3. Casi una oportunidad
Jorge y compañía se fueron antes del entierro. Dejaron pago el traslado, al igual que los servicios fúnebres, y desaparecieron sin que nadie lo notara. Excepto Matías, él sí había sentido la ausencia. Relajó los músculos de la espalda, se lavó el rostro con agua fría. Por fin el día volvía a ser suyo y de quienes lo querían y habían querido a Angélica. Por fin eran solo quienes le importaban.
Cuatro buses partieron rumbo al cementerio Jardines de Cartagena. En el trayecto no faltaron los rumores sobre la cantidad de vehículos y el costo que debieron suponer, pero Matías decidió pretender que no los oía. Tomó asiento junto a los niños, seguro de que allí no le harían comentarios directamente a él, y realizó el recorrido en silencio.
Luego del entierro, los buses regresaron casi tan llenos como habían llegado. Matías decidió quedarse algunos minutos allí para despedir a Angélica en la privacidad que le habían negado desde la mañana. Alicia insistió en acompañarlo, pero él le aseguró que con la presencia de Valentina bastaba, que no necesitaba a todos allí. Que lo ayudara con la gente, el rol de anfitrión era el que no podía manejar.
Hicieron el camino en silencio, solo ellos dos. En contra de sus deseos, los esperó un vecino porque no quedaban buses, pero el hombre respetó su espacio y su mutismo mejor de lo que esperaban. Alicia habría rellenado los vacíos hablando de su amiga y del pasado que compartieron. Sin embargo, Alicia también fue quien dio aviso al servicio de emergencias y quien llevó la situación que Matías no era capaz de dirigir. La mujer necesitaba un respiro.
Valentina apoyó la cabeza en su hombro.
—Todo va a cambia' desde ahora. ¿Lo pensaste?
—Ni tiempo he tenido de pensa'. No molestes con eso.
Tiró de su brazo para apartarlo unos metros.
—No te hagas el que no sabe. La esposa de tu papá andaba muy de amiga de todos y preguntando por ti. Que dónde estudiaste, que qué quieres hace' de tu vida, que qué más haces. No aparecieron porque sí, Mati. Algo quieren.
—Ese tipo lo que quiere es desentenderse de nuevo. —Pateó una piedra. Le sudaban las manos—. ¿Dices que quería saber de mí?
—Eso me dijo Mariana, que escuchó cuando la tipa hablaba con su mamá.
Matías apretó la mandíbula. Sabía que el gesto no pasaría desapercibido por su amiga, de todas formas, lo que menos pretendía era esconder de ella cómo se sentía al respecto.
—No va a cambia' nada, ya verás. Buscaré algo pa' hace' y juntaré el dinero de hoy, y se los devolveré. Se los tiraré en la puerta de la mansión que deben tene' si es necesario, pero no tendré relación con esa gente. Ya verás.
Valentina le apretó un hombro despacio. Acercó su rostro al de él para que nadie más los oyera.
—Dios te oiga, Mati.
Regresaron en un silencio similar al que los había llevado hasta ahí, solo que acompañado por una nube de incógnitas que cualquiera que los observara podía percibir. Ninguno se atrevía a romperlo, esta vez no por respeto, sino por miedo de cualquier idea que se desprendiera de sus palabras.
Llegaron a la casa de Alicia a media tarde. Los niños, ajenos a lo que ocurría, pero sin atreverse a romper el ánimo general, permanecían sentados a un costado, tomando chocolate caliente. Matías podía ver que más de una persona había intentado distraerlos durante aquellas horas y hacerlos jugar sin éxito. La ausencia de Angélica les llamaba la atención casi tanto como la presencia de tanta gente allí. Valentina se sentó con ellos.
Alicia gritó el nombre de Matías para hacerse oír por encima de la salsa que sonaba en la radio y pedirle ayuda en la cocina. Esperaban que gran parte del barrio se acercara a dar sus condolencias y ella pretendía estar lista para recibirlos. La cantidad de gente que había visto desde su llegada superaba a las que los habían acompañado en Los Olivos o el cementerio. Se preguntó, mientras secaba algunas tazas, si sus vecinos lo ayudarían ahora como lo habían ayudado durante la enfermedad de su madre.
La multitud lo abrumaba. El movimiento constante de gente lo obligaba a saludar a todos y a recibir palabras de aliento de cada persona que se acercaba a él, incluso en contra de su voluntad. Angélica habría disfrutado de esa tarde, de saberse querida. Habría agradecido al ver cuánto se preocupaban por su hijo y se ponían a su servicio. Pero él no era su madre y lo único que necesitaba era tener unos minutos de paz.
—Mati, ¿tienes colores en tu casa? —Valentina lo llamó a los gritos también—. Los niños quieren pintar y ya casi no tenemos colores.
Le dio una de sus sonrisas cómplices que nadie más que ellos dos podía entender y lo siguió a la terraza.
Su casa estaba al lado. A diferencia de la de Alicia, la suya carecía de repello y tenía los bloques de concreto pintados de un blanco que Angélica consideraba vacío e impersonal, pero nunca había sido prioridad cambiarlo. Valentina abrió las ventanas que habían permanecido cerradas toda la mañana y pasó un dedo por la reja despintada.
—¿Te imaginas que hubieran venido aquí? —le preguntó, distraída.
—¿Quiénes?
—Ya sabes quiénes.
Matías, que se había sentado en uno de los sillones que habían pertenecido a su abuela y que llevaban más tiempo que él en aquella casa, se tapó los ojos con el antebrazo y resopló.
—¿Por qué piensas tanto en esa gente? Acabarás llamándolos de tanto que los nombras.
Ella se sentó frente a él y se inclinó hacia delante. Lo contemplaba preocupada, como si no supiera qué podía y qué no podía decir.
—Porque no me pareció que quisieran irse tan fácil. Ya te digo que algo quieren y sabes que no me equivoco con la gente.
—Pueden quere' lo que quieran, pero no tenemos na'...
Valentina levantó la cabeza y arrugó la nariz.
—¿Qué pasa? —quiso saber él, sin intención de levantarse.
Su amiga se acercó a la ventana con disimulo.
—La próxima te juro que me callo.
—¿Qué es?
—Tu papá, Mati.
Se asomó a la ventana a tiempo para verlo descender de un carro que debía costar más que su casa. Estaba fuera de lugar ahí, entre la gente que conversaba en la calle y los niños que corrían mientras jugaban. Alicia llegó a él antes de que Jorge llamara a la puerta de la casa de Matías y lo guio a la entrada. Valentina les abrió antes de que alcanzaran a tocar la reja.
Jorge contempló el interior de la vivienda con suma atención. Sus pasos lentos hacia el interior eran medidos, cautelosos, y Matías se sintió expuesto, invadido. Aquel hombre no era su padre y no tenía derecho a meter la nariz en su hogar, la casa de su madre, la de su abuela.
Alicia tomó la palabra.
—Val, los niños quedaron solos. ¿Puedes i' a ve' que esté to' en orden?
—Quiero quedarme aquí, ma. —Permaneció junto a Matías—. Ya iremos juntos a entretene' a los niños.
Alicia parecía apenada, su hija no solía desobedecerla en público. Iba a replicar, cuando Jorge la interrumpió.
—La única persona con la que debo hablar es Matías. Usted —se dirigió a Alicia— no es su tutora legal en ausencia de su madre, que podamos corrobora'. ¿Me equivoco?
—No, no soy...
—Y siendo Matías menor de edad, el diálogo que tenemos pendiente es más bien corto.
Alicia cerró la puerta. De todas sus cualidades admirables, la que más destacaba era la de reponerse ante los imprevistos y las circunstancias generadas por gente con más dinero, más poder o ambas.
—Si espera habla' en buenos términos con Mati, tendrá que habla' conmigo también. Y con mi hija aquí presente. Tenemos la buena costumbre de toma' las decisiones importantes en familia y Mati, para nosotras, es familia.
En ese momento, Matías creyó que Jorge no había encontrado palabras para responder, cuando lo cierto era que sabía elegir sus batallas. Pelear por una conversación más privada no tenía sentido si luego las mujeres se enterarían de todas formas. Dio un paso hacia su hijo. Matías no se levantó del sillón.
—Estoy al tanto de que todavía eres menor de edad y no puedes vivir solo y sin tutela.
—Alicia...
—Alicia, aquí presente, es tu vecina. Ya demasiado tiene con haber convertido su casa en hogar de tránsito para que te conviertas en otra boca que alimenta'.
La mujer levantó la voz.
—Mati no es carga pa' mí. Su ayuda con los niños en ausencia de mi marido es invaluable.
—Matías no estudió este año, no tiene edad para trabajar. Hasta que pueda valerse por sí mismo y por más aprecio que usted y su familia le tengan, será una carga.
