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Capítulo 26, parte 2.

«—Dakota, mi dulce y preciosa niña. Eres lo mejor que tengo en la vida.»

Escucho a los lejos de mi subconsciente unos gemidos y jadeos de dolor. Abro los ojos, tomo una disimulada bocanada de aire y me enfrento a la realidad.

—¿D-Dónde...¿¡Da-Dakota!?

Levanto la mirada de la punta de mis sucias botas militares, manteniendo todavía los antebrazos apoyados en mis piernas. Y lo primero que mis ojos negros ven son unos rasgados ojos color caramelo.

—Primero...—musito con un tono de voz peligrosamente suave y carente de emoción. —Para ti soy Atheris. Segundo, tienes diez segundos exactos para que me digas quién mierdas eres. Y tercero, creo que no tengo que decir nada más, ¿o sí?

Apunto, sin inmutarme si quiera por su expresión de pánico y terror, al centro de su frente con mi pistola favorita. Levanto una ceja en su dirección.

—El tiempo corre...

—Da-Dakota.—murmura, con las mejillas pálidas. —Y-Yo no...

La interrumpo con un suspiro lleno de fastidio.

—Respuesta equivocada.—me levanto lentamente de aquella silla, me acerco a ella y de un rápido movimiento golpeo su rostro con la pistola. Tomo un puñado de su cabello y acerco mi pistola a su sien. —¿Quién mierdas eres?

La mujer limpia la sangre de su labio con la lengua, una sonrisa escalofriante, casi psicópata, se forma en aquel bello rostro. Finalmente haciendo caer la fachada de temerosa y débil, que inútilmente trataba de hacerme creer.

¿Sorprendida, de ver el rostro de la que tú creías tu madre?—escupe con burla y malicia. El enojo empieza a recorrerme, y sé que si ésta maldita zorra no habla, la mataré. —Pobre de la pequeña y estúpida Dakota, tener que ver como su madre se moría y no poder hacer nada...

Le doy un nuevo golpe, y a ése le siguieron tres más. Tomo de su mandíbula con fuerza, mis dedos se entierran sin piedad en su blanca piel, arrancando un gemido de dolor de su parte. Se retuerce, tratando de escapar de mi agarre, pero Drew y Kenya se encargaron de dejarla completamente a mi disposición. Trata de levantarse pero al tener ambos brazos amarrados a los postes que están a los pies de la enorme cama king, le dificulta mucho la movilidad.

—Te lo vuelvo a repetir. ¿Quién mierdas eres?

La mujer ríe con una sonora carcajada. Pero su sonrisa, así como su risa, lentamente se borran cuando aquella sonrisa escalofriante se forma en mi rostro.

—Bueno, ya que no quisiste hacerlo a las buenas lo haremos a las malas.

La suelto con fuerza, haciendo rebotar su cabeza. Camino hasta la silla, de donde tomo entre mis manos el estuche de cuero que Drew amablemente me vino a dejar. Lo dejo encima del suave edredón de esa enorme cama king. Mientras lo abro—y lo estiro—no puedo evitar sonreír al ver mis bellas cuchillas. Ésas que utilizo mayormente para torturar. Agarro una, acostumbrando mi mano a volver a tener un arma tan pequeña y tan mortífera. Lo mucho que tiene la hoja son cinco o seis centímetros. Juego con ella entre mis manos y dejo que Judith observe mis juguetes.

—¡E-Espera por favor!—grita al verme acercarme.

Mi sonrisa se ensancha al ver el miedo infundido en sus ojos. Esa sensación de manipulación, de control sobre mis adversarios, es simplemente magnífica.

—Te lo vuelvo a preguntar.—musito mientras paso mi cuchilla por su mejilla, la mujer se estremece y trata de rehuir del tacto frío de la hoja. —¿Quién eres? ¿Qué trato tienes con el bastardo de Demetrio?

La mujer balbucea algo que no logro entender, tiembla cuando paso mi cuchilla cerca de su cuello, brazos y mejillas. De un rápido movimiento que al cabo de unos segundos ella se percata; corto su mejilla izquierda. Un hilito de sangre resbala por su pálida mejilla.

—¡Espera! ¡Espera, por favor!—lloriquea mientras trata de deshacerse de las cuerdas. —¡Te lo diré todo, pero por favor no me hagas nada!

Sonrío de medio lado. Jugando con la cuchilla entre mis manos vuelvo a tomar asiento en la silla en la que hace un rato estaba sentada; esperando que finalmente despertara. Levanto la mirada y una cierta satisfacción me recorre al ver el odio en esos ojos. Cruzo las piernas, dejando mi talón sobre mi rodilla. Y espero a que finalmente hable. Sin embargo, no puedo evitar observarla fijamente. Tengo que aceptar que el parecido es increíble y por unos instantes realmente pienso que es mi madre, pero sé que no lo es. Ella no tenía una mirada tan llena de maldad.

—Mi nombre es Judith Miller, era la hermana gemela de tu madre, Julie Miller.—dice al cabo de unos tensos segundos en silencio.

Ni siquiera muevo un dedo, así como la facciones de mi rostro no se alteran. Ella me mira como tratando de buscar algo en mi rostro, pero no encontrará nada. Además tampoco es que me sorprenda, aunque ambas físicamente son idénticas, hay muchos detalles que no comparten. Pero lo que quiero saber es, ¿por qué mierdas nunca supe sobre ella? ¿Qué relación es la que tiene con mi padre? Algo ahí todavía no me convence, pero así sea a punta de amenazas pienso averiguarlo todo.

—Eso ya lo sé, no soy ninguna estúpida.—respondo indiferente, su entrecejo se frunce al no verme...¿Qué? ¿Histerica? La señalo con la cuchilla. —¿Qué relación tienes con Demetrio y cómo mierdas conseguiste la información de mis bodegas y mansiones?

La mujer baja ligeramente la cabeza, aquel cabello rubio esconde un poco su rostro pero cuando lo levanta queda al descubierto otra vez. Aquellos ojos caramelo tienen algo malvado en esos iris, y lo sé porque los míos también lo tienen. La verdad, todo el que está metido en este asqueroso mundo tiene esa maldita mirada. Salvo Drey, aquellos ojos por más maldad que vea siguen siendo tan inocentes, tan hermosos.

—Demetrio Anderson.—la voz de la mujer me saca de mis pensamientos. Levanto una ceja en su dirección, un sonrisa bobalicona y estúpida se forma en sus labios. —Lo conocí cuando nuestro maldito padre nos vendió a los Anderson. Necesitaba más dinero para sus mierdas; drogas, alcohol, apuestas...todo lo que puedas imaginar. Era un maldito adicto.

Suspira con cierto odio y entrecierra los ojos.

—Ah, y ya puedes imaginarte. La deuda que tenía con los Anderson era abismal. Así que según mi padre, tal vez vendiendo a sus hijas como unas prostitutas; conseguiría que le dieran más tiempo o se saldaría la deuda. Pero estos tipos no son conocidos por ser comprensivos, y nos iban a matar a los tres.—se detiene. Su sonrisa estúpida se ensancha y un brillo soñador; se apodera de sus ojos claros.

Frunzo el ceño desconcertada por esa repentina felicidad. El brazo con el que sostengo la cuchilla se tensa con fuerza.

—Pero Demetrio, nos salvó. A ambas.—esto último lo dice con cierta tensión. —Él era tan imponente, tan atractivo. Parecía tener control sobre cada persona de esa habitación, incluso del maniático de su padre. Así que al final ambas pertenecíamos a él, le pertenecíamos.

»Yo estaba simplemente fascinada por sus riquezas, incluso de la forma en la que hablaba, él era la vil presentación de lo prohibido. Y me encantaba. Pero a Julie no. Ella detestaba el hecho de que ambas fuéramos de su propiedad, sobre todo cuando a mi padre lo asesinaron. Algo que personalmente agradezco, porque era un maldito estorbo. Pero eso Julie nunca lo comprendió y hacia cuanto estuviera en su poder para hacerlo enfadar. Y antes de que se dieran cuenta habían quedado perdidamente enamorados uno del otro. ¿Te lo puedes creer? ¡La típica y vulgar historia llena de amor entre el mafioso y la rehén ¡Simplemente magnífico!« 

Mi ceño se frunce mucho más, observo como si la mujer que está en frente de mí haya perdido la cabeza. ¿¡Demetrio enamorado?! ¡Que estupidez!

—Sé que es difícil, casi imposible de creer.—dice al ver mi expresión. —Pero nunca había visto a un hombre tan enamorado como lo estaba Demetrio de Julie, ella para él era su reina. Su mundo. No tienes idea lo que él era capaz de hacer por ella.

Entre más hablaba su expresión feliz y soñadora se iba borrando, convirtiéndose en una llena de amargura y odio.

—Él hacía lo imposible con tal que ella fuese feliz.—masculla entre dientes. —Y al cabo de un año ellos se casaron. Nunca había odiado tanto un matrimonio como aquel. No entendía por qué él tuvo que escogerla a ella, si yo era igual e incluso mejor que ella. Yo sí sabía lo que Demetrio necesitaba, lo que un mafioso ocupaba de su mujer. Y Julie no cumplía ninguno de esos  requisitos, ¡ninguno! Así que no tuve de otra que encargarme de ese pequeño asunto.

Mi cuerpo se estremece con fuerza. Los vellos de mi nuca se erizan y siento un cosquilleo en mi cuero cabelludo. Todas las alertas de mi cuerpo se encienden.

Por favor no.

—Debes de suponerlo, ¿no?—musita mientras sonríe con aquella maniática sonrisa. —Yo fui la culpable de que el magnífico matrimonio de Demetrio y Julie Anderson fuera un maldito infierno. Es increíble lo que puede ocasionar los celos y la manipulación en un hombre. Se volvió loco cuando empezó a sospechar que Julie le estaba siendo infiel.

Puedo sentir cada uno de mis músculos tensarse. La mujer ríe al ver mi expresión. Lástima que esa sonrisa voy a quitársela a punta de golpes.

—¡M-Maldita puta!

Observo aquella pequeña cuchilla incrustada en su pierna izquierda, me levanto y tomo otras dos cuchillas que son del mismo tamaño que la otra. Las dejo con fuerza, una en la pierna derecha y la otra en el brazo derecho de la mujer.

«—Yo fui la culpable de que el magnífico matrimonio de Demetrio y Julie Anderson fuera un maldito infierno.»

—M-Maldita.—jadea con el rostro pálido por el dolor, que sé estaba sintiendo.

Sonrío y saco las cuchillas que tiene incrustadas. Grita, y aquello aplaca sólo un poco la sed de venganza que bulle en mi interior. Observo mis manos llenarse de su sangre, levanto la mirada y veo aquel rostro idéntico al de mi madre.

—¿Sabes, Judith?—ladeo mi rostro clavando mis ojos negros en los suyos. —Al fin tu deseo se hará realidad.

Judith Miller abre los ojos asustada, su piel se pone cada vez más blanca; tanto por la sangre pérdida como por el terror. Sonrío sin diversión alguna, aún siento aquel dolor en la boca del estómago y esa sensación asfixiante no abandona mi cuerpo.

—¿Q-Qué quieres decir?—tartamudea sin dejar de verme fijamente. Temerosa de lo que vaya hacer.

Haces bien en temerme, Judith. Porque si conoces lo sádico que puede ser mi padre. No sabes hasta qué punto soy peor que él.

Bajo la mirada a las cuchillas que descansan en mis manos.

—Porque al fin estarás junto a Demetrio. Juntos para siempre...—levanto la mirada y sonrío ampliamente. —En el infierno.

Y prosigo a volver a incrustar las cuchillas en su cuerpo, que a ésas le siguieron las otras. Sólo la escuchaba sollozar, gritar, gruñir y gemir de dolor. Pero no sentía nada de empatía o lástima. De hecho, era todo lo contrario. La manera en que las hojas de las cuchillas pasaban por su carne, llenándose de su sangre...era tan...maravilloso. Retrocedo unos cuantos pasos observando mi obra de arte. Su respiración acelerada llena el silencio tenso de aquella habitación, su maquillaje—que algunas horas era perfecto—estaba corrido por las lágrimas, haciendo ver su rostro como una extraña obra en su rostro. Ni hablar de su cara ropa, agujereada y teñida por el espectacular camersí de la sangre.

—T-Te...arre-pentirás.—balbucea mientras trata de mantener los ojos abiertos, pero se estaba muriendo a cada segundo que pasaba y me satisfacía enormemente.

—¿En serio?—levanto una ceja y suelto una carcajada. —No soy yo la que se está muriendo en este momento.

Pongo la capucha en mi cabeza de nuevo y giro sobre mis talones para salir de esa extravagante habitación. Ya terminé por el día de hoy.

—Espera...—su voz hace que me detenga. Pongo los ojos en blanco y le doy una mirada por encima del hombro. —To-davía me falta revelarte un último secreto.

Suspiro y espero a que hable. Escondo ambas manos en los bolsillos laterales de mi chaqueta, rozo mi caja de cigarrillos y el encendedor.

—Julie Miller...—hace una pausa. Ríe entre dientes, pero tose al final. Sangre resbala de la comisura de sus labios. Levanta el rostro y sonríe enseñándome sus dientes llenos de sangre. —Julie, era estéril. E-Ella, no fue nunca la madre de Daymond y tuya, porque ella no podía concebir.

Cada uno los pelillos de mi cuerpo se erizan ante el estremecimiento que recorre cada centímetro de mi cuerpo. El aire abandona mi cuerpo y creo que mi corazón se ha detenido.

Sí, yo soy tu madre biológica Dakota.

Y éso fue suficiente.

Observo aquellos ojos color caramelo abrirse como platos, completamente aterrados.

—No por mucho tiempo.

Y disparo.

Una. Dos. Tres veces.

El sonido enternecedor de mi pistola todavía atormenta mis oídos, bajo mi brazo todavía mis dedos enrollada en ella. Observo el blanco edredón lleno de sangre, así como todo ese rincón salpicado de rojo. Escondo la pistola nuevamente en mi cinturón y salgo en silencio de aquella habitación. Mi cabello negro esconde mi rostro y las lágrimas que bajan libremente por mis mejillas.

Kenya y Drew me gritan algo sobre que nos han tendido una emboscada pero yo no soy capaz escuchar o procesar nada de lo que dicen. Simplemente disparo a cualquier persona que se pase en frente de mí. Qué importa una vida menos en éste maldito mundo lleno de mentiras y traiciones.

Qué importa.

(...)

Cierro los ojos cuando el agua fría de la ducha cae con fuerza en mi cabello negro. Bajo mi cabeza, dejando ahora que caiga en mi nuca y a su vez en mi espalda.

«—Yo fui la culpable de que el magnífico matrimonio de Demetrio y Julie Anderson fuera un maldito infierno.»

—Maldita sea.

Golpeo con fuerza las baldosas blancas de la ducha, los nudillos se me lastiman un poco más pero gracias al enojo que recorre mi cuerpo no me duele ni un poco, ni siquiera la herida de bala que tengo en mi abdomen. Nada de eso me duele. Porque lo mío no es físico.

«Yo soy tu madre biológica»

Los ojos se me llenan de lágrimas pero las retengo, siento que si dejo salir esas malditas lágrimas terminaré de perder la compostura. Y yo nunca la pierdo, nunca.

Término de asearme y salgo de la ducha. Seco distraída mi largo cabello, me coloco sólo unos bóxers femeninos y una holgada camisa blanca que pertenece a Drey. Suspiro antes de salir del baño, peino mi cabello con mis dedos pero me detengo ante la magnífica vista con la que me encuentro. Un Drey sin camisa, acostado, con un brazo debajo de su cabeza; provocando que todos los músculos de su brazo y abdomen de tensen. Un escalofrío me recorre cuando aquellos ojos, esos magníficos ojos inocentes, se clavan en los míos. Puedo sentir aquel nudo en mi garganta crecer. Drey se incorpora, sus ojos no se apartan de los míos y siento como aquel frío abrasador que no abandonaba mi cuerpo en todo el día, lentamente es reducido por un cómodo calor.

¿Por qué? ¿Por qué me mira de esa forma?

Reprimo un sollozo. Nunca me había sentido tan frágil y vulnerable. Drey estira uno de sus largos brazos, toma mi mano y con suavidad me lleva hasta él; para envolverme en un tierno abrazo. Los ojos se me empiezan a irritar porque no dejo que las lágrimas corran libremente.

Llora, Dakota. No siempre tienes que hacerte la fuerte.

Sonrío contra su cuello, Drey me abraza mucho más fuerte.

—¿D-Desde cuándo eres tan mandón?

El pecho de Drey vibra, siento un sabor salado cuando al fin les cedo el control a esas malditas lágrimas. Y antes de darme cuenta empecé a llorar como sólo una vez he llorado en mi vida; el día que enterré a mi madre. La única diferencia es que ahora tengo alguien que me consuele. Y me gusta.

Que extraño.

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