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Capítulo 2.

Entrecierro mis ojos cuando mi vista se desenfoca un poco. Algo normal teniendo en cuenta que estuve demasiado tiempo en aquel cuarto oscuro, sólo en compañía de una fea lámpara. Un suspiro sale de mis labios y escondo mis manos en mi chaqueta de cuero. Siento la caja de cigarrillos rozar mis dedos pero decido no fumarme uno, no todavía. Ordeno a mis pies caminar hasta el estacionamiento de aquel asqueroso lugar. Serpenteando entre algunos autos—y personas—al fin llego a mi destino. Saco una de mis manos y la llevo a la bolsa trasera de mi pantalón, donde mis dedos tocan las llaves de mi precioso Lamborghini Aventador LP700-4 negro mate.

Presiono uno de los botones del llavero; quitando la alarma y desbloqueando las únicas dos puertas, ocasionando que sus luces parpadeén por unos cuantos segundos. Abro la puerta del piloto—la cual se desliza hacia arriba—y en cuestión de segundos estoy dentro de él. Sin importarme por el lugar en el que estoy, arranco a mi precioso auto y salgo a toda velocidad de ese lugar.

—¡Adelante!—respondo cuando escucho unos nudillos impactar contra la puerta de mi despacho.
Levanto la mirada por un segundo de la montaña de papeles que tengo esparcidos por todo mi escritorio. Alzo una ceja extrañada al ver a uno de mis hombres más fieles y antiguos en el umbral de mi despacho.

—¿Qué pasa? ¿Ocurrió algo?

—No, señora.—responde, mientras menea la cabeza.

—¿Entonces?—frunzo el ceño, cada vez más extrañada.

Normalmente él no es muy conversador, y rara vez pone un pie en la segunda planta de la mansión; para ser más específico en mi despacho. Así que el verlo aquí, tan repentinamente, es bastante extraño por no decir sospechoso.

—Señora.—vuelve hablar. —Sé que puede sonar muy abusado de mi parte, pero...

—¿Pero?—lo aliento con un ademán al escucharlo detenerse. Thomas, pasa nerviosamente una de sus enormes manos por su rubio—casi blanco—cabello, mientras sus ojos verdes-azulados se mueven de un lado hacia otro.

—Me preguntaba, claro con su permiso por supuesto, si podría tomarme el día de hoy.—dice al cabo de unos cuantos segundos en silencio.

Alzo ambas cejas, bastante sorprendida, pero casi que al instante vuelvo a fruncirlas. Llevandome una mano al mentón, me apoyo del todo al respaldo de mi alta silla giratoria de cuero. Escrudiño con la mirada al hombre en frente de mi. Thomas Wright, desde que tengo uso de razón nunca lo he visto irse de fiesta, como la gran mayoría de inútiles que trabajan para mi, rara vez se toma el tiempo libre que algunas ocasiones tiene para hacer otra cosa que no sea entrenar o ayudar a Kenya y a Drew con algunos trabajos que les encargo.

Clavo mis ojos negros en los suyos, que son de un interesante verde-azulado, y los cuales; me observan fijamente.

—Siéntate.—le señalo el cómodo sillón individual que hay en frente de mi. Pero el no hace el amago de moverse. Suspiro y cierro mis ojos. —No me hagas repetirlo, Thomas.

Abro los ojos, y él al ver la orden silenciosa de mi mirada no le queda de otra. Deja caer su fornido y alto cuerpo en uno de los sillones individuales mientras inconcientemente empieza a pasarse una mano por el cabello. Mientras el silencio entre ambos crece cada vez más, parece mucho más inquieto. No pierdo detalle de su expresión, así como tampoco que ha empezado el Tick de su pierna izquierda. Algo que suele sucederle siempre que está nervioso, ansioso o preocupado.

—He encontrado a Sheena.—suelta de sopetón tras un largo y tenso silencio. Mis cejas se alzan rápidamente y observo fijamente su rostro.

¿Sigue enamorado de esa traidora? 

—¿Y eso a mi me interesa porque...—alzo una ceja, esperando que capte que me interesa bien poco la vida de esa mujer. Todavía no se me olvida que escapó de mí mafia, algo que jamás ha ocurrido. Antes sales muerto.

—Yo sé que Sheena abusó de su confianza, señora. Al igual que sé que lo que hizo merece su muerte. Pero...—se queda sin terminar y rehuye de mi intensa mirada.

—¿Pero?—lo ánimo a continuar. Ya logró conseguir mi atención.

—Ha tenido un hijo.—susurra tensando la mandíbula. Mi ceño se frunce mucho más pero cuando estaba por decir algo, Thomas se me adelanta. —Y el padre de ese niño...soy yo.

¿¡Qué carajos!?

A duras penas controlo mi expresión, que si no fuera porque soy una profesional a la hora de esconder mis expresiones o sentimientos; estaría con la quijada literalmente desencajada por la sorpresa. Vuelvo apoyarme al respaldo de la silla y empiezo a girarla de izquierda a derecha, mientras bajo la mirada al borde de mi escritorio. Ahora entiendo los nervios, bien justificados, he de decir. Un suspiro sale de mis labios, peino mi cabello hacia atrás y no creyendo lo que estoy a punto de decir, pongo mi mirada en la suya; que inusualmente se ve un poco triste.

—¿Qué piensas hacer?—le pregunto tras un largo silencio. Los ojos confusos—y sorprendidos—de Thomas se clavan en los míos.

—¿C-Cómo dice?—pregunta sin poder dar crédito a lo que le he dicho. Y quién no lo estaría.

—¿Qué piensas hacer?—vuelvo a repetir mi pregunta. Ya la he dicho y no pienso retractarme.

—Yo y-o...—dice con los ojos bien abiertos. Suspiro, pongo ambos codos sobre algunos documentos que están sobre el escritorio, y apoyo mi barbilla sobre mis dedos entrelazados.

—Relájate.—digo sin cambiar mi postura. —Quiero escuchar tu opinión.

Él no deja de verme sorprendido. Y a como dije; no lo culpo. Normalmente cuando alguien escapa de la mafia, se le condena a muerte, pero Sheena ha condenado también a su hijo. Por el simple hecho de haber quedado embarazada de alguien de la mafia. Se les perdona si la víctima no sabía que su compañero—o compañera—pertenecía a éste mundo. Sin embargo Sheena lo sabía muy bien. Ella ha roto más de una regla. Y eso simplemente no lo soporto. Además yo no fui quien creó esas reglas, así se maneja este mundo, y nadie puede hacer absolutamente nada.

—Conozco las reglas muy bien, señora.—la voz de Thomas me saca de mis pensamientos. —Sé que no tengo derecho alguno de opinar sobre el tema, pero le ruego que por favor les perdone la vida a ambos. Haré lo que sea.

Parece ser que todavía sigue enamorado de la traidora.

Observo con cierta indiferencia el rostro de Thomas. Desde su corto cabello rubio, hasta su bien cuadrada mandíbula y sus ojos verdes-azulados; en opinión personal a pesar que me lleva mis buenos veinte-tantos-años es un hombre atractivo. De hecho siempre lo ha sido, y nunca entenderé cómo Sheena pudo abandonarlo. Dejarlo a su suerte, sabiendo que el haría cualquier cosa por ella, incluso morir fuese el caso. Y por más que me gustaría matar a esa maldita traidora, estimo lo suficiente a Thomas como para pensarme el perdonarle la vida, a ella y a su hijo.

Pero, no puedo decir lo mismo de Demetrio. Si se entera de su paradero  la matará, junto con su hijo, y punto.

—Imagino que vas en su búsqueda.—no pregunto sino afirmo. Él observa mi rostro sin pestañear. Un suspiro escapa de mis labios. —¿Sí sabes que cuando tu hijo sepa de que perteneces a la mafia tendrá que jurar con sangre—si es posible—por mantener su boca cerrada, verdad?

Él asiente serio, un brillo determinado reflejan sus ojos verdes-azulados. Vuelvo a suspirar.

—Bien. Ve y conoce a tu hijo.

Una sonrisa empieza a crecer en su atractivo rostro.

—Pero...—digo ocasionando que su sonrisa se borre un poco. —Tendrás que ir con alguien.

No es que no confíe en él, sino que tengo demasiados enemigos que saben que Thomas forma parte importante dentro de mi mafia. Siempre he sido una mujer prevenidos, esta vez no seráa exepcion.

—Bien, irás con...—pero cuando estaba por revelar el nombre, tres golpes en la puerta de mi despacho vuelve a llamar mi atención. Frunzo el ceño.

Mientras no sea otro diciéndome que tiene un hijo regado por ahí, todo está bien.

—¡Adelante!—gruño.

Al instante que doy la orden, la puerta de mi despacho es abierta. Un cabello marrón y unos ojos igual de oscuros es lo primero que veo. Alzo una ceja viendo curiosa a otro de mis hombres más fieles.

—¿Qué quieres, Gilbert?

El aludido se mantiene de pie, cerca de la puerta con su característica pose despreocupada.

—Algo me decía que ocupaba de mi presencia.—dice mientras una sonrisa burlona se abre paso en su rostro.

—¿Es que ahora eres brujo?—ironizo, y cruzo los brazos a la altura de mi pecho, sin cambiar mi expresión. Gilbert suelta una carcajada y menea su cabeza negando. Pongo los ojos en blanco. —Como sea, acompaña a Thomas a hacer un encargo. Si sucede algo, por mínimo que sea, avísame. Y sí, es una maldita orden, ¿entendido?

El rostro de ambos se ponen serios y asienten en mi dirección. Les hago una seña—a ambos—para que abandonen el lugar y se larguen, que en cuestión de segundos hacen. Me dejo caer al respaldo de mi silla con otro gran suspiro y cierro mis ojos por unos segundos. Quién iba a pensar que Thomas hubiese tenido un hijo con la traidora de Sheena. Joder, sólo el pensar su maldito nombre un malestar empieza a crecer en mi pecho. La traición de Sheena Scott, no se me va a olvidar fácilmente.

Y pensar que me tomé la maldita molestia de mantenerla bajo mi cuidado cuando mi padre casi la mata. ¡Y me paga de esta maldita forma! Hay que ver que no se puede confiar en nadie, le das la mano y te toman hasta el hombro. Pero no se de qué me vengo a quejar a esta alturas de la vida, si en este mundo hasta tu propia sangre es capaz de traicionarte. ¿Y qué mejor ejemplo que mi maldito padre? Demetrio Anderson, es el hombre más miserable y mierda que existe en el mundo. No tengo idea cómo mi madre fue tan estúpida como para fijarse en alguien como él. Y es que ni cuando estaba agonizando dejaba de preguntar por aquella escoria. Cuando el muy hijo de puta se estaba tirando aquella zorra, que ahora es su esposa. Traicionó a la mujer que le entregó todo el amor que un ser humano es capaz de entregar. Traicionó a su familia, a sus hijos y a su esposa. Y la traición...es lo que más odio en la vida. 

Una escalofriante sonrisa se abre paso en la comisura de mis labios.
Demetrio Anderson se va arrepentir por lo que le hizo a mi madre. Así como él no tuvo reparo alguno en tirarme a la calle—porque sí, el malnacido después de la muerte de mi madre me tiró a la calle—yo tampoco tendré misericordia por él. Cuando lo haga caer junto a su mafia y su adorada “familia”, disfrutaré cada segundo. Me vengaré. Haré que se arrepienta una y mil veces por todo. Con mi maldita influencia haré que aquella poderosa mafia caiga y se convierta en nada.

—Dakota...—frunzo el ceño y gruño fastidiada. Odio que me llamen por mi nombre. Lo odio. Casi puedo escuchar la voz de mi padre pronunciarlo. —¿Realmente fuiste interrogada otra vez?

Haciendo caso miso a lo que dice, centro mi atención en la larga mesa llena de paquetes de cocaína, que recién acaban de llegar. Me doblo un poco y empiezo rebuscar dentro de una de mis millares; esperando encontrar una de mis letales cuchillas. Me enderezo, tomo una de las bolsas y utilizando la cuchilla la rasgo a un lado, dejando una pequeña cantidad de ése blanquecino polvo en la punta de la cuchilla. Me la llevo a la lengua, la saboreo y asiento satisfecha.

—¿Me estás escuchando?—gruñe. Y por su tono sé que está molesta.

Pongo los ojos en blanco. Me doy media vuelta lentamente y clavo mis ojos oscuros en aquellos ojos grises carentes de expresión. Alzo una ceja en su dirección mientras juego con la cuchilla en mis manos.

Kenya Brown. Es prácticamente como mi mano derecha. Ha estado en mi mafia desde el inicio, incluso antes. Y además, es la única que se ha atrevido a pronunciar mi nombre. Como si no supiera lo mucho que lo odio.

—No vuelvas a decirme así otra vez.—digo sin cambiar mi expresión. —No tientes mi puntería, Kenya.

Una expresión sombría pasa por su rostro y sigue viéndome con aquellos ojos tan fríos. Sin prestarle atención vuelvo mi mirada a otra mesa, que en este caso esta llena de paquetes de marihuana.

—¿Lograron esta vez entrar a los sistemas?—pregunto sin dejar de jugar con mi cuchilla. Escucho un chasquido de lengua por parte de ella.

—No. Los inútiles ésos no han podido hackear ese maldito sistema.—dice con un tono de voz tenso. —El maldito que fabricó ese sistema ha jodido como ningún otro a las mafias.

Asiento sin dejar de pasearme alrededor de toda esa droga. Muerdo mi labio inferior un tanto pensativa. SS-DK segurity software, un maldito sistema operativo de defensa que las autoridades se han topado con la dicha de poseer. Dificultando así saber sus pasos y ocasionando que traficar se nos haga difícil—casi que imposible—con otros países.

¡Maldita sea!

Si no logramos mandar esta droga, se echará a perder, además que no obtendría mi dinero.

—¿Conseguiste su nombre?

La escucho hacer un sonido un tanto extraño. Observo de reojo como agarra uno de sus rubios y largos dreads, mientras lo enrolla en sus dedos.

—Jake McChrystal. Ese es el nombre del propietario de aquel sistema.—responde sin dejar de jugar con su cabello. Alzo una ceja.

—¿McChrystal?—pregunto incrédulamente divertida. No puedo evitar que una carcajada salga de lo más profundo de mi ser. —¡¿No me digas qué es hijo del estúpido de Adam McChrystal?!

Asiente despacio y sus ojos no se apartan de mi boca. Borro al instante mi sonrisa y bajo la mirada a mi mano, donde descansa aquella mortal cuchilla. Sonrío de lado. Adam McChrystal es un famoso juez, que goza de una gran cantidad de dinero. Dinero por sus corrupciones, claro está. El imbécil tiene un ego demasiado grande y que además le gusta de hacerse dueño de lo ajeno. No tengo que ser una genia para suponer que su hijo debe de ser igual e incluso peor que él.

—¿Quién lo fabricó?—pregunto sin cambiar mi postura.

—Un tal Fenix Campbell.

—¿Conseguiste su expediente?—pregunto levantando la mirada. Sus ojos grises se clavan sin perder tiempo en los míos.

—Sí.

Asiento y en un suave movimiento guardo la cuchilla. Empiezo a caminar hacía la improvisada oficina que tengo dentro de la bodega, ya que esta es una de las principales, necesito necesito un lugar donde resolver asuntos y otras cosas.

—Oye Atheris...—su voz me detiene pero no me doy media vuelta. —¿Hasta cuándo piensas hacer como sin nada?

Mi ceño se frunce y tenso mi mandíbula, al punto de empezar de empezar a dolerme las sienes.

—¿Lo haz pensado siquiera?

Tomo una profunda respiración entre dientes, haciéndole llegar lo más de oxígeno a mis pulmones, y paciencia a mi sistema. Ladeo mi cabeza, dándole una mirada por encima del hombro. Su cuerpo se tensa al ver mi expresión.

—No me jodas, Kenya.—respondo sin cambiar aquella expresión, sombría y escalofriante. —Yo no le voy a ese lado. Además, ¿qué te hace pensar que un ser como yo, puede amar? No seas estúpida e ilusa. Te recomiendo que te olvides de un cosa tan absurda como aquella, y métete en la cabeza de una puta vez; nunca voy a corresponderte como tú quieres.

Sin esperar contestación de ella salgo de aquel lugar con un muy mal humor.

«—El amor es para débiles. Para estúpidos que quieren vivir bajo un manto de ignorancia.
Todos en éste maldito mundo somos crueles, y el amor lo es todavía más. Deja de vivir en aquella burbuja de estupidez, Dakota. Eres igual de patética que tu madre. Solo las personas patéticas creen en el amor.»

Todavía sus malditas palabras danzan en mi mente. Aquellas malditas palabras que me dijo antes de dejarme tirada en la calle.

«Eres igual de patética que tu madre.»

Un nudo se forma en mi garganta y siento todo mi cuerpo tensarse. Mis puños se crisparon a tal punto de estar completamente pálidos. Listos para golpear.

Abro de un tirón la puerta de la helada y oscura oficina que está dentro de la bodega; y la cierro con fuerza, ocasionando que un estruendo se escuche por todo el lugar. A paso decidido me dirijo al lugar donde suele estar mi más preciado alcohol. Donde ni siquiera lo pienso y tomo la botella de whisky, le quito con cierta urgencia la tapa y sin esperar más me la empino. Cierro los ojos al sentir aquel líquido infernal hacer su camino hasta mi estómago, quemando todo a su paso. Abro los ojos nuevamente y lo primero que veo es una carpeta roja sobre mi escritorio. Todavía con la botella en mano camino hasta el desordenado escritorio, y con mi otra mano abro la carpeta. Lo primero que veo es la foto de un chico como de unos veinte años, delgado, lleno de espinillas, castaño y ojos marrones. A la par de su foto está toda su información personal; dónde vive, con quién, en dónde estudia, qué estudia y todo ese tipo de cosas.

Dejo la botella sobre el escritorio, y con la carpeta en mano busco donde sentarme. Mientras tomo asiento en una giratoria silla de cuero, leo de arriba hacia abajo todo lo contenga esa carpeta. Pero entre más leo, mi entrecejo se va frunciendo hasta casi convertir mis cejas en una sola.

Una vez leo absolutamente todo, tiro la carpeta sobre el escritorio, provocando que las hojas con la información se salgan y mezclen con el desorden que hay sobre él. Pensativa, apoyo los codos sobre los antebrazos de la silla y entrelazo los dedos; dejándolos por mis labios. Los engranajes de mi cabeza empiezan a pasar la información de un lado hacia otro, pero entre más lo pienso y analizo hay algo ahí que no calza. Y “ése algo” no me gusta para nada no saberlo. Veo de reojo la foto de ese chico y cada vez la sospecha de que él no fue quien lo creó, crece a cada minuto. Sí, el chico es inteligente pero no al punto de fabricar tremendo Software, según su información y todo el asunto; ha creado una que otra aplicación, pero no hay registros de proyectos avanzados, solo pequeñeces que personalmente creo que cualquier estudiante de informática sabe hacer.

—Maldición...—gruño y paso una mano por mi rostro. 

Observo con intensidad las paredes de metal, mientras trato de organizar mis pensamientos. Necesito que sea quien sea la persona que haya fabricado ése maldito software esté de mi lado. No me conviene en lo absoluto que otra mafia dé con él. Sólo el imaginarmelo o pensarlo me da un terrible dolor de cabeza.

Así que sin pensarlo, tomo mi celular y rápidamente le doy llamar.

—Mi señora.—atienden al otro lado del móvil.

—Drew, necesito que en este momento vayas a investigar a alguien y me digas en qué momento está solo.—respondo al instante. —Mantén la discreción.

