Capítulo 23.
DREY.
Observo a Dakota salir de la habitación, el olor de su cigarrillo impregna el interior y no puedo evitar fruncir un poco la nariz. Aunque no tiene un olor desagradable ni fuerte, no es un vicio que me gustaría probar. Ni ése ni ningún otro.
«—Si muero...tú tendrás la libertad que yo no tuve ni tendré.»
Sigo sin entender qué quiso decir con eso. Pero si algo he aprendido en estos meses es que nunca—no importa cuánto empeño le ponga—comprenderé el pensar de Dakota. No se de qué libertad me habla, no lo entiendo ni comprendo. Y preguntarle no significa que vaya a responderme.
Maldita sea.
Suspiro, paso ambas manos por mi rostro y al final peino mi cabello hacia atrás. Las sienes me han empezado a palpitar por el tremendo dolor de cabeza que poco a poco está empezando a convertirse en una migraña. Los párpados me pesan por el sueño que siento y mi cuerpo está completamente tenso, arratonado. Pero simplemente—aunque me gustaría—no puedo irme a dormir como sin nada, ignorando todo lo que está pasando. Además, dudo mucho que pueda conciliar el sueño; no con tantos pensamientos rondando por mi mente.
Al final decido salir de aquella extraña habitación, camino hasta llegar al laboratorio que si yo creía que el que Dakota tenía en la mansión es un sueño, éste simplemente se lleva el premio. Hay cerca de cinco o más computadoras último modelo, que están ubicadas en forma de "U" invertida. Frente a todas hay una enorme pantalla que sería como la principal y que en este momento se encuentra apagada.
—Que alguien me contacte con Angela Wallace.—ordena Dakota mientras se pasea con aquella corta camisa y su ropa interior; como vestimenta por todo el salón.
No veo por ningún lado a Gilbert, Thomas y mi madre. Así como tampoco a Drew y a mi hermana. De inmediato mi ceño se frunce.
—¿L-La asesora de la seguridad nacional?—tartamudea uno de los chicos, todos abren los ojos como platos y observan fijamente a Dakota.
—No. Con mi abuela. ¡Por supuesto que con la asesora de la seguridad nacional! ¡Imbécil!
Los chicos se sobresaltan cuando Dakota grita y fulmina al pobre Jimmy que está cada vez más pálido. Rápidamente asiente y empieza a escribir frenéticamente sobre el teclado. Keyner le pasa un auricular que tiene un micrófono, que Dakota no tarda en ponerse. Pasan cerca de cinco minutos donde Jimmy busca la manera de contactar con la tal Angela, todos se mantienen en silencio, tensos y con cierto temor. Teniendo en cuenta que Dakota es la persona con menos paciente que hay en el mundo. O por lo menos que yo conozca. Nadie puede culparlos.
—Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.—dice una voz masculina que sale de los parlantes que tiene aquella enorme pantalla. Dakota sonríe con malicia.
—Con Angela Wallace.—responde a la voz monótona. El tipo se queda silencio por unos largos segundos.
—¿Quién habla?—pregunta desconfiado.
Dakota pone los ojos en blanco, cruza los brazos a la altura de su pecho, lo que provoca que se note más que nunca que no lleva sostén. Aparto la mirada, sintiendo como mi orejas empiezan a sentirse caliente me quito mi camisa y se la paso con cierta brusquedad. Dakota levanta una ceja y sonríe de medio lado, aquellos ojos negros brillantes de esa escalofriante diversión.
—Digamos que alguien mucho más importante que tú.—responde Dakota con arrogancia mientras se pasa mi camisa por encima de la camisa. Pongo los ojos en blanco. —Mira querido Freddy, si quieres que a tu amada familia, que tengo que admitir que tienes unos hijos preciosos; Matias y Katherine, no les pase absolutamente nada; vas a comunicarme directamente con Angela. Me importa una mierda si está ocupada o no, tú me vas a comunicar con ella. ¿Entendido?
—S-Sí. In-m-mediatamente.
Pobre, casi me lo puedo imaginar a punto de darle un ataque de pánico. No puedo evitar sentir empatia por él, ambos somos unos pobres diablos que no pueden hacer nada contra la gran Atheris.
—Angela Wallace.—responde una voz femenina un poco desconfiada.
La sonrisa de Dakota se hace mucho más amplia y aquellos ojos negros brillan con malicia.
—Al fin nos conocemos, Angela.—dice Dakota contra el micrófono. La susodicha dice algo entre dientes que no consigo escuchar.
—¿Quién eres?
—¿Por qué siempre preguntan lo mismo?—Dakota se burla y eso no parece gustarle mucho a la asesora. —¿Te gustaría saber dónde y cómo encontrar a Demetrio Anderson?
La mujer se queda en silencio, casi me parece escucharla jadear.
—¿Qué sabes?
Dakota sonríe encantada de al fin tener la atención de aquella mujer. No se qué es más desconcertante. Que Dakota juegue de esa forma con personas tan importantes de éste país o...que cada vez me guste cuando lo hace.
Definitivamente me estoy volviendo loco.
Salgo del cuarto de baño, paso una camisa negra por encima de mi cabeza, Dakota levanta la mirada de donde está sentada y guarda un extraño artefacto que no consigo ver del todo; en una de las muchos bolsillos que tiene aquel pantalón militar. Uno muy parecido al mío, cabe mencionar, salvo que el de ella trae más bolsillos. De hecho parecen los pantalones que utilizan los de la milicia; sólo que de color gris.
—¿Tienes hambre?—pregunta mientras guarda su pistola favorita en el cinturón. Mi mirada repasa las lineas negras de aquella serpiente que se enrolla en su plano abdomen.
—Sí.
A regañadientes levanto la mirada de su tatuaje. Dakota sonríe de medio lado y aquellos ojos negros brillan con aquella burla tan característica en ellos.
—Yo también.—musita.
Y ahora es ella quien pasa descaradamente su mirada por mi cuerpo. Mi entrecejo se frunce ligeramente, un estremecimiento me recorre y puedo sentir como entre ambos vuelve a surgir aquella tensión. Mis ojos no parecen querer apartarse de los suyos. Y me parece que no soy el único.
—¿Drey?—la voz tímida de mi hermana me saca de aquella burbuja.
Escucho a Dakota gruñir y mascullar algo sobre que matará al próximo que interrumpa; pero no le presto atención a sus maldiciones. Fijo la mirada en la puerta donde Sasha con las mejillas encendidas me regala un incómoda y a la vez tímida sonrisa.
—¿Qué pasa?—pregunto a la misma vez que hago las señas.
A veces Sasha escucha, como otra veces no lo hace; así que utilizamos las dos formas para comunicarnos con ella.
—¿Puedo hablar contigo?—pregunta cada vez más sonrojada. Me sorprendo y no puedo evitar empezar a preocuparme.
—Claro. ¿En tu habitación?
Sasha asiente, cierra suavemente aquella pesada puerta y desaparece; dejándonos a ambos sumergidos en el silencio nuevamente. Fijo mi mirada en Dakota la cual tiene una expresión que no consigo interpretar. Suspira con cierto fastidio, camina hasta el closet que compartimos y se pone una chaqueta de cuero; que tenía semanas no verla ponerse. Toma una de las cajas de cigarrillos que al parecer son de sus favoritas y la guarda en una de las bolsas laterales de su chaqueta. No sin antes sacar uno y encenderlo. Suspiro y niego lentamente.
Ella y sus vicios.
Dakota ríe entre dientes, algo que llama mi atención. La observo caminar en mi dirección y bajo un poco la mirada al estar a centímetros de ella. Una sonrisa de medio lado se forma en sus labios.
—Salvado por la campana...otra vez.
Frunzo el ceño al no comprender lo que dice, pero antes de poder preguntarle a qué se refería, se pone de puntillas y roza sus labios con los míos. Reprimo un jadeo porque eso sólo haría de su juego más divertido.
—Pero algún día, mi querido Drey. No habrá nada ni nadie que te salve.—susurra sobre mis labios antes de tomar entre sus dientes mi labio inferior. Gruño y Dakota ríe con una sonora carcajada. Sale de la habitación dejando el olor de su cigarrillo danzando por toda la habitación. Paso la lengua por mi labio, sintiendo un poco el sabor metálico de la sangre acompañado a su peculiar sabor.
¿Qué demonios acaba de pasar?
Abro la puerta de la habitación de Sasha, una que comparte con mi madre, y cierro la puerta a mis espaldas. Entro y encuentro a Sasha en posición fetal en la esquina de una cama individual, que imagino es donde ella dormirá a partir de ahora.
—¿Qué sucede?—pregunto preocupado.
Las pestañas rubias de mi hermana se encuentran húmedas y aquellos ojos, idénticos a los míos se encuentran oscurecidos. Una mirada tan llena de tormento y terror que no puedo evitar que mi corazón empiece acelerarse, al imaginar lo peor. Rápidamente me acerco a ella y me siento a su lado. Sasha literalmente se tira a mis brazos.
—D-Drey...—balbucea contra mi pecho. La escucho sollozar, lo que aumenta aún más mi preocupación.
—Sasha...—la abrazo fuertemente y pongo una mano sobre su cabeza. —¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?
Se separa de mí, trata de limpiar las lágrimas de sus mejillas y yo la ayudo, al final pone su mirada en rostro.
—N-No puedo escuchar, Drey.—murmura todavía con la voz llena de emoción. Mi ceño se frunce mucho más. —En estos últimos dos días, mi sordera ha empeorado. A veces lo único que escucho es un pitito ensordecedor.
—¿Q-Qué?—balbuceo. —Pero...¿y las medicinas?
—Según mamá, el doctor dijo que la medicina lo único que iba hacer era retrasar un poco el proceso. Pero que de igual forma iba a quedar sorda si no se me opera.—explica. De inmediato sus ojos se llenan nuevamente de lágrimas, trago el nudo que se ha formado en mi garganta. —Mi oído se ha forzado mucho, Drey. Quedaré sorda.
Y nuevamente estalla en desgarradores sollozos. Aquel nudo se intensifica al escucharla llorar de esa forma, la abrazo fuertemente amortiguando su dolor. Pero sé que es inútil, no puedo hacer nada para ayudarla. Cierro los ojos con fuerza. Una furia conocida y llena de rencor empieza a crecer en mi pecho.
¡Todo esto es culpa de ese malnacido!
—¿Y qué dice mamá?—pregunto segundos después, cuando al final Sasha logra calmarse un poco. Clava su mirada en mi boca para poder entender lo que hablo.
—Ha recogido algo de dinero por los trabajos que la señora Dakota le ha encomendado, pero...—toma aire, sube su mirada a mis ojos. —No es suficiente. Papá...¡perdón! El señor Thomas dijo que él pagaría la operación pero mamá se negó.
Sus mejillas se sonrojan, mi mandíbula se tensa ligeramente pero decido no decir nada cuando le dijo papá a Thomas. Aunque ahora que lo pienso, no sé qué relación tiene Sasha con Thomas. Porque aunque aún no acepte el hecho de que es mi padre, tenemos una tregua; él me enseña a pelear y yo aprendo. Fin.
—¿Qué vamos hacer, Drey?
La voz de mi hermana me saca de mis pensamientos. Paso un brazo por sus hombros acercandola a mi cuerpo, coloco mi mejilla encima de la coronilla de su cabeza.
—Ya pensaré algo. No te preocupes.
No dejaré que mi hermana quede sorda, así me tenga que tragar mi orgullo, con tal de que Sasha obtenga esa operación.
Eso lo juro.
Entro al laboratorio con un sin fin de apuntes en las manos, además de los tres discos donde fragmenté el software que estaba creando para Dakota. Ocupo la última computadora que está libre y la enciendo, mientras repaso los apuntes para saber en qué porcentaje quedé. Y sin darme cuenta me enfrasco tanto que ignoro a cada una de las personas que se encuentran en el laboratorio. Solo puedo pensar en crear, utilizar e inventar nuevos códigos.
—¡Mierda!
Aparto la mirada de la pantalla al escuchar a uno de los chicos gritar. Todos inmediatamente detienen el sonido frenético de los teclados y clavan la mirada en Dan.
—¿Qué sucede?—pregunta Dakota entrando por la puerta que da al estacionamiento subterráneo. Dan observa con los ojos como platos a Dakota.
—S-Sus mansiones.—tartamudea. Dakota frunce el ceño y se acerca, lee algo en la pantalla de la computadora de Dan. Un escalofrío me recorre cuando aquellos ojos negros se vuelven peligrosamente sombríos.
—Haz que se vea en la otra pantalla.—masculla entre dientes Dakota. Segundos después lo que reflejaba la pantalla de Dan también se refleja en la enorme pantalla que hay en frente de nosotros. Frunzo el ceño al ver un tipo de mosaico o collage, de diez mansiones abarcar toda la pantalla.
—¿Qué pasa?—pregunta Kenya mientras entra, seguida de Drew. Dakota no aparta la mirada de la pantalla, levanta el brazo y señala la pantalla. Kenya y Drew fijan finalmente la mirada en la pantalla. Ambos se ponen repentinamente pálidos y abren los ojos como platos.
—¿E-Esas son...
—¡Sí!—grita una Dakota enfurecida. —¡El maldito de Demetrio quemó todas mis mansiones! Y como si fuese poco, también las bodegas.
La imagen de las mansiones pasa a otra similar, sólo que en vez de mansiones aparecen unas bodegas parecidas en la que aquel ruso me tenía secuestrado. Sólo que con títulos como; “Zona D”, “Zona C”. Y lo único en común que tiene con la primera imagen, es que están incendiadas. Incluso me pareció ver algunos cuerpos a los lados.
Demonios.
—¿Cómo es que Demetrio conocía la dirección de mis otras malditas mansiones? ¡¿Y de las bodegas?! ¡Se supone que nadie, ni siquiera la cuarta parte de mi maldita mafia sabe con exactitud dónde están!
Todos retroceden temerosos ante el rugido furioso de Dakota. Y no los culpo. Ella da escalofríos cuando se enoja, tiene un carácter de los mil demonios que además la hace impredecible.
—Tienen cinco minutos para hallar al soplón, porque sino...—musita mientras nos señala con el dedo a todos los presentes. —Los tacho a todos de traidores. ¿Y saben lo significa eso, verdad?
Trago saliva, o mejor dicho hago el intento, porque mucho me temo que me he quedado congelado en aquella silla.
—Muerte.
Un escalofrío recorre cada centímetro de mi cuerpo al escuchar aquella palabra tan cargada de maldad. Porque ella bien puede hacer parecer una simple palabra la mayor de las maldiciones. Abandona el laboratorio y se va hacia la sala de estar. Una vez la puerta de vidrio se cierra pongo la mirada en Kenya, la cual comparten una mirada con Drew que no me pasa desapercibida. Ambos rápidamente salen del laboratorio, rumbo al estacionamiento. Frunzo el ceño confuso, aparto la mirada de la puerta y la clavo en los chicos; que están más frenéticos que nunca. Unos incluso hasta parece que se pondrán a llorar en cualquier momento.
Suspiro, me levanto y camino hasta quedar en frente de todos. Frunzo el ceño y silbo con fuerza, hasta finalmente captar su atención.
—No se cómo el señor Anderson se enteró de todo aquello.—musito con una seguridad que no se de dónde saqué. —Así como tampoco sé quién es el soplón, pero si de algo estoy seguro es que todos tenemos que poner de nuestra parte para que no se entere de nuestra localización. Yo no sé ustedes pero yo no quiero morir en este lugar. Aunque la verdad es que no quiero morir. Por eso todos vamos a recuperar los datos de las otras mansiones, si tenemos que borrar el caché, los códigos y crear nuevos; para crear un nuevo sistema defensivo, tenemos que hacerlo. ¿Están dispuestos o no? Porque definitivamente yo no quiero ser tratado como un traidor, cuando no lo soy.
Al acabar mi discurso, el rostro de todos los chicos cambiaron radicalmente. Los ojos de todos adquirieron la misma expresión; determinación. Y antes de escuchar la respuesta de todos, yo ya la sabía.
Una enorme sonrisa se forma en mi rostro cuando al final consigo entrar a las computadoras del mayor enemigo de Dakota; su propio padre. Pero al instante la borro, no puedo celebrar nada. Porque una cosa es que haya podido entrar a sus sistemas, otro muy distinto es que navegue sin ser detectado y a la misma vez extraer información. Siento los latidos de mi corazón acelerarse, no se cuántas horas hemos estado sentados frente a la computadora. Pero aunque es algo agotador, ha sido muy beneficioso, porque hemos recolectado información muy importante. Sigo tratando de buscar algo que me dé alguna pista del soplón, pero temo que no pueda encontrar nada. Páginas y páginas se abren en la pantalla, pero ninguna importante. Bajo la mirada cuando una me llama la atención. Creo que he entrado al correo personal de Demetrio.
«No me vuelvas a contactar. No quiero que nadie se entere, muchos menos mi querida hija. Sabes muy bien que si Dakota se entera, no durará un segundo en matarme. Ya te mandé todo lo que sabía que podría ser de utilidad.
Espero mi dinero.
J. Miller.»
¿J. Miller? ¿Quién mierdas es J. Miller? Busco la persona que envío el correo, pero una alerta aparece en la pantalla. Antes de salir del todo copio el contenido del correo. Borro el historial y el caché, cambio rápidamente la dirección del sistema para que nadie obtenga la dirección que utilicé. Lo último que nos falta es que descubran la localización de este lugar, y ahí si que nos vamos directo al infierno.
