Prólogo.
Siempre mi madre decía que las desgracias nunca venían solas. Ahora comprendo a qué se refería. Y me maldigo una y otra vez por nunca haberla escuchado.
—¿Los ratones te comieron la lengua, querido Drey?
Puedo sentir como un hormigueo empieza a recorrerme a lo largo de la espalda y subir hasta mi cuello; donde los vellos de mi nuca se erizan. Trago saliva, tratando de hacer pasar el nudo de miedo y frustración que siento en mi seca garganta. No importaba cuántas señales le enviara a mi cuerpo, no conseguía tranquilizarme del todo.
—¿Sabes? Es de mala educación no responder cuando se te hace una pregunta.
Tenso la mandíbula con fuerza al sentir algo frío y de metal presionar una de mis sienes. Unos ojos negros como la mismísima tinta, donde el iris se entrelazaba con la pupila en una misma y escalofriante tonalidad, conectan con los míos; dejándome una extraña sensación en la boca del estómago.
—¿Me odias, Drey?
Tenso con mucha más fuerza mi mandíbula, hasta sentir un ligero dolor en las sienes, cuando una de sus manos empieza a recorrer mi rostro. Sus dedos exploraban mi mejilla para bajar hasta mi barbilla. Y todo, sin borrar esa maldita sonrisa de su rostro. Los músculos de mis brazos protestan en mi arrebato por rehuir de su tacto, algo imposible teniendo en cuenta que mis manos están contra mi espalda, inmovilizadas por unas gruesas cuerdas. Unas que se han encargado de ir arrancando poco a poco la piel de mis muñecas y mandando descargas de dolor por todo mi brazo.
—Maldita sea... —jadeo. Sudor frío empieza a bajar por mi espalda, al sentir no sólo dolor en mis muñecas, sino casi que en todo mi cuerpo.
—Entre más te muevas, peor será para ti querido Drey.
De inmediato levanto la mirada, al escuchar la risa contenida en su tono de voz, y que la sonrisa —llena de fría diversión— formada en aquel bello y malvado rostro me confirma; que ella estaba disfrutando mucho el verme de aquella manera.
—¿Ya debes de haberte dado cuenta, verdad? —ríe entre dientes, sin apartar esa escalofriante mirada llena de arrogancia de la mía; donde el odio danzaba entre mis iris verdes azulados—. No podrás escapar de mí, por más que lo intentes Drey. No importa cuánto trates, simplemente no eres rival para alguien como yo. Y el que me mires de esa manera no hace sino de este juego más divertido.
Eso es lo que yo era. Eso es lo que somos todos para ella. Un maldito juego en el que sólo ella parecía divertirse. Pienso cada vez más enojado y con gran impotencia, mientras notaba como mi vista empezó a nublarse, lágrimas de furia empezaban a empañar mi campo de visión. Pero no me permito dejar caer ni una sola. Eso es lo último que me faltaría. Así que simplemente me aferro a mi orgullo, que, aunque esté en esta situación; una de la cual me reíria si hubiera algo de verdad divertido de lo que reír, no puedo dejarme ganar. Ya es suficiente malo estar inmóvil contra una silla, incapaz de poder sacudir o mover los dedos de mis entumecidas manos.
—Realmente eres un hombre muy interesante, Drey Kirchner.
Mi entrecejo no tarda en fruncirce al no conseguir interpretar su tono de voz, y el no poder ver alguna expresión en esos escalofriantes ojos, no ayuda en lo absoluto. Me regala una última e intensa mirada antes de darme la espalda. Sin apartar la mirada de ella, la observo dirigirse en dirección donde están mi madre y mi hermana. Me preparo para levantarme, aunque esté amarrado contra una silla, si se atreve a tocar alguna de ellas, pero al parecer su objetivo era otro. Sin suavizar la tensión de mi rostro la observo sentarse con toda despreocupación y tranquilidad en una silla que está en medio de nuestra sala, como a un metro y medio de donde estoy yo. Apoya del todo la espalda contra el respaldo de madera, cruza los brazos y las piernas, apoyando el talón en el muslo. Y todo, sin guardar la pistola plateada que está fuertemente aferrada entre sus dedos, así como sin apartar esa fría mirada de mi persona. Me remuevo un poco incómodo al ser el blanco de observación de esos malditos ojos. Eran inquietantes. Nunca en mi vida había conocido a una persona como ella, nadie debería de tener una mirada así de intensa y una presencia tan intimidante. No sabría explicarlo, pero había algo en ella que te hacía ponerte los pelos de punta.
«—¿Quién eres?»
Sólo el recordar aquel destello en su mirada y la sonrisa que le siguió a su respuesta me vuelve a provocar escalofríos.
«—Dakota Anderson. Conocida en el infierno como Atheris, dueña y señora de todas estas calles.»
—Señora... —la voz de uno de los subordinados de aquella chica me saca de mis pensamientos—. Están a punto de despertar.
Pongo de inmediato la mirada en mi madre y hermana. Ambas están en mi misma situación; inmovilizadas con unas gruesas cuerdas que no tengo ni la más remota idea de dónde sacaron. La única diferencia, además de estar inconscientes, es que están sobre uno de los sillones viejos color verde que forman parte de la limitada decoración de la sala. Y aunque ninguna tiene algún golpe o herida, me hierve la sangre de verlas así en ese estado.
—¿Qué piensa hacer, señora?
Aparto mi mirada del rostro sereno de mi hermana y madre, para volver a toparme con aquellos iris tan negros como la mismísima tinta, que no han dejado de observarme.
Así deben de ser los ojos del mismísimo diablo.
—¿Hacer? —pregunta mientras les da una indiferente mirada por encima del hombro a mi madre y a mi hermana, para volver a poner su mirada en mi persona. Una sonrisa de medio lado se forma en sus labios—. Nada. No pienso hacer absolutamente nada.
Todos los presentes fruncimos el ceño, confundidos por sus palabras. Ríe entre dientes, se levanta con aquella pistola plateada todavía enrollada entre sus dedos y camina por la pequeña sala. La suela de sus sucias botas militares hacen un pequeño y seco eco con cada paso que da. Se detiene cerca de la gran mancha de sangre que dejó el cadáver de David Kirchner.
—¿Sabes Drey? —su voz vuelve a romper el tenso silencio, pongo mi atención en ella, pero sigue viendo el piso lleno de sangre—. Tenía pensado torturarte hasta que me dieras las claves del SS-DK software, y no me interesaba que fueses hijo de Sheena y Thomas.
Se encoge de hombros, mirando de soslayo al aludido, quien sigue al lado de mi madre y hermana; vigilándolas. Ni siquiera se inmuta ante lo que acaba de decir Dakota, sus ojos verdes azulados mantienen la misma frialdad y seriedad desde la primera vez que los vi.
—Pero bueno —la escucho hacer una pequeña pausa. Vuelvo a poner mi mirada en ella, sonríe y camina en mi dirección—. He decidido hacer un ligero cambio de planes, tanto por el gran beneficio que obtengo como el hecho de que eres hijo de uno de mis hombres más leales. Y si a eso le sumamos la deuda de tu madre conmigo.
Me estremezco cuando el frío metal del arma vuelve hacer contacto con mi piel. De reojo observo el cañón presionar con fuerza mi mejilla, el cual empieza a bajar hasta rozar mi mentón y colocarse debajo de él; donde hace presión hacia arriba, haciendo que alce mi rostro quedando a centímetros del suyo. De inmediato llega aquel sutil aroma a menta, tabaco y un pequeño toque dulce, parecido al olor de la vainilla.
—Me gustas, Drey Kirchner —susurra con una sonrisa de lo más maliciosa formada en su rostro, sin apartar el arma de mi mentón. Tenso con fuerza la mandíbula cuando en un movimiento rápido se sube a horcajadas sobre mí. Latigazos de dolor empiezan a subirme desde la punta de mis dedos hasta mi hombro, donde me sacudo esperando tomar distancia de ella.
—Quítate —siseo entre dientes, con el pulso completamente acelerado. Mi corazón, víctima de mi misma ira, latia con furiosa y dolorosa fuerza.
—No quiero —sonríe con diversión al ver mis inútiles intentos de distanciarme.
—¡Que te quites! —gruño cada vez más enojado. Abro los ojos como platos, pero casi al instante los cierro con fuerza al sentir un punzante dolor en el cuello—. ¡¿Qué carajos hiciste?! ¡Maldita sea!
—Tal vez así te quedas quieto.
Gruño con fuerza. Mi cuello empieza a palpitar, sobre todo la zona donde tuvo el descaro de morderme.
¡Esta maldita loca me mordió, como si yo fuera un maldito trozo de hamburguesa!
—¡¿Qué mierdas quieres?! —grito harto de ese maldito juego.
Aquella sonrisa de fría arrogancia lentamente se borra, sus ojos se oscurecen mucho más —como si eso fuese posible— dándole un aspecto más sombrío e intimidante. Inevitablemente un escalofrío recorre mi cuerpo al sentir la tensión crecer alrededor de nosotros. Frunzo el entrecejo y me muerdo la lengua con fuerza para no soltar algún vergonzoso sonido que me vaya a poner en una situación todavía más incómoda. Dakota se mueve sobre mi regazo y se acerca, mientras hace un poco más de presión con la pistola bajo mi mentón. Ambos estamos tan cerca que soy capaz de sentir su respiración rozar mis labios, de observar esos ojos negros y tratar de buscar el mínimo de humanidad en ellos.
—¿Qué es lo que quiero, preguntas? —masculla en un ronco susurro que eriza los vellos de mi nuca—. Eso es algo que tú mismo puedes responder.
Frunzo el ceño y la observo como si de pronto se hubiese vuelto loca, tal vez lo está, porque me queda más que claro que ella no tiene ni un pelo de normal.
—¿De qué mierdas estás hablando?
Le pregunto, incapaz de mover la mirada. Soy consciente de la postura comprometora en la que estamos, así como que dos de sus subordinados nos deben de estar viendo como al mejor de los entretenimientos.
—¿Qué serías capaz de hacer por tu madre y hermana?
¿Hacer? Mi ceño se frunce con mucha más fuerza. Ambos nos observamos por largos segundos en silencio, con aquella tensión aumentando a nuetro alrededor. Su aroma llega con más fuerza al tenerla prácticamente encima de mí, y aunque odie decirlo; huele tan malditamente bien.
—¿Qué? —pregunto al cabo de un buen rato. Una sonrisa trata de abrirse paso en la comisura de sus labios, pero mantiene una expresión imposible de leer.
—¿Qué serías capaz de hacer por tu madre y hermana? —repite la pregunta, pero de igual manera dejándome confuso.
¿Está diciéndome que si no hago algo, mi familia estará en peligro? ¿Eso es lo que está tratando de decirme? Pero la pregunta es: ¿Qué es ése “algo”?
—¿Qué es lo que quieres de mí? —entrecierro los ojos con sospecha.
Al final no consigue retener mucho más la sonrisa. Una llena de tanta malicia como una persona de ese índole es capaz de poseer se forma en sus labios, y si a eso le sumamos el brillo de aquellos ojos negros, es suficiente mal agüero como para darme escalofríos.
—Ya te lo dije... —responde sin cambiar su expresión—. Eso es algo que tú mismo puedes responder.
—¡¿Puedes dejar de jugar con mi maldita mente?! —gruño cada vez más enojado—. Dime de una maldita vez, ¡qué es lo que quieres de mí!
—¡A ti!
De inmediato mi cuerpo se sacude por el fuerte estremecimiento que recorre cada centímetro de mi ser. Un frío abrasador empieza a crecer dentro de mí, y de pronto como si mis sentidos se aguadizaran, a mis oídos empieza a llegar la frecuencia acelerada y frenética de mi corazón.
—¿Q-Qué? —balbuceo sin poderlo evitar.
No puedo creer lo que he escuchado, no definitivamente es un sueño. Nada de esto está pasando, no puede ser cierto.
¡No puede ser cierto, maldita sea!
—Oh mi querido e inocente Drey... —murmura mientras niega y se levanta de mi regazo, quitando la presión de su pistola contra mi mentón. Parpadeo sin poder salir de mi ensoñación, aquella sonrisa sigue presente en su rostro.
—Q-Qué es lo que... —susurro mientras de pronto una furia incontrolable nubla los otros pensamientos incoherentes que danzan en mi mente, opacando el sin fin de preguntas—. ¡¿Qué demonios quieres?! ¿Por qué no nos dejas en paz? ¿¡Qué es lo que quieres, maldita sea!?
Ella ni siquiera se inmuta por mis gritos. Su sonrisa sigue formada en sus labios, burlándose descaradamente de mí, jactándose de haber conseguido sacarme de mis casillas. Mis dientes rechinan al tensar con demasiada fuerza la mandíbula, bajo la mirada a mis muslos, completamente rendido. Cierro los ojos con fuerza al ver como mi vista empezó a nublarse por las lágrimas de ira e impotencia que mi cuerpo trataba dejar salir. Un grueso nudo empezó a formarse en mi garganta, añadiéndole más dificultad el controlar mis emociones. Deseaba gritar, gruñir, maldecir y golpear cualquier cosa; hasta dejar de sentir mis nudillos. Así de grande era mi frustración. Sin embargo, no pasé tantos años bajo el mismo techo que la escoria de David Kirchner como para dejarme perder completamente el control. Nunca le daré ese gusto, ni a ella ni a nadie. Así que, tomando pequeñas y entrecortadas respiraciones, consciente de aquella intensa mirada fija en mi persona, mis pulmones finalmente obtienen el oxígeno que tanto me estaban exigiendo. Me tomo mi tiempo, esperando volver a tener completo control sobre mí mismo. Algo que consigo al cabo de un buen rato.
Finalmente levanto la mirada, topandome de inmediato con esos diabólicos ojos. Ya no sonríe.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Dakota Anderson?
Demasiado tarde supe el peso de aquellas simples palabras.
—Cásate conmigo.
Y para mi desgracia, aquello no era una pregunta, era una orden.
Fue a partir de aquí donde todo empezó. Fue a partir de aquellas palabras que mi vida empezó a cambiar completa y radicalmente. Y fue aquella chica, la única culpable de todo. De absolutamente todo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro