Capítulo 22.
DAKOTA.
—¿Cuándo piensas decirle que eres su madre?
Juego con el encendedor entre mis manos, levanto la mirada y la clavo en los ojos marrones de Regina. Ella ni siquiera hace un mueca o pierde la compostura, pero puedo apostar a que ella pensaba que yo no lo sabía. Y lo sé porque aunque ella es una profesional en esconder sus expresiones, soy demasiado buena leyendolas y el ligero temblor en sus párpados cuando pregunté aquello; fue lo único que me indicó que la tomé desprevenida.
—¿Así que ya lo sabes?—pregunta todavía tratando de mantener la compostura. Reprimo una sonrisa, tomo la caja de cigarrillos que hay encima de mi escritorio, saco uno y lo dejo entre mis labios; observo el fuego quemar uno de los extremos del cigarrillo.
—Oh vamos Regina, ¿realmente creíste que no iba a sospechar el hecho de que no mencionaste su apellido?—pregunto después de darle una larga calada a mi cigarro. La Beltrán cruza las piernas y no deja de observarme con esos intensos ojos marrones. —Además, la chica es la viva estampa de Steven.
Y sólo la mera mención del ex esposo de Regina fue lo suficiente para realmente hacerla perder ese auto control que cualquier mafioso o narcotraficante envidiaría tener.
—¡Hija de la grandísima puta!—exclama mientras saca su arma y me apunta con ella. Levanto una ceja y dejo escapar el humo del cigarrillo en una larga exhalación.
—¿Estás segura de querer amenazarme, en mi maldita casa?—mi voz sale peligrosamente suave, casi amable. Casi.
—Cuidado Dakota. Que no se te olvide que la única que puede ayudarte con La Eme soy yo.—dice marcandose su acento mexicano. Sonrío contra mi cigarrillo.
—Por supuesto. Pero que a ti no se te olvide el hecho de que acabo de salvar la familia adoptiva de tu querida hija.—respondo sin inmutarme por su fulminante mirada. —Además no se porqué te pones así. Fue un simple comentario. ¿O acaso quieres que todos se enteren que la gran Regina “La madrina” Beltrán tiene una pequeña hija por ahí?
—¿Estás amenazandome?—entrecierra los ojos y una expresión escalofriante se apodera de su atractivo rostro.
—Y lo dice la persona que me apunta con un arma.—me burlo. Regina me mira fijamente, sin cambiar su expresión. Pongo los ojos en blanco. —Relájate. ¿Quieres? Sabes que ni a ti ni a mí, nos conviene tener problemas entre ambas.
La susodicha gruñe y suelta varios impropios en español, que los traduciría pero la verdad me da demasiada pereza. Al final no le queda de otra que suspirar con cierta resignación. Guarda el arma nuevamente.
—Bueno en eso tienes razón.—dice a regañadientes. Está en nuestra sangre ser orgullosas. —Pero todavía no abandono el luto de Steven, Los Nuestra Familia pagarán con sangre el haberme quitado a mi esposo.
Dejo escapar una larga exhalación de humo y observo atentamente a Regina. Hace cerca de unos doce años que la pandilla enemiga de La Eme, en una de sus tantas guerras, decidieron ir por la debilidad y la persona más importante de La Madrina Beltrán; su esposo. Steven Rodriguez, un miembro antiguo e importante de La Eme, se enfrentó contra uno de los más antiguos de la Nuestra Familia. Sin embargo nadie pensó o creyó posible que existiese alguien que hubiese podido matar a Steven. Era un hombre inteligente, cruel cuando tenía que ser y muy habilidoso con las armas; blancas y de fuego. Por eso para nadie fue una sorpresa que en esa pelea, le tendieran una emboscada a Steven. Creo, y si mal no recuerdo, que a Regina le enviaron la cabeza de su esposo en una caja de regalos con una nota bastante...horrible. Y por eso, cuando alguien lo menciona normalmente termina con alguna bala en su cuerpo, digamos que en su frente o en el pene. Y teniendo en cuenta que no tengo pene, y a Regina no le conviene matarme; me considero afortunada.
—Y como Los Nuestra Familia están vínculos con Demetrio es hora de que La Eme empiece hacer su parte del trato.—respondo segundos después. Regina asiente y adquiere aquella expresión que conozco muy bien.
—De eso no te preocupes.—responde, se levanta y acomoda aquel vestido que se pega a todas sus curvas. —¿A dónde piensas enviar a las Ruiz?
Su mirada no se aparta de la mía, sigo fumando con lentitud aquel cigarrillo y observo el humo que sale de mis fosas nasales.
—Digamos que las Ruiz estarán bastante largo de toda esta guerra.—respondo. Levanto la mirada volviendo a conectar con la de ella. —A menos que quieras que tu hija se quede y forme parte del negocio familiar.
—No seas estúpida.—gruñe mientras me fulmina. —Nunca dejaría que Fiorella sea una narcotraficante y mucho menos una asesina.
—Si tú lo dices.—murmuro mientras me encojo de hombros.
Es su hija, allá ella lo que haga con aquella mocosa maleducada.
Al final Regina y yo nos despedimos con un tenso abrazo. Ya que aún cuando llegamos a un cierto acuerdo, no podemos evitar estar a la defensiva. Porque por más que no quiera aceptarlo, las dos somos muy conscientes del poder de la otra. Por no mencionar, claro, que ambas tenemos un carácter de los mil demonios. Es algo inevitable. Así que una vez la puerta de mi despacho se cierra, suspiro con un alivio que no sentía para nada en esa media hora—más o menos—que pasamos ambas conversando. Vuelvo sobre mis pasos hasta mi escritorio, donde prácticamente me hago tirada sobre la silla de cuero. Tomo uno de mis cigarrillos con sabor a menta, lo enciendo y mientras me lo llevo a los labios; me arrecuesto del todo al respaldo de mi silla. Subo los pies encima del escritorio, importandome bien poco que tal vez arrugue o ensucie uno que otro documento de suma importancia. Simplemente me permito unos minutos o segundos de tranquilidad. Cierro los ojos, sintiendo como la tensión poco a poco va desapareciendo de mis músculos. Como mis pensamientos se van enfocando en mi mente.
Y antes de darme cuenta me quedé profundamente dormida sobre aquella silla, entre el silencio de mi sombrío despacho.
Abro los ojos sobresaltada, un escalofrío sube por mi espalda y por mero reflejo busco la pistola que llevo siempre en mi cinturón. Frunzo el entrecejo con fuerza al no encontrarla pero casi al instante recuerdo que me desperté muerta del frío en mi despacho y decidí irme a mi habitación. Donde nuevamente quedé profundamente dormida. Como es costumbre en mí, me quité las militares y cualquier otra cosa que me estorbe; incluido mis pantalones y mis armas. Paso una mano por mi rostro, peino mi cabello hacia atrás y levanto la mirada. Y es ahí, cuando me percato la razón por la cual me desperté. Una tenue luz roja, parpadea alumbrando por intervalos de tres segundos mi oscura habitación.
Maldita sea.
Con rapidez tomo la pistola que siempre mantengo debajo de mi almohada. Un estremecimiento recorre cada centímetro de mi cuerpo y parpadeo ahuyentando cualquier rastro de sueño. De un ágil salto; salgo de la cama, y con sigilo busco la mochila de emergencias que siempre mantengo cerca de mi cama. La dejo sobre los edredones de mi desecha cama y tomo mis botas militares, las cuales me calzo en un cuestión de segundos. Debería de ponerme algún short o pantalón pero la verdad es que no se cuánto tiempo tengo; así que busco mi pistola favorita, que estaba al lado de mi viejo pantalón. Y con ambas armas en mano, así como la mochila sobre mi hombro salgo de mi habitación hasta llegar a mi despacho. Me voy directo hasta la caja fuerte y tomo todo su contenido: cinco carpetas negras, más de seiscientos mil dólares en efectivo y el celular que Shinobu me dejó con su subordinado. Con el corazón acelerado corro hasta mi escritorio y abro con fuerza los cajones; donde busco con cierta desesperación una pequeña tablet negra, la cual enciendo mientras me coloco un cinturón con dos fundas en ambos lados para las pistolas. Una vez la maldita tablet se enciende escribo una secuencia de códigos y mando una alerta a todos los teléfonos de mis chicos. Aunque no me tengo que preocupar de mucho, ya que las habitaciones de Drew, Kenya, Gilbert, Thomas y Sheena; tienen la misma alarma.
Poniéndome la mochila nuevamente sobre la espalda, salgo con pisadas de pluma de mi despacho; con una de las pistolas en mano y la tablet en la otra, mientras camino a toda prisa por aquel pasillo hasta llegar a la habitación de Drey. Acostumbrada a la oscuridad, además de conocer su habitación como la palma de mi mano, me acerco a su cama. Dejo las cosas que llevo en las manos en mi cinturón, que también tiene un forro en la parte trasera para la tablet. Logro ver un bulto y escuchar su profunda respiración. Drey se suspende cuando inmovilizo sus brazos con mis rodillas y tapo su boca con mis manos antes de que pueda pronunciar alguna palabra. Sorprendido y hasta me atrevería a decir que asustado, empieza a moverse con fuerza.
—Drey, soy yo.—susurro en su oído. De inmediato deja de forcejear, balbucea algo contra mi mano pero igual la mantengo contra su boca. —Escucha muy bien lo que te voy a decir, Drey. Cuando me quite encima de ti, en silencio vas a buscar tus zapatos y la mochila que te pedí hicieras la semana pasada. Entre más silencio hagas, mucho mejor. Tenemos cuando mucho diez minutos para salir de este lugar. ¿Entendido?
Drey asiente con el cuerpo tenso. Sin perder tiempo de un ágil salto salgo de encima de él. Rápidamente me acerco a su baño, entrecierro la puerta para que el brillo de la pantalla de la pequeña tablet no dé alguna señal de dónde podemos estar. Vuelvo a poner otra secuencia de códigos, que es para que las ventanas y la puerta secreta de hierro; encierren mi despacho. Una pequeña bomba, que es lo suficiente letal para hacer que todo el interior de mi despacho se haga cenizas, debe explotar en diez segundos. Vuelvo a poner la tablet en mi cinturón, salgo y encuentro a Drey ya listo. Tomo su mano para que pueda seguirme, apuntando con mi arma hacia adelante y un poco agazapada, salimos de su habitación.
Aquella presión en mi pecho se intensifica. Todo se encuentra en un terrorífico silencio, un sudor frío baja por mi espina dorsal pero de igual forma trato de tranquilizar los latidos de mi corazón; temo que alguien lo vaya a escuchar.
Tensando todo mi cuerpo, preparada en caso que deba pelear, ambos empezamos lentamente a bajar las largas escaleras de mármol. Drey me sigue de cerca, manteniendo el mismo sigilo. Cuando llegamos al último escalón logro escuchar unos murmullos, mi cuerpo se tensa mucho más y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Sin perder tiempo ambos empezamos a caminar rápidamente por el pasillo que nos lleva al laboratorio. Mientras pongo la secuencia en el panel táctil, doy rápidas miradas a mi alrededor; alerta de que no aparezca nadie.
—Ve a la otra puerta y abrela.—le ordeno a Drey en un susurro, cuando finalmente se abre; dándonos vía libre.
No espero una respuesta de su parte, paso mi mano por encima de la puerta de metal, hasta dar con una tapa que esconde un pequeño teclado de seis números.
«5-3-1-2-4-6»
De inmediato escucho el triple seguro. Sólo espero todos ya estén en el laboratorio, porque sino nadie podrá ser capaz de entrar. Pienso mientras giro y corro a toda prisa hasta llegar a la otra puerta, donde Drey me espera con cierta impaciencia. Cruzo la puerta, la cierro y repito la misma secuencia de la primera, el sonido del triple seguro me hace suspirar. Me doy media vuelta encontrándome con muchos pares de ojos fijos en mi persona. Rápidamente hago un conteo de todas las personas que están y me permito volver suspirar, sólo que esta vez de alivio al verlos a todos.
—¿Cuántos minutos tenemos?
—Cinco.—responde Kenya con una Ak-47, cruzada en el pecho y dos pistolas en un cinturón similar al mío. —Todo está listo para partir.
—¿Y qué esperamos?
Thomas y Gilberth se encargan de abrir la entrada secreta que nos llevará a un estacionamiento subterráneo. Las luces no tardan en encenderse y observo las cinco camionetas blindadas llenas provisiones; desde armas, munición, comida y todo aquello que vayamos a necesitar. Gilbert, Drew, Thomas, Sheena y Kenya se suben uno en cada una de ellas. Los hackers se distribuyen por las primeras tres, Sasha se sube en la misma camioneta de su madre, Drey y yo nos subimos en la de Kenya.
El sonido de los motores encender provoca un cierto eco en ese desolado lugar. Kenya arranca, las luces de las camionetas alumbran un poco más el oscuro estacionamiento. Pasan cerca de diez segundos hasta que finalmente empieza abrirse una enorme puerta que nos llevará por un largo y oscuro túnel; hasta llegar a la salida. Tomo la tablet de mi cinturón, entro al GPS y observo como cinco puntos verdes se van alejando de la zona donde se supone que está la mansión. Frunzo el entrecejo y aún con cada uno de los músculos de mi cuerpo, espero pacientemente. Necesito que nos alejemos un poco más pero no puedo desperdiciar el poco tiempo que nos queda.
—Kenya...—llamo su atención manteniendo aún la mirada sobre la pantalla de la tablet.
—¿Qué sucede?
—Dile a los demás que se preparen. Haré explotar a todos esos hijos de puta.
—¿¡Qué!?—grita Drey a mi lado pero no le presto atención. Escucho de fondo a Kenya avisarles a los demás y las camionetas toman un poco más de velocidad.
Es ahora o nunca.
Cuando creo nos hemos alejado lo suficiente de donde se supone está el laboratorio, vuelvo a poner una secuencia de códigos sobre la tablet; sólo que esta vez se trata de un mecanismo explosivo que abarca toda la mansión. Cada una de las puertas de la mansión se han cerrado y cualquiera que se encuentre dentro de ella o a cinco metros, en cuestión de diez segundos será carbonizado con toda la mansión incluida.
Estoy segura que Demetrio ya se tuvo que haber enterado de nuestra fuga. Pero no creo que se le haya pasado por la mente lo de la explosión. Digo, cuando eres prioritario de una de las mansiones que está calificada como una de las propiedades con más valor de New York, lo último que esperas hacer es reducirla a cenizas. Pero a mí lo material me importa una mierda. Cuando la compré desde un inicio tenía como propósito ser una distracción en caso de que sucediera algo como esto. Por eso en ella no hay nada de valor. Los documentos de más importancia los llevo en mi mochila, mi dinero nunca lo guardo en mis mansiones y mi droga se encuentra distribuida por todas mis zonas.
—¡Qué demonios!
Me tomo fuerte de la manilla de la puerta al sentir la camioneta tambalearse con fuerza. Una sonrisa tira de la comisura de mis labios al imaginarme la sorpresa que se llevará mi adorado padre. Tendrá que hacer más que tenderme un emboscada para matarme. Eso, es de principiantes.
Observo las primeras dos camionetas—que se tratan de Gilberth y Drew—bajar poco a poco la velocidad. Estamos llegando a la salida del túnel, que tiene instalada una rampa, y que nos lleva al otro lado de la ciudad. No me preocupa que nos localicen por el simple hecho de que la radiaciones de una explosión son tan potentes que los aparatos de rastreo que están a más de veinte metros; dejan de funcionar. Por no mencionar claro, que estas camionetas son especiales.
Demonios. Suspiro, cierro los ojos y dejo caer mi cabeza en el respaldo de los asientos traseros de la camioneta. Todo mi interior bulle por la adrenalina que recorre cada centímetro de mi cuerpo, pero ahora que finalmente hemos salido de la mansión me permito respirar por unos cuantos segundos. Porque sé que esto es sólo el comienzo.
—¿Estás bien?
Abro uno de mis ojos, ladeo mi rostro hacia la izquierda, unos enigmáticos ojos verde azulados me regalan una mirada llena de preocupación. Observo aquel atractivo rostro, que se ve cansado y pálido.
—Eso debería de preguntarte yo. ¿Estás bien?
Drey suspira, pasa una mano por su ya despeinado cabello rubio y me percato del ligero temblor de sus manos. Aparta por unos segundos la mirada, su ceño se frunce y murmura algo que no logro escuchar.
—Teniendo en cuenta el susto que me llevé cuando me despertaste, creo que estoy bien.—masculla entre dientes. Se queda pensativo durante unos segundos, al final decide volver a poner su mirada en mi rostro. —¿Y ahora qué pasará?
¿Qué pasará? Bueno, Demetrio tratará de encontrarnos y mandarnos a matar. Lo normal. Pero considerando que La Eme y la hermandad Aria me respalda; no me preocupo mucho. Por no mencionar que los de mi propia mafia tienen estrictas órdenes de vigilar todas mis zonas.
—¿Señora?
Parpadeo y meneo ligeramente la cabeza saliendo de mis pensamientos. Tomo un pequeño micrófono que me pasa Kenya y presiono un botón que tiene al lado.
—Todos a la Zona A.—digo por medio de él. —¿Gimmy? ¿Tú eres el que se encarga de la puerta, no es así?
—S-Sí señora.—su tartamudeante voz llena el interior de la camioneta.
—Bien, estén atentos.—es lo último que digo. Se lo vuelvo a pasar a Kenya, que lo guarda entre un pequeño espacio que hay el reproductor.
—¿Qué es la “Zona A”?
Levanto una de mis cejas, palpo mi ropa buscando mis cigarrillos y mi encendedor pero había olvidado que con lo único que salí fue con lo que fui a dormirme. Una camisa top crop color gris manga corta y que tiene un extraño logotipo en el frente. Y como es normal en mí cuando uso ése tipo de camisas; estoy sin sostén. Por no mencionar, que como me quité el pantalón, las únicas prendas que llevo es mi ropa interior que consta de un boxer femenino negro; que enseña más de lo que tapa y mis botas militares.
—En la guantera hay dos paquetes de cigarrillos, señora.—dice Kenya mientras sigue con la mirada clavada en el camino, manejando a toda velocidad por las calles concurridas de New York. De inmediato me paso para los asientos delanteros, abro la guantera encontrándome exactamente con los dos paquetes de cigarrillos, sólo que no son los mezclados que tanto me gusta fumar.
Estos servirán.
Me encojo de hombros, tomo un paquete, saco un cigarrillo y acepto el encendedor que Kenya me pasa. De inmediato a mi paladar llega el sabor del tabaco y la menta, cierro los ojos disfrutando de tan matador vicio.
—¿Qué es la “Zona A”?—vuelve a preguntar Drey, sólo que un poco irritado. Dejo escapar una exhalación de humo y comparto una mirada con Kenya.
—Bueno...—digo enigmática. —Sólo digamos que nadie podrá encontrarnos nunca en ese lugar.
Y con eso se corto cualquier oportunidad de conversación. Para llenar aquel tenso silencio enciendo el reproductor y una canción a la cual no le presto la mínima de atención; empieza a escucharse a un volumen más o menos fuerte. Entre el blanquecino humo de mi cigarrillo observo el camino, pasamos de largo un barrio bastante deplorable que hay en los alrededores de los suburbios. Y que lamentablemente tiene más basura que personas. Normalmente mis zonas están en territorio de nadie. Lo que quiero decir es que no hay ni un alma viviendo ahí. No me gusta que personas exteriores a este mundo del narcotráfico, se vea involucrada. Quito el cigarrillo de mis labios y frunzo el entrecejo al ver ante nosotros aparecer unos enormes portones negros que custodian una Iglesia en muy mal estado. Que diría está a punto de derrumbarse. Y atrás de ella, hay un cementerio de unas diez—cuando mucho—lápidas, que también tienen un muy mal estado.
La primera camioneta se detiene a unos metros y las otras repiten su acción. Unos segundos después se abre una enorme apretura en el suelo, dándonos vía libre a uno de los túneles subterráneos.
—¿¡Un cementerio!?—pregunta desconcertado Drey en los asientos traseros. Le doy una última calada a mi cigarrillo, bajo la ventana y tiro la colilla.
—Es de mentira, una simple fachada.—explico.
Esperamos nuestro turno para pasar, y una vez todas las camionetas bajan por aquella rampa; quedamos sumergidos en la oscuridad cuando se cierra atrás de nosotros. El sonido de los motores de las camionetas es lo único que se escucha en aquellos túneles, unos quince minutos después al fin llegamos al lugar. Primero dejamos las camionetas en una especie de estacionamiento subterráneo. Bajo rápidamente de la camioneta y sonrío al ver el regalo que unos amigos militares decidieron construir para mí. Un enorme y muy elegante Búnker subterráneo que hace de guarida.
Nadie, ni siquiera los que trabajan para el presidente van a poder descubrir este lugar. Me encargué personalmente que fuera así.
Todos pasamos por una pesada puerta de hierro, que nos lleva con un laboratorio parecido al que había en mi mansión. Sólo que más moderno y caro, por supuesto. Dejo que los nerds entren a su hábitat y sigo caminando hasta dar a otra puerta que es de vidrio oscuro, que se desliza al rozarla ligeramente con la mano. De inmediato me topo con una cómoda y pequeña—y a la vez elegante—sala de estar, le sigue dos pasillos; uno lleva a las habitaciones y el otro a la cocina. La cocina es también un poco pequeña pero con todo lo que se necesita.
Empiezo a caminar hacia el pasillo que lleva a las habitaciones. Son cerca de diez, solo la principal—que es la mía—tiene una cama king, ya que las otras tienen dos camas individuales, y que además es un poco más grande. Lo único que sí tienen en común todas, es que cuentan con su propio cuarto de baño. Teniendo en cuenta que es un búnker, tiene lo suficiente para satisfacer nuestras necesidades. Y a la misma vez de protegernos, todo lo que esta maldita guerra dure.
—Drey, tú dormiras en mi habitación.
Y sí señores. Es una maldita orden.
Drey frunce el ceño, con la mochila sobre el hombro me sigue por aquel largo pasillo hasta llegar a la última habitación, que se encuentra un poco apartada de las demás. Como toda las demas, las paredes son de hierro, una cama king con edredones blancos que llena gran parte del espacio y solo un pequeño closet que sirve para guardar pocas prendas; está en una esquina. Un sillón de dos personas está al lado del closet y una puerta que da al comodo y sencillo baño; retrete, lavamanos y ducha.
Dejo que Drey investigue un poco, abro mi mochila y saco todo su contenido esparciendolo sobre la cama.
—¿Eso es todo lo que trajiste?—pregunta desconcertado Drey a mi lado. Levanto una de mis cejas y me encojo de hombros.
—Es lo único que necesito.—respondo y tomo un afilado puñal.
Observo las armas de alta calibre que están esparcidas por el edredón, las cinco carpetas, el rollo de billetes, un paquete de marihuana y dos paquetes de dagas afiladas de hoja delgada. Incluso hay tres paquetes de mis cigarrillos preferidos.
—¡Oh! ¡Aquí estaban!
Rápidamente agarro una de las cajas, Drey me observa con una expresión seria mientras enciendo un cigarrillo. Reprimo un gemido de placer al sentir aquel sabor en mi paladar. Al final Drey niega ligeramente con la cabeza, suspira y se sienta en la cama sólo que bastante lejos de mis armas. Le doy una enorme calada a mi cigarrillo.
—¿Qué es esto?
Aparto la mirada del blanquecino humo que sale de mi boca y clavo mi mirada en las manos de Drey, una de las carpetas negra que Skyler me entregó descansa en sus manos. La abre y lee algunas de las hojas, espero pacientemente a su reacción.
—¿Qué es ésto Dakota?—pregunta mientras levanta la mirada. Enojo, confusión y desconcierto leo en sus hermosos iris.
Me acerco lentamente a él, bajo la mirada a la carpeta que tiene en sus manos y dejo escapar el humo por mis fosas nasales antes de responder.
—Es tu futuro Drey.—digo, dejándolo más confuso todavía. —Puede que no lo entiendas ahora, pero en el futuro...cuando me pudra en la cárcel o viaje al mundo de los muertos, me lo agradecerás.
—¿Qué quieres decir?—pregunta un poco exaltado mientras se pone de pie de un salto. Me vuelvo acercar a él, levanto mi mirada y con mi mano libre acaricio aquella tensa y atractiva mandíbula.
—Digo...—musito mientras observo aquellos labios que tienen una ligera cicatriz en la comisura. —Que si muero...tú tendrás la libertad que yo no tuve ni tendré.
Drey se estremece y tensa su cuerpo cuando paso mi dedo pulgar por encima de su rojizo y suave labio inferior. Las ganas de besarlo es cada vez más grande, pero me temo que si lo beso no pararé.
—¿Dakota?
La voz de Kenya y unos ligeros golpes en la puerta llama la atención de ambos. Tomando desprevenido a Drey le robo un beso y sonrío al verlo fruncir ligeramente la nariz. Tomo la carpeta que Drey tenía en las manos y salgo de nuestra habitación.
Puede que él no lo entienda. No todavía. Pero definitivamente me lo agradecerá, sé que así será.
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