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Capítulo Final.

DAKOTA.

Frunzo el ceño cuando la música proveniente del reproductor se detiene y empieza a sonar un sonido de notificación. Corro mi mano y apreto un botón al lado del volante; que es para aceptar las llamadas.

—Atheris.—respondo mientras rayo a varios autos.

Buenos para nada que estorban.

Mi hermosa y peligrosa Jigoku no joō.—de inmediato la voz aterciopelada de Shinobu llena el interior de la camioneta. Sonrío ligeramente.

Kumicho, qué magnífica sorpresa.

Shinobu ríe, habla en japonés con alguien más por unos segundos. Aprovecho para seguir rayando a esos estorbo que van en frente de mí. ¿Qué mierdas hacen despiertos a ésta hora? Deberían de estar en sus casas y no estorbando en las carreteras.

Bueno querida Atheris.—su voz vuelve a llamar mi atención. —Imagino que sabes el motivo de mi llamada. Aquel asunto ya está resuelto, es más, hoy mismo tienen el vuelo.

Asiento aunque él no me pueda ver. Me mantengo en silencio por unos segundos, él también se mantiene en silencio. Hasta que un suspiro por su parte rompe el silencio.

¿Vas sola verdad?—pregunta en un tono que podría decir que es en parte resignación y en parte regaño. Hago una mueca con los labios. —Al final decidiste hacerlo a tu manera.

—No tengo tiempo, Shinobu. Si no lo hago ahora, no lo podré hacer nunca.—respondo con un tono de voz muy serio. —Además las cosas se estaban empezando a complicar, y no iba a poder matar al maldito de Demetrio en la cárcel.

Shinobu se mantiene en silencio. Suspira al final y sabe que tengo la razón. Él sabe que a veces tenemos que tomar decisiones apresuradas, pero aunque todo mundo cree que no tengo un plan, sí lo tengo. No sé si vaya a funcionar, pero lo tengo.

Lo entiendo.—responde después de unos segundos. —Espero ganes, Jigoku no joō.

—Sayōnara Kumicho.—me despido y cuelgo.

Siento todo mi cuerpo tensarse cuando entro a Los Ángeles, tomar una camioneta, luego un avión privado y por último otra camioneta, me tiene un poco distraída en cuanto a la hora. No sé qué hora es, y la verdad, me importa una mierda.

Sólo quiero que ésto acabe de una buena vez.

La mansión de Demetrio está en un punto un poco complicado, porque literalmente vive en una puta montaña, o bueno, sería mejor como una loma. El problema es que no hay casas cerca, lo que significa que sospechará si una buena cantidad de autos polarizados van hacia su mansión. Sé que él tiene cámaras en todos lados y simplemente no podemos llegar, matar y jalar. No. Primero tenemos que matar a los guardias que están afuera, al mismo tiempo hay que entrar a su sistema de seguridad y abrir los portones.

Así o más complicado.

Suspiro, me bajo de la camioneta cuando al fin logro llegar al lugar al que hace como una hora tenía que venir. Entro a la mansión, de inmediato varios pares de ojos se clavan en los míos. Busco con la mirada a Xavier, quien es el que se encarga de mis negocios en Los Ángeles, además de que es quien se está encargando de reunir a toda mi maldita mafia.

—Señora.

Con las manos escondidas en mi chaqueta, giro, encontrándome con los ojos marrones de Xavier.

—¿Cuánto tiempo tenemos?—pregunto yendo al grano. De reojo veo aparecer a Thomas y a Gilbert, me aguanto las ganas de poner los ojos en blanco.

—Toda la familia está adentro, si me lo pregunta éste momento sería perfecto.—responde Xavier de inmediato. —Los francotiradores están listos y tenemos a dos infiltrados en la mansión.

Asiento, bajo la mirada a la punta de mis botas, las cuales siguen igual de sucias. Muerdo sin poderlo evitar mi labio inferior.

—Thomas, se supone que tendrías que estar en Japón con Sheena y Sasha.—digo mientras levanto la mirada clavandola en aquellos ojos verdes azulados idénticos a unos que amo demasiado. —¿Qué mierdas estás haciendo aquí?

Thomas clava su mirada carente de expresividad en la mía, no se inmuta siquiera cuando mis ojos negros lo fulminan.

—No puedo dejarla sola, señora.

Levanto una ceja en su dirección, Gilbert a su lado asiente. Al final suspiro resignada. Ya están aquí, simplemente no puedo echarlos pero mientras a Kenya no se le dé también por desobedecerme. No me queda de otra.

—Bien, quiero que llamen a los chicos y que ellos se encarguen de todas las cámaras de éste lugar.—digo clavando la mirada en Gilbert y Thomas. —Necesito tener un grupo preparado por aquello que decidan escapar, si es así, no los maten sólo capturenlos. Y prepárense, porque ésto será una maldita masacre.

Todos asienten y hacen lo que les he dicho. Me quito la capucha, niego cuando uno de los chicos me ofrece un chaleco. Si tengo que morir, lo haré, de igual forma de alguna u otra manera moriré.

Ni modo.

Casi es como si pudiera sentir el nerviosismo de todos, escuchar los ritmos acelerados de sus corazones. La tensión aumentaba a cada segundo, el silencio que había era terrorífico, sabía que en cuestión de segundos la masacre iba a empezar. El olor metálico de la sangre iba a ser el único aroma íbamos a ser capaces de oler y el sufrimiento era lo único que íbamos a ser capaces de escuchar.

—¿Listos?

Aunque fue un simple murmullo, todos lograron escuchar perfectamente. De inmediato contienen el aliento. Mis palmas cosquillean al sentir el metal de las dos pistola, la adrenalina está en su punto más alto, puedo sentir mi temperatura bajar unos cuantos grados. A excepción de muchos a mí no me entraban nervios, incluso me parecía que mi mente se hacía más lucida. Siempre trataba de no pensar cuántas personas mataba, simplemente lo hacía y ya.

—¿Señora?

Parpadeo saliendo de mis pensamientos, acepto el auricular que Gilbert me pasa.

—Kenya, necesito que te encargues que nadie se acerque al búnker y que ni siquiera los uniformados se enteren, ¿entendido?

Sí señora.—su tensa voz no tarda escucharse por el auricular. —Los chicos entraron a los sistemas de seguridad de la mansión de Demetrio, pero tuvieron que salir para no levantar ninguna sospecha.

—Bien, lo haremos a mi cuenta. Necesito que todos estén preparados, porque si alguno se adelanta o se atrasa, nos costará la vida a todos.

¡Sí!—contestan de ambos lados. Tomo una profunda respiración, trato de tranquilizar mi corazón y de mantener serenidad. Al final ésto es lo que tenía que pasar.

—1...

Todos levantan sus armas, tensan sus cuerpos y se preparan.

—2...

Mis manos se enrollan con más fuerza sobre las dos pistolas que me ayudarán abrirme paso en ésa maldita mansión. Tomo una ligera respiración.

—3...

En el instante que la cuenta terminó, el infierno literalmente se desató a mi alrededor. De inmediato los guardias fueron cayendo uno por uno, los motores de las camionetas rugían para acercarnos lo más rápido posible, ni siquiera llevaba la cuenta de cuántas eran, no tenía tiempo.

—¡Los portones ya están abiertos!—grita Xavier una vez las camionetas se abren paso.

Unas entran a la mansión, otras se quedan afuera y las que sobran buscan los puntos de escape. En el instante que mis botas militares tocan tierra, el sonido enternecedor de las balas me da la bienvenida.

Música para mis oídos.

Uno a uno fueron cayendo, al parecer sí logramos tomarlos por sorpresa pero eso no significa que vayan a dejarse. De reojo puedo observar a varios de los míos caer inertes al césped, llenando el verde con el rojo camersí de su sangre. De alguna forma consigo abrirme paso hasta la puerta principal de la mansión.

—¡Maldita Put...

Lo mato antes de que pueda terminar de hablar. Pateo su rostro con enojo. Estúpido. Otros idiotas tratan también de matarme pero les regalo una linda bala entre ceja y ceja. Cuando me percato que me estoy quedando sin balas, tengo que pasar a ser más física. Mato a varios con mis propias manos, pero entre mas tiempo peleo más tiempo pierdo, uno en el que la policía no puede tardar en aparecer. Tiro las pistolas sin munición, me agacho y tomo las cuchillas de mis botas, ahora sí tendré que ser más mortífera. Mis manos y mi ropa se llenaban tanto de mi sangre como de la ajena, cuando llego al segundo piso me percato que mis chicos han tomado más terreno. Gilbert me señala una habitación, de inmediato me acerco, los demás se encargan con los que están en la planta de abajo. Cierro la puerta a mis espaldas y me permito respirar.

—¡Maldita zorra! ¡La pagarás! ¡Te lo juro!—unos chillidos que conozco muy bien hacen que finalmente me dé media vuelta.

Marco, April y Victoria Anderson.

Sonrío ampliamente, ellos me fulminan mucho más con la mirada.

—Les dije que algún día los iba a matar pero simplemente no quisieron hacerme caso.—musito mientras me acerco a los tres. Se estremecen cuando paso mi cuchillas llenas de sangre cerca de ellos. —Y ya que no tengo mucho tiempo debería de empezar, ¿no creen?

Busco con la mirada mi bolso, uno de los chicos tenían que traerlo. Cuando lo encuentro en una esquina sonrío ampliamente, de inmediato palidecen. Esto será tan malditamente genial. Rebusco hasta dar con mi nuevo estuche de cuchillas. Me doy media vuelta, los tres se encuentran esposados cerca de un mueble que de alguna forma hace mucho más fácil la tortura. Dejo el estuche encima de la cama, levanto una ceja al darme cuenta que es la habitación de la puta de April, los colores chillantes me provocan jaqueca.

—¡Demetrio te matará!—chilla cuando me acerco a ella. Río entre dientes.

—¿Y? De igual forma ya vas estar en el mismísimo infierno.—respondo mientras me encojo de hombros.

—¡Maldita!—grita mucho más fuerte cuando la apuñalo con dos cuchillas. Una en cada pierna, se retuerce de dolor y sé que le debe estar quemando la piel, porque éstas a excepción de las otras tienen por decir así, un ácido en la hoja. Por eso cada una de ellas tienen su propia protección. —¡M-Mamá!

Lágrimas y lágrimas bajan de sus mejillas. Agarro otras dos, pero decido apuñalar un costado de su abdomen y la otra en su brazo derecho, pero no las dejo ahí, sino que la apuñalo dos veces dejando heridas muy graves, hago lo mismo con el otro. Sonrío al verla cada vez más pálida, término con ella y sigo con los otros, con los que me esmero mucho más. Los tres se retuercen, lloriquean y gimen del dolor. Otros sentirían lástima. Yo, siento indiferencia. Cierta satisfacción por el rencor que sentía se apaga un poco pero no del todo. La sed de venganza sigue ahí, molestando y a la vez recordando que no tengo tiempo.

—Y el toque final.—digo sonriente mientras retrocedo unos cuantos pasos observando mi obra maestra.

Los tres tratan de aferrarse a su patética vida pero mucho me temo que es algo inútil. Saco de mi cinturón aquella reluciente pistola, el “click” del martillo al ser bajado es lo único que escucho, apunto a la frente de la estúpida que se creía la reina cuando en realidad no es más que nadie.

—Adiós querida April.

Y disparo.

Victoria grita histérica al ver a su querida princesa muerta. Sonrío cuando sus ojos azules me fulminan. Me acerco hasta donde está Marco, antes de también matarlo apunto a su querido miembro. El imbécil trató de violarme mientras vivía en ésa maldita mansión, y ya que los hombres son tan delicados con su querido miembro, qué mejor forma que hacerlo sufrir.

—¡Puta!

Sonrío al escucharlo chillar como el cerdo que es, de sus pantalones empiezan a salir grandes cantidades de sangre. Subo mi brazo y apunto a su frente. Y disparo. La cara de Victoria se llena de la sangre de su hijo, ya que ella era la que mas cerca estaba de él.

—Que magnífico momento de madrastra e hijastra, ¿no lo crees?—sonrío mientras me acerco a ella.

—¡E-Estás loca! ¡Eres una psicópata!—chilla con los ojos más abiertos de lo normal, se ve totalmente desquiciada.

—Muchas gracias Victoria, tus halagos hinchan mi ego.—me burlo descaradamente. —Si no te hubieras metido con Demetrio nada de ésto hubiera sucedido, así como tampoco nada de ésto habría pasado si no te hubieras creído con el derecho de sustituir a mi madre.

Victoria tiembla cuando tomo un puñado de su cabello, hace una mueca de dolor.

Y no sabes lo mucho que te odio.—susurro cerca de su oído. Victoria solloza. Sonrío tomo un poco de distancia y apunto a su frente. —Adiós querida Victoria.

Y disparo.

Al fondo todavía se escuchan los otros disparos, borro lentamente la sonrisa de mi rostro, les doy una última mirada a la magnífica familia Anderson.

Ahora sigue el principal.

Me doy media vuelta, me acerco a la puerta, Thomas y Gilbert están haciendo guardia, palidecen un poco al ver mis aspecto. La verdad debo de verme bastante escalofriante. Manteniendo todavía la pistola en mi mano empiezo a caminar por ese largo pasillo lleno de cadáveres, abajo todavía sigue una batalla pero en éste momento me importa una mierda. Cuando llego a las grandes—dobles—puertas oscuras que pertenecen al despacho de Demetrio me detengo, tomo una profunda respiración, tenso cada uno de mis músculos y borro cualquier expresión de mi rostro.

—Quédense aquí, por nada del mundo entren o permitan que alguien lo haga, ¿entendido?—ordeno sin ni siquiera mirarlos.

—Sí señora.

Alargo mis manos y abro las puertas, un intenso olor a tabaco llega a mis fosas nasales, cuando me adentro al sombrío despacho cierro las puertas a mis espaldas y pongo el seguro. De inmediato el sonido de los disparos quedan amortiguados. Sólo el sonido de mis botas al caminar contra el barnizado piso de madera se escucha en esa estancia.

Al final conseguiste hacer lo que querías, ¿no es así?—aquella ronca voz provoca que mi cuerpo se tense mucho más. Un sudor frío baja por mi espina dorsal cuando mis ojos negros se clavan en unos idénticos. Incluso ambos tienen la misma mirada cruel.

—No, la verdad me contuve.—respondo mientras me acerco a su mini bar, me sirvo whisky en un vaso de vidrio, el cual me tomo de un sólo trago. Vuelvo a servirme y me acerco al sillón de cuero negro que está frente de su escritorio. —Aunque tengo que admitir que fue un poco difícil.

Los ojos negros de Demetrio Anderson me observan con esa frialdad que recuerdo muy bien, su mirada repasa mi aspecto, con la ropa un poco rota y sucia, además de la sangre seca—y reciente—que tengo en casi todo mi cuerpo. Una sonrisa de lo más escalofriante se forma en su rostro.

—¿Los mataste no es así?—pregunta sin borrar aquella sonrisa. Tomo un trago de whisky, alzo una ceja en su dirección.

