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Casandra, un relato slasher

Media hora después de que cumpliera años, Axel se dio cuenta de que Casandra tardaba demasiado. Bueno, no es que se hubiera dado cuenta en ese preciso instante, más bien había sentido de forma gradual que algo le rasgaba por dentro: mientras se maquillaba en el baño y miraba de reojo el reloj del pasillo; cuando se ataba los cordones de los zapatos en el sillón y veía delante el enorme reloj de cuco del comedor, entre otras peripecias con su traje de payaso que solo los de verdad podían entender. «Casandra se está entreteniendo demasiado», le murmuraban las entrañas con cada movimiento de la aguja.

Tampoco es que estuviera preocupado del todo. Quizá una persona que no conociera a Casandra como Axel, lo estaría. De hecho, al principio de su relación él lo estaba eternamente. Pero Casandra siempre había respondido a sus réplicas con:

—Axel, soy un signo de aire. Necesito estos momentos de paz. —Él acababa mordiéndose el labio como si fuera a romperlo, hasta que ella volvía a añadir de manera condescendiente: —¿Lo ves? Tú eres fuego, no lo entiendes. —Y luego se marchaba sin ni siquiera dirigirle una mirada de cariño, de esas que le daban una seguridad inquebrantable antes de hacer el amor.

A veces, después de que se fuera, lo peor que hacía Axel era ver las noticias de última hora. Pero hoy, con los nervios extrañamente a flor de piel, no iba a hacer aquello. Además, tenía en cuenta que Casandra se tomaba las cosas con calma... incluso en su cumpleaños. El resto del gremio quizá ya se habría hinchado a patatas fritas en el restaurante de comida rápida que su novia consiguió con siete meses de antelación, y estarían discutiendo los nuevos trucos de magia de Mister Mendigo sin preocuparse ni un ápice por ninguno de los dos. Total, ¡pagaba Casandra (y por ende, pagaba Pippo, el tristón)!

—Son unos aprovechados —susurró en busca del teléfono móvil, medio sonriendo, medio frunciendo el ceño. Eso era lo único que podía hacer para calmar su intuición, a riesgo de molestarla.

Sin embargo, en cuanto dio dos pasos torpes hacia la habitación del fondo, la puerta de entrada se abrió y dejó pasar la elegante figura de Casandra sin ningún rasguño visible. La gabardina, al menos, seguía tan blanca e impoluta como siempre.

—¡Bienvenida! —soltó Axel con sarcasmo, cubierto por la tenue oscuridad del pasillo—¿Se puede saber dónde te habías metido? Vamos a llegar tarde, signo de aire.

Entonces, Casandra podría haberle respondido la tontería imperecedera de que los Sagitario y los Libra estaban favorecidos por los astros, ¡pero que la realidad era muy diferente! Que su ascendente era Acuario (justo en la cúspide de Piscis, no debía olvidar Axel) y que la libertad era lo esencial para ese tipo de signos. ¡Que dejara de presionarla de una buena vez con sus inseguridades! ¡Que siempre volvería sana y salva porque, además, su carta del tarot era la estrella! ¡Que él no era el centro de su universo, a pesar de que lo quería mucho!

Pero no lo hizo.

Casandra no dijo ni una sola palabra, ni tampoco hizo ademán de querer pasar por su lado como una estrella de telenovela. En realidad, seguía inmóvil frente a la entrada, observando el comedor como si buscara algún fallo que hubiera cometido en su ausencia.

Aquello lo intranquilizó aún más.

—Lo siento —continuó—. Hoy es un día especial, Cas: es mi cumpleaños. ¿No podrías haber dejado el paseo nocturno para mañana? Estoy seguro de que los del gremio se están poniendo hasta el culo con nuestro dinero... —agregó, casi tímido y con el sudor corriéndole el maquillaje de la nariz. Casandra no lo miraba y cada vez notaba más cosas raras en ella: ¿su barbilla siempre había sido tan puntiaguda? ¿Y no había crecido un par de pulgadas? Aunque llevaba tacones de aguja...

En un impulso, Axel la llamó por su nombre sin acercársele. Así morían los adolescentes en las películas de terror y eso estaba empezando a parecerse mucho al inicio de una mala y truculenta.

—¡Cas! —le chilló, adoptando la mueca triste y nerviosa de su disfraz. Y Casandra dio al fin señales de vida raspando a propósito el parqué del suelo con las cuñas, quedando cara a cara con una pareja que, desde luego, no pudo hacer otra cosa que permanecer perplejo. ¡Maldita sea su intuición!

No, si aquella era Casandra había estado muy distraído los últimos doce meses. Porque no tenía sus mejillas redondeadas, sus ojos pequeños y su nariz de cerdito. Demonios, ¡si hasta tenía el pelo descolocado y los labios pintados de carmín! Allí solo había una desconocida que le veía impaciente, como aguardando...

—Mi madre siempre dice que las chicas que esperan a que un hombre las invite son tontas —dijo, de pronto, la desconocida, estrechando el bolso de la verdadera Casandra—. Por eso me gusta ser directa. ¿A ti te gustan las chicas directas?

Axel retrocedió por primera vez, mirándola rebuscar con ímpetu entre los amuletos de la suerte que sabía que su novia traía consigo.

—¿O eres de los que prefiere a las bobas que creen que la noche es segura? —acabó por aclarar la mujer, sacando del bolso un cuchillo ensangrentado que Axel ya había visto venir— No te culpo —prosiguió—, ¡suelen triunfar entre los hombres! —Y luego se echó a reír como una Baby Firefly1 de pacotilla. Para Axel aquella fue la señal que lo hizo salir corriendo hacia la habitación del fondo.

—¡Espera! —la oyó gritar, demasiado cerca de su espalda— Mi madre dice que los hombres que no escuchan a las mujeres acaban con los huevos azules. ¡Espera!

No obstante, Axel consiguió cerrarle la puerta en las narices y utilizar su cuerpo para atrancarla. La cómoda estaba muy lejos y su mente era un cúmulo de: «¿Qué hago ahora? ¿¡Qué coño hago ahora!?», mientras sentía a la loca aporrear la madera con el filo. Ni siquiera tenía localizado el dichoso teléfono móvil. ¿En realidad lo había dejado en aquel cuarto? «Solo un minuto. Solo necesito un minuto para...».

—¡Pararapapá! —interrumpió cantando la falsa Casandra, dejando de rasgar la puerta— ¡Aquí llega la sorpresa final, estimado público! Espero que os guste.

A pesar de que la última frase había salido con una voz totalmente carrasposa y discordante al tipo de mujer esbelta que intentaba acuchillarlo, el destino no le dio a Axel el minuto que necesitaba para reparar en ello. En cambio, sí le ofreció a la asesina la fuerza inverosímil con la que consiguió atravesar la madera y apuñalarlo en el hombro. Axel chilló de pura sorpresa y se desgarró la carne lesionada en un intento por escapar, de sacarse el arma de encima. Sin embargo, la Casandra que no era Casandra le correspondió de nuevo con rapidez, retirando el cuchillo junto a un sonido deslizante que lo perturbó. Después, el chico cayó de costado como herido de bala. Quiso frenar que la loca entrara a cualquier precio, presionando uno de los tobillos contra la puerta arañada. Pero esta, aun poseída por aquella fuerza maquiavélica, se lo rompió al empujar hacia dentro. Axel soltó otro gemido impropio de un ser humano y se quedó tendido en el suelo, ahora más cerca de la cómoda de lo que había estado antes, y mirando la figura delgaducha de la falsa Casandra.

Había cambiado mucho desde que la había visto por primera vez: apenas tenía ya algo que ver con su novia bajita y regordeta; la gabardina le quedaba pequeña. Empero, seguía siendo pelirroja y alegre... Su tipo. ¡Menuda gracia!

De forma inconsciente —y con el sudor frío acabando con todo el maquillaje—, Axel ensanchó la boca en una mueca desagradable que acabó pegando a la lunática.

—Ya veo. Eres de esos —dijo entonces, decepcionada.

«¿De esos?», pensó Axel, sintiendo su estómago retorcerse cuando una gota de sangre comenzó a resbalar del pelo rojo de Casandra. No, de debajo de la frente de la que no era Casandra. La piel se le levantaba como si hubiera estado pegada ahí con tiritas. «¡Joder, joder! ¡Me cago en...!».

