II
No puedo concretar un cálculo exacto de cuántas fueron las veces que me propuse hacerlo.
Lo postergué como no tienes idea.
Mi consciencia me repetía que no lo merecías.
En ese momento, la necesidad no se comparaba, ni en lo más mínimo, al dominio del orgullo sobre mí.
Así que cuando la idea volvía, mi ego se encargaba de desecharla y calificarla como la más pésima.
Por un tiempo me lo creí.
¿Debía yo dedicarle tiempo y atención a una mala experiencia como esta?
¿En donde estaba mi sentido común?
Era ilógico probar de ese modo.
¿No podía haber uno más sano?
¿Uno que no implicará tanto trabajo emocional?
Y ahí, justo ahí, recurrí a cuestionarme.
Consideraba estar siempre en lo correcto, además, sólo velaba por mi propio bien.
Y sí, me estaba engañando de una forma muy mediocre.
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