Alicia no lo contradijo. Matías también lo había pensado durante esa mañana. Podía conseguir algún trabajo para aportar a la casa, pero no descartaba que lo contrataran por lástima, por conocer a su madre o por ayudar a Alicia y Andrés de manera indirecta.
Valentina fue quien rompió el silencio.
—Vino pa' llevárselo, ¿no es así?
Todos los ojos se posaron en Jorge.
—Es mi hijo. Me corresponde tomar la responsabilidad por...
—No —lo interrumpió Matías—. No le corresponde na', no tiene que hace' na'. Puede segui' su vida como hasta ahora, aquí estamos bien.
—Hay una prueba de paternidad que confirma que eres mi hijo, Matías. Lo que tú quieres, que me desentienda, es algo que ya no puedo hacer.
—¿A quién le importa eso? Son papeles. Eso dijiste la última vez.
—A Emilia, al parecer. —Jorge contestó en dirección a Alicia, como si la pregunta hubiera surgido de ella—. Emilia hablará con los directivos del colegio Tomás Jefferson mañana a primera hora para conseguir un cupo para Matías. Está a tiempo de no perder el año lectivo. También se encargará de que tenga todo lo que necesita.
Valentina, nerviosa, fue incapaz de callarse.
—Lo que necesita es a su mamá y la tal Emilia nunca será Angélica.
Jorge, contrario a lo que esperaban, mostró una sonrisa irónica.
—No, en eso tienes razón. Si Emilia hubiera sido su mamá, Matías no viviría aquí y estaría camino a ser un adulto como corresponde.
Matías se levantó del sillón y Valentina lo sujetó de un brazo antes de que se acercara demasiado a su padre. Le habría escupido en los pies, pero a su mamá le molestaba que escupiera dentro de la casa y cuidaba los pisos mejor de lo que cuidaba de sus matas.
—¡Que se vaya! No lo quiero aquí. Y no me iré con él, haga lo que haga.
Alicia abrió la puerta y sugirió que podían hablar en privado, pero Jorge declinó su invitación. Salió con la frente en alto, mirando con desdén hacia la casa de Alicia, donde algunos vecinos habían comenzado a bailar. Subió a su coche, no sin antes rodearlo con disimulo para que no se notara que controlaba su estado, y se fue.
Matías se soltó del agarre de Valentina. Alicia se acercó a él con la intención de abrazarlo, pero también la rechazó. Les dio la espalda y pateó el sillón con la furia que empezaba a hacerse parte de su realidad. Angélica no estaba y el hombre al que había despreciado durante toda su vida quería sacarlo del único espacio que sentía propio.
—¿Me pueden deja' solo?
Valentina cerró la ventana con la excusa de que no se notara que había alguien dentro y le dio un abrazo rápido antes de salir. Alicia le pidió disculpas que él no pudo aceptar. No les correspondía cargar con su situación como si él no tuviera casa ni medios para subsistir. No era problema de ellas que su padre quisiera manejar su vida porque la esposa se lo decía. No tenían que sufrir ellas por verlo incapaz de enfrentar a quien posiblemente era la persona con más dinero que él había conocido. Y con más poder.
Se tiró en el sillón. La música llegaba hasta donde él estaba.
Se había sentido solo durante aquella mañana, mientras corría a la casa de Alicia con la desesperación a flor de piel, pero no fue hasta ese momento que se sintió desprotegido. La mujer no podía ayudarlo si Jorge apelaba a lo legal. Estaba solo.
Solo y con lo que cualquiera podía ver como una gran oportunidad al alcance de su mano.
Una oportunidad que, en realidad, era una forma de ponerle la soga al cuello.
¡Hola otra vez! Recuerden que el café es a la izquierda y el chocolate a la derecha. <3
Volvemos con un capítulo desde la perspectiva de Mati. ¿Qué piensan del chico hasta ahora? ¿Cómo se sentirían en su lugar? Yo no sabría dónde meterme, les digo.
¿Y cómo vemos a Jorge? ¿Quieren saber cómo lo bautizamos con Nad? XD
También aprovecho para mostrarles la hermosa ilsutración de Mati y Val en este cap que nos hizo Gabianni:
Finalmente, este capítulo se lo dedicamos a ContuChan porque, aunque no nos tienes fe con los tiempos, siempre te quedas con nosotras y te amamos por eso. ¡Gracias, bella!
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