Capítulo 9.
DREY.
Mi entrecejo se frunce un poco y observo el menudo cuerpo de Dakota entrar como una furia a la mansión. Llevo mi mano a mi mandíbula, la presión que estaba ejerciendo por un instante pensé que me iba a desmontar la quijada. Quién iba a pensar que esa chica tuviese tanta fuerza.
Todavía los latidos de mi corazón siguen frenéticos. Toda esta situación fue tan...no sé, ridícula. Y ver la expresión asesina de Dakota no ayuda para nada. Paso mi lengua por la pequeña herida de mi labio, sintiendo el singular sabor de la sangre. Y aunque soy capaz de percibir el sabor de la menta con el tabaco, decido no pensar en ello.
«—Eres mío, Drey Kirchner. Te guste o no.»
—Maldita sea...—paso ambas manos por mi cabello, completamente frustrado. Frunzo mucho más el ceño y gruñendo un largo repertorio de insultos entro a la mansión.
Menudo lío en el que me he metido.
Paso una mano por mi cabello húmedo, tratando de peinarlo, y digo trato porque cada vez es más difícil. Cuando llega a cierto largo por más que lo peine y eche gel; hará lo que le da la gana. Suspirando busco una camisa manga corta blanca, y mientras salgo de mi habitación la paso por encima de mi cabeza. Giro en dirección donde empieza aquella larga y ancha escalera de mármol, donde me tomo mi tiempo en bajar a la primera planta. Cuando llego al último escalón rápidamente me dirijo al comedor, apenas paso el umbral me topo con la presencia de todos—menos Dakota—cenando en silencio. Simplemente me encojo de hombros, ya es una estampa que poco a poco me voy acostumbrando.
Me acerco a uno de los dos únicos asientos que están vacíos, a mi derecha está Gilbert y a mi izquierda mi hermana. A la cual le sonrío cuando levanta la mirada de su cena; que personalmente se ve deliciosa. Spaghetti con trocitos de pollo, bañado en salsa blanca y para darle un poco de color; pedazos pequeños de brócoli. Mi estómago gruñe y mi boca se hace agua cuando ese delicioso aroma llega a mis fosas nasales.
—S-Su cena señor.—el débil y tímido murmullo llama mi atención. Al levantar la mirada observo a una de las chicas del servicio, de hecho, es la misma chica que siempre sirve mis comidas. Frunzo el ceño un poco extrañado ante ése pensamiento. Se acerca y pone un plato hondo a rebosar de comida enfrente de mi, pero cuando estaba decidido a tomar los cubiertos y empezar a comer como si mi vida dependiera de ello; un toque, casi como una caricia en el dorso de mi mano prácticamente me deja paralizado.
¿Qué carajos?
La misma chica, se sonroja fuertemente cuando sorprendido levanto la mirada. Y se va en cuestiones de segundos, claro, no sin antes haber visto una mirada de lo más extrañada en sus ojos azules.
—Yo de ti mejor me cuido.—giro mi cabeza, encontrándome con aquellos escalofriantes ojos grises fijos en mi persona. Kenya me regala una sombría mirada por encima de su vaso de vidrio, que estoy cien por ciento seguro que contiene cerveza. —Si Dakota se entera que esa criada de mierda te guiña el ojo y que anda detrás de ti, no solo la va a torturar si no que además la va a matar. Y todo delante de ti.
Un escalofrío me recorre el cuerpo entero cuando mi cerebro crea una imagen con todo lo que me ha dicho Kenya. No me gustaría ser causa de la muerte de una inocente, pero entonces sabiendo ella que es empleada de una mafiosa para qué busca problemas.
Joder. Porqué las mujeres son tan difíciles de comprender. Pienso con gran frustración.
—¿A quién voy a torturar?
Todo mi cuerpo se tensa cuando reconozco de inmediato la voz que interrumpe el silencio tenso del comedor. Todos se detienen, tensos al no saber qué hacer o decir.
