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22

Me acomodé en el asiento y miré a Stephan el cual permanecía con los ojos fijados en la pantalla del móvil.

—¿Mucha fila para pagar?—preguntó sin apartar la mirada del aparato.

—Algo—agarré una de las bolsas y la alcé un poco—. Pero compré lo necesario.

—Genial—sonrío él y con una mano sostuvo la primera bolsa para colocarla en los asientos de atrás, hizo lo mismo con las otras, todo eso sin soltar el celular de las manos, aunque ahora viéndome—. ¿Te cortaste?—formalizó la pregunta cuando le entregué la última bolsa y observó mis dedos.

—No, ¿por qué?

—Tienes sangre—afirmó y luego acomodó sus piernas en el asiento, flexionó el torso para agarrar una de las bolsas que reposaban en la parte de atrás, y luego de que dijera: —La bolsa también tiene sangre, ¿con qué te cortaste?—supe que había encontrado una mancha roja impregnada en el plástico blanco.

Empecé a tartamudear al captar que mis nervios ya empezaban a dominar mi cuerpo; mi lengua se enredaba y no sabía qué decir.

Mientras sus ojos me observaban percibía como la duda pasaba por mi cabeza, haciéndome elegir entre la verdad y la mentira, quedando así como cuando un gato acorrala a su presa.

No sabía cómo era Stephan, no sabía cómo podía reaccionar al enterarse que alguien me había tomado por detrás, como si fuera a robarme o peor aún a secuestrarme, y la sangre le pertenecía a esa persona por darle un golpe en la nariz para zafarme. Y al saber que era el ex novio de mi hermana, una persona que se suponía que tenía que estar muerta, se había convertido en nuestro secreto desde esa noche, y podía querer una venganza por lo ocurrido, podía llegar a relacionarse como un peligro. Aunque, quizás, al descubrir que me estaba ayudando con la desaparición de mi hermana entregándome el teléfono que estaba en mi bolsillo y le pertenecía a ella, Stephan podía pensar algo no tan malo.

Entonces aún no sabía qué responder, y ya me había tardado mucho en hablar.

—Yuju—ladeó su mano enfrente de mi cara—. Tierra llamando a Alex, ¿con qué te cortaste?

—Ammm, pues —miré a todos lados menos a sus ojos. No iba a decirle lo que había pensado en ese instante, ya que como había dicho antes no sabía qué era capaz de hacer. Así que sí, aquí regresaba de nuevo con mis mentiras: —. Ni idea, si no me dices enserio que no me doy cuenta.

No dijo nada por un momento y luego preguntó:

—¿Es sarcasmo?

Lo miré fijamente por un segundo y luego volví a alejar la mirada.

—No, ¿por qué lo dices? —dije con los nervios en la garganta porque lo único que pensaba era que me iba a descubrir.

—Por el tono en que hablaste.

—Perdón—titubeé otra vez aunque ahora no se había notado tanto—, ¿hablé como si fuera sarcasmo?

—Sí, un poco—soltó una pequeña risita y eso me hizo sentir un poco avergonzada, ya que no trataba mucho con él, y tampoco lo conocía de mucho tiempo atrás.

—Ay, lo siento—expresé de forma sincera, a veces cuando estaba nerviosa solía hablar de manera diferente a como lo pensaba.

—No, tranquila—volvió a reírse bajito.

—No, en serio lamento tanto que...

—Alex, tranquila, en ningún momento dije algo malo, solo mal entendí el tono de voz—sonrió interrumpiéndome y se acomodó en el asiento colocando las manos en el volante—. No pasa nada.

—Bueno—forcé una diminuta sonrisa integrada con un poco de vergüenza y dirigí mi mirada a la ventana al lado de mi asiento.

Al minuto en el que encendió el auto para salir del aparcamiento y volver a la mansión recordé el celular de Ellen que estaba oculto en mi bolsillo. Era una evidencia muy importante, ese aparato no encendía por alguna razón, y podía contar con una gran información en su interior; además de seguro que Stephan tenía algún amigo experto en arreglar aparatos electrónicos.

Así que hablé metiendo la mano en el bolsillo del pantalón para sacar el móvil.

—Oye, Stephan, esto es un poco loco, pero—ya tenía el celular casi afuera de la tela del bolsillo cuando rápidamente me acordé que no había sido sincera con él, así que me pausé por un lapso. En ningún momento le había dicho el verdadero contexto de lo que había pasado en el callejón por miedo, solo le había mencionado que me corté y estaba agradecida con el cielo ya que él solo había preguntado con qué, y del resto no había indagado más con las preguntas, así que, ¿de dónde podía haber sacado el teléfono de mi hermana desaparecida? ¿Quién me lo había podido dar? ¿Qué otra mentira podía inventar?. Armar una mentira no era algo fácil, aunque supe que no me costaba tanto cuando dejé el teléfono de donde lo sacaba y dije algo más: —. ¿Te gustaría mañana pasar la noche conmigo?

—Emmm.

Tal vez iba a decir que no, o podía ser un: sí, aún así agregué:

—Compré palomitas, doritos, cheetos y muchas cosas más.

—Está bien—dijo él con una sonrisa de boca cerrada, yo se la devolví, abroché el cinturón de seguridad y me volví a acomodar en el asiento dirigiendo mi mirada otra vez hacia la ventana.

Me sentía mal por el hecho de decir tantas mentiras, y no solo a él, casi a todo el mundo, al único que no le había mentido era a Cass. También me impresionaba lo rápido que ajustaba cada palabra para crear un nuevo engaño, aunque eso se me daba con sencillez ya que estaba acostumbrada a las sonrisas fingidas que le obsequiaba a Frank y la mayoría de mentiras que le decía día tras día. La más común era que yo era feliz.

Pero no todo estaba tan mal como parecía. No me había dado cuenta pero Stephan había aceptado pasar la noche conmigo, sin necesidad de contarle que todo era por el cumpleaños de Cass. Quería invitarlo, pero al saber que se trataba del chico raro que estaba encerrado en la mansión—y que por alguna razón no le caía bien—, seguramente no iba a aceptar. Y necesitaba a Stephan para que me hiciera compañía, ya que tal vez así la incomodidad y el ambiente pesado que provocaba la presencia de Cass no sería tan impetuosa. Además, en algún momento podía contarle sobre el móvil de Ellen.

Luego me las arreglaría para que no se marchara al ver a Cass y enterarse que todo se trataba de celebrar sus 22 años.

Entré a la cocina, observé la hora en el celular y me sorprendí al ver qué hora era.

<<12:41>> indicaban los números en mi fondo de pantalla. Debajo de estos también se resaltaba la fecha: <<Martes, 24 de Junio>>. Recordándome una y otra vez que era el cumpleaños de Cass.

El señor Faddei me había vuelto a llamar la noche anterior, casi al instante en que mis párpados se cerraban recibiendo el sueño. El señor Faddei me había indicado que por ser el cumpleaños de Cass, debía dejarlo ese día afuera de su habitación, obviamente, sin quitarle las esposas, y lo tenía que volver a encerrar en cuanto terminara de cantar su cumpleaños, los días siguientes serían iguales, solo por esa semana, y claro en esos si se respetaría el horario. A veces solo pensaba que Cass era un niño atrapado en el cuerpo de un adulto por las cosas que decía Faddei. Sin embargo, ese pensamiento desaparecía cuando el pelinegro manifestaba comportamientos extraños y sombríos.

Como su sonrisa o la frialdad en su voz cuando me llamaba: pequeña.

Así que Cass estaba en alguna parte de la mansión, quizás leyendo o tocando el piano. Durante los días en que me había dedicado en investigar lo peligroso de ese chico, había descubierto que le encantaba los libros, aunque más que todo la literatura clásica, y lo mismo ocurría con las piezas que tocaba en el piano, como por ejemplo: Beethoven.

No me preocupé tanto y procedía a sacar los ingredientes para el pastel y para el pequeño y rápido almuerzo que haría; que serían solo unos sándwiches de jamón y queso, tal vez con un poco de ensalada.

Terminé de preparar el almuerzo tan rápido como pude, y enseguida empecé a preparar el pastel, pero antes salí de la cocina para servirle la comida a Cass en el gran comedor.

Me quedé asombrada cuando lo vi sentado en una de las sillas, con los codos sobre la mesa larga, las mangas de su pijama de ositos enrolladas por debajo de las muñecas, sus dedos entrelazados por debajo de su nariz, sus ojos azules captando cada movimiento que hacía, y las cadenas de las esposas descansando sobre el mantel negro. Como si me estuviera esperando.

Sin decir nada di vuelta por la parte cercana y me dirigí a donde él estaba, coloqué el plato y el vaso en la mesa delante de sus brazos, y cuando me fui a voltear para volver a la cocina, dos manos sostuvieron mi brazo impidiendo mi escape.

—¿A dónde vas? ¿Y tu comida?—me interrogó él.

Traté de ignorarlo y soltarme de su agarre, pero fue inútil intentar.

—A la cocina—contesté rápidamente.

—¿Vas a buscar tu almuerzo?

—No.

—¿Y por qué no?, ¿dónde está tu almuerzo?—volvió a indagar.

—No almorzaré ahora, Cass. Quizás más tarde lo haga.

—¿Por qué?

—No tengo hambre.

—Ahh, pues—tardó un momento en hablar—. Yo tampoco.

No sabía qué hacía, pero podía percibir muy bien su bipolaridad. Él se levantó y al mismo tiempo me soltó de su agarre. No apresuré mi paso hacia la puerta de la cocina porque el chico ahora se había alejado de la mesa, dirigiéndose al pasillo que conducía a la sala, dejando el sándwich en la mesa.

Aunque antes de cruzar por el pasillo me miró fijamente y dijo jugando con sus dedos.

—Espero que odies este día tanto como yo.

Casi decía: pero, es tu cumpleaños, ¿cómo lo vas a odiar?. Aunque luego vi que claramente eso era un mal argumento para usar en ese momento, así que solo hice una simple pregunta.

—¿Por qué?

Un silencio abordó el espacio por un minuto.

—Las personas toman muy malas decisiones.

Notó mi ceño fruncido así que volvió a hablar:

—Es decir, un ejemplo son mis padres que tomaron la decisión de traerme al mundo—bajó la mirada—. Lo cual fue una mierda completa.

En ese momento solo sentí lástima por ese chico, lo que le había pasado era deplorable, y aún no había descubierto con exactitud por qué ese castigo de no dejarlo salir de la mansión, las pastillas, las esposas y cada regla. Se me hacía muy difícil comprender que esos espléndidos ojos azules y ese rostro aristocrático podían aliarse y cometer un crimen tan fuerte como para permanecer bajo un castigo como en el que él estaba ahora.

Aunque algún pensamiento mío cambió cuando volvió a manifestar otra actitud fúnebre, diciendo:

—U otro ejemplo podrías ser tú. Que tomaste la decisión de cuidarme sin tener en cuenta que podía ser un maldito error—ahora Cass me miraba, no sonreía, su semblante se mantenía inexpresivo. El chico solo se volvió para por fin perderse en la voluminosa negrura del pasillo.

Después de un minuto comprendí que la única que se hallaba en el lugar era yo, y estaba mirando fijamente a donde había estado Cass, aunque ahora mi vista chocaba con la pared. Estupefacta por lo que había dicho me dirigí nuevamente a la cocina, pero antes tomé el plato que había dejado Cass en la mesa con el sándwich completo sin ningún pedazo mordido, cerré la puerta, y obedecí a mi presentimiento pasando el cerrojo.

Lancé el pan en el pequeño cesto de basura, agarré un vaso de agua, me lo bebí para quitar la sequedad en mi garganta, y acto seguido empecé a hacer el pastel.

El comportamiento de Cass era extraño, había conocido una nueva faceta de su bipolaridad, un lado que me hacía sentir más inquieta, me provocaba escalofríos y miedo. Aunque había algo más que hacía que los vellos se me pusieran de punta y era el saber que me parecía un poco a él.

No física, ni tampoco en su comportamiento, mi apariencia hacia el pelinegro tal vez era en lo sentimental, al menos eso era lo que había podido descifrar.

Cass era una persona que odiaba su vida, y en eso compartíamos el mismo sentimiento. Además, lograba percibir su sufrimiento, y comprenderlo; físicamente habían unas esposas que retenían sus manos e impedían que moviera libremente sus brazos, y mentalmente habían otras esposas que reprimían sus emociones e impedían que fuera feliz.

La tarde pasó rápido, y mientras afuera poco a poco oscurecía, y las manillas del reloj también bajaban con prontitud, la masa del pastel se calentaba en el horno y expulsaba un cautivador y deleitable olor, uno que anunciaba que ya estaba listo.

Me acerqué al horno, saqué el pastel, coloqué el envase en la mesa, esperé a que se enfriara un poco, y empecé la decoración con los chocolates, la crema con el colorante azul y los otros ingredientes; sabía hacer pasteles desde hace mucho tiempo por cursos gratis que había tomado mediante internet, así que entendía lo que hacía, solamente tenía que hacerlo sin ninguna distracción.

El borde del bizcocho lo había decorado con la crema azul, luego coloqué pequeñas bolitas de chocolate oscuro, las chispas y la crema pastelera en la superficie de la tarta, y eso se veía estupendo, mejor que un pastel comprado en una panadería. Las oreos alrededor le dieron un toque elegante, y encima de la crema azul estaban las gomitas rojas y azules, y algunas bolitas de chocolate blanco; era un pastel con una linda decoración, y el saber que lo había logrado hacer yo sola me ponía contenta.

Finalmente guardé el pastel en el congelador aunque antes le puse las dos velas que había comprado con el número "2", para dar a entender que estaba cumpliendo 22 años.

Pasó una hora, mi móvil seguía sin recibir algún mensaje o alguna llamada de Stephan, solo recibía notificaciones de Instagram, Facebook y otras cosas nada interesantes. Varios ingredientes esperaban en bolsas dentro de la nevera y del estante para una deliciosa cena, aunque ya no tenía ganas de cocinar, así que tomé el móvil y me desplacé por internet buscando algún McDonald, o algún restaurante de comida que hiciera deliveries.

Quería comer pizza o hamburguesas, así que apenas encontré una pizzería que hacía entregas, exploré los menús y ordené cuatro pizzas de tamaño familiar, las cuatro de sabores diferentes. Luego de unos minutos el pedido llegó.

Un chico alto se encontraba en la entrada de la mansión, sosteniendo las cuatro cajas grandes de pizza, una encima de la otra. Tenía una gorra roja con el logo de la pizzería que ocultaba su melena rubia, aunque no mucho ya que algunos mechones salían con dificultad por debajo de la misma, también vestía una franela del mismo color y al lado izquierdo como en la gorra se encontraba el pequeño logo cocido en la tela.

—¿Alex Coulent?—preguntó apenas abrí la puerta.

—Sí, soy yo.

—Este es tu pedido—me entregó las cajas de pizza en las manos y arriba de ellas colocó unas bolsas con el nombre de la pizzería pegado—. Allí están unas servilletas y unos vasos de plástico—señaló la bolsa con los labios y luego se dirigió a la motocicleta que estaba aparcada atrás de él, agarró la botella de gaseosa que estaba en el asiento y me la entregó en una de las manos que desocupé para sostenerla—. Y aquí está la gaseosa.

—Gracias, muy amable.

—De nada, feliz noche— contestó él con una sonrisa, se montó en la moto y en cuanto la fue a encender unas luces opacaron el panorama.

El chico y yo tuvimos la misma reacción, ambos miramos hacia lo que emitía esa luz amarilla y fuerte; al parecer pertenecía a los faros de un auto.

Fijé mi mirada a la dirección de las luces y entonces pude captar un color gris. Había acertado lo que pensaba, era una Chevrolet Chevelle, el auto de Stephan. Las luces tomaron rumbo hacia otra dirección al vehículo desviarse hacia la cera cerca de la escalera de la mansión, se había aparcado del lado contrario de donde estaba el chico con la moto observando fijamente al vehículo.

La puerta del auto se abrió, el chico parecía estar confundido, aunque yo no. Había esperado a Stephan por más de cinco horas, así que verlo bajarse del coche me había hecho sentir ansiosa y feliz, ya que no iba a pasar la noche solamente con Cass, sino que Stephan también iba a estar, y eso apartaba toda mi incomodidad.

Stephan se acercó hasta donde estaba yo, traía una apuesta sonrisa que destacaba su rostro, el chico lo miraba perplejo pero al notar que yo lo conocía solamente se volvió a despedir para marcharse en la motocicleta.

—Por fin llegas, ya hasta pensaba que no ibas a venir—sonreí cuando estaba a unos pasos de mí.

—¿Y dejarte plantada? Ni en mis sueños haría eso—habló serio pero demostrando sarcasmo, y luego sonrió—. ¿Cómo estás? Ya te echaba de menos—se limitó a un abrazo por las cosas que sostenía en mis manos.

—Bien—hablé haciendo un poco de presión en mis brazos, las cajas de pizza pesaban—. Yo también—logré decir con otro poco de esfuerzo.

—¡Aaaj!, ven, Alex,—se acercó rápidamente—déjame ayudarte con eso, seguro debe pesar.

Si no hubiera conocido a Stephan y no le hubiera brindado mi confianza seguramente le hubiese dicho que no, y que yo me encargaba de llevar las pizzas, pero ya lo conocía así que dejé que me ayudara llevando dos cajas de pizzas, junto a la gaseosa, y entramos en la mansión.

Dejamos la comida en la gran mesa del comedor y entonces procedió a preguntar:

—¿Y veremos una película o qué haremos esta noche?

—Bueno—lo miré fijamente, aunque en varias ocasiones moví mi vista de sus ojos. No sabía cómo explicarle que no ibamos a ver ninguna película, aunque quizás si pero luego de que él hiciera lo que realmente debía hacer: acompañarme a estar con Cass y cortar su pastel, ya que me incómodaba hacerlo yo solamente con la presencia del pelinegro. Tampoco sabía cómo decirle que realemente Cass estaba cumpliendo años, y por eso habían sido las compras en el supermercado. Y eso seguramente lo iba a ver como lo que era: un engaño. Por no haberle dicho la verdad.

Y entonces algo que aún no debía ocurrir, pasó.

Una voz se escuchó por el palsillo, y aunque las luces alumbraban al mismo no se podía ver quién era la persona, aunque reconocía la voz ronca , era de Cass.

—¿Por qué hablan a escondidadas? ¿no me quieren invitar a ver la película? —fue lo que enunció aquella voz.

Me paralicé, aunque lo hice aún más cuando finalmente salió del pasillo.

Lo único que pude hacer fue ver a Stephan. Él también permanecía inmóvil, aunque había algo más, podía sentir su miedo, no hablaba y hasta parecía que había dejado de respirar, solo obervaba sin pestañear las cadenas que guindaban de las esposas de Cass.

El ambiente se había vuelto tan sosegado y tenso. La vista de Cass jugaba yendo desde mis ojos hasta los de Stephan una y otra vez.

—¿Y ahora son mudos?—caminó para acercarse un poco más, aunque no tanto.

—No—contesté con un poco de tartamudeo, sentía que algo malo podía pasar si uno de los dos no le respondía.

—¿Y tú?—miró a Stephan quien lucía nervioso. Y como si fuera importante agregó: —. Me da gusto verte de nuevo, Stephan. Teníamos tiempo sin reencontrarnos—habló como si eran amigos de toda una vida, pero a pesar de eso pude captar el sarcasmo en las palabras.

Stephan no respondió y se volteó a verme.

—¿Qué está pasando, Alex?

—Te lo puedo explicar, ¿vale?—traté de regalarle una sonrisa en medio del tartamudeo de mi voz.

—Claro que puedes. Y estoy esperando a que lo hagas.

Tragué grueso al escuchar eso, lo miré una vez y sentí un temblor en mis piernas. Mi mente me hacía volver a recordar que Cass se encontraba en frente de nosotros, y eso me impedía contarle la verdad a Stephan, ya que el solo hecho de su presencia me ponía nerviosa e inquieta.

Así que solo pude decir una cosa que llegó a mi mente inmediatamente:

—¿Podemos entrar a la cocina?, te explicaré todo allí adentro.

—Sí, está bien.

—Vale, vamos—dije para luego caminar hacia la cocina, Stephan me siguió y Cass también lo hizo.

Pero no podía permitir que Cass entrara ya que escucharía lo que debía decirle a Stephan, así que, ¿de qué iba a servir entrar en la cocina con el rubio si Cass iba a estar presente?. Debía explicarle que iba a hablar en privado con Stephan, y aunque me daba nervios, lo hice.

Me detuve en medio del camino a la cocina y observé a Cass, tragué saliva y recogí suficiente aire por la nariz para luego soltar:

—Tengo que hablar con, Stephan. A solas.

Los ojos azules me acusaron, en su rostro se dibujó una diminuta sonrisa, y junto a esto me preguntó:

—¿Por qué a solas?, ¿qué es lo que no puedo escuchar?

—Porque—no sabía qué decir, hasta que opté por lo que facilamente sabía hacer: mentir—. Es un tema de conversación privado.

En mi mente viajaron miles de posibilades y diferentes escenas de lo que él podía hacer después de esa respuesta. Una en la que se interpondría en el camino y no me dejaría contarle nada a Stephan. Otra donde se acercaba y me intimidaba con el intenso azul de sus ojos. Y otra donde enloquecía y sus nudillos iban estampados directo al rostro del rubio—aunque esa era la que no tenía nada de sentido según mis pensamientos—. Sin embargo, extrañamente nada de eso ocurrió.

Cass simplemente asintió con una pequeña sonrisa de boca cerrada que me intimidó un poco, y se volvió para sentarse en uno de las sillas del comedor, yo aproveché y avancé a la dirección en la que ibamos, abrí la puerta de la cocina para pasar con Stephan, pasé el pestillo y nos sentamos en las sillas de la mesa para empezar a explicarle.

—Bueno, ahora que estamos solos si te puedo explicar todo—traté de mirarlo a los ojos aunque se me dificultaba un poco.

—Bien, Alex. Estoy esperando a que lo hagas, dime, ¿por qué, Cass, está afuera, sentado como si nada?—movió sus manos que estaban apoyadas encima de la mesa.

—Bueno, la verdad es que te contaré todo—él asintió—. Al empezar a trabajar aquí, el señor Faddei me explicó sobre muchas reglas y cosas que debía hacer, entre ellas el cumpleaños de Cass. Me dijo que era muy importante celebrarlo, aunque no sé la razón—entrelacé mis dedos y jugué con ellos para controlar mi nerviosismo—. Y cass me parece un chico bueno, aunque muchas veces por su pre

No dejo que terminara de hablar, y movió su cabeza hacia adelante en un gesto de imprensión poniéndola a la mitad de los hombros:

—¿¡Bueno!?, ¿estás loca?

—Digo es un poco raro. Pero creo que detrás de ese comportamiento bipolar, extraño y odioso se esconde algo más. Un chico deprimido, y sí, quizás bueno—al decir cada palabra, todo lo que me había dicho el señor Faddei sobre lo que le había ocurrido a Cass—que había sido muy malo y triste—hacía enfasís en mi mente. También recordé cuando cantó en la bañera y su pensamiento acerca de la palabra amor, había sido muy agradable, y por ello agregué: —. Y puede que también amigable.

—¿¡Amigable!? ¿¡cómo puedes llamar a ese ser amigable!?—volvió a impresionarse casi en un grito, y luego fijó la vista a un lado de la mesa como si estuviera pensando en algo—. Alex, ¿acaso, Cass te gusta?

—¿Qué?, ¿qué hablas? No me gusta, solo me parece amigable, y raro. De hecho solo te invité para que estuvieras conmigo haciéndome compañía porque me incomoda su presencia—tomé un poco de aire—. ¿Y crees que si me gustara te hubiera engañado para que me acompañaras?

Él pensó por un segundo y negó con la cabeza sin decir nada.

—¿Y entonces por qué dices eso?

—Es que pensé que te había parecido amigable, y

Lo interrumpí.

—Pero si se me hace amigable, tal vez puede tener conductas extrañas, pero ha sido amigable. Al menos conmigo.

Al terminar de escucharme, él separó un poco sus labios para hablar aunque inmediatamente los cerró.

Sabía que volvería a repetir lo mismo, y volvería a pensar que estaba loca, entonces lo mejor fue terminar el tema de conversación y cambiarlo por otro.

—Sabes, mejor dejemos de hablar de esto, y, ¿me vas a hacer compañía o te irás?

Él negó nuevamente con la cabeza.

—No, Alex. No me iré, me quedaré para hacerte compañía—me dio una diminuta sonrisa que parecía ser forzada—. Aunque no me agrada que Cass pase la noche con nosotros.

—Tranquilo. Luego de cortar el pastel, él se irá a dormir. Y nosotros podremos ver una película—sonreí levemente.

—Bien—él asintió.

—Bien—repetí, me levanté de la silla y me dirigí a los gavinetes para buscar tres platos. Lo que había ocurrido me había dejado confusa y un poco intimidada. De una u otra manera también sentía que había intimidado un poco a Stephan con mi respuesta. No obstante, la intimidad que él había logrado en mí había sido por su pregunta; la cual no dejaba de merodear por mi cabeza ¿acaso, Cass te gusta?

No. Me imponía a eso.

Cass no me podía ni siquiera atraer, y no porque no era atractivo, él tenía un rostro de adonis y ese era uno de los principales problemas. Pero yo era su cuidadora, ese era mi trabajo, de eso me encargaba yo, de cuidar a Cass siguiendo todas las reglas. Todas las reglas que tenía que cumplir; así que por la posición en la que me situaba debía apartar todos esos pensamientos de gustos hacía el chico extraño de ojos azules, piél de cádaver y cabello negro azabache.

Le encargué el trabajo a Stephan de que llevara los platos a la mesa, mientras yo buscaba los cubiertos, luego me dirigí también a la gran mesa del comedor, donde me esperaban Cass y Stephan sentados. Stephan se encontraba del lado que estaba cerca de la puerta de la cocina, mientras que Cass permanecía en una de las silla principales del lado contrario.

Escogí sentarme del lado de Stephan y los ojos azules me siguieron sin parpadear mientras realizaba mi decisión, yo me hice la tonta e ignoré su comportamiento. Apoyé la rodilla en la tela del suave asiento de la silla y estiré mis brazos para tomar una caja de pizza, aunque al ver que no podía alcanzarla Stephan tuvo la amabilidad de agarrarla y entregarmela.

Destapé la caja e inmediatamente el olor a salsa napolitana, queso, maíz, tocineta y más ingredientes que se mezclaron el el aroma que emanaba aquella pizza acorralaron mis orificios nasales, y suponía que a ellos también les había parecido agradable el olor ya que no le quitaban la vista de encima.

Cogí un pedazo y luego procedieron ellos a tomar otras rebanadas; mientras comíamos no hubo ningún tipo de charla, cada uno tomaba un pedazo y comía en silencio, solo noté un par de veces que Cass me obervaba por un rato y a veces compartíamos miradas por un microsegundo.

Luego de terminar de comer la pizza, todos sabíamos que lo que procedía era cantar el cumpleaños de Cass, así que me levanté y me dirigí a la cocina en busca de un cuchillo, y el pastel que se ocultaba en la nevera. Abrí una de las divisiones arriba de la estufa con el fin de hallar un cuchillo o algún objeto filoso para cortar las rebanadas de pastel, pero al alzar mi mano para agarrarlo sentí unos dedos en mi hombro lo cuales me hicieron saltar y casi acompañar ese brinco con un grito, aunque al ver que era Stephan me mantuve en silencio.

—¿Estás loco?—le dije por la impresión, y al darme cuenta que lo había llamado loco, como él lo había hecho hace unos minutos atrás, me sentí bien por haberle devuelto el pequeño agravio.

—Shhh, Alex. Habla bajito—murmuró llevándose el dedo indice a la boca en señal de que hiciera silencio—. Cass puede escuchar.

—¿Qué?,—aún no comprendía qué le pasaba o si ocurría algo malo, así que pregunté siguiéndole el susurro—, ¿ocurre algo malo?

Movió la cabeza señalando que no, luego cerró la gaveta y revisó las divisiones que estaban en la parte de abajo al lado de la estufa, seguidamente sacó un cuchillo de hoja amarilla y que no parecía nada filoso.

Yo lo miraba perpleja, y él respondió a mi mirada.

—Su pijama de osos no me van a convencer de que es un tipo bueno. Un cuchillo de plástico es menos peligroso para una persona como, Cass.

No había considerado eso, y Stephan tenía razón, una de las reglas para cuidar a Cass era que tenía que apartar toda arma de sus manos, y quizás el cuchillo contase como una. Sin embargo, le dije:

—Cass, no cortará el pastel. Lo haré yo.

—Alex, igual. Ese cuchillo estará a presencia de sus ojos. Puede ser peligroso—me miró fijamente—. Solo te cuido. Hazme caso, ¿sí?

Esas palabras lograron hacer que la voz de Stephan pasaran a asimilarse a la voz de Frank, y se resaltara en mi mente haciendo que viajara a ese recuerdo, otra vez solo te cuido. Hazme caso, ¿sí?.

Y en segundos viajé a ese día...

—Alex, no vayas—papá se trató de interponer en el camino y me miró, aquellas perlas de color ámbar decretaban un claro mensaje: suplica.

—¿Y por qué no iría?—sostuve la correa de la bolsa con el hombro mientras me dirijía a la puerta de mi habitación para salir de allí. Ya faltaban pocos minutos para que me buscaran.

—Es que, siento que algo malo puede pasar—él me siguió por detrás mientras bajaba por la escalera—. Además, te puedes quedar y podemos ver una película de marvel, comer palomitas. Y también te puedo hacer una taza de cereales combinados—agregó todas las cosas que me gustaban mientras hablaba, quizás para convecerme a que me quedara, pero ya había planeado la salida desde hace días y no podía cancelarla, ni tampoco quería.

Me di vuelta antes de pisar el último escalón, y antes que dijera algo que hizo casi que retrocediera. Una frase a la que no le presté ni un poco de atención, y debía hacerlo:

—Solo te cuido. Hazme caso, ¿sí?

Pero no retrocedí, y solo contesté:

—Lo siento papá, esta salida la hemos planeado por mucho tiempo, no puedo faltar.

Él movió sus ojos pero antes de poder decir algo, lo interrumpí.

—Además llegaré a las doce. Será temprano—notoriamente eso era erróneo, a esa hora la fiesta se pondría mejor.

—Está bien, hija. Si así lo deseas hazlo, pero solo llega temprano a casa, ¿sí?—apenas pudo mostrar una sonrisa de boca cerrada.

—Vale padre. Nos vemos más tarde—asentí con una sonrisa, rozamos nuestras mejillas y finalmente salí de casa.

Ya era tarde. La neblina adornaba el paisaje haciendo notar solo las luces amarillas en los postes, me senté en la acera de la carretera a esperar a Marty, Rayley y Aleic, pensé que tardarían en llegar, sin embargo, antes de que pasaran veinte segundos el vehículo de Aleic apareció en los carriles de la calle.

Me subí en el coche. Aleic como siempre—y por el auto ser de su propiedad—, permanecía en el asiento del piloto, Rayley se encontraba en el asiento del copiloto y Marty en los asientos de atrás, yo me senté a su lado haciéndole compañía.

Acepté sonriente el vaso de dewar que Aleic me ofreció, pensé que sería agua, algún jugo o bebida energizante, pero cuando lo llevé a mis labios, un olor intenso sacudió mi nariz y examinó mis orificios nasales. El líquido rápidamente se desplazó por mi lengua hasta llegar a mi garganta haciendo que estrechara los ojos y arrugara la cara; primero fue dulce, luego un poco fresco, pero después sentí un leve ardor en mi lengua y este a la vez dominó mi faringe. A pesar de ello el sabor seguía siendo exquisito.

Era como cualquier bebida ilegal que alguien se podía encontrar en un club nocturno.

—¿Muy fuerte?—sonrío Aleic, como si ofrecerme la bebida sería el comienzo de una broma pesada.

Aleic era un chico castaño de diecinueve años, tenía algunas mechas pintadas de un tinte rubio, pecas de niño bonito, ojos verdes tan oscuros que se podían confundir con un marrón vivo, los labios pequeños y rosados, y los dos brazos decorados con tatuajes de: rosas, fechas, calaveras, corazones, siglas y números. También tenía un piercing que modelaba en su ceja.

—No—hablé con el vaso aún en los labios—. Está está rico.

—Bien, porque a la fiesta a la que vamos habrán bebidas más fuertes—Rayley se movió en su asiento meneando la melena morada para voltearse y verme con una entusiasmada sonrisa.

Rayley era una chica de tez morena que acababa de cumplir dieciocho años como yo, su cabello estaba pintado de un color morado muy fuerte con algunas mechas negras, sus ojos eran grandes y de un color avellana, poseía labios delgados y un pendiente que perforaba su lengua, justo en la mitad. Siempre se pintaba las uñas de negro y llevaba algún accesorio que la hiciera lucir como los chicos cool de la escuela. En este caso, en su cabeza se sostenían unas gafas negras.

—Y será increíble, lo mejor del mundo—Marty tomó mi hombro y me haló hacia él mientras se expresaba como un narrador de cuentos o como si estuviera hablando de algún tema muy interesante—. Tu mejor noche—me daba gracia como hablaba y movía las cejas. Luego de sus conmovedoras palabras agarró el vaso de dewar y bebió un largo trago de la bebida alcohólica que contenía.

Marty era el mayor entre los cuatro, aunque no se notara por su comportamiento. Él tenía veintitrés, era pelirrojo, conservaba pecas que se exponían un poco por toda la cara, labios coquetos y delgados, y ojos de un color azul eléctrico, que intimidaban cuando te los cruzabas de frente; su cabello liso lucía casi siempre desordenado y al igual que Aleic y Rayley, tenía un piercing que en su caso le adornaba la esquina del labio inferior.

—Y habrán muchos chicos lindos—Rayley agregó a lo que hablaba Marty—muchos labios que besar y partes para tocar—alzó las cejas y luego me guiñó el ojo.

Aleic la vio por encima del hombro con desaprobación, y claramente Rayley lo notó. Ese era como su don, aunque para otros era una maldición. Rayley tenía la capacidad de observar todo lo que permanecía a su alrededor con sumo detalle y presición, podía descubrir perfectamente si alguien mentía o si alguien decía la verdad. O si esa verdad que le decían realmente era una mentira; era muy detallista.

—Ay, mejor dejo de hablar. Porque si no el señor celosón sacará su lado molestón—rio dandole una miníma mirada y luego bajó las gafas oscuras para cubrir sus ojos y volver otra vez a la postura en su asiento.

—Ya vámonos. Vamos a llegar tarde a la fiesta—soltó Aleic de mala gana dándole un empujón al humor de Rayley, y llevó la mano hasta la llave del coche para encerderlo y acelerar.

—Creo que, Aleic, ya sacó su lado molestón—Marty habló haciendo énfasis en "molestón".

Pero antes, Rayley lo detuvo.

—Espera, tomemos una foto.

—Es tarde, hay que irnos ya—contraatacó y terminó de girar la llave.

—Aleic. —el tono de la voz de Rayley sonó como una advertencia.

—Rayley. —eso sonaba como otra advertencia.

—Son las seis de la tarde, tenemos tiempo para tomarnos una jodida foto.

—Seis y cincuenta y cuatro—rectificó él—. Van a ser las siete.

Verlos discutir era como ver una película de drama romántico, aunque no eran pareja pero había cierta atracción. Marty me miró divertido, los dos estábamos en medio de la pelea del castaño y la morena de cabello morado y resultaba un poco gracioso. Al final, Rayley convenció a Aleic, y los cuatros terminamos posando para la foto. Luego seguimos el camino con risas y cuentos.

El jaleo al que ibamos era con localización privada. Así que, por el GPS en el teléfono de Rayley nos dirijimos a la ubicación de la fiesta, cuando la aplicación había indicado que ya estábamos en nuestro destino todos nos miramos con mezcolanza ya que no se escuchaba ninguna música ruidosa que usarían en una fiesta de adolecentes, ni gritos de emoción y ni chicos de mi edad o la de ellos caminando por las aceras de la calle para dirgirse al lugar. Aleic disminuyó la velocidad por si veíamos a alguna persona que fuera a la fiesta. No veíamos a nadie, y casi nos rendimos; pero entonces, cuando Marty pudo divisar una fila de carros que se formaban al final de la calle y Aleic avanzó con tranquilidad hacia ellos nos dimos cuenta que esa hilera de vehículos era perteneciente a las personas que iban a la fiesta.

Mientras más avanzabamos el sonido de la música y el coro de las personas cantando letras específicas de algunas canciones se hacían más claras para mis oídos.

Rayley lucía emocionada, afincó la rodilla en el asiento para girar el retrovisor un poco hacia ella, de su cartera sacó un labial y lo pasó con tranquilidad y exactitud por sus labios, casi sin respirar; como si en ese momento solo se tratara de ella, sus labios y el labial con un rojo fuerte, muy parecido al color de la sangre.

Pensé que no le luciría por el tinte morado en su cabello pero me equivoqué porque se veía muy bien. Rozó el labio inferior con el superior, los apretó y luego nos miró con una sonrisa, una sonrisa que significaba que ya quería bajarse a: bailar, besar a desconocidos y tomar como si no existiera un mañana.

—Siento que esta noche será increible—nos miró a Marty y a mí quitandose las gafas oscuras y guardándolas en su cartera.

—No lo dudo, preciosa—Marty relamió su labio inferior y al darse cuenta Aleic de lo que hacía, acomodó el retrovisor y le dio una mirada de advertencia a través del cristal del mismo. Su mirada advertía que se alejara o iba a haber serios problemas, hasta se podía leer en esos ojos oscuros el mensaje: si te acercas a ella te mato.

Sí, Aleic y Rayley solo eran amigos pero como había dicho existía una tensión muy fuerte entre ellos.

El pelirrojo se dio cuenta de la mirada molesta de Aleic y su respuesta fue una risa que terminó con una sonrisa victoriosa seguido de un: bajémonos chicas.

Claramente Aleic no lo dejó hacer eso, y solo esperó a que bajaramos Rayley y yo, y se llevó a aquel chico al cual llamaba mejor amigo al aparcamiento de vehículos.

Antes de bajarme con Rayley, dejé mi bolsa en el asiento, y solo agarré el celular.

Ahí nos encontrábamos, paradas, solo observando; bueno, yo estaba así, Rayley solo se acomodaba disimuladamente los senos por encima del vestido negro que traía puesto. Vi a varios chicos que nos observaban sin acercarse, lucían muy elegantes.

De pronto sentí cuando Rayley tiró de mí.

—Vamos, Alex, entremos a la fiesta—me llevó hacia un grupo de personas que hacían fila delante de una puerta totalmente negra y dos tipos muy altos con traje, gafas negras y micro auriculares en los oídos. Supe que eran vigilantes de seguridad.

Los hombres le abrieron la puerta al grupo de muchachos y luego avanzamos nosotras, pero uno de los guardias mostró la palma de la mano en señal de que nos detuvieramos y tuvimos que retroceder.

—Aguarden un momento—señaló uno de ellos.

Nosotras asentimos y solo esperamos, ellos revisaban algunas hojas que tenían en la carpeta que sostenía el que estaba a mano derecha.

Rayley jugaba con su cabello y sus uñas largas y perfectas que brillaban cuando movía la mano mientras desplazaba sus iris hacia todos lados.

—¡Dios, santo! Esto parece el cielo—susurró—. Hay muchísimos chicos apuestos y con dinero.

Yo solo reprími una risa, pero era verdad.

Todos los chicos que estaban en ese lugar eran sumamente millonarios a excepción de mí, porque Rayley no tenía tanto dinero como para hacer que billetes volaran en el aire, pero si podía comprar la mayoría de veces la ropa que le gustaba—fuera barata o no—, cenar y almorzar en restaurantes lujosos y estar sentada frente al escenario en los conciertos.

Y sí, ante los ojos de los jóvenes que festejaban en ese lugar eso era ser pobre. Los tacones de las chicas resplandecían, se veían muy costosos, al igual que las cadenas en sus cuellos, los aretes en los lóbulos de las orejas y las pulseras que guindaban en sus muñecas. Con los chicos era igual, sostenían vapers en sus manos que estaban repletas de anillos dorados, expulsaban nubes de humo que salían de sus labios entreabiertos, y con esa acción se veían jodidamente bien. Llevaban calzados de marcas muy caras, al igual que los smoking que era como si decían: ¡Hola, costamos una cantidad de dinero que tú no tienes!

Noté que a una larga distancia se acercaban a nosotras Aleic y Marty. Ellos también pertenecían a esa clase de personas que defecaban dinero. Sus trajes eran costosos, sus calzados, las cadenas, hasta los piercings; usaban joyas que relucían con facilidad apenas cualquier tipo de luz las tocaba. Pero entre ellos dos el que tenía mucho más dinero era Marty, aun teniendo Aleic un automóvil superdeportivo.

Me pregunté muchas veces de dónde sacaban tanto dinero si no tenían padres.

—¡Chicaas!—soltó Marty cuando ya estaba a solo pasos de la fila, varias miradas de los que esperaban para entrar a la fiesta lo seguían con interés—. ¿Listas para esta noche?

—Ya cansan tus preguntas—Aleic resaltó por detrás de él.

—¿Celoso de que te robe a la morenita de tono morado?—sonrió sin girar la cabeza.

—A veces pienso que te haces pasar por mi mejor amigo para ro

—¿Robarte las chicas?—terminó el pelirrojo por él—. Nada que ver, tengo lo mío y respeto lo ajeno—apuntó en un acto de sabelotodo y persona educada, aunque en un instante volvió a aparecer el Marty que le gustaba acostarse con todo el mundo, sin importar que fuera hombre o mujer: —. Además de ser así solo se lo haría por una noche, a menos que ella quiera repetir. Como no son pareja, y no te gusta—las últimas palabras las dijo en un tono pausado fastidiando a Aleic por el hecho de no demostrar sus sentimientos hacia Raley.

—Avancemos—Aleic arrugó el entrecejo y se acercó a nosotras. Había pasado vergüenza delante los grupos de personas que estaban detrás. Marty se posicionó al lado de nosotros y empezó a murmurar cosas de los chicos y las chicas que llegaban para meterse en la fila. Cosas que no eran nada más y nada menos que: piropos.

Después de unos minutos uno de los vigilantes nos pidió que pasaramos, pidió unos dígitos y Rayley sacó su móvil para mostrarselos, luego de eso nos abrió la puerta, no sin antes decir automáticamente:

—En la siguiente habitación les colocaran los brazaletes. Solo acerquense a las mesas del lado izquierdo. Ahí son los brazaletes con pase vip. Luego podrán pasar a la fiesta.

Asentimos y pasamos a la habitación apenas abrió la puerta. Adentro era un poco oscuro, solo que algunas luces azules, y rojas iluminaban sin debilidad el sitio, también se escuchaba con mucha más claridad y más fuerza la música, y nuevamente el coro de voces repitiendo las letras de las canciones que sonaban.

Noté cuatro mesas del lado izquierdo casi pegadas de la pared, aunque unas sillas que si estaban pegadas impedían eso, justo como lo había dicho el de seguridad antes de que nos abriera la puerta. Encima de ellas habían varias especies de sombrillas, de color verde, un grupo de cuatro personas permanecían sentadas en cada silla con una gorra del mismo color de la sombrilla, y una camisa negra; arriba de las mesas donde apoyaban los brazos se podía distinguir una caja y al lado de ellas unos vasos casi vacíos.

En la otra pared estaban pegadas otras sillas con mesas, y lo único que tenía de diferencia con las otras era el color de las sombrillas y las gorras, mientras las del lado izquierdo eran verdes, las del lado derecho eran anaranjadas.

Aleic fue el primero en acercarse, después lo seguimos nosotros, al estar en frente de cada mesa los chicos que estaban sentados en las sillas nos pidieron las manos y nos colocaron los brazaletes alrededor de las muñecas. Los brazaletes eran plateados, relucían a cada movimiento y tenían las siglas de: VIP, con una tipografía grande y gruesa, que demostraba interés e impresión.

Luego de eso la chica que le colocó el brazalete a Rayley se levantó para abrir una puerta de color negro que estaba delante de nosotros, no habíamos visto por la oscuridad, y estaba a solo pasos de distancia.

Adentro, el lugar era como aquellas discotecas famosas que aparecen en varias películas de mafiosos, las luces iluminaban todo el aréa, eran rojas, azules, moradas y rosadas. Habían algunas mesas circulares de estructura pequeña y altas, y llegaban hasta los brazos de las personas; la decoración era con objetos plateados y brillantes, como las estrellas plateadas que colgaban gracias a los hilos trasparentes que se sostenían del techo.

Una muchacha que esperaba adentro con un traje negro muy parecido a los trajes que vestían las otras chicas que se divertían en la fiesta nos dio la bienvenida. Al principio nos quedamos todos con caras de confundidos, luego entendimos que trabajaba en el lugar con el cargo de ordenar a las personas que llegaban, y luego nos dirigió hasta la zona VIP.

El lugar estaba apartado de la aglomeración de personas, era grande, como otra área aislada con un cristal; desde afuera se veía como si no hubiera una estructura cristalizada que impidiera que no entraran las personas que no tenían la reservación, y desde adentro era igual. Era como un campo de fuerza.

El espacio estaba iluminado con una luz rosada e intensa que provenía de los focos con forma de diamantes que colgaban del techo, este también permanecía cubierto por una especie de humo, tal vez podía ser una pantalla que mostraba la imagen de nubes rosadas con tonos morados, idéntico a un cielo, aunque parecía muy real, se igualaban un poco al vapor que salía de la boca de los chicos cuando aspiraban sus cigarrillos electrónicos.

Nos sentamos en la hilera de sillones negros que se encontraban pegados a la pared, esperamos a que el bartender trajera las bebidas y empezamos la noche.

Vaso tras vaso, shot tras shot. Todos preparados con bebidas que me hacían sentir feliz. Las canciones que antes sentía escandalosas ahora se adaptaban con tranquilidad a mis oídos, movía los brazos, las caderas, y me unía al coro de voces cuando las personas cantaban; también encendía a cada cierto tiempo la pantalla del celular para observar qué hora era, hasta que la notificación emergente reveló que ya eran las doce. La hora en la que tenía que llegar a casa.

Observé todo a mi alrededor, los chicos reían, bailaban, y algunos se besaban, el ambiente realmente era divertido. Si me iba a casa me volvería a percibir apresada otra vez, sin ánimo, y nuevamente el sentirme mal de la nada atacaría; esa sensación de estar encerrada en mi cuarto, sola, con una taza de cereal entre las manos, manteniendo la mirada quieta en el techo y apreciando la humedad que abandonaban las lágrimas en mis mejillas, aparecería de nuevo. No quería eso, necesitaba seguir divirtiéndome, seguir sonriendo, saltando, riendo y disfrutando cada canción que colocaban, como una chica normal.

Así que ya había escogido una decisión: quedarme.

Se me fue la noción del tiempo, habían pasado dos horas y las había sentido como solo treinta minutos. El alcohol había colonizado una buena parte de mi organismo, sentía que me tambaleaba y que así estuviera de pie todo daba vuelta a mi alrededor.

El ambiente en la fiesta había cambiado, las canciones ahora eran distintas, un poco más movidas, las personas que antes estaban sentadas bebiendo sus tragos y tomándose selfiis con las cámaras de sus celulares actualmente bailaban en la pista de baile, Marty era uno de ellos.

El pelirrojo tenía sus manos posicionadas en las caderas de una rubia un poco alta, aunque no tanto como él, sus cuerpos se rozaban y se respondían mutuamente siguiendo el ritmo de la canción que sonaba. La chica llevaba un vestido blanco que solo cubría más arriba de las rodillas y eso le permitía a Marty introducir sus manos por la parte que si permanecía cubierta, hasta llegar a lo más íntimo de ella.

Inconscientemente me encontraba paralizada viendo cada detalle de aquellos chicos que se besaban entregándose placer mediante el tacto, aunque rápidamente una vibración en mi cintura tuvo la potestad de desconcentrar mi mirada y buscar inmediatamente el móvil.

Sabía que papá podía llamar en cualquier momento, por ello había metido el celular en medio de la cintura y la falda; es decir que la liga del borde de la falda que traía, estampaba el aparato contra mi piel, justo en la cadera, manteniéndose en el centro sin que se cayera.

Apenas cogí el celular observé que era una llamada, y pertenecía a Ellen, eso me había dejado paralizada, sabía que estaba en problemas. También logré observar la hora en las notificaciones, indicaba que eran las dos y quince de la mañana.

—¿Hola?—hablé en un tono bajo, sabía que posiblemente la próxima respuesta sería un regaño.

—Alex —reconocí el tono alterado en su voz. No logré oír más debido al volumen alto de la canción.

Miré hacia todos lados, observé a Rayley bailando con Aleic y a Marty bailando con la rubia. Mi opción era dirigirme hacia ellos y avisarles que Ellen me llamaba pero seguro iban a decir que no respondiera y que me quedara con ellos, y no podía hacer eso, tenía que contestar.

Me dirigí rápidamente a la zona VIP, en ese sitio no sonaba tanto la música, también había más tranquilidad y privacidad, y podía hablar con Ellen sin aumentar el tono de mi voz o alterarme por no poder escucharla; aún sentía la voz de Ellen a través del micrófono del celular.

Antes de entrar un vigilante de seguridad me detuvo a unos pasos de la puerta a lo que respondí enseñándole la muñeca donde se sostenía el brazalete, él solo asintió permitiendo que entrara al lugar.

Olía a cigarro electrónico, alcohol y otros olores mezclados que mi nariz no podía descifrar. En una de las hileras de sillones negros que se encontraban en un punto medio de la habitación, se hallaban dos personas; eran un chico y una chica, y se besaban mientras guiaban sus manos a las partes privadas de sus cuerpos. Ni siquiera se daban cuenta de mi presencia.

Me senté en uno de los sillones principales, le di la espalda a aquella pareja que se besaba salvajemente (pues parecía que casi iban a tener sexo y realmente no quería ver eso), me llevé el teléfono al oído y empezó mi conversación con Ellen; aunque la conversación era muy parecida a una discusión.

—¿Qué sucede?—respondí al ¡Alex! que había dicho anteriormente.

—¿Cómo que qué sucede? ¿Dónde se supone que estás?

—En una fiesta—lo dije tan tranquilo, como si la respuesta fuera a una pregunta de: ¿cómo estás?, que sabía que lo próximo que venía de ella era un grito.

Pero antes de que ese grito llegara a mi oído aclaré:

—Papá me dio permiso.

—¿Me crees estúpida? Porque déjame decirte que tú acabas de actuar como estúpida—dijo después de una pequeña risa fingida—. Ya lo sé, sé que papá te dio permiso. ¿Y sabes? También sé que solo te dio permiso hasta las doce de la noche porque tú misma le dijiste que llegarías a esa hora.

Mierda. Eres estúpida.

Traté una manera de explicarlo, y me enredé al hacerlo pero culminé con la justificación de que había perdido la noción del tiempo; al final solo dijo que no le importaba la hora y me iba a buscar.

Siempre era así. Siempre era eso. Si trataba de salir de la jaula a la que llamaba: casa, me volvían a meter allí, buscaban todas las maneras para hacerlo. Necesitaba despejar mi mente de alguna manera y ellos no lo entendían. No comprendían que no era feliz

Ellen era la llave de la jaula en la que papá me tenía encerrada, pero a veces esa llave era controlada por el dueño.

Limpié las lágrimas que lograron colocar un poco borrosa mi visón, me levanté del sillón y salí para dirigirme hacia donde estaban Aleic, Marty y Raley, y explicarles que pronto me iba; pues de mi casa a la fiesta solo eran quince minutos, y seguro Ellen llegaría rápido. Apenas salí del área una canción reconocida logró hacer énfasis en mis oídos.

Era Up de Cardi B.

Caminé por el mar de personas observando cómo se besaban bruscamente como si nadie los viera, se tocaban, apoyaban y rozaban sus partes íntimas y sonreían. Disfrutaban de eso, era como si se sentían libres al hacerlo. La música era un narcótico para aquellos adolescentes de hormonas tumultuosas.

Era un poco incómodo pero a la vez divertido.

Todos siguieron un coro de voz cuando llegó la parte de: <<(I know thats right!)>>, y alzaron tanto las manos, que la de una pelirroja sobrepasó mi cabeza, rozando su brazo contra la punta de mi nariz.

Maldición, ¡era insoportable! Los tímpanos me vibraban por las fastidiosas voces. Ya el efecto de las bebidas empezaba a desvanecerse, incluso ya lo había hecho al escuchar los regaños de Ellen. Yo solo necesitaba salir de allí.

Mientras caminaba sin dirección y el movimiento de las personas por alzar sus brazos me tambaleaban de un lado a otro, una punzada pisaba mi cabeza y se deslizaba hasta mis párpados; de un momento a otro una pareja se colocó de mi lado derecho, otra en mi lado izquierdo, y sentí el roce de sus cuerpos en mi hombro.

Estaban bailando, pegados a mí.

Los miré a ambos de reojo. Primero a los del lado derecho, luego a los del lado izquierdo. Observé las espaldas de dos tipos que se apoyaban de mis dos hombros, bailaban con sus parejas y se meneaban jugando a recrear un baile sexi con ellas.

Me sentía apresada, ambas espaldas se retrepaban en mí, en mis dos hombros. Asimismo podía imaginarme en el medio de las espinas dorsales de los dos tipos, con el entrecejo arrugado y mis brazos cruzados.

Respiré. Estaba fatigada y en el momento en el que sonó la parte de: <<Birking bag, Bardi back an all you bitches fucked (woo)>>, abrí mis brazos con hastío, empujándolos firmemente para apartarlos de mi camino e impedir que bailaran la siguiente letra. Escuché varios silbidos y protestas detrás de mí, pero desoí las palabras y seguí mi camino ciego.

Logré llegar hasta donde mi cerebro recordaba que los había visto, pero no estaban ahí. Empecé a desesperarme y mirar hacia todos lados, cual función de un ventilador. Hasta que mis oídos lograron granjear una voz, y la seguí con los ojos. Marty.

—¡Aleeeeex!—el pelirrojo me gritaba desde un par de sillones negros donde se encontraban sentado con las piernas cruzadas y la espalda reclinada de los respaldos. El área parecía ser también de reservación, permanecía a tres pisos de altura de la pista de baile, habían unos escalones que te dirigían al lugar, delante de los asientos se podía distinguir una mesa, y a unos cinco pies de la mesa una cinta negra y larga que recalcaba las palabras: <<high up>>, e impedía que pasaras al lugar. Al lado derecho de Marty se encontraba la rubia con la que había visto bailar, y a su lado izquierdo un chico moreno de corte militar que no reconocía, ya al lado de este, Aleic y Rayley se besaban sin dedicarle atención al grito de Marty.

—Marty—sonreí por haberlo encontrado y aparté unos mechones de mi cara.

Marty le dijo algo a aquellos chicos que estaban a su lado y se levantó del asiento para caminar hacia la cinta, ya ahí se afincó de la tira y me pidió con la cabeza que fuera hasta donde él estaba.

Me acerqué y al hacer eso noté su sonrisa de emoción.

—¿Dónde estabas, pequeña traviesa?—alzó las comisuras de sus labios rosados.

—En la otra área vip.

—¡Hummm! ¿Quién fue el afortunado de probar esos preciosos labios?—se relamió el labio inferior mostrando su mirada sagaz.

—Nadie me besó, bobo. Más bien, necesito hablar con los tres—dije refiriéndome a Rayley, Aleic y a él con una sonrisa, pero luego de unos segundos volví a adoptar mi mirada seria.

—Oh, claro, pasa—trató de liberar la cinta, pero un vigilante que estaba casi a su lado se lo impidió colocando sus manos en señal de: alto.

—Si quiere que ella pase deberá pagar—se colocó en medio de la entrada.

—¿Cuánto?—Marty levantó una ceja y rodó los ojos.

—Lo mismo que pagaron los otros chicos.

—Bien—metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó su cartera de cuero negro para buscar varios billetes de cien dólares. Luego se los entregó al hombre—. También hay un poco de propina por el buen servicio—le guiñó el ojo, cogió mi mano y el señor se hizo a un lado para que pudiera pasar.

El hombre había quedado quieto, sin moverse.

—Wow, oye no tenías que pagarme eso—comenté mientras nos acercábamos a los chicos.

—Alex, tranquila. Disfruta la noche y ya—torció un poco su cuello enseñándome su perfil y viéndome fijamente.

<<¿Cuál noche? Si no falta nada para irme.>>. Quise decirle eso, pero no lo hice, planeaba hablar con todos en el sillón. Así que solo asentí disimuladamente y sonreí.

Me acerqué a los sillones aún agarrada de la mano de Marty, sentí la mirada de la rubia, pero ni siquiera me tomé la molestia de observarla. En la mesa pude distinguir varias botellas de distintas bebidas alcohólicas, dos botellas de Coca-Cola, un vaper, cinco copas y cinco vasos de cristal.

Marty se sentó, se apartó un poco de la rubia y con la palma de la mano golpeó levemente el asiento a su lado que ahora estaba libre, me senté y Marty me ofreció un vaso, el cual rechacé. No podía seguir tomando, menos si mi hermana me iba a buscar en pocos minutos.

Aleic y Rayley no se daban cuenta de mi presencia, y ahora Rayley estaba sentada en sus piernas; sus piernas descansaban al lado de los muslos de Aleic, y su trasero permanecía acostado un poco más arriba de las rodillas de él, hasta que escucharon mi voz negando el trago que me había ofrecido el pelirrojo, y la morena despegó los labios del castaño, y se levantó de sus muslos para dirigirse hasta mí.

—¡Aleeex, perra!—Rayley se posicionó de cuclillas en frente de mí, su voz sonaba divertida, con un tono eufórico y a la vez lento—. ¿Dónde demonios estabaaas?

—En el área vip—repetí lo mismo que le había dicho a Marty.

Enseguida me dedicó una mirada juguetona.

—¡Oh, mierda! ¿Con quién carajos te besaste?

—Con nadie. ¿Por qué ustedes dos piensan que me besé con alguien? —fruncí el ceño, pero enseñé una mínima sonrisa.

—Bueno—espetó Marty con la espalda aún apoyada en la tela del sillón—. Alex, eres hermosa, cualquier tipo se fijaría en ti. Y además, que estés con alguien en el área vip da mucho que pensar. O sea que estés sola con esa persona.

—¿Qué?—mostré una cara de desconcierto—, ¿cómo que con otro chico? Nunca dije que había otro chico. Estaba sola.

Rayley iba a separar sus labios para decir una cosa pero nuevamente la interrumpí diciendo algo que la hizo morder su lengua, y hasta logré atraer la atención de Aleic y que se acercara a nosotros:

—Hablando con, Ellen.

—¿Tu hermana?, ¿qué?, ¿por qué?—Marty apartó la columna vertebral del respaldar del sofá.

—Me llamó. De eso quería hablar con ustedes—los tres me miraban atentos, el moreno y la rubia no nos veían tenían las caras metidas en sus celulares, y me daban igual si me oían o no. Aleic, movió un poco a Marty y al chico de corte militar e hizo un espacio para sentarse en el medio de ellos.

—¿Y qué te dijo?—balbuceó Rayley.

Respiré hondo.

—En unos minutos me viene a buscar. Seguro ya hasta está cerca—torcí los labios.

—¿Qué?—la morena dio un pequeño brinco en su postura y luego se levantó, bamboleó un poco sus piernas tratando de buscar de que sus pies la obedecieran y retomara la posición, y luego se volvió a agachar apoyando sus afiladas y finas uñas en mis rodillas. Realmente estaba muy ebria.

—¿Y no le dijiste que nosotros te íbamos a llevar?—intervino el castaño.

—Síiii—soltó la morena con una emoción que no podía explicar—. ¿No le dijiste?

Disentí con la cabeza.

—Le expliqué pero igual dijo que no.

Todos colocaron caras de desmotivación, aunque desaparecieron al instante que ella misma dijo:

—Alex, es triste lo sé. Y tu hermana me cae mal, mal. Muy mal. Pésimo—ladeaba su cabeza balanceándola de un lado al otro—. Pero, mierda. No puedes estar sad por una perra como ella. ¡Oh!—abrió sus ojos, con una proporción de impacto y se llevó ambas manos abiertas a su boca que había puesto en forma de: o, cuando se dio cuenta que había insultado a mi hermana—. Dios, lo siento, Alex. Es que tu hermana es una verdadera perra—libró una risa en las dos últimas palabras.

Domé una risa escandalosa para que no saliera de mi garganta, me parecía muy chistoso que Rayley, una chica decente, un tanto odiosa, que le encantaba tomarse fotos, que al postearlas en Instagram llegaran a más de 5.000 likes, y le fascinaba lucir sus botas Coach, ahora estuviese en ese estado.

—Y no de las buenas. O sea, tú y yo somos unas perras buenas que están muy buenas. Pero ella, aunque sea casi como una tú versión mayor, sin tu hermosa personalidad, claramente—habló rápido y trataba de modular todo lo que expresaba—. Es una perra, ¡pero de las malas! Esas que no soportas y deseas que se les caiga la lengua—notaba su ebriedad en cada palabra que puntualizaba. Rayley no era de decir muchos insultos, aunque el Vodka desencarcelaba otro lado de ella.

Iba a hablar, pero no dejó que lo hiciera:

—¿Y sabes algo?—se levantó en la pesadez de su borrachera—. Aleic, amor, ¿qué hora es?—lo miró fijamente. Definitivamente su sistema estaba ahogado de alcohol, y esas eran las consecuencias, Aleic abrió un poco los ojos, pero le respondió sin nervio en su voz, solo buscó el teléfono en el bolsillo del pantalón:

—Las dos y cuarenta y tres, cariño.

¿Cariño?, ¿Aleic llamándola así? Ambos estaban borrachos hasta la ropa interior, eso lo notaba hasta un ciego.

—Bien—la morena volvió a situar su atención en mí—. Puede que te venga a buscar a las tres o tres y diez. El punto es que—asentó su trasero en mi rodilla derecha, sin darme la espalda, observaba perfectamente su perfil—. Desde este momento hasta esa hora. O sea las tres y diez. Si contamos lo que falta. Nos da un resultado de...—se quedó pensando por un rato, quizás tratando de calcular en su mente cuántos números eran desde las dos y cuarenta y tres hasta las tres y diez.

—Veintiséis números, Rayley—la ayudó Marty.

—¡Oh, my god! ¿Hablas en serio?—sonrió como niña pequeña y movió un poco su cabeza sobre su hombro para verme—. Eso es más que suficiente—alargó su brazo para tomar una copa de la mesa que me entregó en la mano, yo la sostuve sin quitarle la mirada de encima, luego agarró una botella trasparente. No era Vodka, ni Whisky, ni Tequila, ni otra bebida que conocía. Al menos la botella no; el recipiente solo era trasparente, el líquido—también trasparente—, y cambiaba de color gracias a las luces de los reflectores neón.

Luego de destapar la botella con mucho esfuerzo y muy tranquilamente para evitar que se le partiera una uña, tomó la copa que me había dado y la empezó a llenar con la bebida desconocida.

La miré con una cara de hesito, y su respuesta solo fue una sonrisa jovial. Y prosiguió hablando:

—Alex, querida. Son muchos minutos en lo que tu hermana se tardará en llegar, por eso, disfruta lo que queda de tu noche. No permitas que esa perra te arruine tu noche así—me entregó la copa que ahora estaba llena—, además. ¿No te irás ahora, o sí?

Moví la cabeza de un lado a otro en respuesta de un no.

—No me iré ahora—vi la copa en mi mano, mi mano quieta, solo sosteniéndola, la curiosidad me propulsaba a beberla y descubrir su sabor; pero una parte de mí repetía una y mil veces que eso estaba mal—. Pero —traté de negarme y entregarle el trago. Sin embargo, no pude ya que me interrumpió colocando su dedo índice en mis labios para evitar que hablara.

—¿Pero? ¿Pero?, ¿Alex no estás cansada? —se levantó de mi pierna y se encorvó un poco delante de mí, Marty y Aleic observaban todo lo que ella decía, atentos—. ¿No te cansa que no te dejen salir? Que te tengan encerrada en tu casa. Que tu papá deja que salgas solo si va Ellen—ok, esa regla de no salir sin Ellen, la había puesto yo misma. Pero si estaba un poco fatigada de eso—. De ver cómo los demás van a fiestas y disfrutan, y con solo quince años. Y que tú con dieciocho años no puedas hacerlo. ¿No te molesta eso?

Sí, me molestaba. Me hastiaba. No le veía sentido. No era una niña, podía salir y cuidarme sola, no necesitaba del cobijo de mi padre y mi hermana.

Y las fiestas desde mi fiesta de preparatoria no había ido a otra, y posteriormente, cuando estuviera otra vez aprehendida en casa, no volvería a salir por un largo tiempo, eso lo comprendía muy bien.

—Si me molesta—observé otra vez la copa en mi mano.

—¿Entonces qué harás?—posó las palmas de sus manos en mis rodillas y me miró con hito— Llorar mientras esperas a que tu hermana llegue, ¿o beberte esa copa, beberte otra y disfrutar lo que queda de la jodida noche?

Lo pensé. Lo pensé tres, cinco y diez veces. La noche ya se acababa, al menos para mí, y la había pasado tan bien, entre bebidas, bailes y cantos. No me había arrepentido del engaño a mi padre. No me había arrepentido de ingerir alcohol en mi sistema una y otra vez sin contar los tragos que llevaba. No me había arrepentido de besar a más de dos chicos desconocidos. Así que, mucho menos me arrepentiría de terminar la noche feliz, con mil copazos encima y viendo el poema en la cara de mi hermana por encontrarme en ese estado.

En los altavoces de la sala se reprodujo: Sorry Not Sorry de Demi Lovato. Todos en el lugar gritaron con emoción, y eso me hizo sonreír.

Era el momento, y quería hacerlo.

Entonces solté un leve respiro por la boca, observé el licor y sin pensarlo llevé la copa a mis labios e incliné mi cabeza hacia atrás cerrando los ojos y sintiendo cómo aquella nueva bebida recorría mi esófago. La lengua me ardió, al igual que la garganta y la punta del estómago, pero disfruté del sabor y aunque en algún segundo quise detenerme, me reté a mí misma a seguir hasta que la copa quedara vacía.

—Creo que, Alex, ya nos dio la respuesta—oí a Marty sonreír.

—Así es—también oí a Aleic.

Y por último escuché a Rayley gritar:

—¡Vamos, carajo! Esa es mi niña.

La copa yacía desierta en mi mano, relamí mis labios y le di la misma a Rayley.

—Dame más.

Ella sonrío en una señal de: claro, querida, no digas más. Sirvió otra copa, y apenas la tuve en mi mano la empiné otra vez en mi boca. La bebida provocó la misma sensación dejándome una percepción un poco extraña en mi lengua y el ardor gustoso en mi garganta.

Miré sonriente a todos y entonces escuché a la rubia decir:

—Me agrada esta chica—quedé sorprendida, puesto a que, en lo que íbamos de la noche no me había dirigido ni una sola palabra y ahora lo hacía con una pequeña sonrisa.

—Sí, a mí también—añadió el moreno de igual modo con una sonrisa—. ¿Go kiss?

—¿Go Kiss?, ¿qué es eso?—mostré una mirada desconcertada.

—Es un juego de besos—me explicó Rayley con entusiasmo—. Solo tienes que besar a la persona de al lado y tomar un trago. No hay reglas. No hay perdedores y tampoco ganadores. Solo hay deleite. Y al final del último beso todos se dan otro último beso.

—¿Y cuál es el propósito?—sonreí tímida secando el sudor de mis manos en la tela de mi falda.

—No hay un propósito—ensartó Marty a mi lado y elevó sus labios—. Solo hay placer.

Me fijé en sus ojos azules, los mechones rojos que cubrían parte de sus cejas y su sonrisa persuasiva.

Manipulador del demonio.

—¿Te animas?—preguntó él al ver que no daba ninguna respuesta.

Si hubiera sido otro momento, le hubiera dicho que no, que ni pensarlo y ni que estuviera ebria iba a besar a todos ellos. Pero, no estaba en otro momento, disfrutaba la candencia de la música, las iluminación rosada, morada y azul que a cierto tiempo apuntaban a mi cara. Y no estaba sobria, en consecuencia, solo asentí y empezamos con ese pequeño juego.

El beso empezó desde la rubia que primero bebió un trago que le vertió Rayley en una copa y luego besó a la morena, sus labios se enredaban en medio de una sonrisa de disfrute, mientras sonaba Gold de Kiiara. A continuación, Rayley siguió por mis labios, sus labios arrebataron contra los míos sentí el sabor a alcohol y un poco del titanio en su lengua; terminó el mismo con una sonrisa, y yo me vi en obligación de devolvérsela con un poco de oprobio.

Ahora seguía yo, y debía besar a aquel pelirrojo que tanta curiosidad me daba, él sonrío y me guiñó el ojo.

Mierda. Si era atractivo, pero no era mi tipo, y no quería que pensara que me quería acostar con él. Además, no me daba mucho gusto andar con una persona que le gustaba acostarse con todo el mundo.

Pero debía besarlo, yo había aceptado el estúpido jueguito. Me llevé el trago a la boca, cerré los ojos con fuerza cuando sentí el calor en mi garganta, y procedí a pegar mis labios a los suyos permitiéndome sentir el frío del metal cerca de su comisura, sin imaginar lo que iba a pasar.

Sus labios respondieron mordiendo a los míos, sentí la presión en mis labios y cómo los absorbía, su mano se dirigió a mi cabeza y enterró sus dedos entre las hebras de cabello. Y cuando su lengua rozó mi tubérculo, respondí, permitiendo que entrase en mi zona bucal para que nuestras lenguas se ciñeran.

Al terminar de besarnos sentí como la sangre ya empezaba a encajarse por debajo de mis pómulos, él solo sonrió y procedió a besar a Aleic entre risas y burlas, luego Aleic siguió con el juego besando al chico a su lado, y por último el moreno a la rubia; luego todos nos besamos. ¿Fue raro? Sí. Mucho. Pero nos divertimos, y eso era lo que queríamos, diversión.

El resto de la noche fue inadmisible, entre bailes, más tragos, más roces de cuerpos, más coros de voces y muchos más besos. Gocé la ocasión, y Ellen nunca apareció, claro que eso a mí tampoco me importó; en medio de la noche solo le había mandado un mensaje donde se había notado mi embriaguez en cada palabra enviada:

<<Muy vienn Ellenn, estoy cansada de que túu y paPá me controlen, yano soporto mád disfrutare se mi noches u hasta me iré a bivir con mis nuevis amigod byes:)))))>>.

Luego de eso guardé mi móvil, hasta que el reloj apuntó a las siete de la mañana y sacaron a todo el mundo del lugar. La luz del sol impactó con nuestros rostros, pensaba que podía encontrar a mi hermana afuera del club, con la cabeza apoyada en el volante del vehículo o solo viendo la ventana con las ojeras resaltando su piel blanca, pero ella no estaba en ninguna parte. Sentí un poco de preocupación, pero al momento en que mis amigos dijeron que tal vez solo me quería dar un susto y al llegar a casa me estaría esperando en la puerta, esa preocupación se desvaneció.

Aunque, al pisar la casa ese desasosiego volvió. Papá frunció el rostro preguntándome entre gritos, por qué llegaba a esa hora y cuando observó que Ellen no había regresado conmigo noté la inquietud en su rostro.

Las horas siguieron pasando y Ellen nunca llegó. Así fue sucesivo hasta las cuarenta y ocho horas. Ni su auto. Ni su rastro. Era como si se había desvanecido en el tiempo. Los faros en el pueblo se llenaron con fotografías de Ellen pegados en ellos y un claro mensaje debajo de cada imagen: perdida.

Me pasaba leyendo el mensaje que le había enviado. Yo había sido una completa estúpida. Con el tiempo olvidé cómo era su voz... no sabía si la volvería a escuchar otra vez, no sabía si la última vez que escucharía su voz había sido el día de la fiesta, y no recordaba nada por estar tan alcoholizada.

Y...

El chasquido de los dedos de Stephan logró desconcentrarme de mis pensamientos.

—¿Alex? ¿Alex?, ¿estás ahí?—chasqueó sus dedos repetitivamente en frente de mi cara.

—Sí. Lo siento—sacudí la cabeza y tomé el cuchillo de plástico que me ofrecía—. Tienes razón, mejor cortemos el pastel con esto—le sonreí, estaba un poco desatenta.

No había volteado a ver su cara, pero apostaba lo que fuera a que estaba con una expresión de: ¿y qué le pasa a esta?

Seguidamente busqué el pastel en el congelador, lucía codiciable, las dos velas arriba, las oreos, las gomitas, la crema azul. Todo era apetecible, ya tenía ganas de darle un gran mordisco. Después de esos caóticos pensamientos mi organismo necesitaba dulce.

Reposé el pastel encima de la isla de la cocina, encendí las velas con el encendedor de cocina y le pedí a Stephan que buscara tres platos pequeños, unas cucharillas y luego que abriera la puerta.

Al pasar por la entrada de la cocina tuve una gran conmoción. La flama encima de las velas ondeando de un lado al otro debido al frío y el pequeño viento que podía colarse por las ventanas, la iluminación en la crema del pastel, y Cass con los codos en la mesa esperando y viéndome llegar hasta él.

Lograba hacerme recordar a los cumpleaños con Frank y Ellen. Y era tan agraciado y triste a la vez; como un día de sol con lluvia o un día de playa con tormenta.

Mientras me acercaba a Cass no sabía si cantar el típico cumpleaños feliz o si solo decirle: feliz cumpleaños, Cass. Aunque la segunda opción estaba mejor, pues Cass podía ser un poco raro, podía haber cometido algo malo, pero no estaba desquiciado, y tenía ahora veintidós años; seguía siendo un chico y no iba a pasar vergüenza delante de él.

—Feliz cumpleaños, Cass—elevé las comisuras mientras colocaba el pastel en la mesa.

—Gracias, pequeña—otra vez ese pequeña, me sorprendió un poco que me llamara con ese alias estando el rubio presente.

Ladeé un poco mi cabeza para observar a Stephan que se había sentado a mí lado luego de colocar los platos en la mesa, y moví mis iris indicando que le dijera algo a Cass.

—Feliz cumpleaños, Cass—titubeó él al darse cuenta de mi seña y el pelinegro soltó un suspiro a la vez que subió un poco sus labios.

—Gracias, amigo—miré atentamente a Cass, esa respuesta había sido sarcástica, y comprobé que lo era cuando agregó: —Casi que no me doy cuenta de la mirada de Alex para que me felicitaras, pero gracias—mostró su dedo pulgar como una seña de aprobación, obviamente otro sarcasmo.

El espacio se volvió incómodo y tenso, y tenía que hacer algo para que la incomodidad se largara de allí. Así que solté rápidamente con el cuchillo de plástico en la mano:

—Y bueno, cortaré el pastel.

—¿Con ese cuchillo?—opinó Cass.

—Sí, ¿por qué no?—establecí la hoja del cuchillo en el pastel pero no la clavé en la masa.

—Es de plástico y no tiene filo. Cortar algo sin filo no es divertido—me miró. Sentí el cuerpo de Stephan tensarse a mi lado—, pienso y creo que es mejor un cuchillo de verdad.

—Este corta bien—respondí rápidamente sonriendo entre los labios.

—Bien—mantuvo los codos apoyados en el mantel y sus dedos cruzados mientras las cadenas de las esposas se balanceaban—. Pero, Alex, es mi cumpleaños, ¿no? Deberías concederme ese deseo de cortar el pastel con un cuchillo verdadero, como se debe cortar. Con algo filoso. No con,—puso una cara de desagrado—un plástico.

Iba a dar una respuesta y a atravesar el bizcocho con ese plástico que tanto le desagradaba, pero entonces me interrumpió:

—¿O acaso piensas que puedo matar a ambos con el cuchillo real que estoy pidiendo que uses? Porque déjame darte un dato. Puedo hacerlo con ese simple cuchillo de plástico también.

El cubierto quedó intacto en la punta del pastel sin ningún corte y Cass sonrió.

En serio creía que iba a comportarse como un chico normal que cumplía veintidós años, pero su actitud tétrica había salido otra vez a la luz y esta vez si había dado un grado de temor en mí; nunca había dicho eso, y entonces mi sospecha de qué había hecho para cumplir ese castigo en el que vivía empezó a aclararse. Algo malo. Algo muy malo.

¿A quién, o a cuántas personas asesinaste?

A lo que la voz en la parte oscura de mi cabeza volvió a aparecer con una respuesta que me hizo sentir un mal rollo, tenía un buen tiempo silenciada:

<<Alex, no te importa eso. No te importa a cuántas personas el asesinó, él te sigue atrayendo. Y tú sigues con tu curioseo, no solo por saber qué hizo, sino también porque no te quieres alejar de él >>.

Apreté un poco el objeto en mi mano, noté las venas sobresalir en mi piel. Quería gritarle a aquella voz y pedirle que se callara de una maldita vez. ¿Pero qué pensarían Cass y Stephan de eso? ¿Que estaba loca?, porque era algo razonable de pensar.

La escena me daba un tanto de humor. Stephan como un chico normal, acompañado de lo que razonaba que era un homicida, y una chica a punto de perder la cordura.

De un instante a otro me sentía extenuada. Si lo que él trataba de hacer era originarme pavor, yo debía mostrarme valiente, ¿no? Era lo que me había enseñado Ellen, ser valiente ante las cosas que trataban de hacerme cobarde.

Por tanto, fui valerosa y sin desprender mi mirada de la suya bajé la hoja del cuchillo con fuerza, rebanando desde la punta del pastel hasta el final, creando un corte recto y perfecto. La crema salió por los lados y eso me poseyó de confianza.

Alcé el cuchillo nuevamente hasta la altura por debajo de mi barbilla y pasé el dedo índice lentamente por la hoja para limpiar la crema que estaba en ella, con mucha delicadeza y lentitud; y cuando tuve toda la crema en el tendón del dedo, la llevé hasta mis labios, para ahora quitar esa crema con el surco lingual medio.

—Al parecer corta bastante bien—dejé el utensilio en la mesa.

—Decisiva—respondió él—. Me agrada, pequeña—culminó diciendo para levantarse de su asiento.

¿Decisiva? No entendía qué trataba de decir, aunque esa palabra había provocado inquietud en mí.

Él prosiguió hablando:

—No comeré pastel. Quedé bien con la pizza. Y quiero dejar a los novios a solas—sonrió a labios cerrados, ¿novios? ¿Eso creía que éramos Stephan y yo?, él dirigió la vista a Stephan ofreciéndole un guiño—. Cuida a tu novia.

—No es mi novia—respondió Stephan por lo bajo.

—¿Ah, no?—Cass volvió a alzar los labios.

—No—Stephan me miró y luego lo volvió a mirar—. Es mi amiga.

—Bien, cuídala igual—empujó el respaldar de la silla, y luego de un simple segundo de silencio, añadió: —Iré a mi habitación. ¿Pequeña, creo que aquí es tu turno de llevarme?

—Claro—dije quieta. Había permanecido en medio de una conversación inusual, cuidarme, eso le pedía Cass a Stephan. Mi mente se había convertido en un pequeño cubo de Rubik, sin lograr asimilar algo.

Antes de llevar a Cass a su habitación busqué las pastillas en los cajones de la cocina junto a un vaso de agua, le entregué ambas cosas para que las bebiera y al obedecerme y tomárselas, fue momento de llevarlo a su estancia; mientras que Stephan solo se quedó en la mesa tragando el pedazo de pastel que le había cortado, como un niño pequeño.

Imaginé que me iba a decir algo de camino aunque no fue así, él solamente se mantuvo en silencio, caminando, sin siquiera mirarme. Siempre mantenía la llave de su puerta de acero en los bolsillos de mi pantalón, así que apenas estuve a pasos de la puerta saqué la llave para abrirla y que él entrara, y fue así con el mismo hábito de siempre.

Claro que no sabía qué pieza iba a jugar o con qué me sorprendería.

Y entonces antes de sentarse en la cómoda, se giró en sus pies para verme:

—¿Me tienes miedo?—avanzó dos pasos.

Obvio no, Cass. Casi rio, ¿en serio preguntaba si le tenía miedo?, ¿acaso no era obvio?

Y entonces, esa vocecita asistió de nuevo en mi cabeza, recordándome su existencia:

<<¿Desde cuándo hay que temerles a las adicciones?>>.

Permanecí pasmada antes la respuesta de la voz en mi cabeza.

Y Cass volvió a hablar:

—Deberías tener miedo de ti. Y no de mí—se tocó las puntas de los dedos y se volvió otra vez terminando su camino en la cómoda.

Yo no respondí. No tenía que hacerlo, y tampoco sabía qué responder. Pero antes de cerrar la puerta, dijo algo más, provocando ese efecto que él sabía emplear perfectamente en mí: dejarme los vellos de punta:

—Por cierto, pequeña, eres perfecta rebanando pasteles. Seguro lo serás también con pieles.

Su sonrisa me embelesó. Pero no podía. No podía darle el permiso de que su desgraciado semblante tuviese ese control sobre mí, así que con prisa cerré la puerta, como si estuviera impidiéndole la entrada a una presencia maligna.

Observé la pequeña ventana cubierta y quise deslizar la tapa para verlo por esa noche una última vez, pero no lo hice, no iba a caer en esos ojos oceánicos.

Mientras bajaba a la cocina redondeé una pregunta en mi mente. ¿A qué se refería con pieles? ¿Acaso Cass me estaba mostrando su verdadera faceta? ¿Una pista para saber lo que en verdad era? ¿Un asesino?

La noche pasó y Stephan se marchó con la excusa de que tenía que arreglar algunas cosas en su casa, no sin antes entregarle el móvil de Ellen, le expliqué muy bien lo que había pasado el día del supermercado y la sangre en mis manos; también le pedí ayuda por si conocía a algún amigo que podía ayudar a arreglar ese celular, y él se comprometió a ayudarme.

Esa noche, luego de que lavara los platos y los utensilios en el lavavajillas y apagara todas las luces de la mansión entré en mi cuarto para atrapar el sueño y descansar en la cama; aunque me fue difícil hacerlo.

Me revolví entre las sábanas, mientras cerraba mis párpados. Pero me seguía siendo imposible por la pregunta de Stephan. Sí, la de la vocecita de mi cabeza me había hecho entrar en un mar de dudas. Pero la de Stephan en una tormenta.

<<¿Acaso, Cass, te gusta?>>.

Su cabello negro, sus ojos azules, su maldita y perfecta son...

Mierda. ¡Que no!

Tenía que darle punto final a esto, debía mandar esos incoherentes pensamientos a la basura. Debía de dejar de pensar en Cass. Y debía deshacer ese nombre de mi cabeza.

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Nota de autor: ¡Buenaaas nocheee! Perdonen tanto atrazo. Universidad. Problemas con la laptop. Todo se reduce en eso... quise actualizar desde hace tiempo pero no pude.

¡Capítulo largo! Espero mucho que les haya gustado este capítulo, no saben lo que me esfuerzo me paso todo el día con la cabeza metida en la laptop. Tengo la confianza de actualizar más rápido y de que este libro empiece a crecer más. Me hace feliz sus comentarios.

Si hay algún error ortográfico háganmelo saber. Siempre pasa al ser el traslado de: laptop-celular.

Los tqm!

𝑍𝐴𝑉𝐼𝐷13✍︎.

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