Capítulo 7
7
Hoy, al terminar mi turno, estoy contenta. Lo sé. Una locura. Increíble. Pero sí, estoy contenta. Y no por los turistas pesados, ni tampoco por mi jefe amargado, ni mucho menos por el sol insoportable. Por nada de eso.
Esta noche... ¡es la fiesta de cumpleaños de Brunito!
Quizá no debería estar tan entusiasmada, pero es que me hace mucha ilusión. Soy la más pequeña de mi familia y nunca hemos sido muy propensos a las celebraciones, así que hace muchos años que no asisto a una fiesta de niños. Me pregunto si habrá golosinas, regalos y música. Seguro que sí. Sé que es un poco tonto, pero... de nuevo, sí, me hace ilusión.
Nada que nos haga ilusión es tonto.
Para aumentar mi buen humor, la policía no ha aparecido a interrogarnos como dijeron. De hecho, le he preguntado a Stef si podía trabajar tranquila y me ha asegurado que probablemente no vendrían hasta la semana que viene. No he entendido mucho el por qué de la amenaza de ayer, pero solo por su cara he preferido no preguntar.
Estoy tan contenta que cuando llego a la cabaña saludo a la noruega. Ella, que está estirada en su cama y habla por teléfono, no se molesta en responder. Se limita a poner los ojos en blanco y seguir a lo suyo.
Nada más sentarme en la cama —y todavía envuelta en mi toalla de la ducha—, saco el móvil para escribirle a mi mejor amigo.
Clau: Hooooooola :D
Arni: Hey
Clau: Hoy voy a hacer una cosita muy divertida ;)
Arni: No me asustes
Clau: Ten un poco más de confianza
Arni: Siento q vas a liarte con alguien por despecho
Estoy a punto de responder, pero sus palabras me dejan totalmente parada. ¿Liarme con alguien?, ¿por despecho? ¿De qué habla?
Siento que no quieres descubrirlo.
Clau: Despechada por qué???
Escribiendo. En línea. Escribiendo. En línea.
Oh, oh.
Clau: ???????
Arni: Me refiero a la foto de Marina
Arni: La última que ha subido
Siempre que Marina y yo cortamos, Arni se niega a llamarla por su nombre y se refiere a ella de esta manera. Normalmente me hace mucha gracia, pero ahora mismo sigo contemplando la pantalla con perplejidad.
Clau: No he visto nada
Arni: Pues no lo mires, Clau, que no vale la pena
Por supuesto, paso de él y voy directa al perfil de Marina. Todavía me tiene bloqueada. ¡Mierda!
Sin siquiera pensarlo, me acerco a la noruega y señalo su móvil. Ella me hace un gesto para que me pierda. Quizá en otro momento pasaría de ella, pero en este decido que quiero guerra. Y lo demuestro al arrancarle el móvil de la mano y cortarle la llamada.
La noruega se pone de pie de un salto y empieza a gritarme lo que supongo que serán de todo menos halagos, pero me da igual. Mientras me persigue por el metro cuadrado que es nuestra cabañita, yo voy buscando el Instagram entre sus aplicaciones. Tardo más de lo esperado porque tiene un montón de redes sociales, la pesada. Pero finalmente llego a él. No sé cómo, pero me las apaño para entrar en el perfil de Marina.
Y... ahí está.
No sé si es porque se ha dado cuenta de la gravedad de la situación o qué, pero la noruega deja de perseguirme para contemplar por encima de mi hombro, curiosa. Yo también lo hago, solo que hundida en la miseria más absoluta.
Lo primero que veo es su mata de pelo teñido de azul. Y su sonrisita ilusionada. Y sus ojos, que me mandan un guiño a través de la pantalla. El estómago me da un vuelco muy desagradable al ver que esas uñas pintadas de negro ya no me estrujan la cara a mí —un gesto que tenía cada vez que me besaba—, sino a otra persona. Otra chica.
Es preciosa. Y la he visto antes. Mucho antes. Todas esas veces en las que aparecía en las fiestas de Marina y veía cómo se hablaban, todas esas veces que mi exnovia me trató de loca por decirle que había algo entre ellas, todas esas veces que incluso yo misma pensé estarlo porque parecía que nadie más lo veía... Veo todas esas cosas en la foto. Y, casi a la vez, noto que empiezan a temblarme las manos. No sé si es por la rabia, la tristeza o ambas a la vez, pero ni siquiera me sale llorar. Me siento... traicionada.
Cuando le devuelvo el móvil, la noruega ya no parece tan cabreada. Me observa con lo que diría que podría ser incluso empatía, aunque no dice nada. Simplemente, vuelve a su cama y no reanuda su llamada.
Marina está con otra. Ya está. Hemos pasado por muchas cosas, pero nunca por esta. Ha pasado página de verdad. Me ha sacado de su vida. Me. Ha. Sacado. De. Su. Vida. Sabía que pasaría, pero no tan rápido. No así. No cuando ni siquiera ha querido volver a hablarme. Se ha olvidado de mí. ¿Cómo ha podido hacerlo tan rápido? ¿Es que todo ese año juntas no significó nada? Para mí lo hizo. Para mí sí.
Me encantaría llorar, porque así al menos me desahogaría un poco. Pero no me sale. No me sale nada más que rabia. Y sé que ahora mismo no podré desahogarme con nadie, por lo que tomo una decisión sobre la marcha.
Decido responder a la carta de mi hermano y, así, soltar toda la bilis que llevo dentro.
La escribo con rapidez y, aunque no vuelvo a leer lo que le he escrito, me sé cada línea de memoria. Al terminarla, la meto en un sobre y le hago un nudito con las mismas cuerdas que me mandó él.
Curiosamente, ya estoy mucho más calmada. Y menos mal, porque ya está anocheciendo y tengo una cena pendiente. Cierro los ojos con fuerza, trato de centrarme y, finalmente, abro mi cajoncito de ropa formal.
¿Cuál es la ropa más adecuada para ir a una cena familiar? Cuando estaba en casa de mis padres, me ponía en pijama.
Ve en pijama, verás qué risas.
Metí un vestido sencillo en la maleta, uno de esos que tienen un elástico en la cintura y luego son sueltos hasta por encima de las rodillas. Y, a ver, es blanco y de tirantes, tampoco es que sea nada muy especial, pero me parece lo suficiente cuqui como para ser aceptada en un entorno familiar. Me lo enfundo con un saltito, me subo la cremallera de la espalda tras varios esfuerzos y luego vuelvo a revisar mi figura. No me queda mal, no. Y tampoco es tan provocativo como los otros, así que estoy a salvo de provocarle un infarto a alguien.
Ni siquiera me molesto en atarme el pelo o maquillarme. Me da pereza porque estoy mentalmente agotada y, además, dudo mucho que se fijen demasiado. Así que voy directamente a por la bolsita que he dejado preparada, abandono el móvil de forma voluntaria y me acerco a la puerta.
—Hasta luego —le digo a la noruega.
Ella me mira un momento y, para mi más absoluto asombro, murmura algo que no parece un insulto.
Pasito a pasito.
Estoy a punto de empezar a salir de la cabaña, pero una nube de humo hace que baje la mirada. Contemplo a Stef, que está sentado en el segundo escalón con las piernas estiradas y un cigarrillo en la mano.
Gracias por la visión.
—Ya era hora —comenta, tan agradable como de costumbre.
—¿Qué haces aquí?
—Me han mandado a buscarte. Mi madre se cree que eres tan desorientada como para no encontrar el camino al chiringuito.
—Me sorprende que hayas dicho que sí.
Se encoge de hombros.
—Hay que elegir las batallas, principessa.
Como ha inclinado la cabeza para encenderse el cigarrillo otra vez, me permito observarlo mejor. Lleva puestos unos vaqueros y una camiseta de color azul claro. El tono hace que su pile morena resalte todavía más. Y huele a jabón y aftershave. Debe haberse duchado hace poco, porque todavía tiene trazos húmedos en el pelo negro como el carbón.
Una vez se ha encendido el cigarrillo, echa la cabeza hacia atrás para apoyarla en los barrotes. El humo se escapa de sus labios mientras su mirada, sin ninguna prisa, recorre mi vestido con curiosidad. Es obvio que lo he pillado, pero no puede darle más igual.
—¿Algo que comentar? —pregunto con una ceja enarcada.
—Nah.
—Pues mírame a los ojos, que los tengo muy bonitos y mucho más arriba.
Stef sonríe de medio lado y obedece.
Como veo que no tiene ninguna intención de ponerse de pie, decido ceder y bajo los escalones para sentarme en el mismo que él. Terminamos de frente, mirándonos en silencio, mientras yo juego con la tira de la bolsa y él lo hace con su cigarrillo. Por un momento pienso que va a decir algo, pero se limita a seguir observándome. Tan solo iluminados por las bombillitas que cuelgan de las entradas de las cabañas, sus ojos me parecen más bonitos que de costumbre. Y más intimidantes, también.
Vale, me estoy poniendo nerviosa.
—¿Qué miras? —pregunto a la defensiva.
—¿Estás bien?
La pregunta me pilla un poco desprevenida, y me veo obligada a improvisar.
—Claro que estoy bien.
Stef decide no insistir, aunque está claro que no se lo ha tragado. Al final, aparta la mirada y la clava en una cabaña cualquiera. Es mi turno para observarlo con fijeza.
—¿No vamos a la fiesta? —pregunto.
—Estoy bien aquí.
—Nos estarán esperando.
—Entonces, pueden esperar un rato más.
—O puedes esperar tú y voy yo sola.
—Pensarán que me has matado —bromea, mirándome de nuevo.
—Quizá me darán las gracias.
—Quizá —admite con una mota de diversión en la mirada.
—¿Por qué siento que no quieres ir?
—Qué lista nos ha salido la españolita...
—Podemos hacer otra cosa.
No sé por qué me incluyo en sus planes, y de pronto soy muy consciente de que quizá me he precipitado. Ya espero la mirada de reojo para hacerme sentir ridícula, pero esta no llega. En su lugar, Stef relaja un poco sus facciones, cierra los ojos y apoya la cabeza en la barandilla otra vez.
—Dame un minuto —pide al final, sin bromas ni ironías.
Nos quedamos en silencio un rato, y me sorprende no encontrarme fuera de lugar o incómoda en su compañía. Me limito a escuchar mi alrededor. El sonido del mar contra la orilla, las gaviotas que solo se acercan ahora que no hay tantos turistas desperdigados por la arena, el olor a sal del mal... y los sonidos no tan bonitos, como los de mis compañeros dentro de sus respectivas cabañas.
La noruega suelta una carcajada especialmente sonora y yo suspiro. Al volverme, descubro a Stef mirándome con diversión.
—¿La convivencia no mejora?
—Esta tarde he descubierto que la noruega tiene empatía, así que vamos avanzando.
Él sonríe y apaga el cigarrillo contra la arena. En cuanto ve la mirada que le estoy echando, suspira y se pone de pie para ir a tirarlo a la basura.
Admito que aprovecho su ausencia para estirar las piernas, segura de que no volverá a sentarse. Sin embargo, cuando vuelve, lo primero que hace es sentarse en el escalón de abajo. No me está tocando, pero su brazo está prácticamente pegado a mi pierna y eso me pone un poco nerviosa. Joder, ¿qué me pasa hoy?
—Podrías pedir un cambio de cabaña —comenta entonces.
—No pensé que fueras a aceptarlo.
—¿Por qué?
—Em... ¿por toda tu actitud general de mandarme a la mierda?
—No te mando a la mierda. Y... bueno, soy tu jefe. Tengo que hacerme respetar.
—Creo que no tenemos el mismo concepto de rispetto.
Al oír la palabra en italiano acompañada de mi gesto exagerado, se yergue un poco más.
—¿Qué...?
—Me he apuntado a un curso online —comento con mucho orgullo.
—¿Y por qué no te apuntas a una academia? Esos cursos no sirven de nada.
—Vaya, gracias.
Mi tono es de mala gana, claro. Por una vez que estaba consiguiendo impresionarlo...
Stef, como si se hubiera dado cuenta, relaja un poco su expresión.
—Seguro que el curso tampoco está taaan mal.
—Bueno, también tengo a Thai, que se ha ofrecido a ayudarme.
Espero la burla, pero no llega. Stef sigue contemplándome unos instantes con interés, como si dentro de su cabeza estuviera descifrando un jeroglífico. Llega a ponerse tan silencioso que no puedo evitar tensarme un poco.
Y no hablemos de cuando, de pronto, baja la mano y se pone a juguetear distraídamente con el lazo de mi sandalia, rozando la piel del tobillo.
Vaaale, calma, que no cunda en pánico.
Sé que me pongo nerviosa, pero no sé hasta qué punto es visible. Él, igualmente, no parece darse cuenta de lo que hace. Su dedo índice se enreda en el lazo rosa y juguetea distraídamente con él. Un pequeño —pero decidido— tirón hace que mi pierna entera entre en tensión, pero soy incapaz de apartarlo.
—Así que Thai va a enseñarte —dice finalmente, en tono burlón.
Oh, mierda, ¿de qué estábamos hablando?
Céntrate, te lo suplico.
—Sí —consigo articular.
Si se da cuenta del temblor de mi voz, finge que no. Se limita a observarme y a juguetear con la maldita sandalia. Yo empiezo a retorcer el borde de mi vestido de manera inconsciente.
—¿Thai? —repite.
—¿Algo que decir?
—Varias cosas, pero dudo que te guste ninguna.
—No, no. Ilumíname.
—Prefiero que crezcas tú solita y te preguntes por qué un chico quiere pasar tiempo a solas contigo. Y más para enseñarte un idioma del que no tiene ni puñetera idea.
—Thai sabe italiano.
—Thai sabe dos palabras. Yo sé italiano.
—Sí, pero a ti no te lo voy a pedir.
Esta vez, el tirón es un poco más brusco. No puedo evitar dar un respingo.
—¿Por qué no? —inquiere, casi con indignación.
—¡Porque me vas a decir que no!
—¿Lo has intentado?
Confusa, abro la boca. La cierro cuando él sigue jugueteando con el lazo y, sin querer, la punta de su índice recorre una buena parte de mi tobillo. Me quedo muy quieta y, para mi mayor asombro, él también. De pronto parece darse cuenta de lo que está pasando.
La reacción es inmediata y, cuando me suelta la tira para cruzarse de brazos, me siento un poco fría.
—¿Quieres ayudarme? —pregunto, en tono ahora agudo, para retomar la conversación.
—No sé.
—¿Eh?
—¿Qué me das a cambio de mis clases?
—Oh, vete a la...
—Te hice un favor —me recuerda con la cabeza ladeada—. Te acompañé a la ciudad y me dijiste que me debías una. ¿Ahora me debes dos?
—No, porque se lo voy a pedir a Thai.
Así me gusta, lánzale un reverso.
Stef me contempla unos instantes.
—No —concluye.
—¿Eh?
—Que no. Te enseñaré gratis. Soy así de generoso.
Enarco una ceja, poco convencida.
—¿Gratis?
—Absolutamente.
—¿Y por qué no me lo creo?
—Porque tienes problemas de confianza, quizá. ¿Quieres que hablemos de tu infancia?
Recojo mis piernas de golpe, indignada, mientras que él se ríe. Esta vez, me da igual pisarlo, así que paso por encima de él y me pongo de pie con mi bolsa en la mano. Stef contempla el proceso con una sonrisa y, cuando le hago un gesto impaciente, se levanta junto a mí.
Desde su altura —que es una cabeza más que la mía—, ya no me siento tan animada a molestarlo. De hecho, me limito a dar un paso atrás para alejarme un poquito y mantener la cabeza despejada. Después de la tontería del lacito, se me está haciendo complicado.
Stef observa mi reacción con una ceja enarcada.
—¿Vamos? —sugiero, con un gesto para indicarle que él primero.
Para mi sorpresa, lo hace sin protestar. Se echa a andar y yo me coloco a su lado, dejando la bolsa entre ambos para marcar bien la separación. De nuevo, él echa una ojeada a mis gestos con mucha curiosidad, pero no dice nada.
Al menos, durante el primer minuto de camino.
—Te has arreglado mucho —comenta sin mirarme.
—Me he puesto un vestido y ya está.
—Ah.
—¿Estás insinuando que me queda tan bien que parece que me he arreglado mucho?
—No.
—Entonces, no te ha gustado.
—No he dicho eso.
Le doy con mi bolsita de papel en la pierna y, en lugar de alejarse más, lo que hace es ralentizar para andar a mi lado. Noto que me mira de reojo, pero yo no le devuelvo la mirada.
Por suerte, llegamos al chiringuito sin más incidentes. Ya casi sumido en la noche, las lucecitas y las bombillas que cuelgan de las vigas de madera y de las columnas hacen que parezca todavía más mágico. Hay bandejas de comida a lo largo de toda la barra y la gente se agrupa y celebra el cumpleaños de Bruno. Sin embargo, de él no hay rastro por ningún lado. A quien sí que veo es a los niños Luca y a Lia, que se persiguen alrededor de la gente sin ningún tipo de preocupación.
—Joder —murmura Stef a mi lado—. Qué corto se me ha hecho el camino.
—Intenta contener esa emoción, jefe.
Su sonrisa ya no me sorprende mucho. Lo que sí me pilla desprevenida es que me ponga una mano en la parte baja de la espalda para guiarme.
Vaaale... ¿es cosa mía u hoy está muy tocón?
Si ya lo dije: los robos unen mucho a la gente.
Su contacto es muy poco perceptible; quizá el índice y el pulgar tocando el elástico de mi cintura, pero aun así todas y cada una de mis vértebras se centran en ese punto. Y quizá debería protestar o moverme, pero lo único que me sale es dejar que me guíe de esa manera, ahora prácticamente pegado a mí. Cualquiera que nos viera desde delante pensaría que me está rodeando con un brazo.
Una cara conocida se vuelve hacia nosotros. Fabrizio, el abuelo de Stef, se entusiasma nada más vernos. Empieza a gritar cosas en italiano, a lo que todo el mundo se gira hacia nosotros y grita en voz animada:
—CIAO, STEFANO!!!
Algo más, y todas las miradas tenebrosas se vuelven hacia mí.
—CIAO, CLAUDIA!!!
—¿Tengo que responder? —pregunto a Stef en voz baja.
—Sí, así los distraes mientras yo me corto las venas.
Intento aguantarme, pero al final no puedo evitar la risita.
—¡Ciao, chicos! —dice entonces otra voz conocida, y me alegra ver a Davide. Tiene un plato lleno de comida delante y parece muy contento—. ¿Hambre?
—¿Tú no estabas a dieta? —pregunta Stef.
Davide mira su plato, lleno de frituras y grasas saturadas, y se encoge de hombros.
—Día trampa —justifica, y luego se vuelve hacia mí—. Grazie por venir, Claudia. Bruno muy contento.
—¿Dónde está? —inquiero con curiosidad.
—Mmm... Nicola!
Ese último grito hace que una mujer emerja de entre la gente y se acerque a nosotros. En cuanto la veo, doy un paso hacia atrás automáticamente. La intención era alejarme del peligro, pero lo único que consigo es pegar la espalda al brazo de Stef, que seguía jugueteando con mi elástico. Él se tensa ante el repentino contacto, pero no se aparta.
Nicola, por cierto, se acerca a nosotros. La última vez que la vi me llamó de todo, así que no sé qué esperarme. Quizá un escupitajo en un ojo.
Pero no. Se limita a mirarme de soslayo mientras que Davide le dice algo en su idioma.
—Ciao —murmura en voz baja, no muy amigable.
Asiento con la cabeza a modo de reconocimiento. Stef dice algo en italiano. No sé qué es, pero hace que Nicola me mire fijamente. Su marido también. Parpadeo, confusa, y me vuelvo hacia mi jefe. Estoy tan pegada a él que me sorprende encontrar su cara tan cerca de la mía. Él ni siquiera parpadea.
—Se está disculpando contigo —explica.
—¿Eh?
—Por lo del otro día. Bruno le ha contado lo que pasó. Quiere darte las gracias por ayudarlo.
Miro de nuevo a Nicola, que hace un ademán de acercarse y, al final, se echa un poco para atrás. Doy un paso en su dirección para terminar con sus dudas,y ella me da un corto abrazo. Al separarse, ha enrojecido un poco. Echa una ojeada a Davide, que sonríe ampliamente y le pasa un brazo por encima de los hombros.
—¡Bien, bien! —exclama—. ¡Familia unida!
No sé en qué momento he empezado a formar parte de la familia, pero no cuestiono nada. No quiero cortarle el rollo.
—Vamos a cenar para celebrar —añade entonces, entusiasmado. Nicola dice algo en italiano, contrariada—. ¡Día trampa!
—Voy a por alguna bebida —murmuro, separándome de Stef—. Ahora vuelvo.
No sé por qué se lo digo como si le importara un bledo si estoy con él o no, pero aun así él me sigue con la mirada mientras me alejo. Cuando echo una mirada por encima del hombro, lo veo hablando en voz baja con su hermano. Nicola ha desaparecido entre la multitud.
El ambiente es bastante agradable. Es cierto que no conozco a casi nadie y que todo el mundo habla un idioma que yo desconozco, pero aun así parecen estar contentos. Y, desde que he empezado a andar sola, todo el mundo me ofrece sonrisas y palabras que no comprendo. Deben notar que no formo parte de su grupito porque, a diferencia de su piel morena y pelo oscuro, yo soy tu rubia blanquita y básica de manual. Aun así, no hacen un solo gesto de contrariedad.
Llego a la barra al cabo de unos instantes. Efectivamente, hay bebidas de todo tipo. Poco alcohol, eso sí. Me estiro para hacerme con un vaso y, tras dudar un poco, me sirvo un zumo rojizo que huele de maravilla. No sé qué fruta es, pero me resulta muy dulce y me gusta. Necesito un poco dulzura después de este día de mierda.
Al volverme, casi me da un infarto al encontrarme de frente con la madre de Stef. Parece que la he interrumpido cuando iba a ponerse bebidas. Sin embargo, cuando me reconoce, da un saltito de alegría.
—¡Claudia! —exclama—. ¡Has venido! Sei bellissima!
—Oh, gracias, Greta...
—Ma, ¿Stefano?
—Creo que se ha quedado hablando con Davide y...
—¡Mejor! —exclama con una sonrisa, e incluso me guiña un ojo como si acabara de contarme un secreto—. Solo noi due. ¿Hambre?
Abro la boca para responder, pero de pronto ya me ha puesto un plato en la mano y me guía del brazo.
Y no sé cómo, pero así empieza una especie de túnel de la comida. Empieza con Greta, que me sirve puré de patatas. Después, otra mujer grita algo en italiano y me pone verduritas para acompañar. Pasamos, por lo menos, por cuatro personas más. Tengo el plato a rebosar, y todo el mundo me dice cosas y me pellizca las mejillas. No entiendo nada. Terminamos junto a una barbacoa en la que un hombre de mediana edad y una gran barriga cervecera da la vuelta a la carne de la brasa. No tardo en descubrir que es el padre de Davide y Stef, y trata de ponerme un trozo de cecina en el plato, pero lo retiro enseguida. Se encoge de hombros y sigue a lo suyo, a lo que Greta me guía de nuevo hacia el interior.
Ya estoy empezando a desesperarme con la idea de que no voy a salir con brazos de aquí cuando, de pronto, diviso a Stef. Y quisiera decir que me alegra verlo, pero pronto me doy cuenta de que está apoyado con un codo en la barra y habla con una chica. Es menudita, de pelo castaño y piel bronceada. Debe hacer algún tipo de ejercicio, porque está muy tonificada. Y no sé de qué hablan, pero la expresión de Stef se suaviza cuando ella le da una palmadita sin mucho ánimo en la mejilla. Él se inclina un poco más en su dirección y parece que baja la voz.
Bueeeno... hora de irme a la mierda, ¿no?
Con unos cuernos al día era suficiente, la verdad.
Una mano pequeña se coloca en mi rodilla y bajo la mirada, sorprendida, para encontrarme con dos ojos grandes y oscuros. Bruno me mira con sorpresa, como si no pudiera creerse que esté ahí.
—¡Anda! —exclamo con una sonrisa—. Mira dónde se había metido el cumpleañero, ¿qué tal tu noche?
Creo que, como la otra vez, no se entera mucho de lo que estoy diciendo. No parece que le importe demasiado. De hecho, está aliviado de verme. Tiene mi rodilla bien sujeta con la mano y se medio esconde detrás de mi cuerpo.
No me doy cuenta del por qué hasta que veo a Lia y a Luca correteando y buscándolo entre los invitados.
—Ah, claro—murmuro—. ¿Quieres que nos sentemos por ahí, para que no te vean?
Lo entiende mejor cuando señalo el final del chiringuito. Y así terminamos los dos sentados en los tablones de madera, con los pies colgando sobre la arena caliente de la playa. El sol ya se ha puesto. Dejo el plato de comida entre nosotros y Bruno me roba un trozo de mazorca para comérselo, ahora más tranquilo y alejado del tumulto de gente.
—No parece que te gusten mucho las fiestas —comento, observando lo a gusto que está ahora que nos hemos alejado—. El cumpleañero debería poder elegir cómo es su fiesta de celebración, creo yo.
Bruno me mira sin entender mientras que lanza la mazorca mordida al plato y empieza a pinchar trocitos de zanahoria con el tenedor.
—¿No tienes amiguitos de tu edad? —pregunto, balanceando las piernas—. ¿Algunos que no sean esos dos de ahí detrás? Bueno, no pasa nada. Yo no tengo amigos de mi edad. Tengo a la parejita que me espera en Barcelona, pero esos no cuentan. Son más mis padres que mis amigos.
Mi tono hace que sonría un poco. Balanceo las piernas, despreocupada, mientras observo la playa ante nosotros. Ya tan solo quedan unos pocos grupos de voluntarios desperdigados por ahí, junto con algunos turistas despistados que han decidido cenar sobre la arena.
Bruno tiene la boca llena de zanahoria y salsa de tomate. Con una sonrisa, le tiendo la servilleta y le quito las manchas de las comisuras de los labios. Él se deja sin protestar y luego sigue comiendo.
—¿Sabes qué? —murmuro—. Tengo un regalo para ti.
Debe significar lo mismo en ambos idiomas, porque deja de comer y me mira con expectación. Con una sonrisa, alcanzo la bolsa de papel y se la tiendo.
—No es gran cosa —advierto—. A ver qué te parece.
Bruno rompe el papel con sumo cuidado, tratando de conservarlo tan entero como puede, y extrae la cajita de su interior con el mismo mimo. Me sorprende ver tanto cariño en un niño tan pequeño, pero no le meto prisa.
Abre la cajita, curioso, y se queda mirando su contenido. Lo hace con los labios separados por la sorpresa. Transcurren unos segundos hasta que, divertida, lo insto a seguir. Él saca el colgante y se lo pone en la palmita de la mano, pasmado.
—Es la perla que se te rompió ese día en la playa —explico, señalando la esfera que cuelga del cordel marrón—. ¿Lo ves? No podía arreglarla, así que la he fraccionado en muchísimos trocitos diminutos y ahora están todos dentro de esa bolita, flotando. ¿A que parece purpurina? Si la pones contra el sol, verás cómo brilla.
Bruno no dice nada. Tampoco espero una gran reacción de su parte. Pero entonces da un salto y se gira para que pueda atárselo al cuello. Con una risa divertida, me apresuro a hacerlo. No está contento hasta que lo tiene bien asegurado.
Y, entonces, lo imposible: se lanza a darme un abrazo.
Me quedo tan pasmada que, por un momento, no reacciono. No parece importarle, porque se limita a estrujarme el cuello con fuerza. Me río con diversión y le doy una palmadita en la espalda, a lo que él se separa y vuelve a mirarse el collar.
—Me alegra mucho que te guste —aseguro.
—¡Bruno! —exclaman entonces, y veo a Davide acercándose a nosotros—. ¡La tarta!
Y, efectivamente, toda la familia se ha reunido alrededor de Fabrizio, que transporta un gigantesco pastel de chocolate y nata. Tiene seis velitas puestas para que Bruno las sople, y todo el mundo le entona el cumpleaños feliz. Yo lo hago en voz bajita —para que no se note que no me lo sé en ese idioma— y aplaudo al terminar. Nicola levanta a Bruno en brazos felizmente y lo ayuda a soplar, a lo que hay otra ronda de aplausos.
El reparto de pastel empieza y yo trato de decir que no quiero, pero termino con un trozo del tamaño de mi cabeza. Algunos familiares me hablan y me cuentan cosas, y no parece importarles que yo no entienda nada. Me hablan con la familiaridad de quien ha encontrado a su primo perdido.
Para cuando consigo librarme de todo el mundo, ya me he comido la mitad del pastel y no puedo más. Estoy tan llena que podría reventar. Me siento en la barra, pido otra bebida dulce y, tras bebérmela en tiempo récord, hundo la cara en las manos.
—¿Ya te han espantado?
La voz de Stef no hace que me tranquilice más, precisamente. De hecho, lo miro con una ceja enarcada.
—Tu familia es... —empiezo, pero no sé cómo terminar—...intensa.
—Lo sé. Quizá no te avisé para que no me dejaras tirado.
—Veo que podrías encontrar compañía muy rápido.
—¿Eh?
—Nada.
Pese a que mi tono es de cierre de conversación, él se hace con un taburete para sentarse a mi lado y robar el trozo de tarta que he dejado abandonado. No parece que le dé mucho asco que yo haya estado comiendo de ese mismo cubierto hace un momento.
—Si te sirve de algo —dice entonces, con la boca llena—, les has caído genial.
—¿A cuáles?
—A todos.
—Si no he hablado con nadie.
—Quizá sea por eso.
Estoy tentada a meterle un pisotón, pero me da miedo caerme de boca contra el suelo, así que me resigno a enseñarle el dedo corazón. No parece muy afectado.
—Creo que Nicola y Davide se han llevado a los niños a dormir —murmura, todavía centrado en la tarta—. Podemos irnos cuando quieras.
Como he hecho yo antes, me sorprende que me incluya en sus planes. ¿Es cosa mía u hoy estamos los dos muy raros?
—O puedes ir con los demás voluntarios —añade, señalando la playa con un gesto.
Sorprendida, contemplo la zona que ha señalado. He estado tan ensimismada en la fiesta que apenas he visto que todos los demás voluntarios están pidiendo bebidas y yendo a beberlas a la arena. Veo a Blanca, Miki y Yara entre ellos. Thai y la noruega están con un grupo distinto un poco más allá. Ahora que han puesto música en el chiringuito, han aprovechado para montarse su propia fiesta.
Si eres lista, todo es una excusa para una celebración.
—¿Por qué te incluyes en el primer plan pero no en el segundo? —pregunto a Stef, curiosa. Él deja de comer por un momento—. Podríamos ir juntos a bailar con ellos.
—Ya..., no me has visto bailar, ¿verdad?
—Yo te enseño.
—No, gracias. —Hace una pausa y, justo cuando creo que va a evitar parte de la pregunta, sigue hablando—. Además, les arruinaría la fiesta. Soy su jefe, no su compañero. Se sentirían demasiado cohibidos.
—Yo no me sentiría cohibida.
Analiza mis palabras con una expresión curiosa que me cuesta identificar. Esta vez no hay respuesta. Simplemente, se pone de pie y vuelve a señalar la playa con un gesto.
—Ve a pasártelo bien con ellos. Ya me inventaré una excusa para cubrirte.
—¿Y tú no...?
No me deja terminar. Ya se ha vuelto a meter en la fiesta.
Efectivamente, hoy estamos raros.
Confusa, veo cómo desaparece. No sé qué conclusión sacar de esta última conversación, pero me deja con mal cuerpo. Creo que he dicho algo que le ha sentado mal. Me gustaría saber qué es para retirarlo, aunque ya se ha ido y no puedo hacerlo.
Sin otra cosa más que hacer, decido acercarme a las toallas en las que se han sentado mis tres compañeros. Blanca, Miki y Yara me saludan con grandes sonrisas y se apartan para dejarme un hueco. Supongo que el hecho de que les lleve bebidas a todos influye para bien.
—¡Mi mejor amiga! —exclama Blanca, robándome uno de los vasos con los que he hecho equilibrismo por la arena—. ¿Qué es?
—No tengo ni idea, pero es dulce y emborracha.
—Perfecto.
—Yara es abstemia —explica Miki, que se hace con dos vasos—, así que haré un esfuerzo y me quedaré con el suyo.
La aludida no parece muy ofendida por ello, así que no digo nada.
Estamos más cerca del chiringuito que el resto de los voluntarios, y por ello nos llega la música con mucha más intensidad. Los demás bailan y hacen el tonto, pero nosotros nos conformamos con sentarnos con toda la tranquilidad del mundo. Empiezo a relajarme cuando Thai decide acercarse y sentarte entre su hermana y yo.
Pensé que estaría más enfadado por el tema del empujón, pero se comporta como si nada y roba el vaso de Yara sin preguntar. Miki le echa una miradita rencorosa por estropearle el plan de beber por dos, pero no dice nada.
—¿Qué tal, chicos? —pregunta la última incorporación con una gran sonrisa. Creo que ya va un poquito borracho.
—Nosotros bien —insinúa Blanca, enarcando varias veces las cejas—. Creo que Claudia está mejor, porque ha ido a la fiesta de la familia de nuestro jefe.
Todas las cabecitas se vuelven hacia mí con curiosidad. Nerviosa, le doy un trago a mi bebida.
—Me invitó Bruno —digo de forma un poco torpe—. Y su familia es muy simpática. No hay mucho más que contar.
Solo que su tío me pone nerviosa —en el mejor de los sentidos, desgraciadamente— y que sigo celosa por una chica que no conozco y por la que no me debe ninguna explicación. Quizá solo me molesta porque justo ha pasado a la vez que lo de Marina. Y porque he tenido un día de mierda. Y porque voy un poco borrachilla, que eso nunca ayuda.
—Hablemos de otra cosa —digo al final.
—Nos interesa mucho este tema —asegura Blanca, divertida.
—Pues os daré otro mucho más interesante: ¿y si jugamos a verdad o reto?
Mis palabras tienen justo el efecto que esperaba y todos se distraen de golpe. Perfecto. Puede que me esté metiendo en problemas todavía mayores, pero eso es problema de la Claudia de dentro de diez minutos.
Esto se pone interesante.
—Me parece genial —opina Thai, entusiasmado—. ¡Empiezo yo!
—¿Y eso por qué? —protesta Miki.
—Porque quiero. Miki, ¿verdad o reto?
El aludido da un respingo. Ahora ya no parece tan valiente.
—Mmm... Verdad.
—Aburrido —protesta Blanca.
Su hermano, sin embargo, pasa de ella y va con su pregunta.
—Si tuvieras que elegir a una persona de este resort con la que enrollarte... ¿quién sería?
Veo que vamos al grano.
Creo que Yara no lo ha entendido demasiado bien, porque cuando ve que Miki está dudando empieza a señalarse a sí misma con una gran sonrisa.
—No sé —dice él, ahora rojo como un tomate—. Dudo que nadie quisiera enrollarse conmigo.
—¡No digas eso! —protesta Blanca—. ¿Por qué no iban a querer? Si eres perfecto.
—Oh, bueno... —Miki sigue dudando. Tras lo que parece una eternidad y sin mirarnos a ninguno a los ojos, finalmente nos da una respuesta—. Creo que diría a Stef. Parece simpático cuando quiere, ¿no?
Le doy un sorbo ruidoso a la bebida.
El silencio, ¿eh?
Los demás no parecen darse cuenta de mi incomodidad, porque aplauden con entusiasmo. Miki, ahora aliviado por haber pasado por su prueba, también sonríe.
—Blanca —dice entonces—, ¿verdad o reto?
—¡Reto! ¡Dale con todo, vamos a mantener esto animado!
Su reto resulta ser lanzarse al agua, cosa que Blanca hace sin siquiera dudarlo y sin cambiarse de ropa. La esperamos todos en la orilla, aplaudiendo y vitoreando, y ella sale con una gran sonrisa de orgullo.
El juego sigue, y a mí solo me toca hablarles de mi primera relación sexual. No fue muy memorable, así que termino rápido. Básicamente, fue con una chica de mi clase que estaba incluso más nerviosa que yo. Ambas fingimos que nos había gustado, seguimos con nuestros caminos y no volvimos a hablar. Por suerte, la segunda fue bastante mejor.
A Thai le toca el reto de ir a por uno de los voluntarios, bajarle los pantalones y salir corriendo. El voluntario en cuestión estalla en carcajadas y le lanza arena a la cabeza, pero este consigue esquivarlo. Yara, por su parte, nos explica en su idioma cómo fue su primer beso. No la entendemos, pero aplaudimos igual. Vuelve a tocarme a mí, que tengo que ir a la noruega para darle un beso en la mejilla. Ella pilla enseguida que es un reto y se deja, aunque luego me hace un gesto para que me aparte de ella, la muy cabrona. Cuando le vuelve a tocar a Miki, nos cuenta una de sus experiencias más vergonzosas; una vez que tuvo un ataque de risa en medio de un funeral. Blanca se ríe tanto que, por venganza, Miki la reta a meterse arena en la boca. Ella lo hace sin siquiera titubear, aunque luego se pasa un rato haciendo gárgaras con las otras bebidas que hemos traído.
A estas alturas ya es de madrugada y somos de los pocos que siguen en la playa. Sigo medio borracha y, cuando Blanca me señala, me atrevo a pedirle otro reto.
Muy mala decisión.
En cuanto oye la palabra reto, su mirada se oscurece con malicia. Oh, oh.
—Vaya —comenta—. Parece que Stef está muy cerquita de aquí, ¿no?
Alarmada, me giro para mirarlo. Se encuentra sentado en la barra junto con su hermano y con Nicola. Piden bebidas, charlan y, aunque la parejita se ríe, él parece mucho más ensimismado. Estoy lo suficientemente tensa como para mirarlo más tiempo del necesario y él se da cuenta. En cuanto nuestras miradas se encuentran, yo me vuelvo rápidamente hacia el grupo.
—Ahí sigue —confirmo tras un carraspeo nervioso.
—Sería muy divertido que algún reto tuviera que ver con él, ¿no?
—Blanca... —advierto.
—Te reto a besar a la persona que más te gusta de este resort.
Mierda.
Perfecto.
Todo pasa muy deprisa. Mi mente va directa hacia Stef, que estoy segura de que sigue mirándonos con curiosidad. A ver, no voy a engañarme... sí, es el que más me puede interesar de todo este lugar. Es lo que hay.
Pero... no me atrevo.
Así que, presa del pánico, tiro del cuello de la camiseta de Thai y pego mi boca a la suya.
Puedo sentir su sorpresa y puedo oír las exclamaciones de sorpresa de mis amigos, pero me da igual. No voy a besar a Stef. No me atrevo. Y voy lo suficientemente borracha como para fingir que quiero besar a Thai.
Él no tarda mucho en corresponder al beso y lo que ha empezado siendo un roce empieza a crecer. Hace tanto que nadie me besa que, cuando abre la boca sobre la mía, no sé cómo reaccionar. Tampoco es que me disguste. Al final, un poco de cariño no le viene mal a nadie. Además, soy experta en besar a desconocidos por las discotecas en cuanto me aburro un poco. Besar a la gente es divertido. Abro también la boca y relajo la mano con la que le sujeto la camiseta. Él se apoya en la arena para inclinarse mejor sobre mí y, con la otra mano, me sujeta la nuca. Su lengua roza la mía y sus dedos me aprietan con un poco más de fuerza.
Justo cuando empiezo a marearme, me separo de golpe y me siento un poco más lejos de él. Thai tiene una sonrisa un poco estúpida en los labios, muy orgulloso de su escenita. Los demás nos miran con la boca abierta.
—Listo —anuncio con la voz un poco temblorosa—. Um... ¡qué tarde se está haciendo! Debería volver a mi cabaña.
Antes de que me reten a besarme con él otra vez, es lo que no quiero añadir.
Por suerte, nadie intenta detenerme cuando me pongo de pie y me encamino de vuelta a mi cabañita.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro