Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9

Tenemos nueva portaditaaaaa, ¿qué os parece? <3


9


Todavía me quedan dos días de cursito de italiano, así que lo aprovecho mientras recojo los objetos de la playa.

Mi chiamo Claudia —voy diciendo en voz automática, y por algún motivo le meto acento italiano a mi nombre—. Ho vent'anni. Joder, qué puñetero calor.

Un chiquillo turista juega con una de las pelotas de plástico. Le hago un gesto para que me la dé, a lo que me saca el dedo corazón.

Mi piace l'estate —sigo diciendo en voz automática mientras miro al crío—. Mi piace il sole. Dame la pelota, niñato asqueroso, o te daré motivos para estar enfadado de verdad. Non mi piace la pioggia.

No sé si me entiende, pero aun así me la devuelve. Con todo bajo los brazos, empiezo a encaminarme de vuelta a la caseta para guardarlo. Hoy ha sido un día un poco más ocupado que el resto. Y, sobre todo, ha sido caluroso. Noto las gotas de sudor resbalándome por el cuello. Es asqueroso. Qué ganas tengo de darme una duchita...

Dejo todos los objetos en sus respectivos lugares. Stef ha estado entrando y saliendo para dejar las tablas, pero como no me deja tocarlas ni siquiera me ofrezco a echarle una mano. Además, hoy no me está haciendo mucho caso. Está distraído.

Bésate otra vez con Thai y verás como reacciona.

Tentador, pero no.

—Y... ¡listo! —anuncio cuando recuento todos los objetos—. Ya está todo recogido, jefe.

Ante mi tono entusiasta, Stef se vuelve para mirarme con una ceja enarcada. Lleva una tabla bajo cada brazo.

—Mmm... ¿felicidades?

—Podrías decir que estás orgulloso de mí.

—¿Por entrar pelotas y colchonetas?

—Sí.

—Pues... estoy orgulloso o lo que sea.

Suspiro. Supongo que es lo mejor que puedo esperar.

—Muy profundo. —Estoy a punto de salir, pero luego se me ocurre que puedo seguir practicando—. Oye, ¿quieres que te enseñe lo que he aprendido en el cursito en italiano?

—Sospecho que no me queda otra que escucharte.

Mi chiamo Claudia. —De nuevo, no sé por qué gesticulo y pongo acento en mi nombre—. Mi piace il verde. Manjo una mela. Uno, due, tre, quattro, cinque. Sono una ragazza. Leggo un libro. Arrivederci!

Stef aprieta los labios como si intentara no reírse de mí.

—Creo que acabo de enamorarme.

—No sé qué significa casi nada.

—Significa que tu jefe tiene mucha paciencia.

—Bueno, me voy a seguir aprendiendo. Ciao, ciao!

Empiezo a encaminarme hacia la puerta de la caseta, muy segura de mí misma después de mi gran demostración, pero Stef me detiene a medio camino.

—Espera, Claudia.

Uh, ¿mi nombre completo?

Esto es serio.

Me vuelvo con curiosidad, y me sorprende encontrarlo mirándome. Casi parece que esté analizando alguna cosa.

Oh, oh. Me he puesto pantalones, ¿verdad?

Me miro a mí misma. No parece que haya nada fuera de lo común, a parte de que estoy toda sudada y asquerosa. Me pregunto si tendré el pelo hecho un asco. El agua de aquí me lo deja hecho un desastre. Hacía años que no lo tenía tan encrespado. Arni se reiría de mí en cuanto me viera, así que evito hacer videollamadas.

Stef, sin embargo, se planta de mí y me contempla desde cerca. Me toca echar la cabeza hacia atrás para poder devolverle la mirada. ¿Es cosa mía o se ha acercado mucho más de lo habitual? Intento que no se me note, pero me he puesto muy nerviosa.

—¿Qué haces? —pregunto, alarmada.

Él no reacciona. Simplemente, me mira fijamente. Parece... ¿divertido? Espero que sea eso, porque está muy cerca. Sus ojos claros recorren mi rostro de arriba a abajo, y el deje burlón se acentúa todavía más.

Y entonces se inclina un poco. Cuando levanta la mano y la acerca a mí, estoy tentada a protegerme con los brazos. Sin embargo, lo único que hace es pincharme la mejilla con un dedo.

Si mi cara ya estaba roja por el calor, creo que acaba de ponerse granate.

—¡Oye! —protesto, apartándome y cubriéndome la mejilla.

—¿Te has puesto protector solar?

La pregunta me pilla un poco desprevenida.

—¿Eh?

—Estás roja. Muy roja. —Hace una pausa con una sonrisita divertida—. Y no del rojo que tienes cada vez que me acerco a ti, así que supongo que será por otro motivo.

—Cállate, idiota.

La sonrisa se le borra con el insulto. O igual es porque me ve sacándome el móvil de entre las tetas. Pongo la cámara interior para mirarme, confusa.

—Interesante bolsillo —comenta, pero paso de él.

Tal y como ha dicho, tengo la cara entera rojísima. Y los hombros. Y los brazos. Y las piernas. Y cada parte de mi cuerpo que no cubría el uniforme.

—¡Mierda! —chillo, alarmada—. Se me habrá olvidado... ¡mierda!

—A ver, no pasa nada. —Como siempre, Stef habla como si intentara tranquilizar a una leona enfurecida—. Ponte crema y ya está.

—Pero ¡voy a dormir fatal! Y más en esas camas horribles que nos dais a los voluntarios... ¡Eres un explotador!

—¿Yo? —Se señala, pasmado.

—¡ me contrataste! ¡Tú has provocado que me queme, y que duerma como el culo, y que me duche delante de todo el mundo, y que tenga el pelo hecho un asco!

Stef asiente a cada acusación como si le estuviera contando una historia aburrida.

—Claro, amore. Hazme responsable de tus malas decisiones.

—No de todas, solo las que pasan en Italia. ¡Qué ganas tengo de que acabe el puñetero verano!

—Me echarías de menos.

Parece que va a decir algo más, pero lo detengo al darle un empujón del pecho en dirección a la puerta. Eso, por primera vez, lo deja pasmado.

—¿Acabas... de empujarme?

—Sí. Y voy a volver a hacerlo como no te muevas.

—Oye, ¿quién te crees que...?

—¡Esto es culpa tuya, así que ya estás comprando crema aftersun! Y de marca, nada de cosas baratas. ¡Estoy harta de cosas baratas!

—Claro, y también te la pongo, si quieres.

—Oh, más te vale hacerlo. ¡Andando!

Como no reacciona, le doy otro empujón. Lo esquiva justo a tiempo, pero para mi sorpresa empieza a andar hacia la puerta. ¿Me está haciendo caso?

Hemos descubierto el secreto para domar a este potrillo.

—Tengo que cerrar la caseta —refunfuña él.

—Pues que sea rápido.

—Oye, ¿en qué momento has vuelto tan mandona?

—Desde que robamos juntos y te perdí el respeto como jefe.

—Ah, muy bonito.

Molto bello.

—¿Qué?

—Estoy practicando italiano.

—Madre mía, qué mal de la cabeza est...

—¿Vas a cerrar la caseta o qué?

Stef murmura algo en italiano que no suena a cumplido y empieza a cerrar la puerta. Espero a su lado, impaciente y con los brazos cruzados.

En realidad, podría mandarme a la mierda. Me sorprende que no lo haya hecho. Supongo que lo he pillado en un buen día. No me quejo.

Stef termina de cerrar la caseta y se encamina por el lado contrario al habitual. No sé dónde va, pero aun así lo sigo por... curiosidad, debo admitir. Me pregunto si se dirige al muelle, a la recepción o al aparcamiento, que son las únicas cosas que hay por aquí. ¿Iremos a la ciudad a comprar la crema? Si ya hemos ido esta mañana a devolver la dichosa lupa de la joyera, que ni siquiera nos ha mirado a la cara...

Pero no. Stef sigue el camino, que pronto se transforma en unos escalones de piedra. Los asciendo tras él y llegamos a una zona un poco más alta del resort. Nunca me había fijado en ella. Hay varias casitas de piedra pegadas las unas a las otras. La mayoría solo tienen un piso, y cada una es de un color distinto. Amarillo, rojo, marrón... Stef las rodea sin siquiera mirarlas, mientras que yo contemplo a mi alrededor. Desde aquí se ve todo el resort.

—¿Dónde vamos? —pregunto.

Stef me mira por encima del hombro.

—¿No has dicho que querías crema para las quemaduras? No me vuelvas loco.

—Ah, sí, sí...

Suena tan rotundo que me da cosa hacerle el contrario.

Finalmente, se detiene en la última casita. Esta es roja y tiene las ventanas cuadradas. Parece una de las más grandes que hay por aquí. La puerta principal ni siquiera está cerrada con llave. Dudo un momento antes de entrar tras él. ¿Va a secuestrarme?

No nos resistiríamos.

El interior de la casa es mucho más colorido de lo que habría pensado desde fuera. La luz natural ilumina todas las estancias, que consisten en una cocina abierta, una mesa de madera natural con sus sillas y un sofá gigante bajo una de las ventanas. Hay una televisión, pero es diminuta. Dudo que aquí le dediquen mucho tiempo. Por lo demás, hay varias puertas de diferentes colores. Están todas cerradas.

—¿Vives aquí? —pregunto, confusa.

Stef me contempla como si se preguntara el por qué de mi tono.

—Sí.

—Es... muy colorido.

—Suenas sorprendida.

—Lo estoy.

—¿Qué te creías?, ¿que vivía en un escenario gris, blanco y negro?, ¿que toda mi habitación sería monocolor?

—Pues... sí.

—Creías bien. Esta decoración la eligieron Davide y Nicola; yo la odio a muerte.

Se me escapa una risa, a lo que él me sonríe y sigue andando.

Su puerta es la segunda del pasillo. La única blanca, por supuesto. No sé si entrar es inapropiado, así que me quedo de pie en el umbral mientras Stef empieza a rebuscar entre sus cosas.

Y..., sí, esta habitación encaja más en su personalidad.

Es pequeña, aunque no tanto como nuestras cabañitas. Cuenta con una cama mediana en una de las esquinas, bajo un ventanal que da directamente con la puesta de sol. Tiene un armario cerrado, un espejo delgado y un escritorio lleno de libretas —qué sorpresa—, papeles y bolígrafos. No tiene ningún tipo de decoración más allá de algunas fotos familiares, y dudo mucho que las haya puesto él.

Como no me dice nada, decido entrar un poco más y acercarme al umbral. Hay fotos de varias fases de su vida. Sonrío al ver al mini Stef con una tabla que mide el doble que él. De pequeño tenía la piel mucho más morena, el pelo mucho más largo y la sonrisa mucho más grande. Esta se va empequeñeciendo a lo largo de los años, y para cuando llego a la adolescencia ya no queda nada de ella. No puedo evitar poner una pequeña mueca de lástima.

Me llama la atención que la mayoría de sus fotos son con Davide. Se nota que se quieren muchísimo, e incluso me atrevería a decir que Stef le admira. Davide siempre sale con una gran sonrisa y un brazo alrededor de los hombros de su hermano, aunque ahora Stef es bastante más alto que él.

Sus demás familiares salen en algunas fotos; Fabrizio, sus padres, la que supongo que sería su abuela, Nicola, los niños... Y luego está el otro chico, el que es igual que Davide y Stef, solo que nunca lo he visto por el resort. El hermano mayor que ambos, supongo.

Me acerco un poco más a la foto en la que salen los tres. Stef debía tener unos... ¿catorce años, quizá? Está sentado en un banco junto a la playa, y mira la cámara con cierta resignación. Lleva puesto un bañador de colores y un collar hecho a mano. Davide está entre ambos. Su sonrisa parece forzada y, aunque pasa un brazo por encima de los dos, se nota que prefiere a Stef. El tercero, que no conozco, tiene el mismo pelo oscuro y ojos claros. Se nota que son hermanos. Incluso tiene el mismo lunar en el hombro que Stef —no es que me haya fijado mucho, ¿eh?—. Diría que su expresión es seria, pero en realidad parece un poco enfadado. No toca a sus hermanos; el único contacto que les une es el de Davide, y parece que le han obligado a aceptarl...

—Aquí está.

La voz de Stef hace que dé un respingo. Me vuelvo para mirarlo, y cuando veo lo cerca que está, doy un torpe paso hacia atrás. Quizá debería haber calculado mejor las distancias, porque me doy de lleno contra la pared. Y la cabeza, por supuesto, contra una de las puntas del mural de fotos.

El golpe es tan duro que, por un momento, veo un destello blanco. El dolor aparece un segundo más tarde, y suelto un sonido que podría ser una palabrota, pero no estoy muy segura. Auch.

Llevo la mano a la parte de atrás de mi cabeza, pero me sorprende notar que ya hay una. Stef me mira con los ojos muy abiertos.

—¡Ten cuidado! —protesta—. ¿Estás bien?

Un poco nerviosa por la proximidad, asiento con la cabeza.

—Sí, no ha sido nada.

Stef no parece muy seguro, pero aun así me suelta y da un paso atrás.

—Como sigas así, no llegarás viva a medianoche.

—Te haría un favor.

—No digas tonterías. Y ten cuidado.

—Que sííííí...

—He encontrado la crema —añade, ofreciéndomela—. No es de marca, pero te jodes. Es lo único que tengo.

—Qué bonito.

—Si quieres discursos bonitos, te has equivocado de puerta.

Irritada, dejo de frotarme la cabeza para quitarle la crema de la mano. Lo primero que hago es olisquearla. Soy muy rarita con los olores, y si no me gusta el de una crema no quiero ponérmela. Para mi sorpresa, esta me gusta mucho.

—Vale —murmuro—. Me la quedo.

—De nada, ¿eh?

—Ah, gracias.

Y... silencio incómodo.

Con la crema en la mano, no sé qué otra cosa hacer. Supongo que debería irme, pero está en medio de mi camino y no sé cómo pedirle que se aparte sin que la situación se vuelva todavía más incómoda. Stef me observa con curiosidad, pero no me echa. No sé qué espera que haga.

—Em... —Dudo durante lo que parece una eternidad—. Bonita habitación.

Él parpadea y parece acordarse de dónde está.

—¿Te gusta? —pregunta, escéptico.

—Em...

—Sé sincera.

—No. Parece una habitación de hospital. Ya podrías ponerle algo de decoración.

Lejos de ofenderse, esboza una sonrisa de medio lado y mira a su alrededor.

—No tengo paciencia para buscar decoraciones —confiesa.

—Oh, por favor, ¡no es tan difícil! Podría ayudarte, si quisieras. Solo para devolverte el favor de la lupa, ¿eh? No porque me caigas bien.

Mi última aclaración hace que enarque una ceja.

—Lo que tú digas.

—Bueno... —murmuro—, debería volver a mi cabaña.

—¿Ya?

Estoy a punto de responder, pero su pregunta me pilla totalmente desprevenida.

—¿Ya? —repito—. ¿Quieres que me quede?

—Acabas de llegar.

—Eso no es una respuesta, Stef.

Poco afectado, se encoge de hombros.

Durante unos segundos, me aferro al botecito como si fuera mi único salvavidas. Stef sigue mirándome con las manos en los bolsillos. La viva imagen de la indiferencia. Ha llegado un punto en el que ni siquiera estoy segura de si liga conmigo o no. Antes lo veía bastante claro, pero ahora me hace dudar. Tampoco es que esté muy segura de cómo ligaría alguien como Stef. Es tan... literal.

Antes de que pueda responder, ambos oímos lo que supongo que será la puerta principal. Después, tres pares de pasitos a toda velocidad y el nombre de mi jefe. Las cabezas de Lia, Luca y Bruno se asoman a la habitación en tiempo récord. Cualquiera diría que tendrían que sorprenderse al verme, pero para nada. Se comportan como si esto fuera lo más normal del mundo.

Mi mente enferma empieza a malpensar que quizá Stef se trae a muchas voluntarias, pero entonces Lia comenta —y consigo entender, ¡bien!— que nos han visto subir juntos y querían ver qué hacíamos.

Todo lo que podrían hacer y lo poco que hacen...

Mientras Stef y los dos niños mayores hablan a toda velocidad, Bruno se separa un poco para acercarse a mí. Lo recibo con una sonrisa, aunque él parece preocupado al ver lo roja que tengo la piel.

—Estoy bien —aseguro, y señalo su libreta—. ¿Qué has dibujado ahí?

No entiende la pregunta, pero sí el gesto. Me enseña el dibujo, muy orgulloso. Es un muñeco de palitos con el pelo rubio y alguna palmera alrededor.

—¡Claudia! —dice con su acento. Es lo primero que le oigo decir.

Lia y Luca sueltan un oooooooh muy cursi, a lo que Brunito se pone rojo como un tomate. Stef lo contempla todo con su característica ceja enarcada.

—¡Es muy bonito! —le aseguro a Bruno con una sonrisa.

El niño ya no parece tan seguro, pero aun así asiente con la cabeza. Después, cierra la libreta y sale de la habitación. Lia y Luca, por su parte, se acercan con toda su coordinación y me arrebatan la crema de la mano.

—Quieren ayudar —explica Stef.

—¿Y debería fiarme?

—No, pero no te queda más remedio; ya te la han quitado.

Y así, niños y niñas, es como termino sentada en el salón de mi jefe con dos críos embadurnándome los brazos de cremita.

Me pregunto qué pensaría la Claudia de hace un mes si le explicara esta situación. Probablemente se reiría de mí. Justo como está haciendo Stef desde el sofá. En lugar de ayudarme, ha dejado que los niños hicieran absolutamente lo que quisieran conmigo, el cabrón. Ya se la devolveré.

Mientras Luca me dibuja caritas sonrientes en un brazo y Lia me frota el otro como si quisiera arrancarme la piel, suspiro.

—Lo que daría por una ducha...

Stef, que ha estado contemplando el dibujo que hacía Bruno a su lado, se vuelve y me sonríe.

—Deberías alegrarte de que te quieran tanto. Normalmente, intentan espantar a todos los voluntarios.

—Oh, qué honor...

—¿Prefieres esto o que te metan arena en la maleta?, ¿o te pongan aceite en la almohada?, ¿o te tiren el colchón al agua y...?

—¿Y a ti por qué no te hacen todas esas cosas?

—Porque intimido.

Suelto un sonidito de burla, a lo que él entrecierra los ojos.

—¿Qué?

—A mí no me intimidas mucho —miento descaradamente.

—Seguro.

—¿No te lo crees?

—No.

—Porque eres un creído.

—O porque soy más honesto que tú. Y más observador, también.

—¿En serio?

—Ajá.

—Pues sorpréndeme.

—¿Con qué?

—Dime algo que me sorprenda.

—Ya. ¿Y qué gano yo con eso?

—Nada.

—Entonces, no te lo digo.

Vale, debería callarme, pero la curiosidad es muy grande. Entrecierro los ojos a la vez que él sonríe de manera misteriosa.

—¿Qué quieres si consigues sorprenderme? —pregunto—. Porque está claro que quieres algo.

—Puede que tenga una cosa en mente.

—Me das miedo.

—Te gusta mucho jugar a verdad o reto, ¿no? Pues, si consigo sorprenderte, quiero que hagas un reto. Sin protestar.

La cosa se pone más y más interesante.

De nuevo, debería decir que no y soy incapaz de hacerlo. Con ambos niños todavía embadurnándome de crema, asiento con la cabeza.

—Trato hecho.

Por la forma en que me mira Stef, creo que me arrepentiré de esto.

—Genial.

—Ahora te toca sorprend...

—No sabes nadar.

Hasta hace un momento sonreía, pero dejo de hacerlo al instante. Stef observa mi reacción con mucha curiosidad. Yo, por mi parte, no sé qué cara estoy poniendo.

—¿Cómo...? —empiezo, pasmada.

—Haces lo que sea para no acercarte a la orilla, te enfadaste cuando el idiota intentó lanzarte al agua, nunca vas a nadar con los demás voluntarios... Ni siquiera recuerdo haberte visto jamás en bañador. No hace falta ser un genio para atar conceptos.

—Así que quieres verme en bañador, ¿eh?

—No cambies de tema —advierte, señalándome—. Te he sorprendido. He ganado el juego.

No sé qué me jode más, si el darme cuenta de que se fija tanto en mí o que se haya dado cuenta de que, efectivamente, no sé nadar. De pequeña odiaba la playa y no me acercaba a las piscinas, así que nunca llegué a aprender. Y mira que viviendo en Barcelona es difícil no aprender, ¿eh? Pero siempre me las arreglo para ir al contrario que los demás.

Como debe ser.

—¿Y qué? —murmuro—. ¿Te vas a reír de mí o qué?

Mis palabras le pillan desprevenido.

—¿Reírme? ¿Por qué?

—Porque tengo veinte años y no sé hacer una cosa tan básica como nadar.

De nuevo, sigue mirándome con sorpresa.

—No me reiría de ti, amore. Te sorprendería la cantidad de gente que aprende a nadar aquí, en el resort. Y son mucho mayores que tú.

—¿En... en serio?

—En serio. No hay nada de qué avergonzarse.

—Oh, bueno...

—Suelo enseñarles yo, porque es lo que necesitan aprender antes de subirse a una tabla de surf. Lo que me lleva a tu reto.

Mierda. Se me había olvidado esa parte.

—¿Vas a retarme a saltar al agua o algo así? —pregunto, un poco aterrorizada.

—No.

—¿Entonces?

—Quiero que me dejes enseñarte a nadar.

Sus palabras hacen que parpadee, un poco pasmada.

—¿Eso es un reto?

—¿Que te calles durante más de dos segundos y me hagas caso? Un gran reto.

—Oye, ¡no me...!

—Has accedido a hacerlo —me recuerda, muy serio.

Frunzo el ceño, irritada. No sé qué decir. La perspectiva de meterme en el agua, y más en un mar, me pone muy nerviosa. ¿Y si se me lleva la corriente?, ¿y si me hundo y no sé volver a salir?, ¿y si me hunde él por pesada?

—¿Qué ganas tú con eso? —pregunto al final.

—Te veo en bikini.

—Hablo en serio, idiota.

—Me aseguro de que no morirás si algún día te lanzan al agua. No podemos prescindir de ningún empleado.

—Seguro que lo haces por el resort, sí...

—¿Por qué otra cosa iba a ser?

Estoy a punto de responder, pero lo cierto es que no quiero ponerle palabras a lo que siento. Al final, me encojo de hombros justo como él lo ha hecho antes.

—Pues vale —murmuro de mala gana—. Enséñame a nadar, si tanto quieres...

—Perfecto.

Y, de pronto, está de pie junto a mí. Cuando me ofrece una mano para levantarme del suelo, empiezo a notar sudores fríos.

—¿A-ahora...?

Él duda un momento.

—¿Eh? No. Solo intento darte una excusa para escapar de estos dos.

—Oh, sí, por favor.

Acepto su mano sin dudarlo un segundo. Tanto Lia como Luca empiezan a protestar, pero no puede darme más igual. Necesito quitarme los cuarenta litros de crema de encima en cuanto antes. Con suerte, será suficiente para ponérmela en las piernas y en la cara, porque solo le han hecho caso a mis brazos.

Stef me suelta la mano en cuanto estoy de pie, y me sorprendo a mí misma al desear que hubiera mantenido el contacto un poquito más de tiempo. ¿Se puede saber qué me pasa últimamente con este chico? Se supone que todavía no he superado que Marina es una cabrona y ya estoy suspirando por mi jefe.

Por suerte, Stef no se da cuenta de mi monólogo interior. Nicola, que acaba de entrar por la puerta principal, le distrae un poco. Al contrario que los niños, ella sí que parece pasmada al verme ahí. Tanto que ni siquiera lo sabe disimular.

Tras dudar unos instantes, le pregunta algo a Stef en italiano. Éste se encoge de hombros, como siempre. Nicola vuelve a mirarme con perplejidad.

—Dice que se queda con los niños para que pueda acompañarte —explica Stef.

—¿Seguro? Ha sonado a pregunta.

—¿Te acompaño o no?

Me hace un poco de gracia que siempre se empeñe en acompañarme como si fuera a perderme, cuando en realidad no salimos del resort. Aun así, no voy a negar que me gusta un poquito.

Hoy, sin embargo, va directamente al camino de las cabañas y decide pasar de las rocas. Ni siquiera se enciende un cigarrillo. Simplemente, va andando a mi lado con las manos en los bolsillos. La playa, como siempre durante la puesta de sol, se ha vaciado por completo. Todos los turistas han ido al chiringuito a pedir bebidas y a disfrutar de las canciones en italiano de Fabrizio, así que la tenemos casi toda para nosotros. Aun así, Stef apenas la mira.

Y yo —que no sé estar en silencio durante mucho rato— decido sacar algún tema de conversación.

—Durante la comida, Blanca ha dicho que mañana harían una fiesta —explico, aunque no sé si me escucha—. Es el cumpleaños de un voluntario.

—Ah.

—Parece divertido, ¿no?

—Si te gusta la gente...

—¿A ti no te gusta?

—Me gustan ciertas personas, no la gente.

Sonrío y sacudo la cabeza.

—Podrías pasarte —añado.

Él parece de todo menos convencido. Cuando lo miro de reojo, veo que ha puesto una mueca.

—¿Y por qué haría eso?

—No sé. Pasas más tiempo con nosotros que el resto de tu familia.

—Porque soy el pringado al que asignan controlaros.

—Lo que tú quieras, pero creo que nos conoces de sobra. Podrías pasártelo bien.

—A mí no me invitan a estas cosas, amore.

—Te estoy invitando yo.

Stef se detiene, por lo que decido imitarlo. Hemos llegado al final del camino, por lo que tras las rocas ya daremos de frente con las cabañas. Quizá no quiere que los demás voluntarios le vean conmigo. Es una perspectiva que me pone un poco triste.

No obstante, Stef simplemente se ha quedado pensando. Tras unos segundos, reanuda la marcha. Me apresuro a seguirlo.

Los demás voluntarios nos lanzan miraditas curiosas. Algunas son piadosas, como si temieran que voy a recibir una bronca. En cuanto se dan cuenta de que no es así, pasan a la confusión más absoluta. No creo que estén muy acostumbrados a ver al jefe por aquí.

Stef finge que no se da cuenta y se detiene junto a mi cabaña. Por la luz que veo tras la ventana, imagino que la noruega estará viendo tiktoks. Y, por los cuchicheos que oigo a mi lado, deduzco que Miki y Blanca están espiándonos desde su cabaña.

Me vuelvo hacia Stef. Su actitud ha cambiado, y siento que no es porque nos estén observando todos los voluntarios. Parece... distraído.

—¿Estás bien? —pregunto sin pensarlo.

—Sí. —Lo dice de forma demasiado automática como para que me lo crea—. Si mañana necesitas terminar antes y prepararte para la fiesta, avísame.

Intento que no se me note demasiado la sorpresa.

—Deduzco que no vas a venir, entonces —murmuro al final.

—Suenas decepcionada.

—Sería más divertido contigo. ¡Para verte borracho! —añado en cuando enarca las cejas. He entrado en modo pánico—. Sería... em... interesante.

Tras lo que parece una eternidad, me sonríe.

—¿Curioso por qué?

—Los borrachos dicen la verdad.

—¿Qué te hace pensar que ahora no digo la verdad?

—Quizá tus respuestas no me gustan.

—Quizá no te atreves a hacerme las preguntas interesantes.

—¿Las responderías?

—Ponme a prueba.

Se ha acercado a mí, como siempre que empezamos con el tira y afloja que son este tipo de conversación. Y, mientas que él sonríe, yo estoy toda roja y acalorada. Y esta vez no puedo echarle la culpa a la quemadura del sol.

Por un momento, parece que va a decir algo más, pero no. Se limita a ofrecer una sonrisa un poco menos real y a dar un paso atrás.

—Nos vemos mañana —dice, simplemente.

Mientras se aleja por el camino de antes, no puedo evitar preguntarme si he dicho algo para cagarla. En su casa estaba todo bien, así que supongo que habrá sido algo del camino. Pero ¿el qué? ¡Apenas me ha dado tiempo a abrir la boca!

Mira que es complicado, ¿eh? Por lo menos, Marina era más simple que el mecanismo de un champú.

E infiel.

Pues sí. Si tengo que elegir, prefiero a un complicadito fiel.

Exacto.

—Vaya, vaya. —La voz de Blanca casi me provoca un infarto—. ¿Qué es esta escenita que acabamos de presenciar?

—Esta escenita romántica —añade Miki en el mismo tono malicioso.

Tras ponerles mala cara, me acerco a los escalones de mi cabaña para sentarme. No tardan en acompañarme, los cotillas. Está claro que se mueren de ganas de más detalles.

—No sé qué queréis que os cuente —admito.

Blanca me da un manotazo en la rodilla, indignada. Cadi doy un chillido por la piel quemada.

—¡Todo! —aclara—. ¿Estáis liados?

—¡Claro que no!

—Lástima —murmura Miki—. Habría sido una historia interesante.

—Todavía queda mucho verano —asegura Blanca.

—No sé, Stef suele ser más lanzado. Si todavía no ha intentado nada...

Por un momento he desconectado, pero esa última frase hace que me centre de golpe. Sujeto del hombro a Miki con todo mi dramatismo.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Eh? —pregunta él, confuso.

—¿Suele ser más lanzado? —repito—. ¿Qué quieres decir? ¿Suele hacer esto con las voluntarias? ¿Ha habido muchas otras? ¿Se han...?

—Cálmate, vaquera —dice Blanca, divertidísima—. Para no estar liados, haces muchas preguntas.

—Me da igual —miento.

—Stef no liga con nadie —asegura Miki en tono conciliador—. De hecho, suele pasar de todo el mundo. Lo decía por Cinnia.

Clau, ponte las gafas de investigadora.

No sé por qué, pero hasta ahora no había considerado la posibilidad de que la tal Cinnia hubiera estado mucho por el resort. O que mis compañeros la conocieran. Pero, de pronto, se me abre una puerta llena de posibilidades.

¡Por fin alguien a quien puedo preguntarle!

—¿Quién es Cinnia? —pregunto con inocencia.

—La ex el jefe —explica Blanca—. Antes vivía aquí, pero desde que cortaron no ha vuelto a aparecer.

—Oh, ¿era voluntaria?

—Solo durante un verano, que fue cuando se enrollaron. Se marchó en cuanto la cosa no funcionó.

—No era muy simpática, la españolita —añade Miki con un puchero—. De hecho, a mí me daba un montón de órdenes. Se creía que estaba por encima de los demás.

—Exacto. —Blanca asiente—. Con su ropita de marca y su pelo rubio, se creía que podía hacer lo que quisiera.

—Porque Stef se lo permitía todo.

—Y al jefe lo trataba fatal. Se pasaba el día diciéndole lo que tenía que hacer. Y gritándole. No sé cómo la aguantaba.

—Y ponía en duda todas sus órdenes. Ni siquiera quería vivir en las cabañas, ¿te acuerdas? Terminó con esta cabaña solo para ella.

—Y cuando...

—¡Esperad un momento! —pido, porque creo que el cerebro va a estallarme.

Ambos me contemplan con curiosidad. Yo, por mi parte, tan solo puedo repasar toda la información que me han dado.

—Si no he entendido mal... —empiezo en voz baja—, Cinnia es española, rubia, viste de marca y pone en duda todo lo que Stef le dice. Y vivía en esta misma cabaña. La misma que yo.

Creo que no han sido conscientes de lo horrible que sonaba todo hasta este momento. En modo pánico, intercambian una rápida y se comunican de manera telepática.

—Em... —empieza Blanca, dudando—. Tu rubio es más clarito que el suyo. De hecho, no diría que era taaan rubia...

—Y no era de Barcelona —asegura Miki—. Venía de Valencia, creo. ¡No es lo mismo!

—Y Stef la acompañaba cada noche, pero no con la misma actitud que contigo. ¡Ahora se le ve contento!

—Exacto, ¡es toooodo muy distinto!

Cuando ven que no reacciono, vuelven a intercambiar una mirada. Yo solo puedo imaginarme a Stef paseando con mi clon colgada del brazo. Y haciendo todas las cosas que hace conmigo. Durante un momento, me pregunto si con ella también iba a las rocas. Si con ella también sonreía disimuladamente y le pedía que le guardara el secreto de que fuma. Si le pedía que le ayudara con los regalos. Si la acompañaba a la ciudad. Si hacía todas las cosas que hasta ahora me hacían sentir un poco especial.

Vaya, qué manera de deshincharme. Me siento como si acabaran de tirarme un cubo de agua helada.

Bueno, está bien saber que tan solo soy el clon de la exnovia de Stef. Esa que, por lo que acabo de oír, deduzco que no ha superado. Me pregunto si por eso me trata de manera tan rara. Si por eso antes se ha marchado tan rápido, igual que todas las otras veces. Se acerca a mí, pero luego se aleja antes de que pase nada. Intenta sustituirla conmigo, pero entonces se da cuenta de que no soy ella. Nunca seré ella.

Con una sensación muy rara e incómoda en el pecho, me abrazo las rodillas.

—¿Estás bien? —pregunta Miki, preocupado.

—Perfectamente —aseguro, mirando mis pies—. Estoy... deseando que llegue la fiesta de mañana.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro