4. Casi un acuerdo
El bus escolar parecía más ruidoso que de costumbre. O, quizás, era la primera vez que Mía necesitaba escuchar más sus pensamientos que los sonidos a su alrededor. Había pasado la tarde del domingo en su habitación, escuchando conciertos y repasando su agenda para el resto del mes, y Emilia había tenido la consideración de permitirle cenar allí en lugar de obligarla a presenciar la discusión breve que mantuvo con Jorge.
Nunca los había oído enfrentarse, no de aquella manera. Por lo general, sus malentendidos se solucionaban con Emilia llamando a clientes y socios desde su despacho y con Jorge asistiendo a reuniones no programadas, pero jamás levantaban la voz. Si ahondaba en aquella imagen, descubría que todos sus desencuentros se relacionaban con el trabajo. Era la primera vez que una situación de sus vidas personales los llevaba a discutir. Al menos, que ella supiera.
—¿Me vas a habla' en algún momento o me quedo callado y te dejo pensar?
La voz de Lorenzo cortó el hilo de sus ideas y las diluyó en el bullicio del bus. Se había sentado a su lado, como cada mañana, y Mía ni siquiera se percató del momento en que la saludó. Le resultaba extraño no notar su presencia, siempre pícara e inquisitiva, y se obligó a admitir que su mente no sería la de siempre hasta volver a su casa y saber qué cambiaría en sus vidas y qué se salvaría.
—Lo siento, apenas dormí. Anoche practiqué hasta tarde.
—¿Por eso faltaste al almuerzo? ¿Tienes un concierto?
La mirada despreocupada de su amigo le sonreía con la complicidad de siempre. Mía no toleraba la idea de mentirle.
—Necesitaba practicar —respondió sin más. Luego, un suspiro—. ¿Qué haces cuando tus padres discuten?
Lorenzo se acercó a ella con un dejo de preocupación en sus ojos. Las voces a su alrededor hicieron que su burbuja se sintiera más privada.
—Me voy. Salgo a caminar o busco algo que hace' para irme. Estar en casa cuando nuestros padres pelean es tener poco instinto de autopreservación. —Le dirigió una mirada fugaz a su hermana para asegurarse de que no estuviera pendiente de ellos—. Pero no imagino a tu mamá peleando de esa forma. ¿Qué pasó?
—No, no de esa forma. Pero quiero decir... Cuando tus padres pelean, ¿te involucras?
—Ya dije que me voy.
—Pero después, cuando vuelves a verlos. ¿Les preguntas qué pasó, cómo se sienten? ¿Haces algo?
Lorenzo negó en silencio y se enderezó en el asiento con la clara intención de no responder. Mía se mordió la lengua y se reprendió por casi obligarlo a contestar que ellos no tenían con sus padres la relación que ella tenía con Emilia, como si nunca los hubiera visitado y se hubiera angustiado al notar el vacío con el que trataban a sus hijos. Sentía que no se expresaba con claridad, pero tampoco tenía pensado sacar el tema del nuevo integrante de su familia. Sin embargo, si la obligaban a elegir, era capaz de fingir que su mundo se tambaleaba por un único enfrentamiento entre Emilia y Jorge para no mencionar que Jorge tenía un hijo. Un hijo que iría a su colegio, que viviría en su casa. Y ella lo había aceptado sin pensar porque consideraba que era lo que debía hacerse.
—Las parejas pelean a veces —dijo Lorenzo. Su voz sonaba lejana, más cerca del alboroto que de ella—. No significa que se vayan a separa'. —En un susurro agregó—: no es tan fácil.
No había pensado en una separación, pero sí en un quiebre. Lo que creía fijo en su vida amenazaba con tambalearse y ella no podía anticipar cuánto cambiarían sus días desde ese momento, si el hijo de Jorge sería aceptado como su hermano, si Jorge lo mantendría lejos de ellas por respeto a Emilia, si todos tomarían la mejor decisión. Fuera cual fuera, ella la desconocía.
—¿De qué me perdí ayer? —Le mostró el borde de un sobre que escondía entre sus carpetas—. Es para mañana, pero puedo dártelo hoy si me dices.
Lorenzo intentó esconder una sonrisa mordiéndose los labios antes de contestar. No lo había comprobado, pero sabía que el único escrito visible en aquel envoltorio era una «L» encerrada en un corazón. El autobús estacionó frente al colegio, él tomó el papel más rápido de lo que Mía pudo anticipar.
—Si te cuento, te acostumbrarás a no ir. —Se levantó y se adelantó para que ella no lo alcanzara—. Tengo que ponerme firme.
Intentó avanzar en el tumulto de compañeros que se apretaban para salir del bus, pero no tuvo éxito. Cuando llegó a la puerta de la escuela, Lorenzo había desaparecido.
• • •
Valentina abrió las cortinas en un movimiento rápido. La luz del exterior impactó en él, en sus ojos cansados que habían pasado la noche en vela, en su cuerpo desparramado en el sillón de su madre. Matías se tapó con una sábana.
—Levántate, que no puedes esta' aquí to' el día.
—¿Quieres ve' cómo puedo?
—¿Quieres ve' cómo te arrastro por los pelos?
Se sentó a la fuerza, vencido. La noche se le fue pensando alternativas para rechazar la propuesta de su padre y recibió el día con dolor de cabeza y un corazón tan acelerado que se preguntó si no moriría él también esa misma semana.
Valentina le puso una taza de café en las manos.
—Apúrate, tenemos cosas que hace'.
—¿Qué cosas?
Ella se sentó a su lado.
—Estuve pensando... ¿Y si vives con nosotros? Legalmente, digo. Si pasas a ser un menor en tránsito...
—Lo pensé, pero Jorge tiene razón. No soy huérfano.
—No tiene sentido que te obliguen a ir con él, ni siquiera lo conoces. ¿Y por cuánto tiempo? ¿Siete meses? ¿Y después qué?
Volver a su casa, con la esperanza de que no hubieran cortado los servicios por los meses adicionales que no podría pagar. Conseguir un trabajo, esperando que alcance para mantenerse y no ser una carga para Alicia. Ahorrar o pedir un préstamo para pagar el funeral de Angélica, porque se negaba a recibir el dinero de Jorge en esas circunstancias.
—No sé, Val. No sé qué hay después.
El café se enfrió en sus manos. Lo dejó en la mesa con la idea de calentarlo más tarde. No supo en qué momento se quedó dormido, pero se despertó con una almohada bajo la cabeza y la ventana cerrada. Se bañó, se vistió y fue a casa de Alicia para que la mujer no se preocupara por él. Si Valentina lo había dejado en paz, debió parecer que se encontraba peor de lo que se sentía. Necesitaba convencerlas de que tenía algo de control sobre su vida.
Golpeó la reja después del almuerzo. Valentina salió con las llaves en la mano y le abrió con una expresión de disculpa que él conocía bien, pero por la que no se atrevía a preguntar. ¿Se arrepentía de haberlo dejado solo? ¿De no haberlo llamado para comer? ¿De insistir con el asunto de su padre cuando era evidente que él no quería hablar del tema? La saludó con un abrazo cálido, le agradeció el desayuno en voz baja. Su mente entumecida no le permitía hacer nada más.
—¿Los niños? —preguntó al cruzar el umbral de la puerta y ver los dibujos desordenados en la mesa pequeña.
—En el cumpleaños del nieto más chiquito de la señora Rita. —Valentina lo siguió al interior de la casa—. Los llevé temprano, quedaron en avisarme cuando los tenga que busca'.
Sus lápices de colores estaban fuera de la caja, los que él les había prestado la tarde anterior. Por momentos, Matías creía que a los niños no les importaba si tenían o no con qué dibujar siempre que pudieran usar sus hojas o sus colores. «Así pintaremos como tú», le dijeron en una ocasión, y fue la primera vez que de verdad creyó que era bueno en lo que hacía. Su vínculo con los pequeños había nacido con una hoja en blanco y crayones, y se convertía en su escape perfecto en días como aquel, donde pasar el tiempo con adultos o jóvenes de su edad se reducía a recibir miradas de lástima y compasión.
Alicia lo llamó.
—Mati, ven, que no has comio'. ¿Qué quieres come'?
—Nada, no tengo hambre.
—Aprovecha y come —sugirió Valentina antes de sentarse a la mesa—. Luego te quedará el estómago como una piedra.
—¿Y eso por qué?
Alicia se sentó también y le indicó una silla junto a su hija. Solo cuando Matías las acompañó fue capaz de hablar.
—Si no venías en un rato, te iba a manda' a busca'.
—Pero ¿pa' qué? ¿Qué pasa?
—Tu papá no sabe lo que es un «no» —dijo Valentina.
—Llamó temprano y me explicó que tiene una propuesta pa' ti, Mati. Por lo que dijo, parece que es su propuesta final.
Matías se cruzó de brazos. Sabía que Alicia intentaría protegerlo sin importar la insistencia de Jorge, pero no podía poner en riesgo la permanencia de los niños en aquella casa. Si la mujer se enfrentaba a su padre, con el dinero que él tenía, podía conseguir que le revocaran los permisos de tutela y arruinar lo que tantos años le había costado.
—Si es su propuesta final, es fácil. Sigo diciendo que no.
—Debes escucha'lo, Mati. Así sea por educación. Luego puedes acepta' o rechaza' lo que veas conveniente.
—¿Y si no quiero?
Valentina intervino una vez más.
—Seguirá jodiendo y jodiendo hasta que la tal Emilia se canse.
—¿Qué tiene que ve' ella?
—Que ya viste que a él no le importa, hace to' esto porque ella lo obliga. Ya lo dijo anoche.
Matías dejó caer la cabeza hacia atrás. Miró el techo, se concentró en las manchas de humedad. No alcanzaba a comprender por qué tenía que ser tan complicado si ni él ni su padre querían tener relación con el otro.
—No creo que tu papá haya querido deci' que su esposa lo obliga —intervino Alicia. Su voz era calma, agradable para el torbellino de pensamientos que habitaba su mente—. Por lo poco que hablamos durante el funeral, parece preocupada por tu situación.
—No necesito caridad de nadie, menos de ellos.
—No hablamos de caridad, Mati, sino de hechos concretos. No puedes trabaja' aún y ya te atrasaste un año de colegio, así que tampoco podrás trabaja' el año que viene cuando cumplas dieciocho porque vas a segui' estudiando.
—Puedo hace' las dos cosas.
—No si dependes de mí. Le prometí a tu mamá que ibas a completa' tus estudios y sabes que los dejarás si empiezas a trabaja'.
—Andrés estudió y trabajó al mismo tiempo.
—Y por eso no te permitirá que lo hagas. Él sabe lo sacrificado que es incluso teniendo una familia que te apoya.
Valentina se levantó al oír que un vehículo estacionaba en la puerta. Matías sabía que no podía contar con ella para sugerir que podía seguir los pasos de Andrés; que su padre se ausentara por meses debido a su trabajo era una espina que jamás dejaba de doler.
—Ya está aquí —anunció. Y, con algo de sorpresa, se corrigió—: Están. Viene ella también.
Matías inhaló profundo. Centró su mirada en Alicia mientras la mujer se acercaba a la puerta para abrirles la reja y deseaba suplicarle que lo ayudara, que pidiera por él, que los convenciera de permitirle quedarse en su casa. Podía con su padre y con sus pretensiones, pero no terminaba de descubrir qué ganaba su esposa con cambiar su modo de vida y aquella incertidumbre le molestaba.
Como si la hubiera llamado con sus pensamientos, la voz de Emilia fue la primera que atravesó el umbral.
—Alicia, eres muy amable por recibirnos. Esperamos no haberlos importunado con el horario.
—No te preocupes, la familia es prioridad. Y Mati es familia pa' nosotros.
Lo repetía como si pudiera fijar la idea en la mente de los recién llegados, pero Matías suponía que poco les importaba si él tenía techo y comida si no eran provistos por ellos.
Jorge fue el último en entrar. Inspeccionó la casa al detalle, con la curiosidad que podía generar una vivienda de estrato dos en alguien que se podría permitir pagar un seguro por cada botón de su camisa si lo deseara.
Las mujeres, Valentina incluida, se sentaron a la mesa. Jorge se mantuvo de pie detrás de su esposa. Parecía su empleado, su guardia de seguridad, cualquier subordinado, pero no su pareja. No su igual. Emilia llevaba ropa clara, sin estampados, y su pulcritud contrastaba con la cocina, con la casa, con el barrio, con todo lo que Matías identificaba como parte de su mundo. La recordó en la funeraria siendo el centro de atención y hablando con las vecinas. Había algo en ella que inspiraba confianza en los adultos y, por un instante, temió que Alicia la respaldara.
—Tengo entendido que Jorge habló con ustedes ayer y mencionó que Matías está a tiempo de no perder el año escolar.
—¿Y eso cómo sería? —interrumpió Valentina—, Mati no se matriculó este año y las clases están más cerca del final que del comienzo.
Emilia, lejos de mostrarse molesta por la intromisión, inclinó el cuerpo hacia ella y le respondió con la misma atención con la que hablaba con Alicia.
—En calendario A, sí, tienes toda la razón. En calendario B, las clases empezaron hace menos de un mes. Jorge me comentó que les habló del colegio Tomás Jefferson, donde asiste mi hija, Mía. Soy parte de la junta de padres y me reuní esta mañana con los directivos. —Se dirigió a Matías—. Si lo deseas, puedes comenzar tus clases ahí. Considerando que sería tu primera vez en un colegio privado de este calibre, tendrás tutorías especializadas y acompañamiento académico.
—¿A cambio de que se lo lleven?
El temor de Valentina parecía crecer cada vez que mencionaba que podía irse. Como si la pusieran a ella entre la espada y la pared, como si ella tuviera que decidir por su destino.
—Nos gustaría, claro, que Matías viviera en nuestra casa. Al menos, mientras termina sus estudios. Sería más sencillo para el transporte y para tutorías fuera de horario escolar. Además, así podremos estar pendientes de sus necesidades y acompañarlo en lo que esté a nuestro alcance.
Silencio. Si bien era lo que esperaban, ninguno había preparado excusas para contradecirlos. Matías necesitaba terminar sus estudios, había perdido el año y no le permitirían trabajar si abandonaba. Ni Alicia ni Andrés se lo consideraban una posibilidad.
—Sabemos que no es una decisión sencilla y que hace dos días ni siquiera contemplaban verse en una situación semejante, por lo que se me ocurre que, si no quisieras dejar la casa en la que creciste, podemos hablar solo de una mensualidad, sin mudanza incluida. La propuesta educativa sigue en pie, por supuesto, pero si no desearas cambiar de colegio...
—Tendrá que ir al Tomás Jefferson —interrumpió, implacable, su padre—. Lo mismo que la mensualidad, le toca si estudia y acepta la oportunidad que le estamos dando.
—La mensualidad le corresponde viva con nosotros o no, la única variable es quién la recibe. Ahora, por ser Matías menor de edad, tendrías que cobrarla tú, Alicia.
Jorge, sin embargo, no había terminado.
—La mensualidad se paga al tutor o encargado, y Alicia no es tutora de nadie más que de su hija y los tres niños en custodia. Como su padre, no puedo pagarme la mensualidad a mí mismo.
Emilia giró hacia él con una sonrisa comprensiva, casi complaciente, que no llegó a sus ojos.
—Sé que quieres lo mejor para tu hijo y que consideras que tenemos la posibilidad de brindárselo, pero no podemos obligarlo a aceptar una vida que no conocía hace dos días. No podemos exigirle que abandone la casa que hasta la semana pasada compartía con su madre como si no importara.
—Lo que importa es su futuro y lo está dejando pasar. Mantene' vagos es generar pérdidas y, si quisiera perder, regalaría plata a vagabundos.
Matías deseó ser capaz de exteriorizar la carcajada que resonó en su mente cuando su padre mencionó, por fin, que se trataba del dinero, pero la mirada de Emilia le congeló la risa en la garganta. Alicia no había intervenido y mantenía las manos bajo la mesa, mientras que Valentina permanecía callada. Ninguna parecía capaz de enfrentar a la mujer de la forma que le habían contestado a Jorge la noche anterior. Y Emilia, disimulando cuánto le costaba esconder la decepción, formó una sonrisa conciliadora y le pidió a su marido que le permitiera hablar a solas con su hijo. Jorge se despidió con la excusa de hacer algunas llamadas de trabajo en el carro y Alicia lo siguió de inmediato para abrirle la reja. Cuando regresó, Valentina había recuperado la voz.
—Si quiere habla' a solas con Mati, debe sabe' que somos familia y no nos iremos.
Emilia suavizó la expresión.
—Por supuesto, esperaba que ustedes también estuvieran. Me gustaría que puedan considerar nuestra propuesta y discutirla habiendo escuchado los tres por igual. Me disculpo en nombre de Jorge, le está resultando difícil gestionar lo que siente con respecto a esta situación.
—Lo que siente es claro: no quiere perde' plata.
—Valentina, por favor...
—Es cierto, ma... Ya lo escuchaste. No pudo se' más claros.
Emilia suspiró. Fue un sonido bajo, casi imperceptible, pero para Matías, que llevaba detallando sus gestos desde que entró a la cocina, fue notorio.
—Jorge tiene una visión más práctica de la vida —explicó—. Para él, todo debe servir a un propósito concreto, tangible, que se traduzca en números. Es su forma de medir si una acción vale la pena porque los números son fáciles de comprender, no esconden las complejidades de las relaciones humanas. No digo esto para justificarlo, sino para contextualizar y explicar por qué sería yo la encargada de la adaptación de Matías en caso de que acepte nuestra propuesta.
—Es una propuesta generosa, seguro... —Alicia tomó asiento una vez más—. Pero Mati no necesita na' de eso ni pasará hambre. Se atrasó un año en sus estudios, pero puede aprovecha' lo que queda de año pa' aclara' sus ideas y retoma' el año siguiente.
—Tengo entendido que aquí viven tres niños de tránsito, ¿me equivoco?
—Así es. Ahora están de cumpleaños donde una vecina, pero viven aquí.
Emilia dirigió una mirada fugaz a la esquina de la mesa donde estaban Matías y Valentina.
—Entiendo que su hija está al tanto de los salarios y los gastos del hogar y Matías se encargó de más de lo que le correspondía durante los últimos meses en el suyo propio, por lo que los consideraré adultos y me tomaré el atrevimiento de preguntar por la situación de esta casa frente a ellos. ¿Es seguro que Matías no representa un problema para la economía del hogar?
—No somos ricos, como ve', pero podemos vivi'. Durante estos meses, recibimos ayuda de los vecinos y ni Mati ni Angélica tuvieron que preocuparse por no tene' con qué compra' comida.
—¿De qué trabajas, Alicia? Si me permites preguntar.
—A veces coso, pero el que paga to' aquí es mi marido.
—No creo haber tenido oportunidad de conocerlo ayer.
—Ni ayer ni este mes. Es operador de maquinaria pesada y trabaja en obras fuera, volverá en unos meses.
Al oír esas palabras, Emilia pareció conformarse. Si bien no les sobraba, lo que Andrés mandaba todos los meses alcanzaba para vivir. Matías se permitió tener esperanza.
Alicia extendió una mano hacia Emilia para llamar su atención.
—No creas que esperamos que tu marido nos pase una cuota ni nada. Mati no es una carga pa' nosotros y lo consideramos familia, cuidar de él es una responsabilidad que tomamos con gusto.
La mujer desvió la mirada hacia la ventana. La cortina era tan fina que se vislumbraba la silueta del vehículo en la calle. Volvió a centrar su atención en Matías. Él se enderezó.
—Dejar el hogar donde hasta ayer viviste con tu madre no es fácil. Yo era apenas más grande que tú cuando abandoné mi casa, mi ciudad, con una niña por nacer.
—¿De dónde es? —preguntó Valentina—. Parece cachaca.
Emilia mostró la primera sonrisa genuina desde su llegada.
—De Bogotá. Mi hija nació aquí y no hemos regresado. Por eso sé lo difícil que es desprendernos del hogar donde crecimos cuando no terminamos de madurar. —Continuó hablando para Matías—: Por supuesto que nos gustaría que aceptes mudarte con nosotros y cambiar de colegio para que no pierdas el año y recibas mejor calidad académica. Por supuesto que nos gustaría que no necesites usar su mensualidad para vivir y que puedas ahorrarla para tener el dinero disponible cuando termines tus estudios y puedas dedicarte a lo que siempre hayas soñado. Será un año difícil, de adaptación y de esfuerzos, pero estaremos aquí para acompañarte. Y si no desearas mudarte, me encargaré personalmente de supervisar que tengas todo lo necesario para crecer.
—¿Emilia? Te agradecemos la preocupación por Mati, pero todos aquí sabemos que no es tu responsabilidad. Su papá conocía su existencia, supo de él por años, y no le guardamos rencor por no habe' dado jamás un peso por su hijo. Que ahora quiera llevárselo...
—No nos gusta —concluyó Valentina—. No sabemos quién es, no lo conocemos. Mati sabe lo que es tene' un padre porque mi papá siempre lo trató como a un hijo, y alguien que te trata como si fueras un gasto no es alguien que te quiera.
No dejaba de mirarlo. Sus ojos cafés brillaban más a cada segundo y parecían saber más de lo que él era capaz de admitir. No podría mentirle aunque quisiera.
—Jorge tiene mucho que compensar contigo —le dijo en un tono tan calmo y controlado que no invitaba a una réplica—. En este momento, solo podemos resolver lo inmediato: vivienda, estudios, necesidades básicas. Más adelante, cuando debas decidir, analizaremos tus perspectivas de futuro y cómo podemos ayudarte. Por supuesto, no debes aceptar si no lo deseas, pero debes saber que soy consciente de lo que se te negó y no me parece justo. Jorge se equivocó y está a tiempo de rectificarse. —Se levantó con ligereza, como si no le pesara la situación que parecía haberse echado sobre los hombros por decisión propia—. No es necesario que lo decidas ahora mismo, puedes tomarte unos días y visitarnos para conocer nuestra casa y los alrededores. Podemos visitar el colegio, incluso.
—¿Cuánto tiempo tiene pa' decidi'? —quiso saber Alicia—. Pa' perde' menos tiempo de clases, si aceptara.
—Lo óptimo sería contar con una respuesta esta misma semana, pero nos adaptaremos a sus tiempos. —Se dirigió a él—: No queremos presionarte, Matías. Al final del día, la decisión es tuya.
Se despidió con rapidez y Alicia la acompañó a la puerta. Valentina le apretó el brazo con fuerza.
—¿Te diste cuenta?
—¿De qué? ¿De que no se cansan de molesta'?
Le dio un golpe suave en el antebrazo.
—No digas eso.
—¿Entonces? ¿De qué me tengo que da' cuenta?
—De que no se puede se' rico y feliz al mismo tiempo. ¿No la viste? Quiere compensa' ella que se casó con un hijueputa.
Matías se paró y acercó la silla a la mesa. Su amiga había tenido razón; el estómago se le había cerrado por el disgusto.
—Falta que la defiendas. ¿Qué era eso de no besa' los pies de gente rica?
Valentina lo siguió. Lo obligó a mirarla de frente, a prestarle atención.
—No es lo mismo, Mati. Y me odiarás por esto, pero creo que deberías i' a ve' la casa. No puedes deci' que no sin hacerles cree' que al menos lo pensaste.
No quería admitir que su amiga tenía razón. Si no accedía a conocer el entorno que le ofrecían, solo conseguiría que Emilia insistiera más y más con ayudarlo. Debía ceder para mantenerse firme, aunque fuera solo en apariencia. Tragó saliva, se apretó las sienes con las palmas. Valentina lo abrazó.
—Sabes que estoy contigo, pero...
—Ya, no lo digas. —Bajó los brazos, la envolvió con fuerza—. Pero vas a escucha' to'as mis quejas.
—Todas y cada una, pa' eso estoy.
Lo iba a hacer. Cuando Alicia regresara, le diría que quería visitar la casa de su padre esa misma tarde para dejar morir el asunto cuanto antes. Si podía tener el «no» definitivo en menos de dos días, lo consideraría un logro.
¿Hay alguien aquí con vida!
Ok no, pero en serio que ha pasado un montón desde que no nos vemos, así que les extendemos un abrazote y la más ansiada pregunta: ¿Cómo vieron el capítulo?
¡Bienvenidos también todos los nuevos lectores! Ha sido hermoso ver personitas nuevas por aquí. Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿cómo llegaron a la histora?
¿Algo para decir respecto a las posturas de los personajes? ¿Cómo ven la actitud de Mía y Matías, cada uno desde sus trincheras?
Sin nada más qué decir, nos despedimos contándoles que en el próximo capítulo habrá ilustración y que son más que bienvenidos a nuestras historias individuales y terminadas.
Con Nad NadinVelazquez pueden sumergirse en "El mar donde sueñan los que mueren" y conmigo pueden conocer "La no tan ordinaria vida de Tabatha".
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