3
La zapatilla de Anäis se clavó en una de las grietas del suelo. Tiró de su pie pero de alguna manera el hongo fluorescente comenzó a tragarse el calzado.
— ¡ Treena!— Abrió los ojos.— ¡Treena ayúdame!
— No me digas que también te creíste esa tontería de que la casa está maldita, por Dios.— Pisoteó con fuerza sobre la tabla rompiendo el agujero para que Anäis pudiera retirar el pie.
— Este lugar tiene algo.— comentó jurando que no estaban solas.— ¿Dónde se metieron Greg y Abraham?
— Bueno, aquí está la campera de Neeson.— Treena levantó una raída prenda del suelo. No tuvo mucho tiempo para preguntarse donde estaba su amigo pues un olor extraño las alcanzó.
— ¿Y eso?
Giraron la vista, hileras de fuego empezaron a carcomerse las paredes. Allí, al final del corredor entre tiras de flamas habían tres siluetas. Dos eran de Greg y Abrham, sus rostros borrosos por el repentino cambio de calor sofocante. La realidad del asunto las golpeó, estaban condenados a la maldición de aquella casa, Anäis lo supo cuando vió que la tercera silueta no era para nada humana.
El retrato había ardido con tanto furgor que el calor se expandió por cada rincón, el antiguo orgullo arquitectónico estaba cayéndose a trozos con los cuatro amigos dentro.
En algún momento, la extraña criatura se esfumó.
El hongo emergía del suelo intentando tragarse lo que sobrara del incendio, Treena fué la más fácil de atrapar pues había caído inconsciente al inhalar gran cantidad de humo.
— Tenemos que salir de aquí.— pudo oír Anäis, su vista estaba ya demasiado borrosa.— ¿Anäis? ¿Treena? ¿Pueden oírme?
No les quedaba mucho tiempo para escapar de la 1028, la maldición se rompía con cada trozo que se reducía a las cenizas pero aún no podían escapar.
Se cubrió con la campera y corrió hasta toparse con Abraham.
— No sé dónde está Treen.
Greg le dió una mirada alarmante a Abraham, pero este estaba más concentrado en alcanzar la ventana próxima para escapar de las llamas. No podía hacer otra cosa, en solo unos minutos el techo se les caería encima.
— Ven.— asió el brazo de Anäis a su cuerpo ayudándola a ni tropezar con las grietas.
— ¡Espera!— Se agachó, había encontrado algo extraño. El celular de Neeson, aún con la linterna encendida.
— Salgamos de aquí de una vez.
Eso hicieron. Y aunque tropezaron varias veces colina abajo se salvaron de la bola de fuego en que se había convertido la casona. Irónicamente condenada a ser fría para el que entrara, una trampa mortal que por suerte ya no existía.
La leyenda contaba que los sobrevivientes de la maldición gozarían de infinitos lujos, pero ya nadie recordaba las vagas palabras del marinero. Los tres amigos sobrevivientes solo podían pensar en lo que habían perdido aquella noche, en todo lo que les había arrebatado la casa 1028.
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