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Capitulo 3

Mi ahora nueva oficina tiene un enorme ventanal que da a la cocina, dándome un panorama completo de lo que sucede del otro lado. Este está cubierto por una persiana a medio abrir, la cual me encargo de dejar totalmente cerrada por lo que me quede de tiempo aquí.

No quisiera toparme con esos ojos ni por accidente.

No podré concentrarme en nada más si eso pasa.

Mis estudios en administración son bastante limitados, por no decir que fue solo una asignatura en el plan común universitario. Pero a pesar de eso, no ha sido dificil para mí entender las labores que tendré que hacer en este lugar.

Conocer al resto del personal no ha sido ni remotamente parecido a como fue con los cocineros. Tanto el equipo de atiende las mesas como los que administran las bodegas han sido muy amables conmigo.

El único problema es que cada vez que he tenido que salir de mi oficina siento su mirada sobre mi. Y me ha bastado con levantar un poco la cabeza para comprobar que André no me quita los ojos de encima.

Pero fuera de eso todo lo demás va bien. He confeccionado un organizado esquema logístico con las mercancías que llegan en horarios determinados y dentro de poco ya nada se me escapara.

Con lo muy ocupada que he estado no he tenido tiempo de analizar lo que inevitablemente tendré que hacer cuando ya me encuentre sola.

He revisado mi teléfono un par de veces en lo que va de mañana y compruebo que la bandeja de entrada está vacía.

Mi madre no me ha escrito y Benjamin tampoco. Él aún debe estar muy molesto, pero no pierdo la esperanza de poder solucionar en algo lo que se supone tenemos.

Pero de momento agradezco no saber nada de él. No cuando la imagen de André aún está muy fresca en mi memoria y no sé cómo rayos podré explicar esto si es que lo debo hacer.

Jamás le conté a Benjamin sobre André. Nunca lo mencioné por voluntad propia. Desde que me fui de Santiago quise enterrarlo en el fondo de mis recuerdos, pensado que así desaparecería y no podría volver a hacerme daño.

Que equivocada estaba.

Incluso ahora me debo reprender a mi misma cada vez que alguien entra a mi oficina y yo no logro ocultar mi decepción al ver que no es él.

—¿Has hablado con ella? — Camille se acerca a mí cuando ya queda poco por cerrar el restorán.

Se ve aún más atractiva sin su uniforme.

—¿Con quién?

— Con tu madre — responde con tono exigente —. A mi no me ha contestado ninguna llamada.

—Sí, hable con ella — miento sin titubear, no reconoceré que la he llamado más de diez veces en lo que va del día y no se ha dignado a contestar en ningún momento —. Pero si tienes algún problema deberias hablar conmigo.

—No gracias. Prefiero seguir intentando.

La apuñaló por la espalda un par de veces con la mirada a medida que se aleja hasta salir por la puerta de abastecimiento.

Poco a poco todos se retiran despidiéndose a lo lejos. No me molesta que no se acerquen. Entiendo que yo solo soy una intrusa en este lugar.

Y es mejor así, no me gustaría extrañar a nadie cuando me deba ir. Yo solo estoy de paso.

La encargada de las cuadraturas me explica rápidamente como debo cerrar sesión en las máquinas que cobran las tarjetas y se apresta a irse también dejándome sola en el ahora vacío gran salón lleno de mesas redondas.

Al chequear lo que debo hacer en esta área se me ocurre algo que si podría significar alguna mejora para ayudar al personal. Crear un programa que haga un arqueo te lo enseñan en primer año de universidad cuando estudias programación y aquí serviría bastante.

—Tienes que poner la alarma en tu oficina antes de ir a casa — no necesito verlo para que mi corazón suba de mi pecho a mis oídos.

Por poco casi grito con su inesperada proximidad. Está muy cerca de mi, pero no me toca. Solo lo ha hecho para asustarme.

No me giro de inmediato, necesito un segundo para ajustar mi rostro antes.

—Ya estaba al tanto André, gracias ¿Pensé que no me volverías a hablar?...

Por poco se me cae de las manos la maquina que estaba terminando de apagar.

Camisa negra, pantalones del mismo color con un par de cortes en la rodilla, cadenas plateadas en el cuello y una sonrisa que me arrebata el aliento. Si con su uniforme se veía bien, ahora ya no tengo calificativos para lo que veo.

—¿Decías? te has quedado con la boca abierta.

—¡Ay por favor! eso no es cierto.

—Claro que sí, y en tu defensa diré que me imaginado todo el día quitandote esa blusa.

Mis ojos no pueden abrirse más sin causarme dolor. Y una risa nerviosa se me escapa dejando ver que su comentario a derribado por un segundo mi expresión indiferente.

—Veo que los años no te han hecho más discreto.

Él sonríe con satisfacción y yo me cohibido al darme cuenta que no debe quedar nadie más en el restaurant a excepción del personal de seguridad, a quienes tampoco veo por ningún lado en este preciso momento.

—¿Quieres que te lleve? seré el señor discreción.

—No André. No quiero que me lleves, vivo muy cerca y para que lo sepas, ya no me gusta que me arranquen la ropa.

Tapo mi propia boca con las manos al decir eso.

Él deja salir una risa ronca demasiado sexy ahora que ha visto que logro que hablara de más.

Necesito salir de aquí antes de que siga diciendo cosas que no quiero.

—No me molestaría conocer tus nuevos gustos — se acerca un poco más y queda a la altura de mi oído otra vez —. Sí quieres puedes quedarte con la ropa puesta.

—¡Quita esa idea de tu cabeza! — le gritó dando un paso atrás.

—¿Cuál idea? Solo estoy adecuandome a las tuyas — él recupera nuestra proximidad disparando mi respiración de cero a mil por hora —. Además que la idea de verte en tacones no me ha dejado tranquilo en ningún momento y yo se que tú también te has imaginado conmigo...

En un rápido movimiento me alejo un poco y tapo su boca con la mano para que no siga.

Tenemos público.

Los ojos del joven Javier van de André a mi y de vuelta.

No lo escuché cuando llegó y tampoco se que tanto pudo ver.

—Venía a despedirme señora.

—¡Que considerado! — André lo molesta al zafarse de mi agarre.

—No le hagas caso Javier.

—No lo hago, pero me gustaría hablar con usted a solas solo un minuto ¿Si se puede?

—Claro.

No necesito mirar a mis espalda para saber que actitud tiene André, y por la forma cautelosa en la que el joven Javier me mira, sé que él tambien.

Sigo al muchacho en silencio hacia la cocina, pero no logro deshacerme de la sensación de alerta en la que se encuentra mi cuerpo.

—¿Tiene algo que hacer esta noche?

—¡¿Que?!

Me detengo un minuto y lo analizo, este chico debe tener la edad de mi hermano o quizás menos. Es bastante alto, pero conmigo hasta un Minion lo sería. 

—La verdad es que sí — miento.

—Todos iremos a un bar que está cerca, solo unas cervezas y cada quien a su casa — definitivamente Javier es muy joven aún, casi puedo apostar que tiene la misma edad en la que conocí a André. Su rostro aún tiene mucho de niño. Ni siquiera puedo notar si ya tiene barba.

—¿Y quieren que yo vaya? — le pregunto con escepticismo.

— ¡Por supuesto! ¿Que dice? ¿Se anima a ir?

Lo sopeso menos de lo que debería, lo sé.

—Acepto. Pero solo una cerveza.

Su rostro pasa por distintas emociones en un segundo, de la incredulidad hasta la eufórica, me cuesta creer un poco lo feliz que se ve.

—¡Perfecto! —casi da un saltito y su sonrisa es adorable  —. Queda muy cerca, llegaremos caminando desde aquí.

— ¿Y estarán todos ahí?

— Sí. Y aunque usted no lo crea esto es cosa de franceses. Siempre que tenemos un mal día George nos anima a compartir fuera del trabajo, originalmente era una copa de vino. Pero casi todos preferimos la cerveza.

—Es una buena idea pero yo no soy parte de ustedes. Yo no trabajo en la cocina.

—No necesita estar cocinando para ser parte del equipo.

—¿Ah no?

Lo miro un segundo y no encuentro rastro de ironía en lo que dice.

—No.

—Gracias Javier.

Él solo sonríe y me acompaña hasta que ya tengo todo lo que necesito para irnos.

André no se ve por ninguna parte.

El frío del exterior me recuerda que no estoy vestida precisamente para una noche de noviembre en Santiago pero eso no es lo que eriza mi piel.

André tiene un pie sobre el tuvo de escape de su motocicleta y sus brazos cruzados a la altura de su pecho.

Se ha puesto una chaqueta de cuero que creo reconocer de un pasado dónde también me la pude haber puesto.

¿Alguna vez se me seco la boca con tan solo ver a otro ser humano?

Solo ese pensamiento basta para querer irme a casa y olvidarme de esta locura.

Dejo de mirarlo y me concentro en la vereda, venir con mis tacones más altos creo que no fue lo más acertado después de todo.

—¡¿A donde vas?! — grita en mi dirección, pero no me detengo —. Y ¿Por te vas con él?

Dejo que vea cómo entorno los ojos y me vuelvo a concentrar en el camino.

Si piensa hacer una escena no seré yo quien participe.

—Vamos al bar, estas invitado si quieres venir —Javier responde por mi sin detenerse tampoco.

Si André lo intimida, ha pasado totalmente desapercibido.

—Pensé que no te gustaban ese tipo de lugares Soledad —dice ignorando por completo al más joven de nosotros.

—Si me hubieras invitado alguna vez podrías decir eso. Pero no. Tu siempre ibas solo o mal acompañado.

—Nunca creí que te gustaría ir a un antro con olor a cerveza rancia y gente que canta desafinado. Tu no eras para ese tipo de lugar — se indigna —. No eres para un lugar así.

—Tampoco lo digas como si fuera un lugar de mala muerte — le reclama Javier que sin saber salvó de mi respuesta mordaz al ojiverde —. Tiene nivel Soledad. En serio.

— Tranquilo, he estado en lugares que no creerías y me he divertido. Esto no debe ser para tanto.

Al parecer mi intento por tranquilizarlo funciona. Ya que comienza a contarnos muy emocionado el cómo encontraron este lugar.

— Espero que al menos la cerveza sea buena — musita André sin querer participar de la conversación.

Me obligó ignorarlo una vez más e intentar seguir hablando con Javier y como este dijo, queda muy cerca del restaurante.

Y no es para nada un lugar en decadencia.

Es lindo.

Un pub no muy grande con un estilo rústico. Tiene luces colgantes fuera y es de dos plantas. Se parece mucho a los bares que había en Viña del mar. Ojalá no llueva y podamos estar al aire libre.

Bastante encerrada he estado todo el día.

André se adelanta y abre la puerta para mi y a medida que avanzamos en el bar, él no se aleja ni un centímetro de mi espalda, nos sentamos en la mesa donde ya está el resto del equipo.

Que para mí mala suerte está en la planta baja.

—¡Pero miren nada más! — nos da la bienvenida el segundo más joven del equipo, Thomas abraza a su amigo Javier y pide tres cervezas rápidamente para nosotros —. ¡Vamos pagando la apuesta que con eso pagaré mis cervezas!

—¡Esto no es justo! es obvio que vendría André si venía Solé — le reclama Karina con una sonrisa enorme. Ella al hacer contacto visual conmigo me cierra el ojo con complicidad —. Ellos se conocen.

—¡Claro que si lo es! fue tu idea apostar doble, no podías solo apostar a que Soledad viniera — le responde un Thomas que ya debe tener un par de cervezas encima.

—En dos años no ha aceptado ni una vez, era obvio que tuvieramos dudas y valía la pena aumentar la apuesta — remata el chef Luis apoyando a una Karina muy alegre.

La cara de Camille es de fastidio absoluto cuando ve que André corre mi silla para que me pueda sentar e ignora lo que los demás hablan.

—¡Eres un estafador Thomas! — le grita Karina cuando deposita un par de billetes en la gorra que ya ha recorrido a todos excepto al guapo cocinero de ojos hipnoticos a mi lado y obviamente a mi.

—¿No apostaste? — le pregunto al ojiverde que en vez de mirar al resto a decidido que mi rostro es más interesante.

—Yo no juego.

—Tienes todo el aspecto de alguien que sí — le digo cuando doy el primer sorbo a mi cerveza oscura.

—Por ti podría hacer una excepción.

—¿Sobre qué quieres apostar?

Mete su mano en su bolsillo y saca su billetera, toma cinco billetes de veinte mil y los pone sobre la mesa.

—Sobre ti.

—¿Sobre mi?

Miro disimuladamente por sobre su hombro y descubro a Camille muy interesada en nuestra conversación hasta que se ve sorprendida y retoma su conversación con George.

—Sí.

—¿Que apostaras?

—Te enamoraras de mí otra vez.

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