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Capítulo 29.

DREY.

—¿Dakota?

Palpo a mi lado, esperando tocar su menudo y suave cuerpo, pero lo único que encuentro es la otra parte del colchón vacío y las sábanas frías. Frunzo el entrecejo, adormilado levanto el rostro; con los ojos entrecerrados la busco en el interior de la habitación. Sin embargo, todo se encuentra en calma y con uno que otro rayo de luz conlándose bajo la puerta. Todo mi cuerpo se estremece con fuerza, algo que atribuyo al frío y no al hecho de no sentir a Dakota a mi lado. Así que envolviendo todo mi cuerpo con una gruesa sábana, cierro mis ojos y hago el intento de volver a dormir.

Toda expresión de mi rostro se borra e inevitablemente un suspiro de satisfacción escapa de mis labios al percibir ése aroma tan de Dakota entre las almohadas. El tenue olor a tabaco mezclado con menta y un ligero aroma dulce, similar al de la vainilla. Una profunda respiración escapa de mis labios y sintiendo todos los músculos de mi cuerpo relajarse y vuelvo a quedar profundamente dormido. Pero lo que empezó como un hermoso sueño poco a poco pasó a convertirse en una maldita pesadilla.

Frunzo el ceño y observo las ojeras que descansan bajo mis ojos. No tengo idea de qué hora es pero desde que desperté en la madrugada no he dejado de tener pesadillas. Ha sido un completo infierno. Y si a eso le sumamos la migraña que ha empezado a crecer en mis sienes; aumentan mi mal humor. Gruñendo entre dientes tomo una toalla y la enrollo entorno a mi cintura. Importándome bien poco que las puntas de mi cabello rubio, que en este momento se veía un poco más oscuro, mojara mucho más mi torso; salgo del cuarto de baño. Y me estremezco con fuerza cuando mi piel semi húmeda hace contacto con el aire acondicionado.

—Joder.

Sin perder tiempo me visto en menos de cinco minutos. Y aún con mi cabello semi húmedo salgo rápidamente de la habitación. Al avanzar por ese largo pasillo a mis fosas nasales llega el delicioso aroma a café recién hecho. Y hasta puedo sentir mi boca hacerse agua.

Cafeína. Algo que me vendría muy bien en este momento.

—¡Buenos dias, cariño!

Sonrío y abrazo a mi madre.

—Buenos días, mamá.—murmuro contra su cabello. Sus brazos poco a poco aflojan el abrazo y levanta la mirada, sus ojos verdes haciendo contacto con los míos.

—¿Estás bien?—pregunta preocupada mientras observa las ojeras bajo mis ojos. Me encojo de hombros mientras me aparto. —Drey.

—No es nada, mamá.—replico y me sirvo una buena dosis de café en una taza azul de porcelana. —Simplemente no pude dormir bien.

Mi madre me observa fijamente mientras se mantiene en silencio. Busco el azúcar y solo le echo dos cucharaditas; ya que odio el café dulce. Llevo la taza a mis labios y observo a mi madre hacer el desayuno. Desde que tengo uso de razón ella siempre nos ha preparado el desayuno, aún cuando algunas veces en la casa no había suficiente comida para todos. Aún cuando alguna de esos desayunos o cualquier otra comida, tenía que hacerla con los pómulos llenos de moretones y el labio partido. Trago el nudo de resentimiento con un brusco trago de café, quemando mi lengua en su proceso.

—¡Maldita sea!

—¿Drey?

—No es nada.—respondo aún cuando los ojos se me llenan de lágrimas, sonrío y tomo asiento en la mesa de cuatro personas que hay en una esquina. —¿Sasha todavía no se despierta?

—Ayer no pudo dormir de los nervios.

Frunzo el ceño y observo sin comprender la espalda de mi madre.

—¿Nervios?—me estremezco con pánico. —¿N-No me digas que ya no puede...

—No.—mi madre se da media vuelta, con un plato en mano y me sonríe. Aunque es una sonrisa forzada, casi incómoda. —¿Qué te parece si primero desayunas y luego te explico?

—Pero...

—¿Por favor?—me interrumpe con una mirada que no puedo no hacer más que asentir.

Un silencio un poco incómodo se forma entre los dos. Ella llena el plato de huevos revueltos con queso rayado, dos tiras de jamón y una tostada dorada; por la mantequilla derretida. Nuevamente siento mi boca hacerse agua. Pone el plato en frente de mí y llena de nuevo mi taza. Llevando un gran bocado a mi boca la observo tomar asiento en frente de mí sólo con una taza de café en las manos.

—¿No piensas desayunar?—pregunto confundido.

—Estoy bien.—responde volviendo a formar esa tensa sonrisa.

Frunzo el ceño y aguantando las ganas de replicar sigo desayunando, aunque manteniendo mi mirada confusa fija en su rostro. Sus ojos verdes, que en este momento se veían de un color musgo, observan fijamente el interior de la taza que sostiene fuertemente entre sus manos. Pensativo observo las cicatrices, unas un poco más recientes que otras, que tiene entre los nudillos. Cicatrices de peleas. Porque esas mismas, sólo que en mayor cantidad, Dakota tiene en cada una de sus manos.

—Debemos de hablar, Drey.

Todos los músculos de mi cuerpo se tensan. Aún cuando no tengo idea del porqué debería de ponerme tan tenso. Llevo la taza a mis labios, dándole un merecido trago; haciendo el intento de tragar el nudo que siento en mi garganta.

—Por supuesto mamá.—respondo y no puedo evitar reír un poco nervioso. —¿Sobre qué quieres hablar?

—Sé que tú y la señora Ather...Dakota, tienen una relación.—dice mientras se sonroja. No puedo evitar apartar la mirada incómodo. —No me malentiendas. Conozco a Dakota desde que tenía meses de nacida.

—¿Pero?—frunzo el ceño, volviendo a poner la mirada en su persona.

Mi madre me observa en silencio por algunos segundos y suspira con fuerza.

—Ella...tiene muchos demonios con los que lidiar, Drey.—responde con una expresión seria. —Por no mencionar claro, que es líder de una mafia. Y aunque se escuche hipócrita de mi parte, realmente no creo que tú puedas pertenecer a ese mundo.

—¿Por qué?

Antes de darme, aquella réplica escapa de mis labios. Mi madre abre los ojos, claramente sorprendida por mis palabras.

—Bueno, para empezar tienes una mentalidad del tipo justiciera.—mi ceño se frunce con mucha más fuerza y ella al captar aquello, se adelanta a explicar. —Tú no eres un hombre cruel, Drey. No podrías soportar ver matar y muchos menos tener que matar a un ser humano.

—No entiendo lo que quieres decir.

Metiroso.

—Lo que sucedió con la rusa y la criada, es sólo una pequeña parte de lo que Dakota haría por ti.—responde mientras una expresión triste se forma en su rostro. —Sé que estás enamorado de ella, cariño. Y por eso me gustaría que pensaras muy bien lo que quieres hacer con tu vida. Has pasado por mucho, algunas cosas por mi culpa, pero has sabido salir adelante.

—Mamá...—tomo sus manos entre las mías. —Yo no juzgo tus decisiones. Todo lo que hiciste fue por nuestro bienestar.

Sus ojos se llenan de lágrimas. Una que otra escapa de sus ojos, que aunque logra limpiar, no consigue borrar el rastro de tristeza y culpa de su rostro.

—No cariño. Mis decisiones también les trajo mucha infelicidad. Tú y Sasha tuvieron que crecer bajo la presencia de un padre abusivo, en un entorno en el que nadie debería de vivir. A veces me pregunto si hice bien en esconderlos de Thomas. Escapar de la mafia.—dice dejando escapar un tembloroso suspiro a lo último.

—Deja de pensar en el pasado, mamá. Lo hecho, hecho está. Que si bien es cierto que vivir en el mismo techo que el hijo de puta de David Kirchner fue un infierno, así como en aquel barrio de mala muerte no era la gloria; no me arrepiento.

Ella me mira confundida. Sonrío ligeramente y limpio con mis pulgares las lágrimas de sus mejillas.

—A pesar de todo aquello. No me arrepiento porque tú nunca nos abandonaste, aunque podías hacerlo, y nos enseñaste valores que a muchas personas hoy en día les hace mucha falta. Nos diste amor y compresión. Ni todo el dinero del mundo compensaría el amor que tú nos diste a nosotros.

—Oh Drey.

Y al final estalla en lágrimas. Me levanto de mi asiento, rodeo la mesa y la atraigo a mis brazos. Sonrío sin poderlo evitar al sentir mi camisa mojarse por sus lágrimas. Mamá se toma su tiempo para volver a controlarse y yo símplemente la dejo desahogarse, además si soy completamente sincero prefiero consolarla a tener que hablar con ella sobre mi relación con Dakota. Porque ni yo sé qué tipo de relación tenemos.

¿Mamá?

Un ligero murmullo que a duras penas consigo escuchar, llama mi atención. Doy una mirada por encima de mi hombro, encontrándome con unos ojos idénticos a los míos.

¿Le pasó algo a mamá?—pregunta en señas. Niego y sonrío de medio lado.

—Ven.—le digo a como puedo.

Sasha frunce el ceño, una expresión de confusión cruza por su bello rostro pero al final se encoge de hombros y se acerca. Y los tres nos abrazamos como hacía bastante tiempo no hacíamos.

—¡Oh, cariño! Tu desayuno se enfrió.

Antes de que pueda o tenga tiempo de responder, toma el plato con la mitad de mi desayuno y lo mete en el microondas. Suspiro y vuelvo a tomar asiento. Sasha se acerca y se sienta en frente de mí, observo divertido a mi madre volver a comportarse como suele hacer; con soltura, confiada y segura. Vuelvo a poner la mirada en mi hermana. Sus enormes ojos verdes azulados están fijos en mi persona.

—¿Ocurre algo?—le pregunto en señas.

Te ves diferente.—responde mientras sonríe ligeramente. Frunzo el ceño confuso. —Tu mirada es diferente.

—¿De qué hablas, enana?—río sin poderlo evitar.

Mamá saca el plato del microondas y lo pone en frente de mí. Le agradezco, tomo el tenedor y llevo un buen bocado a mi boca. Le sirve el desayuno a Sasha, sólo que en vez de café le sirve jugo de naranja; ya que mi querida hermana odia el café. Pasamos la hora conversando, ya que rara vez pasábamos la mañana juntos ya que algunas veces mi madre tenía que salir hacer el trabajo—sea cual sea que es—y yo, bueno paso demasiado tiempo frente a la pantalla de una computadora. Por no mencionar claro, del tiempo que pasaba en la Universidad. Demonios, ahora que lo pienso tengo más de un mes de no asistir. Creo que el señor Johnson estará muy contento de que al final haya dejado de asistir.

—¡Oh! ¡Es verdad!—levanto la mirada y me topo con los ojos verdes de mi madre. —Había olvidado completamente lo que tenía que decirte.

—Sobre...—me detengo y tomo una profunda bocanada de aire. —¿Sobre Dakota y yo?

—En parte sí y en parte no.—responde dejándome mucho más confundido. —Drey, imagino que recuerdas que Dakota le pagó la operación a tu hermana, ¿no?

—Ajá.

Así como también recuerdo que fui yo quien le juró a Sasha, de que pagaría su operación.

—Bueno, el vuelo a Japón es en dos horas.

—¡¿Tan pronto?!—cada uno de los músculos de mi cuerpo se tensan. Observo de mi madre a Sasha y viceversa. Ambas me observan confundidas. —Es sólo que creí que...No importa.

Levanto la mirada al sentir una ligera caricia en mi mano. Sasha me observa preocupada.

¿Estás molesto?

—No.—respondo. Le regalo una sonrisa al ver que la expresión preocupada sigue en su rostro. —Símplemente me sorprendí. ¿Estás nerviosa?

—Un poco.

—Todo saldrá bien.

Sasha asiente, aunque puedo notar que sigue nerviosa y preocupada. Algo completamente normal. Si yo que no voy a ser operado estoy nervioso, ni imagino cómo debe de estar ella.

—Iré con ustedes al aeropuerto.—me levanto, beso la mejilla de mi hermana y de mi madre. —Pero antes pasaré por el laboratorio.

Y salgo de la cocina. Deslizo mi mano por encima de la puerta de vidrio, la cual no tarda en darme vía libre.

—¿Qué pasa?

Observo a todos los chicos escribir como maniáticos sobre sus teclados y uno que otro caminar de un lado hacia otro; con la desesperación grabada en sus rostros.

—¡Señor!

Fijo mi mirada en Kenyer el cual se acerca tan abrupto que me sorprendo.

—¡Tenemos problemas!—exclama mientras se acerca a su computadora. Lo sigo, porque realmente no sé qué sucede. —Los de la red de seguridad están tratando de entrar al sistema de las computadoras de la señora Atheris.

—¿Qué?—pregunto incrédulo. —¿No se supone que los laboratorios fueron destruidos junto con las mansiones?

—Sí. Pero no los datos.—dice manteniendo la mirada fija en la pantalla. Donde una secuencia de códigos empiezan aparecer.

—No entiendo. Si los módems fueron destruidos no veo cómo pueden invadir el sistema.—musito también observando la pantalla. Kenyer abre la boca para responder pero una alerta en la pantalla llama su atención.

—¡Entraron al sistema madre!—exclama con completo terror uno de los chicos.

—Mierda. Mierda. Mierda.—murmura Kenyer cada vez más pálido.

Observo incrédulo como todos entran prácticamente en pánico. Todo mi cuerpo se tensa y me estremezco con fuerza al comprender finalmente lo que está pasando. Las computadoras de todos los labotarios de las mansiones comparten una misma red y un mismo sistema. Pero para poder utilizar un sistema que no pueda ser detectado, todos los datos deben de venir de otra parte. En resumen, un sistema madre—la computadora principal—debe de proporcionar esa información, los datos se almacenan en su memoria y el software instalado es el encargado de no permitir un rastreo.

—¿¡Por qué no han destruido la información del sistema madre!?—pregunto alzando la voz, algo que no puedo evitar. Y corro hasta llegar a mi computadora.

—Porque el encargado de ese software fue el señor Allen. Solo él conoce los códigos.

¡Maldita sea!

—¡L-Llevan un veinte por ciento descargado!—exclama uno de los chicos. Sus ojos azules, dilatados y oscurecidos me observan fijamente. —¿Q-Qué...vamos hacer?

Piensa Drey. Piensa. Ruego en mi mente, sintiendo escalofríos recorrer mi cuerpo. Un sudor frío baja a lo largo de mi espalda y los vellos de mi nuca se erizan. Si consiguen descargar toda la información estamos completamente perdidos. Es solo cuestión de minutos para que consigan dar con el búnker. Nosotros a comparación con ellos, prácticamente no contamos con lo suficiente.

—¡Treinta por ciento!

Carajo. Que sea lo que Dios quiera.

—¿Dónde está Dakota?—pregunto iniciando el software que creé para invandir el SS-DK.

—N-No sé, señor.

Frunzo el ceño al ver como todos apartan la mirada. Y literalmente se remueven incómodos.

—Como sea, no hay tiempo. Llamen a Kenya, necesitamos entrar en contacto con Dorian Allen.

—¡Sí, señor!

—Los demás empiecen a crear todo tipo de virus, tienen menos de diez minutos para crear cuantos puedan.—gruño mientras hackeo el SS-DK. Una serie de alertas aparecen en toda la pantalla, estoy seguro que ya saben que alguien los está invadiendo. Con el corazón acelerado muevo mis dedos a una velocidad casi imposible sobre el teclado.

—¿¡Qué demonios ocurre!?

Gruño pero de reojo consigo ver entrar como una exhalación a Kenya y Drew, con los otros chicos detrás.

—¿Qué pasó con Dorian?

—No está en el país. Está en Inglaterra. Y tratamos de contactarlo pero no responde.—dice Kenya mientras observa con el ceño fruncido la pantalla grande. —¿Qué demonios ocurre?

Meneo mi cabeza y gruño entre dientes. Esto no puede ser posible. Aunque podría hackear el software del sistema madre, tardaría demasiado y tiempo es el que no tenemos. Por no mencionar claro, que no se si tenga la suficiente habilidad para lograrlo.

—¡Cincuenta por ciento!

—¿Cuántos virus han creado por el momento?—pregunto sin dejar de escribir sobre el teclado. Una simple dirección, un link, es lo único que necesito para poder entrar al sistema de la red de seguridad. Los escucho de fondo gritar cuatro, cinco, dos y seis. —No son suficientes.

—¡Maldita sea! ¡Hagan algo!—gruñe Kenya mientras empieza a discutir con Drew.

Todos empiezan hablar a la misma vez y en lo único que puedo pensar es en los interminables códigos que empiezan aparecer en mi pantalla.

Por favor. Por favor.

—¡Sesenta por ciento!

Por favor.

—No tenemos tiempo. Entren a la dirección que les enviaré y envíen cuantos virus puedan.

—¡Sí, señor!

—¿Qué piensas hacer?—al levantar la mirada, me topo con la escalofriante mirada gris de Kenya.

La ignoro, tomo el disco duro que contiene uno de mis viejos proyectos. De hecho, fue el primero que hice, y descargo su contenido. Cuando lo creé en lo último que pensaba es que me serviría para ingresar al sistema madre de una mafiosa. “JUDAS”—así fue como lo nombré en ese entonces—es un virus que cuando se ejecuta crea y reescribe códigos, exactamente veinte por segundos. Cuando alcanza al límite de tres mil códigos, elimina todos los códigos incluido el software invadido. Claro que la primera vez que lo ejecuté en deber de realizar esa función, hizo todo lo opuesto, y al final terminé dañando una buena computadora. Que me costó más que crear el software.

—¡Setenta por ciento!

—Sigan encargándose de invadir sus sistemas, trataré de entrar al sistema madre.—respondo empezando con lo dicho.

Mi mente se desconecta del ajetreo de mi alrededor, mi vista se irrita al permanecer demasiado tiempo con la mirada fija en la pantalla. Mis dedos y muñecas empiezan a doler, pero no me detengo. Cuento el tiempo con la secuencia de mi corazón, que cada vez se aceleraba más; tanto de emoción como de preocupación. Empiezo a sudar frío, aún cuando dentro del laboratorio el aire acondicionado siempre permanece bastante alto. Y lo único que me repetía en la mente era que tenía que lograrlo a tiempo. No sé cómo, pero tenía que lograrlo.

—¡Ochenta por ciento!

Los números pasaban a toda velocidad frente a mis ojos. Cincuenta, ochenta, cien, ciento treinta, ciento sesenta, doscientos...Mil, mil quinientos...Dos mil. Faltaba tan poco.

—¡Noventa y cinco por ciento!

Por favor.

—¡Noventa y ocho por ciento!

Por favor.

—¡Noventa y nueve por ciento!

Cierro los ojos con fuerza. Y dejo caer mi frente entre mis antebrazos, cruzados sobre el escritorio. Sentía un dolor atravesar mi pecho, mi corazón palpitar a toda velocidad dentro de mi caja torácica y estremecimientos recorrer mi cuerpo. Todo a nuestro alrededor estaba sumido en un escalofriante silecio. Y en lo único que podía pensar es que todo era mi culpa. No había podido lograrlo. Había puesto en peligro a todos. A mi madre y hermana, a los chicos del laboratorio, Thomas y Gilberth. Así como a Kenya y Drew. Pero sobre todo...a Dakota.

—¿Señor?

Lleno mis pulmones con una profunda bocanada de aire.

—¿Sí?—respondo en un tembloroso susurro.

—El sistema madre ha sido eliminado.

¿Qué?

Levanto la mirada de golpe. Los vellos de mi nuca se erizan ante el repentino escalofrío, e incrédulo observo la pantalla de mi computadora. Pasar de estar llena de interminables códigos, a estar completamente vacía.

—¿Q-Qué pasó con la información descargada?—balbuceo, incapaz de salir de mi incredulidad.

—Los datos junto con la información fueron eliminados antes de almacenarse completamente.—responde Kenyer, pálido con la misma expresión que yo, mientras me observa fijamente. —El software que instaló consiguió destruir todo, señor.

—¿De verdad?

Los seis chicos asienten sin apartar sus miradas de mi persona. Trago el nudo que siento y pongo la mirada en la pantalla grande que hay en frente de todos nosotros. Joder. ¿Realmente lo hice? Ojalá estuviera el profesor Johnson aquí para restregárselo en la cara.

—Mantenganse atentos.—me levanto torpemente de la silla y camino hacia la puerta que da al estacionamiento. —Iré a...solo iré a tomar aire.

Y sin esperar respuesta de alguno de ellos salgo tropezando con mis propios pies. Me apoyo contra una de las paredes de piedra y cierro mis ojos. Poco a poco soy consciente del dolor de mis muñecas y dedos. Además de que la adrenalina empieza a disminuir, dejándome drenado y completamente agotado. Me tomo mi tiempo, solo en aquel enorme espacio, tratando de hacer desaparecer los nervios de mi cuerpo; pero me toma más de quince minutos hacerlo.

—¿Estás bien?

Abro los ojos y no puedo evitar sorprenderme al encontrar a Kenya en frente de mi. Asiento mientras la observo patear una pequeña piedra con la punta de sus timberland. Ella se mantiene en silencio y al no saber qué decir yo también me mantengo en silencio. La verdad nunca sé qué hacer o decir cuando estoy cerca de ella. Primero, es una mujer escalofriante, siento que si quisiera mataría a todo aquel que se le aparezca en frente y a lo último simplemente se escogería de hombros y diría algo como: “hacían mucha bulla al respirar” o “no me gustaba sus miradas”. Pueda que exagere, pero todavía no olvido que me quiso disparar sólo porque Dakota le dijo que estábamos comprometidos. Y eso, que ha pasado más de cinco meses desde que llegué a la mansión. Segundo, esos ojos grises cuando te miran es como si no fueras más que basura. Y tercero, porque no sé sobre qué hablar con ella. ¿Sobre Dakota? ¡Ja! Ya lo creo que no. ¿Sobre drogas? A duras penas consigo beber diez cervezas.

—Debo de aceptar que eres bueno en las computadoras.—su voz me saca de mis absurdos pensamientos. Levanto ambas cejas, sorprendido por sus palabras. —No me malentiendas. No me caes bien, si alguna vez me tocara salvar tu vida créeme que sería porque me lo ordenaron y no porque yo lo deseara.

—Sí ya entendí. No te caigo muy bien. Lo entiendo.

Kenya asiente y frunce el ceño.

—Pero lo hiciste bien ahí en el laboratorio.—dice mientras hace un movimiento con la cabeza, señalando en dirección a la pesada puerta de hierro. —No cualquiera puede trabajar bajo presión, mucho menos al saber que un solo error puede costarte más de una vida, incluida la tuya. La verdad nunca creímos que alguien sería capaz de hackear el sistema madre. Pero tú y los de la red de seguridad; lo hicieron.

—¿Lo siento?—frunzo el entrecejo confuso. No sé si me está alabando o todo lo contrario.

Mentalmente me encojo de hombros. Creo que mejor le doy el beneficio de la duda.

—En fin. Venía a decirte que Sheena y tu hermana ya tienen que irse al aeropuerto.

Abro la boca para agradecerle pero da media vuelta y atiende el celular. Ni siquiera lo escuché sonar. Fuerzo mis oídos para escuchar lo que dice, pero son pocas palabras las que consigo descifrar. La observo caminar con rapidez hacia el laboratorio, suponiendo que es hacia ése lugar al que va. Empiezo a caminar hacia el mismo lugar pero me detengo al ver aparecer a mi madre, mi hermana y Drew. El último trae una maleta en cada mano. Rápidamente me acerco y tomo las otras dos maletas que llevan mi madre y Sasha.

—¡Al fin!—gruñe Drew mientras pasa a mi lado. Pongo los ojos en blanco y me acerco a la cajuela de una de las camionetas negras. Los dos ponemos las cuatro maletas dentro, cierra la puerta con un suave empujón y todos entramos a la camioneta.

Si no puedo ir con ellas. Por lo menos las acompañaré al aeropuerto.

—¿Listos?—pregunta Drew encendiendo la camioneta. Nos da una rápida mirada a todos y pone la mirada en el frente. —Bien, vámonos.

Y las luces iluminan ese largo túnel que lleva al exterior.

—¿Estás seguro que no quieres venir con nosotras? Ella compró otro boleto por aquello.

Niego y abrazo con más fuerza a mi hermana y madre.

—No mamá.—murmuro. —No puedo irme.

—¿No quieres dejarla, verdad?—pregunta fijando su mirada en la mía. —Realmente ella te gusta.

La amo.

Ante aquel pensamiento siento mis orejas ponerse calientes. Maldita sea. Lo último que quería era sonrojarme. Es vergonzoso.

—Bueno...—aclaro mi garganta con un sonoro carraspeo. —El búnker en este momento es muy vulnerable. Pueda que necesiten de mi ayuda.

La sonrisa burlona de mi madre, aumenta el bochorno de mi rostro. Aparto la mirada y antes de que diga algo la abrazo nuevamente.

—Por favor cuídate mamá. Las voy a extrañar a las dos.

—Y nosotras también, cariño.—su voz poco a poco empieza a entrecortarse. Hasta yo siento formarse un nudo en mi garganta. —Te amo, Drey. Estoy realmente orgullosa de ti.

Cierro los ojos y le doy un último—y fuerte—abrazo. Busco con mi mirada a Sasha y la encuentro con sus enormes ojos verdes azulados llenos de lágrimas. Sonrío y también la abrazo con fuerza. Ambos compartimos señas, donde nos decimos lo mucho que los queremos y que espero de todo corazón que esa operación funcione y ella finalmente pueda hacer lo que quiera. Si desea viajar, que viaje a todos los rincones del mundo. Si desea empezar a estudiar, que estudie, nunca es tarde para hacerlo. Sólo quiero que cumpla cada uno de sus deseos.

—¡Adiós cariño!

Levanto mi mano y con un nudo en la garganta; las observo irse. Paso unos cuantos segundos de pie, en el mismo lugar, hasta que dejando escapar un profundo suspiro giro sobre mis talones hasta salir al exterior. Camino unos cuantos metros hasta llegar al estacionamiento, donde Drew espera tras el volante. Abro la puerta del copiloto, una vez me he puesto el cinturón, cierro la puerta y él maniobra hasta salir completamente del aeropuerto.

—¿Llevas un par de revolvers en la guantera?

Drew suelta una sonora carcajada.

—¿Ya aprendiste a disparar?—pregunta burlón mientras me da una rápida mirada.

Sonrío de medio lado y aparto la mirada. Pasan unos minutos en la que ambos pertemecemos en silencio pero al final no puedo seguir con la duda.

—Oye, Drew.

—¿Qué?—murmura mientras gira el volante hacia la izquierda.

—¿Dónde está Dakota?

Pongo las manos, tratando de amortiguar el golpe y si no fuera por ese autoreflejo creo que en este momento tendría una gran brecha en una de mis cejas.

—¿¡Qué demonios te sucede!?—grito exaltado, por el tremendo frenazo que dio y que casi consigue que nos estrellemos.

—Perdón. Un calambre.

Entrecierro los ojos y lo observo fijamente. Drew en ningún momento aparta la mirada del frente, de hecho cada vez aumenta la velocidad. Que en sólo cuestión de minutos estamos en el escondite e ingresamos a los túneles. El sonido del motor provoca un ligero eco y las luces iluminan ese interminable camino. Drew estaciona con cierta brusquedad al lado de una de las otras camionetas y sale a toda prisa de la camioneta. Completamente confundido salgo y entro al búnker. Encontrándome con una tensión tan palpable que me deja congelado a mitad del laboratorio.

—Ten, es para ti.

Observo confundido el celular que me ofrece Kenya. Sus ojos me observan con una emoción que no consigo interpretar.

—¿Dakota?—pregunto, suponiendo que se trata de ella. Escucho un suspiro profundo que de alguna manera acelera mi corazón. Y no de una buena manera. —¿Estás bien?

Sí, estoy bien.—escuchar su voz de alguna forma me tranquiliza. Pero lo que no entiendo es porqué ella me llama. ¿Por qué no está aquí? ¿Dónde demonios está? —Drey, ¿te acuerdas de la caja de seguridad que está detrás del sillón de nuestra habitación? Necesito que vayas y la abras, el código es dieciséis-veinticuatro.

Frunzo el ceño pero hago lo que dice. Kenya me sigue de cerca y no deja de preguntar cosas que en este momento no presto la mínima de atención. Empujo el sillón con fuerza, considerando que el celular lo llevo en una de mis manos, y una vez veo la caja pongo el código.

—Listo.—respondo escuchando el ligero “click”.

Las carpetas que están adentro son todas tuyas.—dice dejándome cada vez mas confundido. Sostengo el celular con una mano y con la otra saco un pequeño sobre. Frunzo el ceño al ver mi nombre en la parte trasera. —Espero me perdones por no poder ir a tu graduación, sé que serás un increíble informático, por eso espero aceptes mi regalo.

No fueron sus palabras las que me hicieron estremecerme. Si no el leer el primer párrafo de esa carta. Gruño y siento mi alma literalmente cerse a mis pies.

—Dakota y-yo...—balbuceo sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas. Y no me importaba que Kenya o alguien más me viera.

Ya lo sé Drey.—me interrumpe y por alguna loca razon, casi me la puedo imaginar sonriendo. —Yo también te amo. Y espero, me perdones por lo que te he hecho.

Y simplemente cuelga. Observo la carta en mis manos, Kenya entierra sin piedad alguna sus uñas en mis brazos y dice algo que no consigo escuchar. No puedo escuchar nada. Ella me arranca el celular de las manos y hace el intento de volver a llamar. Pero yo sabía que ella no iba a responder.

—¡¿Qué fue lo que te dijo?! ¡Dímelo, maldita sea!—grita Kenya mientras una expresión de lo más asesina y llena de auténtico terror se apodera de sus facciones.

—D-Dakota...ella...

—¡Kenya! ¡Kenya!—los gruñidos de Drew retumban en cada rincón del búnker.

Los dos salimos a toda velocidad de la habitación, Kenya en su desesperación casi choca contra la puerta de vidrio. Como si estuviese en un sueño me detengo en medio laboratorio e incrédulo observo la enorme pantalla. Una gran cantidad de policías y reporteros están alrededor de una magnífica mansión. Y aquella elegante mansión frente a mis ojos de un segundo a otro empezó a explotar. Cada centímetro empezó a volar en diferentes direcciones y en lo único que podía pensar era que las pesadillas se habían hecho realidad.

Había perdido a la mujer de la cual estaba perdidamente enamorado.

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