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Capitulo 6


Los silencios con André nunca fueron incómodos. No necesitabamos conversaciones sin sentido para entendernos. Yo estaba totalmente segura de quién era él y lo que buscaba en mí. Me bastaba mirarlo para saber qué era lo que pasaba con él.

Pero ahora me molesta saber que está muy complacido de acompañarme a mi departamento.

Él no intenta entablar una conversación forzada conmigo ni sacarme de mi ensimismamiento. Solo me acompaña con las manos en los bolsillos.

Ninguno de los dos tiene que dar sus datos al conserje, ya que ahora yo también soy parte de la comunidad del edificio.

— ¿Puedo dejarte hasta la puerta?

—No.

—Soledad basta. Sé que quieres que lo haga.

—Te equivocas conmigo André — no intento ver su rostro, sé lo que pasará si lo hago, así que solo me concentro en apretar el botón del ascensor —. Tú y yo no somos amigos, ¿recuerdas?

— Yo recuerdo otra cosa — me invita a pasar cuando ya se han abierto las puertas, y es ahí cuando soy consciente del pequeño espacio en el que entraremos los dos —. ¿Podríamos comenzar otra vez? Por favor.

—No. Es muy tarde para eso.

—¿A qué le temes? — sus ojos están sobre mí, pero no los busco. No soy capaz. No estando tan cerca y son nadie más —. Yo te lo diré: Temes estar cerca de mí y no poder controlarte.

—¡¿De qué hablas?! Yo no tengo miedo de estar cerca de ti — miento descaradamente, pero aún sigo sin querer mirarlo a la cara.

— ¿Estás segura? — las puertas se cierran y quedamos solos; ninguno de los dos ha apretado el piso correspondiente, solo nos quedamos ahí, a centímetros del otro —. Mírame.

Trago saliva y me obligo a hacer lo que me pide; tiene los ojos más hermosos que haya visto jamás y estos se apoderan de todos mis pensamientos cuando me mira.

— ¿Y bien? — lo reto.

Le gritó a mi cerebro que me ayude a mantenerme indiferente, pero se niega a colaborar dejándome a merced del único sujeto que puede hacer que mi cordura se apague.

— Si me acerco más quizá no sea tan fácil.

Corta lentamente la poca distancia que nos separa, tanto así que con solo una inclinación de su rostro podría besarme.

Contengo la respiración lo más que puedo hasta que me rindo. Inhalando su aroma del cual sería imposible huir en este lugar tan reducido.

No hay perfume que se compare a su olor personal, uno que no he olvidado, uno que me hace querer ronronear, si es que eso es posible.

Pero al mismo tiempo es un olor que conozco, uno que duele.

— Creo que tendrás que hacer más que eso. Lo siento — mi voz suena más ronca y pausada de lo que alguna vez he escuchado salir de mi.

Cierro los ojos y siento su aliento en mi rostro; él se acerca un poco más, tanto que debo retroceder un paso, pero mis tacones, una vez más, se vuelven mis enemigos haciéndome tambalear, quedando acorralada con el fondo del ascensor. El frío del metal choca en mi espalda, traspasando la tela de mi vestido.

Él nota mi escalofrio y me rodea, alejándome de ahí, pegando su cuerpo al mío. Su calor es perfecto para hacerme olvidar nuevamente por qué debería negarme a su tacto. Busco en mi interior el enojo que debería embargarme. Pero no lo encuentro.

Cada fibra de mi ser grita su nombre y en una conexión sin palabras, cada parte de mi cuerpo se adapta al suyo.

Dejo caer mis cosas sin cuidado y subo mis brazos a su cuello, pegándole aún más a mí. Mis latidos son tan fuertes que dejo de oír cualquier cosa que no sea lo que grito por dentro.

— Déjame llevarte a casa — roza mi cuello con sus labios y deposita un beso tímido entre mi oreja y la mandíbula.

— André...

— Déjame hacerte recordar — su respiración acelerada logra hacerme estremecer, y si hablo, él sabrá lo mucho que yo también lo deseo.

Suspira mientras deja otro beso más cerca de las comisuras de mi boca.

—¿Ves? — él relame sus labios y toca su nariz con la mía haciendo que mi respiración se entrecorte un poco más.

—¿Que?

—Puedo hacerte recordar.

A lo lejos escucho las puertas del ascensor abrirse, rompiendo la burbuja en la que quería quedarme para siempre.

Se le escapa una risa ronca que hace vibrar mi pecho por su cercanía. Yo también río bajito en respuesta.

No me suelta de manera brusca, solo se despega de mí un poco para recoger mis cosas. Le indica mi piso a las personas que se han subido sin cortar la conexión silenciosa en la que nos encontramos.

Yo sigo con mis manos pegadas a su cuerpo, solo que ahora están depositados sobre su pecho. Juego con los botones de su camisa negra, como si eso pudiera mantenerme cuerda y no olvidar cómo respirar.

Las puertas vuelven a abrirse y las personas que nunca ví se bajan un par de pisos arriba.

— Deberíamos parar. Esto no está bien — lo digo sin el más mínimo convencimiento y pido a todos los dioses que no me haga caso y sea un rebelde como yo lo recuerdo.

— Dime ¿qué cosa, Soledad? — toma mi mentón y me obliga a mirarlo directamente a los ojos —. ¿Esto?

Y todo espacio que pudiera haber entre nosotros es eliminado. Sus labios buscan los míos, pero no permito que llegue ahí.
Dejando que el beso sea depositado en las comisuras de mis labios. Su respiración me hace vibrar al tenerlo tan cerca y mi cuerpo comienza a perder toda la fuerza que podría haber tenido.

Quisiera pedirle que me obligue a besarlo como se que él quiere hacerlo. Pero no insiste. Se aleja y toda mi piel hormiguea cuando lo hace.

Pero solo es para tomar mis piernas y subirme hasta que solo puedo abrazar su cintura con ellas.

Mi vestido se sube, dejando al descubierto mucho más de lo que podría permitir y me parece insólito dejar que esto esté pasando. Nunca habría dejado que alguien pudiera hacer lo que quisiera conmigo. En otro momento diría algo. Pero cualquier cosa es mucho para mí ahora.

— André...

Intento que me baje, pero debo ahogar mi propio gritito, porque me toma con más fuerza impidiendo cualquier movimiento. Vuelve a buscar mis labios y por poco lo logra esta vez. Termina mordiendo mi cuello, enviando una corriente que baja desde ese punto hasta mi vientre.

—Llegamos — dice con su voz un par de notas más ronca.

Salimos del ascensor y escondo mi rostro en su cuello, chocamos con una puerta que no es la mía y me hace reír. Olvido por completo cualquier protocolo y solo pienso en que quiero estar a solas con él rápidamente.

Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando siento sus dientes en mi oreja. Lo siento sonreír cuando lo hace. No debe haber olvidado que siempre me gustó que lo hiciera mientras hacíamos el amor.

Al abrir los ojos nuevamente, compruebo que estamos en mi piso. No mi departamento, pero sí estamos en mi pasillo.

Sabía dónde vivo después de todo.

— Dime cuál es — me pregunta aún con el rostro en mi cuello.

— Tú deberías saberlo.

— No seas mala. Dime.

— Pensé que sabrías, ¿eso quiere decir que mentiste?

Me aleja un poco para ver si hablo en serio. Él ríe nervioso.

— No creerás que iba a preguntarle al conserje, ¿verdad?

La verdad sí lo creí. Y me molesta que crea que no ha hecho nada.

— André, ¡bájame! — le exijo —. Bájame, por favor.

Su risa me hace vibrar nuevamente, pero accede de inmediato, me alisa el vestido agachándose hasta quedar a la altura de mis piernas, se detiene unos minutos con las manos sobre mis muslos.

Debo reprimir la sensación de calor que sube desde ahí. Podría hacerme olvidar porque le he pedido que me baje.

Es demasiado difícil mantener la mente cuerda cuando me mira desde esa posición. De a poco se levanta sin perder el contacto visual.

— No entrarás a mi departamento — intento regular mi respiración y desvío la mirada. Por su expresión, entiendo que no me cree —. No estoy jugando, André.

— ¿Y qué es lo que haces?

—¡Yo no te pedí que me acorralaras!

—Yo no te acorrale.

—¡¿Y como se llama lo que hiciste entonces?!

—¡Sabes que te mueres por entrar conmigo! — su voz ya ha perdido la calma y me apunta la puerta tras de mí, que por lo demás no pertenece a mi departamento —. Te conosco Soledad.

—Te dije que te equivocas. ¡¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?! ¿Eh?

—Hay alguien más, ¿no es así?

No hay otra cosa que se me ocurra en estos momentos que no sea levantar mis cejas y poner mis manos en puño.

—¿Y si así fuera? ¡Eh! — me alejo de él un paso y me vuelvo a tambalear con la alfombra del pasillo, ayudando a que mi enojo se abra paso con mayor rapidez —. Dime, ¿qué pasaría si hubiera alguien?

—¡Lo sacaría a patadas! — grita y golpea la pared de mi vecino.

— ¡Tú no puedes hacer eso! No tiene ningún derecho sobre mí. — le grito ya son importarme si alguien nos escucha —. ¡Que yo haya vuelto no significa nada! ¡Nada!

— ¡Claro que sí! Tus ojos me buscan — lleva una mano a su pecho y el dolor en su rostro me hace perder toda convicción —. Sabía que volverías algún día.

Se acerca a mí muy lentamente y yo me petrifico sin poder huir de lo que viene a continuación.

—Y cuando volvieras, yo estaría aquí. Llevo mucho tiempo esperándote.

—No debiste hacerlo. Este no era mi plan

— ¿Y cuál era?

Sus palabras me golpean en un punto débil de mi pecho; él tuvo una vida, yo sé que así fue, porque yo le di la oportunidad de volver a comenzar, yo sabía la verdad y quise que fuera feliz.

— Eso no es de tu incumbencia André.

—¿Tanto me odias que no eres capaz ni siquiera de decirme en que me estoy equivocando?

—¿Crees que todo esto paso por qué te odio?

Él asiente como si realmente creyera lo que afirma yo en cambio solo quisiera plantarle una bofetada por ser tan imbécil.

—¿Ella te contó que vino a visitarme el día antes de que me fuera?

—No.

—Quizá no tuviera tiempo de hablar de mí cuando ya me había sacado del camino.

—¿De que estás hablando? Además ¿Por qué no me dijiste?

—Eso ya no importa. Las cosas no cambiaran.

—Estas equivocada, todo puede cambiar — se lleva ambas manos a la cabeza y desordena sus risos con frustración —. Mira si me dieras una oportunidad y pudiéramos conversar sobre todo esto.

—André eso no pasará.

—¿Todo bien? — la voz de un hombre que adivino es mi vecino me hace volver de golpe a la realidad.

— Todo estará bien para ti si te metes en tus asuntos — André se ve enorme en comparación al señor de edad que me mira esperando mi respuesta.

— Todo bien. Él ya se va.

— Esto no puede quedar así Soledad, debes conversar conmigo.

— Estoy cansada André, no quiero hacerlo. Hoy no quiero hablar de ella, ni de ti y mucho menos de mi.

Su rostro se contorsiona hasta terminar en una mueca de desconcierto que casi me convence.

Solo la mención de esa persona hace que la cabeza me duela y ya no tengo fuerzas para continuar con esto.

Me devolveré a Viña del Mar, ahí tengo un lugar que me pertenece con alguien que me espera.

Bueno eso creo.

— Por favor — me ruega André mientras me entrega mis cosas, pero yo me niego.

— Gracias por la comida.

Me giro ya con mis cosas encima y camino por el pasillo hasta que llego a mi puerta, las lágrimas no me dejan ver bien el cerrojo, pero lo logro en el menor tiempo posible.

Cierro de un portazo y escucho que me llama del otro lado, pero me mantengo en mi posición.  Estoy estática por un par de minutos hasta que compruebo que se ha ido.

Me dejo caer en el suelo y me saco la máscara, la armadura con la que he estado todo el día y permito que la débil Soledad salga. Las lagrimas empapan mi rostro de inmediato.

Quiero gritar por mucho rato, pero solo me conformo en meter mi cabeza entre mis piernas y llorar. Lloro en silencio por largos minutos.

Quiero salir de aquí y correr hasta su puerta y pedirle que me mienta, que me diga que todo es un malentendido, que nunca dejo de amarme.

Que lo intento, que quiso recuperarme, que lucho por volver a mi.

Pero sé que lo que realmente necesito saber es la verdad, saber que el sacrificio que hace tanto tiempo hice sirvió de algo. Saber que se convirtió en el padre de familia que conmigo habría sido imposible que fuera.

Saber que él es feliz.

Pero si eso fuera cierto, ¿por que me busca de esta manera?

¿Y por qué yo dejo que lo haga?

Le ha bastado con tan poco para que olvidé todo, André ha necesitado un par de minutos y ha puesto toda mi vida boca abajo.

Y eso me duele.

No quiero creer que soy ese tipo de persona, la que no tiene escrúpulos para estar con alguien que ya tiene una vida.

Merezco más que eso, toda mujer lo merece.

Pero soy una cobarde. Prefiero huir que enfrentar este pasado doloroso.

Me toma dos llamadas perdidas para decidirme a sacar mi teléfono del bolso, la luz de la pantalla es muy fuerte y me ciega al no haber prendido las luces del departamento.

— Hola, ¿ya estas en casa?

— Sí, aquí estoy madre.

— Mira por el ojito de la puerta.

Me levanto rápidamente y unos hermosos ojos color chocolate me miran del otro lado.

Abro y me arrojo sobre ella, es más alta que yo y podría decir que más delgada. Su olor a hogar llena mi corazón roto. La abrazo más fuerte aún, ella ríe y es la melodía más hermosa sobre la tierra.

— Estas llorando Soledad.

Me aleja y estudia mi rostro, seca las lágrimas rápidamente y me atrae en un nuevo abrazo, quiero quedarme aquí y que se detenga el tiempo.

— Entremos. Vamos a dentro.

Me empuja y entramos a la oscuridad de mi departamento.

— Hija, pero. ¿Qué desastre es este? — casi nos caemos al tropezar con una caja que pretendí abrir y al final no lo hice.

Me siento en mi sillón envuelto aún en plástico y tapo mi cara, aguanto la respiración para que los sollozos se vayan.

Mi madre prende la luz y hace una rápida inspección. Levanta mi bolso y recoge un par de cosas, mueve otras y al final da un largo suspiro.

— Mañana enviaré a alguien para que ordene todo. Imagino el por que estas así — yo la miro y asiento —. Lo siento, debí hablar contigo sobre eso.

— ¿Por qué está André trabajando en tu restorán mamá?

—Es una larga historia.

—Solo dime qué puedo despedirlo.

Sus ojos demuestran cansancio, y es como verme en un espejo del futuro. Somos tan parecidas, pero ella siempre será una versión mucho más sofisticada. 

— ¿Tanto te afecta tenerlo cerca?

—No tienes idea.

Los rastros de su enfermedad pasarían desapercibidas para cualquiera que no la conoce, pero yo si veo las arrugas nuevas en su frente y unas ojeras que ni con su inmaculado maquillaje ha podido ocultar bien.

— No debiste venir, te ves agotada. Haré café, ¿quieres? — me levanto para ir a la cocina y veo en la encimera la lonchera que me ha entregado André hace un rato—. Y comida, ¿quieres comer conmigo en mi desastroso departamento?

— Me encantaría.

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