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Capítulo 16.

DAKOTA.

Esto tiene que ser una broma.

Ni siquiera me da tiempo el abrir los ojos completamente, porque me ataca una serie de arcadas. Siento como el vómito empieza a subir por mi garganta; al punto que por un instante realmente pienso que vomitaré en las sábanas blancas de mi cama. Retorciendome con violencia consigo salir de mi cama y corro lo más rápido que puedo al baño. Tomando mi cabello negro—lleno de nudos—con una de mis manos y apoyando la otra sobre mi vientre, me inclino. Y es solo cuestión de segundos cuando empiezo a vomitar todo el alcohol ingerido de ayer, incluida mis bilis y mi alma. Trato de detener las arcadas pero es como si no pudiera determe, por un pequeño momento me permito asustarme. Porque nunca me había pasado algo como eso, por no mencionar que estoy empezando a sentirme mal. Muy mal.

—Joder...—gimo y enderezo poco a poco mi espalda.

Cierro mis ojos, con el rostro levantado al techo y empiezo una serie de respiraciones; controlando las ganas de volver a vomitar, por no mencionar los terribles mareos. Mis sienes empiezan a palpitar, producto del tremendo dolor de cabeza que está iniciando, y que estoy segura pasará a una maldita migraña. Tanto en mi espalda, cuello y entre mis pechos, empiezo a sudar frío. Los vellos de mi nuca se erizan ante el escalofrío que recorre cada rincón de mi cuerpo.

No volveré a tomar alcohol de lo que queda del mes. Juro al borde del desmayo.

Pasan unos cinco minutos donde no hago el amago ni de mover los dedos de mis manos. Sólo hasta cuando creo que el mareo pasa, es que abro los ojos poco a poco. Parpadeo acostumbrandome a la luz. Y frunzo el ceño con fuerza.

Vaya forma de despertarse.

Mascullo algo entre dientes, con una ridícula lentitud me muevo y trato de salir del cuarto de baño. Pero me detengo al pasar en frente de un largo espejo de cuerpo entero. Fijo la mirada en mi reflejo, encontrandome con una imagen tan horrible que me hace preguntarme qué demonios fue lo que pasó ayer. Mi cabello negro está lleno de frizz, sucio de sólo Dios sabe qué—y que sinceramente no deseo saber—por no mencionar mi ropa. Que aunque es la misma de ayer, está olorosa a marihuana, alcohol y un sin fin de olores que arrugo la nariz el solo oler tremenda mezcla. Y mi rostro, bueno es que nunca me había visto tan de la mierda. Ojerosa, pálida, con los labios resecos y pálidos. Frunzo el ceño confusa.

¿Qué demonios fue lo que pasó ayer?

Lo único que alcanzo a recodar es que volví a tener una crisis tras la conversación con Drey, de ahí empecé a consumir alcohol a lo loco. En otras palabras sería que tomé hasta caer inconsciente. Incluso, ni siquiera recuerdo haber llegado a mi habitación por mis propios medios. Lo más probable Kenya o alguno de los chicos me trajo. La verdad en este momento no soy capaz de recordar mucho, y tampoco es que me importe a decir verdad, ya que no sería la primera vez. Término por encogerme de hombros y decido tomar un baño en deber de seguir durmiendo, porque en serio que esos olores están empeorando mi dolor de cabeza. Así que volviendo al cuarto de baño, empiezo a desnudarme. Toda la ropa que traía encima la tiro a la basura, entro a la ducha donde paso de largo el agua caliente y abro de lleno la fría.

—¡Ah mierda!

Mi cuerpo se estremece con fuerza, cierro los ojos y mordiendo mi labio inferior aguanto aquella tortura. Que aunque lo más probable muera por hipotermia, por lo menos conseguí espabilarme.

—¿Dakota?

Escucho la puerta de mi habitación abrirse pero no muevo un sólo músculo de mi cuerpo. Las pisadas ligeras de Kenya se escuchan cada vez más cerca, hasta que consigo visualizar unos timberland rojo-vino suela negra.

—¿Qué demonios te pasa?

Lleno mis pulmones de aire en una gran y larga inhalación, poco a poco levanto la mirada; pero mantengo los codos sobre mis muslos y mi barbilla apoyada entre mis dedos entrelazados. Aquellos escalofriantes ojos grises hacen contacto con los míos, la confusión apoderándose de su mirada.

—¿Qué me pasa?—susurro mientras empiezo a reír. —Pasa que me cosere la boca con mis propias tripas.

Kenya abre los ojos como platos y me observa como si estuviese loca. Y no la culpo, porque finalmente ya enloquecí.

«—¿Por qué cada vez que estoy a tu lado mi corazón se acelera? ¿Por qué verte refunfuñado me parece tan divertido? ¿Por qué cada vez que alguna zorra se acerca a ti me provocan ganas de matarlas?»

¡Hija de puta! ¿Qué mierdas me sucede? ¡¿Cómo demonios aquella estupidez pudo salir de mis labios?!

—Da-Dakota...—la voz de Kenya llama mi atención, quito las manos de mi rostro y levanto la mirada, encontrandome con un expresión de cruda sorpresa y espanto en su rostro.

—¿Qué?—gruño. Kenya parpadea pero aquella expresión se mantiene en su rostro.

—¿E-Estás...sonrojada?

—¡No!

Y como si fuera posible puedo sentir como el bochorno aumenta en mi rostro. Kenya levanta ambas cejas sorprendida y me observa en shock por varios segundos, pero casi al instante empieza a partirse de la risa en mi cara. Maldigo en voz alta lo que provoca que ría aún más fuerte. Llevo mis manos a mi cabello y lo despeino con fuerza, frustada y avergonzada—¡sí, maldita sea!—cierro los ojos. Decido no seguir pensando en todas las estupideces que dije ayer, pero es que recuerdo tras recuerdo acude a mi mente para terminar de acabar mi paciencia. Y como si fuese poco escuchar la risa de Kenya no ayuda una mierda.

¡Maldita sea mi estampa y la suya!

Yo sabía que aquel baño iba ayudarme, pero ayudarme a recordar lo estúpida que soy. ¿Cómo pude decirle todas esas cosas? ¡¿Cómo carajos?! ¿Estoy demente o qué mierdas me sucede?

—¡Cállate!—gruño ya harta mientras quito las manos de mi rostro. —¿Y dime a qué carajos veniste?

Kenya deja de reírse, sus mejillas están rojas por la risa y mientras aclara su garganta; acomoda sus largos y rubios dreads. Trata de poner una expresión seria pero igual sus ojos grises mantienen ese brillo burlón. Pongo los ojos en blanco.

—Uno de los subordinados del señor Shinobu está en tu despacho. Solicita hablar personalmente contigo.—dice volviendo a su porte cotidiano. Frunzo el entrecejo, pero antes de poder decir algo, Kenya sigue hablando. —Todo el despacho fue limpiado esta mañana, así que no tienes de qué preocuparte. Por otra parte, todavía no consigo reponer del todo tu pared de licores.

—No te preocupes.—me estremezco con fuerza. —Con que subas una jarra de agua helada, me conformo.

—Está bien.—asiente y frunce el ceño confusa.

No puedo evitar sentir náuseas el pensar siquiera tomar la mínima gota de alcohol. Estoy segura que con sólo olerlo me haría vomitar. Apartando dichos pensamientos me levanto y me dirijo a mi vestidor, donde busco con la mirada alguna chaqueta. Ya que mi preferida está hedionda a marihuana y alcohol, no estoy segura de siquiera volverla a usar. Así que al final decido agarrar una de mezclilla, no tan oscura y que sólo dos veces he usado en mi vida.

—Vamos.

Ambas caminamos hacia la salida de mi habitación, ella se encarga de cerrar la puerta mientras le doy una rápida mirada al pasillo; que se encuentra completamente desolado. Un silencio sepulcral llena cada rincón de esta sombría mansión.

—Necesito que contactes con la gente de Colombia, se supone que nuestro pedido tuvo que haber llegado hace una semana. Y esa cocaína todavía no está en mis manos.—le doy una rápida mirada de reojo. —Si ese pedido no llega en las siguientes treinta horas, encargate que nadie le compre ni un gramo a esos hijos de puta. Si yo no tengo lo que he pedido, ¿porqué mierdas otros sí?

—Sí, señora.

—¡Ah!—llamo su atención antes que vaya hacer lo que le he ordenado. —Necesito los registros de toda la venta y compra de este mes. Creo que tendremos que bajarle a la distribución de las pastillas.

—¿Por qué?—Kenya frunce el ceño, y no puedo culparla. La venta de drogas en pastilla o cápsulas deja buenas ganancias.

—Porque estoy sospechando que los de los laboratorios están mezclando otras cosas que no he pedido, por no mencionar que la producción que se supone tienen que hacer semanal; bajó un tres por ciento.

—¿Nos están robando?—gruñe y frunce el ceño con fuerza.

—No lo sé. No creo que mercancía, pero sí tiempo.—ambas compartimos una mirada significativa. —Sabes lo que estoy tratando de decir, ¿no?

Kenya asiente. Toda expresión de su rostro se esfuma, sus pupilas se dilatan dándole aquel toque escalofriante a su mirada y saca con rapidez su celular. Mientras ella se dirige hacer lo que he ordenado, entro a mi despacho tomando por sorpresa al dichoso subordinado de Shinobu.

Ohayō misu Atheris.—saluda mientras inclina ligeramente la cabeza. —Gracias por recibirme, aún cuando usted debe de estar muy ocupada.

—No te preocupes.—le quito importancia. —Diría que es un placer que estés aquí pero para ser sincera, no tengo la menor idea del porqué o a qué has venido. ¿Debería preocuparme el hecho de que uno de los Yamaguchi-gumi esté en mi despacho?

Le señalo uno de los sillones individuales que hay en frente de mi escritorio, el cual rodeo hasta llegar a mi silla de cuero. Rápidamente tomo asiento y clavo mis ojos negros en otros igual de oscuros. El chico sonríe ligeramente pero no toma asiento. Levanto una de mis cejas y cruzo ambos brazos por encima de mi pecho al verlo sacar un caro celular de uno de los bolsillos de su elegante chaqueta.

Yo sólo soy un simple mensajero.—dice mientras inclina nuevamente la cabeza. —Gomen'nasai, misu Atheris.

Suspiro y al final decido no decir nada. ¿Para qué?

Una vez enciende el celular, casi que a los segundos entra una llamada. Él no responde sino que me pasa el celular. Aguantando el poner los ojos en blanco, tomo el celular, deslizo mi pulgar sobre la pantalla—acepto la llamada—y decido ponerlo en altavoz.

Mi hermosa y peligrosa Atheris.

Sonrío de medio lado al escuchar perfectamente la voz de Shinobu.

Kumicho, qué grata sorpresa.—comento y observo fijamente el rostro de su subordinado, que sinceramente no tengo la menor idea de cómo se llama. Baja la mirada y empieza a retroceder unos cuantos centímetros, dejando una considerable distancia entre ambos.

La risa Shinobu llena cada rincón de mi despacho, a la vez llamando mi atención. Casi me lo puedo imaginar con un puro en una de sus manos mientras camina por todo su despacho.

Escuché por ahí que andas matando a mafiosos, mi malvada Jigoku no joō.dice con esa característica burla. Sonrío de medio lado y cruzo ambos brazos sobre mi pecho.

—No te preocupes, no pienso hacer nada contra ti.

Shinobu ríe sonoramente, murmura algo en japonés que no consigo interpretar.

¡Vaya, qué reconfortante!—responde. Quien ríe ahora soy yo. —Pero también escuché algo mucho más interesante...Que tu amado padre fue quien ayudó al ruso.

Todo mi cuerpo se tensa cuando escucho aquello. La diversión de mi rostro se esfuma, así como la de mi voz.

—¿Y el punto es?

Que imagino harás algo.—dice igual de serio. —Porque si los rumores son ciertos, tienes una vena vengativa que es muy popular. Así como temida.

—¿Y qué pasa si es así?

Oh vamos, mi bella y malvada Atheris. Tú sabes que tengo un asunto pendiente con Demetrio, y aunque directamente no puedo ayudarte, por lo menos no hasta que él sea tan estúpido como para declararme guerra. Apoyo cualquier plan que tengas en mente.

—Sabes que eso es imposible.—respondo y frunzo el entrecejo. —Además, todavía no he pensado qué hacer.

Shinobu se queda en silencio por un largo lapso de tiempo. Por un instante creo que ha colgado, así que busco con la mirada a su subordinado el cual me observa de una manera extraña. ¿Qué demonios le pasa?

Querida Atheris...—la voz de Shinobu llama mi atención. —Sé que eres una chica muy perspicaz, tienes una mente muy malvada y aguda, pero no estas pensando a lo grande. Estas cegada por tu odio, lo que no te deja pensar debidamente. Necesitas idear un plan, no simplemente puedes llegar con todo tu ejército y matarlo.

Tenso mi mandíbula y pongo los ojos en blanco. Decido no decir nada, de alguna forma—aunque odie aceptar—Shinobu tiene razón. Además no por nada tiene tal poder y es considerado uno de los más peligrosos e importantes de este asqueroso mundo de mafias.

—Tienes que debilitarlo.—su voz me vuelve a sacar de mis pensamientos. ¿Debilitarlo? Pero antes de poder preguntar él sigue hablando. —Tienes que tener conocimiento. Investiga qué mafias son sus aliadas, así como los contactos externos que tiene. Aprovecha que tu prometido es un hacker de tal alto rango, él sabrá entrar a las computadoras de Demetrio. Porque una vez tengas el conocimiento vas a poder poner en marcha tu plan.

¿Drey? ¡Ja! Si claro. Si a regañadientes está fabricandome otro software, dudo mucho—o le haga la mínima gracia—que quiera hackear las computadoras de Demetrio.

¿Atheris? ¿Me estás escuchando?

—E-eh si.—meneo mi cabeza para despejar cualquier pensamiento. —Investigar, decirle a mi prometido de filtrarse en las computadoras de Demetrio. Sí, sí, lo entiendo.

Shinobu suspira sonoramente. Entrecierro los ojos al ver a su subordinado reír entre dientes. ¿Qué le hará tanta gracia?

Bueno, lo que seguía diciendo es que tienes que quitarle a sus aliados y hacerlos tuyos, o si ellos dicen que no, eliminarlos. Utiliza tu fama y los rumores que andan rondando sobre ti. Así como también utiliza el hecho de que ahora me tienes como aliado y ambos haremos negocios, sabes muy bien que nadie duraría de utilizarte como puente para llegar a mí. Aprovechate de eso.

Demonios. ¿Cómo no pensé eso antes? ¡¿Qué demonios pasa conmigo?!

—Si, ya entendí a lo que quieres llegar. Primero necesito dejarlo sin ningún respaldo.—respondo. Mi cerebro no deja de idear planes. —Y sé muy bien por quiénes empezar.

Bien, eso está bien. No lo olvides, piensa a lo grande.

—Gracias Shinobu.

No tienes que agradecer nada, porque bien sabes que yo también voy a sacar algo de todo esto.—dice recuperando nuevamente su diversión. Sonrío y niego ligeramente con mi cabeza. —Tadashi queda a toda tu disposición, si deseas incluso puedes utilizarlo para fines terapéuticos, si sabes a lo que me refiero. Sayōnara Jigoku no joō.

El mismo tipo de hace de un rato, que al parecer se llama Tadashi, se acerca, cuelga la llamada, toma el celular y se lo guarda en el saco nuevamente. Levanta la mirada y me observa como esperando alguna orden de mi parte.

—¿Tu jefe tiene la costumbre de ofrecerte como si fueras un trozo de dulce?—levanto una de mis cejas. Una sonrisa tira de mis comisuras pero trato de mantener una expresión seria.

—Si con eso la relación de Kumicho y usted, misu Atheris, se establece e incluso mejora...—se encoge de hombros bajo mi intensa mirada. —...soy capaz de hacer lo que Kumicho me ordena.

Si yo creía que mis subordinados estaban un tanto dementes, es que no había conocido a los de Shinobu. Pero bueno, sólo hay que ver al líder.

—Aunque la oferta es muy tentadora, debo de negarme.—sonrío de medio lado. —Digamos que tengo mis ojos puestos en otra presa.

—Lo entiendo.—responde e inclina la cabeza de nuevo.

Me levanto de mi silla, rodeo mi escritorio y decido acompañar a Tadashi hasta la salida. Ambos en silencio salimos de mi despacho y bajamos las escaleras hasta llegar a la puerta principal. Levanto una de mis cejas al verlo sonreír ampliamente. Debo de decir que que guapo y muy alto, pero se medio sumiso. Y digamos que le he tomado interés a los retos.

—Si decide que de alguna manera puedo serle de utilidad por favor no dude en llamarme.—dice mientras saca el celular que hace un momento llamó Shinobu. —Este celular tiene contacto directo con los Yamagushi-gumi, yo o cualquier otro no dudaría en dar la vida por usted. Sayōnara misu Atheris.

Inclina la cabeza ligeramente, toma mi mano y besa el dorso de la misma. Lo observo subirse en una elegante y cara camioneta negra, vidrios tintados y unos magníficos aros plateados. Bajo la mirada al celular que sostengo con fuerza en mi mano. ¿Contacto  directo con los Yamagushi-gumi? ¡Por amor de Dios! Todo mi cuerpo se eriza. No creo que nadie sepa lo que esto significa, es como si el mayor de tus deseos se haya cumplido.

Cierro mis ojos por unos segundos, suspiro y paso una mano por mi largo cabello negro. Abro los ojos y giro sobre mis talones. Un escalofrío me recorre el cuerpo al ver un Drey sin camisa, con pantalones deportivos que caen de lo más delicioso en sus caderas; a tan solo unos metros de mi.

Sin embargo antes de poder decir algo o mover un dedo Drey me ignora y sube a toda velocidad las escaleras, frunzo el ceño confusa al escuchar el estruendo de su puerta.

—Demonios.

Comparto una mirada con Kenya, la cual viene saliendo del umbral que divide el comedor con la sala de estar. Su mirada está fija en la dirección que hace un momento Drey se fue. Frunzo el entrecejo con fuerza.

—¿Tú sabes qué mierdas acaba de pasar?

Kenya pone su mirada en mi dirección, levanta una de sus rubias cejas.

—Ni idea. Nunca entenderé a los hombres.

Ya somos dos.

Suspiro y decido resignarme. Guardo el celular en los bolsillos de mi chaqueta. Kenya se acerca y me entrega tres carpetas que reviso por encima. Por el momento todo parece en orden, pero eso es algo que tendré que ver a fondo. Todavía leyendo lo que contienen las carpetas empiezo a subir los escalones hasta llegar nuevamente al segundo piso, camino hasta mi despacho y cierro la puerta a mis espaldas. Lleno mis pulmones de aire y me acerco a mi escritorio, donde dejo las carpetas encima.

Suspiro y paso nuevamente una mano por mi cabello.

Le doy una rápida mirada a mi nuevo despacho, el sillón destrozado de cuero fue remplazado por otro negro de cuerina, todo mi minibar fue remplazado por nuevas botellas de alcohol, hago una mueca. Definitivamente no volveré a tomar una gota de alcohol de lo que queda del mes. Los documentos están ordenados, una nueva alfombra recubre parte de mi despacho. Todo está limpio y en orden.

Todo, menos mi vida.

Tomo mi encendedor y mi nueva caja de cigarrillos que Kenya dejó en mi escritorio, me acerco con ambas cosas al nuevo sillón. Pesadamente me dejo caer sobre él, subo los pies a la mesita ratona que está en frente de mi.

«Tienes que quitarle sus aliados y hacerlos tuyos o si ellos dicen que no, eliminarlos.»

Demonios. ¿Cómo haré eso? Dejo escapar una larga exhalación de humo de mis labios y cierro los ojos un momento. Sé que Demetrio tiene muchos contactos, uno de ellos es Nuestra Familia, una pandilla mexicana del norte de california. Está pandilla es una de las más influyentes y peligrosas de los Estados Unidos, además de que es una que le ha otorgado mucho poder a Demetrio en Los Ángeles. Así como las pandillas los “Crips“ y los “Bloods”.

Sinceramente no me gusta aliarme mucho con pandillas, ni con carteles. Ya que a pesar que soy una mafiosa no le hallo gusto matar por diversión, así como tampoco traficar personas. No es lo mío. Pero ya que voy a entrar literalmente en una batalla entre mafias necesito de alguien mucho mas poderoso, lo que no me queda más opción que buscar alianza con la Mafia Mexicana, también conocida como La Eme o MM. Es por lo menos la segunda más sanguinaria y poderosa dentro de los Estados Unidos. Su influencia fuera y dentro de las prisiones es algo a tener en cuenta. Además, tienen el eterno odio jurado contra los Nuestra Familia.

Oh demonios. Todo mi cuerpo se estremece al imaginar la sangre que será derramada. Mierda. No me queda de otra. Tendré que buscar la forma, y ya sé quién me va ayudar. Aunque tenga que viajar a Los Ángeles.

—¿Estás segura de esto?

Mierda no. Pero no me queda de otra.

—Ni se te ocurra entrometerte.—mascullo entre dientes.

Kenya bufa, masculla algo pero no entiendo lo que dice, o sería mejor decir que no me importa.

En el instante que nos abren los portones y ponemos un pie fuera de la camioneta una cantidad exagerada de tipos armados nos rodean y nos apuntan con sus armas. De inmediato reconozco el tatuaje que es el símbolo que utilizan todos lo que pertenecen a la Mafia Mexicana. Un escalofrío me recorre el cuerpo entero pero no me dejo intimidar, puede ser que no salga viva de aquí, pero nunca mostraré miedo. Nunca.

Bueno, bueno...¿y éstas pinches gringas qué chingaos hacen en mi territorio? ¿Acaso no saben que es de mala educación visitar sin avisar?

Un marcado acento mexicano se alza por encima de los demás. Todo mi cuerpo se tensa de inmediato, no se me da muy bien el español pero en este momento mi cerebro es el mejor traductor del mundo.

Necesito hablar contigo.—respondo en su mismo idioma. Un camino se abre paso en frente de nosotras, Kenya se tensa a mi lado, le hago una seña para que no haga nada.

—Dakota “Atheris” Anderson.

Mis ojos se encuentran con unos marrones claros, que de lejos de verse cálidos tienen esa intensidad y frialdad que te provoca bajar la mirada. Sin embargo trato de no inmutarme ante su presencia, de hecho hago acoplo de toda la arrogancia que soy capaz de poseer.

—Regina “La madrina” Beltrán.

La susodicha sonríe abiertamente cuando pronuncio su nombre.
Con seducción y soltura se acerca hasta mi, cruza los brazos a la altura de sus voluptuosos pechos. Un vestido blanco que se pega a cada una de las curvas de las que fue bendecida, su largo y ondulado cabello castaño cae como cascada por su espalda. Podrá verse como una puta, pero es una maldita puta peligrosa.

Regina Beltrán, conocida como La madrina, miembro de la comunidad de East Los Angeles, además es quien se encarga de entrenar a los nuevos miembros de La Eme—o Mafia Mexicana—cuando estos salen del reclusorio. Ella es quien les enseña todo lo que saben, quien se encarga que sean los mejores. Y además de todo eso es una reconocida narcotraficante. En mi humilde opinión; una mujer muy peligrosa.

—-¿Que chingaos quieres, Atheris? Dame una buena razón por la que no debería de sacarte a ti y a esa güera a punta de plomo.

Trato de mantener mi rostro neutral, cruzo los brazos y sin apartar mis ojos negros de los suyos; respondo.

—Negocios, Beltrán. Ya me conoces, me gusta negociar.

Regina levanta una de sus bien depiladas cejas, sus ojos me dan una rápida escaneada antes de suspirar. Le dice algo en español a uno de lo tipos que no logro traducir, gira sobre sus talones y entra nuevamente a su mansión. Empiezo a seguirla.

Ella sí, tú no güera.—la voz ronca de uno de esos tipos me detiene. Lo observo señalar a Kenya, la cual le da tal mirada al tipo que no le queda de otra que bajar la mano. Una sonrisa tira de mis labios al ver las pupilas dilatadas de esos escalofriantes ojos grises.

—Quédate.—ordeno mientras le doy una mirada por encima de mi hombro. —Y ni se te ocurra matarlo.

—No prometo nada.—masculla en un suave y bajo tono. Kenya no aparta sus escalofriantes ojos del tipo. Y no tengo que ser una genia para saber que su mente está creando mil formas de torturarlo y matarlo al final. Me encojo de hombros.

—Como quieras.

Antes de entrar a la mansión que más parece una hacienda, doy una rápida mirada a mi alrededor; encontrandome siempre con alguien apuntandome con un arma. Sonrío mentalmente. Hay que ver la desconfianza de estos tipos. Decido ignorarlos y camino hasta llegar a la sala de estar. Regina está cómodamente sentada en uno de sus largos sillones rojos de terciopelo; me señala el que está en frente de ella. Tomo asiento sin hacer el mínimo ruido y levanto la mirada. Regina cruza las piernas lentamente, sin apartar la mirada de mi rostro.

Tú dirás.

—¿Te importa si fumo?

Regina sonríe y menea su mano. Meto ambas manos en los bolsillos de mi chaqueta, busco mi encendedor y mi caja de cigarrillos. El olor a tabaco con algo más no tarda en impregnar el interior de la sala. Mientras me tomo mi tiempo en volver a guardar todo, pienso en cómo abordar el tema.

—¿Qué tanto odias a Demetrio Anderson?

Levanto la mirada, sonrío de medio lado y observo el humo de mi cigarrillo formar figuras distorsionadas en frente de mi. Los ojos marrones de Regina se vuelven peligrosamente intimidantes.

—Sinceramente, me vale verga su vida.—responde sin cambiar aquella expresión y sonríe burlona. —Pero si estuviera muerto, para mí y mi gente sería algo bastante prometedor.

Asiento y llevo el cigarrillo a mis labios; dándole una larga calada.

—¿Qué pasaría si te dijera que voy a matarlo?

Regina levanta una ceja en mi dirección. He captado su atención aunque ella trate de esconderlo.

—Pero supongo que sabes que Demetrio tiene respaldos, ¿no es así?—pregunto. Llevo el cigarrillo nuevamente a mis labios. —El principal es Nuestra Familia.

De inmediato el odio brilla en sus ojos. Toma su largo cabello castaño y se lo deja en uno de sus hombros.

—Al grano, Atheris.

Sonrío, dejo escapar el humo en una larga exhalación.

—Quiero que Los Eme sean mi respaldo, que me ayuden acabar con Demetrio y todo aquel que trate de defenderlo. A cambio una vez él esté muerto les daré todo el territorio que los Nuestra Familia le dieron a él. Así los Eme tendrán más territorio para expandirse.

Regina y yo nos mantenemos en un silencio sepulcral, sin apartar nuestras miradas. Ella sabe que yo no juego con esto y sé que si consigo que ella acepte, tratará de convencer al líder de la Mafia Mexicana, Luis "Huero Buff" Flores.

—He escuchado algunos rumores sobre ti, pero siempre creí que eran inventos.—comenta mientras una sonrisa que conozco muy bien se forma en su rostro. —Trato hecho, Atheris. Hablaré con Luis y con los de la Hermandad Aria. Sólo espero cumplas lo que has prometido o me encargaré personalmente de hacerte pagar por verme la cara de pendeja.

—Eso ni lo dudes.

Regina asiente y una mirada de lo más significativa pasa por esos ojos marrones.

—Correrá mucha sangre...

—Oh vamos Madrina...—me burlo mientras una oscura y mal intencionada sonrisa se forma en mi rostro. —En el instante que decides pertenecer a una pandilla o a la mafia, tu vida no vale una mierda. O matas o te matan.

—Eres una hija de puta sádica. Y te pinches encanta, ¿no es así?

—¿Tú crees?

Ambas reímos sonoramente. Si supiera de lo que soy capaz. Demetrio se encargó de hacer de mi su perfecta copia. El asunto es que en este momento soy incluso peor que él.

Pero muy pronto se dará cuenta qué tanto. Muy pronto.

Levanto la mirada cuando unos toques en mi puerta llaman mi atención.

—¿Me mandaste a llamar?

Aquellos hermosos ojos verdes-azulados siguen viéndome molestos. Aunque no entiendo por qué.

—Sí, entra.

Drey con cierta reticencia entra a mi despacho, se detiene como a un metro de donde estoy. Lo observo esconder ambas manos a los bolsillos de su pantalón de mezclilla. Una imagen de él con uno deportivo y sin camisa llega a mi mente.

Definitivamente ese entrenamiento está haciendo lo suyo.

—Muy bien.—musito mientras me levanto de mi silla de cuero, rodeo mi escritorio y me pongo en frente de él. Cruzo los brazos y lo observo fijamente. —¿Cuál es tu problema?

La mandíbula de Drey se tensa y aparta la mirada, su ceño se profundiza mucho más.

—Nada.—masculla entre dientes. Pero más bien se escuchó como un gruñido. —¿Para qué me hiciste venir?

Mi entrecejo se frunce, pongo los ojos en blanco y suspiro.

—Necesito que hagas algo muy importante para mi.

Aquellos ojos verdes-azulados se vuelven a clavar en los míos. Levanta una ceja en mi dirección.

—¿Necesitas que haga algo por ti? ¿Por qué? ¿No tienes a otro imbécil qué lo haga por ti? ¿Qué tal, Drew? ¡Ah no, se me olvidaba! ¡Drew está muerto y es tu culpa!

¿Y a éste qué bicho le pico?

—Primero, no me hables con ese tono, yo no soy ningún subordinado tuyo.—mascullo mientras lo señalo. —Segundo, Drew no está muerto, está “vacaciones” mientras se recupera. Y tercero, te lo vuelvo a repetir; ¿cuál es tú problema?

—¡Tú eres mi problema!

¿¡Yo!? ¿Y ahora qué mierdas hice?

Todo su cuerpo tensa, haciendo que se vea más alto más hinchado. Sus ojos que normalmente son cristalinos y de mirada inocente, están tan oscurecidos y sus pupilas dilatadas; que por un instante lo hacen ver tan malditamente peligroso. Todo mi cuerpo se estremece. Joder, si supiera lo guapo que se ve su indignación subiría unos grados más. ¿Pero qué culpa tengo yo? Primero, ni siquiera sé porqué está tan enojado, segundo; yo no tengo culpa que se vea jodidamente guapo cuando se enoja. Y tercero, no puedo ordenarle a mi cerebro que deje de imaginarselo sin camisa.

—¿Te divierte tanto manipular a todos?—su gruñido me saca de mis pensamientos. —¿Te divierte ver cómo todos hacen lo que tú quieres como si fuesen tus marionetas?

¡¿Qué?!

Abro mi boca para responder pero la mirada enfurecida de Drey hace que cierre la boca. ¿Desde cuándo intercambiamos lugares?

—Yo no seré tu marioneta. Puedes elegir a otro para que ocupe ese lugar, como por ejemplo ése japonés que besa tu mano tan “caballerosamente”. Cómo fue que dijo, ¡ah sí!; “Si de alguna manera puedo serle de utilidad por favor no dude en llamarme”. ¡Bueno, ahí está!

Abro la boca para responder pero al instante vuelvo a cerrarla. Bueno...¿qué demonios pasó aquí? Quién iba a pensar que mi informático tuviera tal carácter.

—¿Japonés?

Drey me fulmina con la mirada. Levanto las cejas sorprendida, para luego fruncirlas. Empiezo a buscar en mi mente algún japonés que conozca. El único que se único viene a la mente es Shinobu, y...

¡¿Será que se refiera a...

—¡Ah!—exclamo cuando logro recordar. —Hablas de Tadashi. Pero él no...¡espera!

Una enorme sonrisa empieza a formarse en mi rostro. Drey frunce el entrecejo al verme sonreír y se tensa notablemente cuando me ve acercarme.

—¿Celoso, Drey Kirchner?—susurro mientras rozo uno de mis dedos por su cuello. Las orejas de Drey se ponen de un intenso rojo pero no deja de verme molesto, si manzana de Adán se mueve bajo mi tacto.

Dios este chico es tan interesante.

—¿Y bien?—sigo tratando de molestarlo.

Drey no deja de verme fijamente, no dice absolutamente nada por varios segundos. Un ambiente tenso nos rodea a ambos, los latidos de mi corazón empiezan acelerarse. Lo cual no entiendo por qué.

¡Maldita sea! Sí, estoy celoso. ¿Y qué?

Mi sonrisa lentamente se borra de mi rostro, mi mirada no se aparta de aquellos oscurecidos ojos. Siento como si algo no permitiese que el oxígeno pase a mis pulmones, mi corazón late tan a prisa que es casi doloroso.

Oh mi Dios.

Entonces temo decirte que nunca te podrás escapar de mi.

Drey me observa sin entender y no le doy tiempo a que reaccione cuando impulsandome sobre mis pies—casi de puntillas—tomo con fuerza de su cuello; haciendo que estampe sus labios sobre los míos. Drey gruñe sobre mis labios al sentir mis dientes rozar su relleno labio, algo que provoca un estremecimiento por cada rincón de mi cuerpo.

—Dakota...—gruñe mientras toma mi mandíbula. Ambos nos observamos con las miradas oscurecidas y con las respiraciones agitadas. —Qué demonios es lo que haces conmigo.

—¿Acaso importa?—jadeo y sonrío bajo su ceño fruncido. —Bésame de una maldita vez Drey.

Río al escucharlo gruñir y tomándome por sorpresa me levanta, al punto que enrollo mis piernas en torno a su cintura. Esta vez él toma el control del beso. Jadeo al sentir una de sus manos en mi cuello, donde sus dedos casi que tocan el borde mis pechos y la otra en uno de mis muslos. Sentir su piel contra mi piel, aumenta esa tensión sexual entre ambos.

Tan malditamente delicioso.

Simplemente empezamos a besarnos como si no hubiese un mañana. Antes de darnos cuenta Drey camina hasta llegar a mi nuevo sillón de cuero, donde se deja caer sobre él; quedando yo a horcajadas. Muerdo mi labio inferior, aguantando soltar un patético gemido al sentir sus labios en mi cuello; donde se toma su debido tiempo. Abro los ojos—que no sabía que había cerrado—y bajo la mirada a mi escote, a la zona donde siento un ligero escozor.

—Ahora...—dice Drey entre jadeos entrecortados. —...estamos a mano.

Observo el ligero mordisco, o chupeton, en mi piel blanca. Siento como un cosquilleo empieza a subir por mi espalda, hasta llegar a cada rincón de mi cuerpo. Busco aquellos malditos ojos que se están convirtiendo en alguna clase de obsesión.

—Bueno mi querido Drey, estás aprendiendo rápido.—sonrío de medio lado bajo su atenta mirada. —Me pregunto qué otras cosas habrás aprendido ya.

—Dakota...—gruñe tenso cuando paso mis dientes por su fuerte mandíbula.

—Y para que lo sepas, mi querido Drey.—gruño sobre sus labios, muerdo bastante fuerte su labio inferior. —Me encanta manipular como no tienes una idea. Pero ya te lo he dicho más de una vez, eres mío. Y tenlo por seguro que no necesito de otra “marioneta”.

Ni siquiera dejo que diga nada más, porque vuelvo apoderarme de sus labios. Y antes de darnos cuenta empezamos otra ronda de besos.

Drey Kirchner. Definitivamente eres un hombre muy interesante. Y eres completamente mío.

☆☆☆
Traducciones:
1) Ohayō misu Atheris: Buenos días señorita Atheris.
2) Gomen'nasai: Lo siento.
3) Jigoku no joō: Reina de los demonios.
4) Sayōnara misu Atheris: Adiós/ Hasta luego señorita Atheris.

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