copa con alcohol y ni siquiera te has interesado en la hora. Es la una, Alex.

¿La una? ¿Hablaba en serio? Saqué el celular del bolsillo de mi vaquero y aunque la hora resaltara en mi cara siendo verídico lo que decía, él no tenía que haberme casi gritado. Eso había sido muy idiota de su parte, y estaba intentando contener la rabia en el endeble pulso de mis venas. Realmente estaba enojada e irritada por su maldita voz. Era un jodido imbécil por hablarle así a una dama, aunque, siendo un asesino dudaba que tenía una moderada educación.

—Así que—lo miré apretándome los dientes, lo que antes me parecía una hermosa voz ahora se estaba convirtiendo en un delirante tormento—, te repito, ¿de verdad estás dispuesta a conseguir a tu maldita hermana?

Las últimas palabras fueron la reacción exotérmica que necesitaba para liberar toda la energía violenta que se amontonaba en mi mente. Su maldita lengua fue el propulsor de mis maldiciones.

—Vale, no sabía la puta hora y tengo esta copa en la mano porque me da la gana de tenerla—alcé la barbilla, quizás los labios me temblaron, pero seguí manteniendo el tono áspero en mi garganta—. Sé que crees que tienes todo bajo tu control ahora. Pero te recuerdo que sigo manteniendo la orden de cuidarte y sigues estando—"bajo las reglas de Faddei", pero una vez más me cargué de valentía en mi voz y dejé que corriera la adrenalina por mis cuerdas vocales tal como lo hacía por mi sangre—, bajo mis propias reglas—. Y joder, haber dicho eso se había sentido tan bien.

Creí que había intentado amenazarlo, aunque repentinamente sus labios volvieron a curvarse; lo hicieron lentamente, como si estuviesen realizando un delito sin dejar algún rastro del cadáver en la escena de crimen.

La distancia entre nosotros se envolvía en un perfecto caos y el silencio que nos vigilaba era estrechamente bullicioso.

Saqué el aire contenido en mis fosas nasales y bebí un grueso trago de mi bebida antes de hablar.

—¿Cuál es el juego?     

Los siguientes diez minutos obedecí a Cass por medio de una serie de instrucciones para hallar el juego de mesa. El primer juego era "dominó".

Fui hasta mi habitación para buscar la llave de la biblioteca; según sus palabras los juegos de mesa se ocultaban bajo algunas repisas de libros como reliquias de gran valor y parecían ser acertijos escurridizos cuando los buscabas.

Me sentí como una detective intentando encontrar alguna evidencia de un homicidio en cada estantería y en cada espacio entre los libros; hasta que debajo de unas versiones originales de romeo y julieta y diario de una camarera, alcancé a ver una caja dorada con el nombre del juego inscrito en la tapa de madera que la cubría.

Agarré la caja que relucía bajo la intensa iluminación de la biblioteca y me fijé en unas hojas desgatadas y dobladas que cayeron como cartas al suelo, quizás, se mantenían ahí para no ser encontradas, vestidas en el penetrante polvo. Desdoblé una por curiosidad, y aunque en millones casos la curiosidad mata al gato, en esta le otorgó más curiosidad tras ver las letras cursivas plasmada en la hoja casi amarilla.

Las otras eran iguales, parecían ser seis cartas. Agradecí de no estar con la sombría compañía de Cass y doblé más los papeles para esconderlos en mis bolsillos. Luego las leería, ya eran suficientes para complacer mi curiosidad.

Dos sillas frente a frente sobre la tela negra, lo único que las separaba era la mesa de cristal en el medio. Él esperaba en una de ellas, sentado observando la espalda del sillón negro, me acerqué dejando el juego en la mesa y observó cada movimiento para luego alzar sus brazos.

—Bien, libérame.

Me volví y me detuve con sus ojos azules, penetrantes y amenazantes como los de un tigre albino, pero incluso mucho más oscuros. Si una persona mantiene intacto a un depredador salvaje cuidando de sí mismo para que no lo ataque, cuando lo libere, ¿qué es lo más probable?

Muchas veces le había dado oxígeno a sus muñecas de esas esposas y no había intentado abalanzarse, aunque, esa era la versión de Cass que intentaba comportarse como un niño asustado e inocente, incapaz de matar a una mosca; el chico que no quitaba su mirada de mí en ese instante era capaz de asesinarme en un solo paso.

—¿Qué esperas?

Asentí mientras mi mano efectuaba un temblor dentro de mis bolsillos, buscando el frío metal de la llave en la barrera que formaban las hojas. Cuando pude atraparla y la llevé a la cerradura de acero de la primera esposa los dedos no me dejaron de temblequear, los dientes de la llave se doblaron despacio liberando la primera mano. Aparté mi mano y fui rápida con la otra esposa, retrocediendo cuando ambas yacían abiertas, como si fueran a desprender una carga de electricidad en mis manos.

Se sobó la marca rosada en ambas muñecas y luego tomó la caja de dominó, dejó aterrizar las piezas en las mesas, una tabla de puntuación y un bolígrafo manteniendo sus labios elevados. Quise tener la capacidad de meterme en su mente y poder descubrir qué planeaba.

—¿Sabes las reglas?—asentí, colocó unas fichas que permanecían boca arriba del lado contrario y las movió entre sus dedos sin desprender la sonrisa de su cara, no era felicidad, pero podía apostar que estaba satisfecho— Cien puntos, ¿de acuerdo?

Volvía a asentir. Él terminó de mezclarlas y cogió siete piezas, yo fui por las otras siete.

—Empieza—señaló con la cabeza.

Por suerte entre mis fichas había un doble seis, el siguió con una ficha del mismo valor en la parte que se tocaban y en el espacio libre un valor de cinco puntos, yo seguí con un valor que se asimilaba y sucesivamente él continuó.

Gané el primer punto y lo anoté en la tabla de puntuaciones: 12.

Y volví a ganar el otro: 8.

Él luego ganó, se quedaba intacto un par de segundos, muy probablemente estudiando mis movimientos antes de colocar otra ficha en la mesa: 10.

En algo en lo que era realmente buena era en los juegos de mesa y una de mis especialidades era el dominó, Franck y Ellen siempre se rendían ante mis movimientos y mi análisis, mis ex compañeros de clases también. La mayoría del tiempo ganaba, y apostar conmigo en este juego era como regalarme eso por lo que competíamos.

Volví a ganarle: 16. Esta vez había sido un valor un poco más grande.

El próximo puntaje que obtuve fue de: 9.

Y el próximo de: 15.

Fruncía los ceños y solo me veía mientras yo me acercaba a la victoria. Hasta que ganó unos puntos a su favor: 21. Sonrió cuando sabía que estaba alcanzándome. Y realmente me negué a usar la ficha para hacerlo creer que me estaba alcanzado con: 14.

Pero gané los siguientes, sin dejar que volviera a adquirir nuevos puntos.

Abandoné la última ficha en la mesa con la sensación de mis labios prominentes. En los cálculos de la tabla de puntuación llevaba acumulado 99 puntos, solo faltaba uno y ganaba. Él me mostró sus fichas, la sonrisa ya no estaba en la atrayente carnosidad de sus labios y por sorpresa eran 117 puntos los que había ganado.

Me era difícil no sonreír, aunque sabía que ganaría, siempre había sido buena en los juegos de mesa. Él arrancó una de las hojas de la tabla de puntuaciones y seguí el movimiento de la yema de sus dedos contra la caña del bolígrafo, luego lo cerró y me entregó el papel escrito.

Era la pista.

Pista 1

"Cuando adquieres desconfianza obtienes una herida y obtienes una perdida".

Se levantó y alzó las manos para que volviera a retenerlo con las esposas, luego lo llevé a su cuarto. El juego no había sido difícil, solo era un dominó común, no había perdido un dedo, ni si quiera un poco de sangre como lo especulaba mi cerebro.

A las tres de la mañana aún seguía despierta luchando con el edredón como una niña que no consigue conciliar su sueño por las pesadillas que cobraban vida, pero en ese instante no pensaba en monstruos que me acecharan desde el rincón obscuro de mi habitación, ni en los fantasmas imaginarios que jugaban a las escondidas debajo de mi cama; solo pensaba en la pista.

¿Desconfianza? Esa palabra no existía entre Ellen y yo. Ella era la única que me comprendía y más que una hermana, había encargado de responsabilizarse con el papel de una madre.

Arreglé mi cabello y apliqué más polvo desesperadamente en la cortada mientras me observaba en el retrovisor de mi coche antes de que Connor saliera de su casa. Joder, antes de cortarme la cara como una maldita desquiciada debía haber analizado bien. ¿Le seguiría gustando con este nuevo corte de cabello? ¿Y con esta nueva mierda en la cara? Apreté el volante y caí en cuenta de los latidos acelerados de mi corazón, mi respiración también comenzaba a imitar el ritmo. Volví a repasar mis labios del rojo sangre de mi labial y los apreté para que la pintura se extendiese con más facilidad en la carnosidad de mi labio inferior.

El sonido de la puerta principal me hizo volver la cabeza hacia su casa. El nido de mariposas en mi estómago estalló haciendo que el bivaque revolotease hasta mi garganta.

Mi mirada se derrumbó en los mechones revueltos de su cabello rubio, cayendo por la suave y atrayente miel en sus ojos, deslizándose desde la raíz hasta la punta de su nariz y derritiéndose por su arco de cupido hasta aterrizar en el piercing ajustado en sus perfectos labios rosados, provocando rápidamente la descontrolada sangre en mis mejillas.

Sus iris se colisionaron con los míos y la sonrisa que se reflejo en el ensanchamiento de sus labios hizo estremecer el sistema que trataba de equilibrar la conducta de mi anatomía, desde mi corazón que se aferraba a salirse por mi pecho o a través de mi garganta, hasta mis piernas que se movían como si estuviésemos sacudiéndonos por un terremoto.

En Great Foster la tormenta era escasa, así que, pese a que el cielo estuviera pintado de gris y rugía como si estuviese lidiando un conflicto con el pavimento, la nieve aún no empapaba las calles.

Connor se subió del lado del copiloto y me robó un suspiro al besarme desprevenidamente. No me despegué, me uní más a la frescura de su aliento y a los movimientos de su lengua dentro de mi boca; mientras su mano ascendía por mi cabello corto, la mía también se guiaba por la vía de su pecho hasta saltar a su quijada afilada.

Sus besos me transportaban a un espacio donde solo importaba nuestra existencia y cumplir con el magnetismo de nuestros labios; alejándome de la asfixia de la mansión, el letal mar en los ojos de Cass y la pista que taladraba el centro de mi cráneo.

Cuando me separé del atrevimiento de sus labios solo observé el brillo en sus ojos y el mechón que se hacía presente en su frente, cayendo como la rama de un árbol bajo una descontrolada brisa de diciembre.

—Eres más hermosa de lo que eras—sonrió arrullándome el bermellón con su dedo pulgar, sus dedos varoniles sostenían aún mi barbilla y se sentían tan bien permanecer bajo el control de estos.

Me mordí el labio inferior luego de decir un "gracias" que a mí parecer había sonado como un murmullo saliendo de los labios de una idiota. Y cuando me separé de su semblante esculpido quizás por un ángel, pude finalmente respirar y conducir.

Aparqué en New Order, un restaurante excesivamente costoso, todo aquel que venía a este lugar dejaba en el aparcamiento sus preciosos coches, entre: Lamborghini, Bugatti, Mercedes, Rolls-Royce y Porsche; esas marcas si las lograba distinguir; y se vestían como si fuesen a la Met Gala.

Connor y yo íbamos con un estilo resaltante. Su camisa blanca tipo oxford se adhería a su cuerpo, abotonada hasta el tercer botón, de allí hacia arriba los otros dos botones permanecían sueltos luciéndolo más despreocupado y seguro, el Hublot en su muñeca realzaba su masculinidad y le concedía más elegancia, el pantalón con pinzas también mostraba un enfoque refinado y los zapatos monk en piel marrón terminaban su conjunto. Estaba vestido como la clase de chico que te pasan por un lado y te les quedas mirando como si fuera alguna persona famosa, hasta darte cuenta que mantienes la boca abierta como una estúpida.

Yo en cambio, traía puesto un vestido negro ajustado perfectamente a mis caderas, con escote en la espalda en forma de v, dejando sobresalir por un milímetro mis hombros y la libertad bajo la abertura en picada desde más arriba de mis rodillas. Mis calzados eran de tacón alto, del mismo color del vestido, lo único que distinguía en mi ropa eran mis aretes dorados y la delgada cadena que resplandecía al moverme, hacían un perfecto equipo con mis labios rojos.

Caminé agarrada de su mano hasta entrar al restaurante, sus dedos descansaron entre los míos mientras nos dirigíamos a dos sofás Chesterfield de un azul marino que acoplaban a una mesa en el medio, era como soñar despierta. Equilibré mis pies en los tacones para no caer y evitar el ridículo a la vista de las personas pudientes.

El camarero trajo otra de esas cartas electrónicas y los dos nos dejamos llevar por el corte especial. El precio era exageradamente caro para mis ahorros. Sin embargo, la cifra de dinero que traía en mi bolsa sobraba para comprar un plato de corte especial a todas las personas que estaban allí. Los Malcolm eran una familia jodidamente millonaria, me atrevería a decir que contaban con una gran cantidad de dinero que no tenían ni todos los adinerados de aquí juntando sus miserables dólares.

La corte especial traía dos entradas, plato principal y tres postres. Lo primero fue pizza frita, por segundo croquetas de jamón bañadas en queso cheddar, y finalmente el corte de wagyu australiano.

La carne del corte era jugosa, me mojaba los labios y hacía que me los relamiera, el semblante de Connor también indicaba que probar ese corte se había vuelto como viajar al paraíso. Cortó otro pedazo de filete y se lo llevó a la boca, su quijada se movía junto a sus labios y hasta esa diminuta acción me obligaba a verlo; su lengua danzó sobre su labio inferior hasta que la punta tocó la perforación, un simple movimiento que quizás para el mundo exterior había sido rápido, pero para mi concentración era pausado, atractivo y adictivo.

Las colmenas chispeantes de sus ojos me observaron y el corazón me dio un vuelco. Joder, ¿por qué provocaba este efecto tan fácil en mí? Sentí el calor subir hasta mis mejillas y orientarse a la parte inferior de mis orejas.

Rió con la boca cerrada, sin emitir sonido.

—¿De qué te ríes?—dejé el tenedor en el plato.

Volvió a reír, provocando un sonido muy bajo, que con seguridad solo había podido oírlo yo.

—Cada vez que te miro te sonrojas—y volvió a llevarse otro trozo de filete a la boca, masticó aún sonriendo con la boca cerrada.

Mis latidos tardaron cinco segundos en reaccionar, respiré y fingí estar molesta con él frunciendo el ceño.

—Tú también.

—Sí, no lo oculto—tomó la copa de vino en su mano—. Me gusta sonrojarme por ti.

Y como una maldita idiota ilusionada sentí que la sangre se hizo más presentes en mis mejillas.

A las siete y cuarto permanecía corriendo por todo mi sistema más de seis Sex on the beach, Connor decidió liarse con Cosmopolitan y hablaba como si su lengua no estuviese enredada, mientras yo actuaba como si mi cabeza no estuviese jugando a ser una bailarina. Y aunque estuviéramos casi ebrios, el mesero no pilló los efectos que nos había provocado el alcohol cuando Connor se dignó a pedir la cuenta.

Protestó cuando busqué en mi bolsa el efectivo para pagar y alguna extraña emoción en mí me hizo sonreír. Él terminó pagando la cuenta y dándole algo de propina al mesero.

Ceñí mis manos en uno de sus brazos fornidos para evitar tropezar y besar el suelo con los dientes hasta llegar estable a mi coche. Me reí cuando me sentía protegida en los suaves asientos y él siguió mi risa como si alguien hubiera dicho el mejor chiste del mundo, pero de seguro que nuestras risas de consumidores de hierba eran por el reciente alcohol ingerido. No nos dejamos de ver mientras carcajeábamos, me transmitía tranquilidad saber que con él podía reírme sin que me juzgara; éramos como dos mejores amigos, aunque segundos atrás habíamos tenido una segunda cita y en ese preciso instante moría por volverlo a besar.

—La he pasado muy bien esta noche—espetó con la lengua retorcida sin dejar de mirarme luego de abrocharse el cinturón de seguridad. Hablaba como una persona sobria, pero se hacía notar cuando su lengua flaqueaba.

—Yo igual—traté de esconder una sonrisa minuciosa apretando mis labios, pero fallé en el intento y solo me los mordí por dentro mientras seguía sonriendo sin despegarlos.

Mi mano había quedado extendida en el cinturón de seguridad; aunque el asiento era ancho para que cupieran tres personas él estaba muy cerca observando y quizás dándose cuenta de mi corazón, cuya existencia cobraba vida propia para abrir un hoyo en mi pecho y abalanzarse del mismo. Desplazó su vista inundada de miel hasta mis labios y yo volví a morderme el labio inferior. Quería besarlo.

Su mano se deslizó por mi brazo hasta llegar a mi cabello de la misma manera en que lo haría una cobra, mientras aprovechaba para inclinarse más, con la misma mano escondió unos mechones cortos detrás de mi oreja y descansó la palma en mi nuca.

—¿Puedo?—el aliento a vodka y otras sustancias estampó contra mis fosas nasales cuando inhalé intentando agarrar el volante del control en mi respiración.

Asentí y sin esperar dos segundos cubrió mi labio inferior bajo la carnosidad de los suyos. Maldije en mi mente, porque quizás no solo sería un beso, y no lo estaba siendo; más bien, nuestros labios estaban teniendo sexo. Y, joder, requería más de sus movimientos. Abrí más la boca e incliné la cabeza hacia un lado para dejar que su lengua torcida se revolcara con la mía mientras sus dedos tiraban de las cortas hebras de mi cabello; el sabor de la ebriedad fue el componente en la danza de nuestros labios y traté de mantener activo mis cinco sentidos. Se desvanecían mientras gobernaba mi boca con movimientos suaves que me hacían sentir un cosquilleo más arriba de los muslos.

Atrapó mi bermellón en sus dientes, una presión dolorosa y ardiente que la compadecía con sus iris que se definían al igual que los de una estatua en mi mirada. Liberó mi labio inferior y terminó de repasar la punta de su lengua.

—Tu boca siempre sabe tan bien—presionó otra vez buscando un escondite para su lengua dentro de mi boca —. Si fuera por mí te lo haría aquí mismo.

Mi exhalación tembló a raíz de sus palabras y aunque mi cerebro intentó recordarme que estaba el maniático solo en la mansión al cual debía cuidar, el intenso hormigueo en mi sexo desvaneció todo razonamiento posible. El caótico recuerdo de su cuerpo presionado contra el mío mientras se movía dentro de mí hizo eco a mis lúbricos deseos.

Quería que nos siguiéramos besando, que siguiera corrompiendo mis labios y cada pensamiento correcto y luego, que me follara en su habitación.

—Entonces hazlo—mi voz se estremeció en sus labios y la capturó junto a un gemido cuando volvió a arremeter los míos.

—Joder—gruñó con la respiración entrecortada.

—¿Qué? ¿No quieres?—despegué mis labios por un segundo para obtener una mejor respiración, su mano seguía revolviendo mi cabello.

Presionó sus dedos en mi barbilla con intensidad, deteniendo el beso, y dejando exponer más emociones y escenarios lujuriosos en mi cabeza.

—Te deseo tanto, Alex—la colmena melosa en sus iris parecían contener avispas que en cualquier momento saldrían a atacarme, a la vez brillaban de seducción—, pero no me vendría tan fácil—volvió a besarme y la sonrisa complaciente en sus labios me dio curiosidad y un tanto de temor. No sabía de qué era capaz. Se volvió para desabrochar su cinturón y cuando este lo liberó se abalanzó a mí agarrando una postura más salvaje para sus labios—. Aunque quiero complacerte, así que puedo hacerte venir a ti.

Las palabras en confesarle que tenía algo más planeado—que me follara sin pesar en su casa y no hiciera alguna locura en mi coche—se ahogaron convirtiéndose en un nudo en mi garganta. Cualquier uso de razón se esfumó cuando nuestros labios volvieron a entrar en contacto, yo devolví sus movimientos meneando mi lengua al compás de sus caricias y logrando robarle un mordisco para que soltara un gemido que se contrajera con los míos, y el contraatacó ejerciendo autoridad.

Volvió a apartar mis labios dejando la fuerza de sus dedos en mi quijada y alzó su otra mano dirigiendo tres dedos a mi boca—como lo había hecho cuando tuvimos sexo por primera vez—, abrí la boca sin que él me lo pidiera escondiéndolos en mi cavidad bucal y descansé el tubérculo alrededor de su piel observando cómo repasaba su lengua sobre el piercing hasta soltar una maldición.

—Vuélvelos a lamer como lo hiciste cuando te hice mía—obedecí sin sacarlos de mi boca los lamí por debajo y luego chupé como si fuera algún dulce. Nunca sabían a nada, pero estaba embelesada por el momento.

Mi cuerpo se erizó por completo cuando sus dedos bajaron hasta mis piernas y exigió que las apartara, atravesó su mano por la abertura de mi vestido y la sumergió hasta que sentí el tacto encima de mi braga. Las yemas de los tres dedos se deslizaron sobre el tejido algodonado y sin apartar su mirada copulatoria de mi facción contraída frotó con más fuerza.

El roce hizo que me ardieran las mejillas y sentí que humedecí la tela, su respuesta fueron sus dedos haciendo a un lado mi ropa interior para tantear mi piel desnuda.

Lo oí sonreír cuando cerré mis ojos y mordí mi labio con fuerza para no soltar un jodido gemido; rápidamente no hubo más tacto en mi sexo y hasta perdí la sensación de su respiración. Abrí los ojos y joder, ¿que coño hacía? Estaba de rodillas en el asiento y me veía con un rasgo de excitación recorriendo sus ojos.

Miles de escenas que sucedían en películas porno descansaron en mi mente. ¿Abrirme de piernas y tocarme para él con los dedos llenos de saliva? No tenía tanta experiencia.

—Reclínate de la puerta y sube las piernas—volví mi cabeza hacia la puerta, estaba a una distancia de centímetros de recostarme y solo lo obedecí montando las piernas en el asiento y pegando mi espalda del vidrio de la ventana. Nadie podía vernos por el papel polarizado del vidrio, y de ser así ya me daba igual en ese estado de excitación. Lo volví a mirar y ahora vio hacia arriba, el techo del aparcamiento—. Creo que es mejor que subas el techo de tu auto, aunque si quieres que nos vean no tengo problema con eso.

Esa advertencia hizo que me estirara rápido y presionara el interruptor de la capota. Cuando ya estábamos ceñidos bajo el techo el ambiente lleno de hormonas nos estrechó. Quería que me tocara otra vez, aunque no sabía si pedía la privacidad para follarme en mi coche. Muchas personas que me conocen estarían decepcionadas de saber que había tenido relaciones dentro de un vehículo.

—Dime un número—se inclinó sobre el asiento apoyando sus manos a los costados de mis piernas.

—¿Qué?—abrí los ojos desorientada mientras el hundía sus manos por debajo de mi vestido. Manejar mi respiración acelerada se estaba convirtiendo en un nuevo reto.

—Recoge las piernas—obedecí enseguida dejando las piernas abiertas a su vista—, y dime un número—alargó sus dedos hasta tomar las caras laterales de mi braga y alcé un poco mi trasero para que pudiera despojarme de ellas.

—¿Qué? No sé, ¿diez? ¿Dos?—la lengua me tiritó con la respiración trabucada y capté en que estaba apretando el volante y la cabecera del asiento, aferrando mis uñas al cuero negro mientras él cerraba los ojos aspirando mi ropa anterior y remplazando sus manos apoyadas en el asiento por sus brazos.

—Vale. En doce minutos o menos te haré venir.

Casi reí por la estupidez que acababa de decir, pero inmediatamente cerré la boca y apreté los labios ahogando un gemido cuando sentí su cálido aliento como una fuerza magnética que se apoderaba de mi sexo mientras se acercaba más. Luego la textura húmeda se desenvolvió palpando en mis labios mayores y yo quise morder mi lengua para no terminar en un psiquiátrico con el movimiento de su papila gustativa.

Joder.

Sentía mi sexo empapado aparte de la saliva de Connor. Presionó sus labios en mi labio interno hurgando con su lengua como si estuviese buscando objetos perdidos y no logré ahogar otro gemido. Me mordí el dorso de la mano para no seguir soltando gemidos de moteles y lo oí sonreír mientras seguía recreando su imperial movimiento.

Me estremecí en la ventana de mi coche mientras él tiró de mi clítoris entre sus dientes y complació el ferviente efecto en mi coño deslizando el vértice lingual. Sus labios crearon un remolino esparciendo saliva, desplazando su lengua y otra vez succionando, creí que su intención era perforarme la vagina.

Mi sexo vibró en busca de un nuevo visitante. Requería del descomunal tamaño de su polla en mi interior; aunque, siendo sincera, su lengua prácticamente ya se estaba follando mi coño. Suspiré poniendo mis ojos en blanco y chupé mi labio inferior entre mis dientes; una cara que con seguridad le podía formar una erección en los pantalones a cualquier tipo.

Escupió con descaro y sentí el fluido bajar por mi piel, aunque rápidamente lo atrapó en su lengua y lo volvió a llevar a mi sexo afincando más mi coño con la pesadez de sus labios. En pocos minutos sus labios presionaron con más fuerzas mientras su lengua se revolcaba cual lombriz. Sin pudor estallé en su boca y él volvió a lamer hasta dejarme limpia.

Por todos los cielos, que me perdonara Dios por haberme corrido en la boca de un chico estando en un aparcamiento público.

Creí que el clima entre nosotros estaría tenso o que cada vez que me hablara mis mejillas se encenderían como un arbolito de navidad. Sin embargo, cuando fuimos a Corona Hamburgers a comprar barquillas y uno de los combos disponibles para llevárselo a Cass, siguió sonriéndome y halagándome sin tocar lo que habíamos hecho en mi coche.

Dejé a Connor en su casa tras un largo beso que declaraba cuánto nos íbamos a extrañar hasta que nos volviéramos a ver y luego, continué el camino a la mansión. Observando la oscura autopista bajo la tenue luz de los faros, le rogué al cielo que no enviara un espíritu maligno a atormentarme o a algún ente varado en la carretera por haber cometido ese lascivo pecado en mi vehículo.

La nieve comenzó a solidarse más fuerte junto a la brisa que me helaba los huesos y me hacía apretar la mandíbula, Hillton parecía estar dentro de un maldito congelador. Finalmente llegué a la mansión y bajé de mi coche con prisa, con la esperanza de beber algo caliente y dormir hasta las diez de la mañana, pero una maldita brisa no perdió el tiempo para ponerme de mal humor cuando alzó mi vestido y me hizo estremecer la entrepierna, Connor se había quedado con mis bragas y seguro el jodido viento era el castigo que me estaba mandando Dios.

Subí corriendo hacia el porche con la bolsa de Corona Hamburguers en mi mano y paré en seco cuando iba a introducir la llave en la cerradura. El corazón quizás iba a abandonar por completo mi cuerpo, porque se abalanzó sucesivamente golpeando mi pecho con necesidad de salir y el inhalar se dificultó a raíz del castañeo de mi oxígeno.

Me atreví a alargar mi mano con cuidado para agarrar el papel que estaba adherido a la puerta, como si en realidad estuviera a punto de coger una maldita tarántula. La sangre se heló en mi cuerpo al igual que mi resuello cuando deslicé mis iris por cada palabra plasmada, las manchas rojas y una firma o al menos eso había sido un intento. Saqué mi móvil de la bolsa para capturar una foto y deshacerme de esa maldita, ¿carta?

Joder. Joder. Joder. Me llevaba el demonio, esto debía ser una puta broma de muy mal gusto y el responsable iba a caer.

Me percaté de algo viscoso en mis manos y cuando volteé el papel solo vi manchas rojas como las de la parte principal, hasta que mi cerebro recobró vida... era sangre. Solté la hoja observando que también había sangre donde había estado pegado el papel, mejor dicho, lo que lo había mantenido pegado había sido la sangre. Y aún permanecía viscosa.

Con el corazón en la garganta entré rápido a la casa, la persona que había escrito la carta podía ser un maldito psicópata creyéndose Michael Myers, y me negaba a que la próxima carta que escribiría sería con mi sangre.




Nota de autor: Capítulo largo. Trabajé mucho en él, espero les guste, pronto subiré el otro.

¿Qué les parece esta nueva versión de Alex?👀

¿Connor? ¿O Cass?

Los tqm!🫶🏻

𝑍𝐴𝑉𝐼𝐷13z✍︎.

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