Me levanto de la silla, cruzo los brazos a la altura de mi pecho y camino de un lado hacia otro. Algo aquí no me cuadra. Esta persona se ve que conoce muy bien a Dakota, además que se refirió a ella como “mi querida hija”. ¿Será que se trate de...¡No! Eso es imposible. La misma Dakota me dijo que su madre murió, no creo que ella haya mentido en eso. Porque hay que ver sus expresiones cuando habla sobre ella. No, no creo que haya sido una mentira. Pero...¿y entonces? ¿Quién demonios es “J. Miller”?
Paso ambas manos por mi rostro con cierta frustración. Y como si fuese poco tenemos que buscar al traidor. Kenya no creo que haya sido, teniendo en cuenta que está enamorada de Dakota y la tiene en algún pedestal. Y Drew...tampoco lo creo, ya que parece temerle lo suficiente como para cometer la estupidez de traicionarla. ¿Thomas? ¿Gilbert?...¿Mi madre? Meneo la cabeza. No creo que mi madre se atreva a traicionar dos veces a Dakota, además Sasha y yo nos veríamos implicados, y no creo que ella quiera eso...¿o sí?
Mierda.
Paso una mano por mi rostro y decido ir a preguntarle a la única persona que puede saber quién mierdas es J. Miller. La misma líder de su mafia.
—¿Dakota?
Busco con la mirada a Dakota, pero está tan oscuro que ni siquiera soy capaz de ver mi mano. Busco con la mano el interruptor pero al no conocer bien aquella habitación no puedo saber con exactitud dónde se encuentra.
—¿Dakota?—vuelvo a intentar, pero no obtengo respuesta. Reprimo un gruñido de frustración, me doy media vuelta para largarme pero me enredo con mis propios pies. Al tratar de mantenerme de pie o de amortiguar el golpe, de alguna forma termino cayendo sobre la cama la cama. O debería decir mejor, que término cayendo encima de alguien.
—¡¿Pero qué te sucede?!—exclama un poco enfadada Dakota mientras la escucho sisear. Creo que la he lastimado.
—¡¿Dakota?! Oh mierda, lo siento. Es que no veo nada.
—Espera.—dice más calmada. —¿Dónde estás?
Alarga las manos, en una de esas me da un golpe en la cabeza.
—Lo siento.—ríe entre dientes, pero al instante se queda en silencio.
Me quedo sentado donde estoy porque mucho me temo que si me levanto vuelva a enredarme con mis propios pies y esta vez no tenga la suerte de caer contra algo tan blando.
—Definitivamente no veo una mierda.—gruñe sacándome de mis pensamientos.
—¿Dónde está el interruptor?—pregunto buscándola con la mirada, algo inútil. Dakota se mantiene en silencio, frunzo el ceño.
—No lo sé.—responde casi que avergonzada.
—¿¡QUÉ!?
—Oye, no grites. ¿Cómo quieres que lo sepa si es la primera vez que vengo aquí?.—murmura malhumorada.
Pongo los ojos en blanco, aunque ella no me pueda ver. Excelente, jodidamente excelente. Ambos nos quedamos en silencio, llevo una mano a mi pecho, ahí donde se supone está mi corazón. El cual late como un desquiciado. Nuevamente aquella extraña y eléctrica tensión empieza a crecer entre ambos, casi diría que es asfixiante.
—No hay campana esta vez.
Frunzo el ceño, abro la boca para preguntar de qué habla pero la cierro cuando siento a Dakota subirse a horcajadas sobre mi regazo. Tenso la mandíbula cuando un jadeo trata de escapar de mi cerrada garganta. El ritmo de mi corazón se acelera un poco más y mi cuerpo se tensa al sentir un aliento cálido muy cerca de mis labios. Demasiado cerca. Subo mi mano topandome con su suave mejilla, casi puedo sentir la intensidad de su mirada pero no puedo estar del todo seguro.
—¿Drey?
Pero yo ya no podía escuchar. Beso con cierta urgencia aquellos deliciosos labios. Las manos de Dakota suben a mis hombros y las mías a su estrecha cintura. Entre más nos besábamos mayor era la necesidad, ni siquiera me importaba que mis pulmones me exigían oxígeno; sólo quería besarla.
Antes de darnos un respiro, ambos empezamos aquella intensa batalla, mi lengua jugueteaba con la de ella y las uñas de Dakota se enterraban en mis hombros. Pero no se qué pasaba conmigo porque ni siquiera ese ligero dolor me importaba. Jadeo y no puedo evitar estremecerme cuando las manos de Dakota arrancan mi camisa y pasa sus cálidas manos por mis hombros, pecho y abdomen.
Maldita sea.
Me volveré loco. No. Esta mujer me acaba de volver loco.
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