—¿Y bien?—bajan la mirada, cuando aquella oscura y fuerte mirada se fijan en ellos. Kenya también baja la mirada pero logré ver la sonrisa maliciosa que se formó en la comisura de sus labios. Tenso la mandíbula y mis dedos se cierran con fuerza contra los cubiertos.
—¿Qué está pasando?—Dakota toma asiento en el único espacio vacío, de la otra punta de la mesa. Osea, en simples palabras queda exactamente en frente de mi, ya que yo estoy en la otra punta de la mesa. Trago saliva y mis nudillos se ponen blancos al sostener con demasiada fuerza los cubiertos; en cuanto aquellos ojos negros que brillan con aquella malicia que los caracteriza se fijan en mi persona.
Dakota levanta una interrogante ceja en mi dirección.
—N-Nada.—respondo, y demasiado tarde me percato de la vacilación de mi respuesta.
Y quién puede culparme. Normalmente no me creería una palabra de lo que Kenya dijo, pero rayos, estamos hablando de una mafiosa. Esta chica no tiene un pelo de normal, la tarde de hoy me dejó bien en claro que ella es capaz de todo. Aunque eso signifique matar a una inocente sin pudor alguno. Suficientes líos tengo como para sumarle una muerte a mi conciencia.
—Su-Su cena, señora.—la misma chica aparece—ya que ni su nombre sé, lo cuál no se si es algo bueno o malo—con el rostro tan pálido y tan nerviosa que no se cómo sostiene el plato entre sus manos.
Sus ojos azules están abiertos, completamente temerosos. La observo de reojo acercarse vacilante y con nerviosismo hacia el lugar donde está Dakota; y deja el plato en frente de ella. Dakota ni siquiera le presta la mínima atención, de hecho, la ignora y deja su intensa mirada fija en mi rostro. Mi corazón se acelera mucho más al sentir como mi nuca empieza a sudar, pero aún así trato de mantener una expresión neutral e indiferente. Nada que deje ver el nerviosismo que siento.
—Con su permiso.—le da una pequeña y respetuosa reverencia, antes de darle la espalda y empezar a caminar hacia la puerta que lleva a la cocina.
Observo desde aquí como la chica suspira aliviada cuando lo único que la separa son unos cuantos centímetros de la puerta. Yo también siento como la tensión disminuye un poco de mi cuerpo pero aún así trato que no apartar mi mirada de aquellos ojos negros. Una sonrisa lenta y escalofriante empieza a formarse en la comisura de sus labios. Todos los presentes se tensan, incluyéndome.
—¿Diana?
La chica se detiene y puedo ver como todo su cuerpo se tensa. Gira lentamente sobre sus talones y se acerca temerosa a Dakota.
Oh mierda. Mierda. ¡¿Por qué te devuelves?!
Mi corazón late cada vez más a prisa. Aquellos ojos negros se oscurecen mucho más—como si eso es posible—y se clavan en el plato que tiene en frente.
—Diana, ¿sabes quién soy?
La chica que ahora sé que se llama Diana se estremece y baja la cabeza, se encoge en si misma, dándole un aspecto frágil; una postura bastante sumisa.
—L-La señora de la casa.—tartamudea la chica cada vez más pálida. Dakota toma un trago de la copa de vino—que otra chica del servicio puso a un lado de su plato y que salió como alma que lleva el diablo en cuanto lo hizo—y observa el liquido rojo moverse contra el vidrio cristalino de la copa.
—¿Y tú quién eres?—pregunta Dakota mientras baja con gracia la copa, y levanta la mirada mientras sus dedos pasan por encima del borde de la copa.
—N-adie, señora.—murmura a punto de echarse a llorar.
—Buena respuesta.—musita Dakota con una escalofriante sonrisa de medio lado.
Todos expectantes y tensos la observamos levantarse lentamente de la silla, la cual hace un pequeño chirrido cuando la empujan hacia atrás. La tensión en el comedor sube tal grado que casi puedo estar seguro que todos son capaces de escuchar a mi acelerado corazón y los engranajes de mi cerebro; buscando una idea o algo para tratar de ayudar a esa chica. Pero por más que ordeno a mi cuerpo moverse, estoy petrificado sobre la silla.
—Diana, Diana, Diana...—Dakota menea la cabeza mientras suelta un sonoro suspiro. La espalda de la chica se sacude, creo que ha empezado a llorar, y retrocede un poco al ver a Dakota acercarse a ella.
—Dakota...—murmuro alerta al ver su mano dirigirse a su espalda. En busca del arma que sé siempre lleva en el cinturón. Ella ni siquiera me mira, porque sus ojos observan fijamente a su presa; porque eso es lo que es.
Y esa chica, ni siquiera tendrá la oportunidad de defenderse.
—¡P-Por favor!—chilla mientras se abraza a si misma; lo que la hace aún más vulnerable, al ver aquella mortal arma apuntar hacia ella. Los ojos rojos de esas malditas serpientes brillan sobre el color plata del cañón.
—Por favor qué...—las palabras salen en un ronroneo, arrastradas en un matiz burlón. Sin darme cuenta me levanto de la silla, haciendo que aquella oscura mirada se fije en mi. —Drey cariño, si lo que quieres es salvarla te recomiendo que te sientes.
—Dakota...—me corta con una simple mirada. Todo mi cuerpo se tensa de impotencia.
—Siéntate, Drey.
La mano de mi hermana toma mi antebrazo, haciendo que vuelva a tomar asiento. Observo incapaz de poder hacer algo como la esperanza lentamente desaparece de los ojos azules de aquella chica. Sé que no debería de discutir con Dakota, este no es el mejor de los momentos, pero cómo puedo permitir que asesine a esa chica en frente de mi. ¡Y por mi culpa! Bueno, aunque no es tan mi culpa ya que nunca le di motivos o señales a la pobre chica de que entre los dos surgiera algo más que...¿Qué? Ni siquiera sabía cuál era su nombre.
Toda esta mierda es tan confusa.
Y como si fuera poco, Dakota parece decidida a torturar esa pobre chica. Diana retrocede otro poco más cuando Dakota se acerca. La sonrisa cruel y burlista que lleva pintada en los labios no hace sino atemorisar más a la chica, la cual empieza a sollozar y a balbucear incoherencias.
—¿Qué pasa? ¿Creías que no me daba cuenta de las miraditas que le dabas a mi prometido? ¿Tan estúpida me crees, Diana?
El “click” que hace el seguro de la pistola cae como un baldazo de agua fría sobre mi cuerpo, al saber que Dakota solo deberá apretar del gatillo para terminar con su vida. Trato de tragar el nudo que siento en mi seca garganta.
—No-No señora.—responde con dificultad por los constantes sollozos que escapan de sus labios. Cierra los ojos y suelta un grito cuando Dakota de un rápido movimiento pega el cañón de la pistola contra su sien.
Ningún músculo de mi cuerpo era capaz de moverse, solo podía observar lo que sucedía.
—Po-Por favor...
Un escalofrío me recorre el cuerpo entero cuando una de las manos de Dakota, la que no sostiene la pistola, toma con fuerza su mandíbula. Una expresión de dolor pasa por su pálido rostro, de sus ojos no dejaban de brotar agonizantes lágrimas, y sus manos trataban de apartar la mano de Dakota pero yo sabía que no podría ni moverla un sólo centímetro.
—No eres mas que una estúpida criada. Deberías de conocer tu lugar, y no estarías a punto de morir.—masculla Dakota metiéndole a fuerza el cañón en la boca a Diana; la cual luchaba con más ahínco por apartarla. —Debería de llenarte los ojos de plomo o el cerebro, tal vez así aprendes de una buena vez a no meterte con lo ajeno. Porque ves ése chico que está ahí, es mío. Y tú, una estúpida criada de mierda nunca, escuchame bien, nunca lo tendrá.
Y se aparta bruscamente, soltando su mandíbula y sacando el cañón de la pistola de la boca de Diana; la cual cae de rodillas sobre las frías baldosas blancas mientras trata de hacerle llegar oxígeno a sus pulmones. Inevitablemente todo mi cuerpo se estremece al ver el brazo de Dakota levantarse lentamente y apuntar hacia Diana. Mi corazón late con furia contra mi caja torácica, y la intensidad aumenta cuando esos ojos negros se fijan en los míos. Una de las comisuras de sus carnosos labios se levanta. Y dispara.
Los músculos de mi abdomen se tensan, todos prácticamente saltamos en nuestra silla al escuchar el disparo. Pero por más que lo trate, no soy capaz de mover mi mirada; no podría soportar ver esa traumática escena.
—Simplemente no vale la pena matarte.—dice Dakota dejándome confundido. Cierra los ojos, suspira y guarda la pistola.
Un débil sollozo llama mi atención, frunciendo el ceño finalmente muevo la mirada. Pero en deber de encontrarme las baldosas blancas teñidas de rojo, y a Diana con un agujero en el medio de su cabeza, sin embargo, lo último que creí es que estuviera viva; sin ninguna gota de sangre saliendo de ella. Aunque por su mirada pueda que Dakota no la haya lastimado, pero el trauma que le quedará, creo que nunca podrá olvidarlo.
—Lárgate de mi casa.
Aquella orden no había salido muy bien de los labios de Dakota cuando la chica de un rápido y tambaleante movimiento se levantó y se fue corriendo como si el mismísimo diablo la persiguiera. Todos observan en silencio a la chica alejarse, un sudor frío empieza a bajar por mi espalda, de pronto me siento agotado; tal vez por toda la locura y tensión del día de hoy. Mi mirada vuelve a caer al menudo cuerpo de Dakota, su oscura mirada está fija en el hueco que dejó su erróneo disparo. La observo llevarse ambas manos a los bolsillos laterales de su chaqueta, pero soy muy consciente que su cuerpo está tenso, muy tenso.
—¿Y eso es todo?—la voz indiferente de su amante llama la atención de todos, incluida la de Dakota. Kenya vuelve a poner esa escalofriante mirada, enrolla uno de sus largos y rubios dreads en uno de sus dedos; todo sin apartar su mirada del rostro tenso de Dakota.
Kenya se apoya del todo al respaldo de la silla y cruza ambos brazos a la altura del pecho.
—Te has vuelto débil.
—¡Cállate Kenya!—le gruñe Drew casi al instante, el cual la observa con furia y con una expresión severa. Kenya le da una mirada indiferente de reojo, se encoge de hombros y prácticamente lo ignora ya que su atención vuelve a Dakota.
—¿Desde cuándo tienes compasión por alguien?
Su pregunta queda flotando, porque nadie responde. Dakota ni siquiera da el mínimo indicio de que le haya molestado lo que dijo Kenya. Thomas, Gilbert y Drew están tensos, preparados para...sea lo que sea que vaya a suceder.
—¿Desde cuándo a mí alguien me dice lo que tengo que hacer?
Un escalofrío me recorre el cuerpo entero. Observo con incredulidad a Dakota lanzar la silla—que hace un momento estaba sentada—a un costado del comedor, haciendo que impacte contra un mueble de vidrio lleno de botellas de vino. Mi cuero cabelludo cosquillea al escuchar el vidrio ser destrozado, levanto la mirada y la fijo en el rostro de Dakota.
Su expresión...Joder. No me gustaría ser el culpable de poner esa mirada en esos escalofriantes ojos negros.
—Me tienen hasta las narices que crean que me pueden pasar por encima de mí. ¡Yo hago lo que me da la regalada gana y nadie tiene que decir una mierda! ¡Y tú...—dice mientras señala a Kenya la cual se tensa notablemente. —No eres diferente a esa maldita criada que he echado, sigues trabajando para mi, no yo para ti. Al parecer se te ha olvidado la razón del porqué todavía sigues trabajando para mi, ¿tal vez debería de recodartelo?
Kenya abre los ojos como platos y me pareció haber visto dolor en aquellos escalofriantes ojos grises. Frunzo el ceño confuso, al no conseguir entender todo. ¿De qué razón habla? Pero antes de que alguno de nosotros diga algo Dakota gira sobre sus talones y empieza a caminar rumbo a la salida.
—¡Ah! ¡Y otra cosa!—dice mientras se detiene y nos da una mirada sobre el hombro, pero sus ojos se fijan en mi persona. —Drey mañana empiezas a entrenar con Thomas. ¡Y sí carajo, es una maldita orden!
Y sin más sigue su camino.
La puerta principal siendo azotada es lo único que se escucha en esta sombría mansión. ¿Y ahora yo qué hice? Pienso con gran frustración. Además, para qué mierdas tengo que entrenar. Mi entrecejo se frunce y mi mirada cae al rostro de Thomas, la preocupación se apodera de sus ojos verdes-azulados. No entiendo su reacción.
—Bueno...esta noche sí que fue interesante.—comenta de la nada Gilbert. Todos le damos una mirada incrédula. El aludido simplemente encoge de hombros y sigue cenando, a mi hace mucho se me fue el apetito. Suspiro y me levanto pesadamente de aquella silla.
—¿Te vas?—pregunta mi hermana a mi lado. Asiento en su dirección, beso su mejilla y la de mi madre, quien no deja de verme preocupada.
Salgo del comedor y empiezo alejarme de aquel lugar hasta llegar a la escalera; la cual con una magnífica lentitud empiezo a subir hasta llegar a mi habitación.
—¿Drey?
Me sobresalto, dejo la mano sobre el pomo de mi habitación y rápidamente me doy media vuelta encontrándome con Thomas. Ni siquiera lo escuché acercarse. Mi entrecejo se frunce un poco, sus ojos—muy parecidos a los míos y a los de mi hermana—me observan con tal intensidad y seriedad que no sé qué decir. Es desconcertante todavía el parecido que compartimos ambos, desde la altura, el color de ojos y de cabello.
—Sé que todavía no te sientes muy cómodo en mi presencia, no puedo culparte prácticamente soy un desconocido para ti.—su voz me saca de mis pensamientos. Observo distraídamente esconder ambas manos en los bolsillos delanteros de su pantalón. —Sé que éste mundo, este entorno, es muy diferente al que estabas acostumbrado. Es un poco intimidante y difícil de aceptar.
¿De verdad? Y yo que creía que ver a una chica amenazar con un arma a otra persona era tan normal. Algo cotidiano. Pienso con gran sarcasmo, claramente no le digo eso, pero estoy tan agotado que ya la ironía y el sarcasmo se apodera de mis pensamientos.
—¿Por qué necesito entrenar? ¿Para qué?—pregunto tras un largo e incómodo silencio. —¿No pensarán que yo...
Ni siquiera soy capaz de terminar de hablar. Sólo el pensar tener un arma en la mano y matar...es lo suficientemente malo como para sentir mi cuerpo ponerse helado de la impresión. Thomas suspira y se pasa una mano por su cabello rubio, su pierna izquierda empieza a moverse; como si fuese alguna clase de Tick.
—Por precaución.—responde segundos después. Una de mis cejas se levanta, sin entender de qué habla. Pero antes de que pueda preguntar, él sigue hablando. —La señora Dakota es una persona muy complicada, muy difícil de comprender. Pero ten presente que ella sabe lo que hace, no por nada es una—por no decir la primera—de las mafiosas que tienen tanto poder a nivel nacional e internacional. Ella sabe que pronto serás blanco de muchas otras mafias, amigas o enemigas. Y necesitas tener un conocimiento básico sobre cómo reaccionar en ciertas situaciones.
—Lo que me estas tratando de decir es...
—Sí.—me interrumpe. —Debes aprender a defenderte en caso que estés en una situación de vida o muerte. Algo que sé ocurrirá tarde o temprano.
Genial. Simplemente Genial.
—¿Estás bien?
Gruño molesto, incapaz de poder articular algo coherente. No maldita sea no estoy bien. Cierro mis ojos y dejo mis manos en mi muslos mientras trato de hacerle llegar oxígeno a mis pulmones. No soy una persona atlética, nunca lo he sido, y aunque viajar grandes kilómetros sobre mi vieja bici me ha dado cierto rendimiento no es lo mismo. Maldición si no lo es.
—Gr-Gracias.—agradezco sin aliento, la botella de agua que Thomas me ofrece y rápidamente me la bebo. Es tanta la brusquedad con la que tomo el agua que algunas gotas escapan de mi comisuras, exhalo un gran suspiro. —Realmente estaba sediento.
Thomas ríe y deja unos extraños artefactos sobre un mueble que hay al lado de varias máquinas de ejercicio. Nunca imagine que los mafiosos tuviesen su propio gimnasio. Bueno sólo hay que ver la mansión en la que vive, y estoy cien por ciento seguro que no es la única propiedad que tiene.
—Ven siéntate aquí por un momento. Hasta hoy dejáremos los ejercicios físicos, necesito enseñarte algo muy importante.
Asiento, me enderezo y me acerco hasta donde está Thomas. El cual toma asiento en un bajo y largo asiento de cuero; sin respaldo. Me recuerda a ese tipo de sillones que tienen los psicólogos. Bueno, no es lo mismo, pero tiene un aire. Llevo la botella de nuevo a mis labios, esta vez doy pequeños sorbos y mientras Thomas toma asiento de un lado; yo tomo asiento del otro lado.
Thomas ladea el cuerpo un poco, poniendo completamente su atención en mi persona.
—¿Nunca te has preguntado qué harías si te llegaran a secuestrar?—pregunta segundos después. Mis cejas inmediatamente se alzan, sorprendido por su repentina pregunta. Lo observo cruzar ambos brazos sobre su amplio pecho, haciendo que la camisa gris deportiva se adhiera y resalte tremendos bíceps.
Mierda, si para tener unos brazos así tengo que convertirme en un maniático de las pesas, encantado lo hago.
Meneo mi cabeza, tratando de concentrarme en la conversación. Además si por cincuenta lagartijas y cincuenta sentadillas de un combo que literalmente me dejó fuera de juego; me dejaron sin aliento.
—¿Qué haría si me secuestraran?—hago la pregunta de nuevo en voz alta mientras mi entrecejo se frunce un poco, pensativo, cruzo también mis brazos y empiezo a pensar alguna respuesta a su pregunta.
¿Qué haría si me secuestraran? Supongo que pedir ayuda.
—Supongo que esperar que la policía me encuentre o que alguien me ayude.—respondo al final. Thomas suspira. Simplemente me encojo de hombros, tampoco es que como si pueda hacer mucho contra una banda de criminales.
—La policía no se involucra en temas relacionados con la mafia, lo que quiero decir en simples palabras es que así la C.I.A, el F.B.I, sea quien sea; no podrá hacer nada.—dice sin borrar su expresión seria. Trago saliva nervioso. —Claro que si otras personas que nada tienen que ver con la mafia, sí podrían ayudarte. Sin embargo, la única forma que tienes de escapar de la mafia es que alguien de otra mafia y de rango importante haga un trueque por ti. O llegar a cierto acuerdo.
Ambos nos mantenemos en silencio. Bajo la mirada, enfrascado en mis pensamientos.
En otras palabras, lo que Thomas me está diciendo es que si soy secuestrado por la mafia, nunca escaparé. ¿Es en serio? Maldición, sólo pensarlo es escalofriante, no me quiero imaginar vivirlo.
—Pero no tienes de qué preocuparte.—la voz de Thomas me vuelve a sacar de mis pensamientos. Levanto una ceja en su dirección.
—¿Y eso por qué?
—Porque la señora Atheris no titubearía ni un sólo segundo para ir por ti.—responde dejándome con una expresión bastante estúpida en el rostro. —Además, ya que se le ha metido entre ceja y ceja que serás su esposo...bueno, dudo que alguien se atrevería a secuestrar el esposo de la gran y sanguinaria Atheris.
Mi entrecejo se frunce, decido no decir nada sobre ése tema. Estoy harto de negar siempre este hecho, nadie nunca parece escucharme, y ya la resignación se está haciendo presente en mi sistema. Todos ya dieron por sentado que me casaré con ella y al parecer la paciencia de Dakota está llegando a su límite. Y yo ya no quiero meterme en líos.
—Aunque bueno, como dije no está de más ser precavido.—dice volviendo a llamar mi atención. Levanta su mano derecha y me enseña tres dedos. —Debes de recordar tres simples reglas que toda persona involucrada con la mafia, el narcotráfico y toda esta mierda de estilo de vida; conocen de memoria. Las cuales debes seguir al pie de la letra si alguna vez llegas a estar en una situación así.
Asiento serio. Thomas se aclara la garganta y levanta uno de sus dedos.
—La número uno, es que nunca, por nada del mundo, digas la localización de tu jefe—en este caso la localización de Dakota—porque sino te matan los que te secuestraron créeme lo harán a quienes traicionaste.—levanta un segundo dedo. —La número dos, es que nunca aceptes comida o alguna bebida que te ofrezcan, lo mas seguro es que contenga algún veneno. En todo caso que quieras seguir vivo te recomiendo no hacerlo, pero si llegas en una situación donde morir es la única salida; es más que justificada tu decisión.
Bueno, el problema está en que morir de hambre es más agonizante que morir envenenado. Pienso con ironía. Suspiro y le hago señas a Thomas de que continúe. Levanta otro dedo, el tercero y última de las reglas.
—La más importante, la número tres, es que nunca demuestres temor o debilidad. Te torturaran, se mofaran de ti hasta que empieces a suplicar. Si vas a morir hazlo sin darles ese gusto.
Thomas baja la mano y su mirada adquiere esa expresión vacía y escalofriante que la gran mayoría de las personas de esta casa poseen.
—Te faltó una muy importante.
Thomas, tanto como yo, levantamos la mirada sorprendidos. Dakota nos observa fijamente mientras se apoya en el marco de la puerta. Sus brazos tanto como sus piernas están cruzadas. Una postura relajada, casual.
—¿Cuál?
En el bello—tengo que aceptar—rostro de Dakota se forma aquella escalofriante sonrisa, es como si tuviese alguna broma privada.
—Si tienes la oportunidad mata o muere. Porque créeme que nadie en este asqueroso mundo deja suelto un testigo, así que o los matas y sobrevives, o te suicidas y te ahorras todo ese sufrimiento.
Observo en silencio aquella chica en frente de mi. Es increíble con la falta de...¿tacto? ¿remordimiento? Que habla sobre la muerte. Creo que nunca sería capaz de quitarle la vida a nadie, así mi vida esté en juego. Sin embargo Dakota habla tan libremente sobre ello, es como si ella no tuviese opción. Mi mirada no se aparta de aquellos ojos, tan oscuros que es imposible ver la mínima emoción en ellos.
Eres una chica muy misteriosa, Dakota Anderson.
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