Capítulo 10, parte 2.
¿Estás segura de esto?
Suspiro, observo mi reflejo que se ve borroso por el empañado espejo. Paso una mano por él, limpiando una pequeña parte, encontrandome con el reflejo de mis ojos negros. Sorprendentemente un ligero, muy ligero, brillo empieza a crecer desde lo más profundo de mis oscuros iris. ¿Estaré cambiando realmente? Ladeo mi cabeza y frunzo el ceño.
¿Cambiar? ¿Yo? ¡Ja! Antes se congela el infierno.
Bufo, tomo un paquete de cigarrillos mezclados que hay en uno de los cajones de mi baño. En cada rincón de esta maldita mansión hay cigarrillos y armas escondidas, algo que personalmente me facilita mucho las cosas. Manteniendo a raya mi ansiedad, sostengo el cigarrillo entre mis labios y salgo de mi cuarto de baño; acompañada del vaho de la ducha y una nube de humo con olor a tabaco con un ligero toque a menta. Cómodamente desnuda camino hasta llegar a mi vestidor donde no me tomo mi tiempo, así como tampoco me estreso al buscar qué ponerme. Igualmente toda mi ropa es similar así que no veo el porqué tomarle tanta importancia. Escojo un corto short que deja más a la vista de lo que esconde, de color negro con algunas partes rotas. Y aunque me gustaría decir que fui yo la que lo puso así, la verdad así es el estilo. Decido no ponerme sostén por el simple hecho de que odio con todo mi ser esa dolorosa arma, y además la camisa manga corta rojavino con letras negras en el frente, que es más como un top porque su largo llega al borde de mis senos es lo suficiente holgado como para disimular mis pezones.
Tomo la colilla del cigarrillo, le doy una última calada antes de dejarla en uno de los ceniceros de mármol que hay en mi mesita de noche. Una larga exhalación de humo escapa de mis labios. Busco un par de tacones que son similares a mis botas militares con la única diferencia que son un poco más...¿femeninos? Bueno, no sé, pero me encantan porque dentro de ellos tienen una cubierta para esconder una o dos cuchillas. Sonrío. Mujer preparada vale por mil.
No me toma más que diez minutos terminar de arreglarme, dado que no soy muy aficionada al maquillaje sólo aplico lo justo y necesario. En lo que si me tomo mi tiempo es en esconder dos cuchillas en cada uno de mis tacones, mi pistola en la petrina de mi short y la munición en mi chaqueta de cuero; por no mencionar de mis cigarrillos y uno que otro puro de marihuana.
Salgo de mi habitación, encendiendo otro cigarrillo en su proceso pero el humo queda bloqueado en mis pulmones al encontrarme de frente con Drey. Sus ojos verdes-azulados que nuevamente vuelven a tener ese brillo que los hace de lo más interesantes, se fijan en la Atheris tatuada de mi abdomen.
—¿Estás listo?—pregunto escondiendo mi sonrisa contra mi cigarrillo. Drey frunce ligeramente el ceño, apartando la mirada de mi tatuaje y clava sus ojos en los míos.
—Supongo.
Suelto el humo por mis fosas, le doy una apreciativa mirada a su aspecto. Una chaqueta de estilo deportiva completamente negra un poco holgada, encima de una camisa azul marino que ilumina esos increíbles ojos. Unos jeans de mezclilla, negros, que se moldean a sus largas piernas, y para finalizar unas tenis negra suela blanca. Levanto ambas cejas. Se ve guapísimo, demasiado para su propio bien. Frunzo el ceño.
—¿Qué?—masculla con cierta insolencia. —Es la única ropa oscura que tengo.
Drey, mi querido e inocente Drey. Será mejor que ninguna zorra se te acerque.
—Vamos.—gruño soltando furiosas exhalaciones de humo, paso a su lado, dirigiéndome hacia las escaleras. De pronto a mis fosas nasales llega una deliciosa colonia de hombre acompañada del aroma a jabón, a limpio, a hombre...a Drey.
Maldita sea. Necesito un trago de whisky.
—Oh vamos, ¿vas a seguir enfadado conmigo por ese pequeño chupete?
El ceño de Drey no parece querer suavizarse, sus ojos no dejan de verme con reproche. Una expresión completamente enfurruñada. Dios, a veces parece un niño. Algo que inusualmente no me molesta en lo absoluto.
—¿Qué harías si yo también dejo uno en tu cuerpo, eh?—masculla entre dientes. Río y me encojo de hombros.
—Hazlo.—respondo. Mi sonrisa aumenta al ver su desconcierto. Me acerco a él, el cual se tensa notablemente. —Es más, puedes dejar uno aquí, otro aquí y por supuesto uno aquí.
A medida que le voy señalando partes de mi cuerpo su rostro se va sonrojando mucho más. Esta vez no soy capaz de reprimir mi carcajada. Drey podrá tener sus veinte y tanto, pero su inocencia es increíble. Algo que lo hace un blanco muy fácil. Me separo de él, saco el celular de uno de los bolsillos de mi chaqueta—ya que el short de cuero no me permite guardar absolutamente nada—al escucharlo sonar.
«Listo.» Es lo que leo en la pantalla. Lo bloqueo y lo vuelvo a guardar en mi chaqueta, la cual cierro hasta arriba. Porque aunque no está haciendo mucho frío, en unas horas la temperatura empezará a bajar.
—Vamos.
Ambos salimos de la sala de estar, lo llevaría por un pasillo que lleva al estacionamiento pero no hay necesidad. Al bajar los peldaños del porche nos topamos con mi Lamborghini Aventador LP700-4 negro mate que nos espera en la entrada.
—¿¡Es tuyo!?—pregunta Drey a mi lado con la boca abierta.
—Sí. ¿Quieres uno?
Sonrío y rápidamente me acerco a mi lado, osea el piloto. Las dos únicas puertas de un suave movimiento se abren y suben. Sostengo la puerta y entro al auto, introduzco la llave mientras espero a que Drey entre al auto.
—¿Listo?
Drey asiente, se acomoda mejor contra el asiento de cuerina y me regala una intensa mirada. Le guiño un ojo y le regalo una última sonrisa antes de hacer chillar las llantas y salir a una magnífica rapidez de ahí.
—Bienvenido a El Infierno.
Drey observa incrédulo todo a su alrededor. No eran bromas cuando le dije que íbamos al infierno, ya que es lo más similar a como debe de ser. Botes cilíndricos que su función principal es la de ser botes de basura, son las antorchas que alumbran aquel lugar. El color rojo y naranja de las llamas se mezcla perfectamente con las luces fluorescentes de la improvisada piesta. Todos visten de cuero o colores oscuros y muy—muy—ligeros de ropa. Es el lugar del pecado, aquí no importa si eres un juez, un santo o el mismísimo presidente. Todos disfrutan al máximo e ilegalmente, lo que aumenta la adrenalina.
El ronroneo de mi auto llama la atención de algunas personas pero el mismísimo auto el que llama la atención de la gran mayoría de las personas. Las luces y la música obscena hacen que aquel lugar te haga entrar en algún trance, además la gran mayoría están bajo el efecto del alcohol y las drogas.
—Drey.—llamo su atención. Espero a que fije su mirada en mi persona para continuar. —Sé que a ti todo esto te debe parecer extraño por no decir alucinante. Pero necesito, no, te pido que en cuanto abras esa puerta que está a tu lado olvides que eres el tímido chico informático de aquella Universidad de niños de mami y papi.
—¿Qué?—pregunta, incapaz de esconder su expresión nerviosa y preocupada.
—Sé que no eres arrogante, o por lo menos no la gran mayoría de las veces, pero esta vez quiero que te comportes como si el mundo estuviera a tus pies.—levanto la mano, callando lo que sea que iba a decir. —Si ellos ven tus nervios y tu miedo, irán detrás de ti como los lobos que son. Para ellos no eres más que carne nueva, un nuevo entretenimiento. No los dejes que te tomen como a una burla, porque sino estarán detrás de ti para siempre.
Le regalo una última sonrisa antes de salir del auto.
Acomodo mi chaqueta, una expresión neutral se apodera de mi rostro. De inmediato los chicos de mi mafia se acercan, pero al mismo tiempo mantienen las distancias. Cualquiera que los viera se daría cuenta que quien se acerque a dos metros de mi con otra intención que no sea la de saludarme, lo pagará muy caro. Me encojo de hombros. Es algo que viene en el paquete de ser la líder de una mafia. Comparto una mirada a lo lejos con Drew y Kenya, ambos se han encargado de que todos, cada uno de los chicos de mi mafia protejan a Drey. Así como de tener un plan de emergencia, en caso de que esto estalle de un segundo a otro. Les regalo una rápida e indiferente mirada a los que están alrededor, la gran mayoría con la misma expresión; curiosos, expectantes y temorosos.
Mentalmente pongo mis ojos en blanco. Busco con la mirada a Drey, la tensión e incomodidad manando de su cuerpo. Me acerco a él y tomo su mano, entrelazando sus dedos con los míos.
Él es mío. Y entre más rápido se enteren, mejor para sus vidas.
—Bueno, bueno...Esta si que es una agradable sorpresa.—una ronca voz, que reconozco de inmediato, se alza por encima de la ligera música y el silencio expectante de los demás.
Sonrío de medio lado al ver una cantidad de personas apartarse, dándole paso al dueño de dicha voz.
—Mis queridos y mis queridas demonios, la reina de este infierno ha llegado. Y al parecer con su rey.
Todos virotean, tomando aquello como una señal para seguir con la fiesta, dejando de lado la tensión de hace un momento. No puedo evitar reír y negar con mi cabeza. La música vuelve a subir, un ritmo un poco electrónico llega a cada rincón de ese desierto. El olor a diésel, a cigarrillo, marihuana y otros olores que prefiero no pensar lo que son acompañan al rugir de los motores.
Las competencias ilegales han empezado.
—¿Estás bien?—levanto la mirada, le doy una ligera presión a la mano de Drey; llamando su atención. Sus ojos verdes-azulados tienen un brillo de lo inusual, lo observo encogerse de hombros.
—Es...—levanta la mirada con una expresión pensativa. Frunce ligeramente el ceño. —...interesante.
Levanto mis cejas, divertida por su expresión. Reprimo una sonrisa, tomando la mano de Drey con un poco más de fuerza empiezo a abrirme paso hasta llegar al culpable de tal ambiente.
—Mi reina Atheris.
—Gael.
Sus ojos grises—casi trasparentes—brillan divertidos y con aquella maldad que tanto lo caracteriza. Aquella sonrisa matadora que vuelve loca a más de una chica, deja a la vista una blanca hilera de dientes bajo unos labios que son un poco gruesos para ser un hombre. Siempre he dicho que Gael es un moreno sexy y él lo sabe, además de su bien cuidada barba y su cabello a ras; le aumentan atractivo.
—Qué sorpresa verte aquí.—dice sin borrar aquella matadora sonrisa.
—Tenía que cerciorarme que ninguna zorra me quite mi lugar.—respondo con una sonrisa igual de maliciosa. Gael ríe y pone sus ojos grises en la persona que está a mi lado.
—Había escuchado que te habías comprometido, pero supongo que era ver para creer.—dice con cierta burla, pero aquella filosa mirada no se aparta del rostro de Drey.
Levanto una ceja, al ver a Drey no correr la mirada, todo lo contrario; su mirada sostiene la de Gael. Algo que me toma por sorpresa porque Gael tiene la mirada muy pesada, pocas personas lo hacen. Ambos es como si tuvieran alguna clase de comunicación por medio de sus miradas.
—Bienvenido.—dice Gael segundos después de aquella batalla de miradas, asiente en dirección de Drey el cual le responde con un asentimiento. Vuelve aquella burlona sonrisa a su moreno rostro. —Soy Gael, si necesitas alcohol, drogas, mujeres, me puedes buscar.
—¡Cállate, Gael!—gruño, ganandome una carcajada de su parte. Drey se presenta, y sorprendentemente entre ambos crece alguna clase de amistad. Pongo los ojos en blanco.
Hombres.
—¿Vas a competir?—dice ahora en mi dirección.
—Tal vez.
—Lisa quiere la revancha. Ya sabes, no le gustó la humillación que le hiciste.—dice sin borrar aquella sonrisa.
Suelto la mano de Drey y busco entre los bolsillos de mi chaqueta mi encendedor y mi caja de cigarrillos. Levanto una ceja al ver acercarse una chica literalmente en ropa interior, arrugo la nariz al sentir su barato y dulce perfume. Se acerca a Gael; el cual gustoso pasa un brazo por sus hombros. La chica no pierde el tiempo y empieza a besar su cuello. Suelto el humo del cigarrillo por mis fosas nasales. Observo de reojo a Drey, el cual observa la escena bastante incómodo. La curiosidad empieza a carcomer mi mente de nuevo. ¿Será virgen? Creo que sí lo es pero no pienso preguntarle. No quiero lastimar ese orgullo al que tanto se aferra.
—Ya que hoy ando de un muy buen humor puede ser que vuelva a competir.—suelto una larga exhalación de humo. Gael asiente y se va con la puta a vete-tú-a-saber.
Observo de reojo a Drey esconder ambas manos en los bolsillos laterales de su chaqueta deportiva, sus ojos verdes azulados no dejan de moverse de un lado a otro; curiosos, tratando de ver más allá. Sonrío contra mi cigarrillo.
—Ven, vamos.
Empiezo a caminar, esquivando a un poco de gente borracha. Ya que esta zona a las afueras de la ciudad es como una especie de desierto, la cantidad de personas que pueden entrar es casi que ilimitado, por no mencionar que hay más de una entrada. Al fondo, muy al fondo, es donde se llevan a cabo las competencias, con sus puntos de apuestas alrededor. Aquí los negocios clandestinos es el respirar de todos los días, ver a una persona vender cocaína o cualquier otra droga es tan malditamente normal. Tengo que decir que El Infierno es un punto de reunión donde la gente más peligrosa, y no específicamente de los Estados Unidos, se reúnen.
Tomo de nuevo la mano de Drey, en cuanto pasamos una entrada, custodiada por algunos hombres armados hasta los dientes, el ambiente al que entramos es completamente otro. Drey se tensa notablemente a mi lado, y puedo saber su razón. Algunos rostros que aparecen diariamente en los noticieros, ya sea por algún crimen cometido así como por estar en la lista de “Se busca”, pasan a nuestro lado. Supongo que el encontrarte a metros de una persona que se le busca por múltiples homicidios o otras cosas, no es de todos los días.
Suspiro, y mentalmente me encojo de hombros. Tiro la colilla del cigarrillo, jalo de la mano de Drey; el cual está un poco pálido. Nos acercamos a uno de los Bares, que es más como una barra al aire libre, cuadrada y bastante grande donde los barman que están en el centro te pasan cualquier bebida alcohólica que quieras. Ya que estas es una de las barras exclusivas, osea no a cualquiera le venden, no hay mucha gente.
—¿Quieres tomar algo?—pregunto y suelto su mano. La música aquí no es un problema por lo tanto no tengo que gritar. Busco la mirada de Drey, pero puede ver cohibido que se siente.
Sinceramente se puede notar que él no pertenece a este mundo. Puede vestirse como una de las personas de aquí, pero la mirada llena de demonios que todos tienen aquí, como la maldad forma parte de nuestras vidas...es algo que Drey nunca podrá reflejar. Su mirada es muy pura.
Él no pertenece a este infierno.
Mi infierno.
—Buona notte, bella Atheris.—el ronco acento italiano llama mi atención, reconociendo de inmediato al dueño de dicha voz.
Dante Coppola. Líder de una de las dos mafias más poderosas y peligrosas de Italia. Es uno de los pocos con los que tengo una estrecha...¿amistad ¿colaboración? Bueno, digamos que ambas mafias se llevan bien y hacemos muchos negocios juntos.
Dante me guiña el ojo por encima de su copa con Bourbon, y comparte un apretón de manos con Drey.
—Que novedad ver al gran Coppola...—cruzo los brazos y levanto una ceja en su dirección. —Dime, ¿Estás escapando de la ley?
—¿No lo estamos todos?—sonríe y levanta la copa. Sonrío de medio lado.
—¿Quieres que me crea que tú, sobre todo tú que amas demasiado tu adorada Italia, esté aquí por...—alargo la palabra, sin apartar mi mirada de su rostro. —...casualidad?
Dante suelta una estruendosa carcajada, murmura algo en italiano que no consigo escuchar al distraerme pidiendo dos cervezas; que en cuestión de segundos ponen en frente de mi. Le paso una de las botellas de cerveza a Drey—el cual hace una mueca pero que esconde rápidamente—y la otra me la dejo yo. Reprimo una sonrisa.
—Negocios, bella Atheris. Simplemente negocios.—dice mientras hace un ademán de brindis, para terminar bebiendo lo que queda en su copa de golpe. Copio su acción y le doy un largo trago a mi cerveza.
—¿Y puedo saber con quién?—mi voz suena salamera, casi inocente. Pero ni Dante ni Drey se creen aquel tono.
—Es alguien con el que tú has querido hacer negocios.—comenta con un tono indiferente pero su mirada, una que conozco perfectamente se apodera de sus ojos azules.
—¿Quién?
—El líder de los Yamaguchi-gumi.
Todo mi cuerpo se tensa. Un estremecimiento recorre cada rincón de mi cuerpo. Dante sabe cuanto deseo hacer negocios con el líder de la mafia japonesa —yakuza—más poderosa de este mundo. Si tengo negocios con los Yamaguchi-gumi...Joder. Sólo pensar el poder que obtendría me arranca un nuevo estremecimiento. Y lo único que me da esperanza de conseguirlo es que el actual líder no tiene en alta estima a Demetrio Anderson.
Todavía no le perdona lo que le hizo, y si ambos no han empezado ninguna guerra es porque el anterior líder tenía negocios con Demetrio y esa mafia al ser “familiar” respetan las decisiones tomadas por sus anteriores líderes.
En lo personal una reverenda mierda. Si a mí me hubieran hecho lo que hizo Demetrio...bueno no quedaría nada de esa escoria.
—Está en el “Ocho Cruces”. ¿No vas aprovechar esta oportunidad?—pregunta sacándome de mi ensoñación.
Toda la diversión o cualquier otra expresión de mi rostro se borra. Mis ojos se topan con aquellos inocentes ojos de un magnífico color verde-azulado. La incredulidad y casi diría que la rabia de Drey se reflejan en aquellas lagunas. Él podrá juzgarme lo que quiera, pero así es mi mundo y si quiero realizar mi venganza necesito de mi lado a tantas personas peligrosas como me sea posible. Así a Drey no le guste.
—Tengo que resolver unos asuntos. Tendrás que quedarte un momento solo.—digo sin cambiar mi expresión.
Drey entrecierra los ojos, frunce el ceño con fuerza. Abre la boca, listo para replicar pero de un rápido movimiento, tomandolo con la guardia baja, jalo de su chaqueta y estampo mis labios en los suyos. Sus manos bajan a mi espalda, suspiro sin poderlo evitar cuando su lengua entra en contacto con la mía, tímidamente al inicio pero cada vez más audaz, al punto que es él el que toma el control. Un calor asfixiante empieza a crecer desde mi el centro de mi estómago, hasta subir a mi pecho. Sus labios eran tan suaves y deliciosos, malditamente adictivos. Y aunque me encantaría seguir siendo besada por esos deliciosos labios mis malditos pulmones me exigían oxígeno.
—No te metas en problemas.—susurro sobre sus labios. Vuelvo a darle un beso—sólo que uno mas corto—a esos hinchados y rojos labios, tan apetecibles. —Trataré de no demorar mucho. Y recuerda; tú Drey Kirchner eres mío.
Me separo de él, paso la lengua por mi labio interior. Su exquisita colonia queda penetrada en mi ropa, como si fuese esa su marca sobre mí. Reprimo una sonrisa y decido moverme. Porque sé que si me quedo viendo más tiempo esos ojos, mandaré todo al diablo. Junto a Dante serpenteamos una pequeña multitud, caminamos hacía uno de los tres toldos negros que se alzan como una torre. Nos acercamos al más grande, su entrada está escoltada por varios guardias que pertenecen a su líder. En resumen es que los que se encargan de cuidar la entrada pertenecen a la misma mafia o gente del líder que está dentro. Al Ocho Cruces sólo dejan entrar a a personas importantes, osea criminales altamente reconocidos.
De inmediato Kenya me alcanza y se pone a mi lado, Luka—que es la mano derecha de Dante—se pone también al lado de su líder. Varios de nuestros chicos quedan afuera haciendo guardia junto a los otros.
—Bienvenidos al Ocho Cruces, señor Coppola y señora Atheris.—dice un tipo calvo de por lo menos un metro noventa, fornido y de aspecto intimidante.
Dante y yo asentimos en su dirección, abre las cortinas negras e inmediatamente al estar en el interior entramos a un ambiente completamente diferente. Aunque cueste de creer aquel lugar es de dos pisos, arriba es la zona VIP y abajo es una zona normal; ambas igual de lujosas eso sí. Nos topamos con un puñado de mesas, llenas de jugadores, chicas con vestidos cortos que dejan muy poco a la imaginación revoloteando a su alrededor. En cuanto entramos algunos voltean en nuestra dirección, pero en cuanto se topan con nuestras miradas siguen en lo suyo. Escaneo el lugar hasta que al fin lo encuentro, y porqué no me sorprende encontrarlo en la zona VIP.
—¿Estas seguro que quieres ir conmigo?—pregunto sin dejar de caminar ni despegar mi mirada de mi blanco.
—Certo che lo è, bella.—responde bastante seguro a mi lado.
Respiro profundo y decido confiar en lo que dice. Pongo aquella expresión escalofriante en mi rostro, aquella que todos conocen y temen.
—Buenas noches. Espero no interrumpir.
Todos levantan de golpe la mirada de las cartas, al escuchar mi ronroneante murmullo. Uno que otro se levantan abruptamente de la silla y se van, prácticamente que corriendo como si el mismísimo diablo se les haya aparecido.
—Por supuesto que no, señorita Atheris.
Mi corazón se acelera en cuanto mis ojos negros se topan con unos igualmente almendrados ojos negros.
Shinobu Tsukasa. Líder de los Yamaguchi-gumi, se encuentra entre los criminales más ricos del mundo, para él un billón no ed nada. Un experto en la extorsión, apuestas, prostitución, tráfico de armas y drogas, fraude hipotecario, pornografía y manipulación de licitaciones y de acciones.
Mi mejor comodín.
—Al fín nos conocemos, Kumicho.—sonrío con un poco de picardía en su dirección.
Shinobu se levanta con elegancia, estira su delgado y alto cuerpo, toma mi mano y besa el dorso de mi muñeca. Sus ojos negros—y asiáticos—se clavan en los míos, una seductora sonrisa de medio lado se forma en su atractivo rostro.
—Un placer.—musita sin despegar su mirada de la mía.
Una sonrisa igual de seductora y calculadora que la suya se forma en mi rostro.
—Un verdadero placer.
Ya lo creo que lo es.
****
☆Nota de autora:
~Traducciones:
1) Buona notte: Buenas noches.
2) Bella: Hermosa.
3) Certo che lo è: Por supuesto que sí.
4) Kumicho: Jefe.
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