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El secreto de Amelia

Estoy segura de que mi rostro reflejó mi desconcierto, porque Oliver se puso serio y me observó como algo que se podía romper en cualquier momento. Me sacó de la mano la copa de champagne, probablemente por miedo a que la deje caer por lo asombrada que me veía.

—Hola chicos, se les hizo un poco tarde —Ethan se acercó en ese momento y se ubicó a mi lado. Mis ojos se fijaron en él y mi corazón se comprimió con más fuerza que antes. Pero no me salían las palabras, seguía demasiado desorientada.

—Ey, estúpido. ¿Por qué no le dijiste a Jackie que estás soltero? —le preguntó Oliver.

Él lo miró, inclinando la cabeza.

—Creí que lo sabía —contestó y llevó las manos a los bolsillos—. ¿No le contaste tú que estás con Cindy?

—Yo no hablo con ella desde la inauguración... —le respondió el otro. Pero para éste punto sus voces me sonaban como algo lejano, en segundo plano. Dejé de escucharlos por completo porque mi mirada estaba clavada en Ethan y me forzaba la respiración.

Mi cuerpo se movió casi por inercia, en dirección a él. Al instante fijó su vista en mí y se percató de mi expresión aturdida.

—Jackie, ¿te sientes bie—...?

No lo dejé terminar. Me lancé a sus brazos y junté mis labios con los suyos para sacarme esas excesivas ganas que tenía hacía tiempo.

Él inclinó su rostro hacia atrás, primeramente, pero al instante me rodeó con sus brazos y me atrajo aún más, devolviendo el beso, abrazando mi espalda y cintura mientras su boca me hacía suya. Me aferré tan fuerte a su cuerpo que me dolieron las muñecas.

Se sintió como algo irreal, hasta el punto en que tuve que abrir un poco los ojos para asegurarme de que era él a quien estaba besando. Los suyos estaban cerrados y saboreaba cada movimiento de mis labios.

Si tuviera que identificar el mejor sentimiento del mundo, juro que sería éste.

—Así se hace, nena —la voz de Oliver me hizo sonreír sobre su boca, e interrumpió completamente el momento.

Por lo que nos detuvimos, pero dejé mis labios unos segundos más sobre los suyos, para alargar esa sensación tan placentera, hasta que apartó su rostro del mío. Abrió los ojos y nos miramos sin decir nada, con la vista perdida en el otro. Yo estaba complacida, tanto que no podía dejar de sonreír. Pero él tenía muchas dudas dentro y se mantuvo serio. Me recosté por su pecho exhalando un suspiro y acomodé mi rostro sobre su hombro.

Me acurruqué allí, no me quería apartar por nada. Él reclinó su cabeza contra mi frente y besó mi piel. El roce de sus dedos acariciando mi hombro me hizo estremecer. Mi corazón palpitaba con ímpetu, pero lo calmé respirando el olor a jabón en su cuello.

No podría estar segura de que aún guardara sentimientos hacia mí. Pero no se apartó, me besó también. Por lo que me arriesgaría en confesarle todo lo que sentía, una vez que mi cuerpo me diera las fuerzas necesarias para despegarme de él.

—Chicos —la voz de Evelyn nos volvió a la realidad. No podíamos ignorarla, aunque me hubiera gustado hacerlo en ese momento.

Me separé con cuidado y ambos llevamos la vista hacia ella.

Oliver y Cindy ya se habían apartado.

—Estoy preocupada por David. No parece sentirse muy bien y preguntó por ustedes —explicó ella—. Dice que tiene algo importante que hablar.

La miramos con extrañeza, y al momento volteó para moverse hacia el otro lado. Observé a Ethan y me percaté de que se había preocupado.

—Vamos —me dijo. Tomé su mano y seguimos a Evelyn.

Nos adentramos en la casa y caminamos hasta la habitación casi vacía que había sido para Ethan.

David estaba sentado en la cama, pensativo, y Norman se había quedado de pie, a un costado del cuarto.

Ethan dejó mi agarre y se acercó un poco más a su padre.

—¿Pasa algo, papá? ¿Te sientes bien? —le preguntó.

Pero David no se veía bien. Cargaba una angustia enorme sobre sus hombros.

Llevó una mano a la sien y se apretó la piel con fuerza.

—No, Ethan. Las cosas no están del todo bien —admitió, y luego se fijó en mí—. Jackie, agradezco que hayas venido y te quedes con él. Va a necesitarte mucho.

Asentí, comenzando a preocuparme yo también.

—¿Qué es? —Interrumpió Norman. No parecía alarmado, sino más bien impaciente—. Dilo de una vez.

David asintió, apesadumbrado.

—Los hice venir aquí —empezó—, porque a pesar de todo lo que pasamos, ustedes son lo más importante para mí. Y necesito que éste día nos sirva a todos como una manera de empezar de nuevo. Dejar atrás las mentiras y los secretos del pasado.

Evelyn también lo observaba con curiosidad.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ethan.

David levantó la vista hacia él, sus ojos ahora estaban llorosos y tenía la garganta apretada.

—Sé que fui un mal padre contigo. No te presté atención y te abandoné cuando más lo necesitabas. Pero necesito que sepas que me fui justamente porque no pude soportar enterarme de la verdad —apretaba sus rodillas desanimado —. Me di cuenta tarde, de cuánto te quería. Y volví para intentar recuperar al menos tu cariño, a pesar de saber que te había perdido para siempre.

—No me perdiste, aquí estoy —aseguró Ethan—. Y quiero ser un buen hijo contigo, estoy intentando serlo.

Pero sus palabras parecieron doler incluso más a David, en lugar de alegrarlo.

—Esto es algo que estoy guardando desde que perdimos a tu madre —comenzó a explicarle—. Tú la perdiste a ella, pero yo te perdí también a ti ese día. Y sé que volveré a hacerlo esta noche.

Ethan frunció el ceño, pero David prosiguió.

—Enterarme también me sirvió para comprender por qué Amelia se había comportado tan extraño en sus últimos años —las lágrimas comenzaron a surcar su piel—. Espero que te sirva a ti también para entenderla. No quiero que la juzgues. Estoy seguro de que percatarse le dolió a ella más que a nadie. Tanto que se deprimió.

—Jamás podría juzgar a mamá... —aseguró Ethan—. Pero dímelo ya, papá.

David se limpió el rostro antes de continuar.

—Es muy difícil para mí contarte esto. Pero lo haré ahora, porque no hay forma fácil de decirlo —emitió un suspiró—. Tú no eres mi hijo.

Ethan se puso aún más serio. Tomó aire antes de replicar.

—¿Cómo puedes decir algo así? —Se quejó, apretando los dientes—. ¡Si quieres sacarme de tu vida por tu nueva familia —apuntó hacia Evelyn— sólo dilo! Me haré a un lado si eso te hace feliz.

David negó, mientras las lágrimas volvían a mojar su rostro.

—Cada vez que me dices "papá"... deseo no haberme enterado nunca de la verdad.

Sus palabras empezaron a lastimar a Ethan, haciendo que su respiración surja entrecortada.

—No puede ser cierto... —soltó una risa nerviosa, incapaz de aceptarlo—. Somos idénticos.

David bajó la mirada a un pequeño papel que tenía en las manos, que ya estaba con varias manchas de lágrimas encima. Estiró el brazo, acercándoselo a Ethan.

—Tu madre me dejó esto, donde sabía que yo lo encontraría.

Él arrancó el papel de sus manos con rabia, pero a la vez temor. Mientras lo desdoblaba, vi por el rabillo del ojo que Norman se dejaba caer contra la pared. Su exhalación sonó tan fuerte que llegó hasta mis oídos. David tenía los ojos en Ethan y en este punto ya le era imposible parar de llorar, tragó saliva y volvió a hablar.

—Nos parecemos... porque saliste a él.

Evelyn contuvo un alarido. Evidentemente tampoco había tenido idea de nada.

Miré a Norman. La noticia era tan nueva para él como lo era para Ethan. Llevó una mano al pecho y cerró los ojos con fuerza. Pensando, rememorando, tal vez.

Ethan seguía con la mirada puesta en el papel que tenía en las manos, las cuales temblaban ahora.

La hoja estaba escrita con bolígrafo azul, en letras grandes y citaba la frase: "Lo siento, cariño. Él es hijo de tu hermano".

Los ojos de Ethan, ahora rojos, no dejaban de mirar cada una de esas letras.

Fui la primera en moverme hacia él. Me acerqué un paso y coloqué, con sumo cuidado, una mano sobre su hombro. Mi caricia tuvo el impacto que le hizo volver a la realidad.

Volteó con brusquedad en dirección a Norman, haciéndome estremecer.

—Tocaste a mi madre —soltó, apretando los puños. Norman no respondió, ni siquiera estaba viendo a Ethan. Seguía con la mirada totalmente perdida en el pasado. —¡¿Cómo pudiste?! —insistió, acercándose del todo y tomándolo del cuello contra la pared, provocándome un sobresalto.

—Cálmate —le pidió David, poniéndose de pie al instante y aproximándose a ellos. Le colocó una mano en el brazo, buscando desprender el violento agarre—. Éramos jóvenes y fueron malos tiempos en los que competíamos por todo.

Pero eso sólo hizo que Ethan ejerciera más presión contra Norman. Los músculos de su brazo estaban completamente tensos.

—¡¿Mi madre fue tu trofeo?! —interrogó, haciendo que Norman fije la vista en él. Pero sólo sus ojos se movieron, su cuerpo estaba paralizado por el sobresalto.

—Yo trabajaba demasiado —insistió David, angustiado—. Amelia se sentía sola y Norman estuvo ahí para ella. Así como estuvo para ti cuando yo me fui.

—¡No hay justificación para esto! —le contestó, sin sacarle los ojos de encima al otro y negando sin parar. Temblaba de la rabia que tenía encima.

—Es mi hermano, Ethan. Ya lo he perdonado, igual que a tu madre —contestó David con tristeza, pero seguridad en sus palabras—. Y sé que podrás perdonarlos tú también.

—No... —siguió moviendo la cabeza a los costados, insistentemente.

Apretaba el cuello de Norman con tanta rabia que me dio miedo de que lo lastime de verdad. Pero el otro lo miraba atentamente, sin decir nada. Él le acercó el rostro aún más, antes de volver a hablar.

—No quiero volver a verte en mi vida —aseguró con rencor.

Norman cerró los ojos, como si esas palabras lo hubieran destrozado por dentro, pero estaba tan consternado que fue incapaz de responder.

Ethan clavó aún más los dedos en su garganta durante unos segundos y lo soltó de golpe, haciendo que empiece a toser.

Hecho esto pasó a mi lado, con los nudillos rojos de tanto apretarlos, y se retiró de la habitación.

Me fui detrás de él a prisa, secándome las mejillas con los dedos.

Lo seguí por la sala hasta salir al jardín frontal, donde no había nadie. Comenzó a dar vueltas en círculos, sosteniendo su cabeza con ambas manos.

La música de la fiesta llegaba lejana desde el patio trasero.

—Tiene que ser mentira... —repetía para sí mismo, al tiempo en que trataba de tomar aire por la boca.

Me acerqué más, sin saber qué decirle. Pero él se dirigió hasta el borde en desnivel de la escalera y se sentó allí, dejando caer su cuerpo como si no pudiera sostenerlo más. Intenté aproximarme otra vez, y me detuve de golpe, debido a su seguida reacción. Se puso de pie de un salto y se dirigió a grandes pasos hacia el estacionamiento donde lo esperaba su chofer.

—Nos vamos —le ordenó al cruzar por su lado. Subió a la limusina y cerró la puerta con tanta fuerza que hizo eco en la noche.

Me apuré e ingresé por la otra, al momento en que el chofer se subía al asiento del conductor y emprendía la marcha.

Me acomodé junto a él, que ahora estaba recostado contra el respaldo del asiento, con la cabeza hacia atrás, concentrado en el techo.

—Me haré una prueba de ADN —balbuceó.

No parecía hablarme a mí. Y no quise contradecirlo, pero si David había hecho una declaración como esa era porque estaba seguro de lo que decía.

El motor se puso en marcha y el auto comenzó a moverse.

Acomodó la cabeza de nuevo al frente, mirando ahora el suelo.

—Obviamente él ya lo hizo —se corrigió a sí mismo, comenzando a pensar con mayor claridad—. Nueve años me lo ocultó. ¡Demonios!

Me mantuve en silencio, porque sabía que sería mejor que se le pase el enojo que tenía, antes de intentar dialogar.

A mí misma me costaba creer lo que había oído. No podía imaginar lo que estaba sintiendo él.

Ahora mismo era furia. Intensa furia.

Se balanceó en el asiento, de adelante hacia atrás, sujetando su cabeza entre ambas manos y respirando con dificultad. En un arrebato de rabia, golpeó el cristalero a su costado, rompiéndolo en pedazos y logrando que los trozos de las copas se esparzan por el tapizado.

—Ten cuidado —le pedí, sobresaltada. Tomé su mano y comencé a sacarle los vidrios de entre los dedos e intentando asegurarme de que no se le quede estancado alguno en la piel, pero un hilo de sangre me demostró que sí. Tomé un pañuelo, extraje hielo de un compartimiento del costado y le limpié la herida. Él no me notaba, ni siquiera me miraba, pero sintió mi tacto y su respiración se calmó un poco más.

—"Te pareces a tu maldito padre" —dijo como para sí mismo—. Se refería a Norman. Por eso empezó a detestarme... No soportaba verme y recordar lo que había hecho.

Inclinó la cabeza al costado y llevó la otra mano al rostro para ocultar que brotó una lágrima, pero el temblor de sus labios lo delató.

Aparentemente la rabia y la conmoción disminuyeron. Estaba asimilándolo y ahora le dolía demasiado.

—Yo soy la razón por la que mamá se suicidó.

Me acerqué más, sintiéndome tan impotente. Levanté una mano temblorosa y acaricié su brazo.

Ahora entendí lo que él sentía cada vez que me veía llorar y por qué se desesperaba tanto.

La debilidad de no poder tranquilizar sus lágrimas, sumada a la angustia de ser incapaz de curar su corazón y el deseo de abrazarlo para intentar calmarlo al menos un poco.

Quería decirle todo lo que sentía por él. Que al menos supiera que nunca lo dejaría solo.

Hubiera dado lo que fuera por no verlo así.

Mi interior se sentía adolorido también, pero no me podía permitir llorar. Tenía que ser fuerte para confortarlo.

Me recosté por él y seguí acariciando su mano, entrelazándola con la mía a pesar de que no me devolvió el gesto. Luego hundí mis dedos entre sus cabellos y masajeé su nuca. Besé su piel unas cuantas veces. Sus nudillos, su muñeca y su mejilla tibia. Necesitaba hacerle saber que estaba ahí.

Al cabo de unas cuantas caricias más, se confortó un poco.

Sus ojos se fijaron en mí como si hubiera estado tan absorto en sus pensamientos que no se hubiera percatado de mi presencia. Se limpió los rastros de lágrimas que habían quedado en la comisura de sus ojos y se obligó a componerse.

—Gracias Jackie —dijo en voz baja, antes de bajar del carro, que acaba de detenerse en nuestro edificio.

Bajé también y rodeé su cintura con una mano, mientras ingresábamos a través de la recepción. Él me devolvió el gesto y subimos por el ascensor en dirección al piso catorce.

Se vio en el espejo que nos rodeaba dentro del elevador, y un poco de rencor asomó de nuevo a sus ojos.

—No me parezco a él en nada —aseguró, apretando los puños.

Pero estaba equivocado.

Sus facciones, sus gestos, su tono de voz. Se parecía a Norman en casi todo. Siempre lo había notado. El problema era que Norman y David eran muy similares físicamente. La principal diferencia entre ambos era la actitud. David desbordaba alegría, igual que Ethan. Pero ahora que estaba tan molesto, que no asomaba a su rostro ni un atisbo de sonrisa, lucía idéntico a su verdadero padre.

Él mismo me había dicho una vez que Norman y él no eran tan distintos. Y estoy segura de que, en el fondo, lo sabía. Así que pareció molestarse aún más.

Me acerqué a abrazarlo y giré su rostro para que me mire a mí, por miedo a que el rencor lo llevara a golpear su reflejo.

—Los dos se equivocaron, pero te quieren —susurré antes de que se abrieran las puertas del ascensor—. Y estoy segura de que tu madre también lo hacía.

Su respuesta fue una negación con la cabeza.

—Me mintieron... Sabes que odio la mentira. Tú también lo hiciste, Jackie —soltó con rabia, se apartó de mí y dejó el elevador.

Salí a prisa tras él.

—¿Yo hice qué? —pregunté con apremio.

—Me mentiste, con respecto a la persona que quieres —siguió hacia su puerta, sin verme.

¿Qué? ¿Acaso ya sabía lo que sentía por él? ¿Acaso Norman se lo había dicho?

Y no hizo nada al respecto. ¿En realidad ya no sentía lo mismo por mí?

—No entiendo de qué hablas, Ethan —aseguré, intentando no perder la calma y no ponerlo más nervioso a él—. Es verdad, te lo oculté. Pero todo fue muy complicado y...

Se detuvo frente a su departamento y abrió la entrada, pero no ingresó.

Soltó un suspiro y regresó a donde estaba, tomó mi rostro entre sus manos.

—Entiendo por qué no me lo dijiste. Y sabes que voy a estar bien —aseguró—. Voy a salir de esto, como siempre.

—Sé que lo harás, pero...

—Jackie —me interrumpió de nuevo—. Me voy ahora. No quiero que te enojes otra vez por no despedirme.

Le dio un cálido beso a mi frente. Se sentía un poco mejor, o tal vez sólo me dio esa impresión. De todos modos, iba a quedarme con él.

—No voy a dejarte dormir sólo —aclaré, al momento en que él me soltaba y volteaba hacia su departamento.

—No voy a dormir. Me iré a vivir al sur.


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