Capítulo 18, parte 2.
Todo mi cuerpo cosquillea, aunque no me guste mucho bailar, pero los tragos que traigo encima y tener a Drey tan cerca; simplemente es imposible de negarse a bailar. Ambos formamos parte de ese grupo sudoroso que baila al son de esa melodía vulgar, hechizados bajo las luces fluorescentes. Quién iba a pensar que el señor hacker supiera bailar tan malditamente bien. Cierro los ojos cuando Drey muerde ligeramente mi cuello, ambos movemos lentamente nuestras cinturas, su pecho ancho y caliente se roza con mi espalda.
Pero como todo buen momento tiene que ser arruinado.
—¡Dakota! ¡Dakota!—unos gritos muy cerca de mí llaman mi atención.
Abro los ojos molesta y busco al o a la culpable de interrumpir tan deliciosa burbuja. Mi somnolienta mirada se encuentran con los ojos grises de Kenya, la cual me da una mirada que reconozco inmediatamente.
Maldita sea.
Frunzo el ceño con fuerza y me doy media vuelta. Los ojos verdes azulados de Drey, que se encuentran un poco brillantes y chispeantes, me observan confundidos. Aunque se pueda pensar que está borracho, no lo está, aunque tampoco es que esté muy sobrio. Parpadeo y salgo de mis pensamientos al sentir tomar mi barbilla, levanto la mirada topandome con su mirada un poco oscurecida.
—¿Qué pasa?—es lo que leo de sus labios, ya que la música está tan alta que la única manera de hacerse escuchar es gritando.
—Nada.—formo con mis labios. Meneo mi cabeza para hacer más énfasis.
Drey frunce el ceño, claramente no creyendo lo que le digo, así que para que no siga haciendo preguntas que por obvias razones no puedo responder; lo beso. Al principio se hace el difícil, algo que me arranca una sonrisa y muerdo con fuerza su labio inferior, gruñe y sus brazos me acercan un poco más a él. Paso la punta de mi lengua por su labio lastimado, y sin importar si alguien nos está viendo o no; empezamos a besarnos como si no hubiera un mañana. Todo mi cuerpo se estremece al sentir su lengua hacer contacto con la mía. La lujuria y el deseo trata de abrirse paso entre la bruma del beso, pero lastimosamente tengo negocios que hacer. Tal vez cuando volvamos a la mansión retome lo que dejamos.
Tal vez.
Me aparto de Drey un poco brusca, él al percatarse abre los ojos y me observa desconcertado. Con la respiración acelerada observo sus labios que están rojos e hinchados, como también imagino deben de estar los míos. Maldita sea. Lo único que me provoca es besarlo nuevamente.
—¡EN UN MOMENTO VUELVO!—grito cerca de su oído para que pueda escucharme por encima de aquella ruidosa música.
Drey pone una expresión seria pero no dice nada; captando que tengo que ir hacer mi papel de gran mafiosa. Le robo un rápido beso antes de girar sobre mis talones y caminar hasta donde está Kenya. Las pupilas de sus ojos grises se encuentran dilatas, y no tengo que ser una genia para saber que está drogada. Levanto una ceja interrogante en su dirección. Ella simplemente me señala con un ligero movimiento de cabeza aquella bendita puerta. Una que trae ciertos recuerdos a mi mente.
Mierda.
Ambas nos abrimos paso entre todos, caminamos hasta el fondo del Bar, donde hay un pequeño grupo de personas. Doblamos hacia la izquierda que lleva a una delgada puerta de hierro, a la que nadie tiene permitido entrar; salvo quizás una reducida—e importantes—cantidad de personas. Incluso hay dos tipos armados hasta los dientes que encargan de custodiar la puerta.
—La esperan en la de siempre.—dice Kenya mientras me da una significativa mirada. Asiento y les hago una seña a los tipos para que abran la puerta, algo que hacen sin oposición alguna. Pero antes de entrar le doy una mirada a Kenya por encima del hombro.
