La crisis de la veinteañera: parte2
La madurez:
Desde temprana edad, solemos idealizar la madurez como el estado en el que tenemos todas las respuestas, pero la realidad es diferente. Recuerdo cuando tenía 12 años y pensaba que ser adulto significaba tener todas las respuestas. Spoiler: no las tenía. Cada experiencia, cada decisión, me enseñó algo nuevo. A veces me equivocaba, a veces acertaba, pero siempre aprendía.
El mundo social en el que vivimos es un tejido dinámico, impulsado por personas en constante evolución. Cambiamos, nuestros amigos cambian, nuestras ciudades cambian. Incluso nuestros hogares se transforman con el tiempo, con grietas que aparecen aquí y allá, señales de que la vida no se detiene.
Los veinte años pueden ser gloriosos, lo escucharás una y otra vez, pero también son una montaña rusa emocional. Entre la emoción de la libertad y las decisiones que se nos presentan, también hay dudas, incertidumbres y, sí, un poco de miedo. Es comprensible que algunos prefieran aferrarse a la comodidad de lo conocido, resistiéndose al cambio con inmadurez.
Aquí te presento una perspectiva reveladora sobre la madurez: no se trata simplemente de abandonar la diversión y los juegos. Más bien, implica aprender a tomar decisiones con discernimiento, a abrazar el perdón y la aceptación, y a manejar nuestras emociones de manera consciente. ¿Sabías que nuestra corteza prefrontal no madura completamente hasta los 25-28 años? Este hecho científico subraya la importancia crucial de desarrollar desde una edad temprana habilidades para gestionar nuestras emociones y decisiones mientras esta parte vital del cerebro se forma.
Utilizar nuestra madurez para reconocer que nuestras decisiones pueden tener un impacto profundo en nosotros mismos y en quienes nos rodean es esencial. Implica reconocer nuestros desafíos y entender que buscar la solución o buscar ayuda está perfectamente bien para superarlos.
Al aprender desde jóvenes a cultivar esta habilidad, no solo nos preparamos mejor para enfrentar los desafíos del presente, sino que también sentamos las bases para un desarrollo personal continuo y equilibrado a lo largo de nuestra vida.
La inmadurez:
En momentos de ansiedad, buscamos distracciones para evitar el incómodo silencio que nos confronta con nuestros pensamientos más profundos. Corremos de esos pensamientos pendientes y evitamos las emociones latentes que claman por ser comprendidas. Pero, ¿qué pasaría si en lugar de huir, nos detuviéramos un momento para escucharnos?
A veces nos aferramos a las distracciones porque el silencio nos inquieta. Intentamos escapar de nuestra propia mente, de esos pensamientos persistentes y emociones que esperan pacientemente ser reconocidas. Parece como si evitáramos enfrentarnos directamente a nosotros mismos, a nuestros miedos y a nuestras verdades más profundas.
Los años veinte nos golpean como un despertador estruendoso. Si no estamos preparados, puede sentirse como un golpe sin defensa, y luego nos quedamos lamentándonos en lugar de simplemente levantarnos y seguir adelante con nuestro día. Estamos todos juntos en esto, aunque muchos prefieren ocultar sus verdaderos sentimientos tras una fachada de "Todo está bien, tengo todo bajo control", engañándose en lugar de enfrentar la realidad.
Y no es solo durante estos momentos de crisis juvenil. También observamos a personas enfrentando duras batallas mentales, pero desde fuera parecen estar en la cima del mundo. A veces, incluso deseamos estar en su lugar por esa apariencia de fortaleza.
"Sabemos cuáles son las soluciones, pero la preocupación nos invade. A veces, solo necesitas dar el primer paso".
Ahora, llegamos a un punto crucial. Te he explicado las bases, pero viene la parte emocionante y desafiante: enfrentarte a esa crisis interna que ha estado gestándose en tu cerebro durante mucho tiempo. Sí, hablo de ese momento en que todo parece colapsar y tu mente te pide a gritos que la ayudes a ordenar el caos antes de que se manifieste físicamente.
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