IX
Todo era ocurrente.
El trasnochar mientras me dejaba llevar por el sueño y te escribía cosas de las que mañana me arrepentiría.
Las veces en dónde estábamos, incluso, en el mismo lugar, y me mandabas un mensaje para variar.
El imperturbable control que tenías sobre tí cuando estabas detrás de un chat, desvaneciéndose por completo cuando las charlas en esa oportunidad, eran en persona.
Siempre buscaste tiempo, en eso no mentiste, aunque quizá las aspiraciones de cada uno trazaron distintos caminos.
Te gustaba hablar conmigo, me lo recordabas frecuentemente, también te gustaba lo «inusual» de mis detalles.
A ambos nos agrado conocernos, compartir intereses, tiempo, así fuera del escaso.
Nuestra conexión me transmitía comodidad, nadie antes me había brindado algo similar.
Las indirectas, esas sí qué eran una gracia.
Jamás insistí en averiguar que frases enviadas por ti me pertenecían, pero yo aún recuerdo las que sólo tenían sentido, si se trataban de tí.
Mi esfuerzo en mantener una conversación interesante, tu esmero en saber siempre como contestar cualquiera de mis preguntas.
Es cómico como los dos competíamos en el clásico "quien impresiona más".
Tus imágenes como excusa para iniciar una nueva plática.
Tu oculto interés en tomar en cuenta todas y cada una de mis opiniones.
A mí me apasionaba como compartías tus gustos conmigo, como nos unían tantas cosas, como despertamos ilusión el uno en el otro.
Fue algo tan simple, que cuando todo desapareció, ambos, estuvimos destinados al fascinante desinterés.
Pero no lo olvidaré, me hiciste un hueco en tu mundo, en el tuyo siendo tan particular, complejo y desastroso.
Involuntariamente, me diste un puesto distinguido del resto, así mismo, como lo expresaste indirectamente aquella vez.
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