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Esa misma noche llegaste a mi casa.
Estabas ebrio y no querías que tus padres te vieran en ese estado.
Tuviste suerte de que los míos no estuvieran en casa, de no ser así les habrían comentado a los tuyos.
Te llevé hasta el sillón para recostarte, pero no lo permitiste. No obstante comenzaste a llorar.
Antes de eso, la última vez que lloraste frente a mí teníamos siete años. Te habías raspado la rodilla y yo te consolé en lo que tu madre curaba tu herida.
Diez años después, volviste a buscar mi consuelo.
Se me partió el corazón al verte en ese estado.
Y me enojé porque todo era su culpa.
¿Por qué la amabas, si te lastimaba tanto?
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