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Capítulo 14.

DAKOTA.

«Vladímir secuestró a Drey.»

Observo el líquido ámbar que contiene el vaso de vidrio que mi mano izquierda sostiene débilmente. El intenso olor a marihuana, tabaco y alcohol llena cada rincón de este sombrío despacho. Suspiro, levanto la cabeza y le doy una mirada indiferente al desastre que he ocasionado. Toda la alfombra, semi humeda, brilla por los trozos de vidrio de todas mis botellas, la verdad es que solo una sobrevivió y hace mucho me la tomé. Los  sillones de cuero han sido rasgados con mi cuchilla preferida, la espuma está desparramada por lugares insólitos. ¿Cómo carajos puede haber espuma encima del escritorio? Observo los documentos que están por todo el suelo, algunos están destrozados y otros arrugados. Pero me importa tan poco.

Nada de eso importa.

—Dakota. Es suficiente, deja de beber tanto alcohol.

Río entre dientes, cierro mis ojos y llevo aquel puro a mis labios, el intenso humo entra a mis pulmones. Retengo el humo en mi boca, los ojos se me enchilan un poco; y sé que los debo de tener de un intenso rojo. Estoy tan drogada que no me importa nada.

—Dakota.

Gruño y levanto la mirada, los párpados se me cierran un poco, sonrío en dirección de mi querida mano derecha. Kenya está en frente de mi, de brazos cruzados y con una mirada reprobatoria. Dejo el vaso a un lado—en el duro suelo—, subo mi pierna izquierda y apoyo el brazo sobre mi rodilla. Vuelvo a darle una larga calada a mi puro, aquellos ojos grises no se apartan de los míos.

—¿Qué te demonios te pasa?—pregunta sin cambiar aquella expresión seria. No sé si está enfadada o algo parecido, aunque la verdad me da igual.

—¿Que qué me pasa?—ladeo mi cabeza y levanto una ceja .

Dejo escapar el humo por mis fosas nasales, sin poderlo evitar empiezo a toser un poco. Río entre dientes. ¿Qué me pasa? La verdad ni yo lo sé. Es como si algo estrujara mi corazón, una opresión en mi pecho no me deja respirar. Además de que siento un frío en mi interior, uno que hacía tiempo no sentía.

Estás pensando puras estupideces, Dakota.

—No me pasa nada.—musito mientra hago el intento de ponerme de pie pero todo a mi alrededor empieza a moverse y me tambaleo. Kenya con sus bien entrenados reflejos acude a mi y me sostiene antes de irme de boca. Maldice entre dientes lo que me provoca una risa histérica.

Kenya pasa uno de mis brazos por encima de sus hombros y me ayuda a sentarme en el destrozado sillón. Ya que estaba sentada en el suelo no tuvo que hacer un gran esfuerzo. Trata de quitarme mi puro, gruño molesta y ambas empezamos a forcejear pero estoy tan mareada que logra quitármelo.

—Vas a bañarte en este momento. Estás tan borracha y drogada que yo no sé ni cómo mierdas sigues consciente.

Meneo mi cabeza porque creo que si hablo vomitaré. Me dejo caer con un largo suspiro contra el respaldo de aquel destrozado sillón y apoyo mi antebrazo sobre mis cerrados ojos. Mi cabeza palpita, un tremendo dolor de cabeza empieza a crecer en mis sienes. Y la verdad no es de extrañar. Es increíble que haya tenido otro ataque de ira, desde la muerte de mi madre no había vuelto a ponerme en este estado.

Es tan patético.

—Ya lo encontraron.

Levanto un poco el antebrazo, lo suficiente para toparme con su mirada, cierro uno de mis ojos y con el otro observo fijamente a Kenya. Aquellos escalofriantes ojos grises no se despegan de mi rostro.

—¿Qué?—balbuceo sin cambiar mi postura. Kenya suspira y pasa una mano por sus dreads.

—Ya encontramos a Drey.

Aquella opresión en mi pecho se intensifica, los latidos de mi corazón empiezan acelerarse peligrosamente. Un estremecimiento recorre cada rincón de mi cuerpo, erizando los vellos de mi nuca en su proceso. Bajo del todo mi antebrazo y con la espalda tensa me enderezo. Abro la boca pero al sentir que mi mandíbula tiembla, así como que empiezo a sentir mi lengua un poco patosa, me permito respirar profundamente.

—¿Dónde está?—mi voz sale en un bajo y ronco gruñido. Los latidos de mi corazón cada vez aumentan su intensidad.

Kenya no cambia aquella expresión seria, aparta por un momento la mirada; algo que le aumenta cierta tensión a mi cuerpo. Y en cuanto empieza a mordisquear su labio inferior, aumentan mis sospechas. Al final, bajo mi intensa mirada, termina suspirando y poniendo de vuelta la mirada en mí.

—Los Ángeles.

Frunzo el ceño, me incorporo lentamente y apoyo mis codos sobre mis muslos. ¿Los Angeles? Eso significa...

—¡Hijo de puta!

Un escalofrío recorre mi cuerpo y aquella furia que tenía ya bajo control vuelve a encenderse en cuestión de segundos. Paso ambas manos fuertemente por mi rostro. Un grueso nudo empieza a formarse en mi garganta. ¡Lo sabía! Sabía que el inútil de Vladímir jamás podría secuestrar a Drey, teniendo a Drew de guardaespaldas. Además de que nunca se le hubiese ocurrido, nadie se metería conmigo. Solo, quizás, el imbécil de Demetrio Anderson.

Como lo odio.

—Por cierto, hay otro asunto que no te he dicho.—la voz de Kenya me saca de mis pensamientos, quito las manos de mi rostro y levanto la mirada. Se estremece al ver mis ojos, ni siquiera tengo que verme al espejo para saber que aquel brillo diabólico está ahí; listo para ver sangre correr. —Vladímir mandó un mensaje, o debería de decir mejor una orden.

Mi entrecejo no tarda en fruncirse con fuerza, le hago una seña para que continúe. En este momento no estoy para jugar a las adivinanzas, el dolor de cabeza sigue ahí, terminando de ponerme de muy mal humor, y las ganas de vomitar aumentan a cada minuto. Sinceramente ni siquiera sé cómo hago para estar consciente todavía.

—¿Qué quiere ése hijo de puta?

—Cito sus palabras exactas: “Si quieres recuperar a tu amado prometido, vendrás sola a Los Ángeles. No pondrás oposición cuando uno de mis hombres te busque y te secuestre. Harás todo lo que yo te diga si no quieres que mate a tu amado”.—empieza a relatar de memoria el dichoso mensaje.

Levanto mis cejas incrédula, reprimo una carcajada. Kenya pone los ojos en blanco y asiente con la diversión jugando en su mirada. Sé que piensa lo mismo que yo. Ha sido engañado por Demetrio. Su estupidez es increíble. ¿Realmente cree que iré sola? ¿Acaso cree que esto es como esas ridículas películas de amor? Tendría que ser realmente estúpido para dejarse convencerse que eso pueda llegar a suceder. Además de que yo tengo mucho más poder e influencias que él, que haya pasado esto—y que a mis chicos les haya tomado tiempo averiguar dónde está Drey—es culpa de Demetrio. Los Ángeles es su territorio, si él desea que esconder a alguien estoy segura que nadie sería capaz de encontrarlo sin las herramientas e influencias necesarias.

Suspiro. Vuelvo a dejarme caer al respaldo de aquel destrozado sillón, cruzo los brazos a la altura del pecho.

—Prepárate, le harás una pequeña visita a Elena.

Aquellos escalofriantes ojos grises se oscurecen, aparece aquella expresión y aquella mirada que muchos temen. Una sonrisa cruel se forma en los labios de Kenya.

—Torturala si quieres, no me importa lo que hagas, con tal que al final esté muerta.—mascullo sin apartar mi mirada de ella. —Encargate de localizar todos y cada uno de los negocios, mansiones, cualquier mierda que pertenezca a Vladímir. No quiero que quede una sola cosa haya pertenecido a ése cerdo.

—¿Debería de cobrar los favores que nos deben?

—Haz lo que tengas que hacer pero quiero que para dentro de dos horas todo, absolutamente todo, que haya pertenecido a Vladímir Pretov esté reducido a cenizas.—Kenya asiente, gira sobre sus talones y empieza a caminar hacia la salida pero mi voz la detiene por un momento. Suelto un largo suspiro. —¡Ah! Una última cosa. Quiero a mis mejores chicos listos en media hora, conecta con mi gente de Los Ángeles. Hoy tengo ganas de matar y torturar a mafiosos.

Una sonrisa igual de cruel que la de Kenya se forma en mi rostro.

Ese tipo se ha metido con la persona incorrecta. Y se lo haré pagar.

Doy una rápida mirada a mi alrededor, hago una mueca de completo desagrado. Si hay un lugar que repudie con toda mi alma son Los Ángeles. Demasiados recuerdos, demasiadas heridas sin cicatrizar. Y además, aquí es donde Demetrio tiene mayor influencia, ya que tiene trato con pandillas muy peligrosas. Porque aunque yo tenga uno que otro negocio con algunos de aquí, no deja de ser su territorio, él sabe quién entra y quien sale. Por eso no me extraña encontrar a Drey en este lugar, así como tampoco me extraña que todo esto sea para ver qué tanto significa él para mí. Algo que en lo personal me enfurece, porque Drey no tiene nada que ver en esta maldita guerra.

Salgo de mis pensamientos en cuanto los altos portones de la mansión, obviamente de mi propiedad, se cierran una vez pasa una larga fila de camionetas negras. Los chicos empiezan a salir, armados hasta los dientes y protegen la camioneta en la que voy. Cualquiera pensaría que el mismísimo presidente de los Estados Unidos viene dentro. Alguien se adelanta y abre mi puerta.

—Señora.

Borro cualquier expresión de mi rostro, clavo mis ojos negros en aquellos inexpresivos y conocidos ojos marrones.

—Xavier.

Xavier Marín, es quien se encarga de todos mis negocios en Los Ángeles, su padre fue uno de los pocos que me ayudó cuando vivía en la calles, Alexander Marín era uno de los narcos con más influencia de este lugar. Y aunque es algo a tener en cuenta, sólo el hecho de que no le temía a Demetrio Anderson—todo lo contrario—es suficiente para saber que en este lugar además de enemigos, tengo aliados. Incluso su hijo ahora trabaja para mi.

—¿Está todo listo?—pregunto empezando a caminar hacia el porche con altos pilares de mármol, seguido hacia la puerta; la cual él se toma la delicadeza de sostener mientras paso al interior.

—Nos encargamos de que su entrada a Los Ángeles no haya sido detectada. Por lo menos nadie sabrá que usted está aquí hasta pasadas unas horas.—mientras Xavier habla, me entrega una tablet con la imágen de un mapa abarcando gran parte parte de la pantalla. Frunzo el ceño al ver la zona donde está marcada la “X”.

Esto tiene que ser una broma.

—Quiero a los mejores francotiradores, toda esta zona pertenecía a los Anderson. Aquí, en esas viejas bodegas que rodean toda esa zona, Demetrio las utilizaba para esconder la droga. Pero desde que me fui de este maldito lugar, cambió los escondites.—le explico mientras señalo una porción del mapa. Levanto la mirada y le entrego la tablet. —Necesitamos abrir un solo camino, actuar al mismo tiempo. No quiero encontrarme con sorpresas enterradas.

—¿Usted cree que el señor Anderson haya puesto trampas?—pregunta apagando la pantalla de la tablet, levanta la mirada y una expresión calculadora pasa por su rostro. Me encojo de hombros.

—No me sorprendería.—respondo. —En cuanto saque a los imbéciles que están adentro con Drey, los matarán a todos, no quiero que dejen ni un solo con vida. ¿Entendido?

—¡Sí, señora!

—¿Entonces qué esperamos?

Mientras Xavier se encarga de organizar unos últimos detalles, me permito darme una ducha y cambiarme de ropa. Sonrío al ver el conjunto que llevo puesto. El cuero negro con detalles bastantes atrevidos sobre mi piel blanca, termina de darle el toque diabólico a mi apariencia. Observo las perforaciones de mis orejas, la tinta negra de la gran Atheris que rodea mi abdomen y mi cintura. Ladeo mi cabeza al ver el reflejo de mi mirada. Una sonrisa fría y cruel se forma en las comisuras de mis labios.

Parezco recién salida del maldito infierno. Y me encanta.

Bajo las largas escaleras, topandome con Shenna, Thomas, Gilberth, Kenya y Xavier al final de ellas. Les regalo una intensa y escalofriante mirada a cada uno de ellos.

—Vámonos.

Todos, armados hasta los dientes, se suben a las camionetas y salen a toda velocidad por los amplios portones. Sheena, Kenya y yo somos las últimas en partir, esta vez decido darle el volante a Sheena; la cual tengo que decir maneja como loca por las ajetreadas calles de Los Ángeles. Me acomodo en los asientos traseros y bajo la mirada a mis manos, observo fijamente las cicatrices blancas de mis nudillos. Cada cicatriz representa una pelea, y porqué no, hasta la muerte de alguien.

—¿Qué pasó con Elena? ¿Hiciste lo que te pedí?—levanto la mirada, conectando con aquella escalofriante mirada por el espejo retrovisor.

—Todo lo que pertenecía a Vladímir Petrov no existe.—responde en un tono bajo, casi arrastrando las palabras. Sonrío de medio lado al verla limpiar el largo cañón de su revólver.

—Muy bien.—cruzo los brazos, bajo mi pecho. Cierro los ojos y apoyo mi cabeza en el respaldo de cuero de los asientos. —Ahora sólo falta eliminar al hijo de puta de Vladímir.

—Y vaya que lo vamos a disfrutar.—ese último comentario lo hace Sheena, algo que nos saca una carcajada a Kenya y a mi.

Bueno, bueno...al paracer los sangrientos y buenos momentos del pasado vuelven.

—Son cerca de veinte, todos de la mafia del señor Anderson. Diez al frente y los otros diez atrás de la bodega.—dice Xavier bajando unos caros binoculares. Frunce el entrecejo. —No puedo saber con exactitud cuántas personas hay dentro pero estoy seguro que no serán más de diez. Es demasiado pequeña para tantas personas.

Asiento tras sus palabras, entre ambos terminamos de afinar uno que otro detalle sobre lo que haremos a continuación. Y una vez Xavier sabe lo que tiene que hacer en cuanto me acerque a la bodega—así como lo que tiene que hacer en caso que no todo salga como lo planeado—se va y se cerciora de que todos están en su respectiva posición. Sonrío de lado al observar de lejos a Sheena tomar un largo rifle. Había olvidado que ella era una de las mejores francotiradoras que tenía Demetrio. Aunque la verdad es muy hábil manipulando cualquier arma, y si le sumamos que el que está secuestrado es su querido hijo. Bueno, esto será interesante.

—Ten cuidado.

Ladeo mi cabeza, mis ojos se topan con unos escalofriantes ojos grises.

—No te preocupes.—sonrío de medio lado y acepto la caja de cigarrillos, así como el encendedor; que me ofrece —No estoy donde estoy por ser imprudente. Además, no está en mis planes morir todavía.

Guiño un ojo en su dirección y empiezo a caminar hacia una de las camionetas. La idea es que ellos crean que sigo su estúpida orden y no sospechen que están rodeados; pueda que el imbécil de Vladímir decida matar a Drey sin pensarlo. Le regalo una larga calada a mi cigarrillo y dejo escapar el humo en una lenta exhalación. Levanto una de mis cejas, observo burlona a todos esos estúpidos apuntar hacia mí. Sin inmutarme ni un poco detengo la camioneta bastante cerca de la entrada.

—¡Qué demonios!—escucho gruñir a uno de ellos. Llevo el cigarrillo a mis labios y les doy una indiferente mirada. —¡¿No se supone que teníamos que ir por ella?!

Bueno, hay que ser realmente estúpido para pensar siquiera aquello. Pero por otro lado, viendo sus rostros y la manera en la que sostienen sus armas, el nerviosismo de sus miradas; me indican claramente que son nuevos en la mafia de mi querido padre.

Una verdadera lástima que vayan a morir sin siquiera haber gozado de los placeres de la vida.

Reprimo una sonrisa. Le tiro la colilla de mi cigarrillo al primer imbécil con el que me topo e ignorandolos empiezo a caminar hacia la puerta. Frunzo el ceño cuando unos gritos provenientes del interior llegan a mi audición. Casi al instante reconozco la voz de Vladímir. Todo mi cuerpo se estremece al escuchar sus gritos.  Un odio increíble empieza a crecer en mi pecho, y en cuanto toco la puerta, entro sin ningún ápice de miedo; topandome con una de las imágenes que nunca olvidaré. El odio así como la sed de venganza aumentan a límites ridículos.

Ninguna de esas escorias saldrán vivas de aquí. Eso lo juro.

—Llévenselo. Esperen afuera.

—¡Sí señora!

Observo a Thomas y Gilbert encargarse de liberar a Drey, tratan de hacerlo lo más delicado que pueden pero es algo casi que imposible. Hagan lo que hagan le dolerá demasiado. Un gran nudo de impotencia y culpabilidad se forma en mi garganta. El atractivo rostro de Drey está irreconocible, hinchado, sus labios están reventados y con sangre seca en sus comisuras. Ni siquiera menciono las heridas de sus muñecas, así como puedo apostar que sus tobillos están igual; en carne viva.

—Esperen.

Levanto la mirada—saliendo completamente de mis pensamientos—al escuchar aquella voz cansada y ronca que pertenece a Drey. En cuanto mis oscuros ojos se topan con esos increíbles ojos verdes azulados siento como si encestaran un golpe en la boca de mi estómago.

—Gracias.

¿¡Qué!?

Los latidos de mi corazón se aceleran, la incredulidad y la sorpresa se refleja en mi expresión. Soy incapaz de creer que lo he escuchado haya venido de Drey, incluso si hubiera decidido maldecirme no me hubiera sorprendido tanto. Me obligo a sonreír y guiño un ojo en su dirección.

—Eres mío ya te lo dije. Y nadie me va a quitar lo mío.—respondo escondiendo el desastre emocional que siento.

Demonios. Todo mi cuerpo se estremece al ver un pequeño brillo aparecer en su opaca mirada. Escucharlo reír, verlo sonreír y no verme con...no sé, resentimiento u odio, es un enorme alivio. Algo que nuevamente me topa por sorpresa, hay tantas cosas que estoy empezando a descubrir y sentir que no sé qué hacer.

No es momento de pensar en eso, Dakota. Me riño, enfocandome en mantener mi mente en blanco. Observo a Drey alejarse con ayuda de Gilbert y Thomas, aquella sonrisa que hace poco tenía en mi rostro la borro lentamente. Un sudor frío baja por mi espina dorsal, lentamente clavo mi mirada en Vladímir. Retrocede y el terror—mezclado con un poco de miedo—aparece en su mirada.

Ahora sí voy hacer que te arrepientas. Nadie toca lo mío y sale impune.

Vladímir abre la boca para decir algo pero nada sale de ella. En sus ojos se empiezan acumular lágrimas, algo que en lo personal me provoca satisfacción. Ni siquiera he empezado y ya va a llorar.

Qué patético.

Sonrío de medio lado. Kenya me alcanza mi pistola favorita, aquella que ha sido la única que me ha defendido en los peores momentos de mi vida. Con ella he matado a muchas personas pero no a la que deseo; aunque creo que ese deseo se cumplirá muy pronto.

—Mi señora.

Levanto la mirada de mi reluciente pistola, la palma de mi mano cosquillea cuando hace contacto con el frío del metal. Los sombríos ojos verdes de Sheena se clavan en los míos, una de mis cejas se levanta al ver aquel brillo en sus ojos. Uno que conocía a la perfección, así como lo que significaba.

—¿Puedo hacerlo yo?

Vaya. La sádica Sheena ha vuelto. Reprimo una carcajada, una sonrisa malvada se forma en mis labios. Taconeando me acerco a la misma silla en la que estaba Drey, ignorando las cuerdas ensangrentadas; me siento y cruzo las piernas. Llevo mi mirada desde el hijo de puta de Vladímir que parece como si se fuera a orinar en sus apretados pantalones, hasta Sheena y Kenya; armadas y con una mirada de los más escalofriante. Sonrío ampliamente y abro los brazos.

Disfruten de su festín.

Kenya y Sheena ponen sus miradas en Vladímir, una sonrisa igual de cruel que la mía se forma en sus rostros.

Esto será entretenido.

—¡SUKA! ¡JURO QUE ME VENGARÉ!

Observo con indiferencia como Kenya empieza sigue apuñalando con unas pequeñas dagas el cuerpo de Vladímir, Sheena se encarga de echar ácido encima de las heridas.

—¡AAAH! ¡AAH! ¡YA! ¡YA! ¡POR FAVOR!

Escucho como empieza hacer sonidos de arcadas, aparto mi mirada, ya es la tercera vez que vomita. El asqueroso olor a vómito se suma a otros en lo que prefiero no pensar. Si soy sincera es cuestión de minutos para que muera, ya sea intoxicado, desangrado o de dolor.

¡K CHIORTU, ATHERIS!—grita en un gruñido tratando inútilmente de moverse, pero Kenya y Sheena se esmeraron en esos nudos que lo mantienen inmóvil contra una larga y sucia mesa de metal. —¡POSHIOL NA JUI!

Suspiro aburrida al escuchar sus gritos de nuevo cuando Sheena le echa una buena cantidad de ácido. Vuelvo a suspirar, me levanto de la silla y me acerco.

—¡Ya! Es suficiente de juegos.—Kenya y Sheena se detienen. —Terminen con él, encarguensen de limpiar todo una vez lo maten. Nunca existió Vladímir Petrov, ¿entendido?

—¡Sí señora!

Vladimir empieza a gritar cosas en ruso que la verdad me importan una mierda. Con mi pistola en mano salgo de aquel lugar, la verdad que se encarguen de ésa escoria ellas, tengo mejores cosas que hacer. Escaneo el lugar hasta dar con mi objetivo, los cuerpos que deberían estar en la entrada ya no están y sé que los chicos se encargaron de darles un merecido entierro. Con un magnífico equilibrio sobre aquellos tacones aguja empiezo a caminar hacia Thomas y Gilberth; los cuales junto con otras tres personas más custodian la camioneta donde estoy segura está Drey. Antes de llegar del todo, me detengo y llamo a Xavier, el cual rápidamente se acerca.

—Quiero este lugar reducido a cenizas. Hasta que no se consuma el último pedazo de aquella bodega no se muevan de aquí.

—Sí señora.

Asiento y sigo mi camino, una ligera brisa pasa acompañada por una pequeña nube de polvo y el olor a muerte.

—Uno de ustedes quédense ayudar a Sheena y Kenya.—no he terminado de hablar cuando Thomas se adelanta y empieza a caminar hacia la bodega. Me encojo de hombros y fijo mi mirada en Gilberth. —Vámonos.

El aludido no pierde tiempo y se sube a la camioneta, me acerco al lado del copiloto. Ladeo mi cabeza, dándole una mirada por encima de mi hombro a Drey, el cual está profundamente dormido. Suspiro, vuelvo a poner mi mirada en frente.

—Busca una clínica o soborna a un maldito médico que atienda las heridas de Drey. No podemos irnos sin él no esté perfectamente limpio.

—Entendido.

Sin perder tiempo Gilbert nos saca a toda velocidad de ese lugar. Lo único que deseo cuanto antes es llevarme a mi maldita mansión a Drey, no soporto estar un minuto más en aquel lugar.

Un lugar al que juré nunca regresar. O por lo menos, no todavía.

Tomo una profunda bocanada de aire, frunzo el ceño incapaz de creer que esté nerviosa cuando no es la primera vez que vengo a la habitación de Drey. Toco la puerta y sin esperar respuesta entro; cerrando la puerta suavemente a mi espalda.

—¿Dakota?

Tenso la mandíbula al escuchar la sorpresa en su tono de voz. Tomando otra bocanada de aire me giro, topandome primero con sus increíbles ojos verdes azulados y luego con un rostro lleno de moratones. Me encargué personalmente de encontrar al mejor doctor en Los Ángeles que pudiera ayudarlo, sin levantar sospechas. Y una vez llegamos a New York su aspecto había mejorado bastante, en dos semanas con ayuda de hielo, cremas y otra cantidad de cosas; la hinchazón bajó considerablemente, así como el color de algunos de los moratones.

—¿Pediste hablar conmigo?—pregunto una vez me acerco lo suficiente a él.

Mis palmas empiezan a sudar así que escondo ambas manos en los bolsillos delanteros de mi holgado pantalón, que cae un poco de mi cintura. La mirada de Drey cae en la porción de piel que dejo a la vista, y dado que mi blusa de tirantes tampoco es que tape mucho.

—¿Drey?—pregunto, reprimiendo una carcajada.

Sus orejas empiezan a ponerse de un intenso rojo. Se acalara la garganta y frunce ligeramente el ceño. Clava aquellos interesantes ojos en mi rostro.

¿Por qué tu padre ayudó al ruso a secuestrarme?

Un estremecimiento recorre cada centímetro de mi cuerpo, mi cuero cabelludo pica y mi corazón empieza acelerarse.

—¿Para qué quieres saber?

Drey observa fijamente mi inexpresivo rostro. Hago lo imposible por controlar mi expresión. Hablar de mi pasado no es algo que me guste mucho, sobre todo si se trata sobre mi magnífica relación con “mi familia”.

—Es mi derecho, ¿no?—responde segundos después de un intenso silencio.

—Derecho...

Una risa sin gracia se escapa de mis labios. Cruzo los brazos a la altura de mi pecho, ambos no apartamos la mirada del otro, la tensión a nuestro alrededor sigue aumetando. Sonrío, tomandolo por sorpresa.

—¿Estás seguro que quieres saber? La ignorancia a veces no es del todo mala.

—No.—responde rápidamente. —Merezco una explicación, Dakota. Ser secuestrado por un lunático ruso, que lo ayuda el padre de la lunática con la que vivo, es merecedor de una explicación.

No puedo evitar reír con ganas. ¡Esto es increíble!

—¡Deja de reír!—gruñe mientras cruza los brazos por su—ahora—tonificado pecho.

Levanto una de mis cejas. Observo como aquella camisa blanca manga larga de algodón se moldea su ejercitado cuerpo, realmente el entrenamiento dio buenos resultados. Tomo mi labio inferior entre mis dientes. Empiezo a caminar por todo su cuarto, sintiendo su intensa mirada fija en mi persona. Reprimo una sonrisa al percatarme de que su habitación sigue igual desde que la asigné. De hecho, es la segunda más grande de toda la mansión; la mía por obvias razones es la mejor.

—Relájate, querido Drey. Alterarte no te hará ningún bien.

Drey me fulmina con la mirada. Es increíble que siga tan desafiante como siempre, aunque debo de admitir que me encanta.

—Dakota...—dice en un chistoso, para mí, tono de advertencia.

¿Realmente sabe él con quién está hablando? Creo que Drey a veces se le olvida que aquí la que manda soy yo. Pongo los ojos en blanco, suelto un largo suspiro y me detengo a los pies de su cama King.

—Bien, si eso es lo que tú quieres...—respondo y me encojo de hombros.

Drey levanta una de sus cejas o por lo menos hace el intento; teniendo en cuenta que en cada una de sus cejas tiene más de tres puntadas. Sonrío al ver la cautela en su mirada. —Con una condición.

Su expresión cambia de la confusión a una muy chistosa al verme señalar con uno de mis dedos mis labios.

—Si me das un beso, juro que te cuento lo que tú quieras.

A duras penas reprimo una carcajada al verlo sonrojado, observandome como si de pronto me hubieran salido tres cabezas. ¡Ni modo! Si él quiere saber de mi maldita vida debe de pagar un precio.

—¿Y bien?—cruzo los brazos a la altura de mi pecho, reprimo una mueca de satisfacción. Sé que no lo va...

—Está bien.

¿¡Qué!?

Abro mi boca sorprendida pero al instante borro cualquier expresión de mi rostro. Mi corazón empieza acelerarse peligrosamente, la adrenalina corre con fuerza por mis venas.

—¿Estás seguro?—pregunto incapaz de creer que él haya aceptado. Sus orejas parecen que explotarán de lo rojas que están.

—No.

Reprimo una sonrisa. ¡Por amor a Dios, Drey! Me estremezco con fuerza al verlo levantarse lentamente de su enorme cama y empieza acercarse a pequeños pasos. Mientras la distancia entre nosotros se acorta, la tensión a nuestro alrededor crece de una manera increíble.

¿Realmente va hacerlo?

Levanto mi rostro, ya que él es demasiado alto, cuando finalmente lo que nos separan son unos cuantos centímetros. Todos los pelillos de mi cuerpo se erizan cuando su piel entra en contacto con la mía, su enorme y tibia palma rodea mi cuello. Baja su rostro y su mirada cae por unos segundos a mis labios.

—¿C-Cumplirás tu promesa?—su voz sale en un bajo gruñido. Un nuevo estremecimiento recorre todo mi cuerpo.

—Sí...—murmuro sintiendo su aliento cerca, muy cerca, de mis labios. Sólo falta un poco más. Trago grueso nudo que siento en mi garganta. —¿A qué esperas, Drey?

Gruñe molesto al escuchar mi orden, cierro mis ojos y una sonrisa tira de mis labios pero todo queda en el olvido en el instante que aquellos suaves y rellenos labios empiezan moverse en sincronía con los míos. El hilo de las puntadas que tuvieron que coser dentro de su labio roza mis labios, y aunque deba doler; ni él ni yo nos detenemos. Al contrario. Aquel inocente beso pasó a ser uno más profundo, uno más lleno de necesidad. Toda mi piel hormigueaba, nunca me había sentido así; como si yo no fuera dueña de mí misma. Era tan extraño pero tan fascinante.

A-Ahora, cumple tu promesa.

Abro mis ojos lentamente, esa sensación de aturdimiento seguía ahí, haciéndome incapaz de volver a ser dueña de mi voluntad. Observo hechizada sus ojos; oscurecidos, fascinantes y tan malditamente inocentes, que me veían fijamente. Todo, desde la tensión de su cuerpo, el palpitar desenfrenado de su corazón bajo mi palma, hasta su acelerada respiración; me indican que no sólo yo fui la única afectada.

Eres un problema para mí, Drey. No dejas de meterte bajo mi piel.

—Lo haré, no te preocupes. Pero antes...

Tomándolo por sorpresa jalo de su camisa y poniéndome de puntillas lo vuelvo a besar. Trato todo lo posible de prolongar esa sensación, este momento. Pueda ser que sea la última vez que pueda probar sus labios, la última vez que esté con él así; despreocupados y ajenos a toda la mierda que me rodea. Porque estoy segura que una vez conozca todos los demonios de mi pasado no va querer verme nunca más en la vida. O por lo menos no me mirará de la misma forma nunca más.

Y ya no estoy tan segura lo que él significa para mí. ¿Sigue siendo un medio, otro de mis peones, para derrotar a mi padre o es alguien mucho más importante, al punto de no poder vivir sin él?

No lo sé. Al parecer es algo que averiguaré muy pronto.

***
Nota de autora:
~Traducciones (ruso):
1) SUKA: Perra, Puta, etc...
2) K CHIORTU: Vete al infierno.
3) POSHIOL NA JUI: Jódete.

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