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Testigo

Querido recuerdo:

Fui testigo de cómo eras libre, libre en el amor, libre en la vida, no había conocido a nadie tan libre como vos, eras igual al viento...

Te gustaba coquetear con alguien más, ver que tus miradas eran iguales, que jamás fui especial, solo una más. (esto no va)

Fui testigo de cómo eras libre, libre en el amor, libre en la vida. Cada vez que te veía, una sensación de asombro me invadía. No había conocido a nadie tan pleno y desinhibido como tú; eras igual al viento, etéreo e impredecible. Tu esencia, tan vivaz, se manifestaba en cada sonrisa y en cada gesto despreocupado.

Era fascinante observarte. Te gustaba rozar la mejilla de cada muchacha con la que te encontrabas, como si tus manos tuvieran el poder de grabar esos instantes en el aire. El roce era un arte que dominabas a la perfección. Aquel juego sutil de miradas y sonrisas se convertía en un espectáculo que, aunque me intrigaba, también me llenaba de melancolía.

Verte coquetear con alguien más era un espectáculo en sí mismo. Tus ojos, llenos de chispa, buscaban la conexión, esa chispa de reconocimiento que encendía el aire entre ambos. Eras capaz de crear momentos fugaces de magia, y cada encuentro que iniciabas se tornaba en una danza de complicidad. En esos instantes, comprendí que jamás sería especial; era solo una más en el vasto océano de tus admiraciones.

Esa libertad que tan generosamente compartías conmigo se transformaba en una encrucijada en mi corazón. Apreciaba tu despreocupación y tu forma de vivir el amor sin ataduras, pero también me sentía como una sombra, como un espectador cautivo de tu esencia. Las miradas que intercambiabas con otras eran espejos que reflejaban la verdad: yo era solo otra página en tu historia.

Y aunque me esforzaba por convencerme de que ser parte de tu vida, aunque en un rincón opacado, era suficiente, la realidad se presentaba con una claridad cristalina. La libertad que desprendías era un canto a la vida, pero también era un recordatorio de que, en esa libertad, no había cabida para el apego, ni para el dolor que yo misma me infligía al enamorarme de lo inalcanzable.

Lo peor de todo es que te amaba perdidamente, aun cuando era solo un testigo... 

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