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Epilogo

La salida del hospital fue mucho más larga de lo que todos esperaban, pero había un gran secreto que hizo mi estadía un poco más extensa. Uno por el cual tuve que firmar un consentimiento de absoluta responsabilidad en caso de que algo saliera mal con mi cuerpo al estar fuera de la clínica.

La doctora Fernández, que después de casi dos meses internada me tuve que aprender el nombre, Naomi, ha insistido en que este no era el momento indicado para embarazarme y que más adelante podría haberlo hecho sin problema, pero no logro convencerme y aquí estoy con casi doce semanas de embarazo saliendo del hospital sin su aprobación.

Solo se ha quedado tranquila cuando le prometí que vendría a todos mis controles sin falta.

Con André hemos decidido no decir nada al respecto hasta que al menos supere los tres meses, que será dentro de muy poco y aunque para nosotros es una realidad desde que lo supimos, no queremos sumar aún más estrés a mi agitada vida actual.

Sigo a cargo de todo en la cadena de restaurantes de mi madre, como si nada de esto hubiera pasado. El proyecto de masificación en las redes sociales ha ido de maravilla en mi ausencia y todo gracias a mi ahora declarado mejor amigo otra vez, Benjamin.

Gracias a él, todos nuestros comensales tienen sus aplicaciones en sus móviles, donde es mucho más sencillo agendar una reserva o elegir los menús que escogerán antes de llegar.

Él se ha encargado a distancia de que el documental se realice de manera profesional sin necesitar más de mi ayuda que para dar vistos buenos. Ahora todos los cocineros que trabajan en nuestros restaurantes son caras visibles para toda persona que tenga acceso a internet.

Yo me incluyo.

De esta forma, supe que Karina era la hija mayor de cinco hermanos y que es la principal fuente de ingreso de su familia al no tener un padre presente que los ayude.

Javier ha estado estudiando otra carrera totalmente distinta en la misma universidad de Angelina hace casi un año y Camille reparte comida en sus tiempos libres a familias con escasos recursos sin ningún tipo de financiamiento externo.

Y qué decir de nuestro Chef ejecutivo George Leblanc, quien tiene una pequeña academia de cocina totalmente gratuita para todo talento que no pueda estudiar cocina por falta de ingresos. Mi madre ideó la asociación, pero debido a su enfermedad tuve que ceder el cargo; ni ella cree lo altruista que puede volverse alguien cuando ve la necesidad de las personas tan de cerca.

Así muchas historias que jamás creí se gestaban tan cerca de mí y yo no tuve ni idea de que todo esto ocurría.

André ha pedido ser el último en aparecer, ya que su historia, según él, es de lo más aburrida. Nadie concuerda con él, ni siquiera Benjamín, quien le ha dicho en reiteradas ocasiones que su historia de vida es algo digno de contar y que fácilmente podría venderla en un documental criminal si él se lo permite.

Ellos tienen una relación muy extraña y yo intento no ser parte de ella, ya que se llevan muy bien cuando yo no estoy cerca. André se ha mostrado accesible en todo momento con tal de que yo solo me preocupe de mi recuperación.

Lo cual agradezco sobremanera.

Mi madre, por otro lado, no ha vuelto a tener el mismo trato con mi cocinero favorito. Ella lo sigue culpando de lo que me pasó y no está dispuesta a perdonarlo en el tiempo próximo. Solo se limita a balearlo con la mirada cada vez que va a nuestro departamento para invitarme a algún lugar o cuando invito a la pequeña Valentina a ver películas después del trabajo, lo cual está ocurriendo bastante seguido desde que llegué a casa.

Me gusta estar con ella.

Quizás haber compartido el trauma del secuestro nos acercó de una manera invisible que ni ella ni yo estamos muy claras de cómo ocurrió. Pero no podría alejarla de mí sin sufrir en el proceso.

La única que parece ya no ser la misma es la hermana de André. En más de alguna ocasión me la he encontrado en el ascensor o cuando va de camino a la universidad. Siempre debo llamarla más de una vez para que se detenga en mí.

Angelina parece tener una pena que no es capaz de hablar con nadie desde lo ocurrido, ni siquiera ha sido capaz de hablarlo con su terapeuta. Se ha cerrado para todos y no hay excepción, haciendo que su hermano la tenga como segundo tema favorito en cada conversación.

Con André incluso pensamos en decirle que estoy embarazada para ver si así su ánimo mejoraba, pero al final desistimos al convencernos que quizá no tengamos una respuesta favorable. Y tanto él como yo nos tomamos este tema con mucha precaución. No sería la primera vez en la que tengo una pérdida de casi tres meses.

Aunque ninguno de los dos quiera pensar en eso.

El único que parece no caer dentro de sí es Cristian, a quien casi tengo hospedado en mi hogar también.

No ha pasado un día sin visitarnos, bueno, ahora que ya estoy en mi departamento, visitando a mi madre. Ella se ve mucho más feliz que en casi veinte años atrás. Incluso parecería que su vitalidad ha vuelto por completo. Siempre quiere cocinar para él y mi cocina al fin está teniendo el uso esperado. Y aún con eso, Cristian se las ingenia para invitarla a cenar fuera como si se estuvieran conociendo hace muy poco.

Me ha dicho que lo hace porque no quiere que mi madre se sienta obligada a nada, ni siquiera a alimentarlo. Está muy preocupado por ella y me ha contado que quiere invitarla de vacaciones a Isla de Pascua, solo que antes debe consultarlo con la doctora de mi madre, quien también nos ha visitado solo porque mi madre se niega a ir a su consulta.

Ninguno de los dos ha tenido el valor de hablar con ella aún, no ha existido el momento dentro de todo este caos y aunque no fuera así. No hemos tenido el corazón tampoco para hacerlo, ella se ve realmente bien, aunque ambos sabemos que es muy probable que ella se muestre así para que no nos preocupemos demasiado. Eso es algo que ella haría.

Aún así, la única petición de Cristian hacia mí es que cuando sea el momento yo deba estar con él. Así que casi siempre estoy presente en sus visitas.

Para mí no es una molestia de ningún tipo; me gusta estar con ellos. Además, no creo que en algún momento pueda retribuir todo lo que el abogado ha hecho por nosotras. Ni siquiera dejo que mi madre pagara mi estadía en la clínica.

Y qué decir de lo que pasó con el dinero del rescate; eso salió de su bolsillo y en ningún momento dudó en entregar esa gran suma.

Cuando le pregunté por qué lo hizo, él solo se limitó a decir que era su deber y que lo haría mil veces más si yo lo necesitaba en algún momento. Yo solo me limité a llorar; eso es algo que no ha cambiado en mí. No es que no resuelva las cosas; solo que lloro en todo el proceso mientras lo hago.

Es parte de mí y las personas que me quieren lo saben. No por nada, André carga consigo una caja de pañuelos desechables en su bolso cada vez que salimos. Sabe que los necesitaré en algún momento, ahora mucho con mi potenciada sensibilidad.

Pero mis lágrimas ya no son de tristeza; esas lágrimas están guardadas, en un lugar que tengo apartado para una ocasión que espero no llegue nunca.

Menos ahora que hay alguien más formándose dentro de mí, alguien en quien pienso a diario. Bueno, no solo yo, André no para de enviarme mensajes preguntándome cómo me siento. Desde que fui dada de alta ha sido la sombra que cuida mis espaldas.

Y aún cuando ya llevo días trabajando, no me sobrexijo. Ya no me quedo hasta cerrar. Todos creen que es porque aún me siento delicada debido al disparo y que mis ahora renovadas actitudes a la hora de la comida se deben a que me acostumbré mientras estuve hospitalizada.

Pero todo se debe a que mi cuerpo ya no es solo mío y que a pesar de que dije que me lo tomaría con calma, sin ilusionarme más de lo necesario.

No puedo evitarlo.

Lo estoy y ocupa en mi mente la mayor parte de mis pensamientos, haciendo que me quede despierta hasta muy tarde divagando en cómo será el momento en que le diremos a todos que ya es una realidad.

El mensaje de André al entrar en mi teléfono es igual que haber recibido una verdadera descarga eléctrica sobre mi pecho.

Ya está aquí.

Vuelo desde mi ahora cómodo sillón hacia la puerta de entrada; no tengo que decir que se ve perfecto, porque está más que claro que lo está.

Su radiante sonrisa me da la confianza que necesito para rodearlo por el cuello y atraerlo hacia mí.

— Te tardaste — le digo sin alejarme más que para que mi aliento forme esas palabras en el aire.

— Pero traje chocolate.

— ¿Solo chocolate?

— Chocolate, mantas y los bizcochos que me encargaste, por eso llegué tarde.

No corto nuestro contacto visual, pero sí escucho el sonido de las bolsas a sus costados. Hoy ha venido preparado para nuestra cita en la azotea.

Esta será la segunda que tendremos en ese lugar y es la misma necesidad que siempre me embarga cuando se trata de André la que me obliga a besarlo nuevamente. Su sabor llena mis sentidos y al igual que todo lo que como se siente potenciado.

Él lo sabe y ha dejado de usar perfume debido a mis náuseas, que en las mañanas son la única razón por la que odio ser yo en este preciso momento de la vida.

— ¿Estás segura de que quieres ir a la azotea? — me pregunta con tono divertido —. Puedo llevarte a un lugar mejor...

Yo niego sin poder controlar mi rostro sonrojado. Tengo claro que hay inseguridades en él como yo las tengo, pero si algo me ha hecho feliz al estar a su lado, es precisamente esto.

No necesito nada elaborado cuando puedo tenerlo a él conmigo.

— Estoy muy segura André y no habría otro lugar en el que quisiera tener una cita contigo.

— ¿No te sientes cansada?

Vuelvo a negar.

Él se aleja sin hacer ningún movimiento brusco, solo lo hace para poder extender su mano en una reverencia que si no estuviera tan empalagado por la situación me habría hecho voltear los ojos.

— ¿Me acompaña Señorita Soledad a una velada en la azotea?

— Sin dudarlo, joven André.

Tomo su mano y emprendemos el camino hacia uno de los lugares que más anhelé visitar mientras estuve en el hospital, uno que solo nos pertenece a nosotros y que no necesitamos más que el uno del otro para poder tenerlo.

No hay nada más que pueda querer en este preciso momento, fuera de lo que ya tengo.

Solo me gustaría poder inmortalizar esa mirada que no se aparta de mí ni aún cuando pedimos el ascensor.

— ¿Qué me ves?

Él duda un segundo antes de volver a hablar.

— Siempre serás mi sueño hecho realidad, no me pidas que no te mire, por favor.

— No lo hago. Solo quería saber qué es lo que veías.

— Bueno, eso tiene muchas respuestas, Soledad Martins, y todas tienen que ver con lo afortunado que me siento al poder estar en este preciso momento contigo. Y no hay nada que me pueda hacer más feliz que saber que tú también quieres estarlo.

— ¿Qué te hace pensar que eso es cierto? ¿Eh? — lo reto sin dejar de sonreír.

— Esto.

Y con el ascensor aún esperando por nosotros, toca mi rostro posando sus dedos en mis labios.

— Sí — afirmo sin dejar de mirarlo, y me adentro en la caja de metal que ya había empezado a sonar.

— ¿Sí, qué?

— Tienes razón.

— ¿Quieres compartir tu vida conmigo?

— No hay nada que me hiciera más feliz André. Nada.

Y aún creo tener la última letra de esa palabra cuando mi aliento es arrebatado de mi boca. Sus labios me acompañan hasta el último piso de nuestro edificio y estoy totalmente convencida de que si este fuera un momento que pudiera volver a vivir en otra vida, lo daría todo para que así fuera.

                                        

                                                                                                                                                                  Continuará...

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