—Vigílalo.
Y sí, es una maldita orden.
Kenya simplemente asiente, su expresión indiferente no se altera ni por momento, me da una última mirada antes de perderse entre el tumulto de personas. Comparto un asentimiento con los tipos lo cuales responden con el mismo gesto y cierran la puerta una vez entro. Busco el encendedor y mi caja de cigarrillos de los bolsillos de mi chaqueta con estampado militar. El bullicio de conversaciones, risas, botellas al rozarse entre si, así como la alta música; son bruscamente silenciados. Aunque se escuche ligeramente, es notable la diferencia. Mientras lleno mis pulmones de humo, levanto la mirada topandome con un extenso pasillo. Las paredes son negras y el piso es de mármol blanco, tan malditamente brillante que estoy segura puedo ver mi reflejo. No puede ser más diferente a la decoración del Bar.
La suela de mis botas militares provocan cierto eco cuando empiezo a caminar por ese ya han conocido pasillo, observo de reojo las puertas rojas con un símbolo, palabra y número en latín de un color fosforescente. Según a lo que recuerdo son trece puertas, se dividen entre ambas paredes; la número trece queda al fondo del pasillo.
Frunzo el ceño. Llevo el cigarrillo a mis labios, le doy una larga calada hasta sentir mi garganta arder. A mi paso dejo un intenso olor a tabaco mezclado con otro un poco más fuerte. Me detengo al llegar finalmente a mi destino, entre el blanquecino humo de mi cigarrillo observo el nombre de la última puerta roja. Mortem. Una sonrisa tira de la comisuras de mis labios.
Y pensar que viví más de dos años en esa maldita habitación.
Al final, sin darle más vueltas al asunto; abro la puerta sin importarme por tocar. De igual forma aquella maldita habitación sigue siendo mía.
—Pensábamos que nunca ibas a venir.
Mi mirada se topa con tres pares de ojos, sin embargo mi mirada se fija en una en particular. Le doy una nueva calada a mi cigarrillo, sonrío de medio y dejo salir el humo por mis fosas nasales.
—¿Lo siento?
Regina levanta una de sus cejas, una expresión burlona pasa por su rostro; claramente notando mi falta de arrepentimiento. Sin darle una mínima mirada a mi alrededor, porque no tengo tiempo para viejos recuerdos, me acerco al largo sillón en forma de “U” invertida, forrado de terciopelo negro, y tomo asiento en el extremo derecho; quedando en frente de La madrina Beltrán que está en el extremo izquierdo. Regina toma la botella de tequila que hay encima de la mesita ratona de vidrio que nos separa, llena una de las copitas y me la pasa.
—Salud.—digo en su idioma y levanto la copita. Una sonrisa maliciosa se forma en su rostro, tomo el tequila de un solo trago; mi expresión ni siquiera se altera ni un poco aunque sienta como el alcohol baja hasta mi estómago, dejando una deliciosa y caliente sensación.
—Debe de ser algo muy importante como para que la dueña y señora de las calles del East Los Angeles venga personalmente a verme, ¿no es así?
Regina sonríe de medio lado, llena su copa y la mía. Ambas las tomamos de un solo trago sin apartar la mirada de la otra.
—Tan aguda como siempre.—responde y cruza las piernas, revelando una buena porción de piel. Ya que lleva un atrevido vestido rojo, que no tiene suficiente tela para cubrir sus bien merecedoras curvas. —Sé que debes de saber o sospechar del porqué estoy aquí, y antes de darte muy buenas noticias, deja y te presente a mis acompañantes.
Les doy una mirada a las otras dos personas que nos acompañan, que aunque las vi al entrar no les di la mínima importancia. Dejo la colilla del cigarrillo sobre el cenicero que está al lado de la botella de tequila, apoyo del todo mi espalda al respaldo del sillón y cruzo los brazos por encima de mi pecho.
—Ella es Kamely Rivera.—presenta la primera que está a su izquierda. La chica es un poco rellena, de mi misma estatura tal vez, tiene rasgos suaves pero algunas cicatrices decoran su rostro, un tatuaje bastante extraño recorre su cuello. De cabello castaño, rizado hasta los hombros. Diría que su aspecto es simple, pero sus ojos verde musgo y aquella sonrisa de medio lado esconde tanta crueldad como el infierno.
—¿Rivera?—levanto una ceja. —¿Esa no es una de las Narcofamilias más brutales de los lados de República Dominicana?
—Me sorprende que sepa de nosotros.—responde y entrecierra sus ojos, dándome una mirada desconfiada.
—Digamos que tu abuelo, el viejo Rodrigo Rivera tiene una estrecha amistad conmigo.—levanto la copita de tequila y me la bebo sin apartar mis ojos negros de su rostro. Se remueve incómoda bajo mi mirada. —Ambos tenemos ciertos intereses en común.
—Si uno de los Rivera lo tiene, los tenemos todos.—responde mientras sonríe, borrando cualquier expresión desconfiada de su rostro. —Para nuestra familia es un honor.
Llena mi copita de tequila, hago lo mismo con el de ella, y ambas antes de beberlo de un solo trago; hacemos una especie de brindis en el aire. Le doy una mirada de reojo a la otra chica, la cual baja la mirada.
—Y ella es Fiorella. Se puede decir que trabaja para mí.—dice Regina mientras toma más tequila.
No me pasó por alto que no mencionó su apellido. De inmediato las sospechas se encienden en mi cerebro pero hago lo imposible por controlar mi expresión. Sonrío de medio lado y les doy una mirada desinteresada.
—Bueno aunque me gustaría seguir tomando y conversando, digamos que preferiría saber la razón de tu visita, Beltrán.
—Tan impaciente como siempre.—musita sin apartar su mirada de la mía. Sus forma de aligerar el tenso ambiente fue inútil. Ambas no dejamos de vernos mutuamente, Regina maldice en español y suspira antes de seguir hablando. —Ocupamos un favor.
Levanto ambas cejas, claramente sorprendida, ya que hace no mucho fui yo la solicité de la ayuda de ella y del líder de la mafia mexicana. Regina toma dos copitas—llenas hasta el tope—de tequila, tensa la mandíbula con fuerza y entrecierra sus ojos marrones. A lenguas se nota lo que odia pedir favores.
—Ya que Los Eme vamos a contribuir con tu venganza, solicitamos de tu ayuda. Ya sabes; favor se paga con favor.—dice de forma testaruda.
Reprimo una sonrisa. Algo me dice que ése favor es más de forma personal que otra cosa; pero decido no decir nada. Eso fastidiaria mis planes con Los Eme, porque aunque odie decirlo dependo de mi relación con Regina para que ellos me ayuden. Por no mencionar claro, que lo último que deseo es pelear hasta la muerte con una narcotraficante. Serían muchas vidas pérdidas en vano.
—Muy bien. Dime en qué puedo ayudarte.—respondo y busco entre las bolsas de mi chaqueta el encendedor y mi caja de cigarrillos.
Regina me mira por un largo lapso de tiempo, en completo silencio. Tanto la Rivera como la otra mocosa se mantienen tensas al lado de Regina. Levanto una de mis cejas y esa sensación que tuve cuando no se mencionó el apellido de la otra chica, aumenta.
—Necesitamos que rescates a las hermanas y a la madre de Fiorella.—dice finalmente. La tensión apoderándose de su tono de voz y expresión.
Frunzo el entrecejo, el aroma a tabaco llega a mis sentidos cuando finalmente enciendo mi cigarrillo.
—¡Ya sé!—dice antes de que yo pueda decir algo. —Te debes de estar preguntando; ¿por qué no la rescatamos nosotros? Pero no podemos. Porque quien las secuestró pertenecen a la mafia de Demetrio. Y para mayor desgracias ninguna de ellas pertenece a nuestra mafia, ni siquiera tienen vínculo siquiera con nosotros.
Mi entrecejo se frunce mucho más. Clavo mis ojos negros en los rasgados de aquella mocosa, pero aparta la mirada y retuerce nerviosamente las manos sobre su regazo. ¿Quién mierdas es esa chica? ¿Y porqué demonios Regina o Los Eme se tomarían la por rescatar a la familia de esta chica, sabiendo que no están inclucradas en este mundo? Algo aquí no calza, y no me gusta no saber qué es.
—El tratado entre mafias...—musito mientras llevo el cigarrillo a mis labios. Regina asiente y una expresión de hastío pasa por su rostro. Me encojo de hombros y suelto el humo en una larga exhalación. —Deben de trabajar como prostitutas. Sabes que las mujeres dentro de la mafia de Demetrio sólo sirven para eso.
—¡Ellas no son ningunas prostitutas!—grita furiosa la chica mientras se levanta, llamando nuestra atención. Levanto una ceja y llevo el cigarrillo nuevamente a mis labios.
—Pues si no lo eran, ahora lo son.—sonrío contra mi cigarrillo. —Si es que no las hayan matado ya.
—¡Cállate!—la furia de su mirada aumenta. —E-Ellas no están muertas. Todo esto...¡Todo esto es culpa de tu maldito padre! ¡Él tiene la culpa de absolutamente todo! ¡Y tú, tienes que ir por ellas!
Puedo sentir como cada músculo de mi cuerpo se tensa al escuchar aquella insolente orden. Regina abre los ojos alarmada al verme llevar unas de mis manos a mi cinturón. Abre la boca para decir algo pero la corto con una mirada tan helada que la hizo estremecer. Ella sabe que éste es mí territorio, y nadie, absolutamente nadie me habla de esa forma.
—Cállate.—mi voz suena peligrosamente baja. Enrollo mis dedos en torno a mi pistola favorita, bajo la mirada de todas saco lentamente mi pistola. Tanto la Rivera como Regina se tensan y buscan sus armas por inercia.
—Aheris, vamos. No tienes que hacer esto.—trata Regina de bajar un poco los humos. Algo que no logra ni un poco. Se tensa cuando pongo mi mirada en ella, estoy segura que aquella expresión escalofriante que suelo utilizar antes de matar; está formada en mi rostro.
—¿Tú qué harías si alguien llega y te habla así en tu territorio?—sonrío de medio lado cuando suelta un insulto en español. —Estoy segura que harías algo peor, así que no me vengas a decir lo que puedo o no hacer en mi maldito territorio.
Aparto mi mirada de Regina, fijandola en los ojos oscuros de la mocosa. La cual me observa con miedo, casi que con terror, al ver mi expresión y si a eso le sumamos la reluciente arma que está muy comoda en mi mano.
—Siéntate.—hago un movimiento con mi cabeza, sin apartar la mirada. La chica titubea pero tensa la mandíbula, una expresión testaruda se forma en su rostro. Siento mi cuerpo tensarse mucho más, el “click” del martillo al bajar de mi pistola aumenta la tensión entre nosotras.
—No me hagas repetirlo.—y apunto el arma en su dirección. Las lágrimas empiezan a bajar por sus mejillas.
—¡Ah verga! ¡Siéntate de una puta vez, chingada madre!—le grita Regina. Y jala de la mano de la chica con fuerza. Le da una fulminante mirada y empieza a decirle una larga retahíla de insultos.
La observo fijamente, sus lágrimas empiezan a fluir libremente por sus mejillas sonrojadas. Pero no importa cuánto llore. No me provoca la mínima de lástima. De hecho, me encantaría darle un buen motivo para hacerla llorar.
—Atheris...—al final la misma Regina rompe aquel tenso silencio. Enfoco mi mirada en ella, su rostro no tiene expresión alguna, pero consigo vislumbrar por un momento la tensión en su mandíbula. —Me disculpo en nombre de ella. Esto no volverá a suceder.
—Ya lo creo que no volverá a pasar.—le doy una rápida mirada a la mocosa la cual sigue llorando al lado de Regina. Me sorprendo por el hastío que siento por esa insolente, pero al final como no vale la pena iniciar una guerra por personas de tan poca importancia decido seguir el trato con Regina. —¿Cuál fue el motivo por el cual el hijo de puta de Demetrio las secuestró?
—Al parecer una de las hermanas se involucró con uno de los chicos de Demetrio.—responde Regina con una expresión seria. —Pero el problema no es que se haya involucrado con él, sino que la madre se dio cuenta que una de sus hijas andaba con un tipo de “este mundo” y cometió el estúpido error de contactar a los uniformados. Debes de suponer qué sucedió después.
—¿Y por qué Demetrio no las asesinó como normalmente haría?—pregunto confusa. La mocosa levanta la mirada pero antes de que cometa el error de decir algo, Regina a su lado prácticamente le entierra las uñas en el brazo.
Esa mocosa insolente le conviene mantener su boca cerrada.
—Porque la madre, tanto como las hijas, son mujeres muy hermosas. Además de que son origen latino.—responde y se encoge de hombros. Asiento comprendiendo finalmente. —Bien sabes lo que valen las extranjeras en la prostitución. Por eso tú comentario sobre el que trabajen como prostitutas en algún local de Demetrio no está del todo errado.
—¿Y ésta cómo escapó?—pregunto mientras la señalo con el arma.
—En ese momento estaba al otro lado de la ciudad.—es lo único que dice Regina mientras se encoge de hombros.
Aunque no me crea eso último, decido no preguntar. Tampoco es como si me importara.
—Muy bien. Deja que termine de emborracharme y mañana empiezo a buscar a la familia de esta mocosa.—respondo mientras me pongo de pie.
Regina tanto como la Rivera asienten y se despiden. Guardo mi pistola favorita de nuevo en mi cinturón, y busco un nuevo cigarrillo; el cual enciendo sin problema alguno. Camino hasta la puerta, sintiendo aquel mortal humo llenar mis pulmones pero antes de salir completamente, me detengo, miro por encima de mi hombro y fijo mi mirada en aquella mocosa; que se tensa y se pone un poco pálida al ver mi sonrisa.
—Si por mí fuera te mato a ti, a tu madre y a tus hermanas. ¿Y adivina qué? Ni siquiera me quitaría el sueño el hacerlo.—mascullo mientras mi sonrisa crece un poco más al ver como se estremece. —Y si pienso rescatarlas créeme que no es por ti, lo hago por la maldita conveniencia que tendré con Regina y La Eme. No sé quién eres y me importa una mierda, pero vuelves a faltarme el respeto en mí maldito territorio y juro como que me dejo de llamar Atheris; que te mato, no sin antes torturarte hasta que supliques. ¿Lo has entendido?
Le doy una larga calada a mi cigarrillo, sigo mi camino cerrando con un fuerte estruendo la puerta a mis espaldas. Estoy segura que aquella amenaza nunca la olvidará. Y si lo hace...Sonrío ampliamente.
Será muy divertido recordarsela.
—Mierda.—maldigo en voz alta.
Frunzo el ceño cuando me desoriento por unos cuantos segundos. Estar en aquella habitación silenciosa a pasar repentinamente a una llena de ruido; me aturde durante unos cuantos segundos. El olor a alcohol, sudor, marihuana, tabaco y otros olores en los que prefiero no pensar llegan de golpe a mis fosas nasales. Meneo mi cabeza, despejando cualquier sensación y tiro la colilla del cigarrillo al piso, que por coincidencia cae sobre los pies de una estúpida que estaba entretenida en acariciar no muy sutilmente el miembro del tipo con el que está “bailando”. Antes de que pueda ver que fui yo la que le lancé la colilla empiezo a caminar hasta el lugar donde anteriormente estaba con Drey.
Un estremecimiento pasa por cada rincón de mi cuerpo, cuando al doblar por un pasillo me percato que todo está un poco en silencio, porque la música todavía está pero muy baja. Toda la multitud se encuentra dispersa, se podría decir que distanciada con una actitud cautelosa. Eso sólo sucede cuando se arma alguna pelea que involucre armas o algo de esa magnitud. De inmediato busco con la mirada a Kenya, ya que es responsable de que a Drey no le pase nada y me encuentro con una imagen que nunca esperé ver mi vida. Abro la boca completamente sorprendida al ver a un Drey con el rostro tenso de la furia—¡nunca lo había visto tan furioso!—tomar por el cuello a un tipo como de su misma altura solo que un poco más delgado, con tanta facilidad y fuerza.
—Nunca, en tu asquerosa vida vuelvas a decir eso de Dakota en mi maldita presencia.—escucho que le gruñe Drey en el rostro de aquel tipo.
Frunzo el entrecejo confusa. Le doy una rápida mirada a la multitud que los rodea, encontrándome con todos los chicos de mi mafia apuntar con sus armas a otros tipos que algo en ellos se me hace conocido.
—¿Y si no quiero? ¿Qué piensas hacer?
Todos y cada uno de mis músculos se tensan, cuando aquella ronca—con un ligero tono burlón—que conozco muy bien llega a mis oídos. De inmediato recuerdos para nada agradables llenan mi mente. Uno tras otro, hasta que siento como si un frío abrasador recorriera cada centímetro de mi cuerpo.
¿Qué carajos hace ese bastardo aquí? Empiezo a llenarme de preguntas sin respuestas. Un jaleo llama mi atención, observo incrédula como Drey se va a los golpes con el hijo de puta de Marco. El cual parece sorprendido de ver la agilidad con la que Drey detiene sus golpes y los devuelve con fuerza y rapidez.
«—Dakota, Daymond. Les presento a sus hermanastros, Marco y April Anderson. Que a partir de hoy serán parte de esta magnífica y amorosa familia.»
De inmediato los lame huevos que pertenecen a la mafia de Demetrio rodean al niño consentido, cuando se separan y apuntan hacía Drey. Pero mis chicos sin inmutarse rodean a Drey y apuntan hacia los hombres de Demetrio. Incluida Kenya, que es una de las que se encuentra en la primera fila apuntando hacía Marco. El cual sonríe con arrogancia pero desde aquí puedo ver la furia en sus ojos, claramente no esperaba que Drey supiera pelear tan bien. Bueno, a decir verdad ni yo lo esperaba.
—Eres un estúpido si crees que defendiendo a la zorra de Atheris sacarás algo.—el imbécil de Marco empieza a reír a carcajadas. Drey simplemente lo observa con aquellos benditos ojos verdes azulados que tienen una mirada de lo más escalofriante. Por un instante pareciera él el líder de mi mafia. —Sólo eres uno del montón de sus caprichos. Cuando se aburra, te desechará como la basura que eres.
Mis aplausos y mi carcajada llaman la atención de cada uno de esos malditos. La sonrisa de Marco poco a poco se borra al verme acercarme. Sin apartar mi mirada de él o la sonrisa burlona de mi rostro, me acerco a Drey. A mí Drey. Baja su mirada, topándose con la mía, un escalofrío me recorre el cuerpo al ver su mirada oscurecida.
Qué tan mal tengo que estar como para pensar en las tremendas ganas de comermelo a besos que tengo, al hecho de que un paso en falso y todo esto se va al infierno.
Reprimo una sonrisa. Joder. Creo que estoy peor que eso.
—Lárgate de mi territorio, Marco.—aparto la mirada, fijandola en aquel imbécil. Sus ojos se entrecierran al verme sonreír. —Deja de hacer el maldito ridículo. Tengo mejores que hacer, como tú mismo dijiste; tengo un nuevo capricho. Y no sabes lo delicioso e interesante que es.
Todos los chicos de mi mafia ríen, haciendo que la expresión de Marco sea épica. Drey frunce el entrecejo y me da una mirada molesto. Le guiño un ojo y reprimo una carcajada al verlo poner los ojos en blanco.
—Lárgate antes de mandarte con el estómago lleno de plomo como regalo de navidad para Demetrio y la zorra de tu madre.—y sin que él se lo vea venir o alguien; saco mi pistola de un rápido movimiento. El cañón de mi pistola favorita no se aparta de la frente de Marco. La palma de mi mano cosquillea cuando el metal hace contacto con mi piel. —Y de una vez te advierto que si vuelves aparecer por este lugar, te juro que no seré tan misericordiosa como esta noche. Considerate afortunado.
Marco limpia la sangre que resbala por la comisura de sus labio, sus ojos azules brillan llenos de odio. Sonríe, pero más parece una mueca tensa, antes de girar y largarse con sus perritos falderos pisandole los talones. De inmediato la música vuelve a sonar a todo volumen, todos vuelven a lo suyo. Bajo mi brazo, devuelvo mi pistola a mi cinturón y me acerco a la barra, pido un vaso de vodka. En el instante que lo ponen en frente de mí me lo tomo todo, arrugo un poco la cara cuando aquel infernal líquido baja hasta mi estómago quemando todo a su paso. Drey se pone a mi lado pero no dice nada, es como si supiera o de alguna forma entendiera que lo último que deseo es que diga algo. Simplemente me observa en silencio, toma una cerveza que sé que aborrece, pero está algo picado y al parecer el sabor amargo de esa barata—y asquerosa—cerveza ya le da absolutamente igual. Apuro el tercer vaso de vodka.
«A partir de hoy serán parte de esta magnífica y amorosa familia.»
¿Magnífica y amorosa familia? Pienso con sarcasmo. Aquel conocido sentimiento de odio y resentimiento aperece en mi pecho. Qué estupidez.
—¿Señora?
Escucho la puerta de mi despacho abrirse y casi al instante cerrarse. Llevo el puro de marihuana a mis labios, no aparto la mirada del enorme ventanal que hay detrás de mi escritorio, que la gran mayoría de las veces las largas cortinas oscuras mantienen tapado; hay ocasiones, muy pocas, en las cuales decido correrlas y dejar entrar luz a este rincón sombrío.
—Ayer Regina me pidió rescatar a la madre y las hermanas de una mocosa maleducada que por alguna razón está protegiendo.—respondo y le doy una mirada por encima del hombro. Kenya frunce el ceño. —Necesito que las encuentres y busques alguna forma de rescatarlas. Si tienes que incendiar todo los prostíbulos de Demetrio para encontrarlas, hazlo.
—Sí señora.
—¡Ah! Y necesito que investigues a esa familia. Que ayude a Regina por tener una conexión directa con Los Eme no significa que me vaya a dejar manipular sin saber a lo que me enfrento.—le digo mientras dejo escapar una larga exhalación. Kenya asiente y sus ojos grises se vuelven peligrosamente fríos. —Vete.
Gira sobre sus talones, con un andar pausado y lento sale sin hacer el mínimo ruido. Suspiro con puro en mano, me acerco a la mini sala de mi despacho, tomo asiento en el largo sillón de cuero. Dejo la colilla del puro de marihuana en el cenicero y me tiro de espaldas sobre el mullido sillón. Paso un brazo por debajo de mi cabeza, observo el techo de mi despacho por un momento pero al cabo de un rato mis ojos poco a poco se cierran. Mi cuerpo lentamente empezó a relajarse hasta sentir como si estuviese sobre el agua, flotando. Y sin darme cuenta estaba soñando con mi madre.
«—Cariño, recuerda que siempre te amaré.»
Observo su piel ligeramente bronceada, no la suficiente como hacerla ver morena, pero sí sana. Sus ojos color caramelo brillaban como el sol de un atardecer.
—¿Mamá?—pregunto confundida. —¿Mamá?
«—Aquí estoy cariño. Aquí estoy.»
Mi madre sonreía, lo que hacía que sus ojos brillaran mucho más. Nunca la había visto tan feliz, aunque siempre trataba de sonreírme; su infelicidad y desdicha era mayor. Siento como en mi pecho empieza a formarse un sentimiento que hacía tiempo que no sentía.
—Mamá...¿por qué me abandonaste?—murmuro con un nudo en mi garganta. Mi madre toma con ternura mis mejillas entre sus cálidas manos. —Me he convertido en alguien muy malo, mamá. He matado y ni siquiera he sentido remordimiento. Acuso a Demetrio de ser un monstruo, pero yo...yo soy peor que él.
«—No cariño. No lo eres.»
—Oh Dios mío.—murmuro mientras me llevo ambas manos a la cabeza. Lágrimas empiezan a llenar mis ojos. —Soy un maldito monstruo.
«—No lo eres.»
—¡Sí! ¡Sí lo soy!
Cierro mis ojos cuando voces empiezan a llenar mi mente, mis propios demonios atormentandome.
«Mata a Demetrio, Dakota.»
«No dejes que nadie pase por encima de ti.»
«Mata a todo aquel que te desafíe.»
«Mata, Dakota. Hazlo.»
—Dakota.
«Mátalo, Dakota.»
—¡Dakota!
«Él mató a tu madre. Tienes que matarlo, Dakota.»
—¡DAKOTA!
Abro los ojos sobresaltada, empiezo a toser con furia, es como si de pronto hubiese dejado de respirar. Escalofríos atacan mi cuerpo, un sudor frio baja por mi espina dorsal erizando los vellos de mi cuerpo.
—¿Estás bien?
Acepto el vaso con agua. Trago aquel grueso nudo, trato de hablar pero siento mi labio inferior temblar así que lo aprisiono entre mis dientes. Drey frunce el ceño preocupado, sus dedos con una ternura que solo hace que aquel sentimiento de vulnerabilidad crezca en mi interior, aparta los largos mechones negros de mi cabello; de mi rostro.
—¿Dakota? ¿Estás bien?
Una imagen de mi madre pálida, con los labios morados, tan delgada que las venas y los huesos se notaban bajo su delgada piel.
Muerta.
«Él mató a tu madre.»
Asustada empiezo a respirar agitadamente, Drey toma mi rostro entre sus cálidas manos.
—Oye, todo está bien...
Mis lágrimas mojan la tela de su camisa cuando me acerca a él y me abraza con fuerza; pero a él no parece importarle. El aroma de su colonia y un ligero olor a menta me envuelven, que de alguna manera mi agitado corazón empieza a tranquilizarse.
Esto es tan extraño.
—¿Estás bien?
Asiento contra su pecho. Solo por estos minutos me iba a permitir ser débil, solo por estos minutos me iba a permitir desahogarme. Porque una vez volviese a fortalecer mi voluntad, sabía que nada ni nadie iba a impedir que no cumpliera mi venganza.
—Sí, lo estoy.
Y aquellos ojos que parecían tan opuestos a los míos. Tan inocentes. Es como si de pronto pudieran ver todo los demonios que carcomían mi alma.
Por ahí había escuchado que todo demonio siempre saldrá del infierno en busca de un ángel.
El único problema, es que yo era el diablo de mi propio infierno.
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