—Sí señora, de inmediato.

Cuelgo la llamada y escribo la dirección en un mensaje; enviándosela. Me llevo el celular nuevamente al pantalón. Agarro la botella de whisky y le doy un último—y largo—trago.

Mujer prevenida vale por dos. Y si estoy donde estoy en este momento no ha sido por pura suerte.

—¡Kenya!—la llamo mientras busco mis armas y mi chaqueta.

—¿Dígame, mi señora?—no tarda en aparecer, con una expresión seria y eficiente como siempre.

—Dile a Jason y Evan que preparen la camioneta. Tenemos un pequeño asunto que resolver.

—En seguida.

Bien. Es hora de trabajar.

—Eres un maldito mentiroso, pequeño Fénix.

Con una sonrisa de satisfacción observo el rostro del chico ponerse cada vez más pálido, mientras mira de reojo el cañón de mi pistola, que está inusualmente muy cerca de su rostro. Le quito el seguro, provocando que se encoja mas en si mismo, y la acerco pego a su frente.

—P-or fa-favor...—un muy patético tartamudeo sale de sus labios. Lágrimas empiezan a bajar por sus mejillas, aumentando mi diversión.

—Mi querido Fenix, será mejor que sueltes esa lengua tuya antes de que mi paciencia se acabe.—musito mientras mis ojos no abandonan los suyos. El temblor de su cuerpo aumenta al igual que sus lágrimas al ver que no estoy jugando. Y no lo estoy. Si éste maldito mocoso no me lo dice en cinco minutos le dejaré un muy lindo agujero entre ceja y ceja.

—Y-Yo...—tartamudea, pero final un sollozo no lo deja seguir hablando. Pongo los ojos en blanco.

—¿Y bien?—pregunto con una paciencia que hasta a mí me sorprende. El chico por más que llore, tiemble y balbucee; no habla, no dice lo que me interesa saber.

—Como quieras pequeño Fénix, yo te lo advertí.

Me separo de él, no sin antes ganarme una mirada de terror y desconfianza. Sonrío, dejo la pistola en una de mis manos y con la otra rebusco entre mis militares, hasta dar con una de mis pequeñas cuchillas. La saco y sin darle tiempo de reaccionar en un rápido—y fuerte—movimiento la incrusto en uno de sus muslos. El chico abre la boca listo para gritar pero uno de mis chicos la tapa con una de mis manos. Sus ojos oscuros están fuera de su órbita, completamente dilatadas y llenos de terror.

—¿Ahora sí empezaste a recordar?—pregunto mientras hago un poco de presión sobre la herida, haciendo que la sangre manche su pantalón. Su rostro se arruga de dolor y empieza asentir frenéticamente. La mano que tapa su boca se mueve lo suficiente como para que hable. Toma una profunda bocanada de aire.

—Dre-drey K-ir-ch-chner.—suelta seguido de varios sollozos. Me aparto varios centímetros y frunzo el ceño.

—¿Qué dijiste?

El pecho del chico sube y baja con rapidez, respira con fuerza entre grandes bocanadas de aire. Inútilmente trata de tranquilizarse, algo que no consigue en lo absoluto, y lo único que está haciendo es que se me acabe la paciencia.

—¡QUE LO REPITAS, CARAJO!—grito sacada de mis casillas mientras vuelvo apuntar a su frente con el arma.

—D-REY...DREY KIRCHNER.—grita alterado, con la respiración acelerada. Entrecierro los ojos y lo observo fijamente, el rostro pálido y perlado de sudor.

—¿Me estás mintiendo?

El chico niega frenético y millones de lágrimas más bajan como cascadas por sus mejillas.

—¿Dónde vive?—pregunto sin cambiar mi postura. El chico me ignora y eso sólo hace que mi enojo aumente. Me acerco a su pierna y ejerzo un poco de presión sobre su herida, ganandome una mueca de dolor por su parte. —No me hagas repetir la pregunta, Fenix.

—Bownsville, Brooklyn.—murmura sin cambiar su expresión de dolor. Alzo una ceja ante la mención de aquel barrio, uno de los marginados de New York. Se puede decir que ahí vive lo peor de lo peor.

Antes de alejarme de él saco la cuchilla de su pierna, y uno de mis hombres vuelve a tapar su boca para que no grite. Observo indiferente la sangre resbalar por la hoja de la cuchilla, y unas pequeñas gotas caen al piso. Acepto el pañuelo que me ofrecen y la limpio, al terminar la guardo al igual que mi pistola.

—Ya saben que hacer.—murmuro mientras me dirijo a la salida. —Cuando acaben, los quiero en la “Zona E”, Kenya los estará  esperando.

Lo último que escucho es un cuerpo caer y seguido un gemido de dolor. No pienso matarlo—aunque ganas no me faltan—por eso dejo que dos de mis hombres se encarguen de dejarle bien claro a Fenix Cambell lo que le sucederá si abre su boca. Salgo de aquel edificio de departamentos y busco con la mirada mi adorada moto. La cual al instante encuentro, por su inconfundible color negro mate. Sí, fue fabricada—y alterada—por la misma persona que me regaló mi hermoso Lamborghini.

Escondo ambas manos en los bolsillos de mi chaqueta, una de mis manos roza la caja de cigarros, pero decido esperarme. Un suspiro sale de mis labios y sigo caminando tranquilamente hasta el lugar donde dejé mi moto; en el rincón más discreto y alejado del edificio. Al estar cerca de un parque, filas de árboles rodean casi que toda la cuadra, dándome el mejor de los escondites.

Saco nuevamente ambas manos, en una mi encendedor y en la otra la caja de cigarros. Mientras me apoyo un poco contra el asiento de la moto, dejo uno de los cigarrillos presionado en los labios, y lo enciendo. Mientras vuelvo a dejar todo a los bolsillos de mi chaqueta, exhalo una pequeña nube de humo. El sabor a tabaco mezclado con menta dejan un extraño sabor en mi paladar, pero algo normal.

Levanto la mirada y observo a cada persona que pasa por esta zona. Personas riendo, otras haciendo ejercicio, unos con un andar rápido y ajetreado. Todos ajenos a mi presencia. Ajenos a la presencia de una mafiosa.

Soltando otra exhalación, tomo mi celular y llamo a Kenya.

—Investiga quién demonios es Drey Kirchner.—digo en cuanto descuelga. —Te doy quince minutos.

—Diez minutos.—responde, y cuelga.

Me acomodo sobre el asiento de cuero de mi moto, completamente relajada, esperando conseguir finalmente la información que necesito. Pasan unos cinco minutos cuando siento una vibración en mi bolsillo trasero.

Vaya eficiencia.

Dejo el cigarrillo en mis labios y haciendo malabares; llevo una de mis manos al bolsillo de mi pantalón y saco el celular. Deslizo uno de mis dedos sobre la pantalla, desbloqueandola, y una notificación aparece casi que en toda la pantalla. Rápidamente le doy leer.

“Drey Kirchner. Estudiante de la Élite New York University, hijo de Shenna y David Kirchner. Creador original del SS-DK software.
PD: según Drew, es el mismo chico que Thomas busca.”

¿Qué clase de estúpida broma es ésta?

Incrédula observo la pantalla, no dando crédito a lo que leo. Pero antes de poder mover un solo dedo otro mensaje entra, salvo que es de Gilbert. De inmediato le doy leer.

Maldita sea.

Mi mandíbula y gran parte de mi cuerpo se tensan. Vuelvo a bloquear mi celular y lo meto en mi bolsillo. Llevo mi mano derecha al cigarrillo que mantengo entre mis labios, le doy una última y larga calada antes de tirarlo al suelo, y apagarlo con la suela de mi zapato. Busco las llaves de la moto en mis bolsillos y mi mano tiembla al tomarla. Puedo sentir el enojo recorrerme en fuertes escalofríos. Poniéndome el casco, con un suave movimiento de muñeca enciendo la moto, ganandome un bajo ronroneo de su parte.

Y sin importarme las leyes o por si provoco algún accidente, arranco a toda velocidad de ese lugar.

Le doy una rápida mirada a aquellas asquerosas calles. Viviendas viejas, abandonadas y otras llenas de grafiti; que a duras penas se sostienen. Olores rancios bailan el ambiente, así como otras cosas que decido ignorar. Si soy sincera, ese lugar es la zona más fea y mierda de Brooklyn. Las prostitutas y las pandillas son tan comunes como los violadores y otras escorias del mundo. Y ya sé que puede sonar hipócrita de mi parte. Sí, soy de la mafia pero no ando secuestrando a niños o mujeres, lo mío no son los prostíbulos, lo mío son los casinos y la droga.

Un suspiro escapa de mis labios y mi mirada se clava con gran intensidad sobre aquella vieja casa que está en frente de mí. Comparada con algunas de éste asqueroso lugar, es un puta mansión. Un nuevo escalofrío empieza a recorrer cada rincón de mi cuerpo. Hay personas que cuando están enojadas su cuerpo se calienta, al igual que su vista se vuelve turbia. Yo no soy de ese caso. Mi temperatura baja y todo mi cuerpo se pone frío, como el de una serpiente. No por nada me conocen como Atheris.

Una camioneta negra parecida a la que está estacionada a mi lado, se acerca y se estaciona detrás de mí; de inmediato salen Evan y Jason. Otro suspiro escapa de mis labios, cerrando del todo mi chaqueta, a paso lento y decidido—con los chicos siguendome—me acerco mucho más a aquella casa. Pasamos de largo los gastados portones, así como una vieja bicicleta que está en un rincón. Sin importarme por tocar la puerta; la abro de un tirón encontrándome con rostros conocidos y otros no tanto. Levanto una ceja al ver a un sujeto tirado, con una bonita perforación en medio de la frente. Sonrío de lado y con total indiferencia observo el enorme charco de sangre que lo rodea.

Alguien aquí se divirtió.

Río sin poderlo evitar. Levanto la mirada y les regalo una rápida mirada a todos los presentes. Reconozco de inmediato a mis dos hombres y a la traidora, pero hay dos rostros que nunca he visto en mi vida. Y mi mirada se retiene demasiado en uno en particular. Aquellos ojos se me hacen tan conocidos, ya que son muy parecidos a unos que veo diariamente, pero tienen una gran diferencia. Y es que aquellos tienen tanta...inocencia. Es como si nunca hubiesen visto la maldad pura.

Son tan fascinantes.

Hace años que no veía una mirada como aquella, unos ojos tan llenos de vida pero a la misma tan desafiantes.

—¿Cómo te llamas?

Y como si fuese posible sus ojos brillan mucho más desafiantes.

Esto es tan divertido.

Sus ganas de no revelarme el nombre sólo hace que mi diversión aumente y mi fascinación por sus ojos también. Me gustaría saber qué expresión harían aquellos inocentes ojos en una situación de vida o muerte. O en el mejor de los casos, frente a la maldad pura de éste puto mundo.

Así que ése, es mi querido informático. Pienso con gran satisfacción.

Siento mi sonrisa hacerse mucho más amplia. Drey Kirchner, saboreo su nombre en mi mente. Definitivamente, es el hombre más interesante que he tenido el placer de conocer en años. Algo que es muy lamentable para él a decir verdad, porque dónde pongo el ojo pongo mi marca; que refleja que me pertenece.

Esto es tan malditamente genial, no sólo he encontrado a la traidora y al hijo de Thomas, quien es el creador de aquel maldito software, sino que además me he conseguido un buen pasatiempo. Y no sólo eso, sino que además es la última pieza de mi tablero.

No sé qué buena obra habré hecho en el pasado para llenarme de tanta suerte, pero lo siento, mi querido Drey. Tú a partir de ahora
serás exclusivamente
mío y no dejaré que ninguna otra mafia se apodere de ti. Así aquella inocencia de tu mirada se vea corrompida por todos los demonios que me rodean, esa es la consecuencia de ser dueña de mi propio infierno.

Que empiece este maldito juego.

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