05. Receta Especial
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*⋆🏁 ✹ ⿻ .•°🏎️ ˖*ೃ࿔ 🕊️ ˚ 。
。゚・ CASADO CON LA REALEZA ° 。ㅤ
〔 A FORMULA ONE FANFIC 〕
D A T E ° 。ㅤ⚜️
2022 *⋆ ✹ / (July, 03!)
REINO UNIDO,
INGLATERRA
SUS MANOS JUGABAN NERVIOSAS sobre su regazo. Su mirada perdida aún sobre las luces que pasaban a gran velocidad en aquel Ferrari negro.
No pudiendo evitar sentirse más que ansiosa de tan solo ver tan sereno al español a su lado. El mismo que de vez en cuando tarareaba la canción y que al ritmo de la misma golpeaba con sus pulgares el volante del Ferrari.
«Se ve jodidamente atractivo.» suspiró internamente de tan solo verlo. Sus ojos verdes recorriendo el perfil apuesto del español, que a comparación de ella, que parecía que iba a sufrir un ataque de nerviosismo, Sainz estaba más que relajado.
De nuevo su subconsciente jugándole una mala racha. Al tan solo retroceder a pensar en ese momento arriba del podium, como es que ignorando cualquier tipo de protocolo, él había corrido directo hacia ella. Cómo había ignorado el hecho de antes, pedir permiso y, en cambio, robarle aquel beso que la había hecho suspirar.
Y sus manos... le gustaba tanto mirarle tan concentrado en conducir, como parecía hacerlo con tanta naturalidad. Pero sobre todo adoraba ver sus grandes manos sobre el volante, y cómo añoraba de nuevo sentir esas manos sobre su cintura y que la tomara con tanta firmeza y delicadeza como solo él lo había hecho hasta ahora.
«Es tan guapo.» «¿Cómo alguien podía ser tan atractivo sin siquiera intentar serlo?» —Se cuestionaba así misma de tanto mirarlo como una acosadora. Ignorando sobre todo el hecho de lo que antes tanto le preocupaba.
«¡Concéntrate, Gracee!» «Enfócate en lo que es importante.» «¡En que la abuela no te asesine!»
Había roto el código Windsor. Había roto cualquier tipo de código de seguridad de la Guardia Secrete Real Británica. Había jugado con la confianza de su familia. Incluso había roto la confianza a su abuela, su majestad, al mentirle y terminar saliendo con en el español en lugar del canadiense.
Y no era porque no quisiera salir con el español, que hasta ahora era lo que más le apetecía por hacer. Pero sus acomplejadas reglas como heredera británica se lo impedían hacer.
El remordimiento de mentirles a toda su familia comenzaba a comerla desde dentro, aun teniendo en cuenta que desde hace un tiempo atrás venía haciéndolo con demasiada frecuencia.
«No, No, No.» Su cabeza era un mar de arrepentimientos. «Está mal, muy mal.» «Debo regresar.»
Sabía que estaba mal.
El hecho de haberse "escapado" con el español sin el consentimiento de su abuela era una grave falta. Porque, además de ir a un lugar al que no conocía, venía sin la guardia de sus escoltas.
Su abuela, su majestad, le había confiado en salir con su mejor amigo, el canadiense, pero jamás con Carlos. Y es que de la compañía del canadiense solía tener bastantes libertades, como el salir sin la compañía de sus guardaespaldas y poder salir a fiestas, siempre y cuando estos lugares no fueran tan concurridos como lo tenían planteado en las reglas. En cambio, con el español jamás se había implementado un procedimiento, y en todas las veces que había salido con el español siempre había sido bajo la guardia de sus guardaespaldas.
También tenía más que en cuenta, que si la reina se enteraba, probablemente cualquier tipo de libertad que tenía, (aún por más pocas que estas fueran) estás se acabarían por completo. Sabía que no podía salir a un lugar público y arriesgarse, no solo a que su abuela la vea, sino también, a jugar con su propia seguridad. No por nada siempre debía de ir del resguardo de todo un equipo, al ser la heredera de una de las familias más poderosas y reconocidas a nivel mundial. Así como tenía sus cosas buenas, también tenía sus malas. Y eso implicaba a un equipo de personas armadas vigilando por su misma seguridad.
«Debo volver.» «Pero Carlos está feliz.» No podía evitar detenerse a no pensar en ello. No podía evitar no pensar en el español y recordar cómo sus ojos la habían mirado con tanta súplica en el estacionamiento antes de que le dijera 'sí' y accediera salir con él. Cómo su mirada se había transformado en una de tanta ilusión al mismo tiempo que la tomaba en brazos.
Gracee no eran lo suficientemente fuerte como para romper esa gran ilusión del español.
Su silencio el español pronto lo notó, echándole una mirada rápida y ver como su pequeño cuerpo se encogía un poco incómodo sobre el asiento del pasajero. Notando su concentración en su mirada, pero al mismo tiempo como algo le causaba nervios en como jugaba frenéticamente con sus manos sobre su regazo.
—¿Todo bien, princesita? —preguntó.
Gracee no fue capaz de responder y, en cambio, solo seguía en silencio y sin poder moverse de solo ver y sentir la mano del español sobre su pierna. Y cómo en esta trazaba pequeñas caricias con su pulgar, aun conduciendo tan pacíficamente.
Sus ojos verdes de la heredera lo miraron expectantes.
—Y-yo... —tartamudeó Gracee al no poder conseguir las palabras y mucho menos la valentía de poder hablar con él. Y mucho menos concentrase si el español seguía haciendo caricias tan torturadoras para ella.
—Gracee, ¿todo bien? —volvió a insistir el español. Esta vez en su tono de voz, notándose la preocupación.
Un suspiro arrastró con la heredera. Colocando su mano justo encima de la de Sainz que aún reposaba sobre su pierna. Siendo el turno de la heredera de ahora dejar ella caricias sobre la mano del español.
Su mirada agachó aun luchando por encontrar las palabras adecuadas para informarle lo que tanto le preocupaba al español, pero sabía que, por más que lo intentara, jamás las encontraría.
Notando el español con una simple mirada, que en su rostro se escondía un tanto la incomodidad y quizás ¿culpabilidad...?
Por qué así lo era. Gracee se sentía más que culpable de ser quien le quitara esa gran emoción que tenía su español.
—Debo regresar. —por fin admitió. Notando de inmediato bajo su tacto, como la mano de Sainz, y todo su cuerpo, se tensaba de escuchar sus palabras.
Su confesión no solo doliéndole a ella, sino que también a él. Que nuevamente apartó su mirada de la carretera tan solo un momento para mirarle con sus ojos cafés que eran el mismo reflejo de su tristeza.
—Oh. —fue lo único que logró articular el español al sentir tan de pronto su garganta más que seca.
—Y-yo... le dije a la abuela que saldría con Lance, ella no sabe que salí contigo sin la guardia de los guardaespaldas... y no puedo. —comenzó soltando todo su estrés en una inútil explicación. —Lo siento, lo siento. No quiero arruinarte tu noche, pero no puedo salir.
Claro que a Sainz le dolía su confesión. En verdad tenía ilusión de salir con su princesa, celebrar su victoria que había sido completamente para ella. Pero al mismo tiempo podía comprender su preocupación y todo lo que implicaba ser miembro de la realeza.
—Está bien. —le aseguró. Sus caricias sobre su pierna regresaron para consolarla.
Sus ojos verdes notando como lo miraban aún avergonzados.
—Te arruiné la noche, lo siento. —su disculpa abandonó sus labios en un débil susurro. —Tú quieres ir a celebrar con tu equipo, tus amigos. Tú quieres salir a divertirte, embriagarte y...
El silencio del español la tomó por sorpresa, aún más porque la miraba con una sonrisa divertida al aprovechar la luz roja y que el auto se había detenido por completo.
—¿Carlos?
—¿Quién dijo que yo quería salir a celebrar con mi equipo y embriagarme? —acusó.
—¿Eh?
—¿Qué te parece una cena? Solo tú y yo, ¿vale? —propuso sonriente. Su atención volviendo a la carretera ante la luz verde.
—Pero...
Su intento de hablar viéndose interrumpido por las repentinas palabras del español; —No te preocupes, conozco un lugar en donde nadie nos verá. —le afirmó.
Aceptando esta vez la princesa con solo ver la sonrisa encantadora del piloto.
A través de la ventanilla del auto podía ver como cada vez más y más se alejaban del centro del Reino Unido. Conduciendo por las afueras el español.
—¿Dónde estamos? —cuestionó ansiosa la heredera al ver como el mismo español tomaba una salida de la carretera y se adentraban a lo que parecía ser una propiedad privada.
Sainz, en cambio, ignoró su pregunta y al estar frente al gran portón de su propia residencia, activó la entrada al solo presionar el botón del control remoto que cargaba con el, accionándose inmediato y que las puertas del lugar se abrieran para permitirles la entrada.
La heredera no puedo evitar mirar el lugar asombrada. Era una pequeña cabaña iluminaba con pequeños focos que colgaban en tiras por todo el jardín. Haciendo lucir acogedor el lugar.
—No sabía que tenías una propiedad en Reino Unido. —admitió la monarca más que asombrada.
El español que recibe había aparcado sonrió divertido. Apresurándose a salir del auto y rodear de este para abrirle la puerta a su princesa. —Cuando estaba en McLaren sentía que necesitaba un respiro de la ciudad, así que compré esta cabaña a las afueras. —le explicó sin muchos rodeos. Al mismo tiempo que le tendía la mano y la ayudaba a salir del Ferrari negro.
A simple vista, aquella propiedad, a los ojos de la monarca, era encantadora. Con un jardín principal rodeado de arbustos y faros de luz cálida. Y un pequeño camino empedrado por donde entraban los autos que dirigía justo a la entrada principal de la cabaña.
—Después de ti, princesita. —la voz del piloto consiguiendo su atención devuelta.
El interior de la cabaña era aún más acogedor a la perspectiva de la de ojos verdes. Qué curiosa, no se podía resistir a no recorrer y examinar el lugar.
Las paredes pintadas de color beige. Y en primera instancia, la sala de estar era lo que probablemente resaltaba más de la cabaña, los sillones largos y de color blanco, acompañados con una alfombra peluda de color gris. La chimenea, justo frente a los sillones y arriba de ella una pantalla colgaba. Y pasando la sala un ventanal enorme que te permitía ver a todo resplandor el gran lago del fondo. Por otro lado, estaba la cocina, con una enorme barra de mármol con taburetes que sustituía la mesa de comer habitual. Acompañados de una colección de vinos que estaban guardados y apilados en una bodega especial para el tipo de conservación necesario.
A simple vista se distinguía el buen gusto y fanatismo que tenía el español por la bebida alcohólica a base de uvas y el buen estilo de decoración minimalista.
—Vaya, sí que sabes de vinos. —entonces, por fin, después de un largo silencio en el que la heredera se dedicó a recorrer el hogar del madrileño, y el, por detrás de ella, habló.
—Me considero más seleccionista, prefiero disfrutar de un sabor dulce o un tanto amargo del vino a un sabor más fuerte y de olor terrible como otras bebidas. —le explicó, al mismo tiempo, que se acerca a ella precavidamente.
—Mhm, hombre de estricto gusto. —en cambio, se limitó a decir. Caminado hacia otro extremo alejado del español, aún perdida en su misión de recorrer la casa.
Y es que, a comparación del palacio, aquel lugar era uno completamente distinto a los que siempre soñaría en vivir. Un lugar completamente apartado de la sociedad, rodeado de tu completa privacidad, acogedor al poder decorar y amueblar al gusto de la persona. No en comparación del palacio, que a pesar de ser una "propiedad privada" no dejaba de estar en el ojo público de las personas que día con día se aglomeraban en el rejado a lo largo de la propiedad en busca de un movimiento de alguna soberanía.
—São Paulo, Brasil. —comenzó por explicar la historia detrás de una de las fotografías que colgaban en la pared. La misma que había captado más de la debida atención de la heredera que seguía recorriendo el lugar. —Temporada, dos mil diecinueve, arrancaba desde la última posición y logré mi primer podio en mi carrera.
—Wow. —musitó sin palabras. Sus ojos verdes mirando con aún más atención la fotografía en donde todo el equipo McLaren celebraban arriba del podium. —¿Y él? —cuestionó de repente al notar quién era el que abraza al piloto en esa fotografía con una amplia sonrisa.
Misma sonrisa que apareció en el rostro del cuestionado al recordar el momento. —Es Lando, mi ex teammate. Lando es mi mejor amigo. —declaró melancólico de tan solo retroceder a ese momento.
—¿Y está? —curioso Gracee, al pasar hacia la siguiente fotografía enmarcada y que también, al igual que la anterior, se encontraba colgada.
—Somos mi padre y yo. —de nuevo, Sainz comenzó narrando la historia del detrás de cámaras. —Era mi primera carrera de Karting a los siete años. Recuerdo que estaba tan nervioso como emocionado que no podía contener las ganas de orinar que mi padre me regañaba cuando no le prestaba atención a cuando él quería instruirme sobre la competencia. —mencionó, divertido, su risa, contagiándole a la heredera que le miró divertida.
La fotógrafa siendo el claro testigo de su historia. Distinguiendo al pequeño Sainz en traje de careras con su entrecejo un tanto arrugado y sus ambas manos sosteniendo su entrepierna, mientras que el Sainz mayor se notaba como trataba de instruir al pequeño y pasando por desaparecido la tortura del niño.
En verdad le gustaba eso. Le fascinaba la idea de que en un par de fotografías hubiera tanta historia y recuerdos. Que las fotografías fueran con tus familiares o tus seres queridos acompañantes en momentos tan especiales. O incluso también de cosas que amabas, como algunas fotos que también colgaban en la pared sobre distintos coches o fórmulas uno de sus antiguos equipos. Cada una de ellas guardando algo de lo que Carlos era y que habían contribuido a hacerlo la persona que era el día de hoy.
A su lástima no podía decir lo mismo sobre ella. Porque mientras que aquí estaba decorado de mil recuerdos, en el palacio ni un solo recuerdo de ella decoraba. Algo que la hiciera ser ella misma y no la heredera de un legado de miles de años que debía de seguir.
«Ojalá pudiera tener fotografías para recordar.» —pensó cabizbaja.
—En el palacio nada de esto es así. —esta vez fue su turno de comenzarle a explicar al español, compartiendo con él un aspecto que muchos podrían pasar por desapercibido o insignificante, pero que para ella influyente sí era. —Y no estoy diciendo que no haya fotografías colgadas, o bueno, en realidad son cuadros, pero... ninguno de ellos son momentos míos, ¿sabes? Y n-no es porque quiera ser el personaje relevante o quiera tener la atención de todos allí, pero.. —su voz cayó. Siéndole un tanto difícil poderle explicar al español el cómo ella admiraba una simple fotografía como las que decoraban la casa de él, solo porque ella no podía hacer lo mismo con sus propios recuerdos.
El español siguió mirándole con atención. Sumergiéndose no solo en la "historia" que ella contaba, sino también porque le gustaba prestarle atención. Hasta el momento era lo más cercano a algo personal que ella le contaba. Y en verdad lo apreciaba, porque se propondría a escucharla con atención y recordar cada palabra y detalle que ella dijera.
—Es decir, tú detrás de estas fotografías tienes historias, recuerdos, estos que apreciarás por el resto de tu vida porque son algo significativos para ti o simplemente algo que adores con tanta fuerza. —después de una larga pausa, continuó hablando; —En el palacio ninguna de esas pinturas llevan eso, en cambio, son personas que ni siquiera he conocido en mi vida. Es el tatarabuelo de la tatarabuela del tras tatarabuelo.. ¡Ahg! Son los antepasados reyes de Gran Bretaña, que, por si no fuera por ellos la descendencia real ni hubiera continuado. —sito lo último con poca emoción, situando las palabras exactas que su abuela solía decirle de pequeña ante esas ancianas pinturas. —Además, ¡ni siquiera sonreían!
Para Sainz le fue un tanto difícil no poder limitarse a no reír por lo último. Pero casi inmediato, volvió a contener la compostura al notar que la princesa no hacía lo mismo. Podía notar cómo en verdad aquello le fastidiaba, y entristecía al mismo tiempo.
—Princesita, algún día tú podrás colgar cada recuerdo de tu vida. Podrás recordar y contar historias mediante esas fotografías y cambiarás esas horribles pinturas con retratos de tu vida. —declaró. Su voz, siendo tan pacífica y sus palabras lo más delicadas posibles al no desear afectar aún más lo que a la heredera le dolía. Reafirmando sus palabras con un simple asentimiento y una sonrisa tímida cuando los ojos verdes de la británica pasaron de uno de los cuadros colgados en la pared a los grandes ojos cafés de el.
—¿Lo prometes? —preguntó casi en un susurro.
Las manos del español pronto sostuvieron con firmeza, pero a la vez delicadeza el rostro de ella, al haberse acercado un poco a ella. Notando cómo bajo su tacto ella se tensaba tan solo un poco, pero inmediatamente se relajaba ante las caricias que dejaba el español en sus mejillas. Una débil sonrisa le dedicó.
—Claro. —afirmó. —Y espero que la primera fotografía que cuelgues sea mía en donde reluzca mi belleza. —bromeó. Arrebatándole una gran carcajada a la realeza, como había sido su cometido.
La de ojos verdes solo retrocedió un par de pasos, aun retorciéndose de la risa. El calor de las manos de Sainz sobre sus mejillas, siéndole falta, pero limitándose a no acercarse más a él.
—¡Sí, claro! ¡Sueñas, Carlitos! —exclamó sin poder contener su sonrisa.
«Quiero besarla.» —mientras tanto, Sainz era en lo único que podía pensar. Al verle tan pacífica por primera vez desde que se conocía. Al ella haberle compartido un aspecto de su vida que deseaba cambiar. Al verla reír, libre y sin tener que limitarse a siempre tener que parecer perfecta en una postura demasiado recta en donde casi no mostrará alguna emoción. En donde debía de parecer amable ante las personas, pero no lo suficiente por estrictas reglas de imagen.
Quizás parecía no haberle tomado tanta atención a la princesa en el tiempo que la conocía, pero Sainz lo había hecho con gran esmero. Casi la seguía a todos lados con su mirada atenta, analizando cada acción y actitud de ella, comprendiendo aún más su persona y su legado. Intentando memorizar cualquier punto importante en el que el en un futuro quizás podría ayudarla o quizás simplemente, Sainz estaba tan interesado que deseaba conocer cada aspecto de lo que la hacía ella misma.
—¿Tienes hambre, princesita? —después de un breve silencio, cuestionó. En un reflejo rápido para olvidar esa necesidad que le cernía por dentro, de volver a colocar sus manos sobre las mejillas de ella, y no para acariciar de nuevo, sino, precisamente, para sostenerla con firmeza y atraerla para por fin besar sus labios nuevamente.
Pero claro que no lo hizo, ni lo haría. Era una princesa. Su princesita. Y no haría algo que probablemente cambiaría su relación por completo.
La heredera asintió aun sin mirarle a los ojos. Pues sus ojos de color aún seguían perdidos sobre el resto de las fotografías.
Entonces, solo entonces por fin, lo recordó; Había olvidado por completo que en su hogar no había algo más que la pizza en el refrigerador de la noche anterior que había pedido a domicilio. Había estado tan ocupado aquella semana en los preparativos de la semana de carrera que ni siquiera había tenido el tiempo como para salir y hacer las compras de despensa a la cabaña. No solía pasar tanto tiempo aquí, por lo que cuando venía muy pocas veces cocinaba o por pereza prefería traer su comida ya preparada que le hacía el equipo o pedir a domicilio. Lo cual aquello era otra opción, aunque casi al instante lo descartó. Podría arriesgarse a pedir la cena, que el repartidor lo reconociera y que pronto hablaría a los reporteros con tal de vender una nota. Las personas podrían venir y asechar su propiedad en busca de una fotografía o video de la pareja. Imaginando en su cabeza los posibles nombres de titulares que lanzarían; "Gracee Di Alexandra y su esposo pasan una velada mágica en celebración de la victoria en Silverstone." "La princesa y su esposo están pasando una velada a solas." Imaginaba el gran escándalo. Cómo podrían violar su privacidad.
Cómo se arriesgaban a que la reina se enterara.
No podía permitirlo.
Sus nervios sintió a flote al mismo tiempo que buscaba las palabras exactas que decir. No deseaba terminar con la ilusión que ya había plasmado sobre la heredera al prometer una cena, pero su desesperación en el coche porque ella no se fuera terminó por decir la primera mentira que pudo pensar.
Su garganta carraspeó a espaldas de la de ojos verdes, logrando obtener su atención y que esta se girara de nuevo a él y dejara atrás las fotografías.
—¿Qué ocurre? Te noto.. ¿nervioso? —se adelantó a cuestionar.
«Demonios.» —bramó el español a sus adentros. Resultaba que su intento por esconder su preocupación o nervios había sido en vano. Gracee lo había notado y ahora esperaba una respuesta por ello, respuesta que no deseaba darle por miedo de sentir el probable rechazo de la heredera al poco que tenía por ofrecerle.
—Lo siento, princesita. —comenzó disculpándose. El entrecejo de la monarca, arrugándose al no comprender a lo que iba. — Olvidé hacer el supermercado antes y no tengo nada que pueda prepararte, y sé que podríamos pedir cena a domicilio, pero podrían descubrir dónde estamos y lo único que tengo es el resto de la pizza que compré el día anterior en el refrigerador. Lo siento, yo... —sus palabras quedaron en el aire en el momento en que la castaña de ojos verdes le interrumpió.
—¿Pepperoni o Hawaiana? —preguntó.
—¿Cómo? —fue el turno de preguntar del español más que confundido.
—La pizza, ¿es de pepperoni o hawaiana?
—Pepperoni.
—¡Pepperoni es mi preferida! —sonrió. Su simple sonrisa calmó la ansiedad del español. —Aunque una copa de vino me apetece, ¿será posible coger una y acompañarla con la cena?
Sainz asintió aún perplejo. —C-Claro.
La heredera de nuevo sonrió. Saliendo corriendo de la sala rumbo a la colección de vinos del español. Y, por otro lado, Sainz, aún perplejo, no pudo resistirse a no sonreír, incrédulo, de la reacción de la heredera. Quizás habría esperado un rechazo a lo poco que tenía para ofrecerle, pero jamás una respuesta como la que le había dado.
—¿Qué vino has escogido? —cuestionó el español tras la barra después de un largo tiempo.
La pizza recién calentada aguardando en el centro de la barra.
Gracee, que se había demorado un tanto en escoger entre todas las variedades de vinos que coleccionaba el español, recién regresaba con una botella en manos y con una sonrisa que nada ni nadie le podría arrebatar. La heredera, considerándose gran fanática de aquellas bebidas alcohólicas a base de uva, y que, por si fuera poco, tenía un gran conocimiento sobre estas después de haber probado miles y miles de sabores a lo largo del mundo respecto a estas bebidas.
—Château Latour. —pronunció en un perfecto francés. —Les Forts de Latour. Producido en la Comarca de Médoc en Burdeos. Categorizado como primer cru de vinos. Es el perfecto sabor de un vino tinto de excelencia. —explicó con gran emoción.
Su conocimiento no pudiendo dejar más perplejo al piloto. —¿Amante de los vinos? —preguntó Sainz con cierto tono divertido pero completamente fascinado.
—Pas seulement les vins, mais aussi d'autres choses. —respondió de nuevo con un perfecto francés. Dejándole más que claro a Sainz que su determinación y conocimiento eran mucho, y que, sobre todo, si seguía escuchándola hablar en ese acento terminaría por volverlo loco.
Carlos no hablaba francés, pero sin duda comprendía algunas palabras o podía citar francés. Llevaba años compitiendo en la máxima categoría y recorriendo el mundo entero; era normal conocer más de una lengua al escuchar a distintas personas hablarlo. En especial, teniendo en cuenta que uno de los pilotos que más le agradaba en fórmula uno era un francés; Gasly, que en algunas ocasiones había intentado enseñarle alguna que otra frase al español. Estás en especial cuando se trataba de salir con chicas.
—¿Vous parlez français? —después de mucho dudarlo, dijo. Logrando arrebatarle con su intento de francés una gran risa a la de ojos verdes.
—Oui. En plus, tu es mignon quand tu parles français.
—Solo entendí 'oui' —admitió, soltándose a reír acompañado de la princesa. —¿Q-que era lo demás? —le cuestionó. Sus ojos cafés, expectantes por la respuesta de ella.
La heredera sentada en uno de los bancos altos le miró un tanto dudosa. Cuestionando si decirle la verdad o no. De que en verdad había admitido en voz alta que al piloto lo consideraba lindo. «Eres lindo cuando hablas en francés.» había admitido, segura, de haberlo hecho en un idioma del que el español no tenía conocimiento. Pero temerosa de decirlo en voz alta, ahora en uno que sí comprendiera.
—Dije que deberías de perfeccionar tu francés. —se limitó a mentir. Fingiendo desinterés al escogerse de hombros al mismo tiempo que jugaba con el banco alto de la barra.
—Ouch. —musitó Sainz. —¿Cuánto tiempo te llevó aprenderlo?
—Un par de meses, las lecciones eran exhaustivas, pero al cumplir los quince años ya hablaba fluidamente siete idiomas.
—¡Siete idiomas! —exclamó perplejo. Su rebanada de pizza, dejándola, por un lado, al de repente sentir su garganta un poco seca, quizás por el asombro del desempeño que tenía monarca. Y que si antes ya la admiraba, ahora lo haría el triple. Y que con orgullo iría por el paddock presumiendo a quién era su esposa. —Es impresionante.. ¿cuáles son? —preguntó aun sin poder creerlo. Su emoción notándola la chica, al mismo tiempo que también notaba cómo es que este lucha por abrir la botella de vino.
—Inglés, Francés, Italiano..
—Forza Ferrari. —interrumpió el español. Citando probablemente una de las pocas cosas que sabía decir en el idioma de la casa de su escudería.
Gracee río. —Forza Ferrari Sempre. —le siguió riendo. Tras una pausa de ver que el español aún continuaba peleando en abrir la botella de vino, continuó; —Inglés, Frances, Italiano, Aleman, Ruso, Neerlandés, Sueco... —apenas logró completar cuando el estallido le arrebató un grito de miedo.
—¡Oh por dios! —en cambio, el español exclamó. Sus reflejos de piloto siendo más rápidos como para apartarse inmediato antes de que el vino lo ensuciara.
Aunque no podía decir lo mismo de la heredera. Que con miedo lo único que había logrado era cubrir su rostro con sus manos, y que por resultado el vino le cubriera su ropa.
—No, No, No. —repetía el español completamente absurdo en pánico.
Sus manos grandes temblando al intentar limpiar fallidamente a la princesa con el trapo de la cocina. Repitiendo en voz alta una y otra vez, sin parar cuánto lo sentía.
Su estupidez y poca concentración jugándole un juego. Y es que mientras intentaba abrir esa botella, toda su atención estaba en la británica frente a él, que hablaba encantada, y el que la escuchaba y miraba embobado, que terminó por hacer que el vino explotara.
Pero una vez más, la heredera le hizo saber que todo allí se encontraba en orden, cuando a sus manos aportó de su rostro y sus ojos se iluminaron, al igual que la ancha sonrisa que le mostró. No pudiendo ella evitar estallar en carcajadas.
—Princesita. —le llamó Sainz. Pero la heredera no prestó ni la más mínima atención.
Y, en cambio, sus labios relamió, eliminando los restos del vino que inevitablemente había llegado hasta su rostro. —Château Latour. Sin duda es mi vino preferido. —admitió tan tranquila.
Esta vez arrebatándole un suspiro de alivio al español al comprender que ella no se encontraba molesta con el.
—Cómo lo siento, Gracee. —se disculpó nuevamente.
Para la chica lo recién sucedido era de lo menos significativo. Y, en cambio, solo pudo mirar su ropa cubierta de vino aún bastante sonriente.
—No te preocupes. —con sus palabras intento reconfortar al español. Haciéndole saber que está bien.
El piloto ni pudo evitar aún mirarla con tanta vergüenza. En especial al ahora verla de pie con su ropa, probablemente de alta gama, cubierta del color y sabor del vino.
—Vamos. —la indicó a seguirlo, al caminar justo por su lado y tomarla de la mano hasta llevarla a su habitación.
Por nada del mundo permitiría que siguiera cubierta de vino y más si se trataba por su culpa.
Para la princesa fue inevitable no recorrer la habitación con sus ojos por un solo momento. Mirando con atención e intentando memorizar ese lugar lo más que podía. Era una habitación un tanto grande, pero más que acogedora. La cama en el centro de esta era grande, con sábanas de color azul marino aún desordenadas, suponiendo que aquella mañana al español no le había dado tiempo de rehacer su cama y, en cambio, había salido con tanta prisa.
A sus espaldas, aun pudiendo escuchar cómo el español buscaba a prisa algo entre todas sus cosas. No prestándole mucha atención al aún seguir perdida en memorizar ese lugar.
Si lo comparaba con su habitación en el palacio, esta era lo triple de pequeña, pero no menos acogedora. Comúnmente detestaba su habitación por sentirla con la falta de calidez de una habitación, ya que está al igual que el resto del palacio, y su vida era completamente controlada. De pequeña solía imaginar cómo decoraría su habitación y pintaría las paredes de colores llamativos para sustituir ese horrible color poco llamativo. Claro que sí había logrado deshacerse de ese color, aunque no podía decir lo mismo del resto del palacio. También su cama era aún más grande que la del español, pero esta seguía pareciendo más pequeña al sentir su habitación tan vacía de lo grande que era.
—¿Esto está bien? —la pregunta del español a sus espaldas la regresa a la realidad. Apartó a prisa su mirada del ventanal, que seguía teniendo vista hacia el lago, y girándose hacia el español.
Sainz, aun con sus ojos destellados de vergüenza, le tendía un par de prendas a la monarca. La misma que no dudó en cogerlas casi inmediatamente.
—Gracias.
El de ojos cafés asintió. —Por allá está el baño. —le indicó al mismo tiempo que con su dedo apuntaba hacia la puerta continua del clóset. —Podrás tomar una ducha y... lamento no tener ropa más cómoda, pero fue lo mejor que pudo conseguir. —de nuevo, se disculpó apenado.
—Está bien. —se apresuró a calmarlo. —Bueno, mhm, tomaré una ducha. —se disculpó, cruzándose de hombros a la espera de que el español comprendiera su comentario de que le gustaría más privacidad.
Pareciéndole de lo más tierno a la heredera como el piloto que se presentaba vulnerable. Cómo sus nervios lo delataban.
—Oh. —no se demoró más que un par de segundos en percatarse. Retrocediendo a pasos torpes y abandonar su habitación. —Lo siento. —se disculpó una vez más al recién haber tropezado con una de sus tantas maletas. Reincorporándose inmediatamente torpemente y que la británica riera. —Yo.. okay me voy. —dijo como último al salir casi corriendo de la habitación y cerrar la puerta a sus espaldas.
Apenas y le tomó unos segundos en coger una gran bocana de aire e intentar relajarse. Y aun en la soledad del pasillo le seguía costando, no solo odiarse por esta increíble torpeza que presentaba por primera vez ante una mujer, sino también, por su forma de no poder controlar esa ansiedad que crecía en el con cada cosa que se trataba de ella.
«Demonios.» —bramó el español a sus adentros. Apartándose por fin de la puerta a sus espaldas para salir corriendo a la cocina en busca de un trago.
Esta vez se esmeró en abrir perfectamente una botella de vino. Limitándose a hacerlo lento y seguro al no poder apartar sus pensamientos de la de ojos verdes junto con su risa estruendosa que juraría seguir escuchando. Obligándose a hacer un par de pausas para tomar aire y lograr enfocarse completamente, lo menos que quería era volver a destruir otra botella.
—Bravo, lo lograste —la voz de la heredera lo toma por sorpresa entre el silencio de la cocina que ya se había acostumbrado.
Había conocido mujeres hermosas y atractivas a lo largo de su vida. Mujeres que con solo una sonrisa tendrían a todo hombre bajo sus pies. Claro que se incluía en la lista de esas mujeres, en haber sido una conquista de ellas y que ellas hubieran sido una conquista suya. Pero con Gracee todo había sido tan distinto. Todo había pasado tan rápido, que no tardó tanto en percatarse que frente a él se encontraba la mujer que sería su punto final. Era consiente de lo hermosa que era la heredera, incluso podría afirmar que de todas las mujeres era ella quien se llevaba el título ganador. Que con solo una mirada podía lograr tomar tu mundo y ponerlo de cabeza, una mujer tan segura como atractiva, alguien que presentaba porte y elegancia. Pero también como robaba suspiros por su apariencia, también podría robarlos con solo conocer su personalidad. Adoraba a la mujer sonriente y gentil que era con las personas. Que ante muchos se limitaba a mostrarse como en verdad era, pero cuando la conocías, podías identificar rápidamente su carisma. Era divertida, así como inteligente, con una alegría que no terminaba hasta poder contagiársela a los demás. Educada, amorosa, entusiasta, apasionada, atenta, paciente, generosa, honrada. Solo era uno de los tantos adjetivos que tenía para poder describir a la heredera británica.
Que fue solo en ese preciso instante, que la vio caminar hacia él por el lugar, vestida de su ropa, que le quedaba como mínimo cuatro tallas más grandes, con su cabello mojado y desalineado, sin temor a que él la viera así. Sus mejillas un tanto teñidas de un rojizo sonrojado y con una gran y honesta sonrisa. Fue que Sainz quien se dio cuenta de ello.
Para él, era Gracee.
Claro que su entusiasmo, así como las emociones encontradas, intentó hacer todo lo posible por esconderlas lo más que podía. Pero aun así, no podía no detesté a pensar en lo bobo que podía parecer al estar mirándola con tanto encanto. Al estar prestándole tanta atención a lo que decía con el único fin de poder recordar y saber todo lo posible de ella.
—Vale, tu turno. —la heredera le hace saber al español que era su turno de preguntar. Aprovechando su turno de que ahora ella sería la interrogada, como para tomar un trago más de su copa de vino tiento.
Después de su pequeño y vergonzoso flechazo por la princesa, y que la cena hubiera sido un rotundo éxito. Ambos habían decido volver a la habitación y sentarse sobre la cama, como punto de más comodidad, mientras que jugaban entretenidos entre ellos a hacerse preguntas sobre su vida.
Muchas de las cuales el español había respondido con aún más vergonzosas anécdotas.
—Estoy esperando, Carlitos. —le señaló Gracee más que feliz. Seguramente para ese tiempo de la noche y del juego, las copas de vino ya comenzaban a hacerle efecto.
—Mhm... Tu primer beso, ¿a qué edad fue? —la repentina pregunta del piloto tomándole por sorpresa a ella. Quizás de todas las preguntas personales que se imaginaba que podría a hacer Sainz, jamás se esperaría una como aquella. Quizás se imaginaba una pregunta como «¿En verdad tu abuela ha tenido más de treinta 'Corgis'?»
—Bueno..
—¡Espera! ¡Esa ya la sé, Lance, a los ocho años! —afirmó a prisa en cuento el recuerdo revocó en su cabeza. En especial al aún sentir el gran estado de shock que ambos mejores amigos le habían causado.
—Correcto.
—Entonces... ¿Novio? ¿Novios? ¿Alguna vez has tenido? —optó por cambiar su pregunta. Notando de inmediato como los ojos de la heredera se abrían en sorpresa del repentino cambio que había tenido su juego de preguntas, estas que hasta el momento habían sido más sobre familia o niñez.
Ella asintió. Encontrándose un poco nervios a de pronto estar confirmado esto a alguien exterior que no sea su familia. Puesto que sus relaciones se había mantenido en completo silencio y apartado del ojo público al desear la más privacidad que pudiera conseguir como princesa de Gran Bretaña.
—Fue el príncipe Alexander William. —después de muchas trabas, respondió.
—¿El príncipe de Dinamarca?
Gracee asintió. Notando casi inmediatamente como el rostro del español se transformó a una expresión de desagrado. Suponiendo que su egocentrismo era mucho al posicionarse en comparación con el Dinamarca.
—¿En serio, princesita? —cuestionó. Su clara expresión, y la forma en la que había recetado su pregunta. Haciendo saber su muy, pero muy grande egocentrismo.
—¿Qué?
—No es el más atractivo. —afirmó. Su aura eminente decoró su rostro con una sonrisa prominente.
Sonrisa que, con malicia, la heredera deseó borrarla. Al decir; —Pero era más que bueno y atractivo en otras cosas. —respondió con rapidez y segura de sí misma, sin darle tiempo alguno al español de reaccionar más que escupir el vino que recién había deleitando.
Fue su turno de sonreír egocéntricamente. Carcajeándose al notar los ojos expectantes del español que se habían girado a prisa a ella y la miraban aun sin poder creer sus palabras.
—¿Te estás burlando de mi princesita? —cuestionó esta vez con una sonrisa. La heredera solo asintió al mismo tiempo que se carcajeaba con más fuerza.
El español, que no estaba muy dispuesto a dejar eso así nada más, se apresuró a dejar su copa de vino a un lado y atacar a la heredera británica. Bajo sus brazos, notando cómo Gracee se retorcía y, entre risas, suplicaba que el español parara de hacerle cosquillas.
La habitación entera inundándose de las risas de ambos. El matrimonio falso a esa instancia, pareciendo más una pareja real.
—Carlos.. —murmuró con gran dificultad la heredera. El recién nombrado, no deteniéndose con su venganza de cosquillas hacia la pobre chica que cada vez le costaba más coger aire y dejar de reír aún con el torso del español encima de ella atacándola. —Pa-para... —suplicó sin aire. Sus mejillas notando el español cómo se tornaban rojas después de tanto reír.
Consiguiendo por fin que el español se detuviera y junto con ello riera. Pero aquella risa fue apenas como una fugaz brisa de viento que desapareció pronto, al notar por fin su cercanía con su princesa. Al igual que también, Gracee lo notó.
Desde esa posición y su cercanía, podía notar el precioso color verde de los ojos de la heredera. Que, después de haber lagrimeado por reír, parecían verse un tanto más brillosos. Como la piel de su rostro parecía más pálida, de porcelana, jurando creer que su piel era más suave a cómo imaginaba. Y sus pecas, morían por contar cada una de ellas y memorizarlas. Sus mejillas tornadas de un rosa apenas notorio, que si no fuera por estar tan cerca de ella, jamás se hubiera percatado de ello. Y por último sus labios, que no eran ni lo suficientemente delgados ni lo suficientemente rellenos, con un arco de cupido bastante definido en su labio superior, que solo lo hacían fantasear en poder besar esos labios de nuevo.
Su aroma aspiró con tanta fuerza que de pronto se había convertido en su preferida. Cómo sus ojos, cargados de deseo, aún se miraban en completo silencio sin la más mínima intención de apartarse. Sus pesadas respiraciones volviéndose una sola misma. El español aprovechó su oportunidad al recoger un mechón castaño de la heredera y colocarlo tras la oreja. Su pulgar trazaba un camino desde el lóbulo de su oreja a su mejilla y acariciándola dulcemente. La respiración de la heredera rápidamente cambiaba a una pesadez que bajo sus brazos podía sentir cómo temblaba.
¿Podría hacerlo? ¿Acaso estaba dispuesto a besarla? No hacía falta contestar a esas preguntas, sus acciones e intenciones eran claras. Pero toda su necesidad solo se obligaba a contenerla por ella, en especial por aún notar la duda que sus ojos verdes reflejaban, aun cuando está más que claro que ambos lo deseaban.
Como ella duda de si estaría bien o no. Pero su cuerpo la traicionaba, el tener encima suyo al español entre sus piernas, donde sus cuerpos se rozaban y provocaba un cosquilleo en ella que jamás nunca había sentido, y que sobre todo temía por descubrirlo.
Sus ojos miraron con duda los cafés de él, que hacían un viaje de sus ojos a pasar a mirar sus labios. Y cómo estos se entreabrían inconscientemente y ella relamía los suyos. Su distancia acortándola aún más posible hasta sentir el aliento del piloto chocar contra sus labios.
Su pequeño cuerpo encerrado bajo el ancho y musculoso cuerpo del español.
—Gracee. —murmuró Sainz con su voz un tanto más gruesa de lo común.
Sus narices se rozaban, su aliento chocaba con el del otro. Sus respiraciones siendo tan pesadas que los suspiros se escapaban con un simple movimientos que hacía que sus cuerpos se tocaran. Y sus manos... sus pequeñas manos viajan hacia el ancho dorso del español encima de ella y terminando a aferrarse a sus brazos recargados a los costados de su cuerpo.
Solo hacía falta cerrar ese es espacio. Terminar con la tortura que ambos les consumía por dentro.
Sus ojos cerró al sentir el roce de sus labios que cada vez estaban más cerca de por fin besarlos.
¡RING!
El estruendo sonido del teléfono del español trae a ambos devuelta a la realidad. La princesa no demorándose mucho en reincorporarse sobre su lugar después de haber empujado al español a un lado al apartarlo de encima suyo.
Por un segundo, Sainz dudó específicamente que hacer al aún mirar a la chica en su cama. ¿Si acaso debía de abalanzarse a ella y besarla al fin o responder esa llamada? Pero inmediatamente comprendió que era mejor darle un poco de privacidad y salió de la habitación.
—¡¿Dónde estás?! ¡Todo el mundo te está buscando! —el grito fuerte de su primo, acompañado de la música a todo volumen de fondo, es lo primer que escucha al atender la llamada. Viéndose obligado a solo apartar un poco el aparato de su oreja al no desear después perder la audición de ese odio.
—Estoy con Gracee. —respondió tan calmado como podía, pero la sonrisa de su rostro delatando su alegría. Y su bulto en su pantalón delatando lo que provoca la heredera en el.
Si tan solo su primo jamás lo hubiera interrumpido, ahora quizás estaría besando de nuevo a la heredera de Gran Bretaña, como tanto ha fantaseado.
—¿Qué? ¡Pero si dijiste que vendrías! —expecto molesto, los signos de alcohol delatándolo en su forma de vocalizar.
—Hubo un cambio de planes. Quiero pasar la noche con mi esposa.
—Antes de que tu relación se hiciera pública eras más divertido... me pregunto por qué jamás me lo dijiste. —abro con pesadez por encima de todo el ruido de fondo.
—Deja de beber, ¿sí? Adiós. —y con eso, cortó la llamada, sin otorgarle un solo segundo a su primo de darle una respuesta o bufido molesto.
La pantalla apagada de su teléfono miró inevitablemente por unos cuantos segundos aún en el pasillo fuera de la habitación. Cuestionándose si había sido el tiempo necesario a solas para la heredera, o si debía mejor evitarla, por eso que estuvo a punto de hacer, aun cuando lo había deseado con tanta fuerza.
«Joder.» —pensó inevitablemente frente a la puerta de la habitación. Siendo muy poco consiente de cómo su mente le jugaba ese juego y le hacía recordar cada segundo de lo que puede haber o no ocurrido ahí dentro.
Un suspiro arrastró antes de abrir de nuevo la puerta de la habitación. Encontrándose con la sorpresa de que esta se encontraba en completo silencio, a excepción de la relajada y profunda respiración de su princesita que dormía pacíficamente en la cama.
Acercándose a ella haciendo el silencio que más podía hasta llegar al costado de la cama y quedar de pie mirándola. Desde más cerca podía notar como su rostro lucía sereno con cada respiración, sus párpados cerrados y relajados, mientras que sus largas pestañas descansaban en su pómulo. Su cabello castaño un tanto desalineado sobre la almohada. Y sus labios, esos mismos que había estado a punto de probar una segunda vez, se mantenían un tanto entre abiertos.
«Demonios.» —pensó casi de inmediato al percatarse que no podía seguir viendo a la princesa así. Porque además de acosador, parecía un adolescente lleno de hormonas y con muy poco autocontrol.
Pero, si no podía quedarse ahí, ¿dónde dormiría? Su propiedad en el lago costaba de solo una habitación, y prefería dormir en algún otro lado antes de invadir la privacidad de la princesa y quizás también incomodarla. Como caballero, no se podía permitir hacer pasar a una mujer por eso.
Como sea, el sofá de la sala parecía ser mil veces más cómodo que su cama gigante.
Su mayor esfuerzo el español hacía al sostener con fuerza la charola con el desayuno con ambas manos, al mismo tiempo que intentaba abrir con mucha dificultad la puerta de la habitación.
Su cabeza asomó con extremo cuidado de hacer silencio, para encontrarse aún a la heredera pacíficamente dormida, cubierta con las mantas con las que se había encargado de arroparla la noche anterior.
Una sonrisa decoró su rostro. Entro, esta vez por completo, a la habitación, aun manteniéndose en completo silencio.
La charola con el desayuno dejó aún lado de la cama y al acercarse al costado de esta, se permitió tan solo un segundo en apreciar la belleza de la británica, que aún dormía pacíficamente, y que sobre todo no tenía la mínima idea de la sorpresa que le había preparado el madrileño desde muy temprano.
Panqueques. El desayuno preferido del español y que sobre todo era su más grande especialidad a cocinar.
Desde que tenía uso de memoria, el español recordaba los desayunos de panqueques como los mejores de todos los tiempos. Adoraba despertar con el olor de estos y acompañados de un gran vaso de leche, devoraba de estos. Claro que con el paso de los años su gusto por su platillo de niñez no había cambiado en lo mínimo, y que esta vez deseaba compartirlo su gusto y recuerdo con su princesita. Y quizás, solo quizás, crear esta vez un recuerdo para ambos.
Una sonrisa se formó de ver pacíficamente dormida a la heredera. Las sábanas sobre ella, como la noche anterior con las que la había arropado antes de salir de la habitación, aún cubrían su cuerpo. Su cabello esta vez un poco más desalineado, pero no haciéndola parecer mal. Su rostro angelical, su expresión tan calmada como lo era, su mismo ritmo de respiración. Y sus labios, los mismos que habían intentado besar la noche anterior, ahora estaban un tanto entreabiertos, pero aun así siguiendo pareciéndole algo tentador.
Si tan solo diera un paso más y se inclinaba lo suficiente, fácilmente podría besarla por fin.
Pero, en cambio, una vez más, contuvo su deseo por hacerlo y con una débil caricia en la cabellera de la princesa, llamó su atención. Notando como su pequeño cuerpo bajo las mantas se removía débilmente y un quejido escapa de sus labios.
—Gracee. —esta vez la llamo. Los ojos de la chica, sonriéndole, apenas abrió sus ojos y lo miró. —Buenos días, princesita.
—Hola, Carlitos. —le respondió con la misma felicidad que el español tenía de verla.
Y aun con el pesar de las mantas, se reincorporó en su lugar hasta sentarse. Un bostezo arrastrando con ella inevitablemente.
—¿Qué escondes? —cuestionó más que intrigada al notar como el español se esmeraba demasiado en esconder la bandeja de desayuno detrás de él.
Su sonrisa nerviosa delatándolo. —Una sorpresa.
—¿Ah si?
—Claro. —afirmo tan sonriente como siempre a cuando se trataba de la heredera. Su risa asomándose por las comisuras de su boca, transformándose a un Sainz totalmente radiante.
Para Gracee fue inevitable no sentir algo ligero y aterciopelado, rozando su corazón... y revoloteó. Solo había sido por apenas una fracción de segundo, pero fue bastante como para identificarlo.
Una mariposa.
«No, no, no.»
Adoraba las sensaciones de amor y tranquilidad. Adoraba sentir su cuerpo lleno de emociones, de verdad le encantaba, pero no podía tener ese revoloteo de felicidad. No podía tener una mariposa en el estómago. No por Carlos Sainz.
Así que debía de apagar eso de inmediato.
—¿Estás bien? —la pregunta del español logrando traer de vuelta a la heredera, que por haber estado envuelta en sus pensamientos había ignorado por completo la presencia de él. —Estás un poco pálida.
Una sonrisa se forzó a mostrarle casi al instante. —Sí, estoy bien. —su atención volviendo a concentrarla en él. —Solo me esta preguntando, ¿qué, qué es lo que huele tan delicioso?
—Bueno, ya que lo dices...
Pero estaba tan nerviosa que no podía concentrarse en nada durante todo el tiempo en el que el piloto se esmeró en mostrarle lo que había preparado.
—¿Te gusta? —su pregunta llena de ilusión de nuevo, logrando que la heredera apartara sus pensamientos y volviera a centrar su atención en él.
—Yo...
—Anda, prueba. —las palabras del español alentándola a probar del desayuno.
Sus manos tomaron con mucho cuidado la bandeja de desayuno con ayuda de Sainz. Partiendo del panqueque ante la pendiente mirada del español que esperaba impaciente por el veredicto de la de ojos verdes.
—Mhm. —fue lo único capaz de musitar. Sus ojos cerrando al disfrutar del sabor tan dulce.
—¿Y bien?
—¡Esto esta delicioso! —exclamo. Sus ojos brillando de la emoción, al mismo tiempo que se adelantaba a cortar y comer el siguiente pedazo.
Por otro lado, Sainz se tomó su tiempo de mirar a la princesa. Sonriendo inevitablemente de verla como una niña pequeña que comía con tanta emoción su plato de panqueques. Al mismo tiempo que también tomaba asiento a su lado, y al igual que ella, comía su plato.
—Entonces, ¿eso es un sí?
—¿Bromeas? ¡Están deliciosos! Para nada se compara con los que suelen preparar en el palacio, son tan fluffys y dulces y...
—Me alegro que te gusten princesita, temía porque no te gustara mi receta especial.
—¿Que? ¿Tú los preparaste? —sin poder creerlo, pregunto. Sus ojos mirando expectantes al español. Los rastros pequeños de comida en su mejilla haciendo sonreír al interrogado.
—Esta mañana salí temprano a hacer las compras al supermercado para preparar esta sorpresa. Quería que todo fuera sorpresa para ti. —murmuro. Sus palabras desconcertando a la princesa, pero no lo suficiente como lo hacía la mano del español sobre su mejilla, que con extremado cuidado se dedicaba a borrar los rastros de comida.
Su sonrisa esfumándose al sentir la atenta mirada del español sobre ella de nuevo, al igual de sus dedos, que habían pasado de limpiar los restos de comida de su mejilla a ahora acariciar sus labios.
No podía gustarle el español. No podía gustarle su cómplice de esta mentira. No podía provocar esas mariposas en ella.
Jamás había conocido el significado de las mariposas que tanta gente hablaba de ellas. Nunca las había sentido, hasta ayer por la noche. Solo las había cónico cuando ayer casi se habían convertido en un solo, pero todo había muerto cuando el teléfono del español había sonado inesperadamente y arruinado el momento, o a lo que su parecer era; salvándola de cometer un error.
Pero esta vez era totalmente distinta. Por qué, a comparacion de la noche anterior en la que había distinguido la duda en los ojos del español, ahora veía su determinación y cómo esta vez no se resistiría a las ganas que tenia de besarla.
«Tranquila, quizás solo está viendo que tienes una basura en los dientes, Gracee.» —quiso pensar.
¡RING!
Y como si estuviera rogando por una salvación...
Esta vez fue el turno del teléfono de la heredera en sonar. El estruendoso ruido en la silenciosa habitación trayendo devuelta a la realidad a ambos. Agradecida la heredera por la distracción, apartándose tan rápido de él y salir corriendo hacia el otro lado de la habitación para tomar su teléfono.
—¡Lance! —grito el nombre de su mejor amigo apenas atendió la llamada.
—¡Gracee! —grito Lance claramente alarmado. —¿Cómo va el nido del amor?
—¡Lance! En serio, ¿qué sucede? —se apresuró a ignorar su pregunta cuestionándolo con otra. Pues su grito inicial claramente había sido uno alarmante, y que solamente significaba que algo lo abrumada.
—¡¿Se puede saber a dónde te has ido?! ¡La abuela me acaba de llamar diciéndome que es hora que te lleve al palacio! ¡Sabes que le temo a la abuela, así que regresa al palacio! —grito histérico, sin dejar que su mejor amiga pudiera responder algo, cortando la llamada inmediatamente.
—¿Todo bien con Lance? —a sus espaldas la voz del madrileño la hace saltar del susto, su cercanía no esperándola al girarse a él y ya tenerlo frente a frente. La diferencia de altura obligándola a mirar arriba solo un poco.
«¿Cómo es que se ve tan jodidamente bien por la mañana y yo tan jodidamente mal?» —inevitablemente pensó al reconocer lo atractivo que se veía el piloto aún cuando solo se tratara de una mañana común con una sudadera y un pantalón de pijama «¡Basta Gracee! ¡Concéntrate!» —se abofeteo a ella misma. Apartando de nuevo la idea de esas mariposas que en su estómago revoleteaban.
—S-sí. —tartamudeo, nerviosa de su cercanía como de arruinar el momento de la sorpresa del español. —Al parecer a Lance la abuela le llamo diciendo que era hora de regresar al palacio y...
—No te preocupes, yo conduzco. Pero antes termina el desayuno, ¿vale? —se apresuró a decir. —Solo recojo un poco la cocina antes de irnos, puedes terminar el desayuno aquí. No tardo. —informo, adelantándose a salir de la habitación no sin antes recoger su propia bandeja de desayuno y dejar fugazmente un beso en la mejilla de la heredera al pasar por su lado.
Tras la ventana del auto veía a la aglomeración de personas esperando como de costumbre fuera del rejado del palacio al que llamaba hogar. Las personas no tomando muy por desapercibido el Ferrari negro y quienes iban dentro del auto. Comenzando a gritar su nombre con tanta insistencia y las cámaras enfocando, limitándose a únicamente poder sonreírles e intentar parecer lo más amigable como siempre debía de serlo.
A su lado, en el asiento de conductor, el español no dejaba de ver la escena más que asombrado. Jamás había pensado que ir al palacio de Windsor sería una cosa tan estresante como lo era ver a todas esas personas fuera del propio hogar de alguien esperando ansiosamente por una mínima fotografía.
El motor del Ferrari rugió con fuerza apenas el rejado principal del palacio fue abierto y con ello los guardias les permitieran entrar. Conduciendo el auto por el largo camino entre jardines con los que tanto había imaginado al pensar como seria el interior de una de las propiedades más reconocidas y con más años de historia en el mundo. La familia real británica era más que reconocida y respetada por sus largos siglos de reinado y competente reinado de una nación entera. El legado completo de una monarquía.
El enorme palacio Windsor los recibe junto a todo servicio que trabaja en el.
Aparcando el español el auto justo a la entrada del palacio, en donde, al bajar no pudo evitar no explorar el lugar al mirar todo con gran asombro.
Los jardines alrededor delatando los metros y metros de aquella propiedad. El gran palacio siendo aún más reluciente de a cómo había imaginado; tan grande, tan lujoso, tan moderno, pero con los rastros de siglos de historia. Una construcción completamente destinada a funcionar como vivienda de una monarquía poderosa llena de riquezas como lo era la muestra de todos los autos negros perfectamente alineados en la entrada principal; que iban desde unos clásicos, camionetas modernas, y otros de gama más alta.
«Wow.» —el asombro dejándolo conmocionado.
—Bienvenida, su alteza real. —su mayor domo junto con el resto del servicio le da la bienvenida a la heredera, reverenciando ante su presencia y la del español.
Un asentimiento de aprobación de la heredera recibió acompañada de una enorme sonrisa que les hizo ignorar casi por completo el vestuario tan desalineado que llevaba la heredera.
—Su alteza real, permítame informarle que su habitación está completamente ordenada y a su completa disposición después de ausencia.
—Te lo agradezco, Olivia. —reconoció amable. —¿Y su majestad?
—Su majestad junto con sus padres han salido de emergencia. —le explicó. —Han salido han crisis diplomática con Italia.
—Oh, entiendo. —y era verdad. Entendía las responsabilidades grandes la corona y la sucesión al trono. Pero eso no se significaba que aún sentía miedo de saber que algún día ella estaría en esa sucesión y a largo plazo en la corona. —¿Amelie? —esta vez preguntó por su hermana menor. Intentando distraerse en buscar algún otro tema al no desear sobre pensar de nuevo con el paradero de la corona.
—La princesa está en su habitación. Ha dicho que tiene que hacer deberes.
Sainz que desde hace un momento había pasado desapercibido en la conversación al solo estar admirando con atención a su princesa y la forma tan segura de si misma, natural y gentil hacia quienes le ayudaban. Capturo por completo la atención de la de ojos verdes, que después de unas cuantas indicaciones hacia quienes servían para la familia, se había girado hacia su español.
Logrando obtener su atención al llamarlo; —Cariño. —su delicada pero firme voz obteniendo la atención del madrileño, que hasta ese entonces esta tan inmerso en esta vez ver el interior del palacio. Sus ojos avellana girando hacia para conectar con los verdes de ella.
—¿Sí? —respondió con solo unos segundos de diferencia. No acostumbrándose aun a la manera tan poco usual que había utilizado la princesa al llamarlo, pero que sin duda había provocado que su corazón se acelerase y su respiración se cortase de solo pensar a ella, a ellos dos, llamándose de esa forma aún más veces.
—Vamos. —lo incito a acompañarla, sosteniendo su mano y guiándolo por el lugar.
Los largos pasillos recorriendo, que, con tan solo mirar de reojo al español, podía notar como la emoción y a la vez asombro se reflejaban en su rostro al ver los pasillos llenos de años de historia. Historias que probablemente la mayoría del mundo entero conocía al verse obligaos en algún punto de sus vidas a estudiar la historia de la monarquía británica.
—Princesita. —la llamo aun sin girarse a mirarla a los ojos, pero con sus manos que permanecían perfectamente entrelazadas.
—¿Sí?
—¿Puedo ser completamente sincero contigo?
Gracee rio, de pronto le causaba gracia que ambos estuvieran hablando en susurros a pesar de estar en su completa privacidad en ese enorme pero desolado pasillo del palacio.
—Claro. —pero a pesar de eso, prefirió seguir el juego del madrileño, y responderle también en susurro.
—Tenías razón, estas pinturas de tus antepasados son horrendas. Parece como si en aquel entonces hubiera está prohibido sonreír. —admitió.
Su confesión terminando con el auto control de la heredera que estallo a carcajada, pero que inmediatamente cubrió su boca ella misma al contenerse a no reír al recordar que esta vez se encontraban en el palacio, a lo que podía ser la vigilancia de su majestad. Y que el circulo seguro que le había otorgado el español al ser ella misma más relajada la noche anterior en la caballa, ahora no podía reflejarlo.
Sus mejillas se tornaron completamente rojas al contener la risa, al igual que las de Sainz, solo que este contenía la risa de verla a ella roja como tomate.
—Shh. —Gracee le indico que guardara silencio y volviendo a sostener la mano del piloto, lo guío a prisa por el pasillo escaleras arriba, hasta recorrer miles de puertas y por fin entrar a su solitaria habitación.
Carlos no pudo evitar a no sentirse igual de asombrado, o incluso más, de ver la habitación de la heredera. Que, al igual que todo el palacio, reflejaba el lujo. Sin duda aquella habitación era todo lo que una princesa podría necesitar, e incluso hasta más.
La habitación casi podía pasar como el tamaño completo de la cabaña del madrileño, siendo la habitación tan grande como espaciosa. Con un decorado un tanto lujoso, pero sin olvidar los rastros de la construcción y estilo antiguo.
Sus deseos no pudo contener el madrileño, que en la primera ventana de oportunidad que se le presentó, salió corriendo hacia la enorme cama. Saltando al aire acompañado del grito de sorpresa de la británica, que no pudo contenerse por mucho a no reír por las ideas que el español podía tener.
—¡Oh por Dios! —exclamo llena de felicidad como muerta de la risa. —¡Carlos! —exclamo el nombre del piloto que la miraba con una sonrisa desde la cama.
«Joder.» —suspiro el recién nombrado. No solo por lo cómoda y acolchonadle que era la cama, sino también, por la forma en la que la heredera había pronunciado su nombre.
En la que había jurado escucharla sin cohibirse a un código o mostrado temor alguna. La forma en la que había pronunciado su nombre había sido tan natural y alegre. Era la primera vez que lo hacía, y esperaba con ansias escucharla muchas veces más.
Porque aquella Gracee que tenía frente suyo; tan calmada, agradable y alegre. Era la chica a la que deseaba ver siempre, y que haría cualquier cosa por hacerlo.
Anhelaba ser el lugar seguro de ella. Así como ella se estaba convirtiendo para él.
—Princesita, jamás mencionaste que tu cama es tan cómoda como una nube. —sostuvo tan relajado. Pareciendo, ante la perspectiva de la británica, que el español en verdad gozaba de la comodidad de su cama.
Gracee sonrió.
—Vale, ponte cómodo... ¿O quizás más de lo que ya estás? Tomaré una ducha porque por muy cómoda que sea este pijama improvisada de tu ropa, si la reina me ve así me mata.
El madrileño no presentó queja alguna, y, en cambio, vio como la heredera desaparecía por una puerta corrediza, a lo que supuso, era el baño. Esta vez solo no pudo no resistirse a analizar la habitación a simple vista.
Y es que a lo que la heredera llamaba habitación, con gran facilidad podía ser del mismo tamaño que su propia cabaña. A excepción de la decoración, que, a comparación de su hogar en Inglaterra, la habitación escasea mucho de fotografías, o algo más cómodo que pudiera hacerla sentir más confortable y agradable. Además de incluir con varios estantes de libros con una amplia categoría de estos, desde libros de romance, fantasía, arte e historia. Incluyendo así también algunos que otros libros en los idiomas que la heredera dominaba.
Pero más allá de una decoración personal, la decoración de muebles en esa habitación no hacía falta, reluciendo su propia sala al frente de la enorme pared de cristal que tenía vista de uno de los jardines del castillo. Mirando por el ventanal en donde parecía ser que la propiedad no tenía fin, yendo más allá de los jardines y caballos que corrían en la pradera.
—Lindo, ¿no?
La delicada voz de la británica tomándolo por sorpresa, sobre todo de no haber esperado verla de pie a su lado completamente aseado y con un atuendo totalmente distinto.
¿Pero cuánto tiempo había estado inmerso en ver a través del ventanal? Quizás había sido mucho, en especial con tener de nuevo a su lado a la de ojos verdes.
—Princesita, me asustas. —admitió riendo. Contagiándole a ella una débil sonrisa.
No pasando esta vez tan desapercibido al recorrerle de pies a cabeza y notar en atuendo cómodo pero totalmente elegante. Vistiendo unos pantalones negros junto con unas zapatillas trender del mismo color, siendo el suéter de lana Polo blanco lo que resultaba más de su atuendo. Luciendo perfecta al llevar su cabello largo suelto y ondulado, y su rostro ligero pero perfectamente maquillado.
«Wow.» —fue lo único que logró pensar. Estando cada vez más seguro de que aquella mujer que tenía en frente, era perfecta en todos los aspectos.
—¿Y qué quieres hacer? —cuestionó la británica de repente. Tomando tan desapercibido al español, que si no hubiera estado tan perdido en recorrerla con la mirada, hubiera imaginado que aquel comentario era uno de doble sentido.
—¿Perdona? —apenas se demoró unos segundos en responder.
—¡Vamos! Hay algo que me gustaría mostrarte. —en cambio, la heredera, lo alentó. Ignorando aún el estado de confusión del español y tomándolo nuevamente de la mano para guiarlo por el enorme y confusos pasillos del palacio Windsor.
Sainz sin ninguna queja, y sin alguna otra opción, dejo que la princesa lo guiara por el lugar. Admirando aún aturdido como deslumbrado por el interior del lugar y la belleza de su princesa.
—Princesita, ¿a dónde me llevas? —le cuestiono una vez más a la heredera. La misma que solo se limitaba a sonreír.
—Ya lo verás. —declaró. Presionando a prisa el botón del último nivel del ascensor.
Cerrando las puertas del cubículo metálico y bajando hacia, lo que, para su padre y abuelo, era una de las posiciones más valiosas de su familia.
—Madre mía. —fue lo único que el español pudo articular cuando las puertas del ascensor se abrieron y las luces iluminaron el lugar.
—¡Tarán! —expresó con emoción la heredera ante la perplejidad del español, que aún no se limitaba a salir del ascensor, y, en cambio, permanecía en estado de shock.
Las luces iluminado perfectamente cada rincón del lugar. La luz blanca reflejándose en cada una de las pinturas relucientes de cada auto perfectamente estacionado dentro del enorme garage.
—¿Acaso estoy en el cielo? —ironizó el español. Llevando sus manos a cubrir su boca y mirar el lugar con gran emoción.
La princesa rio. Alejándose tan solo un poco para dejar que el madrileño observara a más a detalle cada auto de la colección de su familia, en donde destacaba la amplia variedad de modelos; desde clásicos hasta modernos, como lujosos y ediciones limitadas.
Gracee por su lado no podía comprender muy bien la emoción de Sainz por esos autos. Además de sus lecciones de manejo, su examen de conducir reprobado y su licencia de conducir que había adquirido a los dieciséis y que practicaba mente nunca utilizaba, desde entonces no subía a un auto tras el volante, por lo que su conocimiento por los autos era nulo.
—¿Quieres subir? —interrogó al piloto al ver cómo, entre la amplia y enorme colección de autos de su familia, uno en específico había captado su atención.
—¿C-Cómo? —tartamudeo con solo unos segundos de retraso. Su mirada nerviosa divagando de los ojos verdes de la heredera al auto azul marino frente suyo.
—Vamos. —lo alentó, pero el español permaneció estático.
Su cuerpo y rostro reflejando lo nervioso como asustado que se encontraba.
—No, no, no. —repitió tan rápido como pudo conseguir las palabras de nuevo.
Y no es porque no quisiera hacerlo, porque Sainz lo deseaba. Pero el miedo de subir a uno de los únicos treinta modelos en el mundo de aquel Bugatti Chiron Super Sport, categorizado por ser el auto más rápido del mundo y también el más costoso.
—Princesita, es un Bugatti Chiron. —le comentó. Su explicación no resolviendo la duda de la heredera.
—¿Y?
—Es el auto más rápido del mundo, el único que ha logrado los quinientos kilómetros por hora... ¡De este auto solo hay treinta en el mundo! ¡Tu padre me mataría si le hago algo a esta máquina! —gritó histérico. Sus manos llenas de nervio y ansiedad llevando desesperadamente a su melena negra. Sus ojos cafés mirándola con conmoción.
—Carlitos, aquí tú eres el piloto. Además, mi padre estaría feliz de que fueras tú quien lo conduzcas. —declaró. Sus palabras intentando reflejarle cuanta confianza podía. Pero a pesar de lo dicho, Sainz aún seguía sin ser complacido y su cuerpo rígido le hacía saber que aún está en negación.
—No. —se limitó a decir. Su cabeza sacudiéndola de lado a lado de brazos cruzados.
Gracee le miró incrédula. —Carlitos, ¿acaso me estás retando? —cuestionó de prisa totalmente asombrada pero aun guardando su rastro de diversión.
Los ojos verdes de la heredera mirándolo con mucha ilusión, tanto como para no poder resistirse a no aceptar.
—Está bien. —accedió.
La heredera no se demoró mucho en correr y tomar la llave del auto de donde comúnmente esta la guardaban junto con el resto de la colección.
—Gracias. —le agradeció sonriente al español que le abría caballerosamente la puerta, al mismo tiempo que ella le confiaba la llave del auto.
El botón de encendido accionó y el motor rugió con fuerza, dejando más que asombrado a Sainz al ser la primera vez que se encontraba tras el volante de un auto deportivo con tantos caballos de fuerza como fuerza aerodinámica.
Su emoción la heredera pudo distinguir desde el asiento del copiloto. Al notar la gran ilusión que decoraba en el rostro del español, que con mucho encanto y asombro observaba a más a detalle el interior del auto de dos plazas.
El botón del garage Gracee presionó y por la rampa del garage subterráneo salieron. Acelerando esta vez el español por el camino entre los jardines del palacio Windsor hasta la entrada principal, en donde, después de que les permitieran la salida, una guardia de escoltas iba detrás de ellos a solo unos cuantos metros del auto deportivo.
A la salida del palacio más de una persona no pudo no evitar girarse a notar aquel auto y quienes iban dentro de él. Y al igual que su llegada, la multitud rugía por la presencia de la princesa heredera y su esposo español.
—¿Qué te parece si dejamos a la guardia por detrás? —propuso después de un rato la de ojos verdes. Cansada de ir siendo perseguía por la guardia al continuamente estar notando las camionetas negras por el retrovisor del auto.
—¿Cómo?
—Acelera. —le ordenó sin muchos rodeos.
Sainz no pudo evitar no sonreír por ello. Él, más que nadie deseaba probar aquel carro a altas velocidades más de las que, hasta ahora, le habían permitido conducir la guardia. Además, un momento a solas con su princesa, por mucho aun cuando solo fueran ellos dos en el auto, era lo que más deseaba en vez de estar siento escoltados por esa multitud.
Las camionetas negras observó una vez más por el retrovisor del auto antes de hacer la marcha de cambios tan rápido y acelerar a fondo.
El sonido del motor rugiendo con tanta fuerza a la vez que aceleraba rápidamente a altas velocidades, dejando atrás al grupo de guardias, que por más que se esmeraran en seguirles el paso, nunca podrían hacerlo.
A su lado Gracee reía abiertamente. Sus ojos destellando su emoción como la adrenalina que guardaba su cuerpo de ir en un auto que avanzaba a tan altas velocidades. Y es que, a comparación de muchos que podrían sentir miedo, para la heredera aquello era lo que menos se le cruzaba por la cabeza en ese momento, y es que de la compañía del español era en lo que menos podía pensar.
Porque a pesar de que el español fuera un piloto profesional, también era alguien en quien confiaba.
—Creo que los perdimos. —informó el español después de un rato de no ver a los guardias por detrás de ellos.
—Eso parece. —congenio con el español, que en todo el viaje se había dedicado a cantar a todo pulmón las canciones de la playlist de ella. —¿Te importaría aparcar a un lado de la carretera? Me encantaría ver la hermosa vista que tenemos.
Al español no le tomo mucho en hacer lo que la princesa le pedía. Aparcando el auto al lado de la autopista en donde, como bien lo había mencionado la heredera, la vista que tenían de Inglaterra a pleno atardecer era deslumbrante. Los colores pintaban el cielo, con la puesta del atardecer. Donde el sol y la luna se encontraban a cada momento del día y reflejaban un deslumbrante paisaje.
A solo unos cuantos metros suyos los autos seguían pasando a toda velocidad por la autopista, siendo totalmente inmunes a la presencia de ellos. Sintiendo ambos que en ese lugar y en ese momento, era completamente de ellos.
Los ojos verdes de la heredera se iluminaban perfectamente con el reflejo del atardecer, algo que solo el español podía reconocer en ese momento al estar tan entretenido mirándola. Su melena larga y castaña volando por los aires con los vientos fríos de Inglaterra que la obligan a aferrarse más a su propio abrigo. Sonriendo casi por inercia a cuando ella lo hacía.
—Carlitos. —llamo al español por el común sobrenombre que solo ella solía utilizar en él, limitándosela esta vez a apartar su mirada del horizonte y por fin girarse a encontrarse con los ojos cafés del piloto. —Si sigues mirándome así te acusaré de acosador. —bromeo sonriente.
Su risa retumbando en el lugar cuando el español rápidamente desvió su atención de ella al horizonte al haberlo descubierto.
—Lo siento. —murmuro avergonzando. Más, sin embargo, a pesar de que ya lo había descubierto, no podía no evitar seguir mirándola. —Princesita. —la llamo por el sobrenombre que solo él solía utilizar cuando se trataba de ella.
—¿Sí?
—¿Por qué solo sales con herederos? —cuestiono con aquella pregunta que deseaba hacerle desde la noche anterior en la que le había confesado su relación pasada con el príncipe de Dinamarca.
Su pregunta dejando atónica a la heredera tan solo un momento. No esperando que el español fuera a interrogarle con eso.
Su entrecejo se arruga solo apenas. Pareciendo costarle encontrar las palabras adecuadas para explicar toda la encrucijada que era su situación tanto amorosa como personal, y sobre todas las malas experiencias que había pasado en estas.
Sus ojos verdes nuevamente conectaron con los del español antes de hablar, solo que esta vez el español percatándose de la nube de tristeza que de pronto había cubierto a estos.
—Creo que porque suele ser más fácil estar con alguien que comprenda tu situación, más, sin embargo, no significa que ame o desee estar con esa persona. —se sinceró. La pesadez de sus palabras y el dolor que sus ojos reflejaban hacían al español cuestionarse ¿'el porqué había preguntado eso?'
«¡Bravo, Carlitos! ¡Tú y tu bocata!.» —se reprochó a sí solo. Detestándose de ser el mismo el causante recordatorio de la tristeza de los ojos de su princesita.
Pero a pesar de ello, no podía limitarse a no preguntar más y deshacer esas dudas que en su cabeza había permanecido desde la noche anterior. Y que por supuesto debía de preguntarle al verse el involucrado con los sentimientos que tenía por ella; —¿Y alguna vez has pensado estar con alguien más que no sea de sangre real?
—No. —su respuesta inmediata rompiendo su corazón.
—¿Por qué?
—Porque nadie jamás se ha enamorado de mí. —admito. El hacerlo en voz alta, doliéndole aún más de que quizás en ningún momento de su vida sería capaz de amar a alguien con tanta fuerza y que esa persona también lo hiciera de regreso.
Por eso para ella las relaciones con herederos parecían solucionar ese vacío. Que a pesar de reconocer de no amar a esa persona, si podía calmar el hambre de la gente de ver a su nombre real de corona acompañado de otro también de sangre real. Y de cumplir un estúpido protocolo en donde cada heredero al trono dimite debía de estar acompañado de su respectiva pareja para un apoyo incondicional durante el reinado completo hasta que la muerte los separara.
Era ridículo si se ponía a pensarlo a más detalle. ¿Quién quisiera perder una vida entera a seguir protocolos dictados hace miles de años? Con el único fin de que una herencia de sangre real continuara hasta una eternidad.
Pero nada podía calmar el dolor que sentía al reconocer que no era amada por alguien, y que quizás nunca lo sería.
—Tengo mucho amor para dar, pero nadie que en realidad lo quiera. Las personas comúnmente terminan escapando al escuchar mi descendencia y quién soy. Pero nadie ha tomado el tiempo de conocerme como en verdad soy fuera del mundo de monarquía. —se sinceró ante el español. Sus palabras doliendo una vez más de por fin estar confesándoselo a alguien. Pero no siendo capaz de mirarlo a los ojos por miedo de ver una mirada de poco interés, por lo que se mantenía inmersa al horizonte y poco consiente en la forma en la que el español la veía.
Sus ojos cafés reflejaban únicamente admiración. De ver no solo a una mujer inteligente, bondadosa, simpática, amable, hermosa y completamente llena de alegría y amor.
«Si tan solo supieras lo que eres para mí, princesita.»
—Gracee. —la llamo y por fin la heredera se giró a mirarlo. Sus ojos verdes, esta vez brillando, pero no de felicidad como solían hacerlo, sino, de las lágrimas que estos contenían.
Carlos deseaba abrazarla y decirle que todo estaría bien. Que alguien a ella ya la amaba. Pero sabía que todo sería muy precipitado. Que recién se conocían y que como princesas no estaba acostumbrada a ese tipo de interacciones repentinas.
En cambio, una sonrisa reconfortante se obligó a mostrarle, antes de decir; —Tú no nunca debes de recordarle a alguien que te ame. —«Porque yo ya lo hago.» —Y si ahora sientes dolor, recuerda que inevitablemente algún día sentirás felicidad.
Los ojos de la heredera se encogieron al sonreír con tanta fuerza. Las palabras del español reconfortándola en ese momento.
—Carlitos. —lo llamo a pesar de tener toda la atención de él solo para ella.
—¿Mhm?
—Te creía malo, ¿sabes? —admitió por fin.
Recordando específicamente la noche en la que habían pactado el trato y como esperaba que el español fuera de todo menos amable con ella. Pero, en cambio, Sainz le había demostrado todo lo contrario, y hasta ahora se había comportado como todo un caballero con ella y brindarle una amistad.
Una sonrisa decoró el rostro del español. Siendo el quién recordará esa mañana en Mónaco en donde la había conocido y como desde el primer momento su belleza lo había deslumbrado, y con el paso del tiempo su persona lo había cautivado.
—Princesita, yo no te creía tan linda. —sus mejillas de un rojo vio como se teñían con las palabras de Sainz.
Su rubor siendo más que evidente para el español. Riendo fuertemente él al percatarse como a toda costa la heredera evitaba mirarle a los ojos, porque si lo hacía sabría que no podría esconder por mucho lo que sus palabras había causado en ella.
«Estás provocando cosas en mi Carlitos que no debería de sentir.» —su confesión guardando muy por dentro.
Pero fue el español quien tomó la iniciativa de cortar la poca distancia que había entre ellos al atraerla hacia el de la cintura y abrazarla con fuerza. Ella se dejó acercar por el español y enterrar su cabeza en el pecho de él.
Nunca había compartido un momento así a solas, comúnmente siempre solían estar rodeados de personas en los momentos de contacto físico. Pero ahora, todo era tan distinto, pero no por eso significaba que se sentían mal de hacerlo. Jamás se habían mostrado vulnerables y eso removía algo en el interior de ambos. Era tan nuevo, pero al mismo tiempo tan satisfactorio para ambos, el cómo no había necesidad de decir una sola palabra y solo ser ellos mismos compartiendo un momento.
Allí no eran Gracee Di Alexandra Mountbatten-Windsor, princesa heredera de Gran Bretaña, o Carlos Sainz Jr., piloto de Fórmula Uno.
Allí eran simplemente para ellos dos, su princesita y su Carlitos.
—Carlitos, tienes la mejor receta especial de panqueques.
—¿Eso es sarcasmo, princesita?
Una rusa ahogó en el pecho del español. —Solo es una observación.
—Bien, haré cuantos panqueques quieras.
Ese día se quedaron en el costado de la carretera un rato más, mirando como el cielo colorido lentamente pasaba a hacer un oscuro mar iluminado por luces artificiales de colores cálidos.
Más tarde volviendo al palacio por el mismo camino por el que habían conducido en silencio. El piloto conduciendo con tanta calma como pudiera mientras intentaba contener el sentimiento de amor que tenía por ella. Mientras que la heredera, quería alejar todo lo posible las mariposas que en su estómago revoloteaban con fuerza al solo pensar en Carlos.
.•°⚜️〔 NOTA DE LA AUTORA 〕.•°🏁
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
¡Hola!
Tarde una eternidad en actualizar, pero por fin lo hice!!
Y tmb feliz primer aniversario a esta historia 🤍 es sorprendente como en un año solo he publicado cinco caps lol
Anyways espero disfrutaran el capítulo tanto como yo hice de escribirlo 🫶
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