Capítulo 28.
DAKOTA.
Abro los ojos sobresaltada, algo desconcertada recorro con la mirada a mi alrededor pero me detengo cuando me percato finalmente dónde estoy. Suspiro y trato de tranquilizar mis latidos. Estaba teniendo un maldito sueño, o sería mejor decir una pesadilla, donde Drey moría en manos de Demetrio. Un escalofrío me recorre de sólo acordarme, tengo que admitir que nunca había tenido un sueño tan lúcido que sólo por un instante realmente pensé que era real.
Vuelvo a suspirar, levanto mi mirada encontrándome con el atractivo y relajado rostro de Drey. Escuchar su profunda y lenta respiración me relaja. Mis ojos no se apartan de él. Estos últimos días no he podido evitarlo, cada día que pasa se pone más guapo y atractivo. Incluso mi querido informático está sacando a la luz partes de su personalidad que no había visto nunca, hasta creo que él tampoco, porque la mirada de Sheena es una de completa sorpresa y preocupación. No sé qué clase de vida llevó Drey todos estos años, aunque me hago una idea, pero de cierta forma me parece bien que su personalidad poco a poco se haga más fuerte. Pero el sólo pensar que alguna maldita fulana trate de acercarse a él, mi mente crea miles y miles formas de matarla. Nadie toca lo mío, ¡nadie! Mi lado psicópata se enciende sólo el pensarlo, así que decido apartar esos pensamientos.
Me acerco y beso su pecho, del lado izquierdo donde está su corazón. Que lleva una secuencia fuerte y lenta. Drey murmura algo pero no se despierta. Sonrío divertida al sentir sus brazos enrollarse con más fuerza contra mi menudo cuerpo.
Esto es vida.
Despertar cada día con la imagen de este hombre en mi cama, es jodidamente increíble. Pero lastimosamente el delicioso pensamiento de Drey desnudo, tomándome con posesión tiene que ser interrumpida por una maldita llamada. Alargo mi brazo buscando ese aparato del infierno, pero Drey me mantiene fuertemente pegada a él. Suspiro de pura frustración, tomo su brazo y no sé cómo pero de alguna forma consigo salir de su agarre. Rápidamente tomo el celular sin ver de quién se trata.
—¿Qué?—gruño en un susurro. Una risa femenina se escucha del otro lado haciendo que mi enojo aumente.
—Alguien amaneció de malas.—una persona con un fuerte acento mexicano me habla en español. De inmediato sé quien es.
—¿Qué quieres, Beltrán?
La susodicha dice algo en español que la verdad ignoro completamente, me levanto desnuda de la cama y con sigilo—para no despertar a Drey—me acerco al pequeño closet.
—Tenemos un serio problema, Atheris.—dice bastante seria, lo suficiente como para hacer que mi atención esté totalmente puesta en ella. —Los malditos de la D.E.A están interfiriendo, se están acercando mucho a nuestros territorios y sabes que si ellos obtienen pruebas no tardarán en meternos presos.
Maldita sea. Rechino los dientes, tomo una camisa negra de algodón manga corta y uno los pantalones militares grises, además de por supuesto ropa interior.
—Tú sabes que nosotros somos de palabra, hemos conseguido derrumbar gran parte de sus negocios y de su mafia pero...—se queda en silencio y ella no tiene que seguir para comprenderlo.
—No pueden seguir ayudándome.—término yo por ella. Regina se queda en silencio, el cual me indica que estoy en lo correcto. —No te preocupes, entiendo perfectamente. Dale las gracias a Luis de mi parte, la promesa que les hice sobre el territorio sigue en pie.
—Tú sabes que nosotros no somos ningunos miedosos, pero los maldito de la D.E.A están consiguiendo jodernos y lo que menos nos conviene es darle más pistas.—dice sin abandonar el tono serio. —Espero nos perdones y que sepas que todavía te deberemos un favor.
—Bien. Nos vemos Beltrán.
—Adiós Atheris. Espero y mates al hijo de puta de Demetrio.—es lo último que le escucho decir porque cuelgo la llamada.
Dejo el celular encima del lavamanos, así como también la ropa, ya que no hay dónde ponerla. Lamentablemente el inodoro no es de ésos que tienen una tapa; así que mejor dejo todo en el lavamanos a jugar con mi mala suerte. Y sin perder más el tiempo, me meto a la ducha. Cierro los ojos al sentir el agua caer en mi cabello y a su vez en mi cuerpo. Abro los ojos y observo fijamente las baldosas blancas de la ducha. Necesito espabilarme, buscar la manera de llegar a Demetrio sin que los uniformados se enteren. Lo que menos quiero es estar entre una guerra de mafias y a su vez con los uniformados. No cumpliría mi propósito; matar a toda la familia Anderson.
Suspiro y sigo tratando de quedar lo más limpia posible. Necesito hacer demasiadas cosas y aunque odie el sólo pensarlo; tendré que regresar a mi plan original. Y mucho me temo, que a muchos éso no les gustará ni un poco.
Escondo mi largo cabello negro en un gorro de lana gris, y vuelvo a poner la capucha de mi chaqueta de cuero sobre mi cabeza. Kenya se mantiene en silencio contra el volante, manejando con destreza hasta llegar a El Infierno; donde gran parte de mi mafia me esperan. Buscando un cigarrillo mezclado, que realmente me fascinan, espero pacientemente a que Kenya estacione la camioneta. Otras dos, donde vienen Thomas, Gilberth, Jason y Evan; nos siguen de cerca. Dejo escapar una larga exhalación, sintiendo el tabaco y la hierba en mis pupilas gustativas. Observo salir a Kenya completamente armada, al igual que Gilbert y Thomas—como los otros dos—y rodearme. Pongo los ojos en blanco. Siento las pistolas pesar en mi cinturón y las cuchillas en mis botas militares rozar mis tobillos. Si me van a matar, tendrán que hacer un gran esfuerzo. Porque el primer imbécil que haga el mínimo intento de apuntarme; estará en cuestiones de segundos visitando el mundo de los muertos.
Cuando mis botas militares se llenan de suficiente polvo y escucho detenerse los murmullos; es que sé que he llegado. Levanto la mirada, encontrándome con más de cincuenta pares de ojos fijos en mi persona. Los francotiradores y todos aquellos especializados en pelear; están frente a mi, listos para recibir órdenes de mi parte.
—Estamos en guerra, pero éso ustedes ya lo saben.—digo un poco fuerte. Un brisa un poco helada pasa levantando una pequeña nube de polvo. Tiro la colilla del cigarrillo y escondo ambas manos en los bolsillos laterales de mi chaqueta. —Y saben contra quién es. Los que han estado conmigo desde hace cuatro años saben el odio jurado que le tengo a Demetrio Anderson.
Todos asienten y no apartan su mirada carente de expresividad de mi rostro. Entre mis dedos siento rozar mi caja de cigarrillos y el encendedor.
—Lastimosamente ha surgido un nuevo obstáculo.—digo, ganándome expresiones desconcertadas y confundidas de todos ellos. —Los malditos de la D.E.A nos están cazando. Lo que significa que no sólo vamos a pelear con los inútiles de la mafia del bastardo de Demetrio, sino también con los uniformados.
El rostro de todos cambian radicalmente. Ellos tanto como yo sabemos que si no morimos en el acto, seremos sentenciados a años y años de cárcel. Una oleada de murmullos se levanta, acompañados de insultos y preocupación. Saco un nuevo cigarrillo, que bajo la mirada nerviosa de cada uno de ellos; enciendo. Lo llevo a mis labios, dándole una merecida calada y dejo escapar el humo por mis fosas nasales.
—Quiero a todos, absolutamente todos los negocios de Demetrio hecho cenizas. Los de la zona X y Z; se encargarán de todo New York y alrededores. Los de la zona A, B y C; irán a Los Ángeles. Xavier les dirá qué hacer una vez lleguen allá.—mi voz cada vez se ensombrece más. —Quiero hasta el último de la mafia Anderson muerto, ¿lo entendieron?
—¡Sí señora!
Asiento, tomo una última y larga calada a mi cigarrillo. Tiro la colilla apagandola con la suela de mis botas y el humo sale como una gran nube de mi boca.
—¿Y bien qué están esperando? ¡Muévanse!
Los observo subirse en las camionetas negras polarizadas y algunos en sus motos. Una gran cortina de polvo se forma cuando salen a toda velocidad. Y me quedo mirando en la dirección que desaparecen.
—¿Qué estás planeando?—la voz de Kenya me saca de mis pensamientos.
Levanto ambas cejas sorprendida y la observo de reojo. Frunce con fuerza el entrecejo y sus ojos grises; que se veían más escalofriantes de lo que normalmente son, me miraban con sospecha.
—Nada. ¿Qué te hace pensar que planeo algo?—la burla se desliza por mis cuerdas vocales.
Sin embargo, los cinco me observan seriamente, sin cambiar las expresiones de sus rostros. Pongo los ojos en blanco y vuelvo a poner la mirada al frente.
—No hagas nada de lo que te puedas arrepentir, Dakota.
Sonrío de medio lado y observo la larga pista donde se hacen las mejores carreras clandestinas de los Estados Unidos. Por alguna razón a mi mente llega el recuerdo de la primera vez que traje a Drey. La expresión que puso cuando bajó del lambo, el recibimiento que tuvo por parte de Gael y todos los criminales. La pelea contra Elena, que todavía no olvido el rostro pálido de Drey y su mirada cristalina llena de sorpresa y miedo; al ver lo que había hecho. Pero lo que más recuerdo de ese día, fue el delicioso beso que le robé cuando competí contra la idiota de Lisa. La ligera sonrisa que se formó inconscientemente en la comisura de mis labios, lentamente se borra. De pronto siento un pesar en mi pecho. Agradecería enormemente un buen trago de vodka o whisky, pero supongo que me tengo que aguantar.
—El juego no se termina hasta que los dos reyes se enfrenten.—murmuro sin apartar la mirada de mi alrededor. —Y uno de ellos...muera.
—¿Qué?
Sonrío de medio lado. Y me doy media vuelta enfrentándome a sus miradas desconcertadas.
—Decía, que me gustaría una cerveza bien helada.
Los cinco vuelven a verme con cautela. Me encojo de hombros y camino nuevamente hasta llegar a la camioneta. Kenya pasados unos segundos entra a la camioneta y la enciende; una nueva canción empieza a sonar por el reproductor y el aire acondicionado llena cada todo el interior.
—¿A dónde?—pregunta cerrando con fuerza los dedos sobre el cuero del volante.
—Al bar de Helen.
Kenya responde con un seco asentimiento. No sin antes darme una intensa mirada por el espejo retrovisor, una que enfrento con una expresión indiferente casi cínica. Frunce el entrecejo con fuerza y maneja con rapidez fuera de El infierno. La tensión más que palpable entre ambas. Sé que se muere por saber hasta el último de los detalles, así como también sé que si yo le digo lo que tengo planeado hacer; sería una de las primeras en ayudarme. Pero lastimosamente la necesito para un trabajo. El más importantes de todos.
Sólo a ella, le confiaría esa responsabilidad.
—Desde que volviste estás muy distraída. ¿Estás bien?
Siento unos brazos envolverse en mi cintura sacándome de mis pensamientos, gracias al espejo de cuerpo completo que hay en frente de mí, puedo ver aquellos magníficos ojos. Los cuales he notado han adquirido cierta chispa, ésa, la que trato de esconder de los míos. Drey pone su barbilla en mi hombro y dado que él me lleva muchos centímetros de más, tiene que encorvarse para llegar a mi altura. Sonrío divertida. Drey besa mi mejilla lentamente, y puedo sentir mi corazón acelerarse, así como también siento el maldito nudo formarse en mi garganta. Mis fosas nasales cosquillean por la misma razón; llorar. Voy a llorar y no lo puedo permitir. Nunca he sido una llorona, maldira sea. Además esto es algo que estaba previsto desde la primera vez que lo vi. Desde la primera vez que probé esos deliciosos labios. Y sobre todo, desde que Demetrio decidió de hacer de mi vida un infierno. De quitarme a lo más preciado; mi madre. Porque si bien es cierto que ella no era mi madre biológica, ella era la que me cuidaba, mimaba y quería. Ella me crió como a su hija. ¿Cómo puedo perdonar a la persona que mató a la única persona que me amaba? ¿A la única que persona que yo más he amado?
Lo haré pagar. Yo juré en la tumba de madre, vengarla. Y yo, no soy de las que no cumplen con su palabra.
—Oye...—un beso en mi cuello provoca que se me erize los vellos de la nuca. —¿Puedo preguntarte algo?
Levanto ambas cejas, me doy media vuelta aún estando en sus brazos, y ahora estamos frente a frente. Subo mis brazos a su cuello y los de él bajan hasta mi cintura.
—¿Qué pasa?—pregunto sin apartar mis ojos de los suyos.
Drey se muerde un poco el labio inferior. Y me mira un poco incómodo, corriendo la mirada por momentos y volviendo a ponerla en mi persona. De inmediato la curiosidad hace acto de presencia.
—¿T-Tomas algún medicamento anticonceptivo? Porque yo no he utilizado protección todos estos días. Ningún solo día.—suelta de sopetón, completamente sonrojado.
Aunque me tenso por su pregunta igual sonrío completamente divertida. Sólo hay que ver la expresión que tiene. Sus ojos brillan desafiantes pero sus orejas y partes de su rostro están completamente sonrojados por el bochorno.
—¿Por qué? ¿Preocupado de tener un hijo o una hija con una mafiosa?
Drey frunce el ceño y me observa serio.
—No estoy bromeando.
¿Por qué no me sorprende? Pienso y pongo los ojos en blanco. Ya nadie se divierte, ni toman una pequeña broma. Ahora solo seriedad son.
—No te preocupes, Drey. No serás papá si es lo que preguntas.
—¿Por qué?—réplica de inmediato. Se sonroja un poco más cuando volteo a verlo. —No hemos tenido solo una vez relaciones sexuales. Hasta yo sé lo que sucede después.
—Drey...—me detengo y no puedo evitar soltar una sonora carcajada. Pero esos benditos ojos verdes azulados me observan fijamente, sin cambiar la expresión seria de su mirada. —Está bien. ¿Cómo explicarlo?
Suspiro y cruzo ambos brazos bajo mi pecho.
—No puedo quedar embarazada. ¡Y no! No es porque tenga algo mal.—me adelanto, antes que diga algo. —En parte no tengo nada mal. Pero digamos, que Demetrio se encargó que a mis doce años de edad, me hicieran una operación.
—¿Una operación? ¡¿A los doce?!—responde incrédulo. La furia empezando a crecer en su mirada. Me encojo de hombros y bajo su atenta mirada empiezo a despojarme de mis armas.
—Sí, algo que iba amarrar o cortar mis trompas y así nunca pudiera tener bebés.—respondo con tranquilidad. La verdad, es un tema que nunca me ha alterado en lo más mínimo. Ya que en mis planes nunca pensé en llegar a formar una familia, solo el Dios sabría la clase de madre que sería. —Así que, en teoría soy estéril. Pero ya que solo contigo he tenido sexo sin alguna protección, no sé si sigue siendo efectivo. Aunque yo que tú ni me preocupo, consumo tanta porquería que dudo mucho pueda siquiera concebir.
Drey no aparta sus ojos de los míos. Sigue igual de serio, incluso se nota algo...Un escalofrío me recorre el cuerpo completo. Mejor aparto esos pensamientos. ¿Yo, embarazada? Eso es lo más estúpido que he podido siquiera pensar. Tener que pasar por todos esos cambios, el dolor que imagino tendría que soportar a dar a luz. ¿Y después? ¿Cómo diablos podría llevar una mafia con un bebé al hombro? ¿Qué mierdas haría yo con un bebé? Sin con mera suerte me cuido de yo misma, y tampoco es que haya hecho un gran trabajo porque cuando se trata de pelear—con o sin armas—no me importa salir lastimada. Por eso, de las últimas personas que se pensaría para ser madre; soy yo. Es estúpido.
—Pero bueno. No empecemos a preocuparnos por algo sin importancia.
Una vez me quito todas las armas las tiro sobre en el sillón de dos personas que hay a un costado de la habitación. Me quito la chaqueta en su proceso y la dejo encima de mis armas. Levanto la mirada encontrándome con los de Drey. De inmediato mi corazón se acelera, así como también siento ése deseo que él capaz de provocarme solo con una mirada. Ambos somos conscientes de la tensión, y como las otras veces que sucede; nos dejamos llevar. Sentir sus labios en mi cuello, en mi mandíbula y en las comisuras de mi labio me estaba volviendo loca. A excepción de las otras veces, ésta vez me encargo de prolongar mucho más el acto. Me encargo de besarlo hasta saciarme y de ya no sentir esa opresión en el pecho.
Puede ser la última vez.
Todo mi cuerpo se estremece, un sudor frío baja por mi espina dorsal y siento mi cuero cabelludo picar. Cierro mis ojos fuertemente. No puedo, simplemente no puedo dejar que él vea mi sufrimiento.
—¿Dakota?
La respiración agitada de Drey se entrelaza con la mía, sus dedos repasan con ternura mi rostro. Al final abro mis ojos encontrándome con los de él; dilatados y oscurecidos. Drey no aparta su mirada de la mía, es como si tratara de decirme algo con su mirada. Y aunque tengo una idea de lo que puede ser, lo ignoro. Porque si acepto, cuando me vaya será aún más difícil.
—Bésame Drey.—murmuro con urgencia. Una que él cumple sin problemas.
Entre besos y caricias nuestras ropas fueron desapareciendo, hasta que los dos quedamos completamente desnudos a la merced del otro.
—Definitivamente me estás volviendo loco, Dakota Anderson.
Sonrío, siento ese cosquilleo en mis fosas nasales y la irritación en mis ojos. Drey apoya ligeramente su frente contra la mía, sus manos siguen con sus caricias pero él tanto como yo sabemos que no podemos prolongarlo por más tiempo. Un gemido se escapa de mis labios al sentirlo introducirse en mí, Drey responde con un gruñido ahogado y sensual movimiento de caderas. Él era quien tenía el control—por el momento—y yo simplemente respondía en cada vaivén.
Y ahí, sin apartar la mirada del otro hicimos el amor. Porque yo sabía que ésta vez era muy diferente a las demás. Yo lo sabía.
Con sigilo término de vestirme, manteniendo siempre la mirada fija en Drey; el cual está profundamente dormido. Tomo mis tres pistolas, pero sobre todo mi favorita, porque con esa voy a matar a Demetrio. Y las pongo en sus respectivas fundas. Cierro los ojos por unos segundos y tomo una profunda bocanada de aire. Trato de mantener el ritmo de mi corazón sereno y tranquilo, pero a medida que pasaba el tiempo; mi corazón se aceleraba con furia y el dolor en mi pecho se hacía cada vez más fuerte. El bolsillo trasero de mi pantalón vibra, llamando mi atención, pero no tengo que sacar el celular para saber que ha llegado la hora.
La hora de irme.
Hace una media hora me encargué de dejar todo listo. No soy de las personas que suelen dejar las cosas inconclusas. Levanto la mirada y me acerco hasta donde está Drey profundamente dormido. Sé que tardará en despertar porque tiene el sueño demasiado pesado, y además, lo mantuve lo suficientemente ocupado como para estar bastante exhausto. Sonrío con cierta tristeza, me acerco hasta él, tomo una profunda respiración sintiendo su masculina colonia envolverme. Y beso sus labios. Un suspiro profundo es su respuesta, y aún cuando se remueve, no se despierta.
—Lo siento mi querido informático.—susurro contra sus labios y le robo otro beso.
Trago el nudo que crece en mi garganta. Me aparto de la cama y me acerco al sillón; donde tomo la mochila que traje la vez que Demetrio nos tendió la emboscada en mi mansión. Salgo de la habitación con rapidez y cierro lo más lento posible a mis espaldas. Frente a mí aparece el largo pasillo, que estaba completamente oscuro. Empiezo a caminar y las suelas de mis viejas botas militares hacen un ligero eco en ese estrecho camino. Llego a la pequeña sala de estar, la cual paso de largo sin darle una segunda mirada. Paso mi mano por la puerta de vidrio, esta se desliza sin problemas alguno dejándome frente al laboratorio. Donde tres chicos están monitoreando la seguridad del Búnker, además de que vigilan a los uniformados. Me dan una sorprendida mirada pero no les digo absolutamente nada y sigo caminando hasta llegar al estacionamiento subterráneo. Los pequeños faros que están escondidos entre las paredes de piedra del túnel; le dan un poco de luminosidad a ese oscuro lugar.
—¿Irte sin despedirte, mi señora? ¿Por qué será que no me sorprende?
Todo mi cuerpo se tensa pero la expresión de mi rostro no se altera. Kenya finalmente sale de las sombras y clava sus escalofriantes ojos grises en mi. Está enojada. No. Está más que enojada.
—No es de tu incumbencia.—mi voz nunca se había escuchado tan carente de expresión. Kenya suelta una seca risa entre dientes.
—¿En serio? Se supone que soy tu mano derecha, pertenezco a tu mafia, ¿y todavía me dices que no es de mi incumbencia?—a medida que se acerca y habla su tono se vuelve más frío y lleno de rabia. —¡¿Acaso te volviste loca, Dakota?!
Suspiro y sigo caminando hasta llegar a una de las camionetas. Ninguna de las cinco camionetas tiene las llaves, algo que no me sorprende. Pero como ya había sospechado que algo así podía pasar, siempre mantengo dos respaldos de todas las llaves que manejo. Abro la puerta del copiloto y dejo la mochila sobre el asiento. Cuando cierro la puerta y doy media vuelta; no me sorprendo al encontrarla tan cerca. Antes de que pueda caminar hacia el lado del piloto, toma de mi antebrazo con fuerza.
—Morirás Dakota. No puedes ir así como así, te matarán cuando pongas siquiera un pie en su maldita mansión.—masculla alzando la voz y tensando su agarre contra mi brazo.
—¿Y qué?—grito ya harta, gruñe cuando me sacudo con fuerza; librándome de su agarre. Sonrío con amargura. —Desde el principio ésto iba a pasar, no me vengas ahora con que esto te tomó por sorpresa. Todos los Anderson morirán.
Kenya retrocede como si mis palabras la golpearan. Abre sus ojos grises como platos y una expresión de dolor cruza por su pálido rostro. Pero al instante se recupera y frunce el ceño con fuerza.
—No puedes venir conmigo.—le respondo, adelantándome a su respuesta. —Y créeme no es personal, así que no te lo tomes como tal.
—Pues no siento que sea así.—réplica de vuelta.
—Kenya. Te necesito a ti para otro trabajo. El más importante de todos.—respondo tras un largo silencio tenso. Kenya frunce mucho más el ceño. —Cuida de Drey. Pase lo que pase no lo dejes solo. Porque si a él le sucede algo, te juro que le pido permiso al mismísimo diablo, para salir del infierno y matarte. ¿Lo has entendido?
Kenya tensa la mandíbula con fuerza. Me mira por largos segundos y cuando veo que sus ojos grises se llenan de lágrimas; aparto la mirada. Al final, empiezo a caminar hacia la camioneta.
—Te enamoraste de él, ¿no es así?
Maldita sea.
Cierro los ojos con fuerza, cada uno de los músculos de mi cuerpo se tensa y trato de hacerle llegar oxígeno a mis pulmones.
—Cuídalo Kenya. Por favor.—es lo último que digo antes de subirme a la camioneta y salir a toda velocidad.
Mi vista se nubla un poco pero logro recomponerme con una profunda respiración y con una gran fuerza de voluntad. Cuando logro salir del cementerio, manejo como una experta en esas desoladas calles. Deben de ser como las tres o cuatro de la madrugada. La neblina todavía sigue tapando gran parte de las calles, por lo tanto le bajo solo un poco a la velocidad. Pongo el reproductor y una melodía marcada por una voz un poco ronca; llena el interior de la camioneta. Busco uno de mis cigarrillos de tabaco con menta. Realmente si pudiera me fumaría un puro, pero dado que las calles no se ven del todo bien y fumar marihuana; no ayudaría en nada. Decido posponerlo. No sé cómo pero de alguna forma consigo sacar un cigarrillo y encenderlo; sin matar a algún desgraciado que haya aparecido en mi camino.
Bajo la ventanilla y dejo mi codo contra el marco, el aire fresco de la madrugada entra al auto y no necesito para nada del aire acondicionado. Mi cabello negro se mueve con fuerza gracias a la brisa. Decidí esta vez no esconderme. ¿Para qué? De igual forma ya conocen mi físico.
«—Te enamoraste de él, ¿no es así?»
Suelto el humo lentamente formando figuras distorsionadas en frente de mi. Mantengo mi mirada en el camino, y sin poderlo evitar una sonrisa se forma en mi rostro. Yo sabía que de todos ella era la única que se iba a dar cuenta.
¡Maldita seas Kenya Brown!
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