Capítulo 10, parte 1.
DAKOTA.
—¿Verte dos veces en el mismo mes? ¿Eso es alguna señal buena o mala?
Le doy una mirada de reojo a la madre de mi mano derecha, un vestido azul marino bastante pegado a su cuerpo es lo primero que veo, mi mirada sube a su rostro.
—¿Algún problema?
Helen ríe y menea la mano quitándole importancia. Enrolla un largo mechón de su cabello en uno de sus dedos, aquellos ojos grises brillan divertidos.
—No, Atheris. Tenerte aquí aumenta la clientela, ya sabes.—comenta. —Simplemente es raro verte tan...seguido.
Ahora soy yo la que río. Porque lo que dice no es más que la verdad. Que alguien me vea dos o tres veces en la misma semana es algo bastante inusual, y es que no me gusta mostrarme tanto ante los demás; sean o no de la mafia. En este mundo no hay aliados, ya que si ellos consideran ventajoso venderme a los uniformados lo harían, no dudarían ni un solo segundo. El asunto está que ellos saben que no les conviene, si yo caigo no lo haré sola y por esa razón no lo han hecho. De menos hace mucho mi rostro aparecería en los más buscados, en los noticieros o en el peor de los casos tras las rejas.
—Supongo.
Helen me da una mirada bastante intensa a decir verdad. Levanto una ceja en su dirección, esperando que diga de una buena vez lo que su retorcida mente piensa.
—¿Qué?
Helen sigue mirandome fijamente, suspira segundos después y aparta por unos momentos la mirada.
—Bueno...—dice, su mirada vuelve a la mía. —Te noto algo cambiada, no me preguntes qué porque no lo sé con exactitud. Pero algo en tu mirada...no lo sé. No me hagas caso.
Frunzo mi ceño y observo fijamente su rostro, ella me sonríe y pide dos cervezas que al instante ponen en frente de nosotras.
«—Te noto algo cambiada.»
¿Cambiada? ¿Yo? ¿En qué?
«—Te has vuelto débil.»
Mi ceño se frunce con fuerza. Tomo un largo trago de esa insípida cerveza, el sonido de risas y aquella obscena música resuena por todo el bar. Está bastante lleno, aunque no es algo que me sorprende mucho ya que desde que tengo memoria este lugar siempre ha tenido mucha clientela. O por lo menos desde que llegué a esta zona. Por un momento los recuerdos del pasado tratan de pasar por encima de la tranquilad de mi mente, tratando de romper esa inestable muralla que lentamente fui construyendo desde mi infancia.
—¿Y qué, cuándo me piensas presentar a tu prometido?—la voz de Helen me saca de mis pensamientos. Mi corazón se acelera, incapaz de creer que por un momento estuve a punto de abrir la caja de Pandora que hay mi mente. Una sonrisa tensa que camuflo muy bien por una divertido, se forma en mis labios.
—¿La edad te está afectando ya?Estás loca si crees que te lo voy voy presentar.
Helen ríe estruendosamente, le da un trago a su cerveza y me señala con una de sus largas uñas rojas.
—Mocosa insolente. ¿Qué tiene de malo? Él tendrá que aprender a relacionarse en este mundo.—dice y se encoge de hombros al ver mi expresión. —Y conociendo como te conozco, sé que lo has pensado.
—Y una mierda que me conoces.
Helen sonríe, sin inmutarse por mi gruñido. Aquellos ojos grises no se apartan de los míos, una mirada conocedora cruza por ellos pero al final sólo suelta un simple;
—Como tú digas.
Bajo la mirada a mis manos, que sostienen con demasiada fuerza la botella de cerveza. No sé porque Helen y Kenya tienen la maldita costumbre de que porque creen que me conocen pueden crticar o suponer sobre mis acciones. Ellas no me conocen en lo absoluto, nadie en este maldito mundo me conoce...por el simple hecho que ni yo misma me conozco. Todos saben quién es Atheris, la líder, la mafiosa, a la que no le tiembla la mano cuando se trata de arrebatar la vida de quien sea. Esa es la persona que conocen, esa es la única que conozco, porque hasta donde recuerdo vine al mundo para ser el monstruo lleno de odio que soy.
Dakota Anderson murió hace mucho.
—Mañana hay una competencia, deberías ir y demostrar que todavía sigues siendo la reina de este maldito lugar.
Sonrío contra el pico de la botella, el amargo líquido de la cerveza llena mi boca. Trago y me encojo de hombros.
—No es que sigo siendo, es que soy la reina de este maldito lugar.—a medida que hablo mi sonrisa se ensancha, asi como la Helen.
—¡Salud por eso, cariño!
Ambas chocamos las botellas de cerveza y nos sonreímos mutuamente.
Bueno, será interesante ver cómo mi inocente informático se desenvuelve en El Infierno. Todo mi cuerpo se estremece ante aquel pensamiento. Lentamente paso la punta de mi lengua por mis labios.
Esto será muy interesante.
Levanto la mirada al escuchar unos ligeros golpes contra una de las puertas de mi despacho, apoyo el vaso de vidrio con whisky sobre una esquina de mi escritorio y espero pacientemente a que la persona que se ha dignado de interrumpir mi muy cómodo silencio; entre y diga de una buena vez lo que quiere.
—¿Qué sucede?
Le regalo una rápida mirada a Kenya, bajo la mirada a los papeles en los que estaba trabajando. Escucho la suela de sus timberlan arrastrarse un poco y detenerse como a medio metro del escritorio.
—Ya tengo la información que quería.
Me detengo, los músculos de mi abdomen se tensan un poco pero casi al instante me regalo. Dejo la pluma encima de aquellos importantes papeles, que pasaron a ser segunda prioridad. Levantando la mirada apoyo ambos codos sobre el escritorio y dejo mi barbilla sobre mis dedos entrelazados.
—¿Y bien?
Kenya hace un movimiento con la cabeza, sus ojos grises que se ven como dos témpanos de hielo. Acorta los pocos centímetros que nos separan, sin apartar sus ojos de los míos alarga su brazo; ofreciendome una carpeta roja, la cual tomo con cierta ansiedad. Retrocede los pasos que avanzó, mientras esconde las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón. Sin perder más tiempo abro la carpeta, sintiendo su intensa mirada fija en mi. Lo primero que veo es la foto de aquella estúpida niña de papi y mami, al leer más abajo está toda su información. Sonrío mentalmente.
Al fin voy a poder saber qué tan importante es esa tal Alyssa para mi querido informático.
Tomo en mi mano derecha la carpeta y en mi otra mano el vaso de vidrio con whisky. Apoyando la espalda contra el respaldo acolchado de mi enorme silla giratoria de cuero negro, me permito saciar mi curiosidad.
Alyssa Jones. Hija única del matrimonio Jones, veintitrés años, estudiante de la Élite NY University, cursa su último cuatrimestre de Licenciatura en Derecho. La familia Jones dona millones de dólares a la Universidad cada año, le gusta no-sé-qué y blah, blah, blah...¡Oh! Esperen.
—“Alyssa Jones fue invocada al juicio de Jack McChrystal y Drey Kirchner como testigo del joven Kirchner. Sin embargo su testificó que todo lo que el señor Kirchner alegaba era una gran confusión y un malentendido. Afirmó que el verdadero propietario del SS-DK software era el señor Jack McChrystal, y que ella había sido testigo que quien había plasmado la idea fue el señor McChrystal. Y que el señor Kirchner fue capaz de crear dicho programa por la instrucciones dadas por el señor McChrystal...”—murmuro cada vez más incrédula, incapaz de creer lo que leo. Abro la boca, tratando de decir algo pero por más que trate nada consigue salir de mi boca más que una risa de lo más incrédula. Bajo la carpeta con un fuerte golpe, levanto la mirada encontrandome con la expresión indiferente de Kenya.
—¿A cuánto se vendió el SS-DK?
Kenya suspira y se encoge de hombros.
—Cerca de unos veinte o treinta millones de dólares.
—¡Hijo de puta!
Parpadeo al sentir un escalofrío recorrer cada rincón de mi cuerpo. ¿¡Cómo carajos pudo Drey crear algo que costara una fortuna!? ¡Él en este momento podría ser asquerosamente rico! Podría ser uno de los millonarios más jóvenes en el ámbito de la informática. ¡Qué demonios! Y pensar que esa oportunidad se la arrebataron de un chasquido de las manos, dejarlo sin ni un cinco en el bolsillo, por no mencionar la humillación a la que imagino fue sometido. Joder, yo me hubiera vuelta loca. Si solo perder un millón de dólares es suficiente para hacerme perder los estribos no me quiero imaginar tremenda cantidad de dinero. Esa Universidad de mierda hace mucho estuviera reducida a escombros.
Y además, ¿Cómo diablos esa estúpida—que se llamaba ser su amiga y no se qué mierdas más—no quiso ser la testigo de Drey sabiendo aún que ese programa lo había creado él? Porque si lo que lo que ella quería es que Drey se fijara en ella, bueno esa fue la idea más estúpida que se le ocurrió. Porque bien, dejando aparte todo el sentimentalismo, sólo el ser la “amiga” de él le hubiera dado tal estatus en la sociedad que estoy segura nunca se hubiera negado. Sí, es cierto, ese inútil de Jack obtuvo fama y dinero...pero a corto plazo. Porque estoy segura que ese cerebro lleno de mierda no es capaz de crear o hacer un simple sándwich. En cambio si se quedaba junto a Drey, era un beneficio a largo plazo. Incluso yo que no conozco mucho sobre la informática y toda esa mierda sé la magnitud del SS-DK, ahora no me quiero imaginar lo que ese cerebro es capaz de crear.
¡Maldición!
Me dejo caer al respaldo del asiento de cuero de nuevo, cruzo los brazos a la altura de mi pecho y mi mirada no se despega de aquella carpeta. La incredulidad no desaparece de mi expresión. Si esa tipa ya la creía medio estúpida ahora me doy cuenta que es una completa estúpida con un poco de idiota.
—¡Ah! Y faltó un último dato que creo necesitas saber.—la voz de Kenya llama mi atención. Fijo mi mirada en su rostro. —Es hija de Samuel Jones.
—¿El político?—levanto una de mis cejas. —¿El que literalmente me debe su alma por la amplia deuda que tiene conmigo?
—Ése mismo.—afirma Kenya. Una sonrisa igual de malvada que la mía se forma en su rostro.
—Vaya...ese es un dato que no olvidaré nunca.—sonrío ampliamente sintiendo como la adrenalina recorre cada rincón de mi cuerpo y los engranajes de mi cerebro hacen lo suyo. —Quién quita y cobre esa deuda algún día.
Kenya yo rompemos en estruendosas carcajadas.
Por supuesto que cobraré esa deuda. ¿Tal vez Drey quiera su venganza?
—¿Has visto a tu hermano?
Sasha parpadea, una expresión de sorpresa que se mezcla con un poco de miedo pasa por su rostro. Su piel ya blanca pierde un poco de color, abre la boca y la cierra; varias veces pero nada sale de ella. Lo único que me falta que entre en pánico y su querido hermano me eche la bronca. Aunque bueno...sería una buena excusa para verlo enojado, sólo pensarlo una sonrisa tira de las comisuras de mis labios.
—Yo...Yo...—mi ceño se frunce al escuchar sus patéticos y un poco chillones, susurros. Busco la pequeña dosis de paciencia dentro de mi, y tomando un pronfunda bocanada de aire, trato se suavizar mi expresión.
—Mira, ¿Sasha verdad?—ni siquiera espero a que responda o tan siquiera espero que me haya escuchado, porque continúo. —No tienes que temer de mi. Sé que soy una tremenda hija de puta, pero tú y tu hermano están bajo mi protección. En simples palabras, no les tocaré ni uno de sus bellos cabellos rubios.
Bueno a tu hermano tal vez le tocaría otras cosas que su cabello, pero para qué ponerla nerviosa.
—Pe-perdón.—dice sonrojandose con fuerza, por un instante creo haber dicho mis pensamientos en voz alta pero si fuera así estaría desmayada al lado de los pies. —Está en su habitación.
Asiento y le agradezco con un guiño. Rápidamente giro sobre mis talones para empezar a caminar hacía la escalera. Con lentitud empiezo a subir los escalones hasta llegar al segundo piso. Visualizo la puerta del cuarto de Drey, sonrío de medio lado cuando en unos cuantos pasos llego a su puerta; la cual abro sin dignarme a tocar o pedir permiso.
Es mi casa, en mi casa no pido permiso para nada.
—¡¿Qué carajos?!—el gruñido sorprendido y la deliciosa imagen con la que me topo me dejan prácticamente que congelada en el umbral de su habitación.
Abro la boca para responder pero la cierro, incapaz de pronunciar palabra. Trago saliva y muerdo mi labio inferior. Mis ojos simplemente son incapaces de apartarse de lo que tengo en frente, y es que encontarme a un Drey con solo una toalla enrollada en su cintura, con el dorso completamente desnudo y con el cabello mojado—peinado hacía atrás por sus dedos—es suficiente como para llamar completamente mi atención.
Bajo la mirada a su abdomen, que inesperadamente está bien marcado, así como las líneas que se marcan cerca de su cadera que te invitan a mirar más abajo. mucho más abajo.
—Ummm...—muerdo con mucha más fuerza mi labio inferior.
—¿Qué quieres decir con ése
“ummm”?—su voz sale un poco ronca, y al notarla carraspea, tratando de poner una expresión indiferente pero no me pasó desapercibido como la punta de sus orejas enrojecen un poco y sus pupilas se dilatan; oscureciendo sus ojos.
Y yo que pensaba que Drey no tenía un buen cuerpo pero ya veo que no. Oh ya lo creo que no.
—Nada.—mi falso tono inocente no se lo cree ni un poco. Me encojo de hombros sin dejar de comermelo con los ojos. —¿Has entrenado mucho con Thomas?
Levanto la mirada. Drey frunce el ceño y me observa con sospecha, una que aumenta cuando me acerco a él. La tensión que hay entre ambos crece a límites ridículos, al punto que estoy segura de ser capaz de escuchar su acelerado corazón. O tal vez sea el mío.
—¿Por qué?—pregunta con la tensión tiñendo su tono de voz. Al punto de escucharse como un gruñido. Paso la punta de mi lengua por mi labio inferior, sus ojos verdes-azulados siguen el movimiento, provocando tal sensación en mi abdomen que no se cómo soy capaz de mantener una expresión indiferente en mi rostro.
—Te ves bien.
Drey frunce el ceño, la sospecha y la desconfianza volviendo a su mirada. Ambos nos miramos cerca de un minuto o más en un tenso silencio.
—¿A qué has venido?—pregunta retrocediendo dos pasos. Me aguanto una sonrisa al verlo tomar distancia.
—¿No puedo venir a saludar?—sonrío con tal inocencia que no combina con mi mirada, y que la mirada de Drey me confirma. Pongo los ojos en blanco. —Bien, te estaba buscando.
—¿A mí?—frunce el ceño, su pierna izquierda empieza ese Tick usual en él.
—Ajá.
Cruzo ambas manos sobre mi pecho, mis ojos no se pierden las pequeñas gotas que escapan de su cabello mojado, deslizándose por su cuello, pecho y luego bajar por su abdomen. Maldita sea. Las ganas de dejarle un lindo chupeton en ese marcado abdomen aumenta a medida que me acerco. Aunque lo más seguro el pobre le de un ataque si lo hago. Lo que me lleva a preguntarme; ¿será Drey virgen?
—Necesito que vayas conmigo a un sitio.—respondo sin dejar de repasar con mi mirada su aspecto.
—¿A-A un lado?—tartamudea nervioso al verme demasiado cerca de él. Tensa la mandíbula, trata de volver a poner una expresión indiferente casi arrogante pero creo que entre ambos en la categoría de arrogante y egocéntrico; me llevo el maldito premio.
Reprimo nuevamente una sonrisa al verlo—al parecer inconscientemente—bajar un poco la cabeza; ya que me lleva bastante centímetros de más. Aquellos ojos inocentes de un interesante verde-azulado se fijan en los míos, tratando de ver mis intenciones. Nada buenas a decir verdad. Sonrío divertida al ver que sus orejas se ponen de un intenso rojo.
—Sí, necesito que vayas a El Infierno conmigo.
Drey alza las cejas, para luego fruncirlas. Me observa como si estuviese loca. Muerdo mi labio todavía manteniendo aquella sonrisa.
—¿Al infierno?—pregunta desconcertado. Todo su cuerpo se estremece y se tensa cuando paso mi dedo índice por su clavícula, capturando una de aquellas pequeñas gotas. Sonrío cuando sus ojos se abren de asombro al verme llevar el mismo dedo con la gota de agua a mi boca. —¿Q-Qué crees que estás haciendo?
—¿Nada?—sonrío con malicia.
Drey gruñe, tensa la mandíbula y aquellos ojos se ensombrecen, sus pupilas se dilatan un poco más cuando mi mano baja desde su pecho hasta su abdomen. Su musculoso y húmedo cuerpo se tensa bajo mi tacto. Me acerco un poco más, me pongo de puntillas y beso su pecho, en su pectoral izquierdo para ser más específica. Bajo mis labios siento al desquiciado que tiene por corazón.
—Vamos, te espero abajo. Te recomiendo vestir colores oscuros.—murmuro contra su piel. Sus ojos me observan fijamente. Le doy un largo y tendido beso a su pecho nuevamente bajo su atenta mirada, sonrío abiertamente en su dirección al ver su expresión desconcertada. Me separo manteniendo aquella sonrisa todavía en mis labios y camino de espaldas sin perderme de su expresión.
Drey frunce sus pobladas cejas. Parpadea como saliendo de su ensueño y baja la mirada a su pecho. Un hermoso chupete sobresale en su pálida piel.
Mío. El pensamiento y el sentimiento posesivo que siento me toma un poco por sorpresa. Salgo rápidamente de ahí, no sin antes ver como la furia se apodera de aquellos ojos que me tienen obsesionada.
—¡¿Qué mierdas?!—exclama en un fuerte gruñido seguido de una retahíla de maldiciones que quedan ahogadas cuando cierro la puerta.
La sonrisa lentamente se borra de mis labios. Mis manos sudan a cada lado de mi cuerpo por no mencionar el latir rápido de mi corazón.
Él se está empezando a meter bajo mi piel. Y ya no sé si eso es algo bueno.
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