Extra#3 Dakota"Atheris"Anderson.
DAKOTA.
—Señora, el señor Tsukasa está aquí.
Frunzo el ceño, de inmediato levanto la mirada del rostro dormido de mi hija y observo extrañada—por no decir—sorprendida aquellos escalofriantes ojos grises.
—Mi hermosa y peligrosa Jigoku no joō.
Mis ojos se apartan del rostro serio de Kenya y clavo mi mirada en unos ojos negros ligeramente rasgados que pertenecen a uno de los más importantes en el mundo de la mafia.
—Shinobu, qué sorpresa verte aquí.—trato de no demostrar lo mucho que me sorprende verlo aquí, pero aquellos ojos negros brillan divertidos y sé que se ha percatado de mis intentos por mantener una expresión neutral.
—Es que me enteré que volviste del mundo de los muertos, y sólo quise pasar a saludar.—comenta mientras esconde las manos en los bolsillos del caro pantalón negro que lo hace ver atractivo e intimidante. Frunzo el ceño ligeramente. ¿Realmente cree o piensa que voy a creerme que vino desde Japón por eso? Sé que me he apartado de ése mundo, pero las malas mañas nunca se pierden.
—¿Mami?—la voz infantil de mi hijo hace que aparte la mirada de Shinobu, y la clave en sus hermosos ojos.
—¿Sí cariño?—pregunto ignorando el hecho de que uno de los hombres más buscados, que además es el líder de la yakuza más temida en el mundo, está en mi casa, frente a mis hijos.
—Qu'ero jugo.—responde mi hijo sin apartar sus enormes ojos verde-azulados de mis falsos ojos azules.
Odio utilizar esas malditas lentillas pero ya que cada vez socios o “amistades” de Drey vienen de visita no puedo permitir que me vean con mis verdaderos ojos. No me quiero imaginar el enorme problema que sería.
—¡Kenya!—llamo a mi mano derecha, que a pesar que estoy “retirada” sigue trabajando para mí.
En el momento que entra le pido que acompañe a Shinobu a mi despacho, que aunque no lo he estrenado o sería mejor decir; no lo he utilizado para fines de negocios, sigue siendo mío. El líder de los Yamagushi—gumi me regala una mirada divertida antes de seguir a Kenya a la segunda planta.
Sosteniendo a mi dormida hija de un año entre un brazo, tomo con mi otra mano la pequeña mano de Wyatt y empiezo a caminar hasta el comedor. Llamo a una de las sirvientas para que le traigan jugo a mi hijo, Wyatt tiene una ligera obsesión por el jugo de manzana. No le gusta la leche, ni siquiera las que traen sabores. Él no cambia su jugo de manzana. Ordeno también que le traigan sus galletas preferidas, siento a mi hijo en su silla que forma parte del comedor y lo observo por unos segundos disfrutar de su merienda.
—¿Ari pue'e jugar?—pregunta con la boca llena de galletas. Frunzo ligeramente el ceño, acomodo a mi hija entre mis brazos.
—No cariño, Ariadna tiene que tomar su siesta. Si no se pone de mal humor.—respondo mientras limpio algunas migajas de sus mejillas. Un ceño ligeramente fruncido aparece en el rostro de mi hijo, al final se encoge de hombros y sigue disfrutando de su jugo y de sus galletas. A veces me toma por sorpresa el gran parecido que tiene con Drey, salvo por el cabello negro, definitivamente ambos son como dos gotas de agua.
Suspiro, giro sobre mis talones y salgo del comedor encontrándome con Kenya bajando las largas escaleras de mármol negro.
—¿Todo bien?
Ella asiente manteniendo una expresión seria, no tengo que ser una genia para saber que ella también está sorprendida e incluso cautelosa del porqué Shinobu está aquí.
—Si quieres me encargo de acostar a Ariadna en su cuna.—dice mientras clava su mirada en el rostro tranquilo de mi hija. Asiento agradecida, ella sabe que tengo negocios que hacer, y aunque le prometí a Drey mantenerme lejos de ése mundo mientras mis hijos necesitan más que nunca de mí, no puedo ignorar el hecho de que el líder de los Yamagushi—gumi ha venido. ¿A qué? No sé. Pero pienso averiguarlo muy pronto.
—Definitivamente la muerte te sienta. Quién iba a pensar que la mafiosa más temida y buscada, ahora es esposa de un magnate informático, y con dos Shison.—dice mientras le da una larga calada a su puro. A mis fosas nasales llega el olor demasiado fuerte del tabaco, observo la nube de himo salir de sus fosas nasales. —Siempre he dicho que eres una mujer muy interesante, y sigo pensando lo mismo.
Levanto una ceja en su dirección, paso una mano por mi ahora corto cabello rubio, las ganas de fumarme un cigarrillo me atormenta un poco pero como tengo buen control sobre mí misma consigo controlar ése deseo. Esas ansias de sentir la nicotina o la marihuana ingresando a mi cuerpo.
—¿No lo extrañas?—su voz me saca de mis pensamientos. Frunzo mi ceño, cruzo los brazos a la altura de mi pecho, arrecostandome del todo al respaldo de mi silla de cuero.
—¿Qué cosa?
Shinobu no aparta sus intimidantes ojos negros de mi rostro, una sonrisa ladeada se forma en su atractivo rostro. Suelta una larga exhalación.
—Ser la Reina del Infierno.—responde al cabo de un largo silencio. Mi ceño se frunce mucho más. —No me malinterpretes. Sabes que para mí la familia es lo mas importante que hay, pero tú como yo sabemos que no importa cuánto tratemos. Nunca seremos capaces de desprendernos de nuestro mundo.
Observo en silencio aquel hombre en frente de mí. Ninguna expresión pasa por mi rostro. Las ganas de tomar unos cuantos tragos de whisky me hace agua la boca pero también controlo esas ansias.
—Si lo que me estas tratando de decir es; ¿si extraño asesinar a personas? Mi respuesta es, no.—respondo tras una larga batalla de miradas. Suspiro y vuelvo a pasar una mano por mi corto cabello. —Aunque no niego que vivir en éste mundo, el “mundo de los buenos”, es aveces tan agobiante que extraño en algunos momentos la sensación de adrenalina recorriendo mi cuerpo cuando sostenía un arma entre mis dedos. Burlarme descaradamente de las autoridades.
»La sensación de poder que sentía cuando todos caminaban al son de mis órdenes. Ahora tengo que sonreír como si todo fuese perfecto, codearme con la misma frialdad e hipocresía de la alta sociedad. Una que frente al mundo y los civiles tratan de dar una imagen “honesta”, “limpia”. Cuando tú como yo sabemos que son peor que nosotros. Por lo menos nosotros no aparentamos algo que no somos. El diablo tiene muchas caras y nombres, pero no deja de ser un monstruo, amante del sufrimiento.«
Shinobu asiente, manteniendo la sonrisa ladeada en su rostro. Baja la mirada al puro que sostiene entre sus manos, y yo no aparto mi mirada de él. Muerdo ligeramente mi labio inferior pensativa.
¿Cuánto más piensa darle vuelta al asunto?
—¿Te acuerdas de los hermanos Banihammad?—pregunta mientras pone su mirada nuevamente en mi persona. En el momento que escucho aquel apellido todos los músculos de mi cuerpo se tensan.
—¿Qué pasa con ellos?—mi voz sale tensa. Shinobu pone una expresión bastante seria que me provoca un escalofrío.
—Que el hijo de puta de Vin Banihammad está interfiriendo en todos nuestros negocios.—responde con la mandíbula ligeramente tensa. Alzo las cejas sorprendida. —Ése maldito árabe de mierda aprovechó el hecho de que los Anderson murieron para apoderarse considerablemente de terreno estadounidense. En otras palabras al no estar Demetrio o tú, está tomando todo de aquí.
»Ha empezado a traficar mujeres de su mismo país a éste o intercambiarlas con otros jefes de otros países. Hace un mes pasó cerca de treinta mujeres venezolanas a Rusia y veinte musulmanas al lado del amazonas. ¿Para qué? No tengo la menor idea, pero algo está planeando y no me gusta. Sin contar que ahora al tener más control sobre otras mafias las ha ido eliminando y tomando sus clientes, sus negocios. Tú sabes que ellos no se caracterizan por ser muy amistosos.«
—¿Y cómo mierdas pasó eso?—gruño incrédula. Shinobu alza una ceja en mi dirección.
—Tú mafia y la mafia de Demetrio Anderson eran una de las más poderosas, ¿qué crees que pasó si ambas se quedaron sin sus jefes?—responde manteniendo la misma seriedad en sus ojos negros. —Porque tienes que aceptar que tú, tanto como Demetrio, no permitían que ningún extranjero pasara por encima de los acuerdos estimados.
Tenso mi mandíbula. Bajo la mirada al escritorio negro, mantengo los brazos cruzados a la altura de mi pecho. Sé que al morir ambos íbamos a dejar nuestros puestos libres, pero no me preocupaba mucho porque las únicas mafias que podían tomar poder sobre nuestros territorios la gran mayoría no se dedican al tráfico de personas. La prostitución tal vez, el narcotrafico también, pero no tráfico de personas. Ya sería involucrar a personas inocentes. Y nunca involucramos a personas inocentes.
—Todavía la mafia de Demetrio no importa.—la voz de Shinobu me saca de mis pensamientos. —Pero tú al no estar, no hay control, no hay nadie que se imponga contra el mercado negro.
Chasqueo la lengua. Frunzo el ceño. No soy ninguna santa de la mafia, pero por lo menos me encargaba de todos aquellos que querían hacer esas asquerosidades. No niego que en el pasado haya hecho atrocidades, pero nunca, nunca involucraba a niños o personas “inocentes”. Y me encargaba de eliminar todas las bandas que se especializan en secuestrar personas, ya sea para traficar sus órganos, obligarlos a la prostitución o por el simple hecho de ser sus esclavos.
—¿Entonces qué quieres que haga?—pregunto tras unos minutos en silencio. —¿Quieres que mate a Vin Banihammad?
Shinobu se queda en silencio, apaga el puro en un cenicero que está en una esquina de mi escritorio. Sus ojos negros se clavan en mis falsos ojos azules, se mantienen fijos en ellos por un largo tiempo.
—Sí y no.—responde al final. Mi entrecejo se frunce de inmediato. —Necesito que vuelva la gran Atheris, necesito que reclames tu puesto nuevamente. Porque de todas las mafias, eres la única que tiene una pequeña parte en ése lugar. Y además, eres la única que pudo matar a Said Banihammad.
Trago saliva, un nuevo escalofrío me recorre el cuerpo. No puedo volver. Si lo hago significaría irme y apartarme de mi familia, de mis hijos. Y sólo el pensarlo un dolor asfixiante se abre paso en mi pecho. Pero si no lo hago. ¿Quién lo hará? Sé que Shinobu puede hacerlo, todos temen de él pero según las condiciones establecidas ningún mafioso extranjero puede entrar en guerra con otro sin una razón. Si él líder de los Yamagushi—gumi menciona lo de la trata de personas, más de uno se alzará en su contra. Y no sólo se desatará una guerra innecesaria entre mafias, sino además se involucraría a civiles, en otras palabras; sería una guerra entre países. No hay problema si yo entro en guerra con él, porque está invadiendo mi territorio. Todos saben que nadie entra a mi territorio y trata de hacer sus mierdas. Pero entonces significaría volver a ése mundo. Volver a ser una mafiosa, volver a llenarme las manos de sangre.
Mierda.
—Piénsalo, Atheris.—la voz de Shinobu me saca de mis pensamientos. Lo observo levantarse con su característica elegancia del sillón individual que hay en frente del escritorio. De inmediato me pongo de pie. —Piénsalo. Porque tanto como tú y yo sabemos que la única que le puede poner un alto es la gran Atheris.
—Lo pensaré.
Decido ignorar lo último que dijo. Shinobu besa el dorso de mis manos, sus ojos negros adquieren su característica chispa maliciosa.
—Sayōnara, mi peligrosa y bella Jigoku no joō.
Lo acompaño hasta la puerta, y lo observo irse en un lujoso SUV negro mate con ventanas polarizadas. Un largo suspiro sale de mis labios, paso una mano por mi corto cabello, en el momento que giro me encuentro con el rostro serio de Drey.
Magnífico. Simplemente magnífico.
—Hola.
Con cautela me acerco hasta donde está él, se ha quitado la chaqueta y el chaleco gris, así como los gemelos y su corbata azul plata. También se ha recogido su camisa blanca hasta los codos, observo sus manos escondidas en las bolsas de su pantalón a la medida.
—Hola.—responde tras un largo y tenso silencio. Cuando llego a su lado me da un pequeño beso en los labios, puedo sentir de inmediato la tensión, el desconcierto y furia—oh sí, el señor Drey Kirchner está más que furioso—que desprende de su cuerpo.
—Puedo preguntar, ¿qué hacía Shinobu Tsukasa, el yakuza más buscado, que además es líder de los Yamagushi—gumi, en nuestra casa?
—¿Puedo primero tomar un trago de whisky?—su ceño se frunce mucho más, entrecierra sus ojos y lo único que puedo hacer es suspirar con resignación. —Bien, ya que no puedo tomar alcohol o fumar, déjame aunque sea buscar jugo de manzana, del cual mi hijo está locamente obsesionado.
Drey me sigue hasta la cocina donde pido mi vaso con jugo de manzana, sus bellos ojos no se despegan de los míos, trato de esconder la sonrisa que trata de abrirse paso en mis labios. Me encanta verlo serio. Se ve tan jodidamente guapo.
—¿Y bien?—la voz de mi esposo me saca de mis pensamientos. Alzo una ceja en su dirección lo que provoca que su ceño se frunza mucho más. —¿Prefieres que lo discutamos aquí o en el despacho?
—¿No puede ser en nuestra habitación?
—Dakota.—gruñe mientras aquellos ojos siguen fulminandome. Pongo los ojos en blanco, ni aunque han pasado cuatro años deja de desafiarme. Algunas cosas definitivamente nunca cambiarán.
—Ya, ya...—murmuro mientras lo sigo a su despacho que queda en la planta de abajo.
Entre ambos empieza a crecer un silencio bastante tenso, paso una mano por mi corto cabello. En momentos así deseo un cigarrillo o un trago de whisky, si no fuera porque me juré no intoxicarme mientras le doy del pecho a Ariadna, hace mucho esas ansias las hubiese saciado. Observo a mi esposo cerrar las dobles puertas de su despacho, su masculina colonia llega a mis fosas nasales cuando pasa a mi lado, sigue caminando hasta rodear el escritorio y sentarse en su silla de cuero. Nuevamente reprimo una sonrisa al ver a Drey al otro lado del escritorio observándome con una mirada intimidante que utiliza mayormente en sus negocios, pero dado que es mi esposo, y que yo he tratado con peores desde que tengo uso de razón, lo único que me provoca es gracia. Y sé que mi mirada refleja lo mucho que me divierte la suya, trata de mantenerse serio, pero la comisura de sus labios se elevan ligeramente.
—Te amo, lo sabes.—dice sin apartar sus inocentes ojos de los míos. —Pero también amo a mis hijos, y teníamos una promesa.
Lo sé.
Suspiro con pesadez. No sé qué hacer. Antes definitivamente hubiese ido tras Vin Banihammad, pero ahora, es algo que no me entusiasma mucho. Por una vez en mi vida tengo miedo de...morir. Sólo el pensar que no volveré a ver a Drey, ver sus brillantes e inocentes ojos, así como tampoco escuchar las risas infantiles de Wyatt, recibir sus bien amorosos abrazos, y sobre todo sentir entre mis brazos el cuerpecito de mi hija, de mi niña. Sólo el pensar que a los tres no puedo volver a verlos nunca más me provoca un nudo en la garganta. Pero entonces, ¿qué pasará con todas aquellas mujeres que injustamente son y serán involucradas a éste mundo? Ellas también dejaron sus familias, y no por decisión propia.
¡Maldita sea!
Cierro mis ojos, una furia bastante abrasadora recorre cada rincón de mi cuerpo. Ese hijo de puta de Vin Banihammad se arrepentirá el si quiera haber pensado tomar lo que no le pertenece. Él y su hermano, del cual hace años me encargué de mandar al mundo de los muertos, siempre han querido apoderarse de mi territorio. Ellos no aceptaban que una mujer—porque eran unos machistas de mierda—tuviera mucho más poder que ellos. Además de que no quise participar en sus asquerosos negocios, como dije; eso de secuestrar, vender, obligar a prostituir personas, no es lo mío.
—¿Dakota?
Suspiro nuevamente, cuadro mi postura, ignorando el hecho de que ya no me veo tan intimidante como antes, clavo la mirada en el rostro de mi esposo. Y tomando una última—y profunda—respiración empiezo a contarle todo a Drey.
Él escucha atentamente todo lo que le digo, sus ojos se abren ligeramente, y mantiene una expresión seria. Entre más continuo explicando su expresión se hace más sombría, no tengo que ni siquiera decirlo porque él ya sabe cuál es mi decisión. Y sé que no le gustará.
—¿Estás segura de ésto?—pregunta tras una larga pausa. Alzo una ceja en su dirección. —No me veas así, pero no sé si te acuerdes pero para todos—incluyendo a los mafiosos—la gran Dakota Anderson, también conocida como Atheris; está muerta.
Un escalofrío recorre mi cuerpo, puedo sentir mi temperatura bajar unos dos grados. Sé que él no lo entiende, tampoco espero que lo haga, pero si yo no hago algo, ésto será peor que iniciar la tercera guerra mundial. Drey no sabe de lo que es capaz ése maldito árabe, para él matar un millón de personas es lo mismo que respirar; sin esfuerzo alguno.
—Drey...—musito tras el largo silencio tenso que creció entre ambos. —¿Qué harías si uno de esos niños fuese Wyatt o Ariadna? O peor aún, ¿Qué harías si una de esas mujeres secuestradas fueran tu hermana o tu madre?
El entrecejo de Drey se frunce, tensa la mandíbula bastante fuerte. Sé que caí bajo al utilizar ésa táctica en él. Pero si no le hago ver lo importante que es ésto, él sólo verá que estoy utilizando ésto como una razón para volver a mi mundo cuando no es así. Aunque no me agrade del todo vivir como si todo fuese color rosa y perfecto, no deseo separarme de ellos. El pensar que algo les puede pasar un sentimiento de protección bulle en mi interior. Haría comerse sus mismas manos si alguien toca a mí familia.
—¿Cuánto tiempo?—pregunta sacándome de mis pensamientos.
—No lo sé.—respondo sin romper el contacto visual. Me encojo de hombros. —Puede llevar semanas, meses e incluso años para llegar a él. Porque ahora que lo respaldan muchas mafias va a ser difícil, sin contar que tengo que probar nuevamente que sigo siendo la gran Atheris.
—¿Cómo?—pregunta mientras su ceño se frunce mucho más. Suavizo mi expresión, una sonrisa triste se forma en mis labios.
—No deseas saberlo, créeme.
Drey no aparta su mirada de mi rostro, se mantiene pensativo por varios segundos. Al final suspira con cierta exasperación, pero sobre todo, resignación.
—¿Y qué le diré a nuestros hijos cuando pregunten por ti?
Reprimo un suspiro de alivio, no es como si Drey me pudiera hacer cambiar de opinión pero definitivamente es un peso menos sobre mis hombros. Sonrío ligeramente, camino un poco y rodeo el escritorio, me siento en su regazo. De inmediato sus brazos me rodean, peino su despeinado—por las tantas veces que pasó su mano—cabello rubio. Drey suspira, poco a poco se relaja, no lo suficiente porque no deja de verme preocupado.
—No sé.—respondo viendo fijamente esos preciosos ojos verdes-azulados. —Sé que encontrarás una buena explicación sobre el porqué mis hijos se quedarán sin madre por unos meses.
—Sí claro.—gruñe mientras sus brazos a mi alrededor se tensan. —Sé que con Wyatt no tendré problemas, entre chicos nos entenderemos. Pero, ¿y Ariadna? Esa niña lo mucho que tiene es un año y tiene tu mismo carácter, ¿cómo se supone que la maneje, si ni siquiera soy capaz de controlar a la madre?
Pongo los ojos en blanco, río entre dientes. Drey cuando quiere puede ser muy exagerado. Aunque hay algo en lo que no exagera. Porque aunque le dije que puede llevarme meses, sé que no será tan sencillo. Literalmente estoy muerta, volver significaría; volver a ganarme el respeto de las calles, el miedo de los otros mafiosos. Así como también me juego el chance de que los uniformados se enteren de mi identidad, entonces ahí sí estaría bien jodido. Tengo que investigar, pensar fría y calculadoramente lo qué haré, no puedo dejar que ése árabe haga lo que le dé la gana, así como tampoco puedo permitir que mi familia se vea involucrada.
Maldita sea. Todo es tan complicado.
—¿Estás bien?—murmura cerca de mis labios.
Paso mi mirada por cada rasgo endurecido y atractivo del rostro de mi esposo. Que además es uno de los informáticos más importantes de los Estados Unidos. Sonrío con picardía, me enrollo como una maldita serpiente en torno a su cuerpo.
—Sí, pero estaría mejor si en deber de hablar me besaras.
Drey pone los ojos en blanco, igualmente me percato de el sonrojo ligero de sus orejas. Me encanta seguir viendo esas reacciones tan interesantes en él.
—Como usted desee, señora Kirchner.—gruñe antes de besarme con todo y lengua.
Nunca ma cansaré de esos labios, de éste hombre. Es el mío en todo el sentido de la palabra. Muerdo su labio ganándome un gruñido de su parte, paso la punta de mi lengua por su labio. Drey cierra los ojos, me acerca más a él, y pone su frente contra la mía.
—Por favor vuelve sana y salva. No puedo volver a perderte.
También cierro mis ojos, trago el repentino nudo que se forma en mi garganta, tomo una profunda respiración.
—Lo prometo Drey. No puedo abandonar a los seres más importantes de mi vida.
Y así tenga que hacer un pacto con el diablo, lo hago. No sé cómo pero de alguna forma conseguiré volver viva, no puedo permitir que me aparten de ellos. No cuando ahora sé lo que se siente ser amada.
Eso lo juro. Como que me dejo de llamar Dakota “Atheris” Anderson.
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