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Capítulo 56

El terminal de buses de la capital es realmente enorme y mi limitada estatura no ayuda en nada a la hora de recorrer la misma distancia que antes hiciera con Benjamín. Me molesto conmigo misma por no ser más rápida o más alta. El lugar está lleno de personas yendo y viniendo con sus respectivos equipajes que debo esquivar como si estuviera en una pista de atletismo.

Si bien captó la atención de una que otra persona, no se detienen demasiado en mi y eso es bueno, no quisiera pasar por una carterista o algo y que me detuvieran sin razón. Menos ahora. Necesito salir de aquí y llegar al edificio lo antes posible. André me necesita.

El frío de la noche santiaguina me envuelve y la capa de sudor que había cubierto mi piel me hace conciente que mi cuerpo no está acostumbrado ni por lejos a este tipo de trato. Pero yo soy lo último que importa en estos momentos.

Busco un taxista para hacer contacto visual y largarme de este lugar de una buena vez pero no alcanzo a levantar el brazo cuando un Benjamin con cara de pocos amigos me lo sujeta sin ningún tipo de cuidado.

—¡Que!

Él me mira desconcertado y parece no reconocerme pues niega antes de decidir hablar conmigo. Pero antes me suelta y yo lo reto a que si tiene que decirme algo debe ser pronto.

— ¿Sabes si quiera dónde vas?

Pestañeo un par de veces intentando que mi mente me ayude. El pregunto sobre la policía y yo corrí. No hubo más. Se que André es un adulto y puede resolver sus problemas sin mi. Lo sé, pero nos prometimos no dejarnos otra vez hace muy poco y además el llamo al teléfono de Benja, solo por qué yo no tenía el mío.

Malditos aparatos.

— Iré al edificio.

— Ellos no están ahí. Mira — busco los ojos de Benjamin y en ellos no hay rastro de broma o ironía, solo por eso acepto el teléfono en vez de ir corriendo hacia cualquier auto que pueda llevarme dónde quiero ir.

Pero al enfocar la pantalla rectangular no entiendo nada. Es la captura de una conversación. De André con un número desconocido.

André: ¿?
Desconocido: ¿La quieres de vuelta?
André: Audio de 30 seg.
André: ¡HIJO DE PUTA!
André: ¡Dime dónde está! ¡maldito enfermo!
Desconocido: Estaremos esperando por ti en el edificio de la costa. Tu sabes dónde está y ella también.
André: ¿Ella?
Desconocido: Soledad.
Desconocido: Los esperamos.
André: Necesito verla.
Desconocido: Foto.

Mis lágrimas no me dejan verla otro segundo y creo que si no la vuelvo a ver en mi vida tendré esta imagen grabada en mis párpados por siempre. La pequeña tiene su pequeño conejito rosa y los ojos llorosos. Cómo si hubiera estado llorando hace muy poco. Tiene las mejillas sonrosadas y el cabello un poco desordenado.

La piel de todo mi cuerpo se eriza y la sangre se evapora de mis venas. Mi corazón late demasiado fuerte dentro de mis oídos y no soy capaz de hacer otra cosa que afirmarme de Benjamin.

¿Quien podría hacer algo así? Robar un niño es un pecado y más una tan pequeñita como lo es Valentina. Ella no podría volver a casa sola, menos defenderse de alguien si intentan hacele daño.

Mierda. Mi estómago se aprieta al punto de hacerme vomitar. Todos los músculos de mi cuerpo se tensan y me tardo un minuto demasiado largo en volver a ponerme de pie. El ácido quema en mi garganta y mi pecho a penas si deja pasar el aire.

— Soledad — La voz de Benja se escucha muy lejos, pero vuelve a decir mi nombre con una maldición, así logro enfocarlo mejor —. Debemos ir ¿Tu sabes dónde es?

Asiento y dejo que me condusca al primer taxi que nos indica que está desocupado. Me arrinconó todo lo que puedo y le indico la dirección al chófer. Benjamin va en silencio y desde el rabillo del ojo lo veo leer nuevamente la captura.

— ¿Tienes idea de quién podría querer hacer algo así?

Yo niego con toda la sinceridad que poseo. No hay nadie en mi cabeza capaz de algo así. Ni en mi círculo, ni en el de André. Ni siquiera mi padrastro, el está descartado. El fue un mal padre, pero jamás le haría daño a una pequeña. No tiene razones.

Aunque hay mucho de André que no sé.

— No tenías que acompañarme Benja. Tu viaje...

— No lo hago Soledad — me corta sin ni una gota de amabilidad, está molesto conmigo —. Solo vamos al mismo lugar.

— Puede ser peligroso.

— ¿Te importa ponerte en peligro?