—Mi madre ya me lo advirtió —continuó esta, impasible ante los hechos—. Lo de que hay de todo en este mundo. Pero tranquilo. Yo no juzgo nunca. De hecho, me encanta que sea así.

A Axel casi le pareció que la desconocida le lanzaba un guiño amoroso. No obstante, lo que en verdad le lanzó fue la pierna encima del hombro y, luego, lo penetró con el tacón de aguja dónde antes había estado el cuchillo. Mientras aullaba de dolor, envolviendo sus manos enguantadas alrededor de los tobillos femeninos, ella aprovechó la ocasión para quitarse al fin la peluca con carne que había pertenecido a la verdadera Casandra. Axel se dio cuenta por el rabillo del ojo de que, en realidad, se trataba de un hombre con el cabello corto, oscuro y ensangrentado de su novia.

—Yo puedo ser todo lo que tú quieras —dijo él, todavía con voz aterciopelada—. Incluso puedes llamarme Casandra, si te place.

—¡Lo que me place es darte una buena ostia, desgraciado! —respondió Axel, entre dientes. Pero en cuanto el muchacho torció la cuña dentro del corte se esfumaron sus bravatas. Estaba bien jodido.

—¿Siempre hablas tan mal a las damas? Mi madre, que es una gran señora de los mundos, te daría una puta lección si te escuchara hablarle así. Tienes suerte de que yo sea alguien que prefiere matar con una sonrisa.

De pronto, la falsa Casandra hizo aparecer en el único bolsillo de la gabardina una bayoneta sin fusil. La sacó con la mano derecha y le apuntó la nariz de payaso que tenía a medio borrar.

—¿No son así mejores las muertes de una puñalada en la cara? —concluyó la arpía, haciendo alarde de su dentadura perfecta.

El muchacho se quedó hipnotizado por el arma oscura y de apariencia infinita. Era capaz de oler a la muerte en su filo, o peor, a su napia reventada por la punta... como si se la hubiese untado alrededor. Sin embargo, Axel aprovechó ese último impulso de terror para sacar el tacón del criminal de sí mismo y tirarlo al vacío de la habitación. El sonido de la cabeza de este chocando contra el suelo le persiguió mientras se remolcaba por el pasillo hacia alguna escapatoria. Su tobillo destrozado iba en pos de él.

«¡Socorro, socorro!», le martilleaba el corazón con cada arañazo que dejaba en el piso. No obstante, en vez de traer ayuda, el destino le hizo escuchar demasiado pronto la aguda risa de Casandra y el cloc-cluc de los tacones corriendo hacia él. Axel ni siquiera tuvo tiempo de chillar «¡No!» cuando ella se le subió a la espalda cuál araña bananera y le agrandó la herida con la fría bayoneta. Vio tarde el cuchillo que Casandra había llevado al principio despreciado a un lado del pasillo. ¡Estaba seguro de que si lo hubiese cogido, entonces...! Pero ya era tarde.

La falsa mujer sacó el arma de su agujero, tan sonriente que parecía inhumana, y le apuntó al cráneo sin decir una palabra. El eco de la puñalada (que sonó como un disparo, en realidad) manchó el suelo de sangre cerebral y le resquebrajó la cabeza... Aunque, para su asombro, no a él.

Axel levantó la vista nublada al frente y se encontró cara a cara con su vecina de setenta y ocho años, armada con una clásica escopeta de pueblo que echaba humo tras la descarga. Señora Ignacia, la llamaban.

Después, el cuerpo del asesino cayó desplomado y el payaso se sintió, al fin, libre de su peso envolvente. «Muerto... La vieja lo ha matado...», le advirtió una mente incrédula. Ninguno de los del gremio se iba a creer semejante historia.

—¿Estás bien, hijo? —dijo la señora Ignacia, bajando su propia arma. Sin embargo, Axel solo pudo contestar vomitando en el suelo y luego echándose a reír. No, nadie iba a creerse esta historia. En especial cuando ambos volvieron a oír la risilla antagónica de Casandra arrastrándose hasta el baño. Y posteriormente la cadena.


1. Baby Firefly, es un personaje de la película La casa de los 1000 cadáveres de Rob Zombie, interpretada por Sheri Moon-Zombie.

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