—Por supuesto.—respondo sin apartar mi mirada de la de él. Una sonrisa parecida a la de él se forma en mi rostro. —De igual forma tampoco es como si te importara. Tú no amas a nadie más que a ti mismo, e incluso te hice un favor. Porque bien sabes que eran un maldito estorbo.

Suelta una estruendosa y ronca carcajada, se levanta lentamente de la silla de cuero en el que estaba sentado y se acerca al mini bar. Sin poderlo evitar le doy una rápida mirada, realmente no ha cambiado casi nada. Su cabello negro sigue teniendo el mismo corte elegante, sigue vistiendo de trajes oscuros y caros, sus facciones siguen siendo fuertes e intimidantes. Ambos somos como dos gotas de agua.

—Eres una persona muy cruel, Dakota.

Tenso la mandíbula con fuerza. Ahora recuerdo porqué odiaba mi maldito nombre, cada vez que él lo pronunciaba es como si me estuviese maldiciendo. Lo odio.

—Vaya, éstos días me han halagado mucho.—respondo sin dejarme afectar. —Lo interesante es que las personas que me dicen tales piropos, terminan muertos. Por ejemplo está la estúpida de tu esposa, y ni hablar de la otra estúpida, ¿Judith Miller? ¿Te acuerdas de ella? Encantadora. Te está esperando en el infierno.

La diversión de Demetrio se borra cuando pronuncio el nombre de Judith. Toma de lo que supongo es vodka, regresa hasta el asiento de cuero y baja su mirada al vaso de vidrio.

—¿Así que ya lo sabes?—pregunta con la voz carente de emoción. Levanto una ceja y río con cierta amargura.

—¿Que desgraciadamente ella era mi madre biológica?—pregunto con cierta ironía. Los ojos negros de Demetrio no se apartan de los míos. —Sí, también me confesó el magnífico amor que sentía por ti. Así como también me confesó que te había manipulado y no se qué mierdas más.

—Manipular...—murmura con una mirada un tanto pérdida, sonríe de medio lado y termina de fumarse el puro cubano que sostiene en sus largos dedos.

—¿Realmente fuiste tan estúpido para dejarte manipular de esa manera?—pregunto sin poderlo evitar. De inmediato clava su mirada en la mía, al final niego y río. —No me respondas, no sé para qué mierdas te lo pregunto.

—Dakota...—gruño al escuchar mi nombre salir de sus labios. Se aclara ligeramente la garganta y sus ojos negros adquieren cierta intensidad que me enoja. —Yo realmente amé a tu madre, a Julie.

—¡No me vengas con esa mierda!—grito mientras me levanto abruptamente. —¡No tienes derecho siquiera de mencionarla! ¡Eres un maldito hijo de puta!

Sólo tuvo que mencionarla para que mi cuerpo se encendiera, el enojo bullía en mi interior y sabía que en cualquier momento iba a perder la poca cordura. Empiezo a caminar de un lado hacia otro como una maldita loca.

—Ella te amaba. Incluso cuando la agredias física y mentalmente, ella te seguía amando.—mascullo entre dientes. Puedo sentir el nudo formarse en mi garganta. —Y todo porque tú te dejaste “manipular” te creías en el derecho de justificarte, ¿me crees estúpida acaso?

Me detengo y clavo mis ojos chispeantes de enojo en los suyos, lo señalo con el dedo.

—¡Tú nunca la amaste! Porque si fuese así, ni siquiera tenías porqué haber dudado de ella. ¡Era tu maldita esposa!—exploto sin poderlo evitar. —Ella incluso cuando estaba agonizando, gracias a tu maldito hijo, preguntaba por ti. ¡Por ti! Una basura que no merecía del amor de mi madre. Incluso puedo recordar absolutamente todo lo que ella me decía, algo que tenías que haber escuchado tú. ¡Pero no! El gran Demetrio Anderson no tenia tiempo para escuchar las últimas palabras de su agonizante esposa.

Aparta la mirada, no sin antes ver el dolor reflejado en sus ojos negros. Y como la hija de puta que soy, le doy la última estocada.

“Él era el amor de mi vida. No me importaba su profesión, con tal de estar en sus brazos era más que feliz...—empiezo a relatar las últimas palabras de mi madre, ésas que nunca olvidaré. —...porque él me había regalado los mejores momentos de mi vida. Una vida que le pertenecía exclusivamente a él. Dakota, mi dulce niña, no odies a tu padre. Él sólo es un hombre perdido que necesita compresión. No lo abandones, como lastimosamente lo haré yo. Y por favor dile, que lo amo y siempre lo amaré.”

Y ésta fue la primera vez que vi a Demetrio Anderson llorar. Se lo merecía. Merecía llorar sangre por todo lo que le había hecho a mi madre. Que lo ahogara la culpa.

—¿De qué te vale llorar ahora? Ella ya no te escuchará.—me levanto de la silla de cuero y tenso mi agarre en la pistola que tengo enrollada entre mis dedos. Levanto lentamente mi brazo, apuntando en su dirección. —¿Algunas palabras antes de morir?

Los ojos llorosos de Demetrio se clavan en los míos, sonríe de medio lado y se encoge de hombros.

—Creo que no hace falta que diga nada, o bueno, tal vez una cosa.—dice sin borrar aquella sonrisa. Frunzo mi ceño. —Nunca deberías de confiarte demasiado.

Y apenas terminó de hablar sentí un dolor en mi brazo. Pero lo que no sabía el imbécil, es que lo único que consiguió fue rozarme, en cambio yo si conseguí herirlo.

—¡Maldita sea!—gruñe y trata de volver a dispararme pero anticipando sus movimientos consigo llegar a su lado y patear su estómago. Antes de darnos cuenta ambos empezamos una reñida pelea, algunas veces conseguía golpearme y dejarme un poco desorbitada, pero conseguía volver a retomar el control. Golpes, disparos, golpes, disparos...

El oxígeno me estaba empezando a faltar, además de que me estaba empezando agotar, así que utilizando mis últimas fuerzas consigo golpearlo con fuerza en la nariz, rompiéndosela. Se tira al suelo y aprovecho para golpearlo.

—¿Qué tal se siente? Esto mismo se lo hiciste a mi madre.

Le doy unos últimos golpes presa de la furia. Me detengo cuando creo que es suficiente, retrocedo unos cuantos pasos y resbalo por la pared hasta caer agotada al suelo. Un agudo dolor me atraviesa y por mero reflejo me llevo la mano a esa zona. Observo el rostro destrozado de mi padre, mis nudillos reventados y llenos de su sangre, así como de la mía. Frunzo el ceño con fuerza cuando me parece escuchar unas sirenas, Demetrio tose y ladea su destrozado rostro.

“Demetrio y Dakota Anderson, bajo el nombre de la D.E.A se les ordena que detengan esta absurda guerra y salgan con las manos en alto.”—una voz un tanto ronca se escucha bastante alto, incluso se escucha por encima de las sirenas y los disparos.

Hago una mueca imprescindible, me levanto un tanto tambaleante y me acerco a mi pistola, que está en una esquina. Reviso cuántas municiones tiene, y es tanta mi suerte que solo una queda.

—Pr-Prefiero que me mates tú a que esos malditos de la D.E.A me metan a la cárcel.

Río, trato de hacerle llegar oxígeno a mis pulmones y me acerco a él.

—Será un placer.—respondo, apunto y pongo el dedo en el gatillo. Demetrio sonríe ligeramente y cierra sus ojos.

Adiós papá.

Y disparo.

Su sangre mancha un poco más mis botas, escucho al mismo imbécil de la D.E.A hablar, pero yo no soy capaz de escuchar nada. Es como si de pronto mi cerebro bloqueara todos los sonidos que no sean los latidos de mi corazón.

¡Señora! ¡Tenemos que irnos!—la voz de Thomas se escucha un poco amortiguada, empieza aporrear con fuerza la puerta.

Con paso lento y pausado me acerco a mi mochila—que tomé antes de abandonar la habitación de la idiota de April—saco un pequeño aparato que tiene solo un botón verde, un tanto fosforescente. Me enderezo, escuchando mucho más aporreos en la puerta, camino hasta llegar a la silla en la que hace un rato estaba Demetrio. Me siento, cruzo las piernas, mi pantalón está manchado de sangre seca y reciente, dejo mi pistola favorita en mis piernas al lado del interruptor que saqué de mi mochila. Saco mi caja de cigarrillos, tomo uno de los tres puros de marihuana que tenía la caja, lo enciendo y tomo una profunda calada. Busco el celular desechable que tenía escondido en la chaqueta, busco el único número que tiene y le doy llamar.

¿Dakota?—la voz de Kenya se escucha dos tonos después.

—Pásame a Drey.

Exhalo el humo, giro la silla quedando en frente del enorme ventanal. Tengo que admitir que la vista es magnífica.

¿Dakota?—en cuanto escucho aquella ronca voz me permito suspirar de alivio. —¿Estás bien?

Sonrío, siento el sabor salado cuando una lágrima se escapa de mis ojos. La puerta es aporreada con más fuerza lo que significa que no tengo mucho tiempo.

—Sí, estoy bien.—limpio las estúpidas lágrimas. Mi ceño se frunce ligeramente. —Drey, ¿te acuerdas de la caja de seguridad que está detrás del sillón de nuestra habitación? Necesito que vayas y la abras, el código es dieciséis-veinticuatro.

Puedo escuchar a Kenya preguntarle o sería mejor decir; exigirle, qué hablamos pero él no responde. Cierro mis ojos, llevo el puro a mis labios dándole una profunda calada.

Listo.

Abro los ojos, encontrándome con la magnífica vista.

—Las carpetas que están adentro son todas tuyas.—bajo la mirada al interruptor. —Espero me perdones por no poder ir a tu graduación, sé que serás un increíble informático, por eso espero aceptes mi regalo.

Lo escucho gruñir y sé que ha leído parte de la carta. La vista se me nubla completamente.

Dakota y-yo...

—Ya lo sé Drey.—lo intertumpo y sonrío ampliamente. —Yo también te amo. Y espero, me perdones por lo que te he hecho.

Cuelgo sin esperar alguna contestación de él. Tiro la colilla del puro, dejo el celular en el escritorio, tomo una profunda respiración y presiono el botón. Giro nuevamente quedando frente al ventanal, cierro los ojos cuando escucho la primera explosión. Me desconecto completamente de los otros ruidos, cuento en mi mente los veinte segundos que hacen falta.

20...

En mi mente se empieza a formar un hermoso recuerdo que inevitablemente me arranca una sonrisa.

15...

Mi respiración lentamente se tranquiliza. Abro mis ojos al escuchar la otra explosión.

10...

Ojala hubiese podido hacer algo más, pero era algo que estaba previsto. Toda la familia Anderson tenía que desaparecer, éste juego tenía que acabar.

5...

«—¿Cómo te llamas?»

«—Drey Kirchner.»

Sonrío cuando recuerdo el desafío brillando en aquellos hermosos iris.

4...

«—¡¿Qué es lo que quieres?!»

«—Hacerte mi esposo.»

3...

«—¡Nunca me casaré contigo!»

2...

«—Eres mío, Drey Kirchner.»

1...

«—Me estás volviendo loco.»

«—Me estoy volviendo adicta a ti.»

Cierro los ojos dejando correr las lágrimas libremente.

No sólo me volví adicta a ti, me enamoré.

Te amo Drey Kirchner y espero nunca lo olvides. Nunca.

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