— No — respondo sin darme cuenta que no necesito pensarlo —. Si la persona que tiene a la niña me menciono, debe ser por algo.

— Es por eso que te pregunté si había alguien que pudiera hacer algo así y tú lo conocieras.

— ¡Ya te lo dije. No!

Benjamin bufa y se cruza de brazos, ahora evita mirarme, yo hago lo mismo. No quiero discutir con él.

El teléfono de Benja comienza a vibrar nuevamente y ambos dejamos de respirar al ver el nombre en la pantalla. Es un número desconocido, yo asiento para que me lo entregue. Algo me dice que es a mi a quién buscan.

— ¿Aló?

Del otro lado se escucha como si la persona que tiene el teléfono estuviera en un lugar con mucho viento, vuelvo a hablar por si no me escucho la primera vez. Y es ahí cuando mi piel se eriza por completo.

— ¿Cuánto más tendré que esperar esperar mimada?

La reconozco, su tono frio y la ironía en su voz, no podría olvidarla. Fue una que en su momento creí tan cercana como la mi propia madre.

— ¿María?

Ella ríe al otro lado de la línea, pero no es una risa agradable, es una burla hacia mi desconcierto.

— Veo que ahora eres un poco más inteligente.

— ¡¿Por qué estás haciendo esto?!

— ¿Porque? — vuelve a reír y me debo afirmar el codo con la mano contraria ya que mi cuerpo comienza a temblar haciendo difícil tener el teléfono junto al oído —. Al parecer me equivoqué, sigues siendo la misma estúpida. Tu tiempo se acaba Soledad. O mejor dicho el tiempo de la niña. Si yo fuera tu me apuraría. No me gusta esperar. Y recuerda que solo quiero verte a ti.

— ¡Espera! — grito, pero de nada vale, ella ha cortado.

Benja me mira sin pestañear y poco a poco su rostro se nubla. No lo puedo ver a través de mis lágrimas que no dejan de salir.

— Necesitamos que vaya lo más rápido posible, le pagaré más. Solo llevenos rápido. Por favor —  el chico se acerca todo lo que puede al chófer y este en respuesta pisa el acelerador a fondo. Haciendo que mi cuerpo se azote con el respaldo del asiento.

Ya no hay dudas, la que alguna vez fue mi mejor amiga, con quién compartí tanto tiempo y quién pensé en su momento era alguien importante para mí. Hoy es el ser humano que más odio en el mundo.

El edificio de la costa es el más alto de todo Santiago y creo que de Latinoamérica en general, lleno de luces es un faro para cualquiera que esté en la ciudad. Es una construcción moderna muy hermosa, pero al bajarnos del taxi solo quisiera que fuera más pequeño para tardar menos en subir.

Benjamin es el primero en localizar a Angelina, está está junto a su hermano en el auto con el que me visitaron en Viña del mar. La guapa morena se baja al notar su presencia y corre tan fuerte que casi bota a Benjamin cuando lo abraza. No necesito estar muy cerca para escuchar que llora con el corazón en la mano. Si dolor es visible para cualquiera, aún cuando a estas horas no hayan muchos transeúntes.

Andre ha salido del auto, pero no viene en mi dirección, solo mira el suelo y veo como sus hombros se mueven, está llorando. Y mis ojos quieren hacer lo mismo, pero muerdo mi mejilla lo suficientemente fuerte como para evitar que eso suceda. Corro en su dirección y lo abrazo. El me envuelve, más no me mira. Le acaricio la espalda suavemente hasta que ya puede hablar.

— Debo avisar que ya estás aquí. Dijo que así me diría lo que teníamos que hacer — el moreno de casi dos metros me aparta y levanta la vista hacia la punta del edificio —. Dijo que si llamábamos a la policía mataría a Valentina. Que la lanzaría desde el último piso...

André se tapa el rostro cuando su voz se quiebra, yo lo espero un segundo más, hasta que me vuelvo a acercar.

— Dame tu teléfono.

El me mira sin entender, pero no tiene que hacerlo, solo debe entregarme el aparato. Esto comenzó conmigo y tendrá que terminar de la misma forma. No puedo esperar que ellos sufran con algo que tiene que ver con ella y conmigo. Nada más.

— No irás sola.

— No dije que lo haría. Dije que me dieras tu teléfono. Yo no tengo el mío — Angelina me busca con la mirada, yo también la veo por el rabillo del ojo, pero ella tampoco me podrá detener si es que se lo propone —. ¿Tienes el número de Cristian?

— Sí. Pero...

— Tengo una idea.

— ¡Soledad! — la guapa morena de ojos verdes aún está conectada a Benja, pero se las ingenia para exclamar con determinación, yo la miro sin revelar que estoy aterrada. No quiero creer que puedo dejar que vean a través de mi —. Debemos llamar a esas personas, ya estás aquí no. Ellos querían que tú estuvieras para dar más información.

—¿Ellos?

— Sí — me responde André. A él no lo llamo María.

Quizá entiendo mejor de lo que ella cree todo lo que está pasando aquí. Y antes de que alguien diga algo más, llamo a Cristian. Es una llamada de medio minuto. Y al finalizar André llama a los secuestradores, como temía. Están el el último piso y nos piden que vayamos solos.

Busco a la madre de la pequeña y ella asiente con su rostro desfigurado por la desesperación, Benjamin también lo hace, pero sus motivos son otros. Y nos basta con mirarnos un segundo para que entienda lo que quiero hacer.

Busco la entrada del edificio y comienzo a correr. El grito de André al ser interceptado por Benjamin y Angelina me eriza la piel. Corro como nunca lo he hecho en mi vida, necesito subir sola. Esas personas me quieren a mi. No a la niña, no a André, no a Angelina. Solo me quieren a mi. Y eso les dare.

Las puertas se cierran y puedo ver a un André furioso intentando llegar al ascensor. Lastima que si me quiere alcanzar el otro ascensor se detendrá en cada uno de los pisos, el que tome yo es de abastecimiento. Es una línea directa a la azotea. María sabía que yo conocía el atajo. Y cuando llegue arriba, bloqueare los ascensores. Al menos me dará tiempo de hacer algo.

Las puertas se abren y el viento es feroz, mi cabello azota con fuerza mi rostro. Lo amarro sin cuidado en una liga que siempre llevo en la muñeca.

Bloqueo el ascensor lo más rápido posible y camino en dirección a los contenedores, no siento cansancio, ni pesadez. Tampoco tengo miedo. Solo quiero encontrarla pronto y ponerla a salvó.

Unos aplausos pausados cortan el silencio haciendo que mi corazón se me suba al cuello.

— ¡Estoy tan sorprendida! Soledad en serio viniste sola. Y hasta bloqueaste el ascensor. ¡Te felicito! es más me siento orgullosa de ser yo quien te haya empujado a hacer algo por ti misma.

Su rostro es el mismo de siempre, tan bello como lo recuerdo. Sus ojos tienen un brillo especial que la hacen parecer un verdadero fantasma.

— ¡¿Dónde está?! — le gritó intentando acercarme. Pero alguien a mis espaldas me inmobiliza. No está sola en esto. El tipo que tengo a mis espaldas debe ser tan grande como André por la forma en que su brazo llega sin dificultad a mi cuello. Aprieta lo suficiente como para que mi voz no pueda salir otra vez.

— Ay Soledad, no entiendo por qué te preocupa, ella está muy bien cuidada. Está con su madre ahora, nada podría pasarle ¿O si? — su rostro lo veo distorsionado por la presión en mi cuello, pero logro ver su sonrisa, que ahora es una horrenda mueca —. Eres una muy mala amiga Sole. ¿Porque no me dijiste que estaba viva? Fuiste a mi casa y no me dijiste, aún cuando me viste triste por eso. Muy mal Sol. Muy mal de tu parte.

— Suéltame — lucho con el sujeto aún sin poder verlo, pero mis golpes no llegan a nada, el no se mueve y su agarre se hace más firme aún.

— Yo me quedaré con ella Soledad. Me pertenece, es mía. Yo la pari. Tu solo estás aquí por qué necesito que hagas una llamada.

Ya no logro verla, solo la escucho y hasta su voz me parece repugnante.

— Cuando mi amigo te suelte, te quedarás quieta. Y dejaras que te amarre. No creo que tú gorila sea tan idiota como para llamar a la policía. Yo no iré a la cárcel Soledad. Eso tenlo claro.

Se que está cerca por qué siento su aliento en mi rostro, abro un solo ojo para verla y compruebo que es así.

— ¿Te quedarás quieta?

El agarre que antes me tenía inmobilizada se suaviza solo un poco, lo necesario para hacer lo que ella me pide.

— Bien. Amarrala y ponla con la niña. ¿No harás una tontería verdad?

Niego sin decir nada. Dejo que el sujeto me amarre las manos a mis espaldas. No me muevo hasta que me obliga a hacerlo y los sigo a un contenedor que tiene la puerta abierta. Dentro solo está iluminado por una bombilla. Y ya no puedo cumplir mi promesa. No puedo quedarme quieta al ver a la pequeña Valentina en sobre una colchoneta sucia en un rincón junto a su pequeño conejito.

El golpe lo siento duro y presiso en mi cabeza. Las luces se apagan y el dolor se propaga.


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