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Mientras más sabemos más paciencia debemos cultivar: parte 6

La paciencia hacia las palabras negativas:

Y luego están las palabras que recibimos. ¡Ah, esas palabras! A veces, nos hieren profundamente, especialmente cuando provienen de personas cercanas a nosotros.

¿Alguna vez te han lanzado una piedra justo en el centro del corazón? Bueno, no literalmente, claro, pero así es como se siente cuando alguien que valoras te lanza un comentario hiriente. Es como si alguien tomara una piedra afilada y la lanzara directamente a tu pecho. Te deja sin aliento, ¿verdad? Pero, ¿sabes qué? Incluso en esas situaciones, por dolorosas que sean, hay una lección escondida.

No te confundas. La paciencia no significa que debes quedarte quieto y dejar que el mundo te pase por encima. ¡Para nada! Significa responder de una manera que no agrave la situación y mantenga tu bienestar emocional.

Vamos a recopilar lo que hemos aprendido.

Primero, cuando alguien te hiere con sus palabras, respira. Esto también es una oportunidad para practicar la paciencia. Tómate un momento para evaluar la situación, porque te ayudará a calmarte y pensar con claridad. Y sí, pensar con claridad siempre es útil cuando alguien te está fastidiando.

Intenta entender por qué la otra persona está usando palabras hirientes. Muchas veces, su comportamiento está motivado por sus propios problemas o inseguridades. Tener esto en mente puede cambiar completamente tu perspectiva. Imagina que llevas unas gafas mágicas que te permiten ver los miedos e inseguridades de los demás. De repente, la persona que te grita no parece tan amenazante, ¿verdad?

Responde de manera calmada y asertiva. Puedes decir algo como, "No me gusta que me hables así. Prefiero que nos comuniquemos con respeto." No tienes que gritar ni montar un drama, solo deja claro que sus palabras son inaceptables. Por ejemplo, "Si continúas hablando así, tendré que alejarme de esta conversación." Adapta las palabras según la situación, pero mantén la calma y la firmeza. Imagina que eres un maestro Jedi, y que la calma es tu sable de luz.

Si sientes que la tensión está aumentando, intenta cambiar el tema a algo más neutral o positivo. Esto puede desactivar la tensión y redirigir la energía de la conversación. Y oye, un poco de humor nunca viene mal, siempre y cuando no parezca que te estás burlando. ¿Recuerdas esa vez que intentaste cambiar el tema hablando del clima? Pues resulta que funcionó. La persona que estaba a punto de explotar terminó hablando de lo mucho que odia la lluvia.

Trata de entender el punto de vista de la otra persona. Pregunta por qué está tan molesta o qué la ha llevado a usar palabras hirientes. Mostrar compasión puede desarmar a la otra persona. Algo como, "Lamento que te sientas así. ¿Hay algo que pueda hacer para mejorar la situación?" Sí, sé que suena cursi, pero funciona. Es como lanzar un hechizo de desarme en un duelo de magos, ¡puff! la tensión desaparece.

Si necesitas apoyo, habla con alguien de confianza sobre lo que ocurrió. Compartir la experiencia con otra persona puede ayudarte a procesar tus emociones y, de paso, conseguir un aliado. Es como tener un compañero de aventuras que siempre está dispuesto a escucharte y darte consejos.

Si la situación se vuelve insostenible o peligrosa, aléjate. Tu bienestar y seguridad son lo primero. Tómate un tiempo a solas para reflexionar sobre lo sucedido y planear cómo abordar la situación en el futuro.

Ah, y también hay situaciones que lo mejor es decir "deja a la mujer al otro lado del río". No vamos a pararnos en medio de la calle a responderle al borracho que nos gritó.

Imagina que la vida es un entrenamiento constante, como estar en un dojo de artes marciales. Sin esos desafíos, sin esa gente que parece haber sido enviada directamente para sacarte de quicio, y sin esas situaciones incómodas que te hacen querer desaparecer en un agujero negro, no podrías desarrollar la paciencia, esta disciplina mental y emocional. Es en esos momentos incómodos donde se forja tu verdadero carácter.

Pero, ojo, no estoy diciendo que deberías salir ahora mismo a buscar problemas o desafiar al primero que veas para que te dé un puñetazo en la cara o te grite. No, no, no hagamos eso. La vida, con su sentido del humor un tanto retorcido, se encargará de lanzarte esos retos de manera espontánea. No necesitas ir en busca de ellos; te encontrarán cuando menos lo esperes.

Lo crucial es cómo los manejas cuando llegan. Es como recibir un inesperado examen sorpresa. En lugar de entrar en pánico, acepta que está ahí, enfréntalo y aprende de la experiencia.

La impaciencia:

En el tumultuoso baile de la vida, la impaciencia se siente como una tormenta eléctrica en un día de picnic. ¿Has estado alguna vez atrapado en el tráfico, viendo cómo el reloj avanza implacablemente hacia tu cita? La impaciencia no solo hace que te retuerzas en tu asiento, sino que también hace que mires con resentimiento a los autos que parecen moverse más lentamente que tortugas en hibernación.

Imagina esto: estás en la cola del supermercado, esperando pacientemente con tu canasta de la compra, cuando de repente la persona delante de ti decide pagar con monedas de un centavo. Puedes sentir cómo el vapor comienza a salir por tus orejas mientras te preguntas si alguna vez saldrás de allí.

La impaciencia no es solo una incomodidad pasajera; es como un fuego rugiente en el interior que amenaza con consumirnos si no lo controlamos. Nos hace querer saltar al futuro antes de tiempo, olvidándonos de saborear el presente. Cuando nos dejamos llevar por ella, nuestro estado de ánimo se convierte en una montaña rusa emocional, con picos de frustración y valles de descontento.

¿Te ha pasado alguna vez que estás esperando un mensaje de texto importante y cada minuto que pasa te parece una eternidad? Es como si el tiempo se detuviera solo para burlarse de tu impaciencia. La impaciencia nos hace querer controlar el tiempo, como si pudiéramos hacer que se mueva más rápido solo con desearlo.

Pero aquí está la ironía: cuanto más nos aferramos al deseo de que las cosas sucedan rápido, más lentamente parece que se mueven. La impaciencia no solo es un estado mental; puede afectar nuestra energía y nuestra salud emocional. Cuando nos sentimos impacientes, emitimos una vibra de tensión que puede ser tan contagiosa como un bostezo en una sala de conferencias.

Recuerda, la impaciencia no es solo una molestia pasajera; puede tener efectos profundos en nuestras vidas y relaciones. Es como un invitado no deseado que se cuela en nuestras experiencias, robándonos la paz y la perspectiva.

La verdad:

La verdad, ¡ay, la verdad! Puede ser un bocado difícil de tragar, ¿verdad? Es como morder una manzana esperando dulzura y encontrarte con acidez. La verdad, cuando nos golpea de frente, nos obliga a desarrollar una paciencia. Nos empuja a aceptar lo que es real, no lo que deseamos que sea, y a soltar esas creencias arraigadas que a veces solo sirven para mantenernos en nuestra zona de confort.

Es similar a cuando descubres que tu serie favorita fue cancelada justo en el mejor momento. Te quedas ahí, parpadeando, preguntándote qué demonios pasó y cómo vas a seguir adelante sin saber el destino de esos personajes que ya se sentían como tus mejores amigos.

Aceptar la verdad requiere paciencia, y mucha. Tiende a ser un proceso de adaptación, un ejercicio de flexibilidad mental y emocional. Primero, está el shock inicial. "¿De verdad? No puede ser". Luego viene la negación. "No, debe haber algún error, esto no puede ser cierto". Después, empiezas a negociar. "Bueno, tal vez si hago esto o aquello, la situación cambiará". Finalmente, llegas a la aceptación. "Ok, esto es lo que es. ¿Y ahora qué hago con ello?"

La paciencia entra en juego en cada una de estas etapas. Cuando la verdad te pega en la cara, necesitas tiempo para procesarla. Tómate un momento, respira profundo y deja que las emociones pasen. No te apresures a tomar decisiones. La verdad es como una tormenta: puede parecer devastadora al principio, pero con el tiempo, todo se aclara y puedes ver con más claridad.

Un ejemplo clásico de esto es cuando alguien descubre una verdad incómoda sobre sí mismo. Quizás estás convencido de que eres una persona súper saludable. Comes bien, haces ejercicio, y evitas los malos hábitos. Un día, tu médico te dice que tus niveles de colesterol están por las nubes. ¡Bam! Tu cerebro entra en modo de emergencia porque esta nueva información choca frontalmente con lo que creías sobre ti mismo. Aceptar esta verdad puede ser doloroso, pero también es el primer paso hacia el cambio. Reconocer que las cosas no son como pensabas te permite empezar a hacer ajustes, a mejorar, a crecer.

Desde el punto de vista psicológico, afrontar la verdad implica un proceso llamado disonancia cognitiva. Esto ocurre cuando tus creencias y la realidad chocan, creando una sensación de incomodidad. Tu cerebro odia la disonancia cognitiva, así que tratará de cambiar nuestras creencias o ajustar nuestro comportamiento.

La disonancia cognitiva y la paciencia están más conectadas de lo que podrías pensar a primera vista. Cuando enfrentamos disonancia cognitiva, nuestro cerebro quiere resolver rápidamente el malestar que surge de tener dos ideas contradictorias. Sin embargo, resolver esta tensión no siempre es sencillo ni inmediato. Aquí es donde entra en juego la paciencia. Permíteme explicarlo con más detalle.

Primero, enfrentarse a la disonancia cognitiva requiere un nivel significativo de paciencia interna. Cuando te enfrentas a información o situaciones que desafían tus creencias o comportamientos, la reacción natural es sentir una incomodidad intensa y querer deshacerse de esa sensación lo más rápido posible. Pero, en lugar de tomar decisiones apresuradas o buscar justificaciones rápidas para aliviar esa incomodidad, la paciencia te permite sentarte con esos sentimientos incómodos y analizarlos a fondo.

Tomemos el ejemplo del fumador que sabe que fumar es malo para la salud. La disonancia cognitiva se produce porque su comportamiento (fumar) está en conflicto con su conocimiento (fumar es perjudicial). Para resolver esta disonancia, el fumador puede necesitar mucha paciencia para enfrentar y procesar esta contradicción en lugar de recurrir a justificaciones rápidas como "me ayuda a relajarme". Con paciencia, puede explorar sus motivaciones profundas para fumar y, finalmente, tomar una decisión más informada y saludable sobre cómo abordar este hábito.

La paciencia también juega un papel crucial en el proceso de cambio y adaptación que la disonancia cognitiva puede desencadenar. Cuando nuestras creencias son desafiadas, necesitamos tiempo y paciencia para reevaluarlas y, si es necesario, cambiarlas. Este proceso puede ser lento y difícil, porque nuestras creencias están profundamente arraigadas y forman parte de nuestra identidad. Sin paciencia, podríamos renunciar rápidamente al intento de cambio, optando por soluciones más cómodas pero menos honestas.

Por ejemplo, imaginemos a alguien que ha crecido con ciertas creencias culturales o familiares que son desafiadas por nuevas experiencias o información. Aceptar y ajustar estas creencias puede ser un proceso largo y emocionalmente agotador. Aquí, la paciencia es esencial para permitir el tiempo necesario para reflexionar, aprender y, eventualmente, integrar nuevas perspectivas de manera que se sientan auténticas y satisfactorias.

En términos psicológicos, la paciencia ayuda a manejar la disonancia cognitiva de manera más saludable al permitirnos vivir con la incomodidad temporal y usar ese tiempo para una reflexión profunda. Sin paciencia, podríamos apresurarnos a resolver la disonancia de maneras que no sean realmente beneficiosas a largo plazo, como negar la nueva información, distorsionar los hechos o adoptar creencias más rígidas.

Desde una perspectiva científica, los estudios sobre la disonancia cognitiva y la paciencia sugieren que las personas que pueden tolerar mejor la incertidumbre y la incomodidad tienen más probabilidades de hacer cambios significativos y duraderos en sus creencias y comportamientos. La paciencia nos permite explorar más a fondo nuestras contradicciones internas y encontrar soluciones más equilibradas y racionales.

Nuestra mente:

La meditación ha sido mi fiel compañera en estos últimos años. La meditación no solo es sentarse en posición de loto y pensar en nada. No, es mucho más profundo que eso. Cuando me siento en el silencio de mi habitación, solo con mis pensamientos revoloteando como mariposas en primavera y la suave luz del atardecer filtrándose por la ventana. Es como estar en el centro de un torbellino de ideas, pero en lugar de resistirme, me sumerjo en él. Mis pensamientos fluyen como hojas que se deslizan por un arroyo, cada uno con su propio ritmo y color, pero todos tan efímeros como un destello fugaz en la oscuridad.

En ese estado de serenidad, descubro la paciencia. Es como encontrar una joya escondida en el fondo del mar. Aprendo que mis emociones son como las nubes en el cielo: aparecen, cambian de forma y luego se disipan. No necesito aferrarme a ninguna de ellas; simplemente las observo pasar como un espectador en un teatro en constante movimiento.

La meditación no solo me ha traído paz mental, sino que ha enriquecido mi capacidad para escuchar de verdad. No solo con mis oídos, sino con todo mi ser. Ahora puedo captar los matices en las palabras de los demás, sentir las emociones detrás de cada gesto y responder desde un lugar de verdadera empatía.

Recuerdo una vez que estaba profundamente inmersa en una conversación con un amigo. Normalmente, mi mente estaría ocupada planificando mi próxima respuesta o juzgando sus palabras antes de que terminara de hablar. Pero en ese momento, estaba totalmente presente. Podía sentir la conexión genuina entre nosotros, como si nuestros pensamientos y sentimientos bailaran al unísono.

La meditación junto con la paciencia, se ha convertido en mi espada y mi escudo en medio del torbellino de la vida a los veinte. No solo me ayuda a enfrentar los desafíos externos, sino también a los internos. Es como tener a un sabio mentor susurrándome al oído: "Respira profundamente. Todo está bien. Solo observa y deja que pase".

No te voy a mentir, no siempre es fácil. Hay días en los que mi mente parece un festival de pensamientos caóticos y emociones desbordantes. Pero incluso en esos momentos, la meditación me ofrece un refugio donde puedo encontrar calma en medio de la tormenta.

Así que, si te sientes abrumado por las olas de la vida a los veinte, te invito a experimentar la meditación. No necesitas un maestro zen ni una montaña aislada. Solo necesitas un lugar tranquilo, unos minutos de tu tiempo y la disposición de mirar hacia adentro.

Aclaró, la meditación no es para todos los momentos ni para todas las personas. No es mala pero puede llegar a serlo si se realiza sin un soporte profesional adecuado y sobre todo si se sufren problemas de ansiedad, depresión o trastornos. Lo mejor es ir con un profesional de la salud mental y que nos establezca si es recomendable o no, en nuestra situación actual, practicar la meditación.

Britta Hölzel, una psicóloga audaz del Hospital General de Massachusetts y de la Facultad de Medicina de Harvard, nos lleva de la mano a través de un laberinto de descubrimientos asombrosos. Ella demostró, con estudios meticulosos, que dedicar solo 30 minutos al día a la meditación durante ocho semanas puede transformar tu cerebro de maneras que ni siquiera podrías imaginar.

Imagina esto: tu cerebro, como una ciudad vibrante, con calles iluminadas y plazas llenas de vida. La meditación no solo agrega más luces a este paisaje, sino que también refuerza los cimientos. ¿Cómo? Al aumentar la densidad de materia gris en áreas críticas como el hipocampo, donde se cuecen los secretos de la memoria y el aprendizaje.

No es solo una cuestión de memoria. La meditación también fortalece el sentido del yo, esa conexión profunda con tu ser interior. Es como encontrarte cara a cara contigo mismo en un espejo de agua tranquila, donde cada onda refleja tu verdadero potencial.

Pero eso no es todo. La empatía, esa capacidad de ponerte en los zapatos de otro, también florece como una flor en primavera. La meditación no solo calma tus propias tormentas emocionales, sino que también te abre las puertas a entender mejor a los demás, a sentir con mayor profundidad.

¿Y qué hay del lóbulo frontal, esa sede de la cognición y la memoria? La meditación lo activa como un atleta en la línea de salida, listo para correr el maratón del pensamiento claro y la toma de decisiones brillantes.

Meditar es bueno. Pero como todo en la vida ha de hacerse de forma correcta para que se pueda disfrutar de sus beneficios.

Entonces, querido lector en la encrucijada de tus veinte años, te invito a explorar el poder de la paciencia en tus propias relaciones y vida diaria. No te apresures a juzgar ni a cambiar a los demás. Permíteles ser como son, y mientras tanto, cultiva tu propia capacidad para discernir y pensar críticamente. No todo lo que escuchamos o leemos es una verdad absoluta; sumérgete en las profundidades, desafía tus propias ideas y forja un camino de pensamiento propio. Cada encuentro es una oportunidad para aprender, crecer y descubrir nuevas perspectivas.

Tu amiga se despide.

M. J. Lurrest

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