Capítulo 19.
DREY.
—Una cerveza.
El chico que está de barman esta noche de inmediato pone una cerveza en frente de mí. Juré no volver a tomar una mísera gota de alcohol y ya llevo más de cinco. La verdad en cuanto me tomé la tercera dejé de contar. Aunque no sea muy de mi gusto tomar algo tan amargo y asqueroso, he notado que soy el blanco de muchas miradas. De hecho hasta me parece que ven con reproche que tome algo tan ligero.
Tendrán que conformarse. Yo no soy un maldito alcohólico como su querida líder.
—¿Sigues con la idea de que no perteneces a este mundo?
Todo mi cuerpo se tensa y la botella de cerveza queda a medio camino de mi boca. Busco con la mirada a la dueña de aquella voz y me relajo al encontrarme con Kenya, aunque tampoco es que confíe mucho en ella por lo menos es una de las pocas personas que conozco en este bar. Sus escalofriantes ojos grises me dan una mirada indiferente, ya conocida, mientras le da unos cuantos tragos a su whisky. Sinceramente no sé cómo ella y Dakota pueden tomar algo tan fuerte sin inmutarse.
—Sé que no pertenezco.—respondo una vez le doy un largo trago a la botella de cerveza y al ver como me miraba, esperando una respuesta de mi parte. Kenya levanta una de sus cejas rubias. —Pero teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, simplemente me resigné. No me ha quedado opción más que aceptarlo.
Término por encogerme de hombros. Aquellos ojos grises no se despegan de los míos, trato de leer alguna expresión en su rostro pero me pasa lo mismo con Dakota; nunca puedo leer algo más allá que no sea aquella vacía indiferencia. No sé cómo son capaces de manipular así sus emociones, hasta me atrevería decir que son capaces de hacer ver una emoción en su rostro sin sentirla del todo. Aparto la mirada por un momento de esos escalofriantes ojos. No sé qué horas serán pero el bar está en su punto exacto. La música suena a todo volumen, la única manera manera hacerse escuchar es gritando o hablar muy cerca. Todos parecen ajenos, simplemente siguen en lo suyo; drogarse, emborracharse, disfrutar.
—Eres un nerd muy interesante.—dice tomándome por sorpresa.
Frunzo el ceño no comprendiendo lo que trató de decir. Una sonrisa de medio lado, que pareciera como si fuese de algún chiste personal, se forma en su rostro. Pide otro vaso de whisky y se lo toma con tranquilidad. Sigo tratando de tomarme aquella botella de cerveza, que ya empezó a calentarse.
—¿De verdad Drew está vivo?—pregunto algo que he querido saber hace mucho. Ya que desde lo ocurrido no lo he vuelto a ver en la mansión. Cuando le pregunté a Dakota sobre qué sucedió con él, lo único que me dijo es que estaba de “vacaciones”, y de ahí no volvió a sacar el tema a relucir.
Esa es una de las cosas que me desesperan de ella. Tiene una manía muy rara de decir las cosas a medias, incluso hasta les da otro significado a las palabras; con tal de confundirte. Así es ella, le fascina jugar con la salud mental de las personas.
—Por supuesto que está vivo.—responde y funce el ceño. —Una mala yerba como él, va a necesitar más que unos cuantos golpes para morir. Entre él y tú, tus heridas fueron mucho más graves que las suyas.
—Entonces por qué...
—¿Por qué no ha vuelto a la mansión?—me interrumpe y bebe un trago de whisky. Asiento, sin apartar mi mirada de su rostro. Kenya se encoge de hombros. —Porque es como protocolo, llámalo como quieras, que cuando somos heridos de gravedad; que involucre la pérdida de mucha sangre, Dakota nos envía a un lugar en específico. Digamos que es como una clínica privada, exclusiva para nuestro uso. Y ya que no podemos ir a un hospital normal, de alguna manera es muy beneficioso.
—¿No pueden? ¿Por qué?
Kenya suspira, pone un codo sobre la barra y ladea su cuerpo en mi dirección.
—Piénsalo. Si un paciente con algunas perforaciones de bala en cualquier parte de su cuerpo, además de raspones y golpes que son consecuencia de alguna pelea; ingresa a un hospital, ¿Qué crees lo primero que harían o pensarían?—responde con una paciencia que nunca pensé que tendría. Me encojo de hombros. —Que debemos de ser algunos delincuentes. Y como protocolo del hospital deben de llamar a la policía, lo que significa problemas para nosotros. Por esa razón Dakota se encargó de adquirir su propia clínica, no es como si fuera diferente a las demás, salvo que es exclusiva para los que pertenecemos a la mafia e incluso pueden ir nuestros familiares.
Levanto ambas cejas, completamente sorprendido. No sé qué es más increíble, el que Dakota tenga su propia clínica o que las mafias sean tan estructuradas.
—Por supuesto, no todas utilizan este método. Todo depende del líder, algunos son un poco más cautelosos en no tratar de llamar innecesariamente la atención de los uniformados. Otros, simplemente les vale una mierda. Dakota es de los cautelosos. No por nada la sociedad no sabe quién es ella.—dice mientras vuelve a tomar de su whisky.
Asiento con la cabeza y bajo la mirada a la cerveza que sostengo entre mis manos. No puedo evitar pensar en la ironía de la vida, ya que las mejores mentes, por lo menos la gran mayoría de ellas, pertenezcan a personas que en deber de aportar algo bueno a la sociedad hacen todo lo opuesto. Terroristas, mafiosos, asesinos...todo ese tipo de personas. La misma Dakota lo dijo; para nuestra desgracia es buena en lo que hace. Y no puedo más que aceptar lo que dice, por lo menos yo nunca esperé que la persona que manejaba dicha mafia fuese una mujer, así como tampoco imaginé que la vida dentro de una mafia fuese tan estructurada. Creo que si la identidad de Dakota fuese revelada sería algo imposible de creer. Por no mencionar el gran impacto que provocaría.
—¿Disfrutando?
Levanto la mirada. El vaso de Kenya queda a medio camino de su boca, un escalofrío me recorre cuando aquellos ojos se dilatan y adquieren un odio que los hace intimidantes. Con lentitud volteo a la persona que es la víctima de una mirada tan llena de odio. Mi entrecejo se frunce con fuerza al reconocer al mismo tipo que hace unas horas nos observaba fijamente a Dakota y a mí. Pero que creía eran ideas mías. De cabello oscuro, de mi misma altura—soy un poco mas alto por unos cuantos centímetros—así como de mi misma contextura. De ojos azules que están oscurecidos, dilatados y un poco rojos.
Está drogado.
—¿Qué mierdas estás haciendo aquí?—pregunta Kenya con un tono de voz peligrosamente suave.
Un mal presentimiento empieza a recorrer mi tenso cuerpo. La mirada de Kenya no agüera nada bueno, por no mencionar la tensión tan palpable que siento entre ellos dos. Y no una muy amigable que digamos, sino todo lo contrario. Observo con curiosidad como el tipo sonríe ampliamente, se acerca un poco más a Kenya, la cual lo detiene con una mirada tan escalofriante que no sé cómo carajos es capaz de buscar pelea con ella.
—Oh vamos Ken, ¿no puedo venir y disfrutar como todos ustedes?—pregunta sin borrar su sonrisa arrogante.
—No. Lárgate.
Kenya sin apartar su mirada llena de desprecio se lleva el vaso con vodka a la boca y bebe un merecido trago. Reprimo una sonrisa al ver la expresión del tipo tornarse sombría. Decido no hacer el mínimo sonido o movimiento que pueda llamar la atención de ambos. Es cuestión de minutos o segundos para que Kenya se lance al cuello de ese tipo y no quiero ser el siguiente en su lista, así como tampoco me quiero ver involucrado. No quiero volverme a meter en líos.
—Deberías de ser un poco más amable conmigo, Ken.—musita el tipo y toma entre sus dedos uno de los largos dreads rubios de Kenya. Prácticamente todo mi cuerpo se tensa y un sudor frío empieza a bajar por mi espalda al ver la mirada que le regala Kenya. —El que seas una de las marionetas preferidas de esa maldita bruja no quiere decir que no puedo matarte en este momento. ¿Es acaso olvidaste lo que la mafia Anderson es capaz de hacer? Tu padre por ejemplo, pagó muy caro por encubrir a la pequeña zorra de Dakota.
—¡Cállate maldito hijo de puta!—le gruñe Kenya a centímetros de su rostro. Una sonrisa cruel empieza a formarse en su rostro. —Hace mucho me cobré esa deuda. Además, ¿De verdad piensas que toda esa banda de maricones, incluido tú, pueden matarme? Por favor, no me hagas reír.
Sorprendido observo a Kenya reírsele en la cara. Y la expresión del tipo se vuelve cada vez más sombría.
—Lárgate Marco. Sabes que este lugar es territorio de Dakota y si se entera que estás aquí te dejará peor que un coladero.
—Esa maldita bruja no puede decidir donde puedo o no estar.—responde el tipo y busca desesperado algo entre los bolsillos de sus jeans. Levanto una de mis cejas al verlo sacar un puro de marihuana y un encendedor. Lo enciende de uno de los extremos y se lo lleva a la boca; dándole una larga calada. Arrugo la nariz al sentir aquel fuerte olor llegar a mis fosas nasales. —Además, no sólo a ella la respalda su mafia.
Kenya bufa a mi lado. Pide un nuevo vaso de vodka y trata de ignorar al tipo que a lo que escuché se llama Marco. Frunzo el entrecejo. ¿Qué relación tiene con Dakota? Él mismo dijo algo sobre la mafia del padre de Dakota. ¿Será algún subordinado? O...
—¿Algún problema?
Salgo de mis pensamientos, topandome con aquellos ojos azules enrojecidos y dilatados; fijos en mi persona.
—Déjalo.—amenaza Kenya mientras de reojo la observo llevarse con disimulo la mano a la espalda; claramente buscando su arma. —Ya te hacía de vuelta a la gran mansión Anderson. De donde tú y las chupa dinero de tu madre y la zorra de tu hermana no salen.
El tal Marco entrecierra los ojos y una arrogancia que conozco muy bien porque la veo a diario en el rostro de Dakota; se mezcla con cierta malicia en su mirada. Ignora la provocación de Kenya y sigue con su mirada fija en mi persona.
—Había escuchado que la pequeña zorra tenía un nuevo capricho. Imagino que tú debes de ser el nuevo desgraciado.—no pregunta sino que afirma. Mi ceño se frunce mucho más y trato de verdad de controlar mi expresión. Lleva el puro a sus labios y empieza a toser una vez deja escapar el humo en una larga exhalación. —Soy Marco Anderson. El hermanastro de la pequeña zorra. Y quien será el futuro heredero de la mafia Anderson.
Ya me lo suponía. Aunque en cierta forma es una sorpresa, porque Dakota solamente habló de un hermano. Daymond Anderson, el culpable de matar a su madre y quien ella misma se encargó de matar tiempo después.
—¿Sorprendido?—la voz de aquel tipo me saca de mis pensamientos. Me encojo de hombros y sonrío de medio lado.
—Dakota no tiene la costumbre de hablar de escorias.—me vuelvo a encoger de hombros. —Para ella cualquiera que pertenezca a la mafia Anderson es considerado menos que basura. Así que...
—¿A sí? Pues adivina qué. Esta maldita escoria se encargará de matar a tu dulce y puta mujercita. ¿Qué te parece?—sonríe ampliamente al ver mi expresión molesta. —Pero antes de matarla me encargaré de probar ese rico cuerpecito. Digo, en el pasado lo hice porqué no habría de hacerlo ahora.
Normalmente no soy un hombre violento. Pero en cuanto ese imbécil dijo aquello de Dakota, sabiendo lo que ella tuvo que aguantar en esa maldita mansión, es como si mi cuerpo se mandara solo.
—Nunca, en tu asquerosa vida vuelvas a decir eso de Dakota en mi maldita presencia.—gruño a centímetros de su rostro mientras tomo con fuerza su cuello.
Empieza a reír y toser a la misma vez. Un brillo malicioso y sombrío pasa por sus ojos.
—¿Y si no quiero? ¿Qué piensas hacer?
Aquello no había salido muy bien de sus labios cuando mi puño fue a parar a su rostro. Pero ni siquiera me dio tiempo a pensar lo que había hecho, porque ya estaba devolviendome el golpe; que sino fuera por los entrenamientos intensivos con Thomas, me hubiera dejado bastante golpeado. Ambos empezamos a pelear, ajenos a nuestro alrededor, de lo único que soy consciente es de la furia e impotencia que siento. Saber que él fue uno de los encargados de hacer de la vida de Dakota dentro de aquella mansión un infierno. Pensar en lo que una niña—porque sí maldición, era una niña en ese entonces—lo que tuvo que pasar me hierve la sangre de una manera que nunca me había sucedido.
Llevo la mano a mi mandíbula, al moverla me duele pero él a excepción de mí; recibió más golpes. Me sorprendo al ver como más de veinte personas me apuntan con un arma, pero casi al momento otro grupo de personas—incluida Kenya—sacan sus armas y apuntan a Marco y su gente.
—Eres un estúpido si crees que defendiendo a la zorra de Atheris sacarás algo.—empieza a reír a carcajadas, y si no fuera porque alguien toma de mis antebrazos; volvería a lanzarme contra él. —Sólo eres uno del montón de sus caprichos. Cuando se aburra, te desechará como la basura que eres.
La tensión aumenta unos cuantos grados más, hasta que unos aplausos y una sonora carcajada corta como un látigo aquel sombrío silencio. Desde aquí observo a Dakota abrirse camino por todo ese tumulto de personas que sin pensarlo se apartan. Aquel brillo escalofriante y burlón aparecen en esos malditos ojos negros. Nadie se mueve o musita sonido alguno, porque el mínimo movimiento en falso y todo puede irse al infierno en cuestión de segundos. Todo mi cuerpo se tensa al sentir el pequeño cuerpo de Dakota tan próximo al mío.
—Lárgate de mi territorio, Marco.—dice arrastrando las palabras en un tono peligrosamente suave. Su hermanastro frunce el ceño al ver a Dakota sonreír; con sus ya conocidas e irritantes sonrisas burlonas. —Deja de hacer el maldito ridículo. Tengo mejores que hacer, como tú mismo dijiste; tengo un nuevo capricho. Y no sabes lo delicioso e interesante que es.
¿En serio Dakota? De todas las cosas que pudo decir, se le ocurre decir aquello.
Pongo los ojos en blanco. Y me muerdo la lengua para ahorrarme cualquier comentario.
—Lárgate antes de mandarte con el estómago lleno de plomo como regalo de navidad para Demetrio y la zorra de tu madre.—todos se tensan al verla sacar con una rapidez que me deja anonadado, su pistola favorita y apuntar muy cerca a la frente de Marco Anderson. —Y de una vez te advierto que si vuelves aparecer por este lugar, te juro que no seré tan misericordiosa como esta noche. Considerate afortunado.
Marco limpia la sangre que resbala por la comisura de sus labio, sus ojos azules brillan llenos de odio. Sonríe, pero más parece una mueca tensa, antes de girar e irse. Un estremecimiento recorre cada rincón de mi cuerpo, algo tenía su mirada que no me gustó ni un poco. Observo de reojo a Dakota bajar el brazo con el arma enrollada en sus delgados dedos, la guarda nuevamente en su cinturón, se acerca a la barra y pide vodka. Reprimo un mueca, definitivamente no sé cómo hace para tomar algo tan fuerte. Me siento en el taburete que está al lado de ella y en silencio la observo emborracharse.
La impotencia que hace un momento sentía, aumenta al ver aquella mirada atormentada de sus ojos negros. Sus demonios del pasado poco a poco están apareciendo. Ahora la pregunta es; ¿Qué piensa hacer con ellos? ¿Ignorarlos o hacerles frente?
—¡Señor Kirchner! ¿¡Nuevamente dormido en mi clase?
Maldita sea.
Poniendo una gran fuerza de voluntad levanto la cabeza del escritorio y abro los ojos lo más que puedo; pero la resaca que llevo encima se nota de aquí a la China. Y no es broma. Parpadeo tratando de disipar el sueño que siento, pero es imposible.
—Lo siento señor Johnson.
—Antes de disculparse señor Kirchner debería de sentirlo realmente.—gruñe y entrecierra sus pequeños ojos azules. Suspiro con cansancio.
—Ya sé, ya sé...—murmuro y empiezo a guardar mis cosas. —Debería de salir de su clase porque no desea ver como un becado como yo desperdicia de su tiempo.
El señor Johnson frunce el ceño. Me cuelgo la mochila al hombro y empiezo a caminar hacia la salida, pero la voz del señor Johnson me detienen.
—Sinceramente señor Kirchner, no sabemos qué hacer con usted.—dice y se quita por un momento los lentes mientras se mensajea el puente de la nariz. Antes de que pueda responder con una incoherencia, él sigue hablando. —Para nadie es un secreto que es uno de los mejores, por no decir el mejor, estudiante de informática de la Élite New York University. Y es por eso que es una lástima que a esta altura de su carrera tome este tipo de actitudes, señor Kirchner. No lo sancionaré porque no vale la pena pero para la otra clase quiero un ensayo de tres mil palabras sobre el tipo de códigos que un programador y creador puede utilizar ya sea para una página web, app y software.
—¿Qué?—balbuceo incapaz de creer lo que escucho.
—Eso es todo. Puede retirarse.
Abro la boca pero al no saber qué decir vuelvo a cerrarla. Mi entrecejo se frunce con fuerza y tenso mi mandíbula, al punto de sentir dolor en mis sienes. Salgo hecho una furia, importandome bien poco que el estruendo de la puerta haya llamado la atención de otros profesores. Mis tenis prácticamente vuelan sobre el piso de baldosas porque en menos de cinco minutos estoy a centímetros del lobby principal. Abro las puertas transparentes topándome de frente con las últimas personas que deseaba ver en mi vida. Y lo que es peor en pleno besuqueo.
—¿Drey?
Los ignoro, pongo la expresión indiferente que aprendí de las personas que viven en aquella maldita mansión, y les paso al lado. Ambos pueden irse muy a la mierda. Son tal para cual y le doy gracias a Dios de no tener que ver nada con ese par de mentirosos y traidores. Tomo una profunda inhalación, esperando quitarle tensión a mi cuerpo. Le bajo velocidad a mis pasos cuando llego al estacionamiento, busco con la mirada la camioneta donde Thomas me espera. Ya que Drew era el encargado de ser como una clase de chófer-guardaespaldas, pero como todavía sigue de “vacaciones”—palabras de Dakota y no mías—al final Thomas será el nuevo encargado de ese trabajo. Personalmente odio que Dakota crea que soy un niño que necesita que lo cuiden, no me queda de otra que aguantarme. Es la mujer más terca y testaruda que conozco en mi vida.
—¿Está todo bien?
Salgo de mis pensamientos. Me topo con aquellos ojos verdes azulados similares a los de mi hermana y míos. Frunzo el entrecejo.
—No.—gruño y cierro la puerta de la camioneta con fuerza. Thomas me da una intensa mirada por el retrovisor, una que decido ignorar y me acomodo en los asientos traseros para darme una bien merecida siesta.
—Buenos días, señor.
Llevo la taza de café recién hecho a mis labios, dándole ligeros sorbos porque está muy caliente. Y mientras la puerta transparente del laboratorio se desliza a mis espaldas, cerrándose, saludo a Kenyer y los otros chicos que trabajan aquí. No deja de ser incomodo que todos se dirijan a mí como su señor o jefe. Es extraño.
—¿Alguna novedad?—pregunto mientras me acerco a un chico de ojos negros rasgados.
Él se encarga de crear y mantener los antivirus de todas las computadoras que se manejan, algo en lo que hay que invertir tiempo, por no mencionar que se ha estado notando que hay mucha actividad y problemas en los hardware. Lo que significa que alguien está tratando de plantar un virus en el sistema.
—No señor. Keyner hace poco volvió a borrar todos los datos y caché almacenados de todos los sistemas. Jimmy y Dan están creando nuevos vínculos con los que podamos engañar al invasor.—responde sin dejar de escribir rápidamente sobre el teclado.
—Muy bien, avísame si hay algún problema.—digo mientras palmeo ligeramente su hombro y me acerco a mi zona de trabajo.
Se podría decir que todas las computadoras que manejan están conectadas entre ellas por decir así, por esa razón yo utilizo otras y muy lejos de ellos. No me gustaría interferir en su trabajo. Tomo asiento en mi conocida y cómoda silla giratoria. Dejo mi taza encima de mi escritorio y espero pacientemente a que los módem enciendan. Hoy es el único día de la semana que no tengo que ir a la Universidad y aprovecho para seguir creando el software con el que Dakota podrá pasar por encima del SS-DK. Tomo del asa de mi taza de café y le doy un merecido trago.
Bueno, a trabajar se ha dicho.
Toco con los nudillos aquella pesada y oscura puerta, esperando una repuesta pero pasan unos segundos y no pasa nada. Mi entrecejo se frunce extrañado, doy una mirada a mi alrededor pero todo el pasillo del segundo piso se encuentra en silencio. A decir verdad, toda la mansión está sumida en un silencio muy escalofriante. Cuando salí por un momento del laboratorio para ir a mi habitación por unos apuntes, escuché el timbre de la puerta principal. Al notar que nadie acudía a ver quién era, por la insistencia del timbre, abrí yo. Encontrandome con una mujer misteriosa, vestida completamente de negro que demandaba hablar urgentemente con Dakota. Al no saber qué hacer, porque Kenya, Thomas, Gilberth y Drew son los encargados de avisar a Dakota cuando se trata de personas que vienen en busca de ella; y que además no los veía por ningún lado. La dejé en el porche y subí a buscar a Dakota.
Tomando una profunda inhalación, tomo los pomos brillantes y los giro, abriendo ligeramente ambas puertas del despacho de Dakota. Asomo una parte de mi cuerpo esperando encontrarla sobre su escritorio donde usualmente siempre está pero me llevo la sorpresa que no es así. Frunzo mucho más el ceño y abro del todo las puertas, entro con cautela y las cierro con suavidad a mis espaldas. Me adentro un poco más y la busco con la mirada.
—Mamá...
Un susurro llama mi atención, fijo la mirada en esa dirección; encontrando a Dakota dormida sobre el nuevo sillón de su despacho. Me acerco y preocupado observo las lágrimas que bajan por sus mejillas. No sé qué estará soñando pero nada bueno es.
—Dakota.
Me acuclillo a un lado del sillón y muevo ligeramente su hombro, pero el sufrimiento sigue en sus bellas facciones.
—Dakota.
Más lágrimas bajan por sus mejillas. Y la preocupación aumenta. Es extraño que esa chica ruda, que es además es la líder de una mafia, llore de esta forma. Es desconcertante.
—¡Dakota!
Abre los ojos sobresaltada, su pecho sube y baja aceleradamente. Su labio inferior tiembla y trata de frotarse los brazos pero sus manos no dejan de temblar.
—¿Estás bien?—pregunto preocupado.
Nunca la había visto tan vulnerable. Es como si de pronto aquella fachada de mafiosa, fuese reemplazada por una chica ordinaria que tiene sus propios demonios que la atormentan.
—¿Dakota? ¿Estás bien?—vuelvo a preguntar cuando no me responde. Pero ella está como ida, sus ojos se abren como platos y de repente empieza a respirar agitadamente, como si le faltara el aire. La impotencia empieza a crecer en mi interior, tomo su rostro entre mis brazos y hago que clave su mirada en la mía.
—Oye, todo está bien.
Hago lo que normalmente haría con Sasha si la viera en ese estado; la abrazo con fuerza. Dakota entierra su rostro en mi pecho y puedo sentir como sus lágrimas mojan mi camisa pero no me importa. Es como si esto es lo que ella necesitaba. Siento su cuerpo temblar en mis brazos, pero pasan algunos minutos hasta que finalmente siento como se relaja poco a poco. Me levanto y busco agua en el mini bar, vierto un poco de agua helada sobre un vaso de vidrio y se lo ofrezco. Ella se la toma con rapidez y antes de darme cuenta empieza a llorar de nuevo. Rápidamente vuelvo aprisionarla entre mis brazos. Definitivamente nunca hubiera creído o pensado que Dakota pudiera tener momentos de debilidad. Y es ahí donde me doy cuenta que ella no es diferente de Sasha o de alguna otra chica. Sí, es la líder de una mafia. Ha matado sin tener remordimiento alguno, pero desde que tiene uso de razón siempre ha tenido que ser fuerte. Siempre ha tenido que ser lo que su padre quería; un ser insensible.
—¿Ya estás mejor?—pregunto minutos después.
—Sí, lo estoy.—murmura contra mi pecho.
Se aparta ligeramente, su mirada de inmediato conecta con la mía. Es como si de pronto aquellas lagunas decidieran bajar por unos segundos el manto intimidante e indiferente que suelen tener.
—¿Quieres más agua o...
—No, no te preocupes.—responde con la voz algo ronca por el llanto. Se aclara la garganta con un carraspeo y frunce el ceño. —¿Qué haces aquí?
—Bueno...—musito mientras me pongo de pie. Paso una mano por mi cabello. —Una mujer muy seria y formal acaba de llegar. Yo la recibí ya que Kenya no estaba, así como tampoco Gilbert o Thomas.
—¿Una mujer?—pregunta desconcertada. Frunce el ceño mucho más, baja los pies del sillón, pasa ambas manos por su rostro y peina su cabello negro hacia atrás. —¿Está aquí? ¿Te dijo algún nombre?
—Sólo me dijo que necesitaba hablar contigo urgentemente. La dejé en el porche mientras venía avisarte.
—Gracias.—dice y asiente.
Suspira sonoramente. La observo ponerse de pie y caminar hasta su escritorio, el cual rodea hasta tomar asiento en su enorme silla de cuero negro. Levanta su oscura mirada y no puedo evitar fruncir el ceño al ver sus ojos negros completamente vacíos; como si hace un momento no hubiesen tenido una expresión tan angustiada.
—Drey. ¿La harías venir, por favor?
Asiento, salgo del despacho y bajo las escaleras. A la mujer la encuentro en el mismo lugar que hace unos minutos la dejé.
—Puede subir.
La mujer no responde sino que asiente y con una postura algo tensa empieza a subir los escalones; dejo que ella suba primero y la sigo después. Pero decido mejor dar media vuelta e irme a mi habitación.
—¡Oh! Asi que aquí estabas.
Levanto la mirada de mi ensayo, observo el menudo cuerpo de Dakota pasearse por mi cuarto hasta tirarse en mi cama. Su mirada queda fija en el techo mientras pasa el brazo izquierdo por debajo de su cabeza. Levanto una de mis cejas al verla tan comoda. Al final solo encojo de hombros, es su casa de todos modos.
—Gracias por lo de ahora.—aquello vuelve a llamar mi atención. Su mirada sigue fija en el techo de mi habitación. —Digamos que haber visto al imbécil de Marco me hizo acordar a mi madre.
—¿Era con ella con quien soñabas?
La observo desde el sillón donde estoy sentado, asentir y mantener la mirada fija en el techo. Un silencio un poco tenso cae sobre ambos, espero a que vuelva hablar pero al final no dice nada así que decido seguir con mi trabajo.
—¿No tienes curiosidad de saber a qué venía aquella mujer? ¿De lo que hablamos?
Le doy una mirada de reojo mientras sigo escribiendo, ladea un poco la cabeza dándole un aspecto un tanto chistoso.
—¿Debería?
Dakota ríe, reprimo una sonrisa al escucharla reír. Y sigo con el trabajo de terminar ese estúpido ensayo que el señor Johnson decidió darme por dormirme en su clase.
—Chico listo.—responde una vez termina de reír. —Esa mujer que conociste se llama Dania Reed y trabaja para la D.E.A. Ella es una de las muchas informantes o sobornados del gobierno que tengo como contactos, que me avisan cuándo y porqué los uniformados me interrogan.
Frunzo el ceño y levanto abruptamente el rostro. Dakota vuelve a mirar el techo, cruza las piernas y mueve juguetonamente uno de sus pies.
—¿Interrogar?—pregunto incrédulo y un tanto confuso.
—Oh sí, lo hacen al menos una vez cada cuatro meses.—responde simplemente. —Llevar el apellido Anderson y estar ridículamente limpia lo hace muy sospechoso. Además, de que me han visto ir al bar de Helen y ahí solo van criminales.
—¿Y entonces?
—Nada. Voy a los interrogatorios.—responde, logro ver como se encoge de hombros. —Utilizo psicología inversa. Ya que utilizan ese maldito aparato, que tengo que decir es es demasiado fácil engañar. Y bueno, ellos nunca esperarían que diga la verdad. Así que a cada pregunta digo realmente la verdad, el aparato marca “mentira” y ellos al no tener pruebas, simplemente no pueden inculparme.
—¡Espera una segundo!—frunzo el ceño, me levanto del sillón en el que estaba y me acerco a ella. —¿¡Les dices la verdad!?
—Exacto.—responde. —Normalmente como te dije; todos esperan que el criminal niegue sus fechorías. Pero al aceptar cada uno de ellos y utilizar cierto tono de voz hace que suene como una mentira. Incluso a veces ni siquiera me interrogan porque creen que tengo algún problema mental.
Suelta una estruendosa carcajada. Y sus ojos negros brillan burlones.
—Si supieran que realmente es verdad. Pero como esta sociedad es malditamente machista, nunca, absolutamente nunca, creerían que una mujer sería capaz de tales atrocidades.
Bueno, en eso tiene razón; todos siempre esperan que el criminal sea hombre. Pero que Dakota sea capaz de engañar de esa forma a las autoridades...Es estúpido y bastante increíble. La astucia de esta chica me impresiona cada vez más, ahora entiendo porqué todos muestran tal respeto cuando están al lado de ella.
Demonios. Ella definitivamente es de armas tomar.
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