Capítulo 15.
DREY.
Observo el menudo cuerpo de Dakota pasearse por toda mi habitación. Su andar inquieto está empezando a ponerme nervioso pero decido no ser yo quien rompa este tenso silencio. Todavía no consigo del todo recuperar el control de mis emociones, algo que me molesta en sobremanera. No entiendo cómo es que cada vez que entre ambos hay un cierto tipo de contacto físico, una cierta provocación, perdemos el control. Nunca he sido muy dado a las discusiones, muchos menos a desafiar a nadie, pero en cuanto ella me mira con esos escalofriantes ojos negros, con ese brillo burlón...¡Demonios! Es como si tocara una parte desconocida de mi. Lo que vendría siendo; es que me estoy volviendo loco. Eso es lo que pasa.
Joder.
Meneo mi cabeza, tratando de despegar mis pensamientos. Busco con la mirada a la única culpable del desastre de mi mente, y no puedo evitar fruncir el ceño al ver su expresión. Normalmente Dakota es una mujer inexpresiva, dejando de lado los momentos de su irónico y sarcástico humor negro, rara vez deja ver un atisbo de emoción. Por eso verla comportarse de manera tan nerviosa e inquieta es todo un descubrimiento. Y no exagero. Desde que pasó lo que pasó no ha dejado de caminar por toda mi habitación, siempre con un cigarrillo en mano. Se ha fumado cerca tres cigarrillos en una hora.
—Maldita sea...—maldice en voz baja y suelta una larga exhalación de humo.
El olor a tabaco, junto con ése peculiar aroma dulce de ella, llena cada rincón de mi habitación. Levanto una de mis cejas interrogante, al verla tomar rápidas caladas para luego dejar la colilla en un cenicero que encontró en un mueble de la habitación; que personalmente no tenía idea que había. Aunque bueno, esta es su casa, ella sabrá de memoria lo que contiene cada rincón de esta sombría mansión.
Ladeo el rostro. Intrigado la observo llevarse ambas manos a la cintura y levantar el rostro con los ojos cerrados; de su boca sale una gran exhalación de humo. Abre los ojos de nuevo y se queda viendo el techo por unos segundos, en completo silencio.
Bueno, no tengo que ser un completo genio para saber que hablar de su padre—uno por lo que pude observar siente un gran odio—es difícil. Desde que su propio padre le robó aquella tremenda cantidad de dinero y lo sucedido con el ruso, mi curiosidad hacia él aumenta cada vez más.
¿Por qué Dakota lo odia tanto? ¿No se supone que por ser de la mafia ambos, deberían de llevarse bien? Esas y preguntas muy parecidas rondan mi mente.
—¿Sabes lo que significa ser hija de un mafioso?
Aquella voz aterciopelada, que se escucha tan tensa y carente de emoción me saca de mis pensamientos. Rapidamente pongo mi mirada en ella pero sigue mirando el techo de mi habitación.
—Viajar constantemente, vivir siempre con la idea o el pensamiento de que la policía o alguna mafia enemiga invada tu casa y se lleve—o mate—a tu familia, incluyendote.—dice con el ése extraño tono, tan controlado, tan neutral, tan indiferente. —Ser hija de un mafioso...no. Ser hija de Demetrio Anderson es la peor vida que te puedes imaginar.
Al fin aquellos ojos negros se clavan en los míos, un escalofrío me recorre el cuerpo entero al ver aquella expresión sombría en su bello rostro. Una sonrisa sin gracia alguna se forma en sus labios.
—Ser una Anderson es como ser hija del mismísimo diablo.—dice con una frialdad, con un odio, en sus palabras que me dejan bastante sorprendido. —Ni siquiera el diablo sería tan hijo de puta.
Ríe y lleva ambas manos a su rostro, peinando con cierta frustración su cabello negro hacia atrás. Gira y fija nuevamente su mirada en mi persona.
—Demetrio siempre será un maldito bastardo egoísta.—esconde ambas manos nuevamente en los bolsillos delanteros de su pantalón. Se encoge de hombros al ver mi expresión. —Arruinar la vida de los demás es como un trabajo para él. La vida de mi madre y la mía es un claro ejemplo. No tienes idea todo lo que hizo para arruinar nuestras vidas, lo que nos obligaba hacer. Para una niña de seis año es normal que vaya a la escuela, que se involucre con otros niños de su edad. Pero yo...
Suelta una carcajada que involuntariamente me provoca un estremecimiento al escuchar la amargura en su risa, el odio en su mirada. Trago el nudo que siento en la garganta y trato de decir algo pero no tengo idea de qué. Símplemente me quedo ahí, sentado, estático escuchando como empieza hablar sobre su pasado.
—En deber de jugar e ir a la escuela como muchos hacían, yo estaba encerrada en una mansión aprendiendo a utilizar armas. Decía que ningún Anderson, mucho menos un hijo suyo, iba a ser un cobarde.—menea la cabeza y baja por un momento la mirada pero al instante vuelve a fijarla en mi persona. —Soportar el constante acoso de los “amigos” de mi padre, sin saber qué día finalmente lograrían violarme, era una maldita pesadilla. No podía caminar por esa mansión sino tenía un arma encima, era tal la cautela, la desconfianza, que algunas veces no conseguía dormir en semanas al saber que esos animales dormían a metros de mi.
—¡¿Pero tú padre no hacía nada?! ¡Eras una niña! ¡Su hija!—la indignación, junto con una ira que nunca había sentido, empieza a crecer como fuego dentro de mi. Cierro mis manos, convirtiéndolas en tensos puños a cada lado de mi cuerpo. Un estremecimiento me recorre el cuerpo al imaginarme a una niña de diez años o menos, siendo acosada por unos tipos que podrían incluso ser su padre.
—Un padre normal tal vez hubiera hecho algo, pero Demetrio...—se encoge de hombros y suelta un largo suspiro. —Ya te había dicho que era un maldito egoísta hijo de puta. Aunque ahora que lo pienso si había algo que era muy importante para él, más que si mismo; todos sus malditos negocios. Si crees que ser hija de un mafioso es una vida de color rosa, lujos y constantes fiestas como muchos lo pintan, es que están mal de la cabeza. Mi padre me trataba como a otro de sus subordinados.
Levanto una de mis cejas. El enojo sigue muy presente pero decido mantenerme en silencio y escuchar atentamente.
—Que me tratara como a un subordinado era una bendición, comparado como trataba a mi madre.—frunzo el ceño al escuchar la emoción en su voz, así como la expresión que por un instante conseguí vislumbrar en sus ojos negros. —Recuerdo perfectamente los gritos, las peleas, como se desquitaba en mi madre. Las marcas rojas y moradas en todo su cuerpo, la mirada llena de sufrimiento de sus ojos...Y como ella sólo se quedaba ahí, recibiendo toda esa mierda como si fuera merecedora ser el saco de boxeo de mi padre. La mansión Anderson era el infierno propio de mi madre...
Se detiene. Corre la mirada, fijándose con una expresión vacía y pérdida en algún punto de mi habitación. Unas terribles ganas de abrazarla se apoderan de mi al verla en ese estado. Me percato de como trata de mantener su fachada indiferente, el tono neutral y controlado; pero al parecer su madre provoca un tumulto de sentimientos en ella que me toman muy por sorpresa.
—El porqué un mafioso tan podrido como mi padre se había casado con alguien como mi madre, de un corazón tan puro y una personalidad tan opuesta a la de él; sigue siendo un misterio. Aunque tampoco es como si me importara. Porque desde que tengo uso de razón siempre he odiado a Demetrio Anderson.—dice tras un largo y tenso silencio. Vuelve a poner su oscura mirada en mi persona y forma esa sonrisa irónica de nuevo en su rostro. —Yo no quería ser hija de un mafioso. Yo no quería vender la muerte en forma de pastillas o alguna otra sustancia, yo no quería matar a nadie. Pero a él no le importaba lo que yo quería o no quería. Sabía que mi madre era mi punto débil, que por ella yo daba mi alma, así que la utilizaba para manipularme. Utilizaba el amor que sentía por mi madre para convertirme en otros de sus títeres, en una arma útil para él y sus negocios.
Dakota camina hasta el mueble donde tiene el cenicero, una caja de cigarrillos casi vacía y su encendedor rojo.
—Cuando mi padre se percató de que en los entrenamientos me reprimía, así como a la hora de defender no ponía toda mi fuerza...Oh Drey, no tienes una idea de lo que ése hijo de puta era capaz.—el intenso aroma a tabaco no tarda en impregnar el aire, donde todavía el olor a sus anteriores cigarrillos y ése peculiar olor a vainilla; siguen presentes. —Cuando no usaba métodos pocos ortodoxos para hacerme sufrir, me mataba de hambre o en algunas ocasiones me encerraba por semanas. Pero nada se compara cuando me hacía torturar algunas de sus víctimas. A veces incluso me hacía torturar a niños de mi misma edad, ¿sabes lo retorcido que era eso? Él no aceptaba que sus hijos fueran débiles. Que no cumplieran con las expectativas y órdenes del gran Demetrio Anderson.
¡Esperen un segundo! Ella dijo; ¿hijos? ¡¿Dakota tiene hermanos?! Pero antes de poder formular la pregunta en voz alta, Dakota sigue hablando. Y ya que es poco común que ella hable sobre su pasado, o de ella misma; debo de aprovechar la oportunidad.
—Estaba harta, cansada de ver como la vida de mi madre poco a poco se marchitaba, como Demetrio se encargaba de volvernos locos a todos...—dice mientras suspira con cierta amargura. Frunce el ceño con fuerza. —Si no mal recuerdo a mis diez años mi madre entró en una severa depresión. Sus cambios fueron tan abruptos que por momentos no conseguía reconocerla. Y a mis catorce años, ya la salud de mi madre; tanto física como mental, estaban muy deterioradas.
Lleva el cigarrillo lentamente a sus labios, su oscura mirada me observa fijamente, con tal intensidad que me provoca escalofríos. Nunca esperé decir esto, pero
—Mi padre, ése maldito hijo de puta, no movió un solo dedo para ayudarla o darle la atención médica que tanto mi madre necesitaba. Estaba casada con uno de los mafiosos que más dinero y poder tenía en los Estados Unidos...y ni siquiera recibió un solo dólar de él.
Los latidos de mi corazón se aceleran al ver su expresión sufrir un notorio cambio. Abro la boca para decir algo pero ella clava esos oscuros—diabólicos—ojos en mi. Y lo único que puedo hacer es estremecerme.
—Mi madre murió semanas después. Años, meses y semanas de vivir ese infierno...al final; solo murió.
Levanta el rostro, cierra los ojos, lleva el cigarrillo que casi que se consumió en su mano y toma una profunda calada. Nuevamente hago el intento de decir algo, pero no importa cuánto piense y piense qué decir; no soy capaz. Dakota ríe entre dientes, el humo escapa por una comisura de sus labios al sonreír de medio lado. Abre los ojos y deja su oscura mirada nuevamente en el techo de mi habitación.
—Murió la persona que yo más amaba en el mundo. Por la que sin dudarlo hubiera matado con tal de que ella fuera feliz...—baja la mirada de golpe; topandose con con mía en su proceso. Me sorprendo sintiendo un nudo en mi garganta. Dakota simplemente me mira, ida en su pasado, con un sombrío y escalofriante silencio rodeando cada rincón de mi habitación. —La impotencia que sentía es algo que tú, ni nadie, entendería. El saber que no fui capaz de salvar a mi madre, fue como si algo dentro de mi se haya roto. Como si esa última y mínima pizca de mi alma se haya ido junto con ella, porque en lo único que podía pensar era en matar a Demetrio. En matar a mi padre que fue uno de los culpables de quitarme al ser que yo más amaba.
Frunzo el ceño al escuchar la convicción de sus palabras. El desinterés con el que habla sobrw matar a su propio padre. Dakota empieza a caminar, arrastrando un poco la suela de sus militares; se detiene en frente en un sillón de tres personas de cuero negro que hay a un lado de mi cama. Toma asiento con un largo suspiro escapando de sus labios, apoya ambos codos en sus muslos y ladea el rostro; manteniendo esa oscura mirada fija en mi persona. Vuelve a tener esa expresión indiferente e inexpresiva en sus negros ojos. Levanto una de mis cejas—confuso—al verla sonreír.
—Tengo un hermano.—dice de sopetón. No puedo evitar sorprenderme porque es como si hubiese leído mi mente, como si supiera que aquello todavía rondaba en mi pensamientos. —Aunque eso ya debiste haberlo notado, ¿no es así?
—Yo...—me detengo al ver su expresión burlona. Frunzo el ceño, pero término encogiendome de hombros. —Tú lo dijiste.
Dakota ríe, por un instante la expresión sombría de su rostro se esfuma pero no lo suficiente pies su sonrisa lentamente se borra; al igual que cualquier otra expresión que no sea esa escalofriante indiferencia.
—Sí, Drey. Tengo un hermano...Aunque bueno, sería mejor decir; tenía un hermano.—murmura lo suficiente alto como para haberla escuchado. Dakota cruza los brazos a la altura de su pecho y entrecierra los ojos; una expresión pensativa cruza su rostro. —Mi relación con él no era tan buena como la tuya con Sasha. De hecho...
Sonríe de medio, algo que le da cierto brillo cruel a su mirada.
—Entre ambos había un cierto pacto no hablado. Lo que quiero decir es que él no se metía en mis asuntos y yo no me metía en los suyos. Las únicas veces que sucedía era porque el hijo de puta de Demetrio me hacía hacer su trabajo sucio; algo que a mi hermano le encantaba hacer.
—¿Tu hermano era como la mano derecha de tu padre?—pregunto curioso. Dakota se encoge de hombros nuevamente.
—¿De verdad crees que un bastardo egoísta como lo es mi padre dejaría sus negocios a manos de uno de sus hijos?—levanta una de sus oscuras cejas mientras suelta una sonora carcajada. Y entre más risas sigue hablando. —¡Qué buen chiste! Daymond—ése es el nombre de mi hermano—era la marioneta preferida de mi padre.
—¿A qué te refieres?
—¿Ya te había dicho que el pasatiempo favorito de Demetrio Anderson es el de joder la vida de los demás?—ni siquiera espera a que responda porque sigue hablando. —Bueno, Daymond con tal de que mi padre lo reconociera, que le permitiera involucrarse en los negocios de los Anderson; era capaz de cualquier cosa. Aún si se tratara de matar a la persona que lo trajo al mundo.
—¡¿Qué?!—pregunto confuso, con un cierto mal presentimiento empezando a carcomer mi mente. Dakota me observa por un minuto en completo silencio, nuevamente vuelvo a sentir esa extraña sensación; ése mal presentimiento.
—Yo era muy recelosa y protegía mucho—demasiado diría yo—a mi madre.—toma una pequeña pausa pero sigue hablando. —No dejaba que nadie se acercara a ella, ni siquiera Demetrio, mucho menos alguien que perteneciera a la mafia de mi padre. Con las únicas personas que confiaba en esa maldita mansión, si es que se puede decir así, era en Thomas y Sheena. Y por supuesto en mi querido hermano, digo, nunca desconfiaría de su hijo. ¡Qué estúpida!
Los vellos de mi nuca se erizan al comprender por donde va esta conversación. Un escalofrío baja a lo largo de mi espalda.
—¿Sabes qué fue lo que me dijeron cuando hicieron la autopsia de mi madre?—pregunta en mi dirección sin apartar aquellos intimidantes ojos negros. Niego lentamente. —Muerte por envenenamiento.
Un estremecimiento me recorre desde la punta de mis pies a mi último cabello rubio. Esa sensación en la boca de mi estómago aumenta, al igual que el nudo de mi garganta.
—A la única persona que dejaba que le diera de comer a mi madre cuando yo no estaba era a ése imbécil. Ya que Thomas y Sheena se encargaban sólo de cuidarla cuando a mi padre se antojaba de enviarme a ser su trabajo sucio. Por eso cuando me dijeron la verdadera causa de la muerte de mi madre; supe inmediatamente que fue él.—percibo cierto dolor en su tono pero lo camufla perfectamente con uno de odio y resentimiento.
Los latidos de mi corazón se aceleran, incapaz de creer lo que ella dice. Incapaz de creer que algo tan atroz pueda pasar.
—Cuando mi madre murió, decidí irme de ése maldito lugar, ya nadie me ataba. Mi razón de aguantar todo ese infierno, había muerto.—se encoge de hombros sin cambiar la expresión sombría de su rostro. —Si me preguntas lo que hice en esos meses, debo decir que esos recuerdos no los tengo totalmente completos o lúcidos. El alcohol y drogas que consumí, fue tanto que hasta el día de hoy no sé qué fue lo que hice en esos meses.
Se queda en silencio. La tensión entre ambos aumenta a grados ridículos. Muerdo mi lengua para no decir absolutamente nada. Primero, porque estoy seguro que ella se reíria de lo que dijiera, y si no fuese así, estoy seguro que se enojaría; por lo tanto decido abstenerme de opinar. Por no mencionar, claro, que cada persona reacciona diferente ante tales situaciones. Pero aunque entiendo eso, no consigo comprender o aceptar; que una niña de catorce años, drogada y borracha haya estado quién-sabe-dónde, haciendo solo Dios sabe qué. Es que sólo imaginar un enojo, que me toma muy de sorpresa, empieza a crecer en mi pecho.
—Para cuando volví a esa infernal mansión me llevé más de una sorpresa.—finalmente es ella la que rompe el tenso silencio. Trato de relajar mi expresión, pero no puedo. Dakota me mira y por un instante su expresión se suaviza pero al parecer fueron imaginaciones mías porque vuelve esa mirada escalofriante. —La primera, y la más desagradable de todas, es que mi querido padre—el mismo que le valió una mierda lo que pasara con mi madre—había encontrado una puta que fuera el remplazo de mi madre. ¡Mi madre no tenía ni un año de haber muerto! Mi madre, la que tuvo que aguantarse por años...¡Por años! Ese calvario con ése hijo e puta. ¿Tienes idea lo que es ver como pisotean el recuerdo de la persona que tú más amas?
Trago saliva nervioso. La expresión de Dakota en este momento es muy peligrosa, al punto que estoy seguro está a punto de perder el control. Ni siquiera hago mención de la tensión que todo su cuerpo emana.
Maldita sea. Qué demonios está pasando.
—¡Ah! Pero eso no era todo. ¡Por supuesto que no!—dice mientras niega y ríe, sin ni una pizca de diversión. O gracia. —Que ésa puta traía consigo a dos estorbos. Desde el momento que Demetrio los presentó como sus "nuevos hijos" mi odio había llegado a límites muy peligrosos; por lo tanto ése odio terminó expandiéndose hacia ellos. Esa noche Drey, si no fuera porque los hombres de Demetrio sabían lo que yo era capaz y pudieron detenerme a tiempo; aquella noche hubiera corrido mucha sangre.
Y lo creo. Paso una mano por mi cabello y bajo la mirada. Esto se ha puesto bastante intenso. ¿Pueden las personas ser tan malas? Joder. ¿¡Cómo carajos su hermano pudo envenenar, hasta llevar a la muerte, a su propia madre!? ¡¿Cómo?! Dejo escapar un largo suspiro, mis sienes han empezado a palpitar. El que Dakota sea como es, tiene gran parte de culpa su padre. Es que sólo imaginar que una niña, ¡una niña! Haya sido obligada a tales cosas me pone la piel de gallina. Ahora entiendo gran parte de su odio. De hecho, no me sorprende el porqué lo odia. Es difícil no odiar a una persona que es capaz de arruinar la vida de su propia sangre para su beneficio.
Cielos.
—Ese día Demetrio se encargó de deshacerse de mí.—la voz sombría de Dakota me saca de mis pensamientos. Levanto la mirada encontrándome con aquella oscura y escalofriante mirada. —Me llevó a las calles más peligrosas de Los Ángeles. Sólo imagina que en esa zona la Policía tenía años de no ingresar. Me llevó, me abandonó a mi suerte solo con lo que llevaba puesto. Lo único que me dio para que me hiciera compañía es aquella daga que tiene una serpiente incrustada en el dorso. Y esta pistola plateada.
Saca tanto la daga como la pistola. Ambas con una serpiente de ojos negros incrustada en el dorso.
—Con estas armas tuve que hacer cosas de las que nunca podrías imaginarte. La gran mayoría malas e ilegales.—frunce el ceño y su mirada no se aparta de la pistola que sostiene en su mano. —Comparado con lo que he venido haciendo es poco a lo que tuve que hacer. Ganarse un lugar o el respeto de las calles no es fácil, por no decir que es casi que imposible. Esos tipos, por lo menos de esa zona en específico, no eran unos débiles y buenos para nada como los que trabajan para mi padre. No les importaba de quién eras hijo, o te ganas tu propio nombre o no eres nadie. Para ellos no eras más que carne fresca, lista para ser devorada.
«—Con estas armas tuve que hacer cosas de las que nunca podrías imaginarte.»
«—Comparado con lo que he venido haciendo es poco a lo que tuve que hacer.»
¿Qué fue lo que hiciste, Dakota? Pero aquí la verdadera pregunta es; ¿deseo saberlo?
No lo sé.
Suspiro, paso una mano por mi cabello. Dakota parece pérdida en sus pensamientos. Le doy una mirada rápida a mi habitación, no sé qué decir la verdad.
—¿Ahora lo entiendes, verdad?
Su voz me saca de mis pensamientos. Pongo mi mirada en su rostro, su mirada fría y sombría no se aparta de mi rostro, vuelve a formarse aquella sonrisa escalofriante.
—Yo no soy como la estúpida mimada que tienes por amiga, o todas esas que van contigo a tan prestigiosa universidad.—dice con cierta burla y cínica. Todo mi cuerpo se tensa cuando Dakota se levanta de aquel mullido sillón, se acerca hacia donde está la caja de cigarrillos y su encendedor; donde enciende al parecer el último de la cajetilla. Tomando una profunda calada empieza a caminar en mi dirección. Mi mirada cautelosa no se despega de ella, nunca sé cómo vaya a reaccionar y en este momento no tengo la mejor idea de lo que hará.
Es cierto en lo que dice; ella no es igual a las demás mujeres. Y eso es lo que la hace destacar y ser un misterio.
Tenso un poco la mandíbula, alejo un poco mi rostro cuando Dakota se posiciona en el espacio entre mis piernas y baja un poco su rostro; quedando nuestros rostros a centímetros de distancia. Lleva lentamente el cigarrillo a sus labios y le da una nueva—y larga calada—a su cigarrillo. Aquel olor llega bastante fuerte a mis fosas nasales, así como su sutil aroma dulce. Levanta el rostro, cierra los ojos y suelta la exhalación en una gran nube de humo. Abre los ojos, baja el rostro un poco, fija su mirada en la mia y sonríe.
—¿Quieres saber por qué Demetrio ayudó al ruso? ¿Por qué me robó tremenda cantidad de dinero, verdad?—pregunta sin cambiar aquella expresión. El aire queda bloqueado en mi garganta al ver ese brillo escalofriante en sus ojos. Sonríe de medio lado. —Porque me odia. ¿Y sabes por qué? Porque maté a su hijo. Maté al que iba a ser su heredero.
¡¿Qué?!
Mi pecho ha empezado a doler reclamando el oxígeno que no quiero dejar pasar. Un sudor frío baja por mi espina dorsal, siento un cosquilleo en mi cuero cabelludo. Toda diversión que tenía en su expresión se ha esfumado. Nunca la había visto con una expresión tan seria.
—¿Ma-Mataste a tu hermano?—balbuceo sin dar crédito a lo que ha dicho. La mandíbula de Dakota se tensa pero ninguna expresión se deja ver en su rostro.
—Sí.—responde sin ni una pizca de vergüenza o pena, de hecho es como si no le importara. Como si hablar de haber matado a su hermano no fuera nada. —Él había matado a mi madre, sólo porque quería ser igual o incluso mejor que la escoria de su padre. Así que cuando me dejaron tirada en aquellas asquerosas calle juré encima de la tumba de mi madre me iba a vengar de todos. Sabía que Daymon era uno de sus puntos débiles, así que cuando logré hacer amistad con unos tipos muy influyentes de Los Ángeles—que odiaban a Demetrio—utilicé esa oportunidad. Una que me iba a proveer de muchas cosas, como por ejemplo; mi mafia, el respeto de las calles. Desde ese momento empecé a ser respetada y temida por muchos, odiada por otros; ya que había conseguido más de lo que la gran mayoría de inútiles soñarían tener.
Empieza a retroceder, abre sus brazos—extendiendo lo más que puede sus brazos—sin apartar su mirada de mi rostro. Me parece ver cierta tristeza en sus facciones pero no sé si realmente pasó o solo son imaginaciones mías.
—Esto es lo que soy. Un monstruo sediento de venganza y lleno de odio.—masculla entre dientes. Abro mi boca para decir algo pero nada sale de ella. Dakota baja los brazos, deja escapar un largo suspiro y entrecierra los ojos.
—Esto es lo que soy.—murmura en un tono ronco. Mis latidos se aceleran al verla sólo por unos cuantos segundos tan...vulnerable. Su entrecejo se frunce, aparta la mirada y tensa la mandíbula. Masculla algo entre dientes que no logro escuchar, pasan varios segundos en silencio; ambos pérdidos en nuestros pensamientos.
—Espero que hayas encontrado las respuestas a todas tus preguntas.—dice antes de salir rápidamente de mi habitación. Levanto ambas cejas, el sonido de mi puerta siendo azotada fuertemente es lo único que se escucha en este lugar.
¡¿Qué mierdas acaba de ocurrir?!
Llevo ambas manos a mi cabeza, un dolor bastante molesto se está haciendo presente. Lleno mis pulmones de aire y lo dejo salir poco a poco. Todavía el aroma a sus cigarrillos sigue danzando en mi habitación. Bajo mis brazos y vuelvo a darle una mirada por donde aquella chica acaba de irse.
Realmente, ¿qué mierdas acaba de pasar?
Paso un brazo por debajo de mi cabeza, mi mirada sigue fija en el oscuro techo de mi habitación. No puedo dormir. El dolor de las múltiples heridas de mi rostro y cuerpo es molesto, además de que mi cerebro no quiere parar de pensar—y pensar—lo ocurrido en la tarde. No he vuelto a ver a Dakota desde que se fue así de mi habitación.
«—Maté a su hijo. Maté al que iba a ser su heredero.» Aquella confesión es la que mas ondea en mis pensamientos. Sé que Dakota no es una santa, teniendo en cuenta todo lo que he escuchado de sus múltiples delitos en los noticieros. Además de que he tenido la oportunidad o la desgracia de ser testigo de lo que es capaz de hacer.
Demonios.
Suspiro, me incorporo y sin importarme por ponerme una camisa salgo de mi habitación. Cierro en silencio mi puerta, doy una rápida mirada alrededor de ese oscuro pasadizo. Frunzo el ceño cuando de una de las habitaciones sale una intensa luz; reconozco inmediatamente aquella habitación. He estado como dos o tres veces. Me acerco, ya que para bajar las escaleras tengo que pasar en frente de esas dobles puertas negras.
—¡Maldita sea!—escucho que maldice alguien, seguido un fuerte estruendo; como si algo de vidrio haya caído al suelo. Los latidos de mi corazón se aceleran, preocupado empujo la puerta, ya que encontraba semi abierta y prácticamente me quedo estático en el umbral.
¿¡Qué demo...
Incrédulo le doy una mirada a todo aquel despacho, parece como si algún tornado haya pasado por aquí. Papeles arrugados, otros destrozados; botellas echas pedazos por la alfombra. Todo era un desastre, incluso la dueña. El intenso olor a whisky y marihuana era casi que asfixiante. Entre más me adentraba más me sorprendía del desastre. ¿Qué demonios pasó en este lugar? Suspiro, levanto la mirada, una Dakota tambaleante con un puro en una mano y un vaso de—supongo—whisky en la otra.
—¿Dakota?
La susodicha da un ligero respingo, con torpeza se da media vuelta. Sus ojos negros se entrecierran, sonríe algo somnolienta.
—D-Drey.—balbucea sin borrar aquella sonrisa somnolienta. Entre tropezones empieza acercarse, rápidamente la tomo de la cintura cuando Dakota se enreda con sus mismos pies. Suelta una estruendosa carcajada. —¡Ups!
Y sigue riendo.
Meneo la cabeza, nunca me imaginé verla en este estado. Sus ojos están bastante rojos, llorosos y dilatados. Dakota empieza a murmurar algunas cosas que ni entiendo, la acerco al destrozado sillón. Le quito el puro, no puedo evitar hacer una mueca, también le quito el vaso de whisky el cual utilizo para apagar el puro.
—¡Oye! E-Eso era mío.—refunfuña. Pongo los ojos en blanco.
¿Esta es la gran mafiosa que todos temen?
Suspiro nuevamente, busco con la mirada algo que me ayude a bajarle la borrachera o los efectos de la droga. Pero lo único que veo son botellas de alcohol, algunas intactas otras no tanto.
—Dakota.
Aquellos somnolientos ojos se clavan en los míos. Sonríe.
—No te muevas de aquí, en unos minutos vuelvo. ¿Está bien?
Dakota medio asiente, con torpeza empieza a quitarse las botas militares que cotidianamente viste. La dejo un momento sola, bajo en silencio pero con cierta rapidez los escalones, no me extrañaría que tropiece y me termine de romper la crisma. Entre golpes y tropiezos llego a la cocina, busco café caliente y algunos dulces; lo que sea que sirva para bajarle tremenda borrachera.
Cuando he conseguido todo lo que creo que necesito, con la misma velocidad que bajé, subo nuevamente los escalones hasta llegar al segundo piso. Con ambas cosas en mano entro al despacho, Dakota está en el mismo lugar que la dejé, sólo que con una diferente posición. Logró quitarse las botas porque están a un lado del sillón, tiene un brazo encima de sus ojos y completamente arrecostada al respaldo del sillón.
—Si se supone que estoy vacía, que no puedo sentir otra cosa que sea odio...—murmura un poco más firme. Frunzo el ceño confuso. —¿Por qué cada vez que estoy a tu lado mi corazón se acelera? ¿Por qué verte refunfuñado me parece tan divertido? ¿Por qué cada vez que alguna zorra se acerca a ti me provocan ganas de matarlas?
¿Qué?
Un escalofrío recorre mi cuerpo entero. Sostengo mucho más fuerte la taza de café en mis manos, importandome poco que me esté quemando. Mi corazón empieza acelerarse, casi como si quisiera salirse de mi pecho. Tomo una profunda respiración e ignoro el hecho de que la punta de mis orejas acaban de sonrojarse. Trago saliva y me acerco a ella. Dakota baja lentamente el brazo, sus ojos están entrecerrados, un nuevo estremecimiento recorre mi cuerpo al ver aquellos ojos negros brillantes, casi diría que cálidos.
—¿Por qué?—pregunta con un tono de voz entrecortado. Mis latidos se aceleran mucho más.
—No lo sé.
Su mirada no se aparta de la mía, es como si nada a nuestro alrededor existiera.
—Tienes razón.—dice segundos después y suspira. —¿Cómo podrías saberlo?
Ríe entre dientes, menea la cabeza y cierra los ojos. Frunzo un poco el ceño, definitivamente nunca entenderé a las mujeres.
—¿Dakota?
La cabeza de Dakota se ladea un poco, un largo suspiro sale de sus labios pero no responde.
—¿Dakota?
Nada.
Bien. Se ha dormido. Suspiro, pongo todas las cosas que traía encima del escritorio. Pongo las manos en mi cintura, observo el rostro tranquilo de aquella chica, que además de ser una mafiosa, es la mujer más misteriosa y interesante que he conocido.
No queda de otra. Me encojo de hombros, con la mayor de la delicadezas que soy capaz de poseer tomo en brazos a Dakota, paso uno de sus brazos por mis hombros para que sea mas sencillo. Los vellos de mi nuca se erizan al sentir su aliento en mi cuello. Con el corazón acelerado y haciendo malabares por todo el desorden; consigo salir sin caer. Empiezo a caminar hacía su habitación, que queda en el mismo pasillo que la mía.
Nuevamente haciendo malabares abro la puerta de su habitación, omito el encender la luz. Con una increíble agilidad—teniendo en cuenta que casi no veo—me acerco a su cama y con la misma delicadeza con la que la tomé, la pongo sobre ella. Le doy una rápida mirada antes de girar sobre mis talones.
—¿Drey?
Me detengo, frunzo un poco el ceño. Me acerco a ella nuevamente.
—¿Harías un favor por mí?—musita con un tono de voz soñoliento. Paso uma mano por mi cabello. Suspiro.
—¿Qué?
Dakota se mantiene en silencio algunos segundos. Creo que se volvió a dormir.
—Bésame.
De inmediato siento mis orejas calentarse de nuevo, los latidos de mi corazón vuelven acelerarse. Trato de buscar su mirada pero teniendo en cuenta la oscuridad de su habitación y el hecho de que sus ojos son muy oscuros, es bastante difícil.
—¿Segura?
—Sí.
Me acerco hasta que mis rodillas tocan el borde de la cama, me siento en la orilla. Puedo sentir la intensidad de aquella mirada.
¿Qué estoy haciendo?
Tomo con delicadeza su rostro, las manos de Dakota se ponen encima de las mías, acerco mi rostro al suyo y beso su frente.
Si hay algo que nunca haría sería aprovecharme de una mujer que no está totalmente consciente. Mucho menos si está bajo los efectos del alcohol.
Tomo un mechón de aquel cabello tan negro como la tinta que siento bajo mis dedos y lo pongo detrás de su oreja. Me levanto y bajo mi mirada a la chica que está cómodamente acostada en aquella enorme cama de edredón blanco.
—Tramposo.—murmura antes de caer nuevamente en la inconsciencia.
Sonrío y meneo ligeramente mi cabeza. Le doy una última mirada antes de salir silenciosamente de su habitación.
—¿Por qué cada vez que estoy a tu lado mi corazón se acelera?
Suspiro, vuelvo a pasar una mano por mi desordenado cabello. Le doy una mirada de reojo a la oscura y pesada puerta de la habitación en la que está la mujer más extrañada; que por alguna razón no deja de ser interesante, que he conocido en mi vida.
Llevo una mano a mi pectoral izquierdo, donde ese desquiciado que tengo por corazón late a toda prisa.
No lo sé. Pero no eres la única.
No entiendo qué es lo que sucede conmigo. No lo sé.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro