Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15


15


Me froto los brazos, incómoda. ¿En qué momento se ha terminado el calor insoportable y ha empezado el frío insoportable? A este paso, voy a pillar una pulmonía.

Supongo que, por lo menos, puedo alegrarme de haber traído una sudadera.

Por fin ha servido para algo.

Hace un buen rato que hemos llegado a la fuente, así que la novedad se ha pasado un poco; los tres niños ya no juegan en el agua, Davide y Nicola ya no provocan a Stef en la valla que nos separa del precipicio y los padres de ambos se dedican a sacar cosas de las mochilitas que nos han hecho cargar a todos.

No sé si la madre de Stef se pensaba que podía haber un ataque nuclear que nos atrapara en esta colina. Por la cantidad de comida y bebida que ha traído, cualquiera lo supondría.

Todos se han escabullido y yo he sido la única a la que ha podido enganchar, junto con su marido, para que la ayudáramos a colocarlo todo. Mientras que el padre de Stef se dedica a estar sentado en una de las sillitas plegables e ir colocando las fiambreras con comida, a mí me ha tocado la parte más dura. Ya he colocado una cantidad indecente de sillitas plegables y he sacado platos, vasos, bebidas y cubiertos para una armada. El puñetero viento hace que se levanten las mantas que Greta ha colocado, así que tengo que ir cada cinco minutos a por rocas que sujeten los extremos. De alguna forma, cada vez que vuelvo hay una manta nueva.

Esto va a terminar pareciendo un puesto de vigilancia.

—Oye, Greta... —intento decir mientras hago malabares con las cuarenta cosas que me ha dado—, no quiero ofender, pero... ¿no te parece un poco excesivo?

Ella, por un momento, deja de sacar fiambreras y me mira con confusión.

—No entiendo palabra —dice al final, y reanuda la tarea—. Pero... ¡niños comer mucho! Mucho, mucho. Provisiones necesarias.

Supongo que con ese niños se refiere a Stef y Davide, y no a los tres renacuajos.

—¿Hacéis esta excursión cada año? —pregunto.

El padre de Stef emite un gruñido que supongo que será afirmativo. Después, intenta abrir una de las fiambreras para robar algo de comer. Su mujer le da un golpe en la mano y, rápidamente, me la pasa a mí para que siga colocando.

—Varias veces —dice ella—. Gusta mucho. Vistas bonitas.

—Sí, las vistas son muy bonitas.

—Bruno encanta —asegura con una sonrisa—. Grazie por traerlo. Sei un tesoro.

—Oh, bueno... El mérito es de Davide, en realidad. Es quien ha salido corriendo con él. Yo solo distraía a Mario exó... em... a Mauro. Además...

No puedo seguir hablando. A media frase, Greta me sorprende al darme un golpe con una cuchara de madera que no sé de dónde puñetas ha sacado.

Es un golpe seco en el dorso de la mano. No duele mucho, pero pica un montón. Alarmada, la contemplo con perplejidad.

—¿Qué...?

—Tú aceptar cumplido —ordena, muy enfadada.

—Pero...

Esta vez, veo venir el golpe. Un poco escandalizada, lo esquivo justo a tiempo para que no me dé en el brazo. Pese a que tengo la mandíbula desencajada por la impresión, Greta sigue señalándome con mucha furia de madre indignada.

—Aceptar cumplido —repite.

—¡Vale, vale! Pues... ¡no sé! ¿De nada?

Otro golpe. Esta vez, no lo esquivo a tiempo.

—¡Greta!

—¡Con sicurezza!

—¡No sé qué es...! ¡VALE! Joder. De nada. Ha sido un placer. Acepto el puñetero cumplido.

Mi madre volvería a golpearme solo por las palabrotas, pero parece que Greta solo se escandaliza con las faltas de autoestima.

Menos mal que no me conoce.

Pese a que ya he dicho lo que quería oír, me vuelvo a acercar a ella con un poco de temor. La cuchara de madera ha vuelto a desaparecer, así que supongo que ya no habrá más golpes puntuales. De hecho, toda su actitud vuelve a ser la de la Greta encantadora que conocí poco después de llegar al resort.

Bruno aparece en ese momento. No sé si es por la excusa de alejarse de los otros niños o para vernos a nosotras, pero parece aliviado. Se detiene a mi lado y, al ver lo que estoy haciendo, se apresura a sentarse en la manta para colocar fiambreras en círculo. Le ofrezco una pequeña sonrisa, a lo que él levanta ambos pulgares.

—¿Ves? —añade Greta—. Él contento.

—Sí —admito—. Lo que no entiendo es que su padre quisiera castigarle sin venir. No ha hecho nada malo.

Vaaale, quizá esto de hablar mal de Mario exótico con su madre delante no es muy buena idea. Espero que no llevarme otro cucharazo.

Pero, no. Greta aprieta los labios y termina por asentir con la cabeza.

Mauro è complicato —admite en voz baja—. Él... mucha responsabilidad encima. Tuvo que crescere rápido. Pero..., no malo.

Tengo mis dudas respecto a su bondad. Más que nada, porque no la he visto ni por asomo. Aun así, no quiero llevarle la contraria.

Y hay un sano término medio entre no llevarle la contraria y no mentir sobre si me gusta o no su hijo mayor.

¿Cambiar de tema?

¡Aprovechar y sacar información!

Raro sería.

—¿Por eso ha vuelto? —pregunto, haciéndome la desinteresada—. Pensé que era para recuperar su relación con Bruno.

El aludido, que sabe que estamos hablando de su padre, mantiene la cabeza agachada y finge que está totalmente enfocado en sus cosas.

—Oh, sí. —Greta asiente y me pasa una botella de refresco—. Yo sé que él... mmm... ¿arrepiente? Sí, arrepiente de haber dejado a Bruno. Y también quiere encargar del resort.

—Pero no parece que Fabrizio quiera retirarse.

—No, no. Papà quiere trabajar para siempre. Pero..., necesita descanso. No es niño. Mauro puede cuidar bien el resort. No muy socievole, pero muy listo.

Espero que tenga razón y, pese a mi primera impresión, sea buena persona. No solo va a ser mi nuevo jefe —supuestamente—, sino que voy a tener que aguantarlo todo lo que queda de verano. Y el resto del resort también. El único que me da verdadera lástima de todo esto es Bruno, que es también el único que no puede escaparse de mantener una relación estrecha con él.

—Ya está —informa Greta entonces—. ¡Cena lista!

—¿Cena? —repito un poco escandalizada—. Solo con esto, tenemos para vivir cien años.

—¡Buena cena! —asegura ella, encantada—. Mejor sobrar que faltar, ¡ja!

—¿Quieres que avise a...?

ORA DI PRANZO!!!

El susto hace que tanto Bruno como yo nos quedemos un poco paralizados, pero resulta ser tremendamente efectivo; en menos de cinco minutos, todo el mundo aparece mágicamente.

Resulta que no hay sillas plegables para todo el mundo, así que los niños terminan sentándose en las mantas que hemos puesto en el centro del círculo. Parecen bastante contentos con la decisión. Por el resto, Nicola y Davide se sientan junto a ellos, Stef lo más alejado posible y sus padres entre ambos grupos. El único lugar que queda libre está entre Nicola y Stef, así que lo ocupo con los ojos clavados en las fiambreras. Me estoy muriendo de hambre.

Estoy a punto de preguntar qué es cada cosa, pero no me da tiempo. De pronto, Greta dice alguna cosa en italiano y todo el mundo se lanza hacia el centro de las mantas como si se tratara de la cornucopia de Los juegos del hambre. Un poco escandalizada, escondo las piernas antes de que alguien pueda clavarme un tenedor sin querer.

O queriendo.

El único que no se ha movido un centímetro es Stef, que sigue recostado en su silla plegable y me mira con media sonrisita divertida.

—¿No tienes hambre? —pregunta.

—Em... creo que esperaré un poco.

—Entonces, no te quedará nada.

—Pues peléate tú, que tienes más confianza.

Pese a que suelta un sonidito de burla, se despega de su trono para meterse en el lío que ha montado su familia. Lo que más me molesta es que están descolocando el montoncito perfecto que me ha llevado casi media hora. Por la cara de Greta, diría que a ella también le jode bastante.

Stef reaparece de la guerra en tiempo récord y con un plato lleno de comida. Toda vegetariana. Me lo deja en el regazo y, sin esperar un gracias, vuelve a meterse para hacerse con algo para él.

El héroe que no sabíamos que necesitábamos.

En cuestión de unos pocos minutos, todo el mundo se ha hecho con lo que ha querido y ha dejado el resto para los demás. Davide es el que ha conseguido más botín. Y, viendo el tamaño de su plato y el de Stef, empiezo a pensar que Greta ha calculado bien las cantidades. Incluso Lia y Luca, que son chiquitines, comen como si hiciera años que no probaran la comida.

Contemplo mi plato con curiosidad. Efectivamente, Greta me ha hecho un menú vegetariano. Y, para mi sorpresa, no ha asumido que lo único que como son verduras tostadas, como casi todas las veces que pido un menú a parte. Hay canelones, patatas, tomates rellenos... De todo. Una combinación un poco rara, pero todo tiene una pinta deliciosa. Impaciente, me hago con un tenedor para empezar a atacar.

Y, efectivamente, está buenísimo. Greta debe verlo en mis ojos, porque esboza una sonrisa orgullosa.

—¿Rico? —pregunta, contenta.

—Muy, muy, muy rico. ¡Muchas gracias!

El padre de Stef bufa y dice algo en italiano. Davide le pone mala cara.

—¿Qué ha dicho? —le susurro a Stef.

—Que a ver si aprendemos nosotros también a dar las gracias. Haces que parezcamos malos hijos, amore.

—Tan solo demuestro verdades.

Por una vez, Stef decide no discutirlo conmigo. En su lugar, sonríe y vuelve a centrarse en su plato. Si le mete otra patata encima, probablemente colapsará la montaña entera.

—Mamá trabajar de cocinera muchos años —me explica entonces Davide, supongo que para sacar conversación—. Todo lo que hace...

Creo que no le sale ningún adjetivo en español, porque termina besándose los dedos para expresar lo bueno que está. Sonrío con diversión y lo imito.

—¿De qué trabajar tus padres, Claudia? —pregunta Greta entonces.

Es una respuesta bastante fácil, pero aun así me paso unos segundos removiendo el contenido de mi plato con el tenedor.

—Son joyeros —digo al final—. Los dos. Mi madre heredó la empresa de sus padres y, cuando conoció a mi padre, empezaron a llevar el negocio juntos.

Supongo que tantas explicaciones sobrepasan su capacidad de entender español, porque todos se vuelven hacia Stef. Él suspira y traduce lo que he dicho. No le echa muchas ganas, pero los demás parecen intrigados con la historia.

—Joyeros —repite Davide, como si sospesara la palabra—. ¿Su negocio bien?

—Oh, sí. Nunca han tenido problemas. Mamá es una negociadora nata y papá tiene ideas bastante creativas, así que forman un buen equipo. De hecho, hace bastante que se convirtió en franquicia. Joyerías Rossell, como mi apellido. Si alguna vez visitáis mi país, seguro que os encontráis alguna por todas las calles importantes.

Quizá debería decirlo con un poco más de alegría; mi tono deja a Stef un poco parado antes de empezar a traducir. De nuevo, los demás parecen fascinados.

—Nicola dice que por eso supiste hacerle el colgante a Bruno —traduce Stef con su típico tono de aburrimiento.

—Ah, bueno... Mi madre solía hacer joyas conmigo, así que sé bastantes truquitos.

No sé qué puñetas ha traducido Stef, pero de pronto todo el mundo se pone a hablar a la vez. Pasmada, lo miro en busca de una traducción exacta. Él parece tan pasmado como yo.

—¿Qué les pasa? —pregunto—. ¿Me preocupo?

—No, no. Preguntan si puedes hacerles cosas a ellos también.

—¿Cosas?

—Pulseras, collares... Quieren explotarte, vamos.

—¡No explotar! —salta Nicola, indignada—. Solo... preguntar.

—Podría hacer alguno más —ofrezco—. El problema es que necesito la lupa que le devolvimos a la joyera del pueblo. Y... em... todos los materiales, claro. Y soy un poco lenta, así que...

De nuevo, todo el mundo habla a la vez. Contemplo a Stef, que escucha con la paciencia de un santo.

—Dicen que ellos se encargan de todo, que hagas una lista con lo que necesitas.

—¿En serio?

—Desgraciadamente, sí. Pero puedo decirles que no.

—¿Eh? No, no. Quiero hacerlo.

Por la cara de Stef, cualquiera diría que acabo de soltar la mayor tontería de la historia.

—¿Por qué? —pregunta directamente.

—¿Por qué no?

—¿Por qué sí? Espero que les cobres, al menos.

—¡Es tu familia!

—¿Y qué? El negocio es el negocio.

—No seas roñoso. Diles que lo haré encantada. ¡Nunca me habían pedido nada personalizado! Qué ilusión.

De nuevo, su cara es de estar planteándose mi cordura. Aun así, traduce rápidamente mi respuesta. Los demás, que escuchan con atención, empiezan a aplaudir y a decirme cosas en italiano que supongo que serán buenas. Ofrezco una sonrisa, esperando que valga como respuesta.

Claudia, sei un tesoro —asegura Greta—. Vedi se riesci a convincere anche Stef.

—¿Qué ha dicho? —pregunto a Stef.

—Que tú eres encantadora, pero que yo lo soy más.

—Mentira.

—Verdad.

—Mentiroso.

—¿A que no te traduzco más?

—¡Tú invita a padres! —me dice Davide entonces, entusiasmado—. Ellos pueden quedar en resort. ¡Divertido!

Oooh, dudo que fuera a ser muy divertido, pero no sé cómo decírselo.

Para empezar, mamá odia la naturaleza. Ya sean los bichos, las piedras o la suciedad, es incapaz de pasar más de una hora alejada de una ciudad. De Barcelona, concretamente, porque Madrid tampoco le gusta. También le desagrada la comida grasienta. Y mucho más la gente ruidosa. Alguna vez, cuando Arni sube un poco el tono de voz, ella pone mala cara y se tapa los oídos. Es su forma discreta de decirle al mundo que se calle la puñetera boca.

Si me viera aquí, ahora mismo, le daría un infarto.

Y luego está papá. Es mucho más adaptable, pero es incapaz de desconectar del trabajo. Si viniera, se pasaría todo el día pegado al móvil o al portátil. No dejaría de quejarse de haber venido. Y de decir que yo tampoco debería estar aquí, que debería volver a casa y, como lleva diciéndome varios años, trabajar con él. Después de todo, voy a heredar la empresa. O eso dice. Dudo mucho que se la deje a mi hermano.

En conclusión..., no, no sería muy divertido que vinieran.

O, mejor dicho, lo sería para todos menos para ellos.

—No son muy viajeros —explico como puedo—. Además, están muy ocupados por su trabajo.

—¡Tú invitar! —insiste Greta, inocente—. Seguro que se alegran.

—Sí, invitar —insiste Davide, también.

Abro la boca para soltar alguna excusa, pero Stef se me adelanta.

—Ha dicho que no, así que dejad el tema.

Aunque me sabe mal que se haya formado un silencio un poco incómodo, agradezco que haya cortado el tema de conversación. Le ofrezco una sonrisa de labios apretados.

El silencio se extiende un poco y, desesperada por tener algo que hacer, me meto un poco de comida en la boca. Odio los silencios incómodos. Y más con personas con quienes no tengo tanta confianza como para cortarlo.

Y, entonces, sucede un milagro. Una de esas cosas que solo pasan una vez cada cien años. Una de esas que tienes que ver en persona para creerte que no es mentira.

Stef, la persona más desganada de la historia, hace una broma para romper el silencio incómodo.

No sé qué dice porque es en italiano, pero consigue que su hermano empiece a reírse y a parlotear. Poco a poco, los demás se van uniendo. Y entonces el silencio incómodo desaparece, igual que todo el tema de mi familia. Disimuladamente, suelto un suspiro de alivio.

El resto de la cena, en comparación, me parece muy tranquila. Greta me cuenta cosas del resort, de cuando sus hijos eran más pequeños y siempre tenía que castigar a Stef y a Davide porque no dejaban de meterse en problemas, de cuando Fabrizio la trajo a ver la fuente por primera vez, de cuando conoció a su marido... Quizá entra en detalles un poco innecesarios sobre su boda —y la noche de bodas, específicamente—, porque sus hijos empiezan a poner muecas de desagrado.

Quien más me sorprende es Nicola. Al principio, pensé que me odiaba y no íbamos a llevarnos bien. Sin embargo, a lo largo de la cena, empiezo a descubrir que tenemos muchas cosas en común. Las dos estuvimos en institutos similares, con grupos de amigos parecidos y terminamos cansándonos de ello. Nicola también tuvo una relación parecida a la mía con Marina, aunque ninguna entra en muchos detalles sobre ello. Las dos leímos los mismos libros de adolescentes, escuchábamos la misma música y, por supuesto, pasamos por nuestra fase de directioners intensa. Admito que me sorprende un poco terminar la cena hablando de que Harry Styles trabajó en una panadería.

Nunca sabes de dónde puede salir una amiga.

Terminamos la noche turnándonos para hacernos fotos chulas. Algunas en la fuente, con diferentes posturas, otras junto a los árboles. Las últimas son en la valla que nos separa de la caída. Mientras me acomodo sobre ella, puedo sentir la mirada fija de Stef. Y su triste intento de no parecer preocupado.

Sea como sea, lo que me llevo de la excursión —a parte del buen rato—, son unas cuantas fotos muy chulas.

Empieza a anochecer poco después de que terminemos con la sesión, y pronto toca recogerlo todo. Lia y Luca intentan escabullirse para no tener que limpiar, pero Bruno enseguida va a por ellos y empieza a darles órdenes, muy enfadado. Terminan haciéndolo casi todo entre los dos.

Para cuando empezamos a bajar la montaña, he llegado a la conclusión de que esto ha sido divertido. No solo por la compañía, porque la comida estuviera buenísima y por las vistas, sino por la situación en sí. Ha estado... bien. Sorprendentemente bien.

Stef debe notarlo, porque, mientras bajamos los escalones uno al lado del otro, me echa una ojeada con curiosidad.

—¿Te lo has pasado bien?

La pregunta intenta ser casual, pero creo que hay un toque de preocupación real.

Tengo que aguantarme las ganas de molestarle al respecto.

—Sí —admito, bajando los escalones—. Muy bien. ¿Y tú?

—Meh.

—No mientas.

—No es mentira. Estas cosas... me aburren un poco.

Sé que no debería tomármelo así. Sé que no es mi problema. Pero, aun así —y aprovechando que su familia está mucho más adelantada que nosotros—, me detengo y lo encaro. Stef también se para, un poco confuso por mi reacción.

—¿Qué? —pregunta.

—Creo que no aprecias mucho lo que tienes.

—¿Eh?

—¿Sabes lo que es tener una familia así, que te quiera como ellos te quieren? ¿Y que esté deseando formar recuerdos contigo? Puede que la excursión no te guste, pero eso es lo de menos. Lo importante es que te quieren. Deberías... apreciarlo.

Mi pequeña bronca le pilla un poco desprevenido. De hecho, tarda unos instantes en responder.

—Vaaale... Siento que estás arrojando disimuladamente tus traumas familiares sobre mí.

Un poco a la defensiva, me cruzo de brazos.

—Puede ser —admito—. Pero lo de que deberías apreciarlo es verdad.

—Podrían demostrar su amor con cosas que me gustaran.

—O tú podrías hacerlo por ellos. Quizá no sean perfectos, pero te quieren e intentan hacerlo lo mejor que pueden. ¿Por qué nadie aprecia el privilegio que es tener una familia unida? De verdad, qué rabia.

De nuevo, se queda un poco perplejo. Y... sí, puede que me esté pasando un poco.

—Perdón —añado, a regañadientes—. Igual no debería soltarte todo este discursito.

Reanudo la marcha antes de que pueda responder. Stef sigue caminando a mi lado sin decir nada. Creo que se ha quedado pensativo.

—¿Cómo son tus padres? —pregunta entonces.

Recuerdo una conversación similar con Marina. Ella también tiene una familia bastante unida — pese a que sus padres están divorciados—, y nunca entendió por qué no quería llevarla a casa para presentarle a la mía. Fue motivo de discusión en varias ocasiones. La última que recuerdo fue en el salón de casa, cuando me dijo que, simplemente, no quería decirles que soy bisexual. Nunca supe cómo decirle que el problema no era que no aceptaran quién era, sino que siempre les ha dado absolutamente igual.

Odio comparar a Stef con Marina. No tienen nada que ver. Y, aunque fuera así, son relaciones totalmente distintas. Si esto que está pasando se puede llamar relación, claro, porque no lo tengo muy claro.

Ajá.

Con Marina nunca fui capaz de explicarlo. Con Stef, en cambio, me entran ganas de hablar de ello. De que lo sepa. Quizá sea porque creo que él, a diferencia de Marina, intentará entenderlo.

—Son buenas personas —digo sinceramente—. Siempre se han portado muy bien conmigo y con mi hermano, pero... también son muy distantes. Quizá sea un poco infantil, pero nunca les he perdonado que no se involucraran en ninguna parte de mi vida.

Stef asiente lentamente. No me está mirando. Me siento como si me estuviera dejando un espacio relativo de intimidad para contarlo.

—Cuando tenía catorce años —prosigo—, entré en una racha un poco destructiva. Me metía en problemas continuamente, me enrollaba con las peores personas que me cruzaba, hacía que los profesores me echaran de clase, me portaba mal en las cuarenta actividades extraescolares a las que me tenían apuntada...

—¿Qué actividades?

—Oh, de todo. Piano, japonés, pintura, kárate, canto, inglés, hípica... Cuanto más tiempo pasábamos Rubén y yo fuera de casa, más centrados podían estar ellos en sus trabajos. La psicóloga del instituto me dijo que intentaba llamar su atención mediante portarme mal, pero nunca tuve muy buenos resultados. Las pocas veces que les veía, que solía ser durante la cena, se limitaban a dejarme hablar sin ofrecer ningún tipo de respuesta. Una vez, les dije que me habían suspendido del instituto durante una semana. ¿Sabes cuál fue la respuesta de mi padre? Decirme que, durante esa semana, podía ayudar en la joyería. Sé que es una chorrada...

—No es una chorrada —asegura Stef—. Sentirse invisible es una mierda.

—Me pasé un montón de años odiándoles. Incluso me fui de casa en cuanto pude. Fui a vivir con Arni, mi mejor amigo. Lo único que hizo mi madre fue pasarme un cheque cada mes para pagarme mi parte del alquiler. Y sí, está muy bien, me solucionó muchas cosas y siempre se han portado bien, pero...

—Pero..., que sean buenas personas no significa que sean buenos padres.

—¡Sí! Exacto. Es... exactamente eso.

Por un momento, analizo sus palabras. Nunca lo había verbalizado de esa forma. De hecho, no suelo hablar de ellos. Arni no insiste mucho porque sabe que no me gusta hablar del tema, y Rubén se fue de casa hace años. Creo que es la primera vez en mucho tiempo que hablo de ello de forma tan abierta. Es... un poco raro.

—A veces, me quejo de que mi madre es muy agobiante —comenta Stef con media sonrisa—, pero en mi familia nunca ha faltado el cariño. Si te sirve de consuelo, creo que acaba de decidir que quiere adoptarte para el resto de tu vida.

Me sale una risa un poco cansada.

—No estaría mal.

—Aunque entonces seríamos hermanastros. Se acabó la diversión.

—No has visto muchas películas de romance, ¿verdad?

—¿Eh?

—Déjalo. —Sacudo la cabeza—. Da igual. Solo quería decir que... bueno, que gracias por invitarme. Me lo ha pasado muy bien.

Stef, por primera vez en toda la conversación, me echa una ojeada. Es bastante fugaz, así que no puedo captar su expresión.

—Cuidado o terminarás uniéndote a todos los planes familiares que hagamos.

—Como tu acompañante oficial.

—Sí..., como mi acompañante.

Parece que quiere decir alguna cosa más, pero termina conteniéndose. Y yo, por lo tanto, termino quedándome con la duda.

—Oye, Claudia —murmura entonces, sin dejar de caminar.

—¿Sí?

—¿Echas de menos a tu mejor amigo?

La pregunta me pilla un poco por sorpresa. ¿En qué momento hemos vuelto a hablar de Arni?

—A veces —admito.

—Y... ¿tu ciudad?

—Oh, también. Mucho. El resort es genial, ¿eh? Pero no hay nada como estar en tu casita.

Siento que no he dado la respuesta correcta. Y no solo eso, sino que también me da la sensación de que todo el entorno de la conversación ha cambiado. Stef ha borrado su sonrisa y, aunque no me está mirando, sé que no me gustaría ver su expresión. Trato de encontrar su mirada, pero él la mantiene clavada en los escalones.

—¿Por qué pregunt...?

—Deberíamos acelerar un poco —repone, otra vez en su tono de siempre—. Como anochezca del todo, no veremos las escaleras.

Me gustaría seguir preguntando, pero intuyo que no quiere hablar más. Y, de hecho, no lo hace en todo lo que queda de camino.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro