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Capítulo 1, parte 2.

Nos mantenemos en silencio por varios minutos, todos enfrascados en sus pensamientos. Por momentos mi cerebro no deja de repetir una y otra vez la escena donde Thomas mata a mi padre. Digo, sé que era una basura de padre, pero tampoco merecía morir, aunque millones de veces desee hacerlo con mis propias manos. Siempre trataba como una basura a mi madre, nunca entendí porqué se casó con él, y ahora menos que lo comprendo.

Frunzo el ceño y clavo mi mirada en la de mi madre.

—¿Pertenecías a la mafia?—mi voz rompe aquel tenso silencio. Todos ponen su mirada en mi persona.

—Drey...

—Sólo responde.—la interrumpo con la mandíbula tensa. —¿Pertenecías a la mafia?

Dejo ambos codos sobre mis muslos, desde el pequeño sillón en el que me encuentro observo con seriedad su rostro, sus ojos verdes me miran entre avergonzada y apenada. ¿De qué? ¿De mentirnos? ¿De haber pertenecido a la mafia? ¿O que nosotros lo hayamos descubierto?

—Sí...—responde, bajando la mirada a sus manos, que entrelaza fuertemente sobre su regazo. Vuelve a levantar la mirada. —De verdad discúlpame cariño.

—¿Por qué, mamá?—la dureza de mi voz es sustituida por una llena de decepción. —No te juszgo por tu pasado, en estos momentos ese es lo último de mis pensamientos. Lo que no entiendo, por más que lo piense, por más que le de vueltas y vueltas al asunto es...¿Cómo haber pertenecido a la mafia, pudiste dejar que ese hombre, ése que nos hiciste creer nuestro padre, nos hiciera pasar un infierno?

Trato de tragar el nudo que se forma en mi garganta, enojo puro empieza a recorrer mi cuerpo, por no mencionar la decepción que siento. De mí, de ella. ¿Cómo pudo dejar ella que sucediera esto? ¿Cómo pude permitirlo yo? ¿Cómo, maldita sea?

—Sólo explícamelo, mamá. Es lo único que te pido.—vuelvo hablar cuando ella se mantiene en silencio. Thomas y Gilbert dejaron de discutir para prestar atención a nuestra conversación.

—Para protegerlos, Drey.—responde mi madre llamando mi atención nuevamente. Frunzo el ceño y abro mi boca para decir algo, pero ella se me adelanta. —Déjame terminar, por favor.

Sus ojos verdes me miran suplicantes y no puedo hacer más que asentir. Ella toma una bocanada de aire, le da una mirada a Sasha, quien se mantiene en silencio a su lado. Mi hermana parece estar en alguna clase de shock, supongo que toda está situación la tomó muy por sorpresa. Y no la culpo, porque estoy igual que ella.

—La mafia iba detrás de mi...—nuevamente la voz de mi madre llama mi atención, sacándome de mis pensamientos. —Y si se enteraban que estaba embarazada...oh cariño, iban a matarlos a ustedes junto conmigo. Y sé que te estarás preguntando; ¿por qué demonios no pedí ayuda, verdad?

Sonríe ligeramente, pero más parece una sonrisa triste a una de felicidad. Menea la cabeza y suspira.

—La mafia, es algo de lo que nadie puede escapar. No se cómo, pero tienen conexiones en todos lados; en la INTERPOL, D.E.A, C.I.A, O.I.J, etc.—dice sin apartar su mirada de mi rostro. —Estaba desesperada, sabía que podían encontrarme en cualquier momento, y aunque tuve la opción de dejarlos en alguna casa hogar o darlos a otra persona...simplemente no pude. Eran mis hijos. Son mis hijos, ¿Cómo podría siquiera poder pensar en abandonarlos?

Limpia las lágrimas que resbalan por sus mejillas. Y reprimo las ganas de levantarme y abrazarla. Me parte el alma ver sufrir o llorar a mi madre y hermana, ellas son lo más importante para mí.

—Así que escapé de la mafia...—suspira, terminando de limpiarse el rostro. —Huí, y cuando conocí a David, no dude ni un minuto en utilizarlo como “camuflaje”. Sabía que nunca podrían encontarnos bajo su apellido, ni mucho menos pondrían un pie en este maldito barrio.

—¿Por qué?—pregunto curioso. Ella se encoge de hombros.

—Las personas que viven en Bownsville de Brooklyn pertenecen a lo más bajo de lo bajo, Drey. Por lo tanto nadie, ni la policía, pone un pie en este lugar.

Asiento mientras bajo la mirada a la alfombra vieja de la sala. La verdad es que lo que dice mi madre no es más que la pura verdad. Escuchar peleas, gritos, disparos y otras cosas de las que prefiero ni mecionar, es de todos los días y las veinticuatro horas. Supongo que entiendo un poco los motivos de mi madre, pero todavía sigo sin entender porqué dejó que David Kirchner hiciera con nosotros lo que le diera en gana. ¿Cómo pudo dejar que golpeara a mi hermana, hasta el punto de casi matarla?

Levanto la mirada, poniéndola en mi pequeña hermana, porque aunque ambos seamos de la misma edad, para mí ella es mi hermana pequeña. Sus ojos verdes-azulados idénticos a los míos, y para mi desgracia, a los de Thomas, observan los labios de mi madre, no perdiendo detalle alguno. Porque para mi desgracia, y la de ella. Gracias a una golpiza que le propinó mi padre, dejándola muy mal herida, consiguió resentir uno de sus oídos. Lo que no sabíamos es que prácticamente se lo había destrozado. Sasha, desde entonces es sorda de uno de sus oídos. Y aunque escucha perfectamente de uno, según el doctor; “un oído no puede hacer el trabajo de dos”. En simples palabras, aunque Sasha escuche con uno, a lo largo del tiempo también quedará sorda de ése, ya que el sobre esfuerzo lo hará colapsar.

Claro, todo sería arreglado si se le operara. Una operación que no podemos pagar. Una operación que esperaba pagar con el dinero del software que había creado, y con el que esperaba por fin cumplirle el sueño a Sasha. Pero Jack McChrystal lo arruinó todo, se llevó mi sueño y el de mi hermana en conjunto.

Otro silencio vuelve a caer sobre todos nosotros, hasta que la puerta principal abriéndose de golpe, nos sobresalta a todos, sacándonos de inmediato de nuestro ensueño. Incrédulo observo a una chica—acompañada de otros dos tipos—entrar a la casa, como si fuese de su propiedad. Se detiene al ver la sangre y observa fijamente el cadaver de mi padre, que está muy cerca de la entrada. Me parece escucharla reír, y murmurar algo como: “que hermosa bienvenida”.

Frunzo el ceño al ver aquellos tipos, completamente llenos de tatuajes y piercings, altos,fornidos e intimidantes...por no mencionar sus vestimentas negras. Pongo mi mirada en la chica, quien de no parece sentirse intimidada al lado de esos tipos. Alza la cabeza y a su vez su mirada, dándole una rápida mirada a todos, pero en el instante que su mirada llega a la mía y hacen contacto, quedo petrificado en mi lugar. Los pelillos de mi nuca se erizan cuando empieza acercarse muy despacio en mi dirección, su andar es lento pero a la misma vez tan grácil. Casi como un felino al andar.

Más te vale recoger eso, Thomas.—una voz aterciopelada, pero con un matiz mandon, rompe aquel repentino silencio. Thomas sin poner peros, obedece aquella orden. Frunzo el ceño de inmediato.

¿Quién demonios es ella?

—Quiero a éste tipo fuera de aquí.—gruñe y arruga la nariz. —Está empezando a pudrirse, y ese asqueroso olor me está empezando a irritar.

—Sí señora.—responde uno de los dos tipos que venían con ella. Alzo ambas cejas incrédulo, de que hagan lo que ella les ordena.

Observo a los tipos y a Thomas, tomar varias mantas, enrollan a mi padre entre ellas, hasta dar con la forma de una envoltura de un confite. Amarran arriba, por la cabeza, y abajo, por los pies, con cinta negra. Entre Thomas y uno de los otros tipos, lo cogen y lo llevan hacia afuera, importandoles poco que alguien los vea con un muerto entre los brazos.

—Jason, acompaña a Evan.—vuelve a ordenar mientras le da una rápida mirada. —Ambos saben qué hacer, y dile a Thomas que venga. Hay asuntos que resolver.

El tipo sin rechistar da media vuelta y se va por donde vino. Casi al instante Thomas regresa a la casa, cerrando la puerta a sus espaldas. Con cierta cautela se acerca y se pone a un lado de la chica.

—Señora...

¿Puedes...—lo interrumpe en un suave murmullo que por alguna razón me arranca un escalofrío, y a Thomas lo hace tensarse. —...explicarme, qué demonios sucedió?

Empieza a girar en su dirección, poniendo aquellos ojos, en los de Thomas, quien no parece ser capaz de sostenerle la mirada. Sigo diciendo, ¿quién demonios es esa chica? Frunzo el ceño, aprovecho el silencio y el hecho de que ella no me está viendo; para observarla detalladamente. Junto a Thomas se ve incluso más bajita, debe de medir cuanto mucho un metro sesenta y cinco centímetros. Un largo cabello negro cae por su espalda y parte de su pecho, desde aquí consigo percatarme que el lado derecho de su cabello, está bastante corto casi al punto de estar rapado. Toda—o en su gran mayoría—su oreja derecha está llena de piercings, incluso una cadenita cuelga de uno de ellos y conecta con el otro. Frunzo el ceño al ver un tatuaje de lo más inusual en su abdomen, parece ser alguna clase de serpiente. La tinta negra de ese inusual tatuaje por alguna extraña razón contrasta perfectamente con lo blanco de su piel, y aunque tiene un ligero bronceado, no deja de tener un color claro. No consigo ver del todo bien su rostro, pero sí su atuendo. Una blusa que deja su abdomen al descubierto; color azul oscuro, una chaqueta negra, unos vaqueros que se moldean a su menudo cuerpo y unas botas militares un poco sucias. Un atuendo simple ha decir verdad, lo único que me indica que ella no es una chica “común y corriente” son aquellos ojos. Negros como la tinta, sin ni una pizca de otro color que no sea el negro, como si fuesen los ojos de un Demonio.

Da-Dakota...—la voz entrecortada de mi madre llama mi atención, aunque también la de aquella chica y la de Thomas.

—Sheena.—responde poniendo sus oscuros ojos en los asustados de mi madre, quien de pronto se pone muy pálida como si estuviese viendo un fantasma. —Me gustaría decir que es un verdadero agrado verte, pero la verdad me desagrada ver tu maldito rostro. No tienes una idea lo mucho que me estoy controlando para no matarte.

¿Matarla?

Mi cuerpo de inmediato se tensa, y parece ser que no soy el único, tanto Thomas como mi madre se tensan ante sus palabras, como si supieran que hablara en serio. ¿Será posible?

—En serio Sheena, ¿por qué eres tan estúpida.—dice aquella chica cruzándose de brazos, sin apartar su mirada de mi madre. —No sólo traicionaste a Thomas ocultándole el paradero de sus hijos. Si no que además te escapaste de la mafia, ¡dos veces! De verdad...¿Qué haré contigo?

—P-Por favor Dak-ota. A mis hijos no...

—Ay cállate.—interrumpe bruscamente los ruegos de mi madre. Se lleva ambas manos a las sienes y entrecierra los ojos. —Tengo suficientes problemas, como para soportar tus lloriqueos.

Nos da la espalda y empieza a caminar hacia la silla que Gilbert le trajo del comedor, donde toma asiento soltando un sonoro suspiro. Estira ambas piernas, cierra los ojos, apoya la parte trasera de su cabeza contra el respaldar de la silla y cruza los brazos a la altura del pecho. Thomas y Gilbert sumisamente se acercan, pero se colocan a su izquierda, quedando en frente de mí ya que yo estoy a su derecha y mi madre—y hermana—están delante de ella. Estratégicamente está en el centro, por decir así. Todos nos mantenemos en silencio, observándola, esperando que diga algo.

—Bien...—abre repentinamente aquellos ojos oscuros que nos toma por sorpresa. —He tomado una decisión, pero antes...

Los ojos negros de aquella chica se fijan en los míos. Un escalofrío me recorre por todo el cuerpo cuando una sonrisa se abre paso en sus rojizos labios, dándole un aspecto mucho más intimidante.

—¿Cómo te llamas?—pregunta sin apartar sus ojos de los míos y ladea un poco la cabeza, poniendo completamente su atención en mi persona. Frunzo el ceño y tenso la mandíbula con fuerza.

—Con que difícil, eh.—dice ensanchando aquella sonrisa. Mi ceño se frunce mucho más cuando mi corazón empieza acelerarse. —Vuelvo a repetir... ¿Cómo te llamas?

—D-Dakota por...

Con un solo movimiento de mano calla a mi madre. Me gustaría ir y abrazar a mi madre para que se tranquilice, pero mucho me temo que no soy capaz de moverme, no cuando aquellos ojos negros están fijos en mi persona.

Esto no es asunto tuyo, Shenna.—escupe con asco el nombre de mi madre, otorgándole tal mirada que si se pudiera matar con una, mi madre ya estuviera varios metros bajo tierra. Pone los ojos en blanco y bufa por lo bajo, recoge la piernas, enderezandose, las cruza poniendo uno de sus tobillos sobre su otra pierna.

—La verdad aunque no quieras decírmelo, sé quien eres...—sus ojos vuelven a estar fijos en mi persona. Alzo una ceja, tratando de aparentar una tranquilidad que no sentía para nada.

—¿Ah sí? Y si lo sabe, cuál es la gracia de preguntarlo.

Se encoge de hombros, dándole casi un aspecto inocente, casi.

—Porque es divertido.—atina a responder, y vuelve a sonreír. —La verdad toda esta situación lo es. La traidora cayendo por sus propios engaños y mentiras, sus amados hijos siendo reventados de su perfecta burbuja y un mafioso reencontrandose con su familia pérdida. Suficiente material para una barata y ridícula telenovela.

Ríe sonoramente, claramente burlándose de nuestras desgracias. Mi ceño se frunce, molesto por sus palabras, que aunque tienen algo de verdad, no dejan de ser molestas. ¿Qué le importa a ella? ¿Quién demonios es de todos modos?

—Drey Kirchner.—escuchar mi nombre ser pronunciado por ella me toma completamente por sorpresa. Su sonrisa aumenta al ver mi expresión. —El magnífico creador del SS-DK Segurity Software.

Un estremecimiento recorre cada centímetro de mi cuerpo, dejando una sensación de frío. Mis ojos atónitos no se apartan de los suyos, no dando crédito a lo que escucho. ¿Cómo sabe ella que yo soy el creador si esa información es confidencial, por no mencionar que ante todos Jack McChrystal es el propietario? ¿Cómo consiguió esa información?

—¿Quién eres?—pregunto al cabo de unos minutos.

¿Por qué? ¿Por qué su sola presencia altera tanto a mi madre? ¿Por qué esos tipos parecen tenerle miedo y a la misma vez respeto? ¿Quién demonios es ella?

Una carcajada por su parte rompe el tenso silencio que se ha apoderado de todos nosotros. Sus ojos negros brillan divertidos.

—¿Para qué quieres saberlo?

A leguas se nota lo mucho que le fascina jugar con la paciencia, con la mente, de las personas. Tragándome el enojo que me está empezando a impacientar, trato de mostrarme sereno, una serenidad que la verdad no sentía.

—Simplemente deseo saberlo. Digo...tú sabes el mío pero yo no sé el tuyo.

Esa respuesta pareció encantarle porque sus ojos negros adquirieron una chispa maliciosa y su sonrisa parecía permanente en su rostro.

—Dakota...Dakota Anderson.—responde después de unos segundos en silencio. Y me observa fijamente como si midiera mis reacciones. Frunzo ligeramente el ceño.

¿Dakota Anderson?

Mi ceño frunce mucho más y la observo confundido. ¿Se supone que su nombre me tiene que decir algo? De verdad, nunca en mi vida había conocido una chica tan extraña y misteriosa como ella. Mi cuerpo de inmediato se tensa cuando aquella chica se acerca lentamente en mi dirección, rodea el sillón individual en el que estoy sentado. Un escalofrío me recorre al sentir su aliento en mi cuello.

También me conocen por otro nombre...—susurra en mi oído. Me aguanto las ganas de encogerme, al sentir su presencia en mi espalda. —En el infierno me conocen como Atheris. Dueña y señora de todas estas malditas calles.

Ése, definitivamente sí lo reconozco. Por supuesto que reconozco ése mote. Porque los noticieros no se cansan de hablar de aquella persona, de ese cruel y sádico mafioso. Nadie conoce su rostro, su entidad, ni cómo hace para moverse entre nosotros sin las autoridades darse cuenta. Sólo se sabe su apodo porque cada vez que mata a alguien aquella persona es encontrada entre cuevas de serpientes, de nombre Atheris.

Aquellos benditos ojos negros vuelven a entrar en mi campo de visión, sin embargo hay algo diferente en ellos, ya la satisfacción y diversión que me pareció ver en ellos ha desaparecido. Por una vez en mi vida puedo decir una cosa; tengo miedo. Miedo de lo que vaya a suceder con nosotros.

—No te preocupes. No pienso hacerles nada.—su voz me saca de mis pensamientos. Aquella sonrisa malvada vuelve a formarse en la comisura de sus labios. —No sin antes obtener algo a cambio.

¿Algo a cambio? ¿De qué demonios está hablando?

—¡¿Q-Qué?!—escucho balbucear a mi madre, pongo mi mirada en ella. Sus ojos verdes, más abiertos de lo normal, observan con miedo a Dakota, quien simplemente la observa indiferente.

—¡¿DE QUIÉN?!—grita mi madre con una mueca horrorizada casi enloquecida, mientras se levanta de un salto. Con uno de sus dedos señala a Dakota. —¡Te atreves a tocar a uno de mis hijos y te juro que...

—¿Qué? ¿Matarme?—se burla. Chasquea la lengua, menea la cabeza y se lleva una mano a la espalda. —Sheena...Sheena, ¿por qué nunca aprendes? ¿Por qué?

Mierda. Mierda. Mierda.

Incrédulo observo a Dakota sacar una pistola plateada, con la figura de una serpiente enrollada en la parte del cañón, y apuntar con ella a mi madre. Sus ojos negros, sombríos, observan con odio a mi madre.

¿Debería de matarte?—dice con un tono de voz peligrosamente suave. Mi madre con el rostro tenso, cubre a mi hermana, quien empezó a llorar a su lado. Deseo de verdad levantarme y abrazarlas, tratando de infundirles protección y tranquilidad pero mucho me temo que pueda moverme. Por no mencionar, que puedo empeorar las cosas.

Maldita sea.

—Te dije que esto no era asunto tuyo.—gruñe mientras frunce el ceño. Aparta por un momento la mirada de mi madre para intercambiar miradas con Gilbert, dándole al parecer una orden silenciosa, porque el tipo solo asiente y sale de la sala, dejándome una terrible sensación. Dakota se mantiene firme, apuntando a mi madre; quien no parece saber qué hacer.

—Thomas, ayuda a Gilbert.—ordena una vez Gilbert vuelve, con una botella negra y un par de cuerdas.

—¿Qué crees que estás haciendo?—gruño nervioso al verlos vertir, sea lo que contenga esa botella, en un pañuelo, y acercarse a mi madre y hermana. —¿¡Qué mierdas es eso!?

—¡Drey ¡Dr-Drey!—grita mi hermana, forcejeando junto a mi madre. De inmediato me levanto furioso.

No te muevas.—un escalofrío me recorre al ver el cañón de aquella pistola a centímetros de mi rostro.

—¡Dejen a mi madre y a mi hermana, maldita sea!—gruño tratando de acercarme, pero no podía ver nada porque ambos bloqueaban mi vista.

—Listo, señora.—escucho que dice Gilbert, dando media vuelta y dejándome ver a mi madre y hermana inconscientes.

—Bien...—responde sin apartar su mirada oscura de mi rostro, así como tampoco sin dejar de apuntarme. —Hagan lo mismo con él.

—¿De qué...

Pero ni siquiera fui capaz de terminar mi pregunta cuando Thomas y Gilbert me rodearon, poniéndome el mismo trapo con aquel líquido sobre mi nariz y mi boca. Gruñí, me sacudí e hice de todo para que quitaran aquel asqueroso trapo de mi rostro pero mis fuerzas rápidamente se vieron reducidas, y pequeñas manchas negras empezaron aparecer en mi campo de visión. Hasta que al final, perdí completamente el conocimiento y me vi sumergido en la oscuridad.

¿Ha despertado, mi bello durmiente?

Frunzo el ceño, abro los ojos un poco pero al instante vuelvo a cerrarlos. Gruño al sentir un agudo dolor de cabeza, abro los ojos nuevamente y me sorprendo al encontrar la sala bañada en fuertes rayos de luz que provienen de las ventanas. Vuelvo a fruncir el ceño, imágenes de lo más borrosas empiezan a llenar mi mente, una tras otra, acelerándose mi pulso en su proceso.

—¿Drey?

Con la respiración acelerada, la adrenalina recorriendome a mil, pongo mi mirada en la culpable de todo.

—¿Q-Qué mierdas sucedió?—pregunto a duras penas, por alguna razón siento la lengua un poco pasmosa.

Mi mirada no deja de moverse de un lado hacia otra, esperando que todo esos recuerdos hayan sido producto de mi loca imaginación. Pero mucho me temo que no es así. El pulso se me acelera mucho más y un estremecimiento recorre cada rincón de mi cuerpo, al ver las grandes manchas de sangre por casi todo el piso de la pequeña sala.

—Créeme, gustosa lo relataría pero si soy sincera estoy agotada y muy cansada.—de inmediato pongo mi mirada en ella, encontrándome con aquellos ojos negros. —Así que vamos acabar con esto de una vez. ¿Qué te parece?

¿Qué? ¿De qué demonios habla? ¿Qué mierdas está sucediendo? De verdad no entiendo nada.

¿Los ratones te comieron la lengua, querido Drey?

Puedo sentir como un hormigueo empieza a recorrerme a lo largo de la espalda, y subir hasta mi cuello; donde los vellos de mi nuca se erizan. Trago saliva, tratando de hacer pasar el nudo de miedo y frustración que siento en mi seca garganta. No importaba cuántas señales le enviara a mi cuerpo, no conseguía tranquilizarme del todo.

—¿Sabes? Es de mala educación no responder cuando se te hace una pregunta.

Tenso la mandíbula con fuerza al sentir algo frío y de metal presionar una de mis sienes. Unos ojos negros como la mismísima tinta, donde el iris se entrelazaba con la pupila en una misma y escalofriante tonalidad, conectan con los míos; dejándome una extraña sensación en la boca del estómago.

—¿Me odias, Drey?

Tenso con mucha mas fuerza mi mandíbula, hasta sentir un ligero dolor en las sienes, cuando una de sus manos empieza a recorrer mi rostro. Sus dedos exploraban mi mejilla para bajar hasta mi barbilla. Y todo, sin borrar esa maldita sonrisa de su rostro. Todo músculo de mis brazos protestan en mi arrebato por rehuir de su tacto, algo imposible teniendo en cuenta que mis manos están contra mi espalda, inmovilizadas por unas gruesas cuerdas. Unas que se han encargado de ir arrancando poco a poco la piel de mis muñecas, y mandando descargas de dolor por todo mi brazo.

—Maldita sea...—jadeo. Sudor frío empieza a bajar por mi espalda, al sentir no sólo dolor en mis muñecas, sino casi que en todo mi cuerpo.

—Entre más te muevas, peor será para ti.

De inmediato levanto la mirada, al escuchar la risa contenida en su tono de voz, y que la sonrisa—llena de fría diversión—formada en aquel bello y malvado rostro me confirma; que ella estaba disfrutando mucho el verme de aquella manera.

—¿Ya debes de haberte dado cuenta, verdad?—ríe entre dientes, sin apartar esa escalofriante mirada llena de arrogancia de la mía; donde el odio danzaba entre mis iries verdes azulados. —No podrás escapar de mí, por más que lo intentes Drey. No importa cuánto trates, simplemente no eres rival para alguien como yo. Y el que me mires de esa manera no hace sino de este juego más divertido.

Todos los músculos de mi cuerpo se tensan por la furia e impotencia que recorre cada centímetro de mi ser. Puedo sentir mi vista nublarse, lágrimas de furia empiezan a empañar mi campo de visión; pero no me permito dejar caer ni una. Eso es lo último que me faltaría. Así que simplemente me aferro a mi orgullo, que aunque esté en esta situación—una de la cual me reíria si hubiera algo de verdad divertido de lo que reír—no puedo dejarme amendrar. Ya suficiente con estar inmóvil contra una silla, incapaz de poder mover los dedos de mis entumecidas manos.

—Realmente eres un hombre muy interesante, Drey Kirchner.

Mi entrecejo no tarda en fruncirce al no conseguir interpretar su tono de voz, y el no poder ver alguna expresión en esos escalofriantes ojos, no ayuda en lo absoluto. Me regala una última e intensa mirada antes de darme la espalda. Sin apartar la mirada de ella, la observo dirigirse en dirección donde están mi madre y mi hermana. Me preparo para levantarme—aunque esté amarrado contra una silla—si se atreve a tocar alguna de ellas, pero al parecer su objetivo era otro. Sin suavizar la tensión de mi rostro la observo sentarse con toda despreocupación y tranquilidad en una silla que está en medio de nuestra sala, como a un metro y medio de donde estoy yo. Apoya del todo la espalda contra el respaldo de madera, cruza los brazos y las piernas, apoyando el talón en el muslo. Y todo, sin guardar la pistola plateada que está fuertemente aferrada entre sus dedos, así como sin apartar esa fría mirada de mi persona. Me remuevo un poco incómodo al ser el blanco de observación de esos malditos ojos. Eran inquietantes. Nunca en mi vida había conocido a una persona como ella, nadie debería de tener una mirada así de intensa y una presencia tan intimidante. No sabría explicarlo, pero había algo en ella que te hacía ponerte los pelos de punta.

—Señora...—la voz de Gilbert me saca de mis pensamientos. —Están a punto de despertar.

Pongo de inmediato la mirada en mi madre y hermana, ambas están en mi misma situación; inmovilizadas con unas gruesas cuerdas que no tengo ni la más remota idea de dónde sacaron. La única diferencia, además de estar inconscientes, es que están sobre uno de los sillones viejos color verde que forman parte de la limitada decoración de la sala. Y aunque ninguna tiene algún golpe o herida, me hierve la sangre de verlas así en ese estado.

—¿Qué piensa hacer, señora?

Aparto mi mirada del rostro sereno de mi hermana y madre, para volver a toparme con aquellos iris tan negros como la mismísima tinta, que no han dejado de observarme.

Así deben de ser los ojos del mismísimo diablo.

—¿Hacer?—pregunta mientras les da una indiferente mirada por encima del hombro a mi madre y a mi hermana, para volver a poner su mirada en mi persona. Una sonrisa de medio lado se forma en sus labios. —Nada. No pienso hacer absolutamente nada.

Todos los presentes fruncimos el ceño, confundidos por sus palabras. Ríe, se levanta con aquella pistola plateada todavía enrollada entre sus dedos, y camina por la pequeña sala. La suela de sus sucias botas militares hacen un pequeño y seco eco con cada paso que da. Se detiene cerca de la gran mancha de sangre que dejó el cadáver de David Kirchner.

—¿Sabes Drey?—su voz vuelve a romper el tenso silencio, pongo mi atención en ella pero sigue viendo el piso lleno de sangre. —Tenía pensado torturarte hasta que me dieras las claves del SS-DK software, y no me interesaba que fueses hijo de Sheena y Thomas.

Se encoge de hombros, mirando de soslayo al aludido, quien sigue al lado de mi madre y hermana; vigilandolas. Ni siquiera se inmuta ante lo que acaba de decir, sus ojos verdes-azulados mantienen la misma frialdad y seriedad desde la primera vez que los vi.

—Pero bueno...—la escucho hacer una pequeña pausa. Vuelvo a poner mi mirada en ella, sonríe y camina en mi dirección. —He decidido hacer un pequeño cambio de planes, tanto por el gran beneficio que obtengo como el hecho de que eres hijo de uno de mis hombres más leales. Y si a eso le sumamos la deuda de tu madre conmigo.

Me estremezco cuando el frío metal del arma vuelve hacer contacto con mi piel. De reojo observo el cañón presionar con fuerza mi mejilla, el cual empieza a bajar hasta rozar mi mentón y colocarse debajo de él; donde hace presión hacia arriba, haciendo que alce mi rostro quedando a centímetros del suyo. De inmediato llega aquel sutil aroma a menta, tabaco y un pequeño toque dulce, parecido al olor de la vainilla.

Me gustas, Drey Kirchner.—susurra con una sonrisa de lo más maliciosa formada en su rostro, sin apartar el arma de mi mentón. Tenso con fuerza la mandíbula cuando en un movimiento rápido se sube a horcajadas sobre mi. Latigazos de dolor empiezan a subirme desde la punta de mis dedos hasta mi hombro, donde me sacudo esperando tomar distancia de ella.

—Quítate.—siseo entre dientes, con el pulso completamente acelerado. Mi corazón, víctima de mi misma ira, latia con dolorosa y furiosa fuerza.

—No quiero.—sonríe con diversión al ver mis inútiles intentos de distanciarme.

—¡Que te quites!—gruño cada vez más enojado. Abro los ojos como platos pero casi al instante los cierro con fuerza al sentir un agudo dolor en el cuello.—¡¿Qué carajos hiciste?! ¡Maldita sea!

—Tal vez así te quedas quieto.

Gruño con fuerza. Mi cuello empieza a palpitar, sobre todo la zona donde tuvo el descaro de morderme.

¡Esta maldita loca me mordió, como si yo fuera un maldito trozo de hamburguesa!

—¡¿Qué mierdas quieres?!—grito harto de ese maldito juego.

Aquella sonrisa de fría arrogancia lentamente se borra, sus ojos se oscurecen mucho más—como si eso fuese posible—dándole un aspecto más sombrío e intimidante. Inevitablemente un escalofrío recorre mi cuerpo al sentir la tensión crecer alrededor de nosotros, una que sinceramente no me da muy buen agüero. Tenso la mandíbula con fuerza cuando ella se mueve encima de mi, mientras hace más presión sobre mi mentón levantandolo. Solo unos cuantos centímetros separan su rostro del mío.

—¿Qué es lo que quiero, preguntas?—masculla en un ronco susurro que eriza los vellos de mi nuca. —Eso es algo que tú mismo puedes responder.

Frunzo el ceño y la observo como si de pronto se hubiese vuelto loca, tal vez lo está, porque me queda más que claro que ella no tiene ni un pelo de normal.

—¿De qué mierdas estás hablando?

Sus ojos negros no se apartan de los míos, y los míos tampoco se apartan de los suyos. Soy consciente de la postura comprometora en la que estamos, así como que dos de sus subordinados nos deben de estar viendo como al mejor de los entretenimientos, pero aún así...no puedo apartar mi mirada de ella.

—¿Qué serías capaz de hacer por tu madre y hermana?

¿Hacer?

Mi ceño se frunce con mucha más fuerza. Ambos nos observamos por largos segundos en silencio, con aquella tensión aumentando a nuetro alrededor. Su aroma llega con más fuerza al tenerla prácticamente encima de mí, y aunque odie decirlo; huele tan malditamente bien.

—¿Qué?—pregunto al cabo de un buen rato. Una sonrisa trata de abrirse paso en la comisura de sus labios pero mantiene una expresión apacible.

—¿Qué serías capaz de hacer por tu madre y hermana?—repite la pregunta, pero de igual manera dejándome confuso.

¿Está diciéndome que si no hago algo, mi familia estará en peligro? ¿Eso es lo que está tratando de decirme? Pero la pregunta es...¿Qué es ése “algo”?

—¿Qué es lo que quieres de mí?—entrecierro los ojos con sospecha.

Al final no consigue retener mucho más la sonrisa. Una llena de tanta malicia como una persona de ese índole es capaz de poseer se forma en sus labios, y si a eso le sumamos el brillo de aquellos ojos negros, es suficiente mal agüero como para darme escalofríos.

—Ya te lo dije...—responde sin cambiar su expresión. —Eso es algo que tú mismo puedes responder.

—¡¿Puedes dejar de jugar con mi maldita mente?!—gruño cada vez más enojado. —Dime de una maldita vez, ¡¿Qué es lo que quieres de mí?!

—¡A ti!

De inmediato mi cuerpo se sacude por el fuerte estremecimiento que recorre cada centímetro de mi ser, un frío abrasador empieza a crecer dentro de mí. De pronto como si mis sentidos se aguadizaran, a mis oídos empieza a llegar la frecuencia acelerada y frenética de mi corazón.

—¿Q-Qué?—balbuceo sin poderlo evitar. No puedo creer lo que he escuchado, no definitivamente es un sueño. Nada de esto está pasando, no puede ser cierto.

¡No puede ser cierto, maldita sea!

—Oh mi querido e inocente Drey...—murmura mientras niega y se levanta de mi regazo, quitando la presión de su pistola contra mi mentón. Parpadeo sin poder salir de mi ensoñación, aquella sonrisa sigue presente en su rostro.

—¿Q-Qué es lo que...—susurro mientras de pronto una furia incontrolable nubla los otros pensamientos incoherentes que danzan en mi mente, opacando el sin fin de preguntas. —¡¿Qué demonios quieres?! ¿Por qué no nos dejas en paz? ¿¡QUÉ ES LO QUE QUIERES, MALDITA SEA!?

Ella ni siquiera se inmuta por mis gritos. Su sonrisa sigue formada en sus labios, burlándose descaradamente de mí, jactandose de haber conseguido sacarme de mis casillas. Mis dientes rechinan al tensar con demasiada fuerza la mandíbula, bajo la mirada a mis muslos; completamente rendido. Cierro los ojos con fuerza al ver como mi vista empezó a nublarse por las lágrimas de ira e impotencia que mi cuerpo trataba dejar salir. Un grueso nudo empezó a formarse en mi garganta, añadiéndole más dificultad el controlar mis emociones. Deseaba gritar, gruñir, maldecir y golpear cualquier cosa; hasta dejar de sentir mis nudillos. Así de grande era mi frustración.

Lentamente levanto la mirada, topandome de inmediato con esos diabólicos ojos. Ya no sonríe.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Dakota Anderson?

Cásate conmigo.

Observo aquel rostro esperando encontrar algún indicio de broma, porque definitivamente aquello no podía ser verdad. Era imposible. Pero entonces...¿por qué aquellos ojos negros, me observan con tan inquietante seriedad? Los vellos de mi nuca se erizan ante el escalofrío que recorrió cada centímetro de mi cuerpo. Cierro mis ojos esperando que todo aquello sea una maldita pesadilla. Pero para mi desgracia, esto sólo